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Acerca de Richard Angelo Leonardo Loayza

Es más que seguro que mi hermano Marco Antonio y yo sabíamos lo que nos esperaba afuera; por eso, a pesar de las urgencias y los dolores de nuestra pobre madre, nos negamos a salir hasta el décimo mes. Mi hermano cayó en batalla y muy temprano; el caso es que desde ese terrible día siento que algo me falta. Das ding? diría el viejo Lacan, recordando a Freud. No lo sé. Quería iniciar esta aventura hablando de aquel del cual nunca hablo. Quería buscarle una respuesta a la soledad del corredor de fondo, mi soledad. También tengo un hermano, Percy, a quien debo más de lo que él cree. Por qué perder el tiempo con un blog. Porque es el medio perfecto para compartir ideas (tanto las mías como las de aquellos que pueden decir mejor las cosas que yo). Por eso, aquí se pueden hallar una serie de textos nómades, que emigran de blog en blog, con la única intención de difundir ideas, muchas ideas. Es necesario que lo comenten? No, solo es fundamental leerlo. Después de todo también se puede escribir en lo virtual, que no es como en el aire, no? Tal vez es necesario soltar una palabra como quien suelta una botella al mar, como quien suelta una promesa, una queja, un grito de guerra. TODO EL MATERIAL USADO TIENE FINES ACADEMICOS SALVO EL SABER, TODO ES ILUSION

Y EL GRITO DE LIBERTAD FINALMENTE EN SUS COSTAS SE OYÓ… Fernando de Trazegnies

Y EL GRITO DE LIBERTAD

FINALMENTE EN SUS COSTAS SE OYÓ…

Fernando de Trazegnies

Discurso de conmemoración

por los 150 años de la

abolición de la esclavitud en el Perú.

Academia Nacional de la Historia.

14 Diciembre 2004

Cuando hablamos en el Perú de la abolición de la esclavitud, nos referimos a la superación histórica de una condición servil que se presenta enmarcada dentro de dos características fundamentales: en primer lugar, estamos hablando de una esclavitud formal, es decir, de una esclavitud legalmente admitida y reglamentada por el Derecho; en segundo lugar, esa esclavitud se aplica sobre la población de origen africano.

 

Es esa esclavitud negra la que fue abolida el 3 de Diciembre de 1854 con la declaración del Presidente Castilla. Sin embargo, aún después de esa abolición, en el Perú se han mantenido formas esclavistas informales casi hasta nuestros días; y la condición servil ha sido aplicada ya no al negro sino al asiático con las llamadas contratas chineras y al indio con los contratos de enganche.

 

Voy a referirme en esta ocasión exclusivamente a la esclavitud africana, construida como una institución social legitimada por el ordenamiento jurídico vigente.

 

1. La esclavitud durante el Virreynato.

 

Hay quien ha afirmado que los primeros negros que vinieron a América fueron parte de una expedición organizada por Mohamed Gao, Sultán de Guinea, más de cien años antes del Descubrimiento de América por España[i]. Y se ha hablado también de expediciones muy anteriores que explicarían los rasgos sorprendentemente negroides en la cerámica de la Cultura Mochica de los S. V y VI. Sin embargo, estas hipótesis no son sino meras conjeturas que no han logrado ser probadas.

 

El hecho real es que los primeros negros que llegan al Perú vienen formando parte de las expediciones españolas de Conquista. Desde finales del S. XV, los marinos andaluces incluían en sus tripulaciones a esclavos negros. Y es así como éstos participaron en la conquista y ocupación de los nuevos territorios descubiertos. El cronista Cieza de León nos cuenta que en la tercera expedición de Pizarro venía un negro que descendió a tierra en Tumbes y que, con Alonso de Molina, acompañó al curaca de la región hasta su pueblo. Y narra que los naturales le tenían espanto al negro, que lo miraban y remiraban y querían lavarlo para ver si era su color natural o una pintura que se había puesto encima, mientras que el negro se reía “echando sus dientes blancos de fuera” dice muy descriptivamente el cronista[ii]. Y no era ciertamente el único porque el mismo Cieza, al describir las peripecias de Almagro tratando de atravesar la cordillera por las cumbres nevadas, relata vívidamente los terribles sufrimientos que pasó la expedición y agrega que “heláronse algunos negros y muchos indios e indias”[iii].

 

Hacia el S. XV, la esclavitud era una institución ya decadente en España. Además, en la Península Ibérica los esclavos no habían sido fundamentalmente negros sino que la mayoría eran cautivos sarracenos; aunque a partir del S. XIV se tuvo también esclavos tártaros, rusos, griegos, búlgaros y de otros países de la Europa oriental. Sin embargo, la esclavitud repunta extraordinariamente con el Descubrimiento y Conquista de América. Y, por otra parte, desde entonces los esclavos básicamente provendrán de África, comercializados inicialmente por Portugal.

 

Las razones para impulsar la importación de esclavos en las tierras del Nuevo Mundo son básicamente dos. De un lado, la necesidad de contar con mano de obra para la explotación de las minas centroamericanas, debido a que las poblaciones indias habían sido diezmadas a causa de las enfermedades traídas de Europa. De otro lado, encontramos una razón paradójica, cuya honestidad resulta muy difícil de aceptar. Se sostiene que hay que traer a negros de África por motivos humanitarios, ya que los indios son muy débiles y no se pueden acostumbrar al trabajo rudo e intenso que la civilización exigía de ellos. En las primeras décadas del S. XVI, España autoriza formalmente la importación de esclavos negros y otorga licencias a los españoles para que compitan con los portugueses en la trata.

 

Evidentemente, como suele suceder, algunos de los sujetos pasibles de esclavitud decidieron tomar más bien el lado de los esclavistas y aprovechar para hacer fortunas con esta nueva mercadería cuyas posibilidades económicas recién descubrían. Y es así como muchos jefes de tribus africanas imponían por cualquier falta la pena de esclavitud a sus súbditos y luego los vendían a españoles y portugueses. Igualmente, algunas tribus se encargaban de hacer la guerra a otras para capturar gente joven, convertirlos en esclavos con el pretexto de que eran cautivos y luego comerciarlos con los occidentales.

 

Cuando se había reunido suficientes negros como para justificar un viaje, se los llevaba a todos a una iglesia donde eran bautizados y luego eran embarcados en pequeñas naves llamadas en portugués tumbeiros, es decir, tumbas, más propiamente ataúdes. Los africanos pensaban que los europeos eran caníbales y los capturaban para comérselos; o también que querían hacer jabón con su grasa. Por eso, impulsados por el terror, se arrojaban muchas veces por la borda del barco prefiriendo ahogarse. Esto llevó a que fueran encadenados de seis en seis con anillos de hierro en el cuello durante la navegación. Las condiciones de salubridad del viaje eran ciertamente infames. Cuenta un jesuita de la época, que la pestilencia de la cala era tal que un español no podía acercar la cara a la escotilla sin sentir náuseas. Después de dos meses de navegación llegaban a América. Pero en la última parte de la travesía y en su tránsito por tierras americanas hasta el Pacífico era donde se producía la mayor mortandad porque, aunque los traficantes de esclavos querían mantener sana la mercadería que había sobrevivido a la travesía del Atlántico para venderla en Lima, las enfermedades tropicales americanas acababan con muchos de los africanos.

 

En ese trayecto eran sometidos al palmeo y a la carimba como actos indispensables para considerarlos mercadería legalmente válida en los dominios españoles; a partir de entonces se les denominaba “piezas de Indias”. El palmeo consistía en establecer si el esclavo tenía cuando menos siete palmos de altura, que era un requisito legal para ponerlos a la venta pública. La carimba era una marca de fuego -usualmente un letra “R” coronada- que se colocaba en la espalda, pecho o muslos, para garantizar que se trataba de un esclavo ingresado legalmente y no de una pieza de contrabando.

 

Una vez internados conforme a ley, se procedía a su venta. Los nuevos propietarios privados que los adquirían usaban frecuentemente marcas de fuego propias, cuyos diseños se encontraban registrados ante Notario, a fin de demostrar sus derechos en los casos que el esclavo fuera cimarrón y se escapara. En el Perú muy pocos esclavos trabajaron en las minas, siendo más frecuente que sus servicios se emplearan en las haciendas cañaveleras y en las ciudades. Es importante destacar que la práctica de tener africanos fue tan difundida que incluso los indios pudientes y las comunidades campesinas compraban también esclavos negros como asistentes de artesanos o para realizar el trabajo público en puentes, acequias y otras obras para las que la autoridad española exigía la colaboración de las comunidades: los indios pertenecientes a ella se liberaban mandando a los negros a hacer esos trabajos. Por cierto, las órdenes religiosas tenían igualmente esclavos que empleaban como sirvientes y a quienes les enseñaban ciertos oficios.

 

La vida del esclavo no era particularmente dura, sobre todo cuando residía en la ciudad, en la casa del amo. Tener esclavos bien mantenidos era una señal de status y por eso las clases altas se esmeraban en que sus esclavos vistieran bien, estuvieran limpios y contentos a fin de que hablaran bien de sus patrones a los otros esclavos. Los esclavos podían vengarse de un eventual mal trato haciendo circular por toda la ciudad las intimidades y miserias que la familia propietaria trataba de ocultar por decoro social. A fines del S. XVIII un esclavo valía lo que un piano de cola; pero era mucho más vistoso. Las familias aristocráticas buscaban que sus esclavos negros, vestidos con elegantes libreas de finas telas, cuando servían a la mesa o cuando conducían y custodiaban la calesa con la que salían de paseo, fueran unas verdaderas pinturas. Y así como mostraban orgullo en tener la calesa más elegante con los caballos más hermosos, estas personas también se vanagloriaban de estar servidas públicamente por esclavos de absoluta perfección en su apariencia y en sus modales. Y el propio esclavo se compenetraba con su papel y hacía competencia de vanidades con los esclavos de las familias amigas del patrón.

 

A su vez las esclavas mujeres estaban a menudo directamente al servicio de la esposa del amo o de sus hijas y eran una suerte de damas de compañía, muy bien tratadas y que se encontraban al día de todo lo que sucedía en el entorno familiar y en los sectores de la sociedad en los que estaban presentes los amos. En la relación ama y esclava, estas  mujeres recibían y daban cariño.

