Archivo de la categoría: Adolescencia

¿Cómo ayudar a nuestros hijos a manejar sus emociones?

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¿Cómo aprende el cerebro?

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¿Qué le ocurre a tu hijo cuando le gritas y/o pegas?

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A raíz de la aparición de la pandemia y posterior confinamiento, fue cada vez más usual ver padres “endurecer” sus estilos disciplinarios, sobre todo en lo que respecta a la corrección de conductas o, simplemente hacia la convivencia diaria con los chicos.

Si bien, también se ha visto que la conducta de los hijos se des regula, cada vez con más facilidad, hay que recordar que nosotros somos los adultoslos que si podemos manejar nuestras emociones y estamos ahí para guiarlos, no para tener respuestas así de desajustadas como ellos podrían tenerlas.

Es nuestro deber ser sus maestros en cuanto a auto control, regulación, tolerancia, manejo de situaciones difíciles y un largo etcétera; eso jamás se aprenderá en el colegio, sólo en nuestras casas.

¡Que siempre estemos bien!

Si necesitas ayuda, estamos para escucharte, para servirte.
¿Conversamos?

Lic. Katherinne Roncal Soto
C.Ps.P.: 15026
Cel.: +51 998 810 240

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Importancia de las emociones en el proceso de aprendizaje

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¿Es cierto que las emociones pueden influir en el aprendizaje de un niño o adolescente? Pues… Si.  

Esto ocurre porque el proceso de aprendizaje está totalmente vinculado a las emociones que viven nuestros hijos, tanto dentro como fuera del ambiente de aprendizaje (aula y, por estos días, la casa). Dependiendo de dichos espacios, se tendrá una reacción positiva respecto a la educación o negativa y, por tanto, su predisposición para el aprendizaje será una u otra.

Las investigaciones en neurociencia indican, a través del estudio de la actividad de las diferentes áreas del cerebro y sus funciones, que solo puede ser verdaderamente aprendido aquello que interesa, que “comunica” algo, esto llama la atención y genera emoción, aquello que es diferente y sobresale de la monotonía.

En cuanto a la motivación y la emoción, estos son procesos distintos aunque íntimamente relacionados. Las emociones nos “mueven”, es lo que nos impulsa a actuar, y la motivación es la responsable de mantener nuestra atención sostenida en el tiempo, la disposición al esfuerzo mantenido por conseguir una meta.

Tanto la motivación como la emoción, influyen en la percepción, la atención y el aprendizaje.

¿Cómo?

Atención:
Tanto las emociones como la motivación, hacen que captemos la información por encima de otra. Allí, donde ponemos nuestra atención, es hacia donde nos dirigimos y nos enfocamos. Por ejemplo, cuando estamos alegres, prestamos atención a aquellas cosas ligadas a esa emoción; en cambio, las emociones displacenteras o desagradables reducen nuestra atención y concentración, pues lo que queremos es evitarlas. En contra parte, las emociones agradables amplían nuestro interés, haciendo que prestemos mayor atención a más cosas; llevándonos a aumentar la capacidad para relacionar y asociar elementos diferentes.

 Percepción:
La manera en que interpretamos la información se ve afectada por las emociones y, consecuentemente, lo que nos motiva. Nuestra percepción de las situaciones que vivimos, así como el procesamiento de dicha información, varía en función a lo que experimentemos, así como a las emociones que estas nos generen. Por ejemplo, cuando nuestros hijos ingresan a una habitación oscura y esto los asusta, pueden percibir que la ropa colgada de la percha es un monstruo que los acecha, percepción tergiversada de la realidad.

 Aprendizaje: 
Todos estos procesos mencionados anteriormente, potencian o inhiben la adquisición de conocimientos y habilidades. Cuando la emoción es de tristeza, preocupación o disgusto, nuestra atención se centra en las consecuencias negativas, y eso nos lleva a “estancarnos” en esa emoción desagradable, lo cual no propicia el aprendizaje. En cambio, el aprendizaje participativo y basado en la experiencia crea motivación, no ocurre lo mismo con el aprendizaje memorístico y repetitivo. Las tareas creativas son más motivadoras y divertidas que las repetitivas.

Es de esta manera que, cuando nuestros hijos se sienten muy molestos, tristes o ansiosos, aparecen los bloqueos mentales, que hacen que el aprendizaje no se dé, pues no percibimos adecuadamente la información y, en consecuencia, no la procesamos correctamente. Las emociones incómodas e intensas absorben toda nuestra atención. Contrariamente, la motivación positiva, unida a sentimientos de capacidad y poder, generan en nuestros hijos perseverancia y, en consecuencia, adecuado rendimiento.

Ahora nos queda más claro porqué es imposible separar a las emociones del proceso de aprendizaje en general, más allá del plano académico, también de la información necesaria que necesitamos para la vida.

