Indiana Jones y Las Compras Femeninas

Problemas Comunes

El profesor Jones luego de múltiples aventuras arriesgando su vida, decidió sentar cabeza y casarse con el amor de su juventud y en realidad de toda su vida. Marion Ravenwood tenía mucha similitud con el aventurero Jones, pero luego de su matrimonio ambos decidieron empezar una nueva vida, más normal, con menos aventuras y peligros. Jones se dedicaría a su nuevo trabajo como Decano de la Facultad de Arqueología de la Universidad de Marshall y Marion se dedicaría a tiempo completo a los quehaceres del hogar. Indy ya no quería mas aventuras, sentía que su espíritu le pedía calma y tranquilidad.

Era finales de otoño y Marion le solicita a Indy que la acompañe de compras pues se acercaba el invierno y era necesario cambiar su guardarropa, ya que las nuevas funciones de Indiana (o mejor dicho el Dr. Henry Walton Jones Jr.) en la universidad los obligaban a asistir a múltiples compromisos. Jones acepto encantado.

Aquel sábado partieron aproximadamente a las 10:00 am con rumbo al centro de la ciudad de Huntington, lugar donde se concentraban las mejores tiendas de ropa femenina de la ciudad, conforme se iban acercando al lugar, Jones observaba gran aglomeración de mujeres en las calles y en cada tienda se leía las frases como ?Liquidación por Fin de Temporada? u ?Ofertas por Inicio de Temporada?. Jones sonreía pensando en lo económicas que debía de resultar las compras ese día, este sería a la larga el último pensamiento feliz de Indiana en esa jornada.

A continuación paso a trascribir las anotaciones de la libreta del Dr. Jones respecto a aquel fatídico día.

-¿Porque tuve que pasear durante dos horas por todas y cada una de las tiendas del centro para comprar lo primero que vio en la primera tienda a la que entramos? (esas primeras dos horas solo compró los zapatos)

-Se probó 17 vestidos en una tienda, a mi me pregunto cómo se le veían y yo le respondía con total franqueza que le quedaban muy bien. La vendedora la trato muy amablemente ofreciéndole muchas opciones y al final se salió de la tienda sin siquiera darle las gracias y a mí ni no me dirigió la palabra por unos minutos. Conclusión, la vendedora y yo teníamos la culpa de que ningún vestido, a su entender, le quedara bien.

-¿Por qué me pidió que la acompañara si el setenta por ciento de las veces que se probó algo no me lo enseño para que le diera mi opinión?

-Pensé que su interés por ir a comprar era que ya sabía lo que quería, error mío. No solo no sabía qué era lo que quería, tampoco sabía el color ni ninguna característica de todo lo que quería comprar. Luego de visitar unas veinte tiendas sabia que quería una mezcla de cuatro vestidos (las mangas de este, el cuello de aquel?) que había visto y también se dio cuenta que los zapatos que había comprado ya no le iban a servir.

-Fue un grave error de mi parte pedirle ir a almorzar a un restaurante que quedaba cerca de allí pues recibí como respuesta lo siguiente: ?¿No ves que ningún vestido me queda bien y encima me quieres hacer comer para que se me vea más gorda?? Debo aclarar que mi esposa tiene un cuerpo espectacular y casi el cien por ciento de los vestidos que se probó le quedaban estupendos.

-Todo el día estuve esquivando brazos y recibiendo pisotones y empujones de un sinnúmero de mujeres que, con tal de coger la ?prenda de sus sueños?, empujan, golpean, arañan, para que luego de pegársela al cuerpo y verse, deciden que no les sirve o no les queda bien. Después del decimoquinto pisotón decidí defenderme de todas esas viejas locas.

-¿Por qué no me dejo comprar el reloj de oferta que vi y que estaba bastante elegante? Sin siquiera mirarlo me dijo que no era mi estilo, me cogió del brazo y casi me arrastro a la siguiente tienda.

– Mientras caminábamos por la calle Marion reconoció a Rebbeca Smith una antigua amiga de la universidad, se acerco muy eufórica y se saludaron como las dos viejas amigas que eran, sonreí por un minuto. Luego de conversar los tres un rato ambas se dieron consejos sobre dónde comprar, Rebecca le enseño varias cosas que había adquirido ese día y Marion las miraba casi encantada preguntándole insistentemente donde había encontrado cada cosa. Al despedirnos de Rebbeca y luego de caminar algunos metros Marion empezó a hablarme del horrible gusto que tenia Rebbeca para los vestidos, carteras, zapatos y un largo etc y que era increíble que se atreviera a comprarse vestidos tan ceñidos viendo lo gorda que estaba, luego de diez minutos de críticas yo solo escuché “bla, bla, bla” durante los siguientes treinta minutos.