 

Por tanto, salvo casos de maltrato y arbitrariedad que nunca dejan de existir y que la condición servil los hace más duros, la existencia del esclavo no era torturada ni el esclavo era físicamente agredido en la vida cotidiana como pudiera pensarse. Claro está que el nivel de vanidad y de capacidad de gastar en ella iba reduciéndose conforme se desciende la escala social; y, consecuentemente, el nivel de buen trato y la necesidad de que el esclavo luzca una buena presencia también disminuían. De esta manera, paradójicamente, el esclavo era menos bien tratado cuando pertenecía a personas de sectores sociales más modestos que sólo pretendían extraerle la mayor cantidad de trabajo y que muchas veces no vacilaban en aplicar castigos muy duros a sus descontentos esclavos.

 

Pero lo más terrible y lo más indignante de su condición era el no poder disponer de su persona: el hecho de ser siempre un alieni iuris, casi sin esperanzas de cambiar a una vida independiente de la cual él mismo fuera el único responsable.

 

A veces, el amo en la vejez decidía liberar al esclavo que le había sido fiel y así lo determinaba en su testamento. Pero esos casos no eran muchos. Y aún así se produjeran, la libertad sólo alcanzaba al beneficiario directo pero no a su familia que seguía siendo esclava. Como es sabido, la esclavitud era hereditaria y se transmitía por el lado de la mujer, de acuerdo a la norma partus sequitur ventrum. Esto significaba que el hijo de un esclavo hombre en mujer libre no era esclavo; en cambio, el hijo o hija de mujer esclava, aunque el padre fuera libre, quedaba como esclavo del propietario de ella.

 

Es verdad que la esclavitud no consistió, como a veces se dice, en transformar un hombre en una cosa. Eso es una simplificación que no corresponde al régimen jurídico entonces vigente ni tampoco a la realidad de los hechos. Lo que sí puede decirse es que tenía una capitis demenutio muy radical, que hacía que sus derechos o poderes como ser humano estuvieran muy restringidos; pero eso de ninguna manera significa que no tuviera derecho alguno, como sucede estrictamente con las cosas. El esclavo tenía derecho a la vida porque el amo no podía asesinarlo por capricho[iv]; tenía derecho a un buen trato físico, lo que era exigible ante la Justicia: no se podía herirlo ni matarlo de hambre[v]; tenía un cierto derecho a la familia porque si estaba casado también con esclava y ésta era vendida, podía exigir legalmente ser vendido con ella para que no fuera desmembrado el hogar[vi].

 

Un aspecto que merece especial relevancia es el que se refiere al tratamiento del patrimonio del esclavo. En principio, el esclavo no podía tener patrimonio propio, debido a su condición de alieni iuris. Y es en ese sentido que las Partidas lo señalan enfáticamente: “Todas las cosas quel siervo ganare, por qual manera quier que las gane, deuen ser de su señor”[vii]. En principio, los esclavos ni siquiera podían recibir bienes a título gratuito, por donación o herencia, porque no tenían acceso a la propiedad. La propiedad era un derecho excluido de la condición servil. En muchos casos, el amo los enviaba a trabajar en naves o en tierras de otro, pero el salario que ganaban correspondía al amo.

 

Sin embargo, la rigidez de esta regla va debilitándose con el tiempo, de manera que algunos esclavos recibieron legados de sus amos. También se comenzó a permitirles en el campo dedicarse a trabajar una parcela para sí, ya sea propia o de un tercero, paralelamente al trabajo en las tierras del amo, mientras no interfiriera con sus labores obligatorias. En la ciudad, el esclavo pudo desarrollar una actividad artesanal, las mujeres preparaban dulces y otras viandas que eran vendidas al público. En todos estos casos, el fruto de su trabajo era para ellos mismos, aun cuando muchas veces el amo les imponía una suerte de regalía o derecho que percibía a cambio de dar el permiso para que su esclavo pudiera ejercer esta actividad libre. Hubo ocasiones en que de ello se derivaron abusos notorios, porque el amo exigía un pago tan alto que el esclavo comprometido se quedaba casi sin ganancia. Pero hubo también muchas otras situaciones en las que los esclavos pudieron organizar verdaderas empresas artesanales, contratando incluso a otros negros, libres o esclavos, para que trabajaran a su servicio. De esta manera, el esclavo se iba convirtiendo en una persona relativamente próspera que disponía de un cierto capital propio.

 

Esta evolución de la situación económica de algunos esclavos llevó a éstos a intentar comprar su libertad. Era claro que el amo no podía ser obligado a vender porque jurídicamente nadie puede ser forzado a desprenderse de lo que es suyo sin su consentimiento. Pero sucedía que los esclavos hacían ofertas que podían ser interesantes cuando los amos eran personas de modestos recursos y de esta manera comenzó un movimiento de los propios esclavos para liberarse a sí mismos. Es cierto que los amos económicamente más poderosos no tenían igual interés en esas ofertas que el que pudiera existir en una persona venida económicamente a menos. Por consiguiente, estas liberaciones por compra de sí mismo eran más factibles en los estratos sociales medios y bajos. Pero también es verdad que el buen trato que les daban en los estratos altos hacía que los esclavos tuvieran menos deseos de obtener una riesgosa libertad y preferían mantenerse –con su propia actividad económica incluida- bajo la protección del amo.

 

Desde fines del S. XVIII puede advertirse una evolución en un sentido diferente: se advierte una agitación entre los esclavos que intenta colarse por las rendijas del sistema y que contribuye a desprestigiarlo y, de esta forma, a deslegitimarlo.

 

Los esclavos van a emplear diversos medios –en una gran mayoría, legales- para conseguir su libertad minando el régimen esclavista. De un lado, utilizarán profusamente la compra de sí mismos, negociando con sus amos para obtener lo que entonces se llamaba su “ahorro”, es decir, su libertad. De otro lado, advertimos un incremento de la actividad judicial que cuestiona distintos aspectos de la esclavitud y utiliza estratégicamente el Derecho Canónico y la noción de familia cristiana para oponerlos al Derecho Civil y a la noción laica de propiedad. Hay muchos casos en que los esclavos piden al juez que ordene al amo a venderlos para reunirse con su familia que es propiedad de otro amo.

 

Entre estos hay un caso emblemático que tiene rasgos propios[viii]. Ciriaco de Urtecho, un español libre casado con una esclava, se presenta al juez para que ordene al amo a venderle a su mujer, a quien él quiere comprar para libertarla. Y mientras el amo opone la santidad de la propiedad, el esposo de la esclava opone la santidad de la familia. Finalmente, el esposo logrará que el juez le dé la razón y obligue al amo a venderle a esa esclava, su mujer. Esta sentencia se oponía frontalmente a la legislación entonces vigente y no cabe duda de que el juez lo sabía; pero, a pesar de ser un aristócrata (o quizá a causa de ello), se coloca del lado del enamorado Ciriaco, recurre a una triquiñuela jurídica y le entrega libre a su esposa a cambio del pago de su valor de acuerdo a una burda tasación. No cabe duda, entonces, de que los tiempos habían cambiado y que comienza aparecer en el ambiente una cierta consciencia de que la esclavitud es una institución anacrónica que tarde o temprano desaparecerá.

 

Es verdad que en todos estos casos no se trata de movimientos sociales sino más bien de acciones individuales que tienden a contrarrestar las condiciones de la esclavitud a nivel también individual. Habrá que esperar hasta la Constitución de Cádiz de 1812 para encontrar en estos juicios algunas voces de protesta que trascienden lo individual y ponen en cuestión la esclavitud como tema social[ix]. Sin embargo, incluso en las acciones individuales ya se perfila un afán de libertad y un clima de oposición o de evasión a esas  leyes esclavistas y discriminadoras.

 

No debemos olvidar que la discriminación jurídica contra los negros no era solamente por razones de esclavitud sino también de raza: un negro libre seguía siendo un negro no sólo en la consciencia de la gente sino también en cuanto a su tratamiento jurídico. Es así como encontramos normas ofensivas a la dignidad del ser humano que se aplican a los negros por ser tales, independientemente de la esclavitud.

 

Por ejemplo, las negras, aunque fueran libres, no podían traer oro, ni perlas ni manto en su vestimenta[x]. Esta norma legal muestra que los negros habían logrado ya situaciones económicas bastante prósperas; pero muestra también la magnitud del prejuicio racial. Juan Antonio Suardo cuenta en su Diario que el 28 de Julio de 1629, en Lima, “la justicia prendió dos mulatas, porque trahían unas sayas de seda azul muy cuaxadas de pasamanos de oro y aviéndose dado quenta desta prisión al señor Conde, dicen que mandó su Excelencia que se haga ejemplar castigo deste excesso y desverguenza, pero con mucho favor dieron las sayas por perdidas y pagaron cinquenta pesos de pena”[xi].

 

Veremos que, a pesar de la Constitución de 1812 y a pesar incluso de la Independencia del Perú, la población de origen africano tendrá que esperar todavía muchos años para vivir como los demás peruanos.

 

2. San Martín y la abolición de la esclavitud.

 

Los aires de independencia nacional llegan al Perú en el S. XIX y con ellos se difunden los ideales liberales.

 

Las nuevas ideas habían estado en ebullición desde algunos lustros atrás en otras regiones de la América española. Al Perú ingresan tardíamente debido a las barreras que suponen no sólo la presencia de una fuerte administración virreinal sino también los estrechos lazos que el Perú siente con su tradición hispana. De esta manera, el pensamiento revolucionario se filtra con dificultad y, una vez que lo logra, los planteamientos se amortiguan ante la resistencia de la tradición.

 

Ciertamente, para el Perú de entonces, la idea de una independencia nacional es mucho más importante que la concepción de un nuevo tipo de sociedad individualista y liberal, organizada bajo los principios de la Revolución Francesa. Varias décadas después de ganada la Independencia, encontramos todavía a autores como Bartolomé Herrera que se lamenta de las ideas liberales y sostiene que aunque repugne a los filósofos modernos hay hombres que han nacido para mandar y hombres que han nacido para obedecer[xii]. Sin ninguna vacilación proclama que “la igualdad… en su sentido ordinario es una injusticia”[xiii].

