Archivo de la categoría: Joyas

Itaca

Itaca

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Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

kavafis

Poema de los dones. Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges

 

Poema de los dones

 

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Lee todo en: Poema de los dones – Poemas de Jorge Luis Borges http://www.poemas-del-alma.com/poema-de-los-dones.htm#ixzz30sQA2rmF

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LAS PALABRAS. Octavio Paz

   LAS PALABRAS

 

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

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Decir, hacer. Octavio Paz

Decir, hacer

Octavio Paz

 

Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.

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Memoria de Electra. Mariela Dreyfus

Memoria de Electra
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Soy un hombre.
He construido un templo
donde mi virilidad no tiene límites.
Cinco vírgenes me rodean
de día las desnudo al contemplarlas
de noche cubro sus cuerpos
con mi semen angustioso y renovado.
Esta necesidad
me viene de muy niño;
cuando intentaba soñar
me despertaban los gemidos
de mi madre y de su amante.
Pero soy un hombre.
Que nadie se atreva
a profanar mis reinos.

Mariela Dreyfus (Lima, Perú, 1960)
de  Memorias de Electra, 1984

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‘Si te quedas en mi país’. Enrique Verástegui

Si te quedas en mi país

Enrique Verástegui

 

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En mi país la poesía ladra
suda orina tiene sucias las axilas.
La poesía frecuenta los burdeles
escribe cantos silba danza mientras se mira
ociosamente en la toilette
y ha conocido el sabor dulzón del amor
en los parquecitos de crepé
bajo la luna
de los mostradores.Pero en mi país hay quienes hablan con su botella de vino
sobre la pared azulada.Y la poesía rueda contigo de la mano
por estos mismos lugares que no son los lugares
para filmar una canción destrozada.
Y por la poesía en mi país
si no hablaste como esto
te obligan a salir
en mi país
no hay donde ir
pero tienes que ir saliendo
como el acné en el cascarón rosado.
Y esto te urge más que una palabra perfecta.En mi país la poesía te habla
como un labio inquietante al oído
te aleja de tu cuna culeca
filma tu paisaje de Herodes
y la brisa remece tus sueños
–la brisa helada de un ventilador.
Porque una lengua hablará por tu lengua.
Y otra mano guiará a tu mano
si te quedas en mi país.
En los extramuros del mundo, 1971.

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El cuervo. Edgard Allan Poe

El cuervo

Edgard Allan Poe

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Una vez, en una taciturna media noche,

mientras meditaba débil y fatigado,

sobre un curioso y extraño volumen

de sabiduría antigua,

mientras cabeceaba, soñoliento,

de repente algo sonó,

como el rumor de alguien llamando

suavemente a la puerta de mi habitación.

>> Es alguien que viene a visitarme – murmuré

y  llama a la puerta de mi habitación.

Sólo eso, nada más. <<

Ah, recuerdo claramente

que era  en el negro Diciembre.

Y que cada chispazo de los truenos hacía

danzar en el suelo su espectro.

Ardientemente deseaba la aurora;

vagamente me proponía extraer

de mis libros una distracción para mi tristeza,

para mi tristeza para mi Leonor perdida,

la rara y radiante joven

a quien los ángeles llamaban Leonor,

para quien, aquí, nunca más habrá nombre.

Y el incierto y triste crujir de la seda

de cada cortinaje de púrpura

me estremecía, me llenaba

de fantásticos temores nunca sentidos,

por lo que, a fin de calmar los latidos

de mi corazón, me embelesaba repitiendo:

>> Será un visitante que quiere entrar

y  llama a la puerta de mi habitación.

Algún visitante retrasado que quiere entrar

y  llama a la puerta de mi habitación.

Eso debe ser, y nada más <<.

De repente, mi alma, se revistió de fuerza;

y  sin dudar más

dije:

>> Señor, o señora,

les pido en verdad perdón;

pero lo cierto es que me adormecí y

habéis llamado tan suavemente

y  tan débilmente habéis llamado

a la puerta de mi habitación

que no estaba seguro de haberos oído <<.

Abrí la puerta.

Oscuridad y nada más.

Mirando a través de la sombra,

estuve mucho rato maravillado,

extrañado dudando, soñando más sueños que

ningún mortal se habría atrevido a soñar,

pero el silencio se rompió

y la quietud no hizo ninguna señal,

y  la única palabra allí hablada fue

la palabra dicha en un susurro >>¡Leonor!<<.

