SALUD LABORAL

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CUERPO Y SALUD LABORAL

Por: Estela Ospina Salinas

 

En octubre pasado, participamos en Bogotá del Taller “Cuerpo y salud laboral”. Allí, junto con las docentes de la Universidad  Nacional de Colombia[1] y 30 participantes, intercambiamos nuestras experiencias sobre el tema. El encuentro fue enriquecedor y nos generó algunas reflexiones, las que compartimos con ustedes.

El reconocimiento del cuerpo a través de las diferencias sexuales es una de las primeras señas de identidad del ser humano. A partir de ellas, se construirán las actitudes, los imaginarios y las representaciones sociales que originarán las conductas objetivas y subjetivas sobre las que se cimentarán los géneros (Lamas: 1995).

La forma de acercarse al cuerpo, de reconocerlo, de sentirlo y de cuidarlo  tiene un gran componente en la construcción social de los géneros, en la cual, la educación y las religiones han tenido una influencia determinante, especialmente en sociedades como la latinoamericana.

Las vivencias de los hombres y las mujeres en relación con sus cuerpos son disímiles. Desde la perspectiva femenina, el cuerpo transita de ser lo más hermoso, por sus posibilidades para la procreación, hacia algo reservado y negado hasta para su poseedora. El cuerpo femenino ha sido un tabú, en la medida que ha estado más relacionado con el sexo y sus respectivas prohibiciones. En contraposición, para la mayoría de los hombres su masculinidad está asociada a su capacidad de reprimir el dolor, conservar el control, mantener la coraza dura. Por ello deben aprender a eliminar sus sentimientos, esconder sus emociones, suprimir sus necesidades y la capacidad de cuidarse. Es más, con frecuencia los hombres reprimen las características relacionadas con lo femenino, con el fin de reafirmar su masculinidad. Estas formas de vivir y sentir el cuerpo son aprendizajes que se adquieren desde el nacimiento y se prolongan a lo largo de la vida.

La percepción de la enfermedad es una experiencia atravesada por los estereotipos de género. El hombre se siente enfermo cuando está incapacitado para trabajar y las mujeres, usualmente,  suelen demandar más los servicios de atención en salud para los “otros”. Los varones buscan reafirmar su masculinidad reprimiendo las  características que atribuyen a la feminidad como el cuidado (prevención), por lo tanto, existe mayor probabilidad de que se accidenten. Por su parte, históricamente, las mujeres han estado asociadas con el cuidado de otros, al servicio de quienes la rodean, con el consecuente aplazamiento de sus propias necesidades.

El mundo del trabajo complejiza las relaciones que los hombres y mujeres tienen con su cuerpo, en el marco de un determinado sistema económico y organización productiva. Su corporeidad establece una dialéctica con el puesto de trabajo. Las experiencias de autoconocimiento y autovaloración de carácter subjetivo  (conmigo mismo), intersubjetivo (con los otros) y relacionales (con su trabajo) permiten una mejor comprensión del impacto del trabajo sobre la corporeidad diferenciada de hombres y de mujeres. De allí la importancia de metodologías como el mapa del cuerpo que nos posibilitan visualizar que ambos géneros construyen cotidianamente valores y redefinen actitudes en relación con su trabajo, con ellos mismos y con quienes laboran.

La última observación resulta valiosa pues posibilita intervenir en dichas  relaciones con una perspectiva de transformación preventiva. Ello implicará generar procesos orientados a fortalecer el cuidado de la salud en el trabajo a partir de la construcción de una corporeidad(Grasso: 2008) como fuerza potenciadora, participante y  activa.

 


[1] Inma Caicedo, Rosario Calle, Mireya Gutierrez y Nancy Molina

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