Lic. Katherinne Roncal Soto
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Pregunta clave: ¿valía la pena?

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106 diego fernandez

“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: «¿Valía la pena arriesgarse al castigo?». «¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!» La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: «Me importa un bledo», lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: «¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?». «Estuve hablando cinco minutos.» «¿Valía la pena?» «¡Oh, no!» «¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.» La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

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Depresión en niños y adolescentes

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La depresión es un trastorno de la salud mental, que puede quitarle la alegría a la vida de un niño y adolescente. Si bien, mayoritariamente hacía su aparición en la adolescencia, actualmente vemos que lo hace desde edades más tempranas, cada vez hay más niños diagnosticados con trastornos depresivos.

Primero es importante diferenciar la tristeza de la depresión. La tristeza es una emoción universal, todos la hemos experimentado y nos ayuda, muchas veces, a adaptarnos a diferentes situaciones, por lo tanto es pasajera. En cambio, la depresión es una alteración grave del estado de ánimo, diferente a la tristeza y, por lo tanto, requiere tratamiento específico; a diferencia de la tristeza, la depresión no es pasajera.

La depresión en niños puede ser severa y de larga duración, impactando directamente en todos los aspectos de la vida diaria, desde el rendimiento escolar, vida familiar, relaciones con amigos, etcétera.

A nivel de estadísticas, la incidencia de la depresión es del 5% en niños menores de 12 años, sin haber mayor diferenciación entre niños o niñas. No obstante, muchos niños no reciben el tratamiento que necesitan, en parte porque puede ser difícil distinguir entre depresión y un cambio normal de estado de ánimo o, también, por confundirse con otras psicopatologías.

Síntomas de depresión en niños

Estos pueden variar según la personalidad del niño y etapa de desarrollo en la que se encuentra; a pesar de ello, los síntomas más recurrentes son:

  1. Irritabilidad o tristeza constante.
  2. Pérdida de interés o de placer (anhedonia). Pasan menos tiempo en actividades que antes les producían felicidad o placer. A veces presentan aislamiento social producto de esta falta de disfrute.

Otros síntomas habituales:

  • Cambios en el apetito y el peso (pérdida o ganancia).
  • Cambios en el patrón de sueño (dificultades para dormir o sueño excesivo).
  • Cambios psicomotores (dificultad para mantenerse quieto o marcada lentitud en las respuestas y movimientos).
  • Pensamientos de inutilidad o culpa.
  • Fatiga, pérdida de energía.
  • Dificultades para concentrarse (por ejemplo, se puede observar una bajada brusca del rendimiento académico, distracción constante o “mala memoria”).
  • Pensamientos de muerte, intento de suicidio.

La depresión en adolescentes, puede ser más usual, alcanzando una frecuencia del 10% al 12%, incluso; sobre todo más en chicas que en chicos.

Síntomas de depresión en adolescentes

Entre los síntomas más frecuentes, se encuentran

  1. Tristeza.
  2. Inquietud y/ tensión excesiva por asuntos que antes no representaban preocupación.
  3. Irritabilidad y suspicacia, llevando los conflictos al plano personal.
  4. Anhedonia (poca capacidad de disfrute).
  5. Afectación en todos los procesos cognitivos, como la atención, concentración, memoria, velocidad de procesamiento de ideas, comprensión, etc. Esto afecta directamente sobre el rendimiento académico.

Estas características conmocionan la vida de los adolescentes, llevándolos muchas veces a aislarse, a no querer disfrutar de la compañía de amigos, a tener problemas con el sueño (sea porque les cuesta conciliarlo o duermen mucho más que antes) y alteración en el apetito (comen muy poco o presentan necesidad de hacerlo a cada momento). En estos dos últimos casos, hay que tener en cuenta que durante la adolescencia, es esperable una mayor necesidad de ingesta de alimentos, como también hipersomnia (periodos de somnolencia durante el día, indistintamente hayan descansado por la noche).

La depresión, tanto en niños como adolescentes, puede variar de leve a grave. Un niño o joven que se siente un poco decaído la mayor parte del tiempo por un año o más tiempo, podría presentar una forma más leve de depresión llamada distimia; en cambio, en su forma más grave, a nivel de sintomatología podría indicar depresión mayor, desencadenando la pérdida de la esperanza y las ganas de vivir. Cabe mencionar que la depresión es la primera causa de suicidio, y el suicidio, es la tercera causa de muerte en niños y adolescentes, por detrás de los accidentes y el cáncer.

En tal medida, los padres debemos estar muy pendientes de nuestros hijos, tanto de su conducta, su sentir, pensar y desempeño en general, indistintamente la edad que tenga. Aquello que podríamos considerar “pasajero” podría convertirse en un trastorno que ubicaría la salud mental de nuestros hijos en grave riesgo.