 

Incluso en aspectos políticamente mucho más prácticos como la forma específica que tendrá el nuevo gobierno y la percepción de las razones profundas de la independencia, las opiniones son bastante matizadas. Es sabido que mientras un buen número de los peruanos eminentes de entonces piensan decididamente en una República, otros tan eminentes como ellos, nada menos que el propio San Martín, piensan en una monarquía. Ganará sin duda la idea republicana. Pero los restos de un pensamiento aristocrático serán perceptibles todavía durante todo el S. XIX. Y en cuanto a las razones para independizarse, a diferencia de lo sucedido en otras emancipaciones hispanoamericanas, el Perú no rechaza a España como al conquistador enemigo sino que simplemente reclama su sitio como el hijo que ha llegado a la mayoría de edad y se ve obligado a enfrentarse al padre sólo para crearse un espacio al lado de él. Por ello, a pesar de la intensidad de la guerra, el rencor no cala en el sentimiento peruano. Es muy significativo que a los veinticinco años de la Independencia, en el Te Deum que se celebra con este motivo en la Catedral de Lima, en presencia de los generales y héroes que pelearon en Junín y Ayacucho, Bartolomé Herrera no tiene reparos en denunciar “los errores impíos y antisociales de la Revolución Francesa” y en alabar a España y hasta agradecerle por habernos dado la fe católica, el Derecho, el idioma y todos los demás beneficios de la civilización occidental, considerando que su papel en América ha sido como el de Roma en Europa[xiv].

 

Dentro de este horizonte, las opiniones de los contemporáneos sobre la esclavitud no pueden tampoco ser categóricas. El espíritu de libertad que anima la gesta emancipadora crea definitivamente en las consciencias una incomodidad respecto de la esclavitud. Pero, de otro lado, esa libertad que lleva a la emancipación frente a España es entendida más como un anhelo nacional que individual. Además, el nuevo Estado tiene que enfrentarse con los peligros de un desmoronamiento general de su sistema productivo y social.

 

San Martín se encuentra frente a un verdadero dilema[xv]. Considera que abolir la esclavitud es “el más santo de todos los deberes”. Sus palabras, que constan en los Considerandos del Decreto de 12 de Agosto de 1821, son muy fuertes contra la esclavitud: “los hombres han comprado a los hombres –dice- y no se han avergonzado de degradar a la familia a la que pertenecen, vendiéndose unos a otros”. Pero, al mismo tiempo, reconoce la crisis que se puede producir en la agricultura y “el interés de los propietarios” por lo que, dice, “no se puede atacar de un golpe este antiguo abuso” sino que hay que buscar una solución “conciliando por ahora el interés de los hacendados con el voto de la razón y la naturaleza”.

 

Acorde con esta perspectiva, San Martín encuentra una fórmula salomónica: decreta lo que se denominó la libertad de vientres, es decir, la regla de que nadie nace esclavo en el Perú a partir de la Independencia. En esta forma, los actuales esclavos permanecen como tales, pero la siguiente generación ya no será esclava. Así, dice el mismo San Martín, una institución que ha durado tanto tiempo no será terminada en un solo acto, lo que podría ser perjudicial, sino que se dejará que “el tiempo mismo que la ha sancionado la destruya”.

 

Sin embargo, las presiones de los propietarios de esclavos van a ser muy grandes y las dudas y vacilaciones, marchas y contramarchas de la legislación en esta materia van a ser patéticas.

 

En Noviembre de ese año, San Martín amplía los alcances abolicionistas declarando libres incuso a los esclavos actuales si habían pertenecido a españoles emigrados y, por consiguiente, ya no tenían un amo presente. Pero el mismo día expide otro Decreto por el que los hijos de esclavos nacidos ya libres en virtud de su Bando anterior, quedan sujetos a un patronazgo a cargo del amo de la madre hasta que cumplan 20 años las mujeres y 24 los hombres. En esta forma, los efectos de la abolición quedaban postergados por cerca de 25 años.

 

Empero, las leyes de San Martín no habían previsto otra forma de perpetuar la esclavitud en el Perú que también debía ser legalmente cerrada: la importación de esclavos nacidos en otros países. Por eso, en 1823, la primera Constitución del Perú independiente proclama en su artículo 11 que nadie nace esclavo en el Perú –retomando la fórmula de San Martín- pero agrega que nadie puede entrar al Perú en esa condición, prohibiéndose el comercio de negros.

 

Al parecer, los propietarios de esclavos logran hacer mayor presión en los años siguientes porque la Constitución de 1826 no repite esa norma; y debe tenerse en cuenta que, un año antes, se había expedido un Reglamento Interior de las Haciendas de la Costa, en cuya redacción habían participado importantes e influyentes propietarios de haciendas, en el que, bajo la forma de establecer medidas humanitarias para el trabajo de los negros, se reconoce plenamente la legitimidad de la esclavitud. En cambio, la Constitución de 1828 repone la norma en su artículo 152 e incluso sanciona a los traficantes de esclavos con la pérdida de la nacionalidad, limitando esta sanción solamente al tráfico exterior ya que la venta de los esclavos todavía existentes seguía siendo válida dentro del Perú[xvi].

 

3. La Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del Departamento de Lima.

 

Un hito importante en esta historia vacilante de la abolición de la esclavitud en nuestro país lo constituye la titulada Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del Departamento de Lima[xvii], redactada por Jose María de Pando y que se publica en 1833, la que resumía enérgicamente las protestas contra la abolición de la esclavitud.

 

Los argumentos de esta reclamación podría decirse que giran en torno de cuatro temas principales. En primer lugar, se dice, la esclavitud es una institución universal como lo demuestra el hecho de que incluso en la Biblia se narra que José fue vendido como esclavo por sus hermanos; historia donde lo que era inusual y condenable no es que existieran esclavos sino que los hermanos lo vendieran[xviii]. Por otra parte, agrega el documento, los discípulos de Jesús no hablaron de manumitir a los esclavos sino de tratarlos con caridad; porque el valor primordial es el respeto de la propiedad[xix]. Y si nos referimos a los tiempos modernos y a las ideas liberales que hoy predominan, puede verse que Estados Unidos de Norteamérica, país demócrata por excelencia, no ha abolido la esclavitud. Así, dicen los vulnerados hacendados, “desde el sublime e inspirado Moisés hasta los ilustres autores de la Acta de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica” respetan este “axioma universal”[xx].

 

En segundo lugar, la Reclamación sostiene que la necesidad de pagar en adelante a trabajadores en vez de contar con mano de obra gratuita afectará a la economía nacional y hará que nuestros productos de exportación sean menos competitivos. “La agricultura de las provincias litorales del Departamento de Lima”, dice, “camina a pasos agigantados a su completa ruina, con grave menoscabo de los ingresos públicos, y de la existencia de infinidad de infelices particulares”[xxi].

 

En tercer lugar, argumenta la Reclamación, los negros no saben vivir sin un amo que los controle: dejarlos en libertad sólo conduciría a que “labradores tranquilos y útiles” se conviertan en “ociosos, vagabundos o salteadores de caminos” y “no serán con su vida licenciosa y desordenada otra cosa que una gavilla de escándalo, que excite a la insurrección a los que se hallan aún bajo servidumbre”[xxii]. “¿Qué sucederá”, prosigue la Reclamación citando a un autor colombiano, “el día que se aumenten estas hordas de bandoleros con noventa mil esclavos que cuenta la república? A mi me parece que una multitud de tigres furiosos sueltos de la cadena, no harían tanto mal como poner en ejercicio de sus fuerzas a estos hombres inmorales, sin honor, sin esperanza, sin temor”[xxiii].

 

El cuarto argumento, que reúne de alguna manera los tres precedentes, es la defensa del derecho de propiedad y de la garantía de no confiscación que contienen todas las Constituciones que han regido al Perú hasta entonces, denunciando que las leyes abolicionistas son inconstitucionales y violadoras del Derecho Natural por cuanto se pretende privar a los hacendados de su propiedad sin compensación alguna[xxiv].

 

La Reclamación de los hacendados critica duramente a San Martín, analizando irónicamente y casi despectivamente cada uno de los argumentos de éste para declarar libres a todos los nacidos después de la Independencia[xxv]. Y concluye con una afirmación lapidaria: ¿No es por ventura esa decisión del Libertador una mera “declaración sentimental, plagada de errores y de empalagosa afectación”?[xxvi].

 

Esta Reclamación de los hacendados, a pesar de su agresiva argumentación conservadora, no afecta a la Constitución de 1834. El artículo 146 repite el principio ya consagrado por la Constitución de 1823: “Nadie nace esclavo en el territorio de la República, ni entra de fuera ninguno que no quede libre”. Pero el General Salaverry, quien se autoproclama Presidente de la República, legalizó el comercio y la importación de negros mediante un Decreto –inconstitucional- de 10 de Marzo de 1835. Esta tendencia retrógrada fue consolidada por la Constitución de 1839 que, en su artículo 155, reitera que “Nadie nace esclavo en la República”; pero no repite la condena al tráfico de negros ni la libertad automática de todo esclavo que ingrese al Perú. Y un Decreto del mismo año resuelve aumentar la edad límite del patronazgo de 25 a 50 años. Esto significa que aquellos que nacieron libres a partir del 28 de Julio de 1821 y que debían quedar bajo la custodia de los amos de sus madres hasta cumplir cerca de 25 años, ahora debían seguir trabajando para el amo durante 25 años más, hasta cumplir los 50 años. Es verdad que este trabajo era remunerado. Pero la paga era de apenas un peso semanal y, en caso de trabajar en la ciudad, la mitad de lo que recibía un sirviente doméstico libre.

