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MANIFIESTO CONTRA EL OLVIDO. Entrevista a Nelson Manrique

MANIFIESTO CONTRA EL OLVIDO

Entrevista a Nelson Manrique

Por Toño Angulo Daneri*

El hombre, que es maestro universitario, habla con parsimonia y con la voz muy baja, sin inflexiones de orador ni aires de profeta, como un padre paciente que escucha las preguntas de su hijo y le va soltando algunas ideas para que el niño encuentre sus propias respuestas, no hoy, tal vez mañana, en la lúcida soledad de una tarde. Viste unos jeans gastados y una chompa que apenas lo protege de la neblina limeña, y hay en su atuendo minimalista y en sus lentes de carey una modestia que algunos podrían entender como un manifiesto de su generación –la de los soñadores del 70, la del mayo francés del 68 que él conoció ya en su resaca–, pero no es así. El historiador Nelson Manrique habita en sus ideas, y son sus ideas furibundas las que se elevan sobre su aspecto de tipo común, que saca a pasear su perro de raza pastor alemán y toca huainos andinos en una guitarra, paradoja que se reserva por ser él quien mejor ha estudiado el racismo encubierto y retorcido de los peruanos.

Hace poco, quien esto escribe leyó El tiempo del miedo: la violencia política en el Perú 1980-1996, libro reciente en el que Manrique vuelve a acometer lo que mejor sabe: con prosa sobria y sin aspavientos, como su hablar de maestro universitario, propone una tesis explosiva sobre las causas que dieron origen y permitieron la veloz expansión de Sendero Luminoso. La tesis de Manrique es sencilla: si Sendero expresó la conciencia de la exclusión a la que están sometidos muchos peruanos –cuando se dieron cuenta de que ésta no respondía a una situación natural, sino que podía ser cambiada–, todavía no se puede celebrar la derrota definitiva de la violencia organizada en el país. “Una venda puesta sobre la herida no cura la infección”, dice él en voz baja y parece que no hubiera dicho nada. Pero tampoco es así: ésta es su forma de soltar una idea en la que todos deberíamos pensar, no hoy, tal vez mañana, en la lúcida y necesaria soledad de una tarde.

Mientras muchos peruanos celebran los 10 años de la captura de Abimael Guzmán, usted publica un libro para recordarnos que la exclusión y el racismo son causas estructurales de la violencia política en el Perú que no han desaparecido. ¿Es necesario hacer este papel de aguafiestas?

Es imprescindible. Existe la ilusión de que lo ocurrido en los años 80 y 90 se debió a la locura de un grupo de psicópatas, pero el estallido de esa violencia fue, en realidad, el encadenamiento de un conjunto de crisis. A un Estado excluyente, que desde la Independencia se formó marginando a las mayorías, que no consideraba peruanos a los indios, se sumaron la crisis del proyecto de modernización impulsado por Velasco, que no cambió la sociedad peruana pero generó expectativas que no llegaron a ser resueltas; la crisis económica, con más de 25 años de antigüedad, y la crisis de representación política que seguimos viviendo. Por todo esto, pensar que porque se capturó a Guzmán se solucionó el problema es tapar el Sol con un dedo.

Algunos senderólogos dicen, sin embargo, que es inútil volver a hablar de Sendero Luminoso porque un fenómeno así es irrepetible.

Yo concuerdo, pero no olvido que Sendero fue sólo una manifestación de las infinitas formas que puede tomar la violencia. No creo que Sendero resucite, pero sin duda queda el espacio abierto para otros proyectos.

¿De violencia política? ¿No pueden ser las pandillas juveniles o las barras bravas la nueva forma de violencia organizada en el Perú?

La transformación de unas formas a otras es continua. La aparición de barras bravas y pandillas tiene una dimensión de frustración –la de no encontrar un lugar o no poder insertarse en el sistema–, pero también una necesidad muy profunda de pertenencia. La hipótesis es que los jóvenes que en los 80 daban sentido a su existencia incorporándose a un proyecto que les prometía cambiar el Perú y el mundo y firmaban cartas de sujeción al Presidente Gonzalo para poner sus vidas al servicio de la revolución, ahora buscan ese sentido en cosas más modestas, como romperle el alma a los de Universitario si se trata de un aliancista, o viceversa.

Igual es violencia indiscriminada, ¿no?, porque cualquiera puede ‘acabar pagando el pato’, como se dice.

En los años 70 había una ideología que necesitaba de la violencia, es decir, una ideología que consideraba que no había manera de cambiar el Perú dentro del la institucionalidad existente pues todos los mecanismos democráticos estaban viciados, de modo que la única posibilidad de cambio era a través de la violencia. Ahora yo diría que la situación es inversa: tenemos una violencia que está en busca de una ideología, una violencia que sigue latente y que en algunos países se expresa en xenofobia, en la defensa de la raza aria o del país contra los invasores.

O sea que en algunos países esta violencia ya encontró ideología.

Lo que pasa es que en el Perú, como somos los leprosos del orden mundial, la xenofobia no se manifiesta. Pero hasta en países a los que acostumbramos ver por encima del hombro, como Bolivia, ha surgido una xenofobia antiperuana tremenda. Esto tiene que ver con un orden internacional que es esencialmente marginador, segregacionista.

Si las expresiones de violencia en el Perú están en busca de una ideología, y esta no será la xenofobia, ¿cree posible un resurgimiento del marxismo-leninismo o del maoísmo, aun sin Sendero ni el MRTA?

Pienso que no. Primero, porque son ideologías que surgieron con la sociedad industrial de masas, que cada vez responden menos al nuevo tipo de orden mundial que está emergiendo, y, segundo, porque su implementación práctica en el siglo XX demostró fallas de fondo: ninguna de las revoluciones hechas en nombre del proletariado fue en favor de los trabajadores. Sin excepción, todas dieron lugar a regímenes gobernados por burocracias despóticas en lo político e ineficientes en lo económico.

Pero es curioso que en algunos países de América Latina, como Brasil, e incluso en Europa, la izquierda ha vuelto a tener una especie de hipo de resurgimiento.

Sólo en la medida en que puede reciclarse, porque es una izquierda que ya no piensa en la dictadura del proletariado, sino que está por la humanización del mercado. Reconoce la necesidad del mercado, pero piensa en la viabilidad a largo plazo de la Tierra y, claro, defiende los derechos ciudadanos. Se opone al pensamiento neoliberal, al orden excluyente que se empeña en construir el neoliberalismo, pero ya no es más la izquierda de los 70.

Una de sus tesis más interesantes es que la conciencia de la exclusión es más poderosa que la pobreza a la hora de generar violencia.

La pobreza remite a una desigualdad en torno al eje socioeconómico. En una sociedad democrática y meritocrática, el pobre asume que con sus méritos, si tiene la inteligencia o la habilidad suficientes y pone empeño, puede cambiar su condición de pobreza: existe la ilusión de ascender socialmente y para eso lucha por educación y mayor acceso a oportunidades. Pero la exclusión étnica y racial elimina toda posibilidad de movilidad social.

Es como nacer con un sello natural que se llevará de por vida.

Exacto. Ahí donde el orden se presenta como natural porque las desigualdades se atribuyen a la biología, se cierra el espacio a cualquier tipo de movilidad social. Este mecanismo funcionó eficientemente en el Perú oligárquico, porque estaba acompañado de aparatos institucionales que permitían reproducirlo.

Como la Igle sia.

La Iglesia y el gamonalismo, que tenían sujetos a los indígenas, inmóviles en su condición de excluidos. No es casualidad que el gamonalismo empleara un cierto grado de paternalismo para infantilizar a los indios, para convertirlos en menores de edad: los indios eran los ‘hijos’ y el patrón, el ‘taita’, el ‘papay’. Y por eso existían leyes tutelares para los indios: en tanto no eran personas adultas –es decir, no eran ciudadanos–, había que ejercer tutela sobre ellos, en teoría, para defenderlos. Ahora bien, los propios discriminados se creían este discurso (el mejor ejemplo es que, hasta ahora, hay campesinos que piden a antropólogos o ingenieros anglosajones que tengan relaciones sexuales con sus hijas para tener un nieto gringo o, más claramente, para ‘mejorar la raza’). Si el propio discriminado interiorizaba su condición, el orden funcionaba.

Cada quien sabía cuál era su sitio.

Esto ha cambiado en los últimos 50 años. Las bases objetivas sobre las que se reproducía el racismo fueron minadas: se acabaron las haciendas, ya no hay gamonales, los indios ya no tributan por ser indios, hay migración permanente a través de las nuevas vías de comunicación. De un país que tenía el 65% de su población dedicada al agro, ahora tiene un 28%.

Ya nadie sabe cuál es su sitio.

A esto se sumaron los intentos de reforma de Velasco que, sobre todo a través de la educación, se centraron en un discurso igualitario y democrático: todos somos iguales ante la ley y todos tenemos derechos ciudadanos. Los sectores sociales que tradicionalmente habían sido marginados fueron incorporados masivamente a los colegios. Entonces, cuando se descubrió que la exclusión –que antes era vista como un orden natural– era producto de la acción humana y, por lo tanto, posible de ser cambiada, se volvió insoportable.

Cambió la posición social de la gente, pero no su forma de pensar. ¿Los gamonales quisieron seguir siendo gamonales?

Así es. Como historiador, puedo decir que este es un fenómeno que aparece frecuentemente en la historia: por lo general, los cambios objetivos son más rápidos que los cambios subjetivos. En otras palabras, las cosas se modifican a mucha mayor velocidad que la forma en que las vemos, y si no eres capaz de ver la nueva realidad objetiva, tarde o temprano te vas a romper el alma. Este fue el principal caldo de cultivo que nutrió la violencia en el Perú, que podría volver a manifestarse si creemos que por poner una venda en la herida hemos curado la infección.

Lo peor es que esa ceguera gamonalista está de regreso: hay gente que se vuelve a reír de los derechos humanos, que se burla de la Comisión de la Verdad.

Es la ilusión de que la violencia fue un mal sueño: entonces salimos del sueño y volvemos al lindo país que antes teníamos. Siempre uno se puede conseguir un país imaginario, pero ya vemos lo que ha pasado en Argentina: el despertar es terriblemente doloroso.

La tendencia a la frivolidad es fuerte, ¿no? Como ya no hay apagones ni coches-bomba, uno se puede quedar en la calle hasta tarde, las fiestas han vuelto a ser lo que eran antes, las discotecas y los cines andan llenos.

Me encanta tener luz, tener agua, poder ir al cine, pero también debería ser mi obligación pensar en el mundo que le estoy dejando a mis hijos. Así como no me puedo farrear toda mi fortuna sin pensar en lo que viene después, tampoco puedo desperdiciar las nuevas oportunidades que se le han abierto al país sin pensar en el futuro. La ilusión de un país que puede mantenerse sobre una capa muy reducida de consumidores, marginando a la mayoría, puede parecer viable como modelo econométrico, pero es inviable socialmente porque todos vivimos en el mismo territorio, nos guste o no nos guste. Toda exclusión, a la larga, es un barril de pólvora.

¿En qué sí hemos cambiado?

A mí me parece positivo que el tema del racismo se discuta ahora. Hace pocos años, aun en el ambiente académico, que se supone más avanzado, tocar la discriminación racial despertaba indignaciones: “Racistas los sudafricanos o los estadounidenses; nosotros, no. En el Perú todos somos mestizos, aquí no hay razas”.

Pero con la variedad de colores que tenemos, ¿el mestizaje biológico no ha solucionado el problema?

El mestizaje biológico nunca fue democrático, porque inicialmente se trataba de una violación: hombres blancos contra mujeres indias o negras. Además, la discriminación se sigue dando aun entre los propios mestizos. Después del fútbol, el deporte más popular en el Perú es el choleo: tú me choleas, yo te choleo, todos nos choleamos.

No queremos vernos en el espejo.

Hay un conjunto de mecanismos para reforzar esto: interiorizamos desde muy pequeños formas de discriminación e inconscientemente contamos con todo un repertorio para clasificar a las personas. No decimos las cosas abiertamente porque resulta de mal gusto, pero sí a través de manifestaciones socialmente aceptadas como el humor: igual que con el sexo, que es otro tema tabú, sí se puede contar un buen chiste sobre homosexuales, sobre negros o indios. Es curioso que recién a partir del año 98 comenzaran las denuncias sobre discriminación en las discotecas limeñas.

¿Es interesante que haya sido un escándalo?

Lo interesante es que el tema no haya sido encarado ni por la Defensoría del Pueblo ni por el Poder Judicial, sino por Indecopi. Es decir, no fue visto como un problema de derechos humanos ni de ciudadanía, sino como un problema de libertad de mercado y defensa del consumidor. Esto se debe a la ideología que equipara ciudadanía con mercado: “Cuanto más integrado al mercado estoy, soy más ciudadano, porque tengo mayores oportunidades de consumir”. El problema con esta ideología es que excluye a la mitad de la población, o más, que tiene una integración muy precaria al mercado precisamente por su terrible precariedad económica. Entonces la noción de bienestar común desaparece.

Los científicos sociales como usted ayudan a leer la sociedad; lo difícil es cambiarla. Algo que también se ha perdido con las utopías de los 70 es la voluntad de cambiar las cosas, ¿no?

Los 70 son un mal referente porque pertenecieron a otra época histórica: la última fase del desarrollo de la sociedad industrial de masas. Las masas, que fueron el sujeto de la política durante los dos últimos siglos, surgieron con la revolución industrial y con la producción masiva de mercancías. Todo esto ha entrado en crisis en las tres últimas décadas del siglo XX. La expansión de la sociedad de la información desmasifica: desaparecen las grandes empresas –no la propiedad, que sigue concentrada, sino su tamaño–, y donde era fácil que surgiera una conciencia de clase obrera y se formaran sindicatos porque había 20 mil trabajadores con condiciones similares de vida, ahora tienes empresas con sólo algunas decenas de trabajadores. Entonces, es la política de masas la que ha entrado en crisis. Esto no es una crisis política, sino una crisis de la política. Los conflictos sociales siguen existiendo, pero ya no se pueden resolver como antes. La nueva forma de hacer política se está inventando.

Otra vez la realidad cambia más rápido que la forma de verla.

En países harto más difíciles que el Perú –estoy pensando en Sudáfrica– fue posible cambiar pacíficamente. Nelson Mandela, después de tres décadas de prisión, salió sin rencores, sin amarguras y fue capaz de manejar la transición desde un orden tan espantosamente racista, inhumano y excluyente sin mayor costo social. ¿Por qué los peruanos no podríamos encontrar un camino para superar pacíficamente nuestros problemas, reafirmando la democracia? Para eso sirve la democracia. No existe porque somos iguales, sino porque somos desiguales: nos da ese marco de igualdad formal, que llamamos ciudadanía, para procesar nuestras diferencias.

¿En qué sí hemos cambiado?

A mí me parece positivo que el tema del racismo se discuta ahora. Hace pocos años, aun en el ambiente académico, que se supone más avanzado, tocar la discriminación racial despertaba indignaciones: “Racistas los sudafricanos o los estadounidenses; nosotros, no. En el Perú todos somos mestizos, aquí no hay razas”.

Pero con la variedad de colores que tenemos, ¿el mestizaje biológico no ha solucionado el problema?

El mestizaje biológico nunca fue democrático porque inicialmente se trataba de una violación: hombres blancos contra mujeres indias o negras. Fue un mestizaje por la fuerza, profundamente violento y traumático. Además, la discriminación se sigue dando aun entre los propios mestizos. Después del fútbol, el deporte más popular en el Perú es el choleo: tú me choleas, yo te choleo, todos nos choleamos.

No queremos vernos en el espejo.

Hay un conjunto de mecanismos para reforzar esto: interiorizamos desde muy pequeños formas de discriminación e inconscientemente contamos con todo un repertorio para clasificar a las personas. No decimos las cosas abiertamente porque resulta de mal gusto, pero sí a través de manifestaciones socialmente aceptadas como el humor: igual que con el sexo, que es otro tema tabú, sí se puede contar un buen chiste sobre homosexuales, sobre negros o indios. Es curioso que recién a partir del año 98 comenzaran las denuncias sobre discriminación en las discotecas limeñas.

¿Es interesante que haya sido un escándalo?

Lo interesante es que el tema no haya sido encarado ni por la Defensoría del Pueblo ni por el Poder Judicial, sino por Indecopi. Es decir, no fue visto como un problema de derechos humanos ni de ciudadanía, sino como un problema de libertad de mercado y defensa del consumidor. Esto se debe a la ideología que equipara ciudadanía con mercado: “Cuanto más integrado al mercado estoy, soy más ciudadano, porque tengo mayores oportunidades de consumir”. El problema con esta ideología es que excluye a la mitad de la población, o más, que tiene una integración muy precaria al mercado precisamente por su terrible precariedad económica. Entonces la noción de bienestar común desaparece.

¿Y cuando la discriminación viene de la otra orilla? Me ocurrió en la discoteca Kápital, en Comas, que llegué con unos amigos e inmediatamente nos pusieron las etiquetas VIP: nos regalaron las entradas, algunas cervezas y nos ubicaron en el segundo piso, que era el lugar exclusivo.

En la vitrina, para dar prestigio.

A los que enviaban al primer piso les cobraban por todo y los revisaban como si fueran delincuentes. Yo podía haber entrado con una pistola como si nada.

Eso se llama discriminación positiva.

Pero yo soy moreno: el color de mi piel, absolutamente local, es idéntico al del 90 por ciento de los peruanos.

Lo que pasa es que la discriminación no está dada sólo por el color de la piel ni por los rasgos fenotípicos. Es racismo es una ideología.

Y la ropa blanquea.

La ropa, el dinero, pero, sobre todo, el esquema corporal: tú hablas mirando a los ojos; hay gente que cuando le dirigen la palabra mira al suelo porque sabe que si se pone de igual a igual, pierde. Este es todavía el Perú de: “¡¿Sabe usted con quién está hablando?!”. Es inconsciente. Por el esquema corporal, por cómo caminan las personas, por su modo de hablar o de pedir las cosas, siempre estamos estableciendo sistemas refinadísimos de clasificación y, por lo tanto, de exclusión.

O sea que nadie es inocente.

Hasta en el interior mismo de las familias se sabe que hay preferencia de los padres por aquellos hijos que son un poco más claros, que les han salido ‘blanquitos’. Cada uno de nosotros reproduce el racismo. Yo mismo no podría decir que no soy racista: lo soy en tanto estoy inmerso en una sociedad que lo es. Por eso debe ser una lucha cotidiana, política por una parte, por un asunto de igualdad, pero también personal, al revisar nuestras actitudes para descubrir de qué forma podemos estar contribuyendo a reproducir el racismo, ya sea por las cosas que hacemos o por las que silenciamos.

Los científicos sociales como usted ayudan a leer la sociedad; lo difícil es cambiarla. Algo que también se ha perdido con las utopías de los 70 es la voluntad de cambiar las cosas, ¿no?

Los 70 son un mal referente porque pertenecieron a otra época histórica: la última fase del desarrollo de la sociedad industrial de masas. Las masas, que fueron el sujeto de la política durante los dos últimos siglos, surgieron con la revolución industrial y con la producción masiva de mercancías. Todo esto ha entrado en crisis en las tres últimas décadas del siglo XX. La expansión de la sociedad de la información desmasifica: desaparecen las grandes empresas –no la propiedad, que sigue concentrada, sino su tamaño–, y donde era fácil que surgiera una conciencia de clase obrera y se formaran sindicatos porque había 20 mil trabajadores con condiciones similares de vida, ahora tienes empresas con sólo algunas decenas de trabajadores. Entonces es la política de masas la que ha entrado en crisis. Esto no es una crisis política, sino una crisis de la política. Los conflictos sociales siguen existiendo, pero ya no se pueden resolver como antes. La nueva forma de hacer política se está inventando.

Otra vez la realidad cambia más rápido que la forma de verla.

En países harto más difíciles que el Perú –estoy pensando en Sudáfrica– fue posible cambiar pacíficamente. Nelson Mandela, después de tres décadas de prisión, salió sin rencores, sin amarguras y fue capaz de manejar la transición desde un orden tan espantosamente racista, inhumano y excluyente sin mayor costo social. ¿Por qué los peruanos no podríamos encontrar un camino para superar pacíficamente nuestros problemas, reafirmando la democracia? Para eso sirve la democracia. La democracia no existe porque somos iguales, sino porque somos desiguales: nos da ese marco de igualdad formal, que llamamos ciudadanía, para procesar nuestras diferencias.

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* Antonio ANGULO

Es chalaco por voluntad propia y periodista por la misma razón. Estudió en San Marcos entre manifestaciones, gases lacrimógenos y encapuchados. Fue redactor de Domingo de la República y en aquella época –como es también un cuentista– recibió una mención honrosa en El cuento de las mil palabras de Caretas. Actualmente es conocido como uno de los mejores cronistas del diario El Comercio y también transita por los predios del reportaje. Es profesor del Taller de Introducción al Periodismo en la UPC y trata de contagiar a sus alumnos las ansias de mirar con subjetividad humana los hechos cotidianos, sin que por ello se pierda la honestidad del dato exacto y comprobable.

Fuente: http://www.upc.edu.pe/html/0/0/carreras/periodismo/hojas/aangulo.htm Sigue leyendo

¿Por qué Marx? Emir Sader

¿Por qué Marx?

Por Emir Sader

Cuando la revista Times hizo una consulta a los lectores para escoger el personaje del siglo XX, asustada con los resultados, hizo correr la noticia de que Hitler estaba en primer lugar, en un desesperado llamado a los lectores para frenar ese acceso de sinceridad de los que se habían pronunciado.

Una articulación paralela llevó la victoria a Einstein en un homenaje inocuo a la ciencia, a partir de la teoría de la relatividad, sobre la cual la mayoría abrumadora de los lectores del Times no entiende el significado. Pero salvaron la cara.

La BBC hizo circular hace algunas semanas la noticia de que Marx lideraba la lista de los mayores filósofos de todos los tiempos en una investigación que estaba realizando, apelando para que alguna articulación paralela evitara esa victoria. La revista The Economist recogió, en el fondo del baúl de los filósofos clásicos, y decidió que aquel que podría hacer frente al barbudo subversivo era… David Hume tal vez considerando que David podría ser asociado a Beckham y dar popularidad al empirista inglés. Otros apelaron en Wittgenstein, en Kant, Nietzsche y casi en Churchill.

No resultó: Marx fue elegido por los oyentes de la BBC la vetusta emisora estatal británica, durante el tercer mandato de la tercera vía de Tony Blair, bajo el patrocinio teórico de Anthony Giddens el mayor filósofo de todos los tiempos.

El resultado, imprevisto para los apostadores de la Bolsa de Londres, colocó a Marx en primer lugar, con un 28% de los votos. Es decir, casi uno de cada tres oyentes de la BBC escogió a Marx como el mayor filósofo de todos los tiempos. En segundo, el candidato de The Economist, Hume, con un 12,7%., en tercero, el candidato del The Independent, Wittgenstein, en cuarto Nietzsche, después, por orden, Platón, Kant (candidato del The Guardian), Santo Tomás de Aquino, Sócrates, Aristóteles y, finalmente, Karl Popper.

Bien antes de la BBC, Marx ya había recibido otras consagraciones, como la de Sartre: El marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo . Sin embargo, desde el fin de la URSS, la derecha se apropió de la idea de que la rueda de la historia no vuelve hacia tras , de que el horizonte insuperable de la historia es la economía capitalista de mercado, la democracia liberal y de que la libertad se identifica con el libre comercio .

Pasada la euforia del corto ciclo expansivo de la economía de los EUA en los años 90, que tuvo en Davos la Microsoft y el McDonalds sus iconos, después que se dieron cuenta de que las promesas de la nueva economía de que el capitalismo a partir del toque de Midas de los ordenadores crecería sin parar eran falacias, algunas publicaciones conservadoras volvieron a dar valor a Marx. Pero, ¡atención! Conforme el capitalismo de mercado se extendía a la zonas inesperadas del mundo de China a las empresas públicas privatizadas, de la explotación del trabajo esclavo y de niños a la explotación del trabajo de presidiarios y conforme se revelaba dramáticamente que los análisis de Marx sobre las crisis cíclicas continuaban acompañando el capitalismo como su piel inseparable de que la crisis, acompañada de los mayores escándalos de su historia económica, de los EUA, la crisis del sudeste asiático, de Brasil, de Argentina, eran solo algunos nuevos ejemplos , Marx era revalorizado. Pero solo como analista.

Como tantos marxólogos o ex-marxistas convertidos a Witgenstein, a Kant o Foucault, se pasó a separar Marx analista del Marx político. Aquel sería rescatado, para intentar prevenir las crisis del capitalismo, para entender fenómenos de productividad del trabajo, para calcular la tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Pero el Marx político sería un desastre. Sus pronósticos tendrían resultados en quimeras revolución en el centro del capitalismo o en desastres la URSS.