Hay que tomar en cuenta que muchos de estos síntomas descritos, no son exclusivos de la depresión, también son característicos de otros tipos de dificultades o trastornos. Es por ello que los llamados a hacer un diagnóstico real y certero somos los psicólogos, como también los médicos psiquiatras, siendo estos últimos los encargados de recomendar el tratamiento psicofarmacológico correspondiente.

Para finalizar, es importante saber que, estemos frente a un diagnóstico de depresión leve o mayor, este debe tener el correcto tratamiento, es decir, que el niño o adolescente lleve un proceso psicoterapéutico, a la par del tratamiento médico. De no ser así, la probabilidad de mejora sería mucho menor, poniendo en peligro la salud del niño o adolescente.

Lic. Katherinne Roncal Soto
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Señales para detectar que nuestro hijo adolescente necesita ayuda psicológica

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Este tema, lo advierto desde ya, será un poco más denso, no sólo por la información que se va a compartir, sino porque el hablar de salud mental propiamente, y cómo esta podría estar viéndose afectada en nuestros seres amados, en este caso, nuestros hijos adolescentes, es tremendo. Dentro de este panorama, la búsqueda de intervención a veces resulta complicada, pues cuesta aceptar una posible realidad que, quizá, nosotros hemos desatendido, o no hemos notado, pero no le dimos la importancia suficiente, pues, como ya dijimos, es duro asumir este tipo de situaciones.

El mundo de nuestros adolescentes pasa por altibajos emocionales todo el tiempo, sea por los cambios hormonales que se dan, por las nuevas vivencias que experimentan y les generan sensaciones y sentimientos nuevos, así como por las necesidades de orden social que aparecen, y antes no eran importantes para ellos. Justamente, ante la aparición de problemas y dificultades, son varios los adolescentes que recurren a sus amigos por encima del núcleo familiar pues, penosamente, tienden a confiar más en ellos que en sus padres, haciendo que la probabilidad de encontrar “salida” a ese problema que los aqueja sea difícil, incluso, más que la dificultad en sí misma.

Este exceso de confianza en sus pares, por encima de la familia, suele ocurrir cuando los adolescentes sienten a sus padres como figuras poco cercanas, sea emocionalmente hablando (cuando no se está al tanto de lo que le apena, lo que le asusta, cuando no se tiene idea de los gustos y pareceres, etcétera), o físicamente (por ejemplo cuando los padres están todo el día en el trabajo o no pueden darse el momento para compartir con ellos). Este escenario lleva a sentir a los adolescentes que los padres desatienden sus necesidades emocionales, de la manera que ellos realmente necesitan, aunque los padres discrepen con esa idea y piensen que si suplen sus necesidades en general, que piensen que sí lo hacen. Hay que recordar que las dificultades se abordan en relación a la percepción de dificultad de los adolescentes, no en función a las percepciones de los adultos.

Por otro lado, esto no quiere decir que el apoyo de los compañeros sea enteramente negativo en el mundo adolescente, es importantísimo para ciertos temas, pero cuando aparecen algunas dificultades mayores, que ellos no pueden afrontar, la presencia de los padres es necesaria, sobre todo si empiezan a aparecer características “extrañas” o poco usuales, que podrían significar la presencia de “algo más”.

En tal medida, es vital, entender que estos cambios no se dan de manera repentina, suelen ser progresivos, es por ello que los padres debemos estar pendientes de los cambios, tanto anímicos como conductuales en nuestros jóvenes.

Existen varios trastornos que pueden hacer aparición en esta etapa de desarrollo, que pueden afectar a nuestros adolescentes, como la depresión, ansiedad, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno límite de personalidad, trastorno de estrés post traumático, trastorno por déficit de atención y otros más. De ser el caso, estos interfieren de manera directa en la vida diaria de nuestros adolescentes y, por supuesto, en la de la familia.

Hay que tomar en cuenta que los adolescentes si notan este malestar en ellos, se dan cuenta que son “diferentes”, y con el afán de sentirse mejor, de “encajar” y parecerse a sus compañeros, muchos de ellos buscan solucionar estos conflictos, “auto medicándose”. En este caso, la auto medicación no se da, precisamente de la manera que lo entendemos, sino se refiere al uso de drogas (legales o ilegales) o conductas totalmente desajustadas y alejadas de la familia, con el fin de olvidarse de esos problemas.

