Anécdota

Cuando enseñaba en la universidad, alguien en clase esbozó la idea de que la homosexualidad era una enfermedad, fue gracioso; sin embargo, fue motivo para buscar información al respecto y tener -más en claro- que obviamente no es una enfermedad (solo que esta vez necesitaba un buen sustento), ya se imaginan ustedes, que un alumno justifique su inasistencia a clases con el argumento siguiente: “Profesor, hoy no podré estar en clases porque amanecí “medio homosexual”, como usualmente se diría de un resfrío, amigdalitis, fiebre, etc.

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Mi posición

Evidentemente es un problema de creencia, cultura, conocimiento, pero sobre todo de derecho, pues, si bien todos podemos estar desinformados, ello no es sustento suficiente para proceder contra los derechos de los demás o para coartarlos; para afirmar esto, tengo claramente entendido que el asunto es genético e ideológico y natural, pues de ninguna manera la orientación u opción sexual se genera en el camino o por lo menos no está probado ni existe evidencia científica al respecto, mi posición está basada en evidencia científica que sí acredita, en lo que se tiene estudiado, que el tema es genético y connatural al hombre, aunque su existencia se condicionó por siglos de manera ideológica.

Esto debería ser suficiente para desacreditar la idea de que se trata de una enfermedad, o el aserto común y popular de que uno (o una) se va haciendo “maricón” en el camino, eso es evidentemente absurdo y solo podría decirlo un cura o alguien que sustenta su posición en credo, ideología o ideas de siglos atrás, con el falso estribillo de que se está afectando la naturaleza y lo divino de la creación humana.

Para quienes no leen, sepan que (El Comercio, 2014): “Es probable que el estudio más importante al respecto sea el que publicaron en 1991 investigadores del Laboratorio de Genética Molecular Humana del Fondo Imperial del Cáncer de Inglaterra. En él se demostró por primera vez que un gen llamado SRY, localizado en el cromosoma masculino Y, era absolutamente necesario para que se inicie el desarrollo masculino del embrión. En sus experimentos lograron modificar un embrión hembra XX y hacer que naciera “macho”, con testículos y una intensa actividad sexual. En otras palabras, crearon una ratona genéticamente hembra, pero con aspecto externo y comportamiento de macho.

Para no confundirlo, estimado lector, le recuerdo que los machos tienen dos cromosomas sexuales: el X y el Y, y son, por tanto, genéticamente XY. Por otro lado, al tener dos cromosomas X, las hembras son XX. Los fundamentalistas creen que todo ser nacido con genes XY y, por tanto, con características biológicas de macho debe ser también “sexual y emocionalmente macho” y al revés, creen que toda hembra nacida con genes XX, y por tanto con características biológicas de hembra, debe ser por el resto de su vida “sexual y emocionalmente hembra”.

Si bien es cierto que los experimentos de Robin Lovell-Badge, arriba descritos, demostraron que la cosa no es tan simple como eso, dos recientes estudios, publicados hace solo un mes en la revista “Nature”, demuestran que los genes del cromosoma Y (más específicamente el gen SRY) se desarrollaron hace 180 millones de años para superar el primitivo método de determinación del sexo de los cocodrilos (machos y hembras se producen de acuerdo a la temperatura del charco de agua en que se desarrollan los huevos), sino también para que esos genes influyan sobre el funcionamiento de muchos otros tejidos, incluido el desarrollo cerebral.”

En buena cuenta, ya existe evidencia científica de que no se es homosexual –necesariamente- por capricho, por vestir de rosado o amarillo, por dar la contra al padre o madre, por moda o por jugar con muñecas cuando se es niño o viceversa, menos podría serlo por atentar contra el credo de algún tipo de religión o iglesia, o para contradecir abiertamente al cura de barrio o al cardenal.

Entonces, si se nace así o si se es concebido así, pregunto, existe razón o motivo alguno para que la sociedad tilde a una persona de “contrahecha en el camino” y por ende se atreva a negar la declaración y respeto de sus derechos de pareja (Hago esta precisión por razones que explicaré más adelante en torno a la adopción como posibilidad).

Particularmente no lo creo, pues, justamente el Derecho procura como principios universales, la protección de la dignidad humana, la libertad y la igualdad, de modo tal que no existe razón o argumento valedero para justificar una negativa absurda, como la que se generó a raíz de la última votación en el Congreso de la República, pero a eso me abocaré más adelante.

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Ideologización del asunto

Investigando sobre el asunto encontré el trabajo sobre la homosexualidad como una construcción ideológica de Juan Cornejo Espejo, quien concluye, de manera interesante lo siguiente: “Habiendo examinado los principales hitos que dieron lugar a la homosexualidad, cabe puntualizar algunos aspectos.