Pero entonces, por qué Marx? ¿Por que fue elegido el mayor filósofo de todos los tiempos, en el país del apóstol fundador del liberalismo, John Locke, por un órgano conservador de prensa?

Porque la obra de Marx sigue siendo el instrumento fundamental para la comprensión del mundo contemporáneo, un siglo y medio después de ser escrita. Tantos que abandonaron el marxismo, lo sustituyeron ¿por cual visión del mundo? ¿Que grandes obras fueron producidas por esos refugios alternativos al marxismo superado ? ¿Cuáles son las visiones del mundo producidas por esos superadores del marxismo?

Mientras tanto, es en el marco de los análisis de Marx que se consigue comprensión del mundo contemporáneo, dominado cada vez más por la lógica del capital, de la mercancía, de las crisis cíclicas. Pero también por la lógica de la lucha de clases, cuando el capitalismo liberal reproduce de la forma más aguda las contradicciones entre propietarios del capital y la abrumadora mayoría de la humanidad, que vive de su trabajo. La hegemonía del capital financiero corrompe por dentro la capacidad del capitalismo de imponerse como fuerza civilizadora , contrapuesta a la barbarie plebeya de los proletarios.

El reconocimiento de Marx como el mayor filósofo de todos los tiempos solo reafirma con fuerza sus ideas y su método la dialéctica , como marcos insuperables de comprensión y de propuesta de transformación revolucionaria del mundo. La lectura de sus obras y su aplicación creadora siguen siendo los instrumentos esenciales de todos los revolucionarios. Sus palabras resuenan con más fuerza que nunca el nuevo siglo: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

Traducido por Fernando Henríquez

Fuente: http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_21_1.html Sigue leyendo

Ni simple ni fácil. Diamela Eltit

Ni simple ni fácil

Diamela Eltit
Babelia. 16/02/2008

La cultura chilena, con su gran diversidad, ha tenido como trasfondo la densidad de una historia trágica. A pesar de todo se escribe, una parte importante a través de editoriales pequeñas. Mientras, en un país con una mujer como presidenta, sigue gravitando la cuestión de género.

No ha sido simple ni menos fácil. Pertenezco al conjunto de escritores chilenos que vivió en el país durante toda la dictadura de Pinochet y como una acción de salvataje cultural constituimos el “inxilio” o exilio interior. A lo largo de los años -más de 30- pasamos desde la violencia como situación cotidiana a la violencia del mercado producida por un neoliberalismo verdaderamente intensificado.

La cultura chilena con su diversidad de formas y de estilos ha tenido como trasfondo la densidad de una historia trágica que ocupa una parte de los imaginarios sociales y se filtra en las producciones estéticas. El Estado, debilitado por las presiones del actual sistema, se reduce ante el despliegue incesante de un ultramercado que exige el endeudamiento perpetuo para trivializar los cuerpos y promover una cultura liviana y amnésica.

Todo transcurre en un país que puede ser considerado pequeño -aunque, en rigor, ningún país es pequeño para sus habitantes- pero especialmente su ubicación geográfica, signada por la distancia o el Pacífico o la cordillera de los Andes, posibilita la operación compensatoria de exacerbar un tipo de nacionalismo autocomplaciente que parece ser confirmado por la impresión de que vivimos un momento especialmente sólido y auspicioso.

Aunque los Gobiernos de la Concertación han conseguido disminuir la pobreza y mejorar los accesos básicos, Chile es uno de los países que presenta una de las mayores desigualdades sociales en Latinoamérica y en el mundo. No se habla o, peor aún, no importa, de la desastrosa política en torno a los pueblos indígenas que mantiene encarcelados a un grupo de lonkos ante sus reclamos por las tierras y la depredación más aguda que realizan los empresarios y las corporaciones.

Mientras se consolida la glorificación del objeto y la adhesión mística a la tecnología, millones de trabajadoras y trabajadores se debaten entre salarios precarios transados en un mercado que flexibiliza las condiciones del empleo hasta llegar a niveles francamente ofensivos.

Entre un arriba y un abajo y el afuera y el adentro los sistemas artísticos reproducen el tramado social. Parte importante de las producciones literarias se cursan en editoriales locales que sobreviven gracias a la obstinación de sus dueños, que han entendido que tienen la función cultural de sostener y preservar la numerosa literatura que no cabe en las empresas trasnacionales.

Pero las editoriales independientes -LOM, Cuarto Propio, RIL-, entre otras, no alcanzan a sustentar la avalancha de libros. La fórmula de la autoedición o las editoriales transitorias abren otra línea cultural que presagia, a su vez, la siguiente. Pero, igual que en otros países, no existen espacios de recepción para un número considerable de libros. Y se agrega el fuerte centralismo de la capital, como si la posibilidad de ser escritor se consumara en Santiago o en el viaje a Santiago.

Se sabe que la empresa editorial ha sido empujada hasta el límite y esa empresa, desde luego, empuja hasta el límite las producciones para maximizar sus ganancias. En ese sentido -y quizás sea la mía una afirmación excesivamente polémica- las editoriales más poderosas de la era del libre mercado construyen libros-mercados. Lo que quiero expresar es que son las editoriales las que escriben ciertos libros, a su manera, según el deseo de la moda y la moda de los deseos.

Chile es parte de ese proceso. Su mercado acotado pero solemne desencadena pequeñas fiebres consumistas que producen la unanimidad y alimentan el ranking en que se funda el neoliberalismo. Las antiguas polémicas literarias en las que se examinaban las estéticas hoy se reducen a estrictas discusiones de poder establecidas desde criterios binarios: buenos y malos o usando una fórmula conmovedoramente sencilla: winner y loser.

Más allá de una mímica vendedora, el poder literario no pasa por las utilidades concretas sino por elementos simbólicos. Allí se desarrolla una batalla que no es nueva aunque sí más vacua en su encarnizamiento. La histórica animosidad que rodea el espectro literario parece hoy consolidarse en una premisa: todos los que no son mis amigos son mis enemigos y ya sabemos que el número de amigos siempre es acotado y que la amistad se quiebra.

Y sigue gravitando de manera constante la cuestión de género. Cuando se habla de género se piensa en la presidenta Michelle Bachelet como emblema de un “otro” momento para la mujer latinoamericana. Por supuesto, la elección de la presidenta Bachelet es un contundente hito histórico pero también han sido históricos los ataques implacables que ha recibido por su condición de mujer hasta que la violencia de estos ataques consiguió afectar a su gestión. En el ámbito literario la mujer escritora es celebrada en tanto productora de escritos sentimentales que buscan relevar la heroicidad ante la adversidad del amor. Amores ejemplares, eróticas sensatas que van directo a abastecer el mercado de mujeres. Pero, el trabajo con los signos o la indagación en la complejidad de los sentidos sociales se resguarda celosamente como un territorio de dominación masculina. La asimetría de género, la desigualdad crónica entre los sexos es el campo en que se pone a prueba la noción misma de democracia, su imposibilidad.

Pero aunque no ha sido simple ni menos fácil, se escribe. Y eso es importante o apasionante o estimulante. Se escribe porque sí o porque no. No importa. La letra fluye entre los enconos o los rencores o los amores y, fundamentalmente, a través de los pliegues y repliegues de la imperfecta e incesante historia. –

Diamela Eltit (Chile, 1949) es autora de novelas como Los vigilantes y Mano de obra

Fuente: http://www.letras.s5.com/archivoeltit.htm Sigue leyendo

El erotismo: una lectura desde Georges Bataille

El erotismo: una lectura desde Georges Bataille
Hilda Fernández Álvarez [*]

El erotismo: ¿quién no se ha sentido tocado por él? Musa inspiradora del poeta, del pintor, del amante y del loco.

El erotismo, que se juega todo en la relación psicoanalítica es, sin embargo, difícil materia para la teorización: Quien quiere bordear alrededor, quien quiere tratar al erotismo como un objeto de estudio y animarse a investigarlo se encuentra con una fuerte dificultad metodológica; qué dificil poder hablar de algo tan íntimo, de eso tan sensible, de la experiencia que se vive en primera persona y que linda con lo inombrable. ¿Cómo pues abordarlo?

Aunque probablemente resulte más divertido vivirlo, del erotismo se teoriza. Cuando se ensaya una aproximación teórica al fenómeno, George Bataille es la referencia obligada.

Escritor francés que se inicia a finales de los años 20’s, ligado al movimiento surrealista del que luego renegará -compañero de Pierre Klossowski, André Masson, y Paul Delvaux, entre muchos otros-, Bataille estalla en su literatura una erótica contundente, la cual se lee no sin sentirse un tanto perturbado.

Su pensamiento, que impacta de forma innegable al Psicoanálisis vía Jacques Lacan, se centra durante gran parte de su obra en el estudio del erotismo. Bataille pues, se anima a escribir y a compartir, toqueteando algo que es del orden de lo imposible. Como dice en “Madame Edwarda” “Este libro tiene su secreto; pero debo callarlo: está más allá de todas las palabras” (1).

En este escrito bosquejamos someramente la perspectiva erótica batailliana, trabajando principalmente su texto titulado “El erotismo”, al tiempo que nos apoyamos en su literatura altamente ejemplificable; cuando Bataille escribe hace gala de una gran consistencia, pues no se traiciona.

Al esbozo de tales contornos bataillianos, se pretende gestar el interés por una lectura más profunda o bien un primer acercamiento para el lector poco familiarizado con Bataille. Vale decir que es al mismo tiempo, para quien lo escribe, un primer paso en la construcción de una pregunta de trabajo.

EL EROTISMO ¿QUE ES EXO?

En uno de nuestros diccionarios -siempre interesantes por semejar el termómetro de la moral en una sociedad que comparte una lengua- llama la atención la definición de erotismo:

“Erotismo: Del griego Eros, amor enfermizo, calidad de erótico, afición desmedida
y enfermiza a todo lo que concierne al amor.
Erótico: Voluptuoso, libidinoso, lujurioso, obsceno, vicioso.” (2)

!Vaya connotación nefasta! y es justo por ella que el erotismo es erótico y nunca será soso. Pero, ¿Qué es el erotismo? ¿Es acaso el sexo, o -aún advertidos por Lacan de que no existe- es acaso la relación sexual?, ¿es una forma de cuestionarnos por lo que como seres sexuados somos?, ¿es una manera de declaración de sexo?. Pero sin desviarnos por otros festines teóricos seguiremos hoy con Bataille, dejando un tanto de lado por hoy a Lacan, entre quienes vale decir, además de interlocución, hubo también intercambio de mujer.

Siguiendo a Bataille, el género humano es el único que puede hacer de su actividad sexual erotismo, porque a diferencia de los animales, tiene actividad sexual sin que necesariamente medie el fin de procrear. No tienen vida erótica los animales dice Bataille, y sin embargo participan de ella también podríamos decir con Freud, bástenos echarle un ojo a los voyeurismos “discovery chanellescos”.

Para Bataille entonces, la cualidad de erótico se atribuye a la relación sexual que no contempla como fin, la reproducción. Pero uno puede preguntarse sobre si la “cogida”, -aprovechemos el declinamiento de eufemismos que la apertura psicoanalítica da al término- la cogida con fines reproductivos, no puede también ser erótica? Por otro lado, en los tecnificados albores del S XXI, con el uso extendido de condones y anticonceptivos, y con la tendencia globalizadora de conformar familias nucleares de número reducido, la cogida cuyo horizonte está puesto en la reproducción ¿no se ha modificado también?. En esta época tan diferente a la que vivió Bataille hace unos 40 años ¿aplicaría aún esta cualidad batailliana de lo erótico?.

Porque, si no todo acto sexual es erótico, ni toda cogida con fines procreativos deja de serlo, habría que pensar qué es lo que diferencía entre un acto erótico y otro que no lo es. Lo erótico: ¿Excluye lo sexual que solo se circunscribe al automatismo, al embonamiento genital, a una suerte de descarga?. Lo erótico: ¿Reside quiza en la pasión?, ¿y qué de la duración, la intimidad, una sensación particular, etc., etc., etc.? Una aporía para que cada quién la responda a través de su experiencia.

El erotismo es una experiencia que nace del interior y que se manifiesta en las múltiples sinuosidades de experiencias corporales. El erotismo está del lado de la pasión y su materia es el cuerpo, de lo que se trata el erotismo es de una expedición por los placeres y displaceres del sexo, de un desafío, de una aventura que traspasa la piel y la carne, de -por decirlo de cierta forma- una dialéctica corporal y de los sentidos con un partenaire, donde embebidos en la pasión se han olvidado en el acto erótico no solo de los fines de la procreación, como dijera Bataille, sino de sí mismo.

La muerte y la vida dominan el campo del erotismo, pues el erotismo a lo que apuesta es a una continuidad, en oposición a la discontinuidad que nos es característica desde el momento de ser humanos: somos discontínuos porque estamos separados del otro, somos discontínuos porque entre uno y los demás hay un profundo abismo, aún con los más amados, aún con los amigos más íntimos la no reciprocidad, el desencuentro, la soledad y la no unicidad nos alcanza. La continuidad mágica, terrible, fusionable es lo que busca el erotismo. Ser con el otro uno, ser ambos contínuo, !maravillosa fantasía!. Enroscar mi cuerpo con el del amado y ser con él un ente único, ser con el otro un igual, ser con el otro un todo, lo cual nos sitúa ya en el campo de la muerte, pues el deseo sería a morir con el otro, fusionados. Un deseo que ciertamente en el erotismo no triunfa pues la vida lo seduce.

Pero más allá – o más acá, según se vea- del erotismo de los cuerpos, está lo que Bataille llama el erotismo de los corazones, cualitativamente más sagrado, ese ardiente y pasional erotismo donde el ser amado… es asido, donde no se escapa, donde los seres en su discontinuidad se abren a la experiencia de la continuidad en el extásis, jugando así con los límites del ser. Por ello es que los amores apasionados, aún aquellos castos, comparten el desfallecimiento y la angustia de la muerte, como ocurre con el erotismo de los cuerpos. Y es que para Bataille existen tres tipos de erotismo, el de los cuerpos, el de los corazones y el erotismo religioso. En los tres se pretende zanjar la experiencia de la discontinuidad, de la diferencia, del aislamiento subjetivo a través de la vivencia de continuidad, con un amante, un amado, o un dios, a través del cuerpo o del ser.

Bataille parte de que en el erotismo hay un interdicto inicial, una prohibición que lo fundamenta. Cuando el hombre pudo acceder al mundo del trabajo, es en la actividad sexual y en el manejo de los muertos donde primitivamente se establecieron interdictos.

El interdicto, -palabra multívoca: prohibición quebrantable, entre-dicho, no dicho todo-, es la herencia que por el lenguaje nos fué legada. El interdicto, como las leyes, están hechas con la expectativa de que sean transgredidas y se fundan en una vivencia de angustia. Del porqué se establecieron de manera primera estas prohibiciones tiene que ver con que la sexualidad y la muerte teniendo siempre un trasfondo de violencia, atentan contra la paz, el orden y la supervivencia; así, el mundo civilizado que se inicia con el trabajo, exige que a estas desmesuras se les acote.

El interdicto surge por el hecho de que nacer y morir están imbuídos de violencia, son excesivos, por lo que hacia las actividades que les conciernen se establece el interdicto, a saber:

Con respecto a la muerte, sepultar a los cadáveres, disminuyendo así la angustia por el hecho de que en cada muerte se nos recuerda la propia. Enterrar a los muertos, desaparecerlos, que no estén más en este mundo para no poder ver su putrefacción; hay que enterrarlos para no contagiarnos de esa violencia y así mismo no sentirnos convidados a cometer asesinato, pues el deseo de matar está también interdicto. Sepultar a los muertos -parafraseando a Lacan- para que la memoria olvide.

Con respecto a la actividad sexual el interdicto se aplica a la desnudez, principalmente del pene en erección, así como también el ocultarse para el acoplamiento sexual. La voz del interdicto sería: no hay libertad sexual

MANIFESTACIONES EROTICAS

La Verguenza y La Obscenidad

El erotismo es el reverso de una cara ineludible, es el reverso de la conciencia; esos afectos callados, esos sentimientos de los que no hablamos a la luz del día. El erotismo tiene ese envés que es el cuerpo oculto y sus partes de las que solemos avergonzarnos.

La verguenza forma parte de las manifestaciones eróticas y las exalta, la verguenza acompaña a la experiencia erótica como se ve en este pasaje de “Mi Madre”, donde el personaje de Pedro al ver unas fotografías obscenas que eran propiedad de su padre ya fallecido, se expresa así: “Me sentía aliviado de haberlas visto y de saber que la duda era imposible. Me sentía aliviado de responder a la verguenza que yo creía que mi madre podía sentír delante de mí. Pensaba que ella conocía la abyección a través de una verguenza total” (3). Y más adelante, el texto continúa: “El sitio del cuerpo que Rea me propuso, con ese cómico hedor que siempre nos conduce a la verguenza, me hacia sentir feliz, con una felicidad más preciosa que cualquier otra: con la vergonzosa felicidad que nadie más habría deseado. Y Rea, la desvergonzada, se sentía en el cielo al darmelo, mientras yo, ávida y ferozmente lo probaba”(4).

El erotismo suele rayar en lo obsceno; dice Bataille que ello se basa en la desposesión de los cuerpos durante el acto amoroso, en el estado de desarreglo en el que los cuerpos se hallan, en esa vorágine que se inicia con un primer movimiento que sería el de la desnudez. Lo obsceno, contrario al pudor, es aquello que se desnuda. Palabras, imagenes y sinnúmero de impúdicias que muestran aquello destinado a la intimidad, a lo interior y lo profundo.

Si la infancia es del orden de lo más íntimo, algo de ella aparece en lo obsceno. La obscenidad presente en el erotismo existe también por la violencia y el exceso en el sentir, y por lo que de infantil se juega en ello. Sentir tanto a través de los orificios corporales y los órganos de los sentidos como cuando se era niño o niña, la obscenidad erótica convoca la experiencia corporal con un sentir infantil, trae al momento las humedades de la infancia, y la forma de explorar el cuerpo con esa misma divertida intensidad. Pero si de pequeños lo hacíamos así, de manera natural, con esa ausencia de peligro y culpa, ahora en el acto erótico se presentifica obsceno, peligroso, excesivo, pecaminoso y condenado. Por ello el erotismo en ocasiones se acerca a la experiencia que Freud llamara Unheimlich, -lo ominoso, lo familiar arcaico que retorna sin ser convocado-. Como cuando Simona en la parte última de la novela “Historia del Ojo” juega embelesada como una niña con el ojo del cura muerto “Simona miró el extraño objeto y lo tomó con la mano, completamente descompuesta, pero sin duda empezó a divertirse de inmediato, acariciándose el interior de las piernas y haciendo resbalar el objeto que parecía elástico. Cuando la piel es acariciada por el ojo se produce una dulzura exorbitante…” (5)

El matrimonio

En el matrimonio algo de esa obscenidad y de verguenza está presente también, pues el interdicto también es transgredido. No hay ley que pueda absolver de esta violación, el hombre es siempre culpable.

El matrimonio -o bien las uniones estables entre las parejas- pueden hacernos pensar que la sexualidad ahí está legitimizada, que en esta unión aprobada por la sociedad y/o por Dios, lo sexual no transgrede nada en absoluto. Pero Bataille, con ecos santotomasinos, afirma que todo acto sexual lleva la marca de la trasgresión y el matrimonio no es la excepción. El acto sexual es un tanto pecaminoso siempre, es un poco vergonzoso, siempre tendrá valor de fechoría, al menos la primera vez, nos dice, y es esta condición transgresora lo que permite que el matrimonio pueda acceder al erotismo.

El matrimonio o las relaciones similares tienen en la mirilla el cuestionamiento con respecto a su estatuto de erótico o no erótico, pues si pensamos al erotismo como imbuído de frenesí, de pasión por exceder los límites, el matrimonio suele posicionarse del otro lado, de la cotidianeidad, de la mesura. Las relaciones estables o duraderas, que comparten, además de lo sexual, quehaceres, responsabilidades o ciertas normas, crean un hábito en los encuentros amorosos. La repetición del acto sexual con la misma persona es lo que lleva al hábito, y el hábito en el matrimonio, aunado a la experiencia de poco peligro, la intensidad apaciguada, la inocencia o la falta de un cuerpo nuevo, pueden llegar a sacrificar el placer, habría que recordar que si hay una conciliación con el interdicto, si éste no se transgrede, ya estamos en el mundo del trabajo y la razón, no del erotismo. Sin embargo – y aquí está la paradoja- es también en el hábito, donde la intimidad se gesta, permitiendo la posibilidad de un placer más variado, más profundo. En el hábito el erotismo se expande, el placer se abre a una gama de experimentaciones, que no se logra cuando no hay un grado tal de intimidad. En la novedad y el cambio se vive la gran intensidad, la impaciencia, la aprehensión, pero el tacto se vuelve superficial dice Bataille, en la irregularidad, en lo cambiante el movimiento es rápido, “y a menudo el placer esperado se escamotea” (6).

La Fiesta

El matrimonio no ha bastado para dar salida a la violencia refrenada, las sociedades han requerido de otras instancias para tramitar la violencia sexual. La clave se halla en la fiesta y en su reverso que es la orgía. La posibilidad de la vida ordenada por el trabajo, no podría existir si no hubiesen fiestas, pues en una fiesta la vida del trabajo se olvida, el interdicto se interrumpe, la ebriedad acompaña el momento y hay un sabor de desorden. Existe, por ejemplo, un aparente sinsentido que la “gente bien” no podrá nunca comprender, cuando en las comunidades muy humildes, sobre todo en provincia o zonas muy marginadas, la gente prefiere pasar verdaderas y crueles privaciones todo un año, con tal de poder dar una gran fiesta. Esto es algo del orden de la economía psíquica -y de la neoliberal también ciertamente-. Si no se tiene acceso a una salida de la magnitud de la fiesta, entonces la violencia se desata por otras vías.
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La fiesta cuando desborda los límites se convierte en orgía, y en ella se hallan mezclados elementos de religiosidad y de voluptuosidad sexual, pues la orgía se vuelve fiesta sagrada por la comunión con una totalidad. Esta búsqueda de la continuidad, se manifiesta a través del desatamiento de los límites. En la orgía hay un gran desorden que anima la desmesura, en la orgía el frenesí sexual es mayúsculo, el sujeto se desdibuja y entonces la vida profana del trabajo se trastoca radicalmente.

El erotismo orgiástico -que es sagrado desde los tiempos arcaicos-, es en exceso peligroso, amenaza la vida, se contagia el furor. La orgía es religiosa por el lado de lo nefasto, atrae el vértigo y la inconsciencia, porque justo es así como se compromete en su totalidad el ser. En la orgía, la fusión entre los seres se abre, como en los tantos ejemplos que tenemos en la literatura, por ejemplo en la parte del final de “El perfume” de Patrick Suskind, o el pasaje del carnaval en “La insoportable levedad del Ser” de Milán Kundera, o en “Historia del Ojo”, donde el narrador junto con su ocurrente y amada Simona organizan una fiesta que desemboca a la orgía:

“La carcajada absolutamente ebria que siguió degeneró rápidamente en una orgía con caída de cuerpos, piernas y culos al aire, faldas mojadas y semen. Las risas se producían como un hipo involuntario e imbécil, sin lograr interrumpir una oleada brutal…Media hora después empezó a pasarme la borrachera… yo estaba pálido, más o menos ensangrentado y vestido estrafalariamente. Atrás de mí, yacían, casi inertes y en un desorden inefable, varios cuerpos escandalosamente desnudos y enfermos. Durante la orgía se nos habían clavado pedazos de vidrio que nos habían ensangrentado a dos de nosotros; una muchacha vomitaba; además todos caiamos de repente en espasmos de risa loca, tan desencadenada que algunos habían mojado su ropa, otros su asiento y otros el suelo. De allí salía un olor de sangre, de esperma, de orina y de vómito que casi me hizo recular de terror”(7).

La orgía de los tiempos arcaicos suele ser mal interpretada, dice Bataille, como simples ritos de magia contagiosos, soslayando la angustia e intensidad en la búsqueda de fusión con una totalidad.

Por ejemplo los aztecas, los mayas y casi cualquier otra cultura prehispánica realizaban actos orgiásticos, ritos y sacrificios para apelar a la bondad de los dioses, pero ahí se jugaba más que la solicitud de lluvia o de fecundidad en los campos. Interpretar a las orgías antiguas como enfocadas unicamente a solicitar bondades divinas puede resultar en una visión sumamente ingenua del fenómeno.

De esos ritos también resultaba la posibilidad de acceder al mundo sagrado, contrario y contestatario al mundo del trabajo. Para Bataille la relación entre mundo sagrado -erótico, violento, desmedido, contrario al trabajo- y mundo pagano -mundo del trabajo, del orden, racional- están contrapuestos y según lo entiendo, se hallan no tanto en una relación de franca oposición, sino como en una relación moebiana, reverso que se reniega pero donde ambos se determinan.