Esta situación puede ser bastante difícil, es por ello que aquí veremos algunas maneras de saber si nuestro adolescente puede necesitar tratamiento en salud mental:

  1. Cambios de humor.
    ¿Cómo podemos estar seguros que un conjunto de cambios de humor pueden indicar alguna enfermedad mental? Sencillo, los papás conocemos mejor que nadie a nuestros hijos, al menos eso se espera. Esto nos asegura que la presencia de cualquier cambio de humor en ellos será detectado a tiempo.
  2. Cambios en el comportamiento.
    La conducta de nuestros adolescentes cambia en la medida que ellos crecen, pero si tu hija o hijo está presentando características totalmente diferentes a lo que conoces de ella o él, y no se relaciona con su crecimiento normal, hay que estar alertas. 
  3. Consecuencias en el colegio y entre amigos.
    En la actualidad, es complicado observar estos cambios, pues sabemos que ahora las relaciones entre compañeros como la asistencia al colegio de manera regular, está interrumpido. A pesar de ello, una enfermedad mental hace que los procesos de aprendizaje se vean afectados, impactando directamente sobre el rendimiento escolar, así como la capacidad para mantener relaciones satisfactorias con los compañeros. 
  4. Síntomas físicos.
    Muchas veces se aprecia una clara disminución de energía, cambios en los hábitos de alimentación y sueño, frecuentes dolores de estómago, de cabeza y espalda. También suele aparecer descuido del aspecto personal y poca higiene, pudiendo ser signos que indiquen algún tipo de problema. 
  5. Consumo de sustancias/conducta auto lesiva.
    Si encuentras algún indicador de drogas o de consumo de alcohol, autolesiones, un desorden alimenticio u otras formas de “escape”, el vínculo con la enfermedad mental puede ser directo. 
  6. Anhedonia.
    Se refiere a la pérdida de la capacidad de disfrute. Con mayor frecuencia los adolescentes comentan que se aburren todo el tiempo y que no disfrutan como antes de las actividades que, tiempo atrás, le eran placenteras, incluyen las actividades de ocio.
  7. Presentan trastornos del sueño. Los adolescentes con síntomas depresivos duermen mal, les cuesta conciliar el sueño o, por el contrario, pueden presentar hipersomnia, es decir, pasarse gran parte del día durmiendo, incluso más de 12 horas.

A pesar de lo preocupante que parezca, las estadísticas peruanas nos dicen que más del 70% de los adolescentes afectados por alguna enfermedad que afecte su salud mental, van a mejorar con el tratamiento adecuado, es decir tratamiento farmacológico y psicoterapia a la par. El problema radica en que el 80% de los adolescentes no reciben ayuda necesaria con respecto a su trastorno o, incluso, jamás reciben el correcto diagnóstico.

Lo peor de todo esto es que si estos trastornos no se tratan, existe una escalofriante altísima probabilidad, que derive en abuso de sustancias, fracaso escolar, bullying (aproximadamente el 30% sufren acoso, mientras que el 20% se convierten en acosadores), trastornos de la alimentación e incluso el suicidio.

Si ves alguno de estos síntomas en tu adolescente, primero, ¡No te asustes! pasa más a menudo de lo que podríamos pensar, segundo, busca ayuda urgentemente para tu hija o hijo. Con una adecuada evaluación, identificación e intervención, todas las enfermedades mentales pueden ser tratadas.

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El adolescente normal

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Muchas veces los papás nos encontramos preocupados, alarmados, fastidiados, hostigados, etcétera, por el comportamiento de nuestros hijos adolescentes. Ya he perdido la cuenta las veces en que yo, por ejemplo, me he encontrado en la necesidad de calmar a los papás, recordándoles que su hijo es un adolescente, y que, por tanto, aquello que tanto denuncian, resulta que es normal. Como dice el médico y psicoanalista Juan David Nasio:

«Todo (…) [en el adolescente] son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado; en un momento entusiasmado y, de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces es muy individualista y exhibe una vanidad desmesurada o, por el contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo. Exalta hasta las nubes a una persona de más edad, a la que admira, como (…) [un músico], un jefe de grupo o un personaje de juegos de video, a condición de que su ídolo sea diametralmente opuesto a los valores familiares. Los únicos ideales a los que se adhiere, las más de las veces con pasión y sectarismo, son los ideales -a veces nobles, a veces discutibles- de su grupo de amigos. A sus padres les manifiesta sentimientos que son la inversa de lo que siente realmente por ellos: los desprecia y les grita su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Es capaz de ridiculizar al padre en público mientras que está orgulloso de él y lo envidia en secreto. Tales cambios de humor y de actitud, tan frecuentes y tan bruscos, serían percibidos como anormales en cualquier otra época de la vida, pero en la adolescencia, ¡nada más normal!»

Así que la próxima vez que nuestro adolescente en casa nos “saque que quicio”, recordemos que es totalmente esperable, que así como lo hace él o ella, lo hacen los demás adolescentes del mundo. Si queremos que esta etapa sea lo más armoniosa posible, es nuestra responsabilidad ayudarlos a traducir esas emociones, pensamientos o actitudes poco racionales, en emociones, pensamientos y actitudes más armónicas y realistas, y así puedan no sólo entender mejor el mundo, sino a ellos mismos. Eso traerá calma a todos.

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós. Páginas 17, 18.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

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