 

Notemos las contradicciones del nuevo régimen instituido. De un lado, la verdadera libertad de la esclavitud quedaba pospuesta hasta 25 años más tarde. De esta manera, si pensamos en un hijo de esclava nacido libre el 29 de Julio de 1821, quedaba sin embargo sujeto al patronazgo, en condiciones muy similares a la esclavitud, hasta el 29 de Julio de 1871. De esta manera, el propósito original de San Martín resultaba completamente desvirtuado. Pero, de otro lado, estas nuevas reglas creaban lo que hoy podríamos calificar como una “anti-jubilación” o, si se prefiere, como una jubilación perversa. En efecto, el principio moderno de la jubilación consiste en que una persona trabaja un determinado número de años para otro y luego, al final de su vida, se le permite dejar de trabajar pero continúa ganando una pensión para su mantenimiento. En el caso del patronazgo sucede justo lo contrario. La persona trabaja durante cincuenta años –es decir, durante sus mejores años- a la mitad de la paga normal; y luego, cuando baja su capacidad productiva, se lo envía a la calle bajo el pretexto de concederle libertad plena, sin darle ninguna opción de mantenimiento. De esta forma, el liberto sujeto al patronazgo tiene comida mientras es fuerte para el trabajo; pero cuando se convierte en una carga para el amo en razón de su edad, éste lo declara libre y se desliga de toda obligación frente a su mantenimiento en la vejez. Así, este régimen resultaba, desde un cierto punto de vista, peor que la esclavitud misma.

 

La ambigüedad que predomina en esta época frente a la esclavitud se encuentra muy claramente representada en la narración del viaje del presidente Orbegoso por el Sur del país. Cuenta el narrador que cuando el Presidente llegó a la hacienda San Pedro en el valle de Lurín, de propiedad de los Padres de San Felipe Neri, se quedó muy sorprendido de los bellos cantos religiosos de la negrería de la Hacienda al terminar la jornada de trabajo, los “que  despertaron en su alma sentimientos de piedad y religión”. No duda en denunciar las abominaciones de la esclavitud al comentar que esas canciones celestiales eran entonadas por “los seres degradados que forman las fortunas de los que tuvieron más maña que ellos para esclavizarlos”. Pero este diario de viaje agrega que “Su Excelencia se conmovió de la miseria de estos infelices, y bañándose sus ojos en lágrimas, se desquitó en prodigarles cariños. Pasada esta escena de dolor y tranquilizado Su Excelencia se retiró a dormir, haciendo lo mismo su familia”[xxvii]. Curiosos tiempos aquellos en que un Presidente de la República comprueba personalmente una injusticia que degrada al ser humano y que las leyes tienden a erradicar y, sin embargo, todo lo que atina a hacer es echar lágrimas y dar cariños, lo que lo tranquiliza y le permite dormir en paz[xxviii].

 

Vale la pena mencionar que, poco antes del Decreto del General Castilla sobre la abolición de la esclavitud, el Canciller Paz Soldán sostenía todavía que los esclavos peruanos vivían en mejores condiciones que los oficinistas franceses y que los obreros ingleses porque, entre otras cosas, celebraban sus fiestas “regadas con copiosos tragos del aguardiente de Pisco”[xxix].

 

4. Y el grito de libertad finalmente en sus costas se oyó…

 

En 1852 entra en vigencia el Código Civil que, aunque inspirado en el Código Napoleón y, por tanto, afín  hasta un cierto punto a los ideales liberales, incluye la esclavitud como una institución acogida por el Derecho. Sin embargo, cuando menos no la trata en el Libro sobre las cosas y su manera de adquirirlas, sino en el Libro sobre las personas[xxx]; y, por otra parte, determina que los amos tienen obligaciones frente a sus esclavos, como las de alimentarlos, protegerlos y asistirlos en sus enfermedades, lo que hubiera sido inconcebible si fueran tratados simplemente como una propiedad[xxxi]. En realidad, la norma legal indica que esas obligaciones se deben en retribución de los servicios recibidos del esclavo, lo que acerca la esclavitud más a la forma del contrato que a la de propiedad.

 

Todavía encontramos en el año siguiente anuncios en los periódicos sobre venta y trueque de esclavos, como aquel por el que se ofrece textualmente un “negocio”: cambiar una criada de 21 años de edad, buena lavandera, cocinera y costurera, por una criada joven, de buenas costumbres y apropiada para el servicio de mano[xxxii].

 

Sin embargo, era ya patente que los nuevos tiempos y las nuevas ideas hacían intolerable la esclavitud. El propio Código Civil tiene una redacción conscientemente efímera: condiciona las normas sobre esclavos a “Mientras subsistan los efectos de la antigua esclavitud”[xxxiii]. Esta redacción revela la convicción de los legisladores de que se trataba de una institución anacrónica y la premonición de que pronto desaparecería.

 

Y, en efecto, apenas dos años después, el 3 de Diciembre de 1854, quedaría abolida la esclavitud por el Decreto del Presidente Provisorio D. Ramón Castilla.

 

Las voces de los propietarios no fueron desoídas, pese a todo. El Decreto establece el pago de un justo precio a los amos de los esclavos y a los patrones de los siervos libertos. Estos pagos se harían con cargo a los ingresos estatales percibidos gracias a la prosperidad fiscal creada por el guano. De esta manera, la abolición de la esclavitud formó parte de la política de redistribución de los ingresos públicos del guano entre los empresarios privados con el objeto de dinamizar la economía. Castilla se cuida mucho de no preocupar a los propietarios de esclavos. Por eso, señala que un acto como éste no debe zozobrar en la desconfianza de la indemnización debida a los amos[xxxiv]; y agrega que la abolición que ofrece su rival político Echenique afecta el derecho de propiedad debido a la vaga indemnización que ofrece[xxxv]. Es así como el artículo sexto del mencionado Decreto de Castilla garantiza la acreencia de los propietarios por concepto indemnizatorio con la quinta parte de las rentas nacionales, inclusive los sobrantes de la venta del guano. Posteriormente, el Decreto de 9 de Marzo de 1855 reglamenta el pago de esta indemnización y dispone que el Estado abonará a los antiguos amos una indemnización de 300 pesos por cada esclavo, en un plazo de tres años, más un interés del 6% de interés anual.

 

Estos pagos constituían, entonces, una forma de transferir el capital público –proveniente de las ventas internacionales del guano- al sector privado, a fin de llevar adelante una restauración económica nacional impulsada por el sector privado; de la misma forma como procedió la Ley de Consolidación Económica que, bajo el pretexto de pagar las deudas de la Independencia, contribuyó a repartir la prosperidad del guano entre las familias importantes peruanas, cuyos miembros eran los acreedores de deudas resultantes de la lucha emancipatoria. Tanto el pago de los esclavos, como el efectuado para cubrir la llamada Deuda Interna, resulta un procedimiento para inyectar capital dentro de la economía privada –particularmente en al agricultura, que sufría de un grave carencia de capitales para tecnificarse- colocando la prosperidad del guano al alcance de los sectores privados con la idea de impulsar una economía nacional. Es por ello que se paga no solamente por los esclavos propiamente dichos sino también por los libertos, es decir, por aquellos que habían nacido libres según las leyes de San Martín, pero que continuaban sometidos al llamado patronazgo.

 

Dicho en términos de hoy, tanto el pago de la Deuda Interna generada por la Emancipación como la deuda resultante de la abolición de la esclavitud constituyeron formas de privatización del capital obtenido con un recurso nacional que era el guano.

 

Sin embargo, si bien podemos encontrar en este proceso motivaciones positivas, tales como el respeto por la libertad y la dignidad humana y la dinamización de la economía privada a través de una inyección de capital público, las cosas se presentaron en la práctica de una manera menos ética y más anecdótica.

 

El Presidente Constitucional de la República era por entonces el General Don José Rufino Echenique, elegido en 1852. Pero en 1854, el General Ramón Castilla, en alianza con el político civil Domingo Elías, se levantaron en armas. Es en estas circunstancias que Echenique, siguiendo una línea que ya había sido empleada en las Guerras de la Independencia, ofrece la libertad para todos los esclavos que peleen por el Ejército constitucional. Castilla indica que su revolución tiene por objeto reconocer y garantizar “los derechos de la humanidad oprimida, explotada y escarnecida con el tributo del indio y con la esclavitud del negro”[xxxvi]. Consecuente con ello y con gran habilidad política, asumiendo el carácter de Presidente Provisorio, retruca la oferta de libertad de Echenique diciendo que se está induciendo al esclavo a dar por rescate su vida en una guerra civil que no puede comprender, dado que nunca le dejaron adquirir ideas políticas durante su servidumbre[xxxvii]. En consecuencia, restituye, sin condición alguna, la libertad de todos los esclavos y siervos-libertos, en general[xxxviii].

 

Y así el anhelado grito de libertad, al que se refiere el Himno Nacional, finalmente se oyó en las haciendas de la costa del Perú.

 

Sin embargo, si bien se cita frecuentemente la norma del artículo primero del Decreto de 3 de Diciembre de 1854 que establece la abolición, no se menciona usualmente el artículo tercero del mismo Decreto.

 

Ese artículo tercero establecía que quedaban exceptuados de tal libertad y eran indignos de ella, los esclavos o siervos que tomaran las armas y sostuvieran la tiranía del llamado exPresidente D. José Rufino Echenique.

 

Por consiguiente, el 3 de Diciembre de 1854 no fue la fecha en que terminó la esclavitud en el Perú por cuanto aquellos esclavos que pelearon por Echenique siguieron legalmente siendo esclavos hasta el fin de sus vidas, dado que el Decreto de Castilla los había excluido de manera expresa del beneficio de la libertad.

 

En realidad, la abolición de la esclavitud, pese a ser un punto en debate de la mayor importancia filosófica y política, se resolvió en el Perú a través de una lucha entre caudillos. Echenique declaró libres a todos los negros que pelearan por él y Castilla declaró libres a todos los negros… salvo a los que pelearan por Echenique.

 

Como sucede lamentablemente a menudo en el Perú, un tema tan crucial se convirtió en una tragicomedia que por fortuna tuvo un final feliz. El problema grave es que los peruanos nunca sabemos si la historia que vivimos es una tragedia que se convertirá en comedia o si es una comedia que se convertirá en tragedia.