El origen de la orgía -y de la guerra y el sacrificio- se halla en una necesidad de trasgredir los interdictos que se oponen a la violencia, al asesinato y a la mesura de la actividad sexual.También apela momentáneamente a contrarrestar el sentimiento de profunda soledad en que vive el hombre, fusionandose con el todo de los otros y de Dios.

CARNADAS AL EROTISMO

El Objeto Erótico

¿El erotismo tiene un objeto?, si partimos de que Bataille plantea como el sentido último del erotismo a la fusión, la continuidad y la supresión de límites, ¿cómo concebir un objeto del erotismo? . Puesto que un objeto está limitado, ¿cómo se le concilia?. Quizá es aquí donde el deseo hace su aparición. En el acto erótico, -sexual, religioso, sagrado, secreto- el hombre se enfrenta al deseo, hay una interrelación, hay una contiguidad entre el deseo y el erotismo. Porque como en el deseo, el acto erótico siempre está vestido por la compulsión a repetir, por la búsqueda de un plus, de un siempre más; es que tanto en el deseo como en el erotismo, la inconmesurabilidad aparece junto con la muerte, que se halla como una flecha que lo atraviesa todo.

Veamos el objeto del deseo erótico. En la orgía no hay objeto, el movimiento de excitación es “holístico”, es de todos y para todos, en la orgía hay objetivo pero no objeto, en la orgía el sujeto forma parte de eso a lo que se dirige el deseo, está contenido en él. Sin embargo, en la vida no orgiástica, nuestra excitación es provocada por un elemento particular. Un olor, un recuerdo, una mirada, una sonrisa, la vista de un cuerpo atractivo, pueden ser signos que anuncian o prometen un encuentro, esto –lparte de a seducción y el coqueteo- tiene un valor erótico intenso. La excitación sexual tiene que ver con un cierto “zozobrar”, con “perder pié” en palabras de Bataille, es una experiencia que apela a un deseo de morir, pero también de vivir simultáneamente.

La cuestión del objeto erótico convoca una paradoja: el objeto del deseo con sus distintivos, con esas señales que alientan la excitación, lo que hace sensible es la diferencia, esas señales que uno ve en el objeto erótico son embajadoras de la diferencia; !Pero si el erotismo tiene que ver con la fusión!, !Si el interés del erotismo va del lado del borramiento de los límites! Sí, es precisamente ahí donde la paradoja reside y se puede apelar entonces al inconsciente. Esa paradoja de la negación de los límites de todo objeto, es la naturaleza del objeto erótico.

Los hombres y las mujeres pueden ser objetos de deseo el uno para el otro, pero Bataille afirma que las mujeres somos el objeto privilegiado del deseo. En la literatura de Bataille los personajes femeninos abundan, castigantes, cómplices, verdugos, terribles, gozantes: La madre -La Terror-, Rea, Hansi y Lulú en “Mi Madre”, Simona y Marcela en “La historia del ojo” y Madame Edwarda, son personajes que parecen un intento batailliano por explorar algo del goce femenino.

Para Bataille las mujeres no son necesariamente más deseables que los hombres, pero son el objeto privilegiado del deseo porque históricamente han sido quienes provocan el deseo del hombre; las mujeres se han ofrecido, en una actitud pasiva, al deseo agresivo de los hombres. El ofrecerse como objeto implica también que ella podrá elegir si accede o no al deseo y en qué condiciones.

Las mujeres -dice Bataille- cuidan su belleza, se arreglan, se adornan y al hacerlo se asumen y ofrecen como objeto al deseo de los hombres, para luego negarse un poco. En el juego de la seducción -a cargo de las mujeres según la visión de Bataille- las mujeres juegan a que huyen, la mujer hace como que escapa, avivando el deseo. De esta actitud femenina se desprende la prostitución.

La prostitución en la antiguedad era una actividad colindante con lo sagrado, era en palabras de Bataille una consagración. Las mujeres prostitutas tenían el don de la belleza y el pago que recibían a cambio de sus servicios era con el fin de aumentar esos dones, -no era una acción mercantil-. El intercambio era más en el orden de la pasión, las prostitutas eran lujosas, bellísimas, provocaban el deseo y podían consumir al hombre que las deseaba y todas sus riquezas. Era la prostituta un poco sacerdotisa, consagrada a una actividad transgresiva, en un lugar sagrado. Citemos a Madame Edwarda: “Pagué a la madrota, me levanté y seguí a Madame Edwarda, cuya desnudez apacible cruzó el salón. Pero el simple recorrido entre las mesas repletas de muchachas y clientes, este rito burdo de ‘la que va para arriba’, seguida del hombre que le hará el amor, no fué para mí en ese momento más que una alucinante solemnidad… Madame Edwarda iba delante de mí, como envuelta en nubes. La indiferencia tumultuosa de la sala a su dicha, a la mesurada gravedad de su andar, era una consagración regia y una fiesta florida” (8)

En comparación con la prostituta antigua y problematizando la prostitución lumpen, Bataille dice que la prostituta moderna sí tiene verguenza, su miseria la lleva a la degradación. Ella es degradada porque tiene que cobrar para vivir, porque no tiene la posibilidad de escabullirse, porque su pobreza la hace presa de un cierto desmoronamiento del interdicto, el que también está en la base de la obscenidad y lo escatológico.

La Belleza

Al objeto del deseo le pertenece la belleza, es su belleza lo que despierta el deseo. ¿De que belleza hablamos? Bataille, tan interesado en lo que a las mujeres concierne, habla en su libro sobre la belleza femenina. ¿Qué es ser bello?, muchas son las diferencias culturales, étnicas, de la época y las modas. Suele decirse “los hombres las prefieren rubias” algunos, otros morenas, trigueñas, delgadas, gordas, etc. La belleza tiene que ver con la diferencia y la preferencia, pero según Bataille la belleza tiene que ver con la posibilidad de la juventud, con el ideal de la especie, aunque en un segundo momento, la belleza tendrá que ver con las formas humanas que más se alejen de la animalidad. Una mujer es bella en tanto se aleja de la apariencia animal, sobre todo de la del antropoide.

El valor erótico de la belleza de las mujeres tiene que ver con las formas suaves femeninas, su delicadeza, hacen que en la fachada resulte un acentuado alejamiento de la animalidad, pero si una mujer se quedase -o se queda- en esa fachada no sería más deseable, porque el verdadero valor estético de la mujer, su potencial deseable se halla en el contraste entre ese exterior hermoso tan humanizante y lo que bajo sus ropas esconde. Tras su belleza -siempre buscando acentuarse- la mujer anuncia sus verguenzas, precisamente sus ocultas partes pilosas. Vemos entonces que la belleza, -que niega lo animal del humano-, en el erotismo juega al contraste. El erotismo mancha en el descubrimiento de las partes animales esa belleza sublime, la profana, por eso la imagen de la deshonra a una casta, joven y bella doncella, es siempre en la literatura un tema socorrido, un tema erótico. Y nos hará mayor sentido si pensamos con Lacan cómo el bien, pero sobre todo lo bello, son diques que acotan y separan del deseo: “La verdadera barrera que detiene al sujeto ante el campo innombrable del deseo radical, en la medida en que es el campo de la destrucción absoluta, de la destrucción más allá de la putrefacción es, hablando estrictamente, el fenómeno estético…” (9).

En la búsqueda de la belleza confluyen simultáneamente el deseo de la continuidad y un esfuerzo para escapar de ella, porque la pasión que despierta ese exterior hermoso, introduce también la profanación. Los genitales nunca han sido considerados hermosos, ya Freud lo decía: “La ‘belleza’ y el ‘encanto’ son originariamente propiedades del objeto sexual. Digno de notarse es que los genitales mismos, cuya visión tiene siempre efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundario” (10) o en otro texto “Me parece indudable que el concepto de lo ‘bello’ tiene su raíz en el campo de la excitación sexual y originariamente significó lo que estimula sexualmente…Se conecta con ello el hecho de que en verdad nunca podemos hallar ‘bellos’ a los genitales mismos, cuya vista provoca la más poderosa excitación sexual.” (11)

El erotismo que nos aleja de la animalidad, -al hacer de la experiencia erótica algo exclusivo de nuestra especie- también la convoca. El hombre o la mujer que se abren a la experiencia sensual se encuentran encarados con un momento en el que se desconocen, el momento del “olvido de sí”, donde el sujeto se halla desujetado, animalizado, quizá por ello es que el erotismo apuntala siempre lo inconsciente, el erotismo lo anima a expresarse en vía directa.

La Muerte

La muerte es una experiencia inevitable, siempre está presente en la vida del hombre, enigmática, atrayente, vertiginosa, pavorosa. No podemos evitar la muerte, como tampoco podemos evitar el exceder siempre los límites, los límites del ser, los límites del cuerpo. “Los límites son para desbordarse” es una frase común, pero para saber sobre el límite, habrá que haber vivído en algún momento la experiencia del deslimitarse. El deslimitarse, el excederse, la desmesura, este desbordamiento es siempre violento, es siempre en complicidad con la muerte. En el erotismo la discontinuidad no está condenada, sino sólo trastornada, porque se juega un poco a morir, vivir tanto que no se pueda morir, morir sin cesar de vivir, un vivir perturbador que es el extremo de la vida.

La violencia nos da la posibilidad de abrirnos a la continuidad, la continuidad que tanto nos fascina, !pero nuestra vida no es contínua! y también queremos seguir viviendo. Gran contradicción. Querer romper los límites es al mismo tiempo una huida del terror de la muerte, de la muerte innimaginable. Lo que podemos concebir es bajo la limitación de nuestra propia vida, porque más allá de la muerte, nada es concebible.

Cito un momento de la “Historia del Ojo”, cuando la compañera de goce de los protagonistas, la sufriente Marcela, se suicida, dice el narrador: “Corté la cuerda, pero ella estaba muerta. La instalamos sobre la alfombra. Simona vió que tenía una erección y empezó a masturbarme. Me extendí también sobre la alfombra, pero era imposible no hacerlo. Simona era aún virgen y le hice el amor por vez primera, cerca del cadáver. Nos hizo mucho mal, pero estabamos contentos, justo porque nos hacía daño. Simona se levantó y miró el cadáver. Marcela se había vuelto totalmente una extraña, y en ese momento Simona también. Ya no amaba a ninguna de las dos, ni a Simona ni a Marcela, y si me hubieran dicho que era yo el que acababa de morir, no me hubiera extrañado, tan lejanos me parecían esos dos acontecimientos… Los tres estábamos perfectamente tranquilos y eso era lo más desesperante. Todo lo que significa aburrimiento se liga para mí a esa ocasión, y sobre todo a ese obstáculo tan ridículo que es la muerte. Y sin embargo eso no impide que piense en ella sin rebelarme y hasta con un sentimiento de complicidad. En el fondo la ausencia de exaltación lo volvía todo mucho más absurdo y así, Marcela, muerta, estaba más cerca de mí que viva.” (12). Un fragmento donde parece que a la angustia de la muerte se le enfrenta desde cualquier punto para evitar su horror, incluso en la aparente indiferencia o en la sacrílega irrespetuosidad de Simona que más adelante orinará sobre el cadáver. El exceder los límites, también convoca la huída del terror de la muerte.

El erotismo situado entre la vida y la muerte, también aplica al momento orgásmico, al orgasmo también se le conoce como “la muerte chiquita”, porque por un momento nos rompemos, nos borramos, nos desbordamos, morimos un poco. Pero además el orgasmo anuncia de manera contundente que “the game is over”, anuncia un corte, una pérdida, también muere con el orgasmo la fantasía de estar con el otro completado, ¿diriamos que con el orgasmo se vive un poco la castración?, de cierta forma, aunque de una manera bastante más dulce.

El Amor

En el erotismo deseamos perecer, deseamos ser contínuos con el otro, fusionarnos con el amado. El objeto del deseo, que se desborda de mi cuerpo, de mi ser, juega un papel de lazo a la vida. Siendo el objeto de deseo una violencia, -una apuesta a la transgresión final, a la muerte-, éste se convierte en parte de la vida y aquí se juega el amor. Ese objeto deseado, lo incluímos en nuestra vida y ya no morimos con y por él, sino que la apuesta es ahora a la vida. Así dice Bataille “!Qué bueno es permanecer en el deseo de exceder sin ir hasta el extremo, sin dar el paso!” (13). No hay nada más dulce que dejar en cadenas el deseo erótico de morir.

Por lo demás sabemos con Lacan que el deseo es imposible, ese objeto que nos desvela, que nos ahoga, que nos apasiona eróticamente, nunca será poseído como el deseo ilusiona “La relación sexual no existe” parece que Bataille escuchara anticipadamente a Lacan. La pasión humana no tiene más que un objeto, dice Bataille, ¿será el mismo que seis años más tarde Lacan nombrara como objeto pequeño a?, ¿aquel que es causa de deseo, que nos apasiona y que contiene siempre algo de pérdida y de violencia?. Bien , aún las pasiones más felices se hallan punteadas por la muerte.

BREVE CONCLUSION

El campo en el que se juega el erotismo es siempre el de la violencia. El erotismo es un pasaje tortuoso, una alternancia perenne entre los polos de la vida y la muerte, lo bello y lo horrendo, la bondad y la maldad, lo dulce y lo violento. En el erotismo se compromete siempre la historia y el cuerpo, la infancia y el hic et nunc. En la experiencia erótica las paradojas se multiplican y sabemos que el inconsciente es el reino de las paradojas y de la contradicción. Es pues el erotismo una vía que expresa al inconsciente, más aún, muestra esa parte que no puede ser dicha porque se halla justamente colindando con el orden del goce, y del goce ¿quién puede hablar del goce? Lacan dice: “Problema del goce en tanto que este se presenta como envuelto en un campo central, con caracteres de inaccesibilidad, de obscuridad y de opacidad, en un campo rodeado por una barrera que vuelve su acceso al sujeto más que difícil, inaccesible quizás…” (14)

Del goce nadie sabe nada que pueda ponerse en palabras, del goce poco se puede filtrar y ser susceptible de nombrarse, no hay letra que nombre tal experiencia ni existe en el universo del lenguaje su justo y pleno significante. En el goce el único que sabe es el cuerpo.

Las manifestaciones eróticas, vestidas de arrebato, con esa violencia que las habita y determina, se abren a la muerte, sí, pero también en un acto de conciliación con la vida. En el erotismo la vida y la muerte como caras diferentes de una misma moneda están echadas al vuelo -con la apuesta a que Eros caerá-, El erotismo tiene ese lado obscuro, ese devaneo con la muerte, pero también tiene el lado luminoso que apuesta a hacer de ese momento angustiante una fiesta a la vida.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

1- BATAILLE, Georges “Madame Edwarda” Ed. Pp.60

2- Diccionario Ilustrado “Pequeño Larousse” Ed. Larousse. España 1988 Pp 363

3- BATAILLE, Georges “Mi Madre” Ed. Pp 36

4- Op cit. Pp 66

5- BATAILLE, Georges “Historia del Ojo” (1928) Ed. Colección Reino Imaginario. México, 1994.

6- BATAILLE, Georges “El Erotismo” (1957) Ed. Tusquets, España, 1988. Pp 155

7- BATAILLE, Georges. “Historia del Ojo” Pp 38-39

8- BATAILLE, Georges. “Madame Edwarda” Pp 46

9- LACAN, Jacques “El Seminario La Etica del Psicoanálisis” (1959-1960) Ed
Paidós México 1955 Pp 262

10- FREUD, Sigmund Obras Completas “El Malestar en la Cultura” (1929) T XXI, Ed. Amorrurtu Pp 82

11- FREUD, Sigmund Obras Completas “Tres ensayos de Teoría Sexual” (1901-1905) T VII, Ed. Amorrurtu Pp 142

12- BATAILLE, Georges. “Historia del Ojo” Pp 74

13- BATAILLE, Georges. “El erotismo” Pp 195 -196

16- 20-LACAN, Jacques “El Seminario La Etica del Psicoanálisis” Pp 253

[*] Hilda Fernández nació y creció en la Ciudad de México, pero desde septiembre del 2000 vive en Vancouver, Canadá. Posee dos maestrías. Una en Psicología Clínica por la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y otra en Literatura Hispanoamericana por parte de la UBC (University of Bristish Columbia). Se ha formado como psicoanalista lacaniana de forma independiente. En Vancouver es presidenta (2005-2007) de la WCPPA (Western Canada Psychoanalytical Psychotherapy Association) y trabaja como psicoterapeuta. Su práctica clínica incluye una gran variedad de poblaciones lastimadas, física, social y emocionalmente, que le han dado luz sobre la vasta y contradictoria experiencia humana. En septiembre inicia su seminario sobre Lacan en

http://www.psikeba.com.ar/articulos/HF_erotismo_bataille.htm Sigue leyendo

“CULTURA” . Raimond Williams

“CULTURA”
Raimond Williams

Fontana, Great Britain, 1976, entrada: “Culture”, Págs.76-82.

Traducido por Tomás Austin M. 1990.

Cultura es una de las dos o tres palabras más complicadas del lenguaje inglés. Esto es así debido en parte a su intrincado desarrollo histórico en varios lenguajes europeos, pero principalmente porque actualmente esta siendo usado en importantes conceptos de varias disciplinas intelectuales y en varios e incompatibles sistemas de pensamiento.

Proviene de la palabra cultüra, Latín (L), cuya última palabra trazable es colere, L. Colere tenía una amplio rango de significados: habitar, cultivar, proteger, honrar con adoración. Eventualmente, algunos de estos significados se separaron, aunque sobreponiéndose ocasionalmente en los sustantivos derivados. Así, ‘habitar’ se convirtió en colonus, L. de colonia. ‘Honrar con adoración’ se desarrolló en cultus, L. de culto. Cultura tomó el significado principal de cultivo o tendencia a (cultivarse), aunque con el significado subsidiario medieval de honor y adoración (Por ejemplo, en inglés cultura como ‘adoración’ en Caxton (1483). La forma francesa de cultura fue couture -francés antiguo- la que se ha desarrollado en su propio signifi­cado especializado y más tarde culture, la que para el siglo XV temprano pasó al inglés. Por lo tanto, el significado primario fue labranza: la tendencia al crecimiento natural.

Cultura en todos sus usos originales fue un sustantivo de proceso: la tendencia (o crecimiento) de algo, básicamente cosechas o animales. En inglés también existe el significado de la palabra latina culter, que en inglés antiguo significó arado, proveyendo las bases para un subsiguiente desarrollo en una siguiente etapa, es decir, por metáfora: ‘cultivar(se)’ tanto para la agricultura como para el incremento del saber. Desde comienzos del siglo XVI, la tendencia al crecimiento natural (del significado) fue extendida al proceso del desarrollo humano y éste, paralelo al significado original de cultivo, fue el sentido principal hasta el siglo XVIII tardío y siglo XIX temprano. Como podemos encontrarlo en More: “para la cultivo y ganancia de sus mentes” (1605); Hobes: “un cultivo de sus mentes” (1651); Johnson: “ella descuidó el cultivo de su entendimiento” (1759). Dos cambios principales ocurrieron en varios puntos de este desarrollo: primero, cierto grado de habituación a la metáfora, lo que hizo más directo el sentido de la tendencia (al crecimiento) humana; segundo, la extensión de procesos particulares a procesos generales, que la palabra podía llevar en forma abstracta,. Por supuesto, es de estos desarrollos tardíos que el sustantivo cultura comenzó su complicada historia moderna, pero el proceso de cambio es tan complicado y la latencia de significados tan estrecha que no es posible dar fechas definidas para ello. Cultura como sustantivo independiente, un proceso abstracto, o el producto de ese proceso, no fue importante antes del siglo XVIII temprano y no es común antes de mediados del siglo XIX. Pero las primeras etapas de este desarrollo no fueron subitas. Hay un interesante uso en Milton, en las segunda edición (revisada) de The Readie and Easie Way to Establish a Free Commonwealth (1660): “…esparcid mucho más conocimiento y civilidad, si, religión, a través de todas las partes de la tierra, comunicando el calor natural de gobierno y cultura mas distributivamente a todos los lugares extremos, que ahora permanecen adormecidos y negligidos”. Aquí el sentido metafórico (“calor natural”) todavía parece estar presente y civilidad todavía es escrito donde durante el siglo XIX normalmente habríamos esperado la palabra cultura. Aún así, podemos leer ‘gobierno y cultura’ en un sentido bastante moderno. Milton, desde el tenor de su argumento, esta escribiendo sobre un proceso social general y esto constituye una etapa definida de desarrollo. En la Inglaterra del siglo XVIII este proceso general adquirió una definida asociación de clase, aunque cultivo y cultivarse fue más comúnmente usado para esto. Pero hay una carta de 1730 (Del Obispo de Killala, a la Sra. Clayton; citado por Plumb, England in the Eighteen Century) que tiene este claro sentido: “…no ha sido costumbre para personas de (buen) nacimiento o cultura el crecer sus niños para la Iglesia”. Akenside (Pleasure of imagination, 1744) escribió: “…ni el estado púrpura ni la cultura pueden otorgar”. Wordsworth escribió “donde la gracia de la cultura ha sido completamente desconocida” (1805) y Jane Austen (Emma, 1816) “todas las ventajas de la disciplina y la cultura”.

Es claro entonces que cultura se estaba desarrollando en inglés hacia alguno de sus sentidos modernos antes de los efectos decisivos de un nuevo movimiento social e intelectual. Pero, para seguir su desarrollo a través de este movimiento, en el siglo XVIII tardío y el XIX temprano, tenemos que mirar también a su desarrollo en otros idiomas y especialmente en el alemán.

En el francés, hasta el siglo XVIII, la palabra cultura fue siempre acompañada por una forma gramatical indicando la materia que se cultivaba, como en el uso inglés indicado anteriormente. Su uso ocasional como un sustantivo independiente data desde mediados del siglo XVIII, un poco más tardío que sus usos ocasionales en inglés. El sustantivo independiente civilización también emergió a mediados del siglo XVIII; su relación con la palabra cultura ha sido bastante complicada desde entonces. En ese momento hubo un importante desarrollo en el alemán: la palabra fue importada del francés, escrita primero (siglo XVIII tardío) cultur y más tarde desde el siglo XIX tardío como Kultur. Su uso principal fue aun como sinónimo de civilización: primero en el sentido abstracto de proceso general de volverse “civilzado” o “cultivado”; segundo, en el sentido que realmente habían establecido para civilización los historiadores del Iluminismo en la forma popular del siglo XVIII de las historias universales, como una descripción de los procesos seculares del desarrollo humano. En ese momento hubo un cambio decisivo en el uso que le dio Herder. En su Ideas en la Filosofía de la Historia de la Humanidad (1784-91) inconclusa, él escribió de cultura: “nada es más indeterminado que esta palabra, y nada más engañoso que su aplicación a todas las naciones y períodos”. Atacó la idea preconcevida en las historias universales de que “civilización” o “cultura” -el autodesarrollo histórico de la humanidad- era lo que ahora nosotros llamaríamos un proceso unilinear, dirigiendo hacia el lugar alto y dominante de la cultura del siglo XVIII. En efecto, el atacó lo que llamó la subyugación y dominación europea de las cuatro cuartas partes del globo terráqueo, y escribió:

“Hombres de todos los lugares del globo, que habéis perecido a lo largo de las edades, Uds. no han vivido solamente para abonar la tierra con vuestras cenizas de manera que al final de los tiempos vuestra posteridad fuera hecha feliz por la cultura europea. El solo pensamiento de una cultura europea es un insulto sonoro a la majestad de la naturaleza”

Es por lo tanto necesario, argumento en una innovación decisiva, hablar de “culturas” en plural: las culturas específicas y variables de diferentes naciones y períodos, pero también las culturas específicas y variables de grupos sociales y económicos dentro de una nación. Este sentido, que se ha convertido en común en la antropología y la sociología del siglo XX, y por extensión en uso general, sin embargo, permaneció comparativamente aislado en todos los idiomas europeos hasta mediados del siglo XIX y no fue completamente establecido hasta el siglo XX.

Lo que pasó principalmente a comienzos del siglo XIX, bajo la influencia de Herder y muchos otros escritores del movimiento romántico, en Alemania, Inglaterra y Francia, fue una aplicación social e histórica de una idea alternativa del desarrollo humano: alternativa, esto es, a las ideas ahora centradas en “civilición” y “progreso”. Esta aplicación fue excepcionalmente complicada. Era costumbre enfatizar las culturas nacionales y tradicionales, incluyendo el nuevo concepto de cultura-folk (en inglés folk-culture). Se acostumbraba atacar lo que fue visto como carácter “mecánico” de las nuevas civilizaciones emergentes: tanto por su racionalismo abstracto como por la “inhumanidad” del desarrollo industrial usual. Se acostumbraba distinguir entre desarrollo “humano” y “material”. Políticamente, como era tan corriente en este período, derivaba entre el radicalismo y la reacción, y muy a menudo, en la confusión de los grandes cambios sociales, se fusionaban elementos de ambos. (Debe notarse también, aunque se suma a la complicación real, que la misma clase de distinción, especialmente entre el desarrollo “material “y “espiritual “, fue hecha por von Humboldt y otros, hasta tan tarde como el 1900, con una reversión de términos, siendo cultura lo material y civilización los espiritual. En general, sin embargo, la distinción opuesta fue la dominante).