El primero de ellos es que la conceptualización y consecuente representación social que se derivó del proceso medicalizador que se instaló, ya desde mediados del siglo XIX, no es una cuestión neutra o desprovista de cualquier valoración ética; muy por el contrario, ella no sólo responde a un cierto tipo de sociedad “disciplinaria”, funcional al sistema capitalista-burgués, sino que escasamente disimula el referente ideológico que la inspira y sirve de referente de la “heteronormatividad”. Dicho en otros términos, la noción de homosexualidad, pese a su pretensión de “rigurosidad”, “objetividad” y “cientificidad” es básicamente una conceptualización ideológica construida e instalada en el propio lenguaje además de legitimadora de otros discursos.

Un segundo aspecto a ser destacado es que la homosexualidad dentro del marco epistemológico en el cual surge, necesariamente irrumpe como una verdad incuestionable, es decir, como una patología, una perversión o un desvío de la heteronormatividad dominante. Es más, todo esfuerzo por dilucidar la supuesta etiología de la homosexualidad parte de la premisa o supuesto, nunca cuestionado, que la heterosexualidad es la normalidad según la cual se evalúa el grado de desvío del modelo ideal. En este sentido no deja de sorprender lo unilateral del interés investigativo; pues, en lugar de preguntarse por las peculiaridades de la diversidad sexual humana, las pesquisas se centran en un intento obsesivo, que en las últimas décadas ha deambulado entre las consideraciones genéticas y las psíquicas, por probar una pretendida anormalidad, alteración genética u hormonal, detención en el proceso de desarrollo psíquico-emocional u otros argumentos análogos. A este respecto cabe consignar que estas ideas no son del todo nuevas, varias de ellas han sido recurrentes en la historia de la centuria pasada. En el caso latinoamericano, y en particular chileno, además de plenamente vigentes en amplios sectores de profesionales que se han resistido a incorporar las apreciaciones de distintos organismos colegiados a nivel internacional, o aun de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), la homosexualidad sigue siendo considerada una enfermedad o, en el mejor de los casos, un “problema” de difícil administración.

Un tercer aspecto, estrechamente vinculado a los anteriores, cuando no derivado de ellos es la “homofobia cultural” (Borrillo, 2001) presente, en especial en aquellas sociedades donde el paradigma medicalizador ha sido escasamente cuestionado. La homofobia además del temor irracional que suscita en el homófobo se funda en la ignorancia y/o el desconocimiento; sin embargo, a diferencia de cualquier otra esfera desconocida, la homofobia se resiste a cualquier intento de explicación o razonamiento. Es decir, se autoabastece y legitima en sus propias lecturas de la realidad; de allí su carácter ideológico que ha conceptualizado, representado, interpretado y condenado al sujeto homoeróticamente inclinado aun antes de confrontarse con el sujeto real. Ahora bien, el trazo más llamativo de la homofobia cultural es aquel que se instala en el propio sujeto víctima de la represión y censura social. Es lo que se ha dado en llamar “homofobia internalizada”, según la cual la víctima termina justificando y legitimando el régimen de exclusión en el que está inmerso.

De algún modo, la “homonormatividad”, que no es otra cosa que el esfuerzo denodado de muchos homosexuales por aparecer “normales” y ser aceptados en términos sociales. Esta pretensión, además de ilusoria por la permanente exposición a la “injuria”, esconde una moralización homofóbica que termina separando a los sujetos homoeróticamente inclinados en “buenos” y “malos”, “funcionales” o “disfuncionales” al orden heterosexista vigente.

Por último, donde mejor se evidencia el sesgo ideológico de la homosexualidad medicalizada es en el lenguaje, que torna plausible aquella construcción que nos hace creer que, efectivamente, existe el “homosexual” en cuanto sujeto dotado de una determinada anatomía, psiquismo o emocionalidad.

Es en vista de ello que preferimos el término “homoerotismo”, pues el no sólo amplía el espectro de expresiones erótico-afectivas de los sujetos del mismo sexo, no reduciéndola a las prácticas homogenitales, sino también porque el homoerotismo no tiende a la moralización de la sexualidad ni está vinculada a la medicalización de la misma.”