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NOTAS

[i] Rolando Mellafe, Breve historia de la esclavitud en América Latina, Sep-Setentas, México, 1973, p. 19.

[ii] Pedro Cieza de León, Crónica del Perú. Tercera parte. Cap. XX. Pontificia Universidad Católica del Perú y Academia Nacional de la Historia. Lima, 1987, p. 55.

[iii] Pedro Cieza de León, op. cit., cap. LXXII, ed. cit., p. 286.

[iv] Las Partidas de Alfonso el  Sabio, ley VI, tít XXI, Cuarta Partida.

[v] Ibidem, ley VI, tít XXI, Cuarta Partida

[vi] Ibidem, ley I, tít. V. Cuarta Partida.

[vii] Ibidem, ley VII, tít. XXI. Cuarta Partida.

[viii] Fernando de Trazegnies, Ciriaco de Urtecho, litigante por amor. Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1981.

[ix] Christine Hunefeldt, Los negros de Lima: 1800-1830, en Histórica, vol. III, No. 1. Departamento de Humanidades. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, julio de 1979.

[x]  Política Indiana, lib. II, cap. XXX, 48; ed. cit. T.I, p. 617.

[xi] Juan Antonio SUARDO, Relación diaria de lo sucedido en la ciudad de Lima desde el 15 de Mayo 629 hasta  30 de Mayo de 1639, introd. y notas por Rubén Vargas Ugarte S.J., Lima, Universidad Católica del Perú, Instituto de Investigaciones Históricas, 1936, t. I, p. 17.

[xii] Bartolomé Herrera, Compendio de Derecho Público Interno y Externo, por el Comendador Silvestre Pinheiro Silveira, traducido y anotado por Bartolomé Herrera para uso del Colejio de San Carlos, Imprenta del Colejio, Lima, 1848, p. XVIII.

[xiii] Ibidem, p. III.

[xiv] Bartolomé Herrera, Escritos y Discursos, con prólogo de J. Guillermo Leguía, t. I, Biblioteca de la República, F. y E. Rosay, Lima. 1929, pp. 206-211.

[xv] Mariano Santos de Quirós, Colección de Leyes, Decretos y Órdenes publicas en el Perú, Lima, 1832, t. I, p. 16.

[xvi] Constitución Política de la República Peruana, 18 de Marzo de 1828, art. 5to., inc. 3º.

[xvii] Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del Departamento de Lima, Imp. Rep. de J.M. Concha. Lima, 1833.

[xviii] Op. cit., p. 5.

[xix] Op. cit., p. 7

[xx] Loc. cit.

[xxi] Op. cit., p. 43.

[xxii] Op. cit., p. 22.

[xxiii] Op. cit., p. 22.

[xxiv] Op. cit., passim.

[xxv] Op. cit., p. 31 y ss.

[xxvi] Op. cit., p. 41.

[xxvii] José María Blanco, Diario del viaje del Presidente Orbegoso al Sur del Perú. Edición, prólogo y notas de Félix Denegri Luna. Pontificia Universidad Católica del Perú. Instituto Riva-Agüero. Lima, 1974, t. I, p. 10.

[xxviii] Vid. Fernando de Trazegnies, La tranquilidad de espíritu, en Imágenes rotas, Ediciones del Dragón, Lima, 1992, p. 41.

[xxix] Cit. p. Pablo Macera, Las plantaciones azucareras andinas (1821-1875), en Trabajos de Historia, t. IV, Instituto Nacional de Cultura, Lima,1973, pp. 54-68.

[xxx] Código Civil peruano de 1852, arts. 95 a 129.

[xxxi] Código Civil peruano de 1852, art.99.

[xxxii] El Comercio, Lima, 8 de Agosto de 1853.

[xxxiii] Código Civil peruano de 1852, art. 95.

[xxxiv] Decreto de 3 de Diciembre de 1854, Considerando cuarto.

[xxxv] Decreto de 3 de Diciembre de 1854, Considerando quinto.

[xxxvi] Decreto de 3 de Diciembre de 1854, Considerando segundo.

[xxxvii] Decreto de 3 de Diciembre de 1854, Considerando cuarto.

[xxxviii] Decreto de 3 de Diciembre de 1854, artículo 1º.

Fuente: http://macareo.pucp.edu.pe/ftrazeg/aafbc.htm

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Esclavos y negros en la independencia.

Esclavos y negros en la independencia

Por: Cháves Bustos, J. Mauricio

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ANTECEDENTES LIBERTARIOS DE NEGROS Y PARDOS

El negro, ocupado en las haciendas o minas de sus amos, escuchaba los planes de los señoritones que planeaban la independencia de España; ya antes, sin embargo, ellos mismos habían emprendido fugas, escapando de la esclavitud, forjando pueblos y aldeas llamados palenques, fundando sus propias repúblicas cimarronas, junto con sus hermanos que buscaban la libertad a toda costa, esa fue su primera y particular independencia, no sólo del Estado opresor y represivo, sino de una clase que se creía superior por su color, que desconocía en el negro la condición humana que los cobijaba, Es así como esta experiencia de independencia los vuelve prácticos, la búsqueda de libertad a toda costa; no les interesaban las proclamas o los discursos rimbombantes, retóricos, de corte individualista las más de las veces y románticos en exceso, que poco tenían que ver con el estado real de esclavitud que venían sufriendo desde tres siglos atrás. En la gesta de Los comuneros, el papel de los negros fue tan fundamental que el propio Galán los incitó para que se sublevaran en las haciendas de Honda, Mariquita, Antioquia y Cauca; en haciendas y minas libertaron a los esclavos, paralizaron la producción, inclusive presentaron memoriales pidiendo el reconocimiento de su libertad.

BUSCANDO LA INDEPENDENCIA… ¿PARA QUIÉN?

Erróneamente se ha creído que los negros no jugaron un papel importante en el proceso de independencia, sin embargo, los antecedentes muestran cómo forjaron un sentimiento de búsqueda de la libertad de tiempo atrás. Si bien la gesta como tal estuvo comandada y dirigida por unos criollos que buscaban antes que nada vivir y mandar como los europeos en los diferentes virreinatos, creando con ello divisiones y partidos, lo que forjó un proceso largo y cruento para los americanos, también es cierto que los negros, herederos de un sentimiento libertario que se gestó desde el momento mismo de su captura y que se transmitía de padres a hijos por generaciones, desempeñaron un papel fundamental en el proceso de la creación de estas repúblicas. Es así como en algunas regiones del país, como en el Caribe, específicamente en Cartagena, la actitud del gremio de artesanos negros y mulatos influyó decididamente para que en 1812 se declarara la independencia absoluta de la ciudad frente a España, y que en la Constitución del mismo año se prohibiera la esclavitud y se creara un fondo de manumisión para liberarlos gradualmente.

Ya el 14 de junio de 18 10, Cartagena había visto el pulso de negros y pardos del barrio Getsemaní, cuando se impusieron para destituir al gobernador Francisco Montes y en su lugar nombrar al coronel Blas de Soria, mulato de origen humilde que pasaba a ocupar el importante cargo con el apoyo del gremio de dichos artesanos. La actitud de los negros cartageneros fue más allá, durante el corto período de independencia absoluta que vivió ésta, de 1811 a 1815, influyendo para que las élites declararan la independencia absoluta de España, y después defendiendo la importante plaza ante la reconquista, bajo el mando del pacificador Morillo y del sanguinario Juan Sámano.

El propio Bolívar, de quien se dice tenía ancestros negros, buscó la ayuda del negro Petión en Haití, encontrando apoyo con hombres, armas y pertrechos, con la única promesa de declarar la abolición de la esclavitud en los territorios que se fuesen emancipando, promesa que cumplió en parte, pero que con el recrudecimiento de la guerra hizo que llegara inclusive a decretar que aquellos negros o pardos libertos mayores de catorce años que no se unieran al ejército libertador volverían a ser esclavizados. La actitud del Libertador de vetar la invitación a Haití en el Congreso Anfictiónico de 1825, así como su deseo de no entablar relaciones diplomáticas con dicho país, por el supuesto que espías haitianos estaban promoviendo una sublevación racial en la Nueva Granada , así como el no haber decretado la abolición de la esclavitud sin condicionamiento alguno, son sólo una muestra de la actitud de las elites frente al negro en la construcción de la república. El fusilamiento de algunos militares con ascendencia negra que alcanzaron estatus importantes en el ejército libertador también muestra la actitud de una época y de sus caudillos blancos, como de Manuel Carlos Piar Gómez, quien participó decididamente por la independencia de Colombia y de la Guyana , acusado de promover una conspiración contra Bolívar, fusilado en 1817, o del almirante José Prudencio Padilla, héroe de Trafalgar y de Maracaibo, implicado injustamente dentro de los conjurados de la llamada Noche septembrina, fusilado en 1828.

El ejército libertador buscó por medio del convencimiento atraerse a la población negra, pero cuando no lo pudo hacer por medios pacíficos recurrió a la esclavitud, la más nefanda y odiosa de las instituciones coloniales que pervivían aún en una gesta supuestamente libertadora, es así como se reclutan a cinco mil esclavos del Cauca, Antioquia y Chocó, con la debida indemnización económica para sus dueños, actitud que también tendría el ejército realista, es decir, que en contiendas, como la de Carabobo, éstos eran obligados a batirse contra los de su misma raza. En 1823 algunos fueron obligados a ir al Callao, reconociendo el puerto de Tumaco, optaron por escapar y unirse al ejército del realista pastuso general Agustín Agualongo, pero al ser recapturados o fueron asesinados o esclavizados nuevamente.

Muchos fueron los mártires negros que buscaron la libertad de su raza y de su patria, hoy pocos recuerdan que el Pacificador Morillo pasó por el patíbulo a 39 negros que defendieron a Cartagena; a Tomás Pérez, el sinuano que combatió en el Atrato comandando a un pelotón de negros cimarrones; a Miguel Buch y Miguel Montalvo, negros fusilados en Bogotá en 1816 al lado de Caldas. O a los héroes negros que defendieron el fuerte de Remolino de Murrí, o a los negros que llevaron sobre sus hombros el navío La Rosa de los Andes , desde Cupica en el Pacífico, hasta el Atrato en el Atlántico. Lo cierto es que mucho antes los negros habían buscado su libertad, en una patria que aún mantiene formas de esclavismo disfrazada de pobreza, miseria y abandono estatal. Buscaron a toda costa la libertad, ¿para quién?, para sí mismos, para su raza, pero también para una Colombia que recién empezaba a reconocer su importancia en la construcción de lo que somos y de lo que queremos ser como nación.