La complejidad del desarrollo moderno de la palabra -y de sus usos- puede ser apreciado desde ya. Fácilmente podemos distinguir el sentido que depende de una continuidad literal de los procesos físicos como en “cultura de la azúcar de remolacha” o, en la aplicación física especializada en bacteriología desde la década de 1880, “cultura de los gérmenes”. Pero una vez que vamos más allá de las referencias físicas, tenemos que reconocer tres amplias categorías activas de uso. La fuentes de dos de ellas han sido ya discutidas: (i) el sustantivo independiente y abstracto que describe procesos generales de desarrollo intelectual, espiritual y estético, en uso desde el siglo XVIII; (ii) el sustantivo independiente, usado ya sea general o específicamente, que indica una forma particular de vida, de gente, de un período o de un grupo usado a partir de Herder y el siglo XIX. Pero también tenemos que reconocer la forma de uso (iii), el sustantivo independiente y abstracto que describe trabajos y prácticas de actividades intelectuales y especialmente artísticas. Este parece ahora el uso más difundido: cultura es música, literatura, pintura y escultura, teatro y cine. El Ministerio de Cultura se refiere a actividades específicas, algunas veces con la adición de filosofía, erudicción, historia. Este uso (iii) es, en efecto, relativamente tardío. Es difícil datarlo en forma precisa porque en su origen y sentido de aplicación es (i): la idea de un proceso general de desarrollo intelectual, espiritual y estético fue aplicado y transferido efectivamente a los trabajos y prácticas que lo representan y lo sostienen. En inglés (i) y (iii) aun son muy cercanos; en algunos momentos, por razones internas, son indistinguibles, como en Arnold, Cultura y Anarquía (1867); mientras que el sentido (ii) fue decisivamente introducido al inglés por Tylor, Primitive culture (1870). El desarrollo decisivo del sentido (iii) en inglés fue en final del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Enfrentados a esta sentido complejo y aun activa historia de la palabra, es fácil reaccionar seleccionando un sentido “verdadero” o “propio” o “científico” y rechazar otros sentidos por poco amplios o confusos. Hay evidencias de esta reacción incluso en el excelente estudio de Kroeber y Kluckhohon, Cultura: Una revisión Crítica de Conceptos y Definiciones, cuyo uso en la antropología Norteamericana es tomado como norma. Es claro que, dentro de la disciplina, el uso conceptual tiene que ser clarificado. Pero en general, es el rango y sobreposición de significados lo que es significante. La complejidad de sentidos indica una complejidad de argumentos acerca de las relaciones entre el desarrollo humano general y una forma particular de vida, y entre ambos y los trabajos y prácticas de arte y la inteligencia. Dentro de este complejo argumento hay posiciones fundamentalmente opuestas tanto como efectivamente sobrepuestas. Comprensiblemente, también hay muchas cuestiones no resultas a la vez que respuestas confusas. Pero esos argumentos e interrogantes no pueden ser resueltos reduciendo la complejidad del uso actual de la palabra. Este punto también es relevante para formas de usos de la palabra en otros idiomas, aparte del inglés, donde hay una variación considerable. Más aun, en inglés, ‘antropología social’ es normalmente usado en el Reino Unido, donde en Norte América se usaría ‘antropología cultural’. El uso antropológico es común en los grupos de idiomas alemán, escandinavo y esloveno, pero es distintamente subordinado al sentido de arte y aprendizaje, o de procesos generales de desarrollo humano en el italiano y el francés. Entre idiomas, tanto como dentro de un lenguaje, el rango de complejidad entre sentido y referencia indica una diferencia de posición intelectual, lo mismo que un sentido borroso y sobrepuesto. Esta compleja palabra indica que esas variaciones, del tipo que sean, envuelve necesariamente visiones alternativas de actividades relaciones y procesos. Es decir, la complejidad no esta finalmente en la palabra, sino en los problemas que significántemente indican sus variaciones de uso.

Es necesario mirar también a algunas palabras asociadas y derivadas. Cultivar y cultivado pasó a través de la misma extensión metafórica, desde un sentido físico a uno social o educacional, en el siglo XVII, y fueron palabras especialmente significantes en el siglo XVIII. Coleridge, haciendo una distinción clásica de comienzos del siglo XIX entre civilización y cultura, escribió (1830): “la distinción permanente y el contraste ocasional entre cultivar y civilización”. El sustantivo en este setido ha desaparecido efectivamente, pero el adjetivo es aún bastante común, especialmente en relación a maneras y gustos. El importante adjetivo cultural parece datar de la década de los 1870s; se volvió común hacia los 1890s. En su sentido moderno, la palabra esta disponible solo cuando el sustantivo general se ha vuelto familiar en su sentido artístico e intelectual o antropológico. La hostilidad a la palabra cultura en inglés parece provenir desde la controversia alrededor de los pensamientos de Arnold. Cobró fuerza al final del siglo XIX y comienzos del XX, en asociación con una hostilidad comparable a la palabra asteta y estético. Su asociación con distinciones de clase (de la palabra cultura) produjo la palabra mímica culchah. También hubo un área de hostilidad asociada a sentimientos anti alemanes, durante y después de la guerra de 1914 – 18, en relación con la propaganda acerca de la Kultur. El área central de hostilidad ha perdurado y un elemento del mismo ha sido enfatizado por la reciente frase (norte)americana culture-vulture (cultura buitre, en castellano). Es significante que toda la hostilidad (con la sola excepción de la asociación anti alemana temporal) ha sido conectada con usos envolviendo pretensiones de conocimiento superior (ver por ejemplo el sustantivo intelectual), refinamiento (culchah) y distinción entre arte “superior” (cultura) y arte popular y entretenimiento. Registra así una historia social real y una fase muy difícil y confusa del desarrollo social y cultural. Es interesante notar que el aumento constante del uso social y antropológico de cultura y cultural y tales formaciones como subcultural (la cultura de un grupo pequeño distinguible), con la excepción de ciertas áreas, han sobrepasado o disminuido en forma efectiva la hostilidad y el desasosiego y embarazo con que era asociada.

Fuente: http://www.lapaginadelprofe.cl/cultura/rwilliams.htm Sigue leyendo

Sade y el Poder; Política cuerpo y tecnología de la crueldad. Diamela Eltit

Sade y el Poder; Política cuerpo y tecnología de la crueldad

Diamela Eltit [*]

Diamela Eltit

La obra de Sade elabora desde distintos ángulos una sola imagen absorta: demostrar que el cuerpo es una zona, un mapa, un territorio sobre el cual se pueden ejercer las más crueles experiencias del poder.

Toda lectura de Sade parece demasiado apresurada. Ya sea desde la esfera densamente intelectual o bien bajo el prisma del escándalo, la obra del Marqués de Sade inevitablemente se escabulle y termina por refugiarse en el nombre de su autor. Porque esta producción da cuenta, en gran medida, del “sadismo” que es susceptible de padecer el sujeto ligado de manera fatal a las grandes instituciones.

Así, la obra de Sade – intensa, no domesticada, alarmante- se remite a sí misma, se autoproduce, se sobre-nombra, se inaugura en los escenarios sociales de una manera parcial, acusa el estigma que porta debido al implacable orden que acompaña a cada uno de sus audaces y destructivos rituales en los que se consolida.

Desde “La Filosofía del Tocador” hasta “Los Ciento Veinte Días de Sodoma”, surge una obra que se vuelca a elaborar, desde distintos ángulos, una sola imagen absorta: demostrar que el cuerpo es una zona, un mapa, un territorio sobre el cual se pueden ejercer las más crueles experiencias del poder.

La obra de Sade deja en evidencia una aguda tecnología de la crueldad que se produce a partir del ejercicio de una economía hiper racional. Un martirio que está inserto en la matriz de un desviado programa político que parece asegurar que existe una profunda relación entre los poderes hegemónicos y un extenso remanente libidinal. Una relación que sólo se puede resolver en el acto de trasponer, precisamente, los límites de poder que el poder representa, y así poner a prueba (como satisfacción) el grado de poder del poder.

El poder, asegura Foucault, se ejerce. Se goza, diría Sade. El goce del poder no es más que el poder sobre el cuerpo del otro, de la otra, de los otros hasta alcanzar, mediante la realización de rituales obscenos, su pulverización. Para demostrar ese potencial de goce que requiere el poder para “ser” (poder), parece necesario empujar los imaginarios sociales hasta su extremo, escenificarlos justo allí donde se imponen las convenciones más intransables y, por eso mismo, atrozmente transgredidas.

Pero se trata de una transgresión – y de eso da cuenta en último término la obra de Sade- institucional, es decir, incubada en el lado oscuro de las mismas instituciones que son las que generan los límites.

Transgresiones incubadas en sus partes más autoritarias, en sus mecanismos alucinantemente represivos. La razón como crueldad o la crueldad como razón permite en Sade el despliegue de una obra “congelada”, desprovista de todo elemento pasional que la desborde, a pesar de trabajar en la apariencia de un máximo desorden. El cuerpo incesantemente profanado (en mayor medida el cuerpo femenino) termina por perder su eficacia hasta convertirse sólo en la monotonía de un cuerpo incesantemente profanado, cosificado en su profanación, desprovisto de cualquier marca singular, ausente de sí mismo, entregado a las prácticas codificadas de sus agresores. La agresión a la cual acude Sade para organizar su obra es de orden sexual. La sexualidad ultra violenta va a ser el modo en que va a articular los efectos devastadores de la dominación de los unos sobre los otros. La orgía dolorosa, la herida, el suplicio genital, la infección deliberada se expresan no sólo por las dosis de dolor ocasionado, sino, especialmente, por la impotencia y repugnancia que producen los responsables de ese dolor, de esa orgía hiriente, de ese prolongado asedio genital.

¿Quiénes son los responsables del exceso que lleva a la destrucción de cada una de las normativas? Pues las normativas mismas: la familia, la política, la iglesia, la ley, el dinero son los agentes del dolor, los profanadores. Y, precisamente, la radicalidad de la obra que Sade nos propone alude a la capacidad de enfrentarse a aquello que las instituciones deploran y combaten y que, no obstante, practican de una manera incesante para confirmarse como instituciones de bien.

Desde la configuración de escenarios prolijos, sucede una escritura árida que, en medio de un exceso de sexualidad, emprende el camino hacia su desmontaje. En ese camino se produce una radical bifurcación entre la sensualidad y la sexualidad. Sade se vuelca sobre lo sexual. Lo sexual se reduce a diversos ejercicios genitales ordenados teatralmente y asociados a la dominación y al dolor. La sexualidad planteada por Sade (ligada a la tortura) establece un nudo insoslayable entre víctima y victimario que permanece ajeno a toda convención erótica. Una erótica a la que se renuncia para internarse en el terreno de las prohibiciones que pertenecen directamente al discurso jurídico.

La sexualidad en Sade es una provocación directa a la ley, no sólo por la desprotección corporal, sino por lo que representan quienes organizan la ceremonia de despojo, es decir, el orden institucional. No se trata simplemente de un dilema de índole moral, vale decir de una opción, sino de la producción de un delito ocasionado por la ruptura del pacto social.

Sade organiza una escritura sin sensualidad porque la sensualidad, en último término, está regida por la inocencia o por la pureza: en cambio, la descarnada sexualidad a la que aluden los textos del Marqués es vastamente impura, en la medida que se desprende de la zona más torcida e ilegal de las instituciones.

La escritura de Sade transcurre en una esfera meramente descriptiva. Su texto literario parece citar la letra burocrática cuyo rol es mantener cautivos a los funcionarios, es decir, obligarlos a actuar al pie de la letra.

Sade convierte la escritura en una mera función, en una superficie neutra desde donde se levantan un sinfín de escenarios regidos por el asedio corporal. Esta falta de escritura que curiosamente deviene en exceso es una de las numerosas inversiones que esta obra se propone y que ha llevado al Marqués de Sade a convertirse en un autor radicalmente maldito en el interior de la literatura producida por el mundo occidental.

El contexto histórico

Quizás una de las puestas en escena que de manera más rigurosa se plantearon dar cuenta del universo sadiano fue el filme “Saló o los Ciento Veinte Días de Sodoma”, realizado por el cineasta y literato Pier Paolo Pasolini. Releyendo a Sade, Pasolini puso en relación la sexualidad (en tanto abuso y tortura) con el fascismo. Su filme “sádico” (también maldito, también sometido a varios juicios por pornografía, también expuesto a una prolongada censura) muestra el exceso de poder cursado, mediante coerciones físicas o cooptaciones sicológicas, en un campo de prisioneros. El filme deja en evidencia que el ejercicio desmesurado de poder (de ese poder codificado) necesariamente porta un exceso libidinal que, a su vez, promueve las más críticas conductas humanas.

Sin embargo, más allá de sus indiscutibles méritos, el filme de Pasolini es sólo una lectura posible de Sade, una lectura que lo sitúa en el espacio de las reflexiones del cineasta. Pasolini integra el texto en su particular visión de la máxima catástrofe que para él representan la guerra y el fascismo. En cambio, los textos originales del Marqués se deslizan en el territorio total de las transgresiones, amplificadas por las características y la obsesión perturbadora de los propios transgresores.

La obra de Sade, entonces, se vuelve especialmente irreductible, puesto que señala al conjunto de organizaciones sociales como las responsables de un orden que se mantiene mediante la racionalización del saber de su propio desorden. El devenir del caos, que posibilitaría la explosión de los órdenes existentes y la depuración del poder, en Sade se demuestra como una aspiración imposible. Es imposible porque lo que está en juego es el cuerpo mismo como espacio de dominación, como botín de poder de las instituciones, como experimento racionalista de la experiencia de los límites en los que van a transcurrir los centros de poder.

Francine du Plessix Gray emprende una nueva biografía del escritor: “Marqués de Sade, Una Vida” (Ediciones B, Buenos Aires 2000). El texto cuenta con una solvente documentación que permite un acercamiento, en cierto modo, microscópico a los hechos pormenorizados de la vida del autor. Una vida que resulta escandalosa, dramática y sorprendente. Pero también, como en la elaboración de cualquier biografía, existe en la autora del libro una elección que privilegia ciertos aspectos vitales sobre otros, lo que implica que su lectura no conduce a conocer la “verdad” que portó la vida de Sade, sino que elabora una versión posible de su transcurso, a partir de los acontecimientos históricos que rodearon su vida.

El desarrollo vital de Donatien Alphonse Francois Marqués de Sade (1740-1814) quizás podría ser mejor comprendido en la medida que se evidencien las modificaciones de una época convulsionada por el desgarramiento de sus signos sociales. Hay que entender (aunque la contextualización resulte excesivamente simplificada) que la prolongada crisis del sistema monárquico fue abriendo las compuertas a la creciente instalación de la burguesía que imponía los nuevos órdenes que la sociedad francesa iba incorporando. Se trataba, desde luego, de un desplazamiento económico que tenía como soporte el capitalismo. Pero este desplazamiento económico implicaba un cambio cultural de gran envergadura.

De esa manera, junto con perdurar la forma aristocrática, se abría paso la sensibilidad burguesa que, naturalmente, mantenía considerables diferencias culturales con la nobleza. La figura del soberano, a lo largo de los siglos, ocupó un espacio divinizado. Junto con proteger a sus súbditos, también mantenía sobre ellos un poder inconmensurable. El siglo XVIII marcaba quizás la ruptura más categórica con esa forma de poder y una de las transformaciones consistía en poner límites a ciertos acendrados privilegios de la aristocracia.

Límites que emanaban de la emergente moral burguesa que se debatía entre su deseo por emparentarse con la nobleza y, en ese sentido, integrar gran parte de sus costumbres a su programa político, y su decisión por reformar prácticas que resultaban lesivas para la formación de los nuevos sentidos.

Durante el siglo XVIII se estaban trazando las líneas más nítidas de la Ilustración, que buscaba racionalizar las instituciones y, desde allí, establecer la producción de nuevos sujetos sociales, ligados a una forma rígida y pragmática de normativas en las que tenían la obligación de estructurarse. El extendido culto a la razón evidenciaba la crisis con la noción misma de Dios y, desde luego, ponía en jaque el prolongado dominio del conjunto de las instituciones religiosas. A estas instancias hay que añadir los nuevos modos de producción económica (la revolución industrial) y las demandas del pueblo que, después, iba a transformarse en la emblemática más ardiente de las revoluciones políticas por las que atravesaría el siglo. Un pueblo que emergía de manera alegórica bajo el lema del “ciudadano”, vulnerando así la antigua categoría sumisa de súbdito. El “ciudadano” llegaba al escenario social para incrementar los vastos territorios de la lucha política que mucho más adelante iban a conducir a la formación de la era republicana.

El Marqués de Sade fue habitante de esos dilemas y su cuerpo circuló pluralmente, de manera gozosa o dramática o iracunda o irreverente o lúcida, por los lugares más significativos en los que se debatían los poderes: noble, libertino, sujeto carcelario, ciudadano protagonista de la revolución, escritor, capturado por la institución psiquiátrica, reprimido por las estrictas convenciones familiares de la burguesía, severamente empobrecido por la decadencia de la aristocracia.

Biografía de un libertino

No se puede hablar de Sade sin aludir a la figura excesiva del libertino. En el XVIII se producía el clímax y a la vez la extinción de esta figura. Hay que recordar que el XVIII (y esto no es casual) fue la época más importante para la instalación de la literatura erótica cercana a lo que hoy entendemos por pornografía. El libertino, entregado al placer del cuerpo y despojado de sentimentalismo, se volcó a la exploración de los límites corporales con una pasión reglamentada, cercana al misticismo.

Los rituales libertinos, cuyo espacio de consolidación descansaban en la orgía, ocupan, obviamente, una larga existencia en la historia. La orgía (a la que se entregaba preferentemente la aristocracia) constaba de reglas y requería de numerosos personajes que la consolidaran. Se trataba de un ritual en donde la participación programada de lo “colectivo” legitimaba la noción misma de orgía.

Las figuras más poderosas en la vida infantil y juvenil de Sade fueron, sin duda, su padre, Jean-Baptiste de Sade, y su tío, el Abad Jacques-Francois de Sade, quienes se entregaron a prácticas abiertamente libertinas. El padre de Sade fue detenido por intentar seducir a un jovencito, y su bisexualidad quedó impresa en explícitos poemas. En una de sus cartas señalaba: “si mi hijo fuera fiel, me sentiría ultrajado”.

Por su parte, su tío, el Abad, biógrafo de Petrarca, un clérigo erudito, quien estuvo al cuidado exclusivo de Sade entre los seis y los diez años, tenía como amantes, en su propia casa, a una hija y su madre y además a su criada Marié. Fue conocido como el “Sibarita de Saumane”, lugar donde vivía con su pequeño sobrino, y registraba varias detenciones por su adicción a los prostíbulos.

Con el fin de situar las particularidades de la época, habría que señalar que entre la muerte de Luis XIV y la asunción al trono de Luis XV (1715-1723) el Duque de Orleáns ejerció la regencia, y, hasta hoy, los años de su gobierno son considerados como los más libertinos de la historia francesa, sólo comparables a las costumbres del Imperio Romano. La madre del Duque de Orleáns escribía: “jóvenes de ambos sexos…se comportan como cerdos…las mujeres, sobre todo las de nuestras mejores familias… son peores que las de la casa de mala fama… me sorprende que Francia no haya sido arrasada como Sodoma y Gomorra”.

En la época de la regencia, el padre de Sade vivía en París. Sin embargo, lo más relevante fue que el padre y el tío sacerdote estaban estrechamente ligados a Sade, quien era el único descendiente varón de una familia que, además, la integraban cuatro tías monjas. Uno de los reproches escandalizados que el padre, más adelante, le hizo a su hijo cuando lo acusaron de actos sexuales sacrílegos y lo encarcelaron, fue el hecho de haber realizado una orgía solitaria, quebrando los parámetros mismos de la orgía.

Pero, a pesar de habitar en una perceptible paradoja, el padre quiso evitar, por todos los medios, que su hijo se convirtiera en el licencioso en el que precozmente se convirtió. Su libertinaje le ocasionó a Sade constantes y severos disgustos con su padre y su tío. Para evitar la “deshonra”, el padre estableció negociaciones con la poderosa familia burguesa Montreuil para casar a Donatien con la hija mayor, Renée-Pelagie, a quien Sade recién conoció la víspera de su matrimonio en 1763.

Madame de Montreuil

El matrimonio por libre elección, ya sabemos, es de reciente data. La unión conyugal, entendida fundamentalmente como un contrato conveniente para ambas partes de la familia, venía a satisfacer intereses financieros y sociales. Durante el siglo XVIII, el empobrecimiento de la aristocracia obligó a sus miembros a establecer matrimonios con acaudalados miembros de la burguesía, quienes, de esa manera, garantizaban, a su vez, el buen destino de sus fortunas a través del respeto y los contactos sociales.

Las condiciones de estos matrimonios, en cierta forma, legitimaban que las eróticas y las relaciones románticas se cursaran de manera paralela a los vínculos oficiales. En el interior de las monarquías ocupaban lugares especiales las amantes y, a su vez, las mujeres pertenecientes a la nobleza (a diferencia de las mujeres de la burguesía) tuvieron, en el XVIII, una gran libertad para sostener relaciones extra conyugales.
Sade se inició en el matrimonio, pactado por su padre, manifestando afecto por su esposa. Pelagie, a su vez, demostró desde el principio una gran devoción por su joven esposo. La suegra, Madame de Montreuil, fue tolerante en extremo ante las aventuras sentimentales de su yerno, quien invertía, ya desde los inicios de su matrimonio, grandes cantidades de dinero en sus amantes. La suegra, figura clave en la futura y prolongada reclusión de Sade, no se demostró escandalizada cuando su yerno fue detenido meses después de su matrimonio por su encuentro, teñido por sesgos blasfemos, con una ex prostituta que lo denunció a la policía.
Pero más adelante, las relaciones entre ellos se deterioraron gravemente. Madame de Montreuil, cuando Sade fue detenido nuevamente por su conducta licenciosa en 1768, se abocó a mover todas sus influencias para mantener a su yerno en prisión. No se trataba sólo de una cuestión de poder (su hija, Pelagie, se convirtió en la defensora más ardiente de su esposo, desobedeciendo los mandatos de su madre), sino que los escándalos de su yerno ponían en peligro las negociaciones matrimoniales del resto de sus hijas con la deseada y, a la vez, combatida nobleza.

Sade, por su parte, se mostraba intransigente y despectivo con el conjunto de autoridades que podían aliviar su condena. Cayó en la maquinaria de la reclusión porque no pudo o no supo movilizar de mejor manera sus privilegios. El Marqués, más bien, se dedicó a proclamar descaradamente su superioridad, sin comprender la dimensión de la adversidad que lo rodeaba. Su verdadera prisión radicaba en un tapiz intrincado de rencores, de políticas, de venganzas que lo excedían y lo usarían como modelo de expiación hasta su muerte.

Cuando Sade entendió que el sistema lo había convertido en su presa, que había sido escogido para que su cuerpo asumiera los costos de una acción punitiva crónica, su situación era irreversible. Ya era demasiado tarde cuando escribió: “Olvidadlo todo, perdonadme, liberadme”.

En 1772, Sade volvió a participar en una orgía, esta vez acompañado por su ordenanza. Se trataba de una orgía maníaca y detallada según estrictas normativas teatrales. En los momentos en que se extendió una orden de arresto, Sade huyó a Italia, pero fue condenado a muerte, en ausencia, por el Parlamento. La sentencia fue cumplida de manera simbólica, utilizando como dobles a muñecos.

Más allá de la mascarada de la ejecución, Sade fue privado de todos sus derechos. Sus bienes fueron transferidos a su esposa y el cuidado de sus hijos quedó a cargo de su temida suegra. Después de ese veredicto, Sade había muerto civilmente.

13 años en la Bastilla

En 1777, Sade experimentó una de las épocas más prolongadas de su reclusión. No iba ser liberado sino hasta el estallido de la revolución, trece años más tarde. Cuando fue trasladado a la Bastilla, empezó a escribir febrilmente parte importante de su obra, como “Los Ciento VeinteDías de Sodoma”, uno de los libros más radicales del Marqués (que también fue la base del filme “La edad de Oro” de Luis Buñuel y Salvador Dalí y que sólo iba a ser publicado en forma oficial ciento cincuenta años más tarde, en 1930).

La Bastilla albergó el nacimiento de Sade escritor. En esa célebre cárcel dio rienda suelta a una obsesiva y creciente pulsión por la comida, una gula extrema que lo transformó en un obeso incapaz de vestirse por sí mismo. En esa prisión también escribió las cartas más irritadas en contra de su suegra: “No, no creo que sea posible encontrar, en todo el mundo, a una criatura más detestable que tu infame madre; ni siquiera el infierno vomita una mujer más abominable”.