Esto muestra claramente la situación o posición de quienes son miembros de la comunicad LGBT y la forma en que son o han sido estigmatizados, pues, la evidencia es clara en términos científicos médicos, sicológicos y sociológicos en cuanto a su existencia natural pero negada a través del tiempo por patrones o paradigmas que se han impuesto en las personas, respecto de la naturaleza de las cosas; ahora vuelvo al gen y argumentos citados párrafos arriba y claro, me pregunto ¿Qué hacemos con un hermafrodita –en términos médicos-? ¿Qué hacemos con quien físicamente es mujer y siente como varón o viceversa? ¿Lo matamos? ¿Lo declaramos enfermo o anormal? ¿Lo medicamos? Es obvio que hasta en esto la medicina se ha equivocado al buscar la cura para algo que no es patológico, sino natural, pero negado ideológicamente, aunque la propia comunidad ha aportado en ello.

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Cómo se abordó el tema desde mi punto de vista

Creo que el tema se planteó mal por Bruce, pues, si bien no asumo el tema de que existía incompatibilidad o de que se legisló con nombre propio, creo que se dio la imagen de que el asunto se hizo por clientelismo, sin que realmente importe la comunicad LGBT y sin que se lleve a debate su situación como seres humanos al igual que los heterosexuales y la importancia de que, en esa línea “natural” de las cosas, se legisle a favor de ellos.

Es más yo vi o noté fines electoreros en lo que supone un nicho importante de cara una eventual candidatura al congreso, pues Bruce ¿Ya lo gritó a los cuatro vientos no? ¡Presentaré el proyecto en el siguiente congreso! ¡Lo aprobará el siguiente congreso! Bien pudo haber pensado más en la comunidad LGBT y delegar el tema en algún otro colega o grupo que no asuma el tema como personal, sino como una cuestión institucional que se merece absolutamente la mayor atención dentro del enfoque de igualdad y respeto por los derechos humanos, sin perder de vista la dignidad de las personas.

De acuerdo a lo precisado anteriormente, no es posible que se haya planteado un proyecto de ley, basado en la unión civil en parangón al matrimonio, sin siquiera haber generado una base sólida en relación a los efectos sociales y culturales y la necesidad de que el Estado en todos sus niveles, se obligue a trabajar en términos de igualdad para todas las personas sin distinción alguna, o sea, sin discriminación.

Se lograrán los derechos por guerra entre heterosexuales y homosexuales

A lo antes indicado, abonó mucho, muchísimo, el hecho de que algunos miembros famosos de la comunidad LGBT, hayan provocado y hasta insultado el status cultural de la mayoría heterosexual cuyo entendimiento se basa en lo citado en relación a la ideologización; está bien, yo entiendo que los derechos no se negocian ni se piden de rodillas, pero ¿Deberían pedirse con provocación? ¿Deberían exigirse con insultos? ¿Deberían reclamarse a través de actores no políticos, sino faranduleros? Creo que era necesario sensibilizar, trabajar, como dije anteriormente, en la base que daría sustento a una norma como meta y no partir de la imposición de ésta (léase ley) a personas que social y culturalmente no están preparadas para esto.

Digo esto, porque vi y leí algunos miembros de la comunidad LGBT atacando curas, insultando opositores, deseando la homosexualidad a la descendencia de algunos heterosexuales opositores, etc. ¿Acaso ello ayudó?

Entonces, es evidente que la unión civil es necesaria; sin embargo, como proceso de cambio considero que deberá tener una base en la que el compromiso estatal sea necesario para hacer entender que este no es un problema, sino un asunto natural, que no fue tratado adecuadamente a través del tiempo y que hoy merece una reivindicación legislativa y sobre todo de política pública para lograr lo que el Estado tiene como fin supremo, la dignidad humana, la libertad y la igualdad sobre todas las cosas.

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Adopción como tema pendiente  

Mi posición heterosexual entiende, hoy por hoy, el paradigma de que los niños creen únicamente en la existencia necesaria de un papá y una mamá, según se ha planteado a lo largo de los años, de modo tal que ello no me permite abogar por la adopción de menores que pueda hacer una pareja homosexual.

He buscado evidencia científica sobre los pro y contras de esta posibilidad -que no se vincula solo a dos personas que se unen por amor, sino, a la existencia de un tercero, cuya voluntad, futuro, decisión y deseo de lo que pudo haber sido está en juego- y lamentablemente no encontré nada; en todo caso, si hay buenos y malos casos en cualquiera de los escenarios, dado que se involucra a terceros, me quedo, por ahora, con la posición colombiana de que esté permitida la adopción por excepción, cuando el adoptado es hijo biológico de uno de los homosexuales de la relación; pues en ese caso existe un vínculo sanguíneo que genera derechos directos sobre la persona; evidentemente tampoco asumo la idea de que dos homosexuales puedan ser mejores o peores que los padres heterosexuales que, por ejemplo, abandonan a un menor, pero no quisiera tomar eso como argumento, pues considero que al igual que otros ejemplos, son comparaciones patéticas que se han utilizado como elementos de ataque en este debate mediático.

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