Estimados Blogeros:
Hace un tiempo me referí a la situación ambivalente que se produce cuando los habitantes de Lima visitan las otras provincias del país. Por un lado exigen derechos que muchas veces no son respetados en esas provincias o son pasados por encima por los que brindan servicios o venden bienes, pero por otro lado los “limeños” suelen mostrar poses prepotentes basadas en aires de superioridad que les da ser “capitalinos”.
Curiosamenrte, esta situación no sólo se da con los habitantes de Lima respecto al resto del país sino que suele ser la actitud de quienes viven en capitales de países con pocos niveles de ciudadanía.
En mi perspectiva, esta bien exigir derechos pero también hay que cumplir deberes, uno de los cuales es tratar a los otros seres humanos como semejantes, esto es como conciudadanos.
A continuación, presento una crónica escrita en el Diario EL COMERCIO por Rafo Leon, en la que narra la actitud del turista limeño en provincias. Saquen sus propias conclusiones.
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Por Rafo León
¿Fue Óscar R. Benavides el autor del eslogan de los limeños? Puede ser, aunque en este momento ya no es importante el ‘copyright’. “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”, dicen que dijo quien lo haya dicho. Lo relevante es la sustancia de la frase, sobre todo cuando uno los ve a los paisanos en un contexto diferente al habitual de sus vidas (porque el cotidiano está protegido con garitas, tranqueras, alarmas eléctricas, cámaras de video y guachimanes). Conozco a una limeña de esas regias que les dan Ritalín a sus tres hijos porque es modernísimo, y van a la peluquería todas las mañanas, pues de otro modo se les adormecen las piernas. Acaba de regresar de Santiago, de visitar a su hermana. La encontré fascinada con la capital chilena, cada vez que vuelve de un viaje así es como si se recargara de algo que ella misma no sabe cómo se llama pero que su esposo lo dice sin vaselina: “Gracias a que hubo un Pinochet, Chile funciona”.
Mi conocida, sin embargo, no se mostraba esta vez del todo satisfecha, algo contrariaba su sonrisa y no era que los hilos rusos de las sienes se le estuvieran aflojando. Me contó, a mi pregunta, que como siempre había estado hospedada en la casa de su hermana, en el barrio La Dehesa, que es como decir La Molina solo que de a verdad. La hermana se había mudado hacía poco y todavía no estaba instalado el sistema de portero eléctrico de la cochera. “¿Tú sabes lo que hicieron los vecinos? ¡Fueron a la casa a protestar porque cuando yo llegaba en la camioneta, tocaba la bocina para que saliera la chola a abrirme! ¿Te puedes imaginar la neura? Y lo peor de todo fue que Claudia (la hermana) se puso del lado de ellos. Pucha, qué fuerte”. Pensé largamente en lo que acababa de escuchar y ahí fue que saltó el eslogan de los limeños. Mi amiga presuponía que al estar hospedada en un barrio a su altura, los vecinos eran esos amigos de quienes se espera todo, ni que una fuera una advenediza para que le apliquen la ley.
Mi amigo vasco Txema tiene un hermoso hotel en una capital de provincia selvática que, gracias al amor por la peruanidad oprimida que venimos experimentando, cada fin de semana largo recibe más y más limeños, y mi amigo Txema sueña la víspera que una plaga de ladillas con ruleros eléctricos le comienza a invadir todas las pilosidades del cuerpo, hasta que llegan. Pasadas las recientes Fiestas Patrias, Txema tuvo que tomarse un mes de vacaciones en la isla portuguesa de Madeira, y ni así pudo diluir el recuerdo de los limeños en el mostrador del hotel reclamando a gritos porque les habían sacado sus cosas del cuarto. “No les entra en la cabeza que en hotelería, en el mundo, en el planeta, en la galaxia, hay dos cosas que se llaman ‘check in’ y ‘check out'”. Txema cuenta historias espeluznantes de limeños que llegan a registrarse a las 10 de la mañana pero como el ‘check out’ es a las doce, el cuarto aún no está disponible. “Gritan lisuras, una mujeres lindas, rubias, flaquitas, con sus hijos pequeños, me mentan la madre como si yo hubiera inventado el sistema. Algunos llegan a llamar por el celular a sus primos empresarios, o viceministros, para quejarse, es de locos tu país, es de manicomio”.
Igual, el último día del paseo los limeños salen temprano y no regresan sino hasta las siete de la noche, porque sus vuelos parten a las ocho. Pero como el ‘check out’ es a las doce y la habitación ya estaba reservada, el personal tuvo que sacar sus cosas y acomodarlas en bodega. “Ahí sí loquean, quieren que venga la policía, pero la de Lima porque en la local no confían; juran que nunca más vuelven a ‘esta ciudad de… aaaaag’. Al final, nunca regresan y yo por mi parte lo agradezco… aunque siempre termino olvidando que son una especie y que de esos quedan más, y ahora que les encanta el Perú…”. Txema la última vez se molestó mucho con una familia limeña que se la hizo con lo del ‘check out’. La madre del clan, muy cariñosa, le puso luego un e-mail, que mi amigo me reenvió: “Tú como extranjero qué pensarás en cómo somos los limeños, necios, malcriados, renegones. Yo te voy a dar una explicación: somos así porque Wong nos engríe”. Para los otros la ley del ‘check in’, para mí, todo. Limeños son y así serán.
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