Finalmente, en esa cárcel, de la que fue trasladado en plena revolución por alertar a las masas, se perdieron parte importante de los manuscritos del Marqués de Sade, debido a la toma, el incendio y la posterior destrucción de la Bastilla. Su esposa, Pelagie, luego de su liberación, no quiso verlo más, cumpliendo así, de manera tardía, el deseo de su madre. Pelagie salió de su vida de manera enigmática, como enigmática fue también su relación de sometimiento con Sade, quien la insultaba con frecuencia y la agobiaba con sus demandas desde la prisión. Y no obstante, ella escribía en su defensa: “su imaginación desmesurada lo obligó a cometer un delito menor, Señor; nuestro sistema judicial, haciendo gala de su poderío, lo convirtió en crimen”. O bien, conmovida le escribía a Sade, analizando los agravios que él le profería: “la satisfacción que se experimenta al insultar a una persona es, al menos, una prueba de nuestra existencia”. Y le escribía: “Todavía te adoro con la misma violencia”.

El Marqués, luego de su liberación en 1790, se transformó en un “ciudadano” más de la Revolución. Dos de sus obras fueron montadas por la prestigiosa Comédie Francaise. Publicó “Justine o los Infortunios de la Virtud”. Pero fue tomado prisionero bajo el régimen del Terror, que encabezaba Robespierre, acusado de “falso patriotismo” y estuvo a punto de perder su cabeza en la guillotina, al igual que miles de franceses. De nuevo en libertad, los efectos de la publicación de “Justine o los Infortunios de la Virtud” le ocasionaron problemas, esta vez bajo el gobierno de Napoleón Bonaparte. Las causas del encierro habían cambiado: se le acusaba de ofensas literarias. Debido al escándalo, la edición de “Juliette” (presentada como continuación de Justine) fue confiscada y, una vez más, Sade tomado prisionero en 1801.

Lo transfirieron desde la prisión a un hospital mental, donde lo retuvieron hasta su muerte en 1814. Fue recluido en la institución para insanos de Charenton bajo el insólito diagnóstico de “demencia libertina”.

Baudelaire afirmaría, muchos años más tarde, a propósito de Sade: “La maldad consciente de sí misma, es menos horrible y más cercana a la curación que la maldad que se ignora”

[*] Escritora. Profesora de Castellano y Licenciada en Literatura
Becaria Guggenheim en 1985, Agregada Cultural en México durante el gobierno del Presidente Patricio Aylwin (Chile). Ha recibido numerosas distinciones internacionales y esconsiderada una de las figuras más destacadas en la narrativa actual latinoamericana.

Arès – Psicólogos [U.B.A.]

Amplia trayectoria y experiencia en atención psicológica

Fuente:http://www.psikeba.com.ar/articulos/DEsade.htm

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Psicoanálisis y política en la obra de Ernesto Laclau

Psicoanálisis y política en la obra de Ernesto Laclau

Hernán Fair *

Laclau

La teoría del discurso del teórico argentino Ernesto Laclau ha sido degradada alternativamente por la Ciencia Política y la Sociología marxista acusándola de idealista (Boróny Cuellar, 1983) y de subsumir la economía a la “plena contingencia” (Zizek, 2003). Ello se debe, en primer lugar, a que considera que el discurso constituye a los sujetos en sus prácticas sociales y, en segundo lugar, a que no cree en la existencia de clases sociales y determinismos materiales como las entiende el marxismo ortodoxo. Las principales fuentes teóricas en las que se basa Laclau para ambas afirmaciones son el post-estructuralismo lacaniano y el historicismo gramsciano. En relación al post-estructuralismo, Laclau afirma que no es el sujeto el que constituye al discurso, sino, al contrario, es el discurso el que constituye a los sujetos como tales. Esta primacía del discurso como realidad material, aunque se origina en el psicoanálisis lacaniano (Lacan, 1987, 2003, 2006), encuentra también en teóricos como Jacques Derrida (1989a, 1989b) a importantes antecesores.

La segunda gran influencia dijimos que era el historicismo de Antonio Gramsci. En efecto, a partir del pensamiento de este pensador italiano de comienzos del siglo XX, el marxismo ha logrado trascender su reduccionismo clasista, es decir, ha logrado ir más allá de su creencia acerca de los “intereses objetivos de clase” que, en sus distintas vertientes, constituían la perspectiva predominante. Según lo ha analizado tempranamente Laclau en su trabajo inicial junto con Chantal Mouffe (1987), no existen intereses de clase que puedan constituirse a priori. En ese contexto, lejos de existir una determinación de la economía, ya sea en “última instancia” (Althusser, 1968, 1988) o como “autonomía relativa” (Poulantzas, 1971), las lógicas de antagonismo, noción clave en el autor, pueden ser descriptas a partir de cuestiones que exceden el campo de la economía, por ejemplo, como antagonismo cultural, ético, etc. En esas circunstancias, adquiere particular importancia la noción gramsciana de hegemonía (Gramsci, 1984), al hacer hincapié en la necesidad de toda práctica política de trascender su inherente particularismo para articular diversas demandas sociales que posibiliten hegemonizar el espacio social (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1993, 1996, 2003a, 2003b, 2003c, 2005).

Pero volvamos a Lacan. Como dijimos, este autor ha ejercido una fuerte influencia en la obra de Laclau. Lo primeros antecedentes al respecto los podemos hallar en sus textosHegemonía y estrategia socialista (1987), Nuevas reflexiones sobre la Revolución de nuestro tiempo (1993) y Emancipación y diferencia (1996). En aquellos trabajos, principalmente en este último, el autor argentino tomará como base de su análisis la noción lacaniana sobre la primacía que adquiere el significante (la imagen acústica) sobre el significado (el concepto) (Lacan, 1987, 2003). Este concepto, cuyo origen se remonta a la idea de Ferdinand de Saussure acerca de la “arbitrariedad del significante” (1961), le permitirá afirmar a Laclau la importancia ejercida por el discurso en la formación discursiva de las identidades políticas.

En efecto, a partir de su artículo “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?” Laclau (1996) intentará trascender la idea saussuriana de que toda identidad es diferencial y relacional y que las diferencias se constituyen dentro de un mismo sistema estructural de signos (De Saussure, 1961), para sostener que el espacio relacional nunca logra constituirse como tal. Según afirmará, toda construcción identitaria, lejos de formar un todo “cerrado”, presupone una serie de límites que se encuentran excluidos del mismo. Estos límites forman lo que denomina una “frontera de exclusión”, en la que todos los elementos que la componen son equivalentes entre sí, en la medida en que todos se forman como exclusión de una primera identidad. Sin embargo, prosigue Laclau, diferente es la cuestión si el sistema, constituido a través de la “exclusión radical”, intenta transformar en equivalentes las diferencias positivas que lo constituyen. Esto anuncia el surgimiento de lo que el autor denomina un “significante vacío” (Laclau, 1996).

Según Laclau (1996), la condición para que esta operación sea posible consistirá en que lo que está más allá de la frontera de exclusión sea reducido a la “pura negatividad”, es decir, a la “pura amenaza” que ese más allá presenta a las diferencias interiores del sistema. Pero las categorías excluidas, para lograr constituirse en los significantes de lo excluido, tienen que cancelar sus diferencias a través de la formación de una “cadena de equivalencias” (Laclau y Mouffe, 1987) de aquello que el sistema “demoniza” a los efectos de poder significarse a sí mismo. De este modo, la frontera de exclusión, pese a conformar una “amenaza externa” que hace imposible la constitución del sistema, resulta, a su vez, condición necesaria para constituir la propia identidad1.

En resumidas cuentas, un significante vacío se forma mediante la constitución de una cadena de equivalencias a partir de una dispersión de demandas fragmentadas que se unifican en un “punto nodal” (Laclau y Mouffe, 1987) que actúa como contraposición a otra cadena de equivalencias amenazante del sistema ¿Y cuál es la importancia que adquieren estos significantes vacíos? Laclau parte de la base de que lo que llamamos sociedad es, en realidad, la ficción del deseo de “suturar” una estructura que se encuentra necesariamente ausente. En otras palabras, parte de la idea, basada en el psicoanálisis lacaniano, de que existe un espacio de relaciones entre individuos y grupos que desean alcanzar una sociedad unificada, el Uno lacaniano (Lacan, 2006). Sin embargo, lo que tenemos en realidad es una “totalidad fallada”, el sitio de una “plenitud inalcanzable”. La función que cumplen estos significantes (palabras, imágenes) reside, precisamente, en que, pese a que representan una particularidad, actúan simbólicamente refiriéndose a la cadena equivalencial como una totalidad2 (Laclau, 1996, 2005).

Se puede observar aquí la influencia de nociones lacanianas como “cadena significante” (Lacan, 1987: 246, 2003: 24), resignificada por Laclau como “cadena de equivalencias”, y la de “rasgo unario” (Lacan, 2006), en tanto deseo estructural de unidad social. Del mismo modo, el término “punto nodal” (Lacan, 1987: 160), tomará la forma de significante vacío. Debemos destacar, sin embargo, que muchas de estas nociones lacanianas llegarán al pensamiento de Laclau a través de la obra de Slavoj Zizek (1992). En efecto, Zizek será uno de los primeros pensadores que intentarán pensar la intersección entre política y psicoanálisis a partir de conceptos lacanianos como “punto de capiton” (Zizek, 1992) y la famosa frase “no hay relación sexual” (Lacan, 2006). En ese contexto, Laclau se referirá, siguiendo a Zizek (1993), a la “imposibilidad de la sociedad”, en una reformulación de aquella famosa y controvertida frase de Lacan, y utilizará también la noción de significante vacío retomando la noción lacaniana de “point of capiton” o “punto de almohadillado” (Lacan, 2006: 205),abordada también en su momento por Zizek (1992).

Sin embargo, pronto el teórico argentino se desligará del filósofo esloveno, criticándole la supremacía que continuará observando en este autor de la lógica economicista de la “lucha de clases” como antagonismo político primordial (véase Laclau, 2003a, 2003b). En efecto, como dijimos, desde el enfoque de Laclau no puede hablarse de un tipo de antagonismo que sea determinante per se, siendo su delimitación dependiente de un contexto histórico particular. En ese contexto, aunque en sus últimos trabajos no niega que la economía impone límites fuertemente condicionantes (Laclau, 2005: 294-295), sólo un análisis contextual e histórico puede delimitar la influencia de las nociones que adquieren la lógica de antagonismo primordial3

Tras su alejamiento del pensamiento de Zizek, Laclau hallará en el análisis de Joan Copjec (2006), una fuente teórica renovada y afín a su pensamiento post-marxista. Esta influencia del psicoanálisis lacaniano se verterá primordialmente en su famoso y controvertido libro La Razón populista (2005). Allí, Laclau, además de hacer un recorrido del psicoanálisis y su relación con lo social y lo político desde los abordajes de Tarde y Le Bon, pasando por las críticas de Freud, tomará una noción clave en el psicoanálisis lacaniano como es la del objeto a. Luego de explicar que la díada anterior al nacimiento entre la madre y el hijo “contenía todas las cosas y toda la felicidad y a la cual el sujeto se esfuerza por regresar a lo largo de su vida”y que una, vez dado a luz, el niño ya no puede regresar a ese estado anterior de pura satisfacción, necesitando incorporar un “objeto parcial” que intente reproducir el goce perdido (Laclau, 2005: 144-145), Laclau señalará que estos conceptos resultan cruciales para entender la constitución de las identidades políticas. Ello se debe a que estos objetos parciales lacanianos, también llamados objeto a u objeto petit a, encarnan, al igual que los significantes vacíos4, objetos hegemónicos que satisfacen de manera sustitutiva el verdadero deseo, que es el sueño de una “totalidad mítica” madre/hijo, o su correlato, la sociedad “reconciliada consigo misma”. En ese contexto, Laclau concluye que la lógica del objeto a minúscula, transferida a objetos parciales (objetivos, figuras, símbolos) que son “fuentes de goce”, al convertirse en los “nombres” que simbolizan la “ausencia” son no sólo similares, sino idénticos a la lógica por la cual los significantes vacían su particularidad inherente para articular otras demandas sociales. En otras palabras, la lógica del objeto a, al satisfacer el deseo de unidad con el otro, funcionaría de manera equivalente a la lógica por el cual los significantes logran vaciar su particularidad constitutiva para hegemonizar el espacio social (Laclau, 2005: 148-149). Podemos observar, de este modo, lo fructífero que resulta y el vasto campo que abre la intersección entre el psicoanálisis lacaniano y la teoría política post-marxista para entender los modos de construcción discursiva de las identidades políticas.

Hernán Fair

Bibliografía

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FUENTES

[1] La plenitud es un “objeto imposible”, ya que no se puede representar a la sociedad como totalidad, es decir, no puede lograrse una sociedad “sin antagonismos”, “autoconstituida”, “clausurada”, “transparente”, “armónica”, “plena” o “reconciliada consigo misma”. Sin embargo, ese objeto imposible es, al mismo tiempo, crucial, ya que, en sociedades con múltiples puntos de constitución de las identidades, donde las mismas son inestables y escasamente integradas, y donde no hay un fundamento racional último, se requiere “llenar” los “vacíos” de algún modo. Precisamente, esa función la cumple el proceso de representación a través de la articulación de múltiples demandas en torno a significantes que vacían (tendencialmente) el espacio social (Laclau, 1987, 1993, 1996, 2003a, 2003b, 2003c, 2005).

[2] Para un análisis aplicado de algunas de estas nociones en relación al caso argentino durante el gobierno de Menem, véase Fair (2008).

[3] Para dar un ejemplo, durante el alfonsinismo la lógica primordial será más institucional y ética que económica, al menos durante la primera etapa. Al respecto, véanse particularmente los trabajos de Gerardo Aboy Carlés (2001) y Sebastián Barros (2002).

[4] En realidad, en sus últimos trabajos Laclau se refiere a la noción de significantes “tendencialmente vacíos”, al entender que el vaciamiento nunca puede ser total, ya que ello implicaría el establecimiento de una sociedad plenamente constituida como tal (véase Laclau, 2003b, 2005).

* Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magíster en Ciencias Sociales con mención en Ciencia Política y Sociología (FLACSO) y Becario doctoral (CONICET/UBA). Correo electrónico: herfair@hotmail.com

Fuente: http://www.psikeba.com.ar/articulos2/HF-Psicoanalisis-y-politica-en-la-obra-de-Laclau.htm Sigue leyendo

Transbabel: prácticas disciplinarias en la era del consumo .

Transbabel: prácticas disciplinarias en la era del consumo (1)

Luis Camargo [*]

Allegro
Situemos un par de pilares dónde asentar el escrito, advirtiendo que su arquitectura estará dada por la babelización de los discursos disciplinarios. Utilizaremos, por comodidad expositiva, un esquema, el lacaniano del discurso amo, pero sólo para evocar lazos y no correspondencias unívocas, que estarían entonces violentadas. Y es que precisamente de “lazos” se trata en los discursos, siendo los cuatro introducidos por Lacan (amo, universitario, histérico y analítico) los fundantes de todo lazo social, los que ordenan los “modos de vida” de los seres hablantes, esto es, sus distintas maneras de gozar. Veamos.

Arriba a la izquierda, en el lugar del agente y de los significantes amos, una lógica, la del consumo. A su derecha, en el lugar del Otro y del saber, ficciones, las mitologías contemporáneas. Abajo a la derecha, en la producción (pero también en el lugar del goce), las prácticas disciplinarias, particularmente las que nos interesan, esto es, las que atienden el padecimiento humano; en el lugar del sujeto y la verdad, el concepto de riesgo, su dimensión social, subjetiva, pero también ética, si ella cabe.

Trataremos pues, de precisar cómo y de qué manera, las disciplinas (y sus relaciones: inter, multi, trans… veremos) que abordan al sujeto sufriente, en los límites que establece el paradigma consumo/mercado, y sustentadas en ciertas mitologías contemporáneas que les otorgan el ropaje preciso a su semblante de saber, asisten a –y configuran- una subjetividad que les pide, les demanda, les exigen suturar el riesgo y la incertidumbrede habitar un cuerpo ofrecido al lenguaje y a la vida sociolibidinal. Operación que, de un modo paradojal, puede implicar ocasionalmente, tanto el “consumo de la (inter)disciplina” (leído en su equivocidad) como la “consumación del sujeto”.

Adagio (andante)
Despleguemos cada uno de los términos que componen nuestro cuatrípodo.

Consumo. La producción intelectual sobre el concepto de consumo – desde cualquier campo o disciplina que intersecte lo social- ha aumentado notoriamente en los últimos años, pues ya nadie puede negar la impronta crucial del consumo en cualquier tipo de representación urbana, ya por definir grupos humanos que lo habitan (como a la caverna de Saramago 2) o que son segregados por él, ya por responder al sentido posesivo del término (sobre el que se sustenta una “cultura” o mejor, un “culto” del consumo), o al sentido destructivo, de agotamiento o enajenación del mismo (ya señalado en los años 30 por W. Benjamin), y que hace al revés del guante del consumismo.

¿Qué lógica se ordena con los significantes del consumo? Veamos un aspecto (entre tantos que posee). El historiador Ignacio Lewkowicz, llamó la atención sobre las consecuencias de la introducción en nuestra Constitución Nacional, en su artículo Nº42, de una figura antes inexistente, la del “consumidor”, con el establecimiento de sus derechos y garantías. Señala que el nuevo soporte subjetivo del antiguo Estado-nación es ahora precisamente el “consumidor”, figura que reemplaza a la vieja categoría de “ciudadano” que era la que sostenía el lazo social en la modernidad, entre el pueblo y lo que esos Estado-naciones instituían. Dice el historiador3: “la relación social no se establece entre ciudadanos que comparten una historia, sino entre consumidores que intercambian productos”. En esta lógica, va de suyo que si el consumidor deviene soberano, la ley que rija el intercambio social, será la ley del consumo, la preeminencia en lo social de la macdonalización de las relaciones urbanas, con dos rasgos a destacarse que la cadena alimentaria yanqui metaforiza muy bien, como lo señala Eduardo Galeano4: “La universalización del McDonald´s en el mundo de fin de siglo implica una violación de los derechos humanos doble: una violación cultural porque se niega el derecho de autodeterminación de la cocina, que es una de las expresiones de la diversidad cultural del mundo. O sea, se incita a que todos a que comamos comida de plástico o basura. La boca es una de las puertas del alma y, evidentemente, la cocina es un signo cultural de la diversidad. Y, además, McDonald´s comete un atentado sindical, porque prohíbe que sus empleados se agremien, queriendo dar por tierra así con dos siglos de luchas obreras y conquistas. Y esto ennombre de la democracia! El doble arco de McDonald´s ocupa ahora el centro del altar que antes estaba reservado a la cruz”. Homogenización (podríamos decir nosotros, del goce) y claudicación de los derechos clásicos de las sociedades industriales, lo que ha llevado a muchos a hablar de “sociedades posindustriales” (como por ej., Didier Bell), en las que la socialización no se funda en la producción de mercancías y en la clase obrera (aunque sea en su explotación), sino en los llamados “servicios”, profesionales y técnicos5, puestos, claro está al “servicio” del consumo.

Para abreviar: el vacilar del “paradigma Estado” da lugar a otro, que puede darse en llamar “paradigma mercado”, el cual instituye a su vez la condición de un pensamiento de época, el pensamiento mercado (Dobón) o la macdonalización del pensamiento (Galeano). Sigue de allí, por un lado, una nueva subjetividad, la del consumidor, y por otro, un nuevo paradigma del pensamiento, el consumo-mercado, con sus depuradas técnicas y estrategias de seducción que designan al modelo general del vivir (esto es, antes que nada, del desear y gozar) de las “urbes”contemporáneas (término acaso preferible al de “sociedad”, en tanto es la ciudad, la urbe, pero sin ciudadanos -como vimos- sino consumidores, la que dicta los modos actuales de hacer lazos). Desaparición de lo social y de la alteridad, como diría Baudrillard6, en tanto allí donde estaba el Otro, ha aparecido el Mismo.

Mitologías contemporáneas. Se trata, a mi gusto, de dos ficciones. Pero antes de nombrarlas, aclaración obligada. Pues, aunque resulte obvio a esta altura del machaque del pensamiento analítico y sus axiomas, es preciso ser obvios una vez más: ficción no se opone a falso ni a verdadero o a verdad (la verdad tiene estructura de ficción, se ha re-citado a Lacan, o dicho de otra –jurídica-manera: fictio figura veritatis –la ficción es una figura de la verdad).Juan José Saer (escritor, claro),lo intuye mejor, y hasta casi se podría decir que define con sutileza un rasgo central del hacer analítico (ejercicio: reemplacen el “no se escriben ficciones” por “no se analiza”)7: “Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la “verdad”, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria.”.

Ahora si: las dos ficciones. Una, la expuestaen este volumen por Juan Dobón, en el artículo La Cultura del Riesgo, como el «mito del Hombre Global», ideologema conformado por cuatro elementos básicos: el pensamiento-mercado, la tecnociencia, su subjetividad, y el objeto técnico, que provee la tecnología. Este mito contemporáneo es pensado en permanente tensión con el mito freudiano del Edipo (que articula el deseo y la ley)8. La otra ficción, la ficción del abordaje total, el «mito del sujeto pluriasistido».

¿Que atributos porta la primer ficción, la del “Hombre (o Mujer) Global”? Los de la performance, los de la eficacia y eficiencia, los del ego-building (Lipovetsky), los de la eterna juventud corporal, los de la transexualidad (en tanto se juega la indiferenciación sexual: “todos somos simbólicamente transexuales”, Baudrillard dixit), los de la informatización y los de la virtualidad (que delinean al Hombre Telemático, el de la relación hombre/cosa u hombre/máquina, que suplanta al de la otrora hombre/hombre), los de la fluidez de la culpa y la responsabilidad (atributos más propios de la modernidad), los del hedonismo, los de la “unomismidad” (si se me permite el neologismo) mezclados con buenas dosis de desapego respecto al otro9… podríamos seguir la lista.

Atributos, claro está, del ideologema del hombre global que queda del lado del plus del proceso de personalización de la sociedad de consumo: del lado del minus, la contracara del hombre global, los desclasados, los segregados, los marginados, cuyas vidas se regulan exclusivamente por la lógica de la subsistencia, alimentándose con los desechos de aquel consumo urbano. En los dos casos, incidencia patética (resuene, por favor, el páthos de raíz) del exceso.

Como se nota, se trata también de ideales (una ficción es eso), pero reabsorbidos en la cientificidad, que los trastoca en imperativos. Paradoja del siglo de las Luces, que estableció el programa científico en base a la razón: cuánto más crecen las Luces, más se espesa la sombra (Pommier). Se trata, de todos modos, de mitos, de mythos, cuyo equivalente latino, fábula, deriva de fari, que significa “decir”, mostrando la pertinencia de un decir que en última instancia genera el mundo, no un decir sobre el mundo, un decir, un logos,que genera al sujeto, no su decir sobre él.

Acompañando esta ficción del hombre global, otra que le es correlativa: “el sujeto pluriasistido”. Este mito es el heredero de la moderna y cartesiana concepción del sujeto en tanto determinado bio-psico-socialmente10, como resultado de una multiplicidad de factores operando en su tiempo cero, inasible en última instancia, pero que le otorgan un plan de consistencia (Deleuze) al sujeto, aunque no tengan sus componentes (lo bio, lo psico, lo socio) jerarquías equivalentes y/o inmóviles, como lo demuestra el privilegio del actual paradigma neurobiologista. “Pluriasistido” significa en realidad, y este contexto, pluridad de ofertas para asistir cada porción del sujeto, hasta que logre la ilusión de armar su propio bricolage de sí, ya lo mueva un padecer (orgánico o psicológico), una estética corporal, una búsqueda de autoconciencia (que nada tiene que ver con la hegeliana) o cualquier estrategia del vacío. Pero “pluriasistido” es también el nombre de otras ficciones, las que en general asisten a la contracara del hombre global, los del exceso en menos de la sociedad de consumo, que son las ficciones “re”: resocialización, readaptación, reeducación, etc.. Esas ficciones se sostienen siempre en dispositivos básicamente dispuestos para atender a los que de un modo u otro quedan al margen de la ley, sea la legal, sea la moral, sea la social11.

Disciplinas. Luego de los análisis de Michel Foucault, ya nadie puede sostener la inocencia de las finalidades objetivas (o teleológicas) de la serie de dispositivos, prácticas, técnicas, saberes, discursos y enunciados que constituyen las prácticas disciplinarias modernas, y desconocer el ensamblaje de cualquiera de éstas con los sistemas de comunicación y de poder, para conformar las por él llamadas “tecnologías del yo”, que, insertas en las redes del bio-poder, permiten localizar una subjetividad que resulta así producida por esos entramados de técnicas, procedimientos disciplinarios y dispositivos de poder. Pero todo el análisis de Foucault presupone para las “sociedades disciplinarias” el funcionamiento del paradigma Estado. Si este vacila, si a este lo suplanta el paradigma mercado, entonces, ¿dónde situar las disciplinas en el fin de las sociedades disciplinarias? A esbozar alguna respuesta a esta cuestión, se dirigen estas líneas.