BIBLIOGRAFÍA

Arriaga Copete, Libardo. Nociones elementales y hechos históricos que se deben conocer para el desarrollo de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos o lo que todos debemos saber sobre los negros . Bogotá, Ingenieros Gráficos Andinos, S.A., 2002.

Caballero Calderón, Eduardo. Historia privada de los colombianos. Bogotá, Antares, 1960.

Corsi Otálora, Luis. Los negros en la independencia: ¡Viva el Rei! Bogotá, Biblioteca Nacional de Colombia. Medio magnético. s.f.

Friedemann, Nina y Arocha, Jaime. De sol a sol. Génesis, transformación y presencia de los negros en Colombia. Bogotá, Planeta, 1986.

Múnera, Alfonso. El fracaso de la nación. Religión, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810) . Bogotá, El Áncora, 1998.

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Wade, Peter. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en Colombia.Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1997.

Zapata Olivella, Manuel. Las claves mágicas de América (raza, clase y cultura). Bogotá, Plaza & Janes, 1989.

Fuente: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/julio2010/esclavos.htm

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Stéphane Mallarmé

Stéphane Mallarmé

(París, 1842 – Valvins, Francia, 1898) Poeta francés. Tras un viaje al Reino Unido, donde contrajo matrimonio con su amante Marie Gerhardt (1863), fue profesor de inglés en el instituto de Tournon, pero pronto perdió el interés por la enseñanza.


Mallarmé

Sólo podía dedicarse a escribir al término de su jornada laboral, y así compuso L’azurBrise marine, empezó Herodías y redactó una primera versión de La siesta de un fauno. En 1866, el Parnasse Contemporain le publicó diez poemas y poco después fue trasladado al liceo de Aviñón. Conoció a Paul Verlaine, y finalmente consiguió un puesto en el liceo Fontanes en París (1867).

Publicó Herodías en una segunda entrega del Parnasse; la dificultad de su poesía le había granjeado la admiración de un reducido grupo de poetas y alumnos, que recibía en su casa, pero los juicios favorables de Verlaine y de Huysmans le convirtieron en poco tiempo en una celebridad para toda una generación de poetas, los simbolistas, que acogieron con entusiasmo su volumen Poesías y su traducción de los Poemas de Edgar Allan Poe.

Lideró a partir de entonces frecuentes tertulias literarias con jóvenes entre los que se encontraban André Gide y Paul Valéry. En 1891 publicó Páginas, y un año después el músico Debussy compuso elPreludio a la siesta de un fauno.

En 1897, la revista Cosmopolis publicó Una tirada de dados nunca abolirá el azar, fragmento de la obra absoluta que Mallarmé llamaba el Libro, que no llegó a completar, y en la que intentaba reproducir, a nivel incluso tipográfico, el proceso de su pensamiento en la creación del poema y el juego de posibilidades oculto en el lenguaje, sentando un claro precedente para la poesía de las vanguardias.

La dificultad de la poesía de Mallarmé, a menudo hermética, se explica por la gran exigencia que impone a sus poemas, en los que interroga la esencia para desembocar frecuentemente en la ausencia, en la nada, temas recurrentes en su obra.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mallarme.htm

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Paul Verlaine

Paul Verlaine

(Metz, 1844-París, 1896) Poeta francés. Considerado el maestro del decadentismo y principal precursor del simbolismo, es, en realidad, el único poeta francés que merece el epíteto de «impresionista» y, junto con Victor Hugo, el mayor poeta lírico francés del s. XIX. En 1851 su familia se instaló en París, donde Verlaine trabajó como escribiente en el ayuntamiento (1864). En 1866 publicó su primer libro, Poemas saturnianos, que revela la influencia de Baudelaire, al que siguieron Fiestas galantes (1869), en el que describe un universo irreal a lo Watteau, y La buena canción(1870).


Paul Verlaine

Después de una crisis producida por el amor no correspondido que le inspiró su prima Élise Moncomble, halló una efímera estabilidad en su matrimonio con Mathilde Mauté (1870), disuelto a raíz de sus relaciones, a partir de 1871, con Arthur Rimbaud, con quien viajó a Bélgica y a Gran Bretaña (1872-1873). El 10 de julio de 1873, en Bruselas, hirió de bala a Rimbaud, quien le había amenazado con abandonarle. Condenado a dos años de prisión, salió de la cárcel después de recobrar la fe.

Su etapa de madurez se inicia con la publicación deRomanzas sin palabras (1874), que revela una poética nueva, basada en la música del verso, y expresa su desgarramiento, dividido entre Rimbaud y Mathilde. Tras una última riña con Rimbaud en Stuttgart, regresó a Gran Bretaña (1875), donde se dedicó a la enseñanza hasta que regresó a Francia (1877). Después de una recaída en el alcoholismo, volvió a Gran Bretaña con su alumno favorito, Lucien Létinois (1879-1880).

En 1881 publicó Cordura, poemario de inspiración religiosa, y en 1883, tras la muerte de Létinois, llevó en Coulommes una vida escandalosa. De este período data la publicación de Los poetas malditos(1884), en que dio a conocer a Rimbaud, Tristan Corbière y Stéphane Mallarmé, y Antaño y ahora(1884). Tras una nueva estancia en la cárcel por haber intentado estrangular a su madre hallándose bajo los efectos del alcohol, pasó a residir definitivamente en París (1885), donde fue a menudo hospitalizado.

Aparte de obras en prosa, como Mis hospitales(1892), de su producción de esta última etapa destacan algunas obras poéticas de tema religioso (Amor, 1888; Liturgias íntimas, 1892) y de tema erótico (Paralelamente, 1889; Mujeres, 1890;Canciones para ella, 1891; Odas en su honor, 1893;Elegías, 1893; En los limbos, 1894). En sus últimos años gozó de gran prestigio literario (dio conferencias en Bélgica y Gran Bretaña, fue elegido «Príncipe de los poetas» en 1894), lo que contrasta con la miseria y el estado de degradación en que vivía.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/verlaine.htm

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Arthur Rimbaud

Arthur Rimbaud

(Charleville, Francia, 1854-Marsella, id., 1891) Poeta francés. Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.


Arthur Rimbaud

Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.

Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente. Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».

Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.

Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.

En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.

Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.

La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después en un hospital de Marsella.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rimbaud.htm

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Charles Baudelaire

Charles Baudelaire

(París, 1821 – 1867) Poeta francés, uno de los máximos exponentes del simbolismo, considerado a menudo el iniciador de la poesía moderna. Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis, nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre murió el 10 de febrero de 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick; Baudelaire nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.

En 1831 se trasladó junto a su familia a Lyon y en 1832 ingresó en el Colegio Real, donde estudió hasta 1836, año en que regresaron a París. Continuó sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand y fue expulsado por indisciplina en 1839. Más tarde se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y se introdujo en la vida bohemia, conociendo a autores como G. de Nerval y H. de Balzac, y a poetas jóvenes del Barrio Latino. En esa época de diversión también conoció a Sarah “Louchette”, prostituta que inspiró algunos de sus poemas y le contagió la sífilis, enfermedad que años más tarde terminaría con su vida.


Baudelaire

Su padre adoptivo, el comandante Aupick, descontento con la vida liberal y a menudo libertina que llevaba el joven Baudelaire, lo envió a un largo viaje con el objeto de alejarlo de sus nuevos hábitos. Embarcó el 9 de junio de 1841 rumbo a la India, pero luego de una escala en la isla Mauricio, regresó a Francia, se instaló de nuevo en la capital y volvió a sus antiguas costumbres desordenadas. Siguió frecuentando los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París con sus relaciones con Jeanne Duval, la hermosa mulata que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías.

Como ya era mayor de edad, reclamó la herencia paterna, pero su vida de dandy le hizo dilapidar la mitad de su herencia, lo que indujo a sus padres a convocar un consejo de familia para imponerle un tutor judicial que controlara sus bienes. El 21 de septiembre de 1844 la familia designó un notario para administrar su patrimonio y le asignó una pequeña renta mensual, situación que profundizó sus conflictos familiares.

A principios de 1845 empezó a consumir hachís y se dedicó a la crítica de arte, publicando Le Salon de 1845, un ensayo elogioso sobre la obra de pintores como Delacroix y Manet, entonces todavía muy discutidos. Ante los primeros síntomas de la sífilis y en medio de una fuerte crisis afectiva, intentó suicidarse el 30 de junio de ese año. Más tarde publicó Le Salon de 1846 y colaboró en revistas con artículos y poemas. Buena muestra de su trabajo como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico (1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.

Fue además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis de un arte nuevo. En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés), alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus distintos esbozos de obras teatrales.

Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. El 30 de diciembre de 1856, Baudelaire había vendido al editor Poulet-Malassis un conjunto de poemas, trabajados minuciosamente durante ocho años, bajo el título de Las flores del mal, que constituyó su principal obra y marcó un hito en la poesía francesa. El poemario se presentó el 25 de junio de 1857 y provocó escándalo entre algunos críticos. Gustave Bourdin, en la edición de Le Figarodel 5 de julio, lo consideró un libro “lleno de monstruosidades”, y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.