Esto dije susurrando, y el eco respondió

en un murmullo la palabra >>¡Leonor!<<.

Simplemente esto y nada más.

Al entrar de nuevo en mi habitación,

toda mi alma abrasándose,

muy pronto de nuevo, oí una llamada

más fuerte que antes.

>> Seguramente -dije-, seguramente es

alguien en la persiana de mi ventana.

Déjame ver, entonces, lo que es,

y resolver este misterio;

que mi corazón se calme un momento

y averigüe este misterio.

¡ Es el viento y nada más.<<

Empujé la ventana hacia afuera,

cuando, con una gran agitación

y movimientos de alas

irrumpió un majestuoso cuervo

de los santos días de antaño.

No hizo ninguna reverencia;

no se paró ni dudó un momento;

pero, con una actitud de Lord o de Lady,

trepó sobre la puerta de mi habitación,

encima de  un busto de Blas,

encima de la puerta de mi habitación.

Se posó y nada más.

Entonces aquel pájaro de ébano,

induciendo a sonreír mi triste ilusión

a causa de la grave y severa

solemnidad de su aspecto.

>> Aunque tu cresta sea lisa y rasa

-le dije-, tú no eres un cobarde <<.

Un torvo espectral y antiguo cuervo,

que errando llegas de la orilla de la noche.

Dime: >> ¿Cual es tu nombre señorial

en las orillas plutónicas de la noche?

El cuervo dijo: >> Nunca más <<.

Me maravillé al escuchar aquel desgarbado

volátil expresarse tan claramente,

aunque su respuesta tuviera

poco sentido y poca oportunidad;

porque hay que reconocer

que ningún humano o viviente

nunca  se hubiera preciado de ver

un pájaro encima de la puerta de su habitación.

Con un nombre como >> Nunca más <<.

Pero el cuervo, sentado en solitario

en el plácido busto, sólo dijo

con aquellas palabras, como si con ellas

desparramara su alma.

No dijo entonces nada más,

no movió entonces ni una sola pluma.

Hasta que yo murmuré: >> Otros amigos

han volado ya antes  <<.

En la madrugada me abandonará,

como antes mis esperanzas han volado.

Entonces el pájaro dijo: >> Nunca más <<.

Estremecido por la calma,

rota por una réplica tan bien dada,

dije: >> Sin duda <<.

Esto que ha dicho

es todo su fondo y su bagaje,

tomado de cualquier infeliz maestro

al que el impío desastre

siguió rápido y siguió más rápido

hasta que sus acciones fueron

un refrán único.

Hasta que los cánticos fúnebres

de su esperanza, llevaran la melancólica carga de

>> Nunca – nunca más <<.

Pero el cuervo, induciendo todavía

mi ilusión a sonreír,

me impulsó a empujar de súbito

una silla de cojines delante del pájaro,

del busto y la puerta;

entonces, sumergido en el terciopelo,

empecé yo mismo a encadenar

ilusión tras ilusión, pensando

en lo que aquel siniestro pájaro de antaño

quería decir al gemir >> Nunca más <<.

Me senté, ocupado en averiguarlo,

pero sin pronunciar una sílaba

frente al ave cuyos fieros ojos, ahora,

quemaban lo más profundo de mi pecho;

esto y más conjeturaba,

sentado con la cabeza reclinada cómodamente.

Tendido en los cojines de terciopelo

que reflejaban la luz de la lámpara.

Pero en cuyo terciopelo violeta,

reflejando la luz de la lámpara,

ella no se sentará ¡ ah, nunca más!

Entonces, creo, el aire se volvió

más denso, perfumado por un invisible incienso

brindado por serafines cuyas pisadas

sonaban en el alfombrado.

>> Miserable -grité-. Tu dios te ha permitido,

a través de estos ángeles te ha dado un descanso.

Descanso y olvido de las memorias de Leonor.

Bebe, oh bebe este buen filtro,

y olvida esa Leonor perdida.

El cuervo dijo: >> Nunca más <<.