-Es increíble la cantidad de colores que existen hoy en día. Hoy aprendí que existe colores como coral, lila, fucsia, turquesa y un largo etc. Marion se probó cuatro vestidos y luego me preguntó que cual de los cuatro era de color más bonito cuando yo veía todos rojos. Solo atiné a señalar el primero de la derecha y ella me respondió que era el que a ella menos le gustaba, me miro con ojos de fuego y devolvió todos los vestidos ?rojos? a la vendedora sin dejar de mirarme. Nunca entenderé porque me miro de esa manera.

-Luego que a mi modesto entender no encontraría más que comprarse, decidió que ya no quería vestidos sino maquillaje. Abrió miles de cajas y empaques de maquillaje, se los probó en los labios, las mejillas, las manos, me hizo oler más de quince perfumes (después del tercero ya todos me parecían iguales) para que al final me dijera que no encontraba ni sus colores favoritos ni sus fragancias preferidas así que mejor se compraba vestidos. Debo mencionar que esta rutina de cambio de preferencias la realizó dos veces más.

-Todas las veces que se probo algo dejo a mi cuidado su bolso, su sombrero sus guantes, su bufanda, sus aretes y su collar y cada vez que salía del probador se volvía a enfundar en sus prendas para volver a quitárselas diez minutos después cuando encontraba otra prenda agradable. Esto me lleva a dos preguntas: ¿Si sabía que seguiría en la brega de encontrar un vestido, porque se volvía a poner todo? ¿Si iba de compras porque se puso todo eso al salir de casa?

-De las pocas veces que me dejo ver lo que se probaba, me pregunto si se le veía bien, a mi parecer le quedaba muy bien. Al decimoprimer “Si, te queda bien Marion”, dejo de mirarse en el espejo, volteo a mirarme de manera violenta y me dijo: “Ya vi que tienes ganas de irte y por eso dices que todo me queda bien”. Lo curioso es que me siguió preguntando igual y de vez en cuando se enojaba y volvía con lo mismo. Estuve tentado, un par de veces, a decirle que le quedaba mal para ver su reacción pero no me atreví, preferí estar en la selva amazónica de Perú enfrentándome a una anaconda de dos metros.

-Cada vez que algo le interesaba y luego de ser bastante grosera con muchas vendedoras me pedía que por favor negociara el precio con ellas, pues la prenda estaba bonita pero no para pagar tanto por ella. El problema es que la vendedora no estaba de humor para negociar, por lo tanto Marion salía de la tienda con la idea de que la vendedora era una infeliz y que yo no sabía negociar.

-El día termino a las cinco de la tarde con dos pares de zapatos, una cartera, tres vestidos, pies adoloridos y un incomodo silencio en el taxi de regreso a casa. Al llegar a la habitación, Marion guardó todas las cajas en el ropero sin siquiera abrirlas, le pregunté si no iba a colgar los vestidos para que estén listos para la siguiente ocasión y me respondió: “En realidad no sé cuando me los podré y a decir verdad ninguno me gusta demasiado”.

-Ninguna de las prendas que compro estaban de oferta o liquidación.

-El Templo de la Perdición es un buen lugar para ir de turismo y los adoradores de la diosa Kali son personas muy amables.

-Hoy tomé una decisión importante en mi vida.

Años después Marion recordaría lo que ocurrió aquella noche. Ella relata que Jones bajó a su estudio y se adentró en la lectura de varios volúmenes que tenía en la biblioteca, cuatro horas más tarde Jones le aviso que iría a comprar leche, cosa que le pareció rara pues ambos son intolerantes a la lactosa. Se asomo por la ventana de su habitación y vio partir a su esposo enfundado en su casaca de cuero, su sombrero y su látigo a un costado en su cintura. Jones se había percatado que la vida hogareña podría ser más peligrosa y más angustiante que ir en búsqueda de tesoros.

Esta obviamente es una historia ficticia (espero no tener que pagarle regalías ni a Lucas ni a Spielberg), pero cualquier parecido con la realidad no es en absoluto una coincidencia y de eso deben ser testigos millones de hombres que han salido de compras con una mujer alguna vez. Así que estimados muchachos cuéntenos sus experiencias y las chicas pueden formular sus descargos. Creo que es necesario aclarar que no todas mis experiencias en este campo han sido desastrosas, pues una que otra vez me he divertido.

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