Precedido de una dedicatoria en verso “Au Lecteur”, desconcertante y penetrante apóstrofe, Las flores del mal está dividido en seis secciones: Spleen e Ideal,Cuadros parisiensesEl vinoFlores del malRebeldía yLa muerte. En esta subdivisión ha querido verse la intención del autor de dar a la obra casi el riguroso dibujo de un poema que ilustrase la historia de un alma en sus sucesivas manifestaciones. Así, el espectáculo de la realidad y el resultado de las múltiples experiencias (que proporcionaron el terna a las poesías de la primera y de la segunda secciones) seguramente llevaron al poeta a una desolada angustia, que en vano busca consuelo en los “paraísos artificiales”, en la embriaguez; después, a una nueva reflexión sobre el mal con sus perversos atractivos y su desesperado horror, de donde se origina un desesperado grito de rebelión contra el mismo orden de la creación; y, finalmente, el extremo refugio de la muerte. Sin embargo, aunque puedan reconocerse las etapas de su drama personal e incluso las anécdotas biográficas (sus amantes: Jeanne Duval, Madame Sabatier, Marie Daubrun), este diseño ideal debe entenderse solamente en su valor simbólico, no como una sucesión propiamente “histórica” de fases sucesivas.

El mismo año de la publicación de Las flores del mal, e insistiendo en la misma materia, Baudelaire emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa, editados en versión íntegra en 1869 (en 1864, Le Figaro había publicado algunos textos bajo el título de El spleen de París). En esta época también vieron la luz los Paraísos artificiales (1858-1860), en los cuales se percibe una notable influencia de De Quincey; el estudio Richard Wagner et Tannhäuser à Paris, aparecido en la Revue européenne en 1861; yEl pintor de la vida moderna, un artículo sobre Constantin Guys publicado por Le Figaro en 1863.

Pronunció una serie de conferencias en Bélgica (1864), adonde viajó con la intención de publicar sus obras completas, aunque el proyecto naufragó muy pronto por falta de editor, lo que lo desanimó sensiblemente en los meses siguientes. La sífilis que padecía le causó un primer conato de parálisis (1865), y los síntomas de afasia y hemiplejía, que arrastraría hasta su muerte, aparecieron con violencia en marzo de 1866, cuando sufrió un ataque en la iglesia de Saint Loup de Namur.

Trasladado urgentemente por su madre a una clínica de París, permaneció sin habla pero lúcido hasta su fallecimiento, en agosto del año siguiente. Su epistolario se publicó en 1872, los Journaux intimes(que incluyen Cohetes y Mi corazón al desnudo), en 1909; y la primera edición de sus obras completas, en 1939. Charles Baudelaire es considerado el padre, o, mejor dicho, el gran profeta, de la poesía moderna.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/baudelaire.htm

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Nikolai Gogol

Nikolai Gogol

(Nikolai Vasilievich Gogol; Sorochintsi, actual Ucrania, 1809-Moscú, 1852) Escritor ucraniano en lengua rusa. Hijo de un pequeño terrateniente, a los diecinueve años se trasladó a San Petersburgo para intentar, sin éxito, labrarse un futuro como burócrata de la administración zarista. En 1831 se incorporó como profesor de historia a la universidad, donde conocería a Pushkin.


Nikolai Gogol

De su colaboración regular con distintas publicaciones nacieron las Veladas en la finca de Dikanka (1831-1832), que constituyeron un enorme éxito y lo llevaron, en 1835, a abandonar la universidad para centrarse definitivamente en la literatura. Ese mismo año publicó Mirgorod y Arabescos, que suponían su paso al realismo crítico. Mirgorod es una continuación de las Veladas y contiene cuatro relatos, entre ellos el poema épico Taras Bulba.

En 1836 publicó la comedia El inspector, una sátira de la corrupción de la burocracia que obligó al escritor a abandonar temporalmente el país. Instalado en Roma, en 1842 escribió buena parte de su obra más importante, Almas muertas, donde describía sarcásticamente la Rusia feudal. También en ese año publicó El abrigo, obra que ejercería una enorme influencia en la literatura rusa. Después de una corta estancia en Moscú, y de regreso en Roma, empezó a escribir la segunda parte de Almas muertas.

Una profunda crisis espiritual le llevaría, en 1848, a peregrinar a Jerusalén. En los últimos años de su vida escribió artículos; en los Fragmentos escogidos de la correspondencia con los amigos (1847) defiende la religión ortodoxa. Al borde de la locura, poco antes de morir quemó el manuscrito de la segunda parte deAlmas muertas. Gogol marcó el inicio de la tradición realista en la literatura rusa.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/gogol.htm

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León Tolstói

León Tolstói

(Liev Nikoláievich Tolstói; Yasnaia Poliana, 1828 – Astapovo, 1910) Escritor y ruso. Hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, Tolstói viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la gran urbe y el campo, pues si el primero representaba para él el deleite, el derroche y el lujo de quienes ambicionaban brillar en sociedad, el segundo, por el que sintió devoción, era el lugar del laborioso alumbramiento de sus preclaros sueños literarios.

El muchacho quedó precozmente huérfano, porque su madre falleció a los dos años de haberlo concebido y su padre murió en 1837. Pero el hecho de que después pasara a vivir con dos tías suyas no influyó en su educación, que estuvo durante todo este tiempo al cuidado de varios preceptores masculinos no demasiado exigentes con el joven aristócrata.


León Tolstói

En 1843 pasó a la Universidad de Kazán, donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó para cursar Derecho. Estos cambios, no obstante, hicieron que mejorasen muy poco sus pésimos rendimientos académicos y probablemente no hubiera coronado nunca con éxito su instrucción de no haber atendido sus examinadores al alto rango de su familia.

Además, según cuenta el propio Tolstoi enAdolescencia, a los dieciséis años carecía de toda convicción moral y religiosa, se entregaba sin remordimiento a la ociosidad, era disoluto, resistía asombrosamente las bebidas alcohólicas, jugaba a las cartas sin descanso y obtenía con envidiable facilidad los favores de las mujeres. Regalado por esa existencia de estudiante rico y con completa despreocupación de sus obligaciones, vivió algún tiempo tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida y deslumbrante ciudad de San Petersburgo.

Al salir de la universidad, en 1847, escapó de las populosas urbes y se refugió entre los campesinos de su Yasnaia Poliana natal, sufriendo su conciencia una profunda sacudida ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos. A raíz de esta descorazonadora experiencia, concibió la noble idea de consagrarse al mejoramiento y enmienda de las opresivas condiciones de los pobres, pero aún no sabía por dónde empezar. De momento, para dar rienda suelta al vigor desbordante de su espíritu joven decidió abrazar la carrera militar e ingresó en el ejército a instancias de su amado hermano Nicolás. Pasó el examen reglamentario en Tiflis y fue nombrado oficial de artillería.

El enfrentamiento contra las guerrillas tártaras en las fronteras del Cáucaso tuvo para él la doble consecuencia de descubrirle la propia temeridad y desprecio de la muerte y de darle a conocer un paisaje impresionante que guardará para siempre en su memoria. Enamorado desde niño de la naturaleza, aquellos monumentales lugares grabaron en su ánimo una nueva fe panteísta y un indeleble y singular misticismo.

Al estallar la guerra de Crimea en 1853, pidió ser destinado al frente, donde dio muestras de gran arrojo y ganó cierta reputación por su intrepidez, pero su sensibilidad exacerbada toleró con impaciencia la ineptitud de los generales y el a menudo baldío heroísmo de los soldados, de modo que pidió su retiro y, tras descansar una breve temporada en el campo, decidió consagrarse por entero a la tarea de escribir.

Lampiño en su época de estudiante, mostachudo en el ejército y barbado en la década de los sesenta, la estampa que se hizo más célebre de Tolstoi es la que lo retrata ya anciano, con las luengas y pobladas barbas blancas reposando en el pecho, el enérgico rostro hendido por una miríada de arrugas y los ojos alucinados. Pero esta emblemática imagen de patriarca terminó por adoptarla en su excéntrica vejez tras arduas batallas para reformar la vida social de su patria, empresa ésta jalonada en demasiadas ocasiones por inapelables derrotas.

Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania, Suiza…, y de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos al que puso por nombre Yasnaia Poliana. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento.

Pronto fue imitada por otras, pero su peligrosa novedad, junto a los ataques del escritor contra la censura y a su reivindicación de la libertad de palabra para todos, incluso para los disidentes políticos, despertó las iras del gobierno que a los pocos años mandó cerrarla. Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia, aunque no sería el único. Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se hicieron notorias al negar abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciar la inútil profusión de iconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la hipocresía y superficialidad de los popes.

Además, cargó contra el ejército basándose en el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a la enseñanza de Cristo, con lo que se ganó la enemistad juramentada no sólo de los militares sino del propio zar. Incluso sus propios siervos, a los que concedió la emancipación tras el decreto de febrero de 1861, miraron siempre a Tostoi, hombre tan bondadoso como de temperamento tornadizo, con insuperable suspicacia.

A pesar de ser persona acostumbrada a meditar sobre la muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás, acaecido el 20 de septiembre de 1860, le produjo una extraordinaria conmoción y, al año siguiente, se estableció definitivamente en Yasnaia Poliana. Allá trasladará en 1862 a su flamante esposa Sofía Behrs, hija de un médico de Moscú con quien compartió toda su vida y cuya abnegación y sentido práctico fue el complemento ideal para un hombre abismado en sus propias fantasías.

Sofía era entonces una inocente muchacha de dieciocho años, deslumbrada por aquel experimentado joven de treinta y cuatro que tenía a sus espaldas un pasado aventurero y que además, con imprudente sinceridad, quiso que conociese al detalle sus anteriores locuras y le entregó el diario de su juventud donde daba cuenta de sus escandalosos desafueros y flirteos. Con todo, aquella doncella que le daría trece hijos, no titubeó ni un momento y aceptó enamorada la proposición de unir sus vidas, contrato que, salvando períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo.

Merced a los cuidados que le prodigaba Sofía en los primeros y felices años de matrimonio, Tolstoi gozó de condiciones óptimas para escribir su asombroso fresco histórico titulado Guerra y paz, la epopeya de la invasión de Rusia por Napoleón en 1812, en la que se recrean nada menos que las vidas de quinientos personajes. El abultado manuscrito fue pacientemente copiado siete veces por la esposa a medida que el escritor corregía; también era ella quien se ocupaba de la educación de los hijos, de presentar a las niñas en sociedad y de cuidar del patrimonio familiar.