>> Profeta -dije- ser maligno,

pájaro o demonio, siempre profeta,

si el tentador te ha enviado,

o la tempestad te ha empujado hacia estas costas,

desolado, aunque intrépido,

hacia esta desierta tierra encantada,

hacia esta casa tan frecuentada

por el honor. Dime la verdad, te lo imploro.

¿ Hay, hay bálsamo en Galad? ¡Dime,

dime, te lo ruego ! <<.

El cuervo dijo: >> Nunca más <<.

>> Profeta -dije-, ser maligno,

pájaro o demonio, siempre profeta,

por ese cielo que se cierne sobre nosotros,

por ese dios que ambos adoramos,

dile a esta pobre alma cargada

de angustia, si en el lejano Edén

podré abrazar a una joven santificada

a quien los ángeles llaman Leonor,

abrazar a una  preciosa y radiante

doncella a quien los ángeles llaman Leonor <<.

El cuervo dijo: >> Nunca más <<.

>> Que esta palabra sea la señal de nuestra separación,

pájaro o demonio – grité

incorporándome.

¡ Vuelve a la tempestad

y la ribera plutoniana de la noche!

No dejes ni una pluma negra como prenda

de la mentira que ha dicho tu alma.

¡ Deja intacta mi soledad!

¡ Aparta tu busto de mi puerta!

¡ Aparta tu pico de mi corazón,

aleja tu forma de mi puerta! <<.

El cuervo dijo: >> Nunca más <<.

Y el cuervo sin revolotear, todavía posado,

todavía posado,

en el pálido busto de Palas

encima de la puerta de mi habitación,

sus ojos teniendo todo el parecido

del demonio en que está soñando,

y  la luz de la lámpara que le cae encima,

proyecta en el suelo su sombra.

Y mi alma, de la sombra que yace flotando

en el suelo no se levantará…

¡ Nunca más !

 

Fuente: http://www.literaberinto.com/vueltamundo/cuervopoe.htm

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Llamado a algunos doctores. José María Arguedas

Llamado a algunos doctores

Por: José María Arguedas

Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.

Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un toro grande al que se degüella, que por eso es impertinente.

Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros, doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven amarillos.

Que estén hablando, pues: que estén cotorreando, si eso les gusta.

¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne de mi corazón?

Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.

Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi carne.

¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?

Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris y alumbran.

Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor uy de las aves pequeñas.

Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos.

En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.

Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas que te han hundido. El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de la nieve rojiza, de espantado, brilla en las cumbres. El jugo feliz de los millares de yerba, de millares de raíces que piensan y saben, derramaré tu sangre, en la niña de tus ojos.

El latido de miradas de gusanos que guardan tierra y luz; el vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré hermano, haré que los entiendas. Las lagrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que la aurora, haré que las sientas y las oigas.

Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que gozar del mundo gozo. Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis fuerzas hicimos todo eso.

No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte? Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes.

Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo, te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata el mundo, te refrescare con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que templan con su sombra a nuestras criaturas.

¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?

No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí, acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.

Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.

No tememos a la muerte, durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos.

Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.

O sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia, somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas ¿es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?

No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.

***

Arguedas escribió el poema “Llamado a algunos doctores” originalmente en quechua. La versión castellana –del autor mismo- se publicó en El Comercio de Lima, el 10 de julio de 1966. La versión original apareció el 17 de julio de 1966 en el mismo rotativo.

José María Arguedas (Perú, 1911-1969)