Antes, repasemos algunos prefijos que han caracterizado a las relaciones de las disciplinas entre sí, en síncopa con la mencionada concepción del sujeto como bio-psico-socialmente determinado. Dicho de otro modo: cómo cada disciplina, en la Babel de las ciencias se las ha arreglado para superar el maleficio de Yahveh, y dialogar con su vecina.

Se sabe, son éstos,tiempos del “especialista”, tiempos del “experto”. El campo del saber de cada disciplina (palabra que significa doctrina o ciencia, pero también y a partir del 1250, sumisión a las reglas, poner orden) se halla fragmentado, parcializado, y se busca, casi compulsivamente, delimitar la incumbencia de cada porción de las “bio-psico-sociotecnologías”. En este sentido –sólo en este, veremos otros- hay un estallido de lo múltiple en el campo de las disciplinas: hay un carnaval de la multidisciplinaridad. Multiplicidad es también uno de los nombres que habitan la estructura de lo posmoderno –permítaseme el término-, no sólo por referir la inagotable variedad de gadgets que se ofertan al consumo, sino en alusión al estallido de los grandes relatos discursivos (pocos y consistentes) para dar lugar a la heterogeneidad y dispersión de los lenguajes, ya que el saber posmoderno implica la diseminación de sus reglas por el “reconocimiento de la heteromorfia de los juegos de lenguaje” (dando por sentado que el lazo social está hecho de “jugadas” de lenguaje)12. Dicho de otro modo: babelización de los discursos disciplinarios.

En la Babel de lo multi, las disciplinas hablan -o lo intentan, al menos- entre sí. Tiempo entonces, de la Interdisciplina. Tal diálogo critica per se cualquier criterio de causalidad lineal y atenta contra la posibilidad de fragmentación de los fenómenos a abordar13. El “inter” hace referencia al “entre”, a los espacios donde hace aguas el mito de la completud a la que podía aspirar cada disciplina en su bunker, con sus monologismos, sus identidades perceptivas, o el paraíso puro de las verdades objetivas conque el positivismo pinceló el cuadro de las ciencias en la modernidad.Al tiempo de la interdisciplina (y estoy diciendo también, el nuestro, hoy), se le puede suponer un momento: el de la transdisciplina. Una idea y una metáfora de Stolkiner14: “A mi gusto, lo transdisciplinario es un momento, un producto siempre puntual de lo interdisciplinario. Quizás sirva una metáfora para explicar esto: la orquesta sinfónica…antes de que el concierto comience, oiremos una polifonía inarmónica. Sin embargo, cuando la sinfonía comienza, es una”. A ver: afinan los violines -acaso en re-, los cellos -acaso en do-, digitan los oboes y los fagots, se estira con pequeños golpecillos de parche el timbal, y en el aire del espectador/oyente resuenan cientos de notas confusas,fraseos intermitentes, escalas átonas: cada músico en su mundo. De repente, el director castiga con su batuta tres veces al atril, dibuja un par de figuras en el espacio con sus brazos, y todo se ordena en una deliciosa sinfonía. Ya no oímos al cello, al violón, a la trompeta, sino por su participación en la ejecución conjunta de la orquesta. En verdad, cada instrumento en sí cede un poco de su existencia (su narcisismo melómano), en pos de la acción grupal, hasta que le toque su turno del solo. En un primer tiempo allegro, rápidamente los violines nos exponen el tema de la sinfonía, y mientras se van agregando las voces de los demás instrumentos al desarrollo, llegamos al segundo movimiento, andante, donde un clima sosegado da aires de divertimento. Al tiempo, el ritmo de la orquesta se hace marcado, con pequeños golpes: un minuetto, a violines en modo menor, anticipa el último movimiento, agitado y febril, el finalle allegro, donde las cuerdas hablan y los vientos les contestan hasta el paroxismo del fin. La sinfonía, el acontecimiento musical y transdisciplinario, se ha producido15.

Otras referencias a lo transdisciplinario hacen hincapié en el trans como un más allá del marco, que es lo que define estrictamente a cada disciplina, un atravesar los territorios disciplinarios, un tránsito, un ir hacia la diversidad, y acaso volver (a la disciplina propia) pero desde otro lugar, transformados por el encuentro con otras. En esa línea, un Sergio Rocchietti, que lo plantearía así16: “lo material de la transdisciplina está en nosotros y fundamentalmente forma parte de la Escritura y la Lectura, aspectos decisivos del acontecimiento transdisciplinario, de allí se regresa a la disciplina, pero es un regreso al sitio de lo distinto: Lo distinto: una disciplina horadada”.

Riesgo. Es antes que nada, un cambio de mirada, un cambio de discurso: tratase de un concepto vedette para las ciencias sociales contemporáneas; no es solo factible hablar de las “teorías del riesgo”(Beck, 1992; Luhmann, 1992; Ewald, 1996; Beck, Giddens y Lash, 1997; Ramos y Selgas, 1999, etc.), sino de un verdadero logos: la “riesgología”. Se ha hablado de ello en este volumen17. En nuestro esquema, ubicamos al riesgo por debajo de la barra del consumo. Entonces, en términos de verdad, puede decirse que es la noción de riesgo la que sostiene la lógica del consumo (del mercado neoliberal, de la globalización, del toyotismo y del macdonalismo); le es consustancial. Veamos a que par de significantes estamos suplantando del lado izquierdo del esquema. Hace unos años atrás, digamos, unos setenta u ochenta, hubiésemos colocado arriba al capitalismo industrial, al fordismo, al keynesianismo, al Estado (de Bienestar). Abajo, lo que hubiésemos ubicado por entonces es la noción de conflicto, sustentando la verdad de aquellos significantes amos, del mismo modo que el síntoma (expresión princeps del conflicto psíquico, para Freud) sustenta la verdad del inconciente (el discurso amo es también el del inconciente). La “sociedad del conflicto” o la “cuestión social” básicamente implicaban la pugna por el control de los medios de producción, el dominio de la economía, y las relaciones entre clases mediadas por el trabajo. El fordismo, por ej., no es sino un sistema de gestión controlada del conflicto social, que convocaba al Estado para compensar los desequilibrios, lo que obviamente no implicaba resolverlos: pero sí reconocer, públicamente, la existencia del conflicto. El paradigma neoliberal (globalización financiera, hipertecnologización incontrolable, fluidez y mediatización comunicativa de las interacciones sociales,crisis en las soberanías nacionales: sinónimos) al que asiste Occidente desde los años setenta, no reconoce el conflicto, o como mínimo tiende a invisibilizarlo, y/o disolverlo en otros procesos que eclipsan los antagonismos de lo social, y en su lugar promueven otra construcción sociocultural y simbólica, llamada “sociedad del riesgo” (como es el nombre de una de las obras de Ulrich Beck), poniendo el acento en las consecuencias no queridas que acompañan indisolublemente a la idea de progreso en la ciencia,la tecnología, la economía y la política de los tiempos que corren. El riesgo es el nombre del mal necesario (e inevitable) en el desarrollo estructural de las sociedades modernas: el precio a pagar por ellas. Mal que se sinonimiza en términos como incertidumbre, imprevisible, impredecible, catástrofe, temor, terrorismo, virosidad, error, paradoja, daño colateral, efecto secundario, efecto dominó, etcétera. Ya no se trata tanto de cómo se distribuyen los bienes, sino cómo se distribuyen los males. El riesgo es la estrategia discursiva predominante hoy, ubicable allí donde otrora, en las sociedades industriales, ubicábamos al conflicto, vistiendo con ropajes nuevos, acaso viejos malestares en la cultura, para decirlo freudianamente.

Se tratará de precisar, para nuestro interés, de qué modo la noción de riesgo se traduce en la subjetividad, esto es, pesquisar cómo se cuela en los modos del sufrimiento actual, por un lado, y por otro, cómo y qué consecuencias tiene que las disciplinas aborden al sujeto también desde ese sesgo, el del riesgo.

Por último, qué ética referencia la “sociedad del riesgo”. Dejemos hablar a uno de los mentores del concepto, Ulrich Beck18: “El cálculo de los riesgos vincula las ciencias físicas, la ingeniería y las ciencias sociales. Puede aplicarse a fenómenos totalmente dispares, no sólo en la gestión de la salud, sino también a los riesgos económicos, de la vejez, del empleo y del subempleo, de los accidentes de tráfico, de ciertas fases de la vida, etcétera. Además, permite un tipo de «moralización tecnológica» que ya no tiene que aplicar directamente imperativos morales y éticos…. En este sentido, podríamos decir que el cálculo del riesgo ejemplifica un tipo de ética sin moralidad, la ética matemática de la era tecnológica”. Es esa ética matemática, por ej.,la que sostiene, en nuestros campos, aquellas compulsiones estadísticas tan frecuentes en las instituciones. Habrá que ver que otra posibilidad ética puede adscribirse allí: habrá que ver si el psicoanálisis puede ser llamado a poner allí otra palabra, diferente.

Minuetto
Es hora de volver al principio: más precisamente al título. ¿Por qué Transbabel? La Modernidad y su proyecto científico ha sido la Torre de Babel de las disciplinas, cada cual especializándose casi al infinito, en busca de aquellas cartesianas ideas claras y distintas, compartimentando el conocimiento en estanques cada vez más sólidos y preferiblemente estables, sin contaminación de lo subjetivo, tal el imperativo de la ciencia positiva. Se trató de disciplinar a las disciplinas. El “orgullo de esos hombres” de la cita bíblica del copete podría bien haber sido el de cada ciencia, cada disciplina para sus adentros. Tiempos de cosmovisiones: para cada ciencia, la grafía del mundo era la misma de sus propios caracteres. Hasta que los paradigmas disciplinarios implotaron, implosión que comienza paradójicamente en las ciencias más duras: geometrías no euclidianas, Teorema de Gödel en las matemáticas, Principio de incertidumbre en la física cuántica, Teoría del Caos y más. La Torre comienza a desmoronarse: nunca lo hará del todo, sin embargo.

Transbabel es entonces el tiempo después de la Babel disciplinaria. Tiempo de diálogos interciencias, tiempo de los prefijos de los que hablamos más arriba. Mientras se multiplican las influencias de una disciplina sobre la vecina -e incluso sobre la de barrio lejano-, nace la era de las “alternativas”: medicinas alternativas, psicoterapias alternativas, pedagogías alternativas, y otras alternativas. La sociedad de consumo explicita, con depuradas técnicas de seducción,sus catálogos de disciplinas, sus menús de servicios “a la carta”, de salud (física y mental), educación, y hasta de justicia (dispositivos de resolución alternativa de conflictos: mediación, arbitraje, conciliación, negociación, etc.). En Transbabel, cuando ya no hay más Torre o sólo quedan de ella ruinas, y en su lugar crece un vasto campo sin fronteras, proliferan voces nuevas –alter, otras-, muchas de ellas dialectos, al tiempo que las voces antiguas se ilusionan en un entendimiento renovado, en el perdón de Yahveh. Si Babel era el reino de la diferencia, ¿será Transbabel el reino de la in-diferencia, el reino de lo igualitario, de los múltiples iguales?

Propongo pensar un riesgo para la transdisciplina, en este contexto de Transbabel, que corre a la par, o detrás, de los vínculos factibles entre las disciplinas, tal como son prefigurados por la metáfora musical más arriba expuesta. En verdad, ha sido entrevisto por Jean Baudrillard hace más de quince años19: “La posibilidad de la metáfora se desvanece en todos los campos. Es un aspecto de la transexualidad general que se extiende mucho más allá del sexo, en todas las disciplinas en la medida que pierden su carácter específico y entran en un proceso de confusión y contagio, en un proceso viral de indiferenciación que es el acontecimiento primero de todos nuestros acontecimientos. La economía convertida en transeconomía, la estética convertida en transestética y el sexo convertido en transexual convergen conjuntamente en un proceso transversal y universal en el que ningún discurso podría ser la metáfora del otro, puesto que para que exista metáfora, es preciso que existan unos campos diferenciales y unos objetos distintos. Ahora bien, la contaminación de todas las disciplinas acaba con esa posibilidad. Metonimia total, viral por definición (o por indefinición)”. Se podría decir de estos modos ejemplares, y paradojales: todo es orgánico (preeminencia de los neurotransmisores, genes, moléculas, etc.) pero ya ninguno es indubitablemente terruño de la medicina (podría ser –por qué no- cuestión de técnicas orientales o de terapias cognoscitivo-conductuales); todo es psíquico –infinidad de derivaciones médicas con el diagnóstico “problema emocional”- pero, al mismo tiempo, ya nada es del campo “psi” (mejor, regulemos químicamente los niveles de serotonina); todo es político, pero lo político está en cualquier parte (la ciencia, el arte, el deporte, etc.) menos en la Política; el arte está en tantos lados que nadie sabe ya dónde está el arte, salvo que no en los museos; el deporte: nada menos deportivo que cualquiera de los grandes –en volúmenes de dinero- deportes (los que vemos por TV); los virus infectan menos a los hombres que a las computadoras, y el lenguaje de las computadoras es el más adecuado para entender la comunicación humana, PNLmente hablando.

Es en este punto de indeterminación y fluidez20 dónde más claramente se evidencia la sumisión de la ciencia, la tecnología y particularmente de las disciplinas que abordan al sujeto, a las lógicas del consumo global y del mercado neoliberal que detallamos al principio. En ese fluir hacia la indiferenciación transbabélica de las disciplinas es dónde situamos el “consumo” de las disciplinas en los dos sentidos de su equivocidad: a) sus “agotamientos precoces” (por ejemplo, a cien años de la creación del psicoanálisis, uno de sus debates centrales pasa por su supervivencia o no en el tercer milenio) y/o sus transformaciones, mutaciones, fusiones, hibridaciones, en las que se pierden sus orígenes (“psiconeurolingüistica”, “neuropsicoendocrinología”, y así);y b) el consumo de las disciplinas (y particularmente en las modalidades de inter y multidisciplinas, en virtud de la ficción del abordaje total), como otros de los tantos objetos del mercado, del shopping, en nuestras vidas caracterizadas como paseos de compras: hay sujetos que consumen su salud procurando consumir las ofertas médicas y “psi” de salud.

Es un hecho, que los propios significantes de la ciencia responden a las necesidades de la época. Para cernirnos al campo de la psiquiatría, por ejemplo, que ella diga “no hay más síntomas, hay trastornos”, como proclama de cabo a rabo su DSM-IV (en el DSM-I, año 1952, se trataba de “reacciones”), pues ello responde, en las estrategias discursivas, al pasaje de conflicto a riesgo, que más arriba señalábamos. Ya dijimos, el síntoma, desde Freud, no ha sido sino la expresión princeps del conflicto en la subjetividad (entre las distintas instancias psíquicas, decía él), y su borramiento por la noción de “trastorno”, noción que hace exclusiva referencia a patrones comportamentales (por ende, a estándares, a normas que vienen de afuera), responde a la política del riesgo, a la “moralización tecnológica” (Beck) que tratamos en el apartado correspondiente. Si hiciésemos la genealogía de tantos conceptos psiquiátricos en boga hoy, (panicattack, stress, etc., no sería difícil hallarles a poco de andar la “necesidad científica” del consumo, farmacológico -claro está-, delineando las formas de nominación de sus patologías.

Esto del lado de las ciencias, los saberes, las disciplinas. ¿Y qué del lado del sujeto? Primero: no hay que olvidar que en el discurso amo moderno, cuyo agente es la ciencia, el sujeto (el consumidor) está por debajo suyo en el esquema lacaniano, en el lugar de la verdad, inquietándolo permanentemente al amo científico con sus preguntas (como corresponde al efecto histérico -industrioso- de esa posición), por lo tanto, poniéndolo a trabajar. Esas preguntas del sujeto, tienen que ver, básicamente, con una cosa: su sufrir. El médico trabaja, de últimas, para acallar el sufrimiento: cuando no lo logra, en general, deriva al sujeto hacia las psicoterapias; cuando éstas tampoco lo logran, el sujeto queda a la deriva en el “inter” de las disciplinas21.

Segundo, entonces, una pregunta: ¿de qué se sufre hoy? No qué es el sufrimiento (cuestión imposible de abordar acá), sino qué ropajes tiene hoy el sufrimiento. Por que quizás, el cuerpo del sufrimiento varíe poco con las épocas, pero si sus ropajes. Quizás el lei motiv del sufrir sea siempre algo del orden de la impotencia que aqueja al sujeto, un no poder…. (amar, ser amado, trabajar, desear, parecerse, perder, perderse, en fin, infinitas opciones). Del mismo modo, y a la vera de la impotencia, la incertidumbre que caracteriza a las sociedades del riesgo, es el mejor suelo para que crezcan las angustias de los sujetos, que cosecharán luego los profesionales y los técnicos del mercado. Así, para Bauman las sociedades de consumo deben, no sólo crear, sino cuidar bien las angustias que les son funcionales22: “La angustia que genera la incertidumbre es el fertilizante del que se nutre la sociedad individualizada para sus propósitos consumistas; por lo tanto, es necesario cuidar bien de ella, y no dejar bajo ningún punto de vista que se seque o se evapore. La mayor parte de las veces, la producción de consumidores implica la producción de temores «nuevos y mejorados»”. “Nuevos y mejorados” es el horizonte de todo producto del mercado, y los consumidores saben cuando adquieren cualquiera de ellos (una PC, una cámara fotográfica), que pronto serán antiguos y obsoletos. Siempre habrá, del mismo modo, en el catálogo de las disciplinas una nueva y mejorada que asista al sufrimiento del sujeto, pues “los peligros creados artificialmente…tienen una clara ventaja sobre los peligros naturales, dado que permiten crear los temores a la medida de las curas disponibles, y no al revés”23. Aquel no poderde la impotencia y esta angustia de la incertidumbre, se hallan caracterizados hoy, por el mito del Hombre Global en su yerro, en sus fallos. Y es el modo singular como cada quien encarna ese mito y su herida (en la que supura el sufrir y la angustia) lo que va a ofrecerse eventualmente a las disciplinas para ser mirado, escuchado, en el mejor de los casos, manipulado, en el peor (piénsese, por ejemplo, en algunas de las técnicas de reproducción asistida, o en algunas de la medicina estética).

Por último, tres, la cuestión de la ética en este campo de la relación del sujeto con las disciplinas que lo abordan. Es sabido que la era del capital ha caracterizado la relación del sujeto con el Otro a través de la ética utilitarista, tanto del Bien, como de los bienes. Ya sea se enfatice la vertiente del “ser” (que quedaría del lado del Bien) o la del “tener” (del lado de los bienes), pone en juego cierto orden de alienación del sujeto, en el sentido de la determinación estructural del sujeto por el Otro. El discurso moderno acerca de la felicidad ha girado sobre estos dos valores, oponiéndolos: se trataba de poseer, pero que ese tener no dominase al ser, al que debía regularlo más bien la relación con el otro, con el semejante. Pero aún oponiéndose, en ambas estrategias reinaba una voluntad, un elemento común: el compromiso: el compromiso y la obligación de hacerlo durar24. Las sociedades del consumo, rechazan ese elemento común, pues en las dos opciones, la del ser y la del tener, implican una dependencia, la primera en otra gente, la segunda en posesiones. Se rechaza todo compromiso y toda dependencia. Pero sin embargo, el sujeto es hoy más que nunca dependiente de las tecnologías y de las técnicas, y se aliena con facilidad a los significantes de la ciencia, en una dominación éxtima (J.A. Miller), pues opera en lo más íntimo de la subjetividad. He ahí el “riesgo” mayor, el de la objetivación extrema del sujeto, vale decir, su determinación absoluta, al punto de su consumación, su desaparición. Por que con las banderas del riesgo y la incertidumbre, algunas disciplinas que asisten al sujeto en su padecer, van minando todo vestigio de elección de su parte (que no tenga que ver con el consumo, claro), y van rellenando las hiancias de su existencia con los objetos técnicos y las soluciones prèt a porter, al tiempo que tienden a desresponsabilizarlo, incluso a nivel del compromiso con el padecer que denuncia en sus mismos dispositivos. Y en ello va la consumación del sujeto.

A contrapelo, el psicoanálisis aporta otra respuesta posible al sufrimiento, a partir de otra concepción ética (quisiera encontrar un término menos bastardeado, pero..), que se sustenta básicamente en la diferencia: trátase de la ética de la diferencia, que ha sido expuesta por Juan Dobón en el prólogo a una obra nuestra como una ética del riesgo diferente25, en tanto pone en juego una dimensión de la incertidumbre que no es pasible de responderse a priori y que abre a la pregunta del sujeto por su actuar, por las decisiones de su existencia, por su deseo, por las consecuencias de todo ello. Es una ética que se orienta, se dirige, al nivel subjetivo de responsabilidad que se halla implicado en el propio sufrir del sujeto, más allá y a pesar de cualquier determinación (del Otro) que pese sobre el sujeto, que no lo exculpa.

Finalle (allegro)
Es preciso decir, para concluir:

Transbabel no es la nostalgia de Babel, pero tampoco el sueño realizado de una lenguadisciplinaria universal, que recubra la totalidad del experienciar humano. Es preciso dejar escuchar la poli-fonía de la sinfonía transbabélica, para que algo de la enunciación reverbere en cada encuentro.

¿Se puede vivir en Transbabel? No, es necesariamente lugar de paso, una Encrucijada, sitio de preguntas, cruce de caminos que invita, tanto a la reflexión como a la elección.Hay quienes visitan Transbabel y vuelven a sus comarcas con sus ojos y oídos ampliados, y con su boca más prudente; hay los que la visitan y ya no encuentran el camino de vuelta: se los ve vociferando por ahí, vocablos ininteligibles.

En Transbabel, la bulimia es virósica, infecta a muchos: se consumen saberes y se vomitan nuevas disciplinas, que otros irán, a su vez, a consumir. Ese es el riesgo. Se sabe, además, que a la bulimia le sigue la anorexia, una de cuyas formas es la peor: la mental. Ahí ya no se piensa: se vive a (en) la deriva(ción).

El mito de la “pluriasistencia” menta a dicha bulimia. Cuando a la derivación no la asiste la pregunta por la acción ética del que deriva, se halla muy cerca de los totalitarismos, de los imperialismos, de un signo o del otro. Dicho por Eduardo Galeano: “La dictadura de la sociedad de consumo ejerce un totalitarismo simétrico al de su hermana gemela, la dictadura de la organización desigual del mundo. Las órdenes de consumo, obligatorias para todos pero imposibles para la mayoría, se traducen en invitaciones al delito”26. A unos se los “pluriasiste” desde el shopping (allí se vende también salud, estética y todo lo que el individuo necesita para “autoperformarse”). A los otros se los “pluriasiste” desde las (todavía) instituciones de control (cárceles, manicomios, establecimientos minoriles, etc.). El riesgo es siempre el desliz del profesional hacia el tecnócrata.27

Por eso, la ética que propone el psicoanálisis es una ética anti-imperialista: procura socavar el Imperio del “Todos lo Mismo”, que es una de las consignas de esa dictadura del consumo. Procura establecer una diferencia allí dónde sólo habita la segregación, que es siempre del diferente, del que no goza (por no querer o no poder) como se prescribe.

Esa diferencia se llama sujeto. Esa diferencia se llama deseo.

En las sociedades caracterizadas por el riesgo, cualquierética de la diferencia (no sólo el psicoanálisis la promueve) no es sólo conveniente, sino absolutamente exigible.

Bibliografía

Baudrillard, J., La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Anagrama, Barcelona, 1991
Bauman Zygmunt, La sociedad sitiada, Fondo de Cultura Económica, Bs.As., 2004
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Camargo, L., Encrucijadas del campo psi-jurídico- Diálogos entre el Derecho y el Psicoanálisis,Ed. Letra Viva, Bs. As., 2005
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Lacan, J., Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1992
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Lipovetsky, G., El crepúsculo del deber –La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Anagrama, Barcelona, 1994
Lipovetsky, G., La era del vacío –Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 1986
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Rocchietti, S., “¿Transdisciplina?”, revista electrónica “Con-versiones”, oct/2005
Stolkiner, A., La interdisciplina: entre la epistemología y las prácticas, revista electrónica “El Campo Psi”, 1999
[1] Artículo publicado en“La cultura del riesgo” – Derecho, Filosofía y psicoanálisis. Juan Dobón e Iñaki Rivera Beiras- Editores del Puerto – Bs. As. 2006

[2] Saramago, J., La caverna, Alfaguara, 2000.

[3] Lewkowicz, I., Pensar sin Estado, La subjetividad en la era de la fluidez, Paidós, 2004, p.34.

[4] Entrevista realizada a Eduardo Galeano por Carlos Aznárez, publicada en Periódico “Resumen Latinoamericano”, año 1999.

