A propósito de la próxima contienda jurídica entre Perú y Chile para resolver el problema de la frontera maritima (que debió quedar clara desde el Tratado de Ancón y los posteriroes acuerdos de principios del siglo XX), me ha parecido sumamente importante poner a vuestra disposición dos artículos de José Rodríguez Elizondoun (chileno que ha estudidado la relación perú-chile por años y ha publicado un importante libro de análisis sobre esa relación). El primero (publicado en el Diario Chileno La Tercera el 13.01.2008) hace referencia a la posición peruana -y em concreto a Alan Wagner- respecto al aspecto maritimo que ahora esta en manos de los Jueces de la CIJ en La Haya, mientras que el segundo (publicado el 13.01.2007) explora la relación con Bolivia que necesariamente pasa por un acuerdo con Perú.
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Wagner y AntiWagner
(13.01.2007)
La designación de Allan Wagner como agente peruano ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), fue una movida óptima de Alan García. Algún nacionalista limeño lo objetó por ser demasiado “prochileno”, pero rápido llegó nuestro antídoto. Aquí lo mentaron como modelo de antichilenidad.
El real mérito de la designación de Wagner está en la simbiosis de su currículo con la estrategia político-diplomática-jurídica de Torre Tagle. Entre 1978 y 1979 fue un caballeroso y baleado diplomático en nuestro país. De vuelta a Lima conoció las inquietudes de la Marina peruana y los estudios del embajador Juan Miguel Bákula sobre la frontera marítima con Chile.
En 1986 vino como canciller de García, con Bákula como asesor, para plantear una negociación “equitativa” sobre esa frontera. Retomó el tema como canciller de Alejandro Toledo, a comienzos del milenio y lo mismo hizo, hasta hace un mes, como Ministro de Defensa y colega del canciller José A. García Belaúnde.
Tal currículo muestra, de refilón, que la estrategia peruana tiene varias décadas de pulimiento. Su objetivo fue revisar los compromisos de todos los gobiernos y comisiones técnicas que, desde 1952, aprobaron tratados sobre frontera marítima con Chile, omitiendo la superposición de proyecciones y levantando faros de enfilamiento en la línea del paralelo del Hito 1.
Presunto detonante fue “el abrazo de Charaña”, en 1975. De ahí pudo surgir la percepción de que, reivindicando parte del océano, el Perú zafaría de un aspecto incómodo del Tratado de 1929: dar o negar la aprobación a Chile, para que Bolivia salga al Pacífico por territorio ex peruano.
Tal estrategia partió orientada hacia la negociación y, en su defecto, la demanda ante la CIJ. Su puesta en marcha implicó negar la existencia de tratados específicos de frontera marítima, asumir los principios de la Convención del Mar (aunque el Perú no sea parte) y contratar a los mejores especialistas internacionales en controversias limítrofes. Todo esto con un gran manejo de los tiempos, hasta con retrocesos tácticos, para que la CIJ se identificara con la solución y no con la creación de un conflicto.
De paso, esa estrategia se benefició con la alta inversión chilena en el Perú (los conflictos desmadrados espantan a los empresarios) y las enseñanzas del Beagle. Sobre este caso, los estudiosos observaron dos cosas: la vinculación que hizo Argentina entre CIJ y casus belli y la flexibilidad que exhibió Pinochet en materia de delimitaciones marítimas, incluso asumiendo la tesis de la equidistancia.
Queda claro, entonces, lo inútil de levantar un “antiWagner”. El agente peruano está donde está porque fue actor relevante de una estrategia compleja y de plazo largo. Aquí no tenemos un actor equivalente, pues ni siquiera conocemos la importante obra gruesa de Bákula y, en vez de contraestrategia, tuvimos tácticas defensivas y una sobrerreacción episódica en 2005.
Por eso, el Perú ganó el primer tiempo al implantar la “solución CIJ” sin crear un casus belli. Entenderlo significa que, para empatar en el segundo tiempo, necesitamos una estrategia integral de emergencia. De no hacerlo, volveremos a enfrentar el riesgo de hacer de la carencia virtud. Es decir, querer creer que bastará con soltar bravatas y sintonizar a nuestros abogados, para convencer a la CIJ.
Cumpliendo nuestro antipático rol de siempre, los aguafiestas advertimos contra esa autocomplacencia. En este momento los chilenos debemos asumir el mundo real y las tres cosas que en él no existen: el Derecho Internacional Absoluto, el Tratado Invulnerable y los jueces obligados a darnos toda la razón.
El mar pasa por Perú
(23.03.2006)
Estamos viviendo un momento entusiasmante y delicado con Bolivia. Lo primero, porque, tras las crisis del sexenio pasado, los dioses de la polémica están cansados y la opinión pública binacional disfruta del carisma andino de Evo Morales y la calidez humana de Michelle Bachelet. Todos entienden que es mejor conversar sobre la aspiración marítima boliviana desde la amistad formalizada -con relaciones diplomáticas- que desde la enemistad informal que nos manifestara Carlos Mesa.