Escritor y antropólogo peruano. Su labor como novelista, como traductor y difusor de la literatura quechua, y como antropólogo y etnólogo, hacen de él una de las figuras claves entre quienes han tratado, en el siglo XX, de incorporar la cultura indígena a la gran corriente de la literatura peruana escrita en español desde sus centros urbanos. En ese proceso sigue y supera a su compatriota Ciro Alegría. La cuestión fundamental que plantean estas obras, pero en especial la de Arguedas, es la de un país dividido en dos culturas —la andina de origen quechua, la urbana de raíces europeas— que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su visión. Nacido en Andahuaylas, en el corazón de la zona andina más pobre y olvidada del país, estuvo en contacto desde la cuna con los ambientes y personajes que incorporaría a su obra. La muerte de su madre y las frecuentes ausencias de su padre abogado, le obligaron a buscar refugio entre los siervos campesinos de la zona, cuya lengua, creencias y valores adquirió como suyos. Como estudiante universitario en San Marcos, empezó su difícil tarea de adaptarse a la vida en Lima sin renunciar a su tradición indígena, viviendo en carne propia la experiencia de todo trasplantado andino que debe aculturarse y asimilarse a otro ritmo de vida. En los tres cuentos de la primera edición de Agua (1935), en su primera novela Yawar fiesta (1941) y en la recopilación de Diamantes y pedernales (1954), se aprecia el esfuerzo del autor por ofrecer una versión lo más auténtica posible de la vida andina desde un ángulo interiorizado y sin los convencionalismos de la anterior literatura indigenista de denuncia. En esas obras Arguedas reivindica la validez del modo de ser del indio, sin caer en un racismo al revés. Relacionar ese esfuerzo con los planteamientos marxistas de José Carlos Mariátegui y con la novelística políticamente comprometida de Ciro Alegría ofrece interesantes paralelos y divergencias. La obra madura de Arguedas comprende al menos tres novelas: Los ríos profundos (1956), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971); la última es la novela-diario truncada por su muerte. De todas ellas, la obra que expresa con mayor lirismo y hondura el mundo mítico de los indígenas, su cósmica unidad con la naturaleza y la persistencia de sus tradiciones mágicas, es Los ríos profundos. Su mérito es presentar todos los matices de un Perú andino en intenso proceso de mestizaje. En Todas las sangres, ese gran mural que presenta las principales fuerzas que luchan entre sí, pugnando por sobrevivir o imponerse, recoge el relato de la destrucción de un universo, y los primeros balbuceos de la construcción de otro nuevo. Otros relatos como “El sexto” (1961), “La agonía de Rasu Ñiti” (1962) y “Amor mundo” (1967) complementan esa visión. El proceso de adaptación a la vida en Lima nunca fue del todo completado por Arguedas, cuyos traumas acarreados desde la infancia lo debilitaron psíquicamente para culminar la lucha que se había propuesto, no sólo en el plano cultural sino también en el político. Esto y la aguda crisis nacional que el país empezó a sufrir a partir de 1968, lo empujaron al suicidio, que no hizo sino convertirlo en una figura mítica para muchos intelectuales y movimientos empeñados en la misma tarea política.

***

Datos del autor en: El poder de la palabra

Fuente: http://www.letrasdechile.cl/mambo/index.php?option=com_content&task=view&id=1609&Itemid=43 Sigue leyendo

La escuelita. Nicomedes Santa Cruz

LA ESCUELITA

A cocachos aprendí
mi labor de colegial
en el Colegio Fiscal
del barrio donde nací.

Tener primaria completa
era raro en mi niñez
(nos sentábamos de a tres
en una sola carpeta).
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron “mano´e fierro”,
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.

Juguetón de nacimiento,
por dedicarme al recreo
sacaba Diez en Aseo
y Once en Aprovechamiento.
De la Conducta ni cuento
pues, para colmo de mal
era mi voz general
“¡chócala pa la salida!”
dejando a veces perdida
mi labor de colegial.

¡Campeón en lingo y bolero!
¡Rey del trompo con huaraca!
¡Mago haciéndome “la vaca”
y en bolitas, el primero…!
En Aritmética, Cero.
En Geografía, igual.
Doce en examen oral,
Trece en examen escrito.
Si no me “soplan” repito
en el Colegio Fiscal.

Con esa nota mezquina
terminé mi Quinto al tranco,
tiré el guardapolvo blanco
(de costalitos de harina).
Y hoy, parado en una esquina
lloro el tiempo que perdí:
los otros niños de allí
alcanzaron nombre egregio.
Yo no aproveché el Colegio
del barrio donde nací…

Nicomedes Santa Cruz Sigue leyendo

Nadie Nos Dice de Blanca Varela

Nadie Nos Dice

Nadie nos dice cómo
voltear la cara contra la pared
y
morirnos sencillamente
así como lo hicieron el gato
o el perro de la casa
o el elefante
que caminó en pos de su agonía
como quien va
a una impostergable ceremonia
batiendo orejas
al compás
del cadencioso resuello
de su trompa
sólo en el reino animal
hay ejemplares de tal
comportamiento
cambiar el paso
acercarse
y oler lo ya vivido
y dar la vuelta
sencillamente
dar la vuelta

Blanca Varela
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