[5] George Ritzer dice: “puede que la esencia del capitalismo moderno, al menos como lo practican los principales países, no sea tanto maximizar la explotación de los trabajadores como maximizar el consumo”. Ritzer, G., The McDonaldization Thesis, Sage, 1998, p.68, cit. por Zygmunt Bauman, La sociedad sitiada, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2004, p.230.

[6] Baudrillard, J., La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Anagrama, Barcelona, 1991, p.134 y siguientes.

[7] Juan José Saer, El concepto de ficción, p.9/17, Ed. Ariel, Bs. As., 1998.

[8] Mito éste, el de Edipo, que a su vez hay que leer en síncopa con el de Tótem y Tabú,con el que Freud enseña que se trata del Padre en tanto muerto: el Padre sólo prohíbe el deseo con eficacia porque está muerto. Lacan agrega: “Tal es el mito que Freud propone al hombre moderno, en la medida que el hombre moderno es aquel para quien Dios ha muerto”. Lacan, J., El triunfo de la religión, Paidós, Bs. As., 2005, p.37.

[9] “Fin de la cultura sentimental, fin del happy end, fin del melodrama y nacimiento de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia, a salvo de sus pasiones y de las de los otros”. Lipoyetsky, G., La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1986, p.77.

[10] Tanto el individuo como la sociedad se concebían hasta los años ´50 con el modelo del “organismo vivo”. Con el final de 2ª guerra mundial y hacia el tercer milenio, es la cibernética la que aportará el modelo teórico e incluso material a un sinfín de cuestiones. La genética, por ejemplo, debe su paradigma a la cibernética. Ver J.-F. Lyotard, La condición postmoderna, Ed. R.E.I. Argentina, Bs. As., 1995.

[11] Ver al respecto Dobón, J.-Rivera, I. (comp.), “Secuestros institucionales y derechos humanos”, M.J. Bosch, Barcelona, 1996.

[12] J.-Fr. Lyotard, La condición postmoderna, Ed. R.E.I. Argentina, Bs. As., 1995.

[13] Stolkiner, A., La interdisciplina: entre la epistemología y las prácticas, revista electrónica “El Campo Psi”

[14] Op. Cit.

[15] A la metáfora, quizás, le hubiese convenido el blues o el jazz, estilos que admiten mucho más la improvisación que el clásico y por ende, la creatividad de sus músicos. Pero es admisiblemente feliz.

[16] Rocchietti, S., “¿Transdisciplina?”, revista electrónica “Con-versiones”, oct/2005.

[17] Particularmente interesante es la ponencia del Dr. Raúl Zaffaroni, al ubicar en la cultura, la dimensión del “derecho penal del enemigo”, traducción jurídico-social de las formas represivas de las sociedades del riesgo.

[18] Beck, U., La sociedad del riesgo global, SXXI Editores, Madrid, 2002, p.80.

[19] Baudrillard, J., La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos, Anagrama, Barcelona, 1991, p.13.

[20] Puede tratarse, simplemente, de fluidez de las técnicas: ¿por qué aquello que sería bueno para tratar un cáncer de riñón, sería bueno también para tratar una psicosis?

[21] Ver Camargo, L., Consumir la interdisciplina, Publicación de Fundación Prosam, La plasticidad en los procesos terapéuticos, Prosam, Bs. As., 2005. Allí trabajamos puntualmente el tema del consumo de prácticas “psi” en el marco de las medicinas pre-pagas y obras sociales.

[22] Bauman, Z., La sociedad sitiada, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2004, p.243.

[23] op. cit., p.244.

[24] op. cit., p.187.

[25] Dobón, J., Unas notas en la encrucijada del campo psi-jurídico; ética y riesgos, en Encrucijadas del campo psi-jurídico- Diálogos entre el Derecho y el Psicoanálisis, Luis Camargo, Ed.Letra Viva, Bs. As., 2005, p.19 y siguientes.

[26] Galeano, E., Patas arriba –La escuela del mundo al revés, Catálogos, Bs. As., 1998.

[27] Así define Zaffaroni al hacer tecnócrata: “… el tecnócrata tiene como regla obtener la mayor renta en el menor tiempo; si se sale de esa regla, el tecnócrata pierde su capital, que va a parar a otro tecnócrata”. Zaffaroni, R., La cultura del riesgo, en este volumen.

Fuente: http://www.psikeba.com.ar/articulos2/LC-Transbabel-practicas-disciplinarias-en-la-era-del-consumo.htm

[*] Psicoanalista, Lic. en Psicología (UBA).

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Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología. Santiago Castro-Gómez

Althusser, los estudios culturales y el concepto de ideología
Santiago Castro-Gómez(1)

Althusser

Desde hace meses, cuando algunas personas se enteran de que estoy leyendo de nuevo a Louis Althusser y de que me gusta lo que leo, he venido escuchando comentarios que oscilan entre la perplejidad y el desasosiego. ¿Althusser? – Sauve qui peut!, sálvese quien pueda! – Pocos filósofos han tenido el “honor” de ganar tantos enemigos con su obra como Louis Althusser. Los casos pueden contarse con los dedos de una mano: Maquiavelo, Spinoza, Marx, es decir, aquellos justamente a quienes el mismo Althusser recurrió una y otra vez durante su carrera. ¿Para qué leer a un autor identificado con la mácula de un pasado político que muchos quisieran no tener que recordar? ¿Qué tiene que decirnos hoy día un filósofo hipersensible, admirador de Lenin, militante incondicional del partido comunista, homosexual, que buscaba ansiosamente una entrevista con el Papa y que terminó estrangulando a su mujer en un ataque de locura? ¿No tendrá, mas bien, algo de necrofílico este interés por resucitar a un “perro muerto”, sobre todo cuando este perro tiene un inconfundible color rojo?

Ciertamente no son sus concesiones teóricas a la ortodoxia del partido, ni su convencimiento en la cientificidad del marxismo, ni tampoco sus repetidas y paradójicas “autocríticas” lo que me interesa rescatar de Althusser. Más interesante resulta examinar su figura en el contexto de las relaciones Nietzsche-Freud-Marx durante los años cincuenta y sesenta en Francia, con el objeto de profundizar en su crítica al humanismo y a las ciencias humanas. Pero éste no será el tema de mi exposición de hoy. Lo que quisiera resaltar es la asimilación del legado de Althusser por los Estudios Culturales británicos, pero no para mirarla como una simple curiosidad histórica, sino porque estoy convencido de que ese legado puede servirnos todavía para repensar lo que significan los Estudios Culturales a comienzos de siglo en un país como Colombia.

Partiré del hecho de que mucho de lo que hoy se publica o se escribe bajo la rúbrica de “estudios culturales” parece ignorar que, en tiempos de globalización, su objeto de estudio, la cultura, se ha convertido en un bien de consumo gobernado por los imperativos del mercado. Esto quiere decir que sin una consideración seria de los vínculos entre la cultura y la economía política, los estudios culturales corren el peligro de ser estudios de nada, o mejor dicho, de perder de vista su objeto. Si los estudios culturales quieren ser, como pretenden, un paradigma innovador en el área de las ciencias sociales y las humanidades, entonces deben reconocer que la cultura se halla vinculada a un aparato de producción y distribución que, ya desde Marx, recibe un nombre propio: el capitalismo. Quisiera defender la tesis de que la tarea más urgente de los estudios culturales es plantear los lineamientos para una crítica de la economía política de la cultura, tarea para lo cual no se halla inerme. A su disposición se encuentra toda una tradición de pensamiento crítico elaborada durante el siglo pasado, a la cual la obra de Althusser contribuyó de manera significativa. Obviamente, esta tradición deberá ser repensada y reelaborada según las nuevas necesidades de la sociedad contemporánea.

Mi exposición estará organizada de la siguiente forma: primero examinaré la historia del proyecto de los estudios culturales británicos a partir de su relación con Althusser, tratando de encontrar la razón por la cual éste proyecto empezó a perder sus vínculos con la economía política. Luego me detendré en el concepto de ideología desarrollado por el último Althusser, presentándolo como una alternativa a la noción de ideología criticada por pensadores como Foucault, Lyotard y Baudrillard. Finalmente, y de manera breve, intentaré mostrar la utilidad de este concepto de ideología para reconstruir los puentes entre los estudios culturales y la economía política, sobre todo en lo que tiene que ver con el análisis de la cultura medial.

1. El espectro del humanismo: los estudios culturales antes y después de Althusser

Plantear la importancia del pensamiento de Althusser para los estudios culturales no es ninguna novedad. De hecho, la historia del proyecto de los estudios culturales en Birmingham puede dividirse en dos épocas bien definidas: antes y después de su relación con Althusser.

Durante la década de los sesenta la relación de los padres fundadores de los estudios culturales con el marxismo fue ambigua, pero sirvió para establecer algunas de las líneas metodológicas que señalarían el rumbo del proyecto. Richard Hoggart, primer director del famoso Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham entre 1964 y 1968, jamás tuvo una relación directa con el marxismo. Su interés por el socialismo no venía marcado por una agenda ideológica específica, sino por la simpatía vital que, como hijo de una familia de clase trabajadora en la ciudad de Leeds, tuvo siempre por la situación de los obreros. En su libro The Uses of Literacy (1958), Hoggart describe la vida de la clase obrera en el período anterior a la segunda guerra mundial y la compara con la cultura de masas vigente en la Inglaterra de la posguerra. El tono de esta comparación es claramente nostálgico: la industria cultural ha “colonizado el mundo de la vida” de las clases populares inglesas y desarticulado su carácter orgánico. El cine, la televisión y las revistas de entretenimiento han desarraigado a los obreros de su propia cultura, exponiéndolos a la perversa influencia de la sociedad de consumo (Turner 45-46).

A diferencia de Hoggart, Raymond Williams sí estuvo influenciado por el marxismo durante sus años de formación e incluso fue miembro del Partido Comunista durante un breve tiempo. Pero su posición frente al marxismo estuvo marcada por el distanciamiento crítico. Williams opina que el marxismo trabaja con un concepto doblemente reducido de cultura: de un lado, la convierte en un reflejo distorsionado de la infraestructura económica; del otro, la limita a las manifestaciones de la cultura letrada: arte, filosofía, literatura. La “cultura” por la que Williams se interesa no es la de los productos simbólicos de las elites, sino la de la “experiencia vivida” por las clases trabajadoras inglesas en el seno de las grandes ciudades industriales. Williams entiende la cultura como expresión “orgánica” de formas de vida y valores compartidos que no pueden ser reducidas a ser epifenómeno de las relaciones económicas. Los estudios culturales deben concentrarse en el análisis de las culturas populares urbanas, descubriendo cuál es la “sensibilidad particular” que atraviesa todas sus estructuras sociales.

Edward Thompson, por su parte, también fue miembro del Partido Comunista y compartió con Williams su rechazo al determinismo económico y a toda visión “superestructuralista” de la cultura. Como Hoggart y Williams, insistió en la importancia de estudiar las formas culturales “vivas”, ancladas en la experiencia subjetiva de las clases populares inglesas, que compiten ferozmente con la cultura capitalista de masas y le oponen resistencia. Thompson se muestra partidario de un socialismo humanista, al estilo de Sartre, que pueda garantizar a las clases populares la capacidad de ser sujetos de su propia vida.

Si tomamos estas tres posiciones juntas veremos que los padres fundadores de los estudios culturales trabajaban todavía con un concepto humanista y tradicional de cultura. Utilizan el término “cultura” para referirse a la existencia de un “espíritu popular”, de carácter orgánico, vinculado con la experiencia de las clases trabajadoras inglesas, y que es necesario potenciar para que ofrezca resistencia a los embates de la naciente cultura de masas. Como Horkheimer y Adorno, consideran la cultura de masas como un producto mecánico y artificial, vinculado con los intereses expansivos del capitalismo, pero, a diferencia de estos, advierten que la industria cultural no ha logrado “cosificar” todavía por completo la consciencia de los trabajadores. Aún es tiempo de vindicar los elementos orgánicos y emancipatorios de la cultura popular, y esta es, precisamente, la tarea política de los estudios culturales.

Sin embargo, hacia finales de los años sesenta el proyecto original de los estudios culturales empieza a experimentar un cambio de orientación política y metodológica. El movimiento estudiantil del 68 y la creciente importancia de la cultura visual en el imaginario popular hacía necesaria una revisión de los presupuestos teóricos establecidos por Hoggart, Williams y Thompson. Esta fue justamente la labor emprendida por Stuart Hall, quien asumió la dirección del Centro en 1972. Como hijo de trabajadores emigrantes jamaiquinos, Hall ya no podía mirar con nostalgia hacia el pasado de una Inglaterra impoluta frente al impacto de la massmediatización. Su preocupación no era “recuperar” valores culturales del pasado, sino entender el presente en sus propios términos con el fin de articular una crítica de sus patologías. Por eso, la irrupción de la sociedad de consumo y la incidencia de los medios de comunicación en el imaginario colectivo, que Hoggart, Williams y Thompson percibían todavía como amenazas contra los valores de la cultura popular, es tomada por Hall como punto de partida de los estudios culturales. Su contribución radicó en haber mostrado la necesidad de plantear un diálogo creativo con la teoría social más avanzada de su tiempo: el estructuralismo. Con Hall entramos, pues, en la etapa propiamente althuseriana de los estudios culturales.

En efecto, con la llegada de Stuart Hall a la dirección del Centro podemos hablar de un “cambio de paradigma” en la orientación de los estudios culturales: del paradigma humanista, inspirado en los estudios literarios, al paradigma estructuralista inspirado en el psicoanálisis y la teoría social marxista. Esta contraposición podríamos conceptualizarla de la siguiente forma: mientras que en el paradigma humanista la cultura es vista como anclada en la subjetividad de los actores sociales, en su “experiencia vivida” como decía Raymond Williams, en el paradigma estructuralista la cultura es un producto anclado en “aparatos” institucionales y que posee, por tanto, una materialidad específica. El punto de arranque de los estudios culturales ya no son los valores, las expectativas y los comportamientos de los obreros o de cualquier sujeto social en particular, sino los dispositivos a partir de los cuales los “bienes simbólicos” (la cultura) son producidos y ofrecidos al público como mercancía. El análisis de la cultura se convierte de este modo en una crítica del capitalismo.

Ahora bien, no cabe duda que en este cambio de paradigma, la influencia teórica más relevante fue la del filósofo francés Louis Althusser. El interés de Hall por Althusser se debió sobre todo a su forma de abordar el problema de la ideología. De hecho, “ideología” se convirtió en la categoría analítica más importante de los estudios culturales en los años setenta, lo cual permitió a Hall y sus colaboradores entender la cultura como un dispositivo que promueve la dominación o la resistencia. Los estudios culturales empiezan a ver la sociedad como una red de antagonismos en la que instituciones como el Estado, la familia, la escuela y los medios de comunicación juegan como mecanismos de control disciplinario sobre los individuos. … Los productos simbólicos son entonces un “campo de batalla” en el que diferentes grupos sociales disputan la hegemonía sobre los significados…

Sin embargo, con la popularización de los estudios culturales en los Estados Unidos durante la década de los ochenta podemos hablar del fin de la “edad heróica” y el comienzo de una tercera etapa, más “light” y celebratoria, marcada por su creciente distanciamiento de la teoría crítica marxista. Me aventuraría a decir que la gran aceptación curricular que han tenido los estudios culturales en universidades norteamericanas de elite, así como su correspondiente éxito editorial, corren paralelos a este proceso de “limpieza” de sus elementos marxistas. Esta tercera etapa (post-althusseriana) está marcada por la influencia que empiezan a tener filósofos como Baudrillard, Lyotard y Derrida y, muy a pesar de estos autores, por un retorno insospechado del humanismo metodológico.

En efecto, la influencia que tuvieron algunas corrientes de la filosofía posmoderna en los estudios culturales contribuyó a marginalizar el concepto de ideología y, concomitantemente, a posibilitar el divorcio que hoy se observa entre los estudios culturales y la economía política. Lyotard, por ejemplo, desconfía de todas las teorías que, como el marxismo, pretenden disponer de un criterio de verdad que les permita saber cuáles son las contradicciones de la sociedad y cómo resolverlas. En este contexto, la crítica de las ideologías pertenecería al orden de los metarelatos y compartiría con ellos su carácter totalitario. En vista de la complejidad de las sociedades contemporáneas, ya no resulta posible hablar de un criterio único de verdad que sirva para todos los jugadores, sino de una multitud de juegos de lenguaje que definen inmanentemente sus propias reglas y que, en muchos casos, resultan inconmensurables. Sólo a través del ejercicio de un poder autoritario sería posible decretar, como lo hace Althusser, qué es ciencia y qué es ideología. Para Lyotard, la ciencia es tan solo un juego más en la multiplicidad de juegos de lenguaje, o, dicho de otra manera, una “ideología” tan válida como cualquier otra.

Baudrillard, por su parte, argumenta que la sociedad de consumo marca el paso hacia una nueva fase del capitalismo, en la que el valor signo – y ya no el valor de cambio y mucho menos el valor de uso – regula la producción de mercancías. En este sentido, la crítica marxista de la ideología pierde toda su fuerza explicativa de los social, puesto que ya no existe ninguna realidad última que develar. La sociedad entera se ha convertido en un simulacro escenificado por los media; en un intercambio regulado de signos donde no resulta posible distinguir la ficción de la realidad. Si toda la realidad social es un sistema de signos, entonces no es posible ya “salir” de la ideología a través de la ciencia, como planteaba Althusser. La ciencia ya no conoce realidades, sino interpretaciones mediadas por los códigos vigentes en la sociedad. La ciencia misma es para Baudrillard un simulacro, como también lo son todos los sistemas de creencias que usualmente denominamos “ideología”. Así las cosas, la ideología, entendida como simulacro, es un a priori de la vida en la sociedad contemporánea y, como tal, resulta irrebasable.

La celebración posmoderna de la diferencia y el rechazo de los metarelatos totalizantes provocaron de este modo un resecamiento de la noción de ideología en el ámbito de los estudios culturales. La consecuencia más inmediata de esto es que la cultura deja de ser vista como un espacio de lucha por el control de los significados para ser considerada como “objeto” de estudio, casi de una forma positivista. La vinculación que Hall había establecido entre cultura y economía política empieza a desvanecerse y los estudios culturales se convierten en un ejercicio teórico y apolítico: en estudios sobre la cultura. Douglas Kellner habla en este sentido de un populismo cultural que celebra los supuestos efectos “democratizadores” de la sociedad de consumo (Media 33). En esta nueva orientación culturalista y acrítica quisiera destacar las siguientes características:

a) Los estudios culturales pretenden convertirse en una ciencia social rigurosa, tal como la entendían Weber y Durkheim. El analista cultural, como el científico social, debe poner entre paréntesis sus valoraciones personales y describir el objeto de estudio – la cultura – tal como “es”. En una palabra: los estudios culturales deben ser moralmente neutros. Utilizando la terminología de Horkheimer diríamos: los estudios culturales dejan de ser “teoría crítica” para convertirse en “teoría tradicional” de la cultura (Castro-Gómez 2000).

b) La industrial cultural es vista como una función necesaria e indispensable en el seno de una sociedad compleja, sometida a procesos intensos de racionalización. Los productos de la industria cultural son una especie de sustitutos de la religión y los mitos, que satisfacen “necesidades básicas” de la población. Por esta razón el analista cultural no debería dejarse guiar por sus preferencias personales en materia de música rock, “enlatados” o telenovelas, por ejemplo, sino que debe contemplar todos los productos simbólicos como igualmente válidos y funcionales.

c) La cultura visual es vista como fuente de “entretenimiento”, que libera a la gente del inevitable “stress” que representa el trabajo en una sociedad compleja. El analista debe entonces contemplar el consumo cultural como algo perteneciente a la “esfera privada” de los actores sociales.

d) Desde el punto de vista del análisis cultural, entendido como ciencia social rigurosa, no existen criterios para evaluar cuáles productos culturales son buenos o malos, mejores o peores, ideológicos o emancipadores. El único criterio evaluativo es la maximización de la funcionalidad. Por eso las industrias culturales no deben ser miradas teniendo en cuenta sus “códigos ocultos”, como pretende la crítica de la ideología, sino tan solo examinando la calidad de su gestión. Lo que importa es mirar las dinámicas internas de producción, presentación y distribución de los bienes simbólicos, con el fin de aumentar su eficiencia y competitividad en el mercado.

Por supuesto, no estoy diciendo que todos los practicantes de los estudios culturales en los Estados Unidos han tomado este rumbo. Basta recordar nombres como Jameson, Spivak, Ahmad, Zizek, Kellner, Mignolo y otros muchos para probar lo contrario. Lo que quiero decir es que el abandono de la categoría de ideología por parte de algunos teóricos de la cultura ha contribuido a debilitar el potencial crítico y político que tenían los estudios culturales en lo que aquí he denominado su “edad heróica”. Mucho de lo que hoy se produce y se publica en los Estados Unidos bajo la rúbrica de “estudios culturales” posee un carácter facilista y acrítico, destinado, como las hamburguesas y los perros calientes, al consumo rápido de “administradores culturales” o de estudiantes que deben absolver materias obligatorias en sus currículos de lenguas. Incluso en Colombia, los estudios culturales tienden a confundirse en algunos sectores académicos con el problema de la “gestión cultural” o con su vinculación a las “políticas culturales” del Estado.

En vista de todo lo anterior nos enfrentamos entonces a dos cuestiones: ¿Por qué se hace necesario reintroducir en los estudios culturales los vínculos con la economía política? Y, en caso de mostrarse tal necesidad, ¿cómo hacerlo? Para responder a la primera pregunta, quisiera partir del siguiente diagnóstico: en tiempos del capitalismo tardío, la “cultura” – es decir, el mercado de bienes simbólicos – se ha convertido en la columna fundamental para la reproducción del capital. Esto significa que el trabajo reviste ahora la forma en que individuos o grupos generan información capaz de movilizar a otros individuos o grupos. La producción, transformación y circulación de información son el objeto de la mayor parte de las tecnologías importantes que se introducen en la economía. Dicho en otras palabras: la creación de riqueza ya no se basa tanto en la explotación de recursos naturales ni en la producción de bienes industriales de consumo, como pensaba Marx, cuanto en la producción de bienes simbólicos llevados al mercado en forma de imágenes y “conocimientos”.

Este diagnóstico tiene varias implicaciones para los estudios culturales. La más importante de ellas es, quizás, la imposibilidad de desvincular el análisis cultural de la crítica de la economía política, pero ya no en la forma “clásica” mostrada por Marx. Si el capitalismo tardío está convirtiendo al mundo en una “villa global” basada en la producción de bienes simbólicos, las premisas del trabajo industrial, la lucha de clases y el carácter superestructural de la cultura ya no pueden seguir funcionando como elementos inamovibles de la teoría crítica. Que la cultura se haya convertido en fuerza productiva significa que la nueva formación global ya no obedece a lo que Marx creía que eran las leyes del capitalismo clásico, esto es, la primacía de la producción industrial y la omnipresencia de la lucha de clases. Hoy en día, es imposible elaborar una teoría de la dominación si se toma en cuenta sólo el punto de vista de la actividad laboral en las fábricas o del sujeto que actúa sobre la materia prima para producir objetos industriales. Los estudios culturales deberían ser capaces de mostrar que la cultura, mirada todavía por Marx como un “efecto de superficie”, se halla imbricada en prácticas materiales que tienen como característica primaria la consolidación del dominio de unos grupos sobre otros.

2. Althusser contraataca o el carácter agonístico de las ideologías

En esta sección procuraré responder el segundo interrogante formulado más arriba: en caso de mostrarse la necesidad de vincular los estudios culturales con la crítica de la economía política, ¿cómo hacerlo? Mi tesis es que tal vinculación debe pasar, a nivel conceptual, por una recuperación de la categoría de ideología, pero ya no en la forma en que Marx hizo uso de ella en el siglo XIX. Considero que la teoría de las ideologías desarrollada por Althusser hacia el final de su vida podría darnos algunas luces al respecto. A continuación examinaré brevemente el modo en que Althusser desarrolla una noción de ideología que escapa a las críticas de Foucault, Lyotard y Baudrillard.

En opinión de Althusser, ni Marx, ni Engels ni Lenin elaboraron jamás una teoría general de la ideología, sino que se limitaron a esbozar fragmentariamente unos principios teóricos que es necesario sistematizar y desarrollar (“Práctica teórica” 42). Marx definió la ideología como un “sistema de representaciones” que acompaña y legitima el dominio político de una clase social sobre otras. Pero Althusser piensa que se hace necesario completar la obra iniciada por Marx a través de una agenda de trabajo que incluye dos puntos: en primer lugar, se hace necesario examinar la función estructural de ese sistema de representaciones en el conjunto de la sociedad; y en segundo lugar, se debe estudiar la relación de las ideologías con el conocimiento.