La construcción de este monumento literario le reportó inmediatamente fama en Rusia y en Europa, porque fue traducido enseguida a todas las lenguas cultas e influyó notablemente en la narrativa posterior, pero el místico patriarca juzgó siempre que gozar halagadamente de esta celebridad era una nueva forma de pecado, una manera indigna de complacerse en la vanidad y en la soberbia.

Si Guerra y paz había comenzado a publicarse por entregas en la revista El Mensajero Ruso en 1864 y se concluyó en 1869, muchas fueron después las obras notables que salieron de su prolífica pluma y cuya obra completa puede llenar casi un centenar de volúmenes. La principal de ellas es Ana Karenina(1875-1876), donde se relata una febril pasión adúltera, pero también son impresionantes La sonata a Kreutzer (1890), curiosa condenación del matrimonio, y la que es acaso más patética de todas:La muerte de Iván Ilich (1885).

Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstoi tampoco estuvo exento de dramatismo y el escritor expiró en condiciones bastante extrañas. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con depauperados campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza, trabajando como zapatero durante varias horas al día y repartiendo limosna. Muy distanciado de su familia, que no podía comprender estas extravagancias, se abstenía de fumar y de beber alcohol, se alimentaba de vegetales y dormía en un duro catre.

Por último, concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde y el octogenario abandonó su hogar subrepticiamente en la sola compañía de su acólito el doctor Marivetski, que había dejado su rica clientela de la ciudad para seguir los pasos del íntegro novelista. Tras explicar sus razones en una carta a su esposa, partió en la madrugada del 10 de noviembre de 1910 con un pequeño baúl en el que metió su ropa blanca y unos pocos libros.

Durante algunos días nada se supo de los fugitivos, pero el 14 Tolstoi fue víctima de un grave ataque pulmonar que lo obligó a detenerse y a buscar refugio en la casa del jefe de estación de Astapovo, donde recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Sofía llegó antes de que falleciera, pero no quiso turbar la paz del moribundo y no entró en la alcoba hasta después del final. Le dijeron, aunque no sabemos si la anciana pudo encontrar consuelo en esa filantropía tan injusta para con ella, que su últimas palabras habían sido: “Amo a muchos.”

En cierto modo, la biografía de León Tolstoi constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podía establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamante como anarquista cristiano, provocando el desconcierto entre los de su clase; creyente convencido de la verdad del Evangelio, mantuvo abiertos enfrentamientos con la Iglesia Ortodoxa y fue excomulgado; promotor de bienintencionadas reformas sociales, no obtuvo el reconocimiento ni la admiración de los radicales ni de los revolucionarios; héroe en la guerra de Crimea, enarboló después la bandera de la mansedumbre y la piedad como las más altas virtudes; y, en fin, discutible y discutido pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una obra literaria inmensa, una de las mayores de todos los tiempos, donde la epopeya y el lirismo se entreveran y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones irreductibles y en los furiosos tormentos del asendereado corazón humano.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/tolstoi.htm

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Fiódor Dostoievski

Fiódor Dostoievski

(Fiódor Mijailovich Dostoievski; Moscú, 1821 – San Petersburgo, 1881) Novelista ruso. Educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor.


Fiódor Dostoievski

A los dieciocho años, la noticia de la muerte de su padre, torturado y asesinado por un grupo de campesinos, estuvo cerca de hacerle perder la razón. Ese acontecimiento lo marcó como una revelación, ya que sintió ese crimen como suyo, por haber llegado a desearlo inconscientemente. Al terminar sus estudios, tenía veinte años; decidió entonces permanecer en San Petersburgo, donde ganó algún dinero realizando traducciones.

La publicación, en 1846, de su novela epistolar Pobres gentes, que estaba avalada por el poeta Nekrásov y por el crítico literario Belinski, le valió una fama ruidosa y efímera, ya que sus siguientes obras, escritas entre ese mismo año y 1849, no tuvieron ninguna repercusión, de modo que su autor cayó en un olvido total.

En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Indultado momentos antes de la hora fijada para su ejecución, estuvo cuatro años en un presidio de Siberia, experiencia que relataría más adelante enRecuerdos de la casa de los muertos. Ya en libertad, fue incorporado a un regimiento de tiradores siberianos y contrajo matrimonio con una viuda con pocos recursos, Maria Dmítrievna Isáieva.

Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. La publicación de Recuerdos de la casa de los muertos (1861) le devolvió la celebridad. Para la redacción de su siguiente obra, Memorias del subsuelo(1864), también se inspiró en su experiencia siberiana. Soportó la muerte de su mujer y de su hermano como una fatalidad ineludible. En 1866 publicó El jugador, y la primera obra de la serie de grandes novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los mayores genios de su época, Crimen y castigo. La presión de sus acreedores lo llevó a abandonar Rusia y a viajar indefinidamente por Europa junto a su nueva y joven esposa, Ana Grigorievna. Durante uno de esos viajes su esposa dio a luz una niña que moriría pocos días después, lo cual sumió al escritor en un profundo dolor.

A partir de ese momento sucumbió a la tentación del juego y sufrió frecuentes ataques epilépticos. Tras nacer su segundo hijo, estableció un elevado ritmo de trabajo que le permitió publicar obras como El idiota (1868) o Los endemoniados (1870), que le proporcionaron una gran fama y la posibilidad de volver a su país, en el que fue recibido con entusiasmo. En ese contexto emprendió la redacción de Diario de un escritor, obra en la que se erige como guía espiritual de Rusia y reivindica un nacionalismo ruso articulado en torno a la fe ortodoxa y opuesto al decadentismo de Europa occidental, por cuya cultura no dejó, sin embargo, de sentir una profunda admiración.

En 1880 apareció la que el propio escritor consideró su obra maestra, Los hermanos Karamazov, que condensa los temas más característicos de su literatura: agudos análisis psicológicos, la relación del hombre con Dios, la angustia moral del hombre moderno y las aporías de la libertad humana. Máximo representante, según el tópico, de la «novela de ideas», en sus obras aparecen evidentes rasgos de modernidad, sobre todo en el tratamiento del detalle y de lo cotidiano, en el tono vívido y real de los diálogos y en el sentido irónico que apunta en ocasiones junto a la tragedia moral de sus personajes.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dostoievski.htm

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Charles Dickens

Charles Dickens

(Portsmouth, Reino Unido, 1812-Gad’s Hill, id., 1870) Escritor británico. En 1822, su familia se trasladó de Kent a Londres, y dos años más tarde su padre fue encarcelado por deudas. El futuro escritor entró a trabajar entonces en una fábrica de calzados, donde conoció las duras condiciones de vida de las clases más humildes, a cuya denuncia dedicó gran parte de su obra.


Charles Dickens

Autodidacta, si se excluyen los dos años y medio que pasó en una escuela privada, consiguió empleo como pasante de abogado en 1827, pero aspiraba ya a ser dramaturgo y periodista. Aprendió taquigrafía y, poco a poco, consiguió ganarse la vida con lo que escribía; empezó redactando crónicas de tribunales para acceder, más tarde, a un puesto de periodista parlamentario y, finalmente, bajo el seudónimo de Boz, publicó una serie de artículos inspirados en la vida cotidiana de Londres (Esbozos por Boz).

El mismo año, casó con Catherine Hogarth, hija del director del Morning Chronicle, el periódico que difundió, entre 1836 y 1837, el folletín de Los papeles póstumos del Club Pickwick, y los posteriores Oliver Twist y Nicholas Nickleby. La publicación por entregas de prácticamente todas sus novelas creó una relación especial con su público, sobre el cual llegó a ejercer una importante influencia, y en sus novelas se pronunció de manera más o menos directa sobre los asuntos de su tiempo.

En estos años, evolucionó desde un estilo ligero a la actitud socialmente comprometida de Oliver Twist. Estas primeras novelas le proporcionaron un enorme éxito popular y le dieron cierto renombre entre las clases altas y cultas, por lo que fue recibido con grandes honores en Estados Unidos, en 1842; sin embargo, pronto se desengañó de la sociedad estadounidense, al percibir en ella todos los vicios del Viejo Mundo. Sus críticas, reflejadas en una serie de artículos y en la novela Martin Chuzzlewit, indignaron en Estados Unidos, y la novela supuso el fracaso más sonado de su carrera en el Reino Unido. Sin embargo, recuperó el favor de su público en 1843, con la publicación de Canción de Navidad.

Después de unos viajes a Italia, Suiza y Francia, realizó algunas incursiones en el campo teatral y fundó el Daily News, periódico que tendría una corta existencia. Su etapa de madurez se inauguró conDombey e hijo (1848), novela en la que alcanzó un control casi perfecto de los recursos novelísticos y cuyo argumento planificó hasta el último detalle, con lo que superó la tendencia a la improvisación de sus primeros títulos, en que daba rienda suelta a su proverbial inventiva a la hora de crear situaciones y personajes, responsable en ocasiones de la falta de unidad de la obra. En 1849 fundó el Houseold Words, semanario en el que, además de difundir textos de autores poco conocidos, como su amigo Wilkie Collins, publicó La casa desierta y Tiempos difíciles, dos de las obras más logradas de toda su producción. En las páginas del Houseold Words aparecieron también diversos ensayos, casi siempre orientados hacia una reforma social.

A pesar de los diez hijos que tuvo en su matrimonio, las crecientes dificultades provocadas por las relaciones extramatrimoniales de Dickens condujeron finalmente al divorcio en 1858, al parecer a causa de su pasión por una joven actriz, Ellen Teman, que debió de ser su amante. Dickens hubo de defenderse del escándalo social realizando una declaración pública en el mismo periódico. En 1858 emprendió un viaje por el Reino Unido e Irlanda, donde leyó públicamente fragmentos de su obra. Tras adquirir la casa donde había transcurrido su infancia, Gad’s Hill Place, en 1856, pronto la convirtió en su residencia permanente.

La gira que inició en 1867 por Estados Unidos confirmó su notoriedad mundial, y así, fue aplaudido en largas y agotadoras conferencias, entusiasmó al público con las lecturas de su obra e incluso llegó a ser recibido por la reina Victoria poco antes de su muerte, acelerada por las secuelas que un accidente de ferrocarril dejó en su ya quebrantada salud.

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dickens.htm

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