Pero como solía advertir el ex canciller Carlos Martínez Sotomayor, para no reincidir en el error estratégico de crear expectativas infundadas, lo delicado está en regular los entusiasmos. Así lo recordó ayer el canciller Alejandro Foxley, al apuntar que “para no frustrar a nuestros pueblos” no hay que confundir una meta con un primer paso.
Aun aceptando que el Tratado de 1904 es revisable de común acuerdo (intangible sólo es la divinidad), nadie debe olvidar los dos puntos básicos de cualquier negociación: a) una salida “soberana y útil” para Bolivia sólo podría hacerse por territorios ex peruanos y b) para ceder esos territorios no nos mandamos solos: requerimos la voluntad de Perú, en virtud de una cláusula del Tratado de 1929 propuesta, al parecer, por el ex canciller chileno Conrado Ríos Gallardo.
Para no volver a los exasperantes juegos del pasado, debemos recordar que el “abrazo de Charaña” de 1975, con militares gobernando en los tres países concernidos, marcó un momento de máximo sinceramiento. En lo principal, mostró que Chile podía negociar una salida soberana al mar para Bolivia. Pero también mostró, de manera simultánea, que el Perú rechazaba la alternativa simple de decir “sí o no”. Su gobernante, el general Francisco Morales Bermúdez, aprovechó la coyuntura para manifestar aspiraciones propias sobre Arica, bajo la forma de un polo de desarrollo trinacional.
Por cierto, la creación de expectativas infundadas se vincula con la carencia de una doctrina nacional en forma respecto de la pretensión de Bolivia. A fines del sexenio pasado, tal déficit se manifestó en la invocación de la bilateralidad como una suerte de dogma diplomático y en la relativa pasividad de los partidos de la Concertación ante las visitas de Ricardo Lagos a Bolivia y de Evo Morales a Chile.
Por ese vacío se coló la manifestación con que nuestra minoritaria izquierda extrasistémica recibió al Presidente boliviano. Ese 10 de marzo, con el terreno político a su disposición, cinco mil personas lo ovacionaron y su eslogan “mar para Bolivia” recorrió el mundo. Muchos chilenos se sorprendieron ante tan estupendo regalo internacionalista. La sorpresa aumentó cuando el ex jefe naval y senador UDI, Jorge Arancibia, se manifestó dispuesto a negociar una salida soberana al mar.
En rigor, la izquierda extrasistémica sólo demostró que no tenemos una posición monolítica sobre un tema “duro” de conquista y soberanía. Sin embargo, el canciller boliviano, David Choquehuanca, entendió su gesto como una posición global del “pueblo chileno”, concordante con “el apoyo total” que recibieron de los otros invitados a la transmisión del mando. El Presidente Morales, por su lado, ya comunicó a sus diplomáticos que las relaciones con Chile deben vincularse a la solución del problema marítimo.
Por lo señalado, y aunque la emergencia de Ollanta Humala parezca una mala señal, Chile debiera explorar la posibilidad previa de una política común con el Perú. Al respecto, es sabio el reconocimiento anterior del ex canciller Gabriel Valdés sobre la “trilateralidad” del problema. También es preciso estudiar la conveniencia de someter cualquier eventual acuerdo a la ratificación ciudadana, como dijo el diputado y ex diplomático Jorge Tarud.
En definitiva, nuestra Presidenta tendrá que persuadir a su colega Morales de que el restablecimiento de relaciones diplomáticas es un must para Chile, pero no nos permite ir más allá de lo que es legal y políticamente posible. El espacio decisorio es estrecho para expectativas demasiado anchas.
3 Comentarios
La actitud peruana frente al diferimiento marítimo ha sido correcta y civilizada, y muestra la tradición de la actitud del Estado peruano en relación a los conflictos territoriales con los países vecinos.
La reacción chilena lamentablemente cae en la tradición historia del Estado chileno: prepotencia, reacción sobredimensionada y desinformación a su población, tomando como carta bajo la manga la presión bélica (¿capaz sea un tema cultural vinculado a la situación de la Capitanía General en relación al Virreinato del Perú?). Me pregunto ¿porque un país que ha progresado tanto económicamente no lo ha hecho en reconocimiento de los errores de su pasado y en capacidad para resolver sus problemas internacionales de maneras apegadas a derecho?
Respecto a Bolivia, creo que además de haber extraviado su futuro, no ha entendido claramente que su salida al mar ya no es una reivindicación de hecho sino un acuerdo futuro de derecho, que pasa –lamentablemente para nosotros- por una intervención peruana sobre la base de su derecho a antiguos territorios que le pertenecieron. Bolivia perdió el mar cuando abandonó al Perú luego de la Batalla del Alto de la Alianza.