Althusser afirma que toda formación social puede ser analíticamente dividida en tres niveles articulados orgánicamente entre sí: el nivel económico, el político y el ideológico. Cada uno de estos niveles es visto como una estructura dotada de materialidad concreta, independiente de la subjetividad de los individuos que participan en ella y de sus configuraciones históricas. Estos tres niveles de los que habla Althusser no son “reales” porque su estatuto no es ontológico sino teórico; tienen el carácter de “construcciones teóricas” que sirven para conceptualizar, a nivel abstracto, los diferentes tipos de relación que entablan los individuos en todas las sociedades históricas. Así, mientras en el nivel económico los individuos son parte de una estructura que les coloca en relaciones de producción, en el nivel político participan de una estructura que los pone en relaciones de clase. En el nivel ideológico, en cambio, los individuos entablan una relación simbólica en la medida en que participan, voluntaria o involuntariamente, de un conjunto de representaciones sobre el mundo, la naturaleza y el orden social (“Práctica teórica” 49). El nivel ideológico establece así una relación hermenéutica entre los individuos, en tanto que las representaciones a las que estos se adhieren sirven para otorgar sentido a todas sus prácticas económicas, políticas y sociales.

Las ideologías cumplen entonces la función de ser “concepciones del mundo” (Weltanschauungen) que penetran en la vida práctica de los hombres y son capaces de animar e inspirar su praxis social. Desde este punto de vista, las ideologías suministran a los hombres un horizonte simbólico para comprender el mundo y una regla de conducta moral para guiar sus prácticas. A través de ellas, los hombres toman conciencia de sus conflictos vitales y luchan por resolverlos. Lo que caracteriza a las ideologías, atendiendo a su función práctica, es que son estructuras asimiladas de una manera inconsciente por los hombres y reproducidas constantemente en la praxis cotidiana. Se puede decir entonces que las ideologías no tienen una función cognoscitiva (como la ciencia) sino una función práctico-social, y en este sentido son irremplazables. “Las sociedades humanas” – escribe Althusser – “secretan la ideología como el elemento y la atmósfera indispensable a su respiración, a su vida histórica” (La revolución 192).(2)

En este punto se plantea el problema de la relación que guarda la teoría de las ideologías desarrollada por Althusser con la noción de ideología presente en los escritos de Marx. Como se sabe, el concepto de ideología posee en Marx un sentido fundamentalmente peyorativo. La ideología es equiparada por Marx con la “falsa conciencia”, es decir, con la imagen distorsionada que un grupo social en particular se hace de la realidad en un momento histórico determinado. Polemizando con la filosofía clásica alemana, Marx afirma que su deformación radica en tomar los contenidos de conciencia como si se tratara de entidades autónomas, punto de partida y fin último de la realidad. La “ideología alemana” – y en particular la filosofía de Hegel – genera una visión invertida del mundo: confunde las ideas con los hechos sociales, sin encontrar la esencia de los mismos. Las ideologías son, entonces, fantasmas cerebrales, ilusiones epocales, visiones quiméricas del mundo que ocultan a la conciencia de los hombres la causa verdadera de su miseria terrenal (Marx, 41-43). En Marx tendríamos entonces una teoría de la deformación ideológica, mas no una teoría general de las ideologías, que es la que se propone desarrollar Althusser.

En efecto, Althusser elabora una teoría general – es decir “ampliada” – de las ideologías en donde estas no aparecen simplemente como deformadoras sino como posibilitadoras de sentido. Ciertamente las ideologías se definen por su capacidad de asegurar la ligazón de los hombres entre sí (el “lazo social”), pero la función de este lazo es mantener a los individuos “fijados” en los roles sociales que el sistema ha definido previamente para ellos. Lo cual significa que las ideologías son mecanismos legitimadores de la dominación y que por tanto no pueden, a partir de sí mismas, generar ningún tipo de verdad. Pero esto no quiere decir que el papel de la ciencia sea reemplazar a la ideología, como pretendía el marxismo ortodoxo. No se trata de que algo “falso” (la ideología) sea sustituido por algo “verdadero” (la ciencia), de tal modo que el conocimiento científico se convierta en garante de la desideologización de la conciencia y de la inevitabilidad de la revolución. Para Althusser, en el terreno de la ideología la verdad y la falsedad no juegan ningún papel, puesto que su función práctica no es generar verdades, sino “efectos de verdad”. Las “ilusiones” y las “quimeras” que según Marx produce la ideología no pueden ser “falsificadas” por la ciencia, sencillamente porque la ideología no es asimilable al “error” ni al “engaño”. En la ideología, los hombres no expresan su relación real con el mundo, sino la voluntad de relacionarse con el mundo de una manera determinada. Las ideologías son, en última instancia, voluntad de poder.(3)

En contra de la visión según la cual, las ideologías son fenómenos de conciencia (falsa o verdadera), Althusser afirma que se trata de una estructura inconsciente. Las imágenes, los conceptos y las representaciones que se imponen a los hombres conforman un “sistema de creencias” que no pasa necesariamente por la conciencia. Los hombres no “conocen” su ideología sino que la “viven”. Ésta, por decirlo así, permanece siempre a sus espaldas (como la Lebenswelt de Husserl) y se constituye en la condición de posibilidad de toda acción práctica. Las ideologías son “objetos culturales” que actúan realmente sobre los hombres mediante un proceso que se les escapa (La revolución 193).

En efecto, las ideologías son capaces de dotar a los hombres de normas, principios y formas de conducta, pero no de conocimientos sobre la realidad. La ideología no nos dice qué son las cosas sino cómo posicionarnos frente a ellas y, desde este punto de vista, no proporciona “conocimientos” sino únicamente “saberes”. Ahora bien, lo que caracteriza a un “saber” es que plantea problemas cuya solución se encuentra producida por instancias exteriores a él mismo. La respuesta a sus preguntas viene ya codificada de antemano por intereses de tipo moral, religioso, político o económico. Así las cosas, un saber no produce conocimientos sobre el mundo sino tan solo “efectos de conocimiento” (Para leer 74).

Sintetizando lo dicho podríamos afirmar que para el último Althusser, las ideologías no son el espacio donde se establece el juego del error y la verdad, sino el terreno de la lucha por el control de los significados. Si tomamos en cuenta esto, veremos que la teoría de las ideologías desarrollada por Althusser no es afectada directamente por las críticas de Lyotard, Foucault y Baudrillard. Lo que estos filósofos critican es la tesis de la deformación de la conciencia, mientras que, como queda dicho, Althusser no utiliza una noción “negativa” sino “agonística” de ideología. Quisiera enfatizar la diferencia entre estos dos términos.

El concepto de ideología, entendido en sentido negativo, presupone una “realidad real” que imprime indefectiblemente su sello en la conciencia. Si entre el individuo y la realidad no mediaran las relaciones sociales, lo único que habría que hacer sería “mirar” al mundo para descubrir su verdad intrínseca. Pero como nuestra mirada se encuentra perturbada por intereses de clase, la verdad del mundo social queda muchas veces oculta a la conciencia. En esta situación, se hace necesario recurrir a un conocimiento especializado – la ciencia – que sea capaz de separar la verdad y el error, para mostrarnos aquello que no podemos ver por causa de nuestra inmersión en las contradicciones sociales. El cientista social juega entonces la función del hermeneuta: parte de un texto superficial que considera “sintomático” de una realidad más profunda, que se revela como su verdad última. Este es el modelo de crítica de la ideología desarrollado por Marx y por el mismo Althusser durante los años cincuenta y sesenta.

Pero en los setentas Althusser se aparta de esta noción “negativa” y de este modelo de “crítica” para adoptar lo que hemos llamado una noción “agonística” de ideología. Aquí las ideologías son vistas como un “sistema de creencias” que no tienen necesariamente una adscripción de clase y que sirven para imputar “sentido” al mundo y a nuestra praxis en el mundo. Nótese que en este caso las ideologías no son síntomas de una verdad más profunda, puesto que aquello que los actores sociales tienen por “verdadero” es un asunto de simple y llana imputación o voluntad de verdad. Este desplazamiento teórico tiene por lo menos cuatro consecuencias importantes, que describiré brevemente:

a) Se rompe con la visión de Marx según la cual, las ideas dominantes expresan posiciones fijas de clase al interior de la estructura social. Lo que se destaca ahora es el hecho de que una ideología no se hace dominante por el simple hecho de “reflejar” los intereses de una clase, sino que su ascendencia es un proceso contingente de lucha por el poder de imputar sentido.(4) En otras palabras, y como también lo diría Gramsci, para Althusser la ideología es el campo de lucha por la conquista de la hegemonía en el terreno de las representaciones simbólicas –es decir, de la cultura.

b) No se puede establecer una contraposición entre la ciencia y la ideología puesto que, en sí misma, la ciencia es una estructura discursiva que procede mediante la imputación de sentido. Es decir que el problema de la “verdad científica” se define, en últimas, en el terreno de las políticas del conocimiento. Qué tipo de sentido se imputa a la realidad no es algo que dependa exclusivamente de criterios intracientíficos, sino que en ello intervienen criterios de orden moral, económico y político. También la ciencia, en tanto que socialmente preformada, se encuentra preñada de ideología y es objeto de la lucha por la hegemonía.

c) La crítica de la ideología no utiliza el código binario verdad-error, puesto que una visión del mundo sólo puede ser interpelada desde otra visión del mundo. Es decir que la crítica se hace siempre desde un “sistema de creencias” diferente, que no es más o menos verdadero que el que se critica, sino más o menos fuerte. La fortaleza o la debilidad de este sistema de creencias viene dada por la conquista de posiciones de poder en el terreno de la política.

d) El intelectual deja de ser visto como el “experto” que, en virtud de la autoridad de su saber, posee algo que el pueblo llano jamás ha poseído: la llave del acceso a la verdad. El problema no es que las masas se encuentren desposeídas de conocimientos que les permitan interpretar su propia praxis, sino que han sido determinadas políticas de la verdad las encargadas de deslegitimar ese conocimiento y de investir a los “expertos” con la prerrogativa de ser los únicos intérpretes autorizados de la verdad social.

Si tuviéramos que sintetizar estos cuatro puntos en una sola fórmula que vincule lo dicho con el problema de los estudios culturales, diríamos lo siguiente: aquello que “estudian” los estudios culturales no es algo que se encuentre por fuera de la ideología, ni tampoco algo que pueda ser visto desde una posición desideologizada. Los estudios culturales expresan, por el contrario, una voluntad de intervención activa en la lucha contra las prácticas sociales de dominación y subordinación, haciendo énfasis en el modo particular en que estas prácticas se manifiestan en el terreno de las representaciones simbólicas. Con Jameson podríamos decir, entonces, que los estudios culturales no pueden ser otra cosa sino partidistas, porque toda posición frente a la cultura es, necesariamente, una toma de posición política frente a la naturaleza y los efectos del capitalismo transnacional actual (El posmodernismo 14).

3. La guerra de las imágenes: hegemonía audiovisual y aparatos ideológicos

En los dos apartados anteriores he defendido la tesis de que, en tiempos de globalización, los estudios culturales se enfrentan al desafío de retomar sus vínculos con la economía política. He procurado mostrar que para asumir este desafío, los estudios culturales deberían elaborar un concepto de ideología lo suficientemente amplio como para servir de instrumento crítico de la dominación, pero que les permita, al mismo tiempo, escapar a las críticas realizadas por pensadores como Foucault, Lyotard y Baudrillard. Apelando a los últimos textos de Louis Althusser he querido descubrir allí una noción “agonística” de ideología que, a mi juicio, podría servir para cumplir esta tarea. En esta última sección mi argumento estará dirigido hacia el modo en que este concepto agonístico podría resultar útil para una lectura de los mensajes simbólicos que circulan por los medios.

Quisiera comenzar de nuevo con Althusser haciendo referencia a su famosa teoría de los aparatos ideológicos. Al igual que Marx Althusser piensa que las “ideas” y las “representaciones” mentales no tienen existencia espiritual sino material, en tanto que se encuentran ancladas en instituciones específicas que él denomina “aparatos”. Un aparato es una estructura que funciona con independencia de la “conciencia” de los individuos vinculados a ella, y que puede configurar la subjetividad de esos individuos.(5) Althusser utiliza la palabra francesa dispositif para enfatizar el hecho de que las motivaciones ideológicas de los individuos se encuentran siempre ligadas a un conjunto anónimo de “reglas” materiales (“Ideología” 135, 137).

Este carácter simbiótico entre las normas materiales de un aparato y las motivaciones ideológicas de los sujetos es, precisamente, el que explica por qué razón los aparatos ideológicos no poseen un carácter represivo. Althusser establece una diferencia clara entre los aparatos represivos y los no represivos, mostrando que los primeros crean perfiles de subjetividad a través de la coacción, mientras que los segundos no necesitan de la violencia coactiva. Aquí, los individuos han internalizado de tal manera las reglas anónimas del aparato, que ya no experimentan su sujeción a ellas como una intromisión en su vida privada.

En su texto “Ideología y aparatos ideológicos del Estado” (116) Althusser menciona ocho tipos de instituciones que, a diferencia de los aparatos represivos, no “sujeta” a los individuos a través de prácticas violentas sino a través de prácticas ideológicas:

Aparatos religiosos (iglesias, instituciones religiosas)
Aparatos educativos (escuelas, universidades)
Aparatos familiares (el matrimonio, la sociedad familiar)
Aparatos jurídicos (el derecho)
Aparatos políticos (partidos e ideologías políticas)
Aparatos sindicales (asociaciones de obreros y trabajadores)
Aparatos de información (prensa, radio, cine, televisión)
Aparatos culturales (literatura, bellas artes, deportes, etc.)
Nos interesa en este momento analizar aquello que Althusser denomina los “aparatos de información” porque, como ya se dijo, en el capitalismo tardío la cultura medial se ha convertido en el lugar de las batallas ideológicas por el control de los imaginarios sociales. Por su radio de alcance y por su formato visual, los medios contribuyen en gran manera a delinear nuevas formas de subjetividad, estilo, visión del mundo y comportamiento. La cultura medial es el aparato ideológico dominante hoy en día, reemplazando a la cultura letrada en su capacidad para servir de árbitro del gusto, los valores y el pensamiento. La ventaja de la cultura medial sobre los otros aparatos ideológicos radica, precisamente, en que sus dispositivos de sujección son mucho menos coercitivos. Diríamos que por ellos no circula un poder que “vigila y castiga”, sino un poder que seduce. No estamos, por tanto, frente al poder disciplinario de la modernidad, criticado por Foucault, sino frente al poder libidinal de la globalización.(6)

Aplicando lo dicho en el apartado anterior al tema de la cultura medial podríamos decir que, en tiempos de globalización, los medios son el terreno para el establecimiento del dominio de unos grupos sobre otros, pero también son, al mismo tiempo, el terreno apropiado para la resistencia contra ese dominio. En una palabra, los medios son el lugar de lucha por la hegemonía cultural. Siendo los medios la principal fuente generadora de ideologías en la sociedad contemporánea, su control se constituye en una clave fundamental para la consolidación del dominio político. Los medios producen y fortalecen “sistemas de creencias” a partir de los cuales unas cosas son visibles y otras no, unos comportamientos son inducidos y otros evitados, unas cosas son tenidas por naturales y verdaderas, mientras que otras son reputadas de artificiales y mentirosas.

La pregunta que quisiera formular en este punto es la siguiente: ¿de qué modo puede hacerse valer el concepto agonístico de ideología para reconstruir el puente entre los estudios culturales y la economía política, atendiendo al caso específico del análisis de los medios? Estoy convencido de que una ampliación del concepto de ideología, tal como ha sido sugerida por Althusser, podría resultar muy valiosa para entender cómo las imágenes, figuras y narrativas simbólicas que circulan por la televisión construyen representaciones que sirven para reforzar el dominio de unos grupos sobre otros. Estas representaciones ideológicas no son, por su puesto, unitarias, como pensaba el primer Althusser. A través de los medios se construyen no solo las grandes ideologías económicas y políticas, sino también ideologías de género, raza, sexualidad y posición social que no son necesariamente reducibles unas a otras. Con todo, si hay algo que estructuralmente las unifica es su vinculación al aparato de producción y, por tanto, el modo en que tales representaciones ideológicas se inscriben en la competencia de unos medios con otros por “seducir” a los consumidores.

Tomemos como ejemplo el modo en que los medios han servido como escenarios para la construcción ideológica de problemas tales como la corrupción y la guerra. El proceso 8000 reveló una polarización ideológica de los medios jamás vista en Colombia. Allí se mostró de forma clara que la lógica del mercado – que en tiempos de globalización podría traducirse como la “lógica de la imagen” – no se encuentra regida por una mano invisible, sino por voluntades encontradas que luchan por escenificar su propia visión del mundo. Los noticieros de televisión en Colombia no son mentes abstractas que, como el cogito de Descartes, sirven para trasmitir a los televidentes ideas “claras y distintas”, sino que sus pertenencias terrenales resultan evidentes. Los dueños de las programadoras más grandes del país no son ni siquiera individuos particulares – pues nadie, ni siquiera Pablo Escobar, tendría el poder para escenificar sus intereses de este modo(7) – sino monopolios económicos locales, que a su vez se vinculan con otros monopolios de carácter global. Bastaba cambiar el canal para darse cuenta de que la versión sobre un mismo evento cambiaba según el noticiero que informaba. Y este “cambio” puede explicarse aplicando la noción de ideología arriba esbozada. Lo que se estaba escenificando en el proceso 8000 era una encarnizada lucha ideológica por parte de los grupos económicos, que vieron amenazada su hegemonía cuando el incidente de los dineros calientes salió de su control.

Me parece, por tanto, equivocado interpretar el proceso 8000 como si los medios estuviesen denunciando una corrupción que se encontraba por fuera de ellos, en el espacio ilustrado de la política o de los partidos políticos. Insistamos en que la globalización ha cambiado el lugar de la economía política, desplazándola hacia el reino de la imagen y los símbolos. Por ello, la llamada “corrupción de la política” no era algo que estuviese ocurriendo más allá o más acá del espacio de los medios, sino que los medios mismos estaban generando unas políticas de la representación respecto al sentido que había que imputársele a esa “corrupción”. El juego de poderes y contrapoderes se estaba jugando en los medios y no por fuera de ellos. Ampliando la reflexión diríamos que la corrupción de la que hablan los medios no es algo “en-sí”, sino que es una representación ideológica de segundo grado. Los códigos morales vigentes en una sociedad – o en un sector de ella – crean un juicio respecto de una conducta a la que denominan “corrupción” y lo convierten en naturaleza segunda, como es propio de toda ideología. Los medios, a su vez, escenifican la lucha por imputar un sentido adicional a ese juicio moral, convirtiéndolo en naturaleza ya no segunda sino tercera.

Algo parecido podría decirse respecto al manejo que los medios están dando al problema de la guerra en Colombia. La opinión generalizada es que las imágenes de los cuerpos mutilados transmitidas por los medios “hablan por sí mismas” y son, por ello, capaces de horrorizarnos. Esto es cierto solamente en parte. Que un cuerpo mutilado produzca en nosotros un sentimiento denominado “horror” y que valoremos esa visión como algo “repugnante e indigno”, es un juicio ideológico que, gracias a un largo proceso de decantación histórica, ha llegado a convertirse en naturaleza segunda. Pero de ser plausible lo dicho anteriormente, podríamos afirmar que los cuerpos mutilados que vemos por televisión no hablan por sí mismos. Ellos son obligados a hablar de uno u otro modo, según los intereses económicos y políticos de las programadoras. Todo depende del modo en que es escenificada la noticia. En una situación puramente ideal, la imagen televisiva de un cuerpo mutilado podría ser interpretada por un personaje entrevistado como un “acto terrorista”, como una “acción represiva del estado” o como una prueba de que el país necesita de “mano dura” para terminar con el conflicto. Hablo de una “situación ideal” porque, en realidad, el entrevistado es casi siempre un miembro del gobierno o un general del ejército, aunque últimamente las autodefensas están recibiendo bastante “pantalla” por parte de los medios.

Lo que quiero decir es que el significado de un cuerpo mutilado ya no se juega hoy en día en el ámbito cotidiano del “mundo de la vida”, sino en el escenario “sistémico” de los medios, para utilizar las categorías desarrolladas por Habermas. Y en este ámbito sistémico, lo que cuenta no es la “acción comunicativa”, sino el modo en que una representación ideológica es producida, montada, seleccionada y presentada como “naturaleza tercera”, de acuerdo a dispositivos globales de poder. La guerra de las imágenes sobre la guerra será ganada por aquel grupo que utilice mejor el poder libidinal para imputar sentido, es decir, que ponga en marcha todos los mecanismos seductores de la imagen para lograr el consentimiento no coercitivo de los consumidores.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, discrepo con la opinión de algunos analistas culturales, para quienes los medios de comunicación han servido para ampliar considerablemente el espacio de lo público y se convierten, por tanto, en instrumentos de la democracia. Los medios serían algo así como el ágora posmoderna, en donde es posible debatir todas las opiniones, discutir todos los intereses e interactuar con todas las posiciones ideológicas. Los medios aparecen de este modo como espacios neutros para la formación de la ciudadanía. Me parece que esto es justamente lo que ocurre cuando los estudios culturales abandonan el concepto de ideología. Entonces se muestran incapaces de tender los lazos con la economía política y de mostrar que la información es precisamente eso: in-formar, esto es, dar forma ideológica a una materia preexistente. Una forma ideológica que, como he procurado demostrar, se encuentra vinculada con imperativos estructurales de carácter global.

Notas

(1) Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá.

(2) Esto significa que la ideología cumple una función social que no puede ser reemplazada por la ciencia. No es posible imaginar una sociedad en la que no existan ideologías – ni siquiera la sociedad sin clases de la que hablaba Marx -, ya que sin representaciones simbólicas la vida de los hombres carecería de sentido práctico (La revolución 192). Por eso, Althusser afirma que las ideologías “no tienen historia”, lo cual no quiere decir que la historia de las ideologías acontezca por fuera de ellas, como afirmaba Marx, sino que su función social no está ligada a ninguna clase y a ninguna formación histórica en particular. Lo que cambia con el tiempo no es la ideología como tal, sino las configuraciones históricas de la ideología. Esto permite a Althusser defender la osada tesis de que la ideología, como el inconciente, es “eterna”: “Creo poder afirmar que la ideología en general no tiene historia, y esto no en un sentido negativo (su historia acontece fuera de ella) sino en uno completamente positivo. Este sentido es positivo si es verdad que lo propio de la ideología es el estar dotada de una estructura y de un funcionamiento tales que la convierten en realidad no histórica, es decir, omnihistórica en el sentido de que esta estructura y este funcionamiento están bajo una misma forma inalterable, presentes en lo que se llama la historia entera […] Si eterno significa no lo trascendente a toda historia sino lo omnipresente, lo transhistórico y por tanto inmutable en toda la extensión de la historia, tomo entonces palabra por palabra la expresión de Freud y escribo: la ideología es eterna tal como el inconciente” (“Ideología” 130-131).

(3) Paul Ricoeur señala que en la teoría althusseriana de las ideologías existe un fuerte componente nietzscheano. La ideología es irremplazable porque los hombres necesitan dar algún sentido a sus vidas y este sentido no lo puede proporcionar la ciencia. En otras palabras: necesitamos ilusiones que nos permitan soportar la dureza de la vida. Las ideologías cumplen entonces una importante función vital, pues son intentos de dar sentido a los accidentes de la vida y a los aspectos más penosos de la existencia humana. Las ideologías son ilusiones necesarias para la supervivencia (Ricoeur 56).

(4) Esto significa, a su vez, que la “unidad” de un grupo de personas no es construida por su pertenencia a un “modo de producción”, como pensaba Marx, sino al modo particular en que asumen una ideología.

(5) Como bien lo anota Paul Ricoeur en sus comentarios al concepto de ideología en Althusser: “For Althusser the concept of action is too anthropological; practice is the more objective term. Finally, it is only the material existence of an ideological apparatus which makes sense of practice. The apparatus is a material framework, within which people do some specific things” (Ricoeur 63).

(6) Este argumento lo he desarrollado con amplitud en otro lugar (Castro-Gómez 2000).

(7) Bourdieu ha mostrado que el poder no depende solo de la posesión de capital económico, sino también del acceso privilegiado al capital social y cultural.

Fuente: http://www.oei.es/salactsi/castro3.htm Sigue leyendo

GENESIS DEL HABITUS

Genesis del Habitus

Bourdieu la asocia a dos procesos diferentes:

el de la inculcación de un arbitrario cultural y el de la incorporación de determinadas condiciones de existencia. La inculcación, tal como es analizada en La Reproduction, supone una acción pedagógica efectuada dentro de un espacio institucional (familiar o escolar). La incorporación, en cambio, remite a la idea de una interiorización, por parte de los sujetos, de las regularidades inscritas en sus

condiciones de existencia.

Bourdieu, P (1970). La Reproduction . París: Minuit. Citado por Giménez, G (2002). Introducción a la sociología de Pierre Bourdieu. Colección Pedagógica Universitaria, No. 37-38, enero-junio/julio-diciembre 2002, 1-11.

Fuentes: Algo más que el capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo