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Acerca de Richard Angelo Leonardo Loayza

Es más que seguro que mi hermano Marco Antonio y yo sabíamos lo que nos esperaba afuera; por eso, a pesar de las urgencias y los dolores de nuestra pobre madre, nos negamos a salir hasta el décimo mes. Mi hermano cayó en batalla y muy temprano; el caso es que desde ese terrible día siento que algo me falta. Das ding? diría el viejo Lacan, recordando a Freud. No lo sé. Quería iniciar esta aventura hablando de aquel del cual nunca hablo. Quería buscarle una respuesta a la soledad del corredor de fondo, mi soledad. También tengo un hermano, Percy, a quien debo más de lo que él cree. Por qué perder el tiempo con un blog. Porque es el medio perfecto para compartir ideas (tanto las mías como las de aquellos que pueden decir mejor las cosas que yo). Por eso, aquí se pueden hallar una serie de textos nómades, que emigran de blog en blog, con la única intención de difundir ideas, muchas ideas. Es necesario que lo comenten? No, solo es fundamental leerlo. Después de todo también se puede escribir en lo virtual, que no es como en el aire, no? Tal vez es necesario soltar una palabra como quien suelta una botella al mar, como quien suelta una promesa, una queja, un grito de guerra. TODO EL MATERIAL USADO TIENE FINES ACADEMICOS SALVO EL SABER, TODO ES ILUSION

El control social y la desviación social

EL CONTROL SOCIAL Y LA DESVIACIÓN SOCIAL

Foucault

El complejo sistema de instituciones socioculturales que regula la vida cotidiana de la gente (y el accionar de la organización social), no queda liberado a la buena voluntad de sus actores para ser respetado y mantenido. Imperceptiblemente, desde lo albores de la humanidad, la especie humana se ha dado, creado y recreado, mecanismos para imponer un determinado orden social con su correspondiente institucionalidad. Estos mecanismo encargados de mantener la “estabilidad del orden social” y las instituciones que la acompañan corresponden al concepto de control social.

En el ámbito educacional, no es acertada la idea de minusvalorar el papel del Control Social en la sociedad, aduciendo que se trata de un fenómeno típico del funcionalismo, por lo que su estudio estaría obsoleto. Lo que parece estar obsoleto es el paradigma que consideraba a la sociedad como un mecanismo de ajuste armónico automático y donde los fenómenos inarmónicos eran vistos como ajenos a lo normal de la sociedad.

Los fenómenos que aquí denominamos parte del Control Social son importantísimos en el ambiente escolar puesto que éste es uno de los mundos de vida en que el niño interioriza muchas de las normas y valores de convivencia social que empleará a lo largo de toda su vida, como quedo indicado en la parte correspondiente a la Socialización Primaria y Secundaria, y lo que es más importante tener en cuenta, es que si los educadores no conocen bien sus procesos, las normas y valores que interioricen pueden ser contrarias a la moral de la sociedad en que se inserta la unidad escolar.

Desde el punto de vista de la educación el Control Social es “una extensión del proceso de socialización”[1]. Puede decirse que se trata del aspecto objetivo de la socialización, porque trata e inculca normas, valores y reglas de vida –hoy claramente expresados en los Objetivos Transversales de la Educación chilena—expresados en textos y actividades perceptibles par los sentidos, es decir, objetivos; mientras que el autocontrol que esas normas y valores implican, vendrían a ser el aspecto subjetivo de la socialización, puesto que deberían ser expresadas en la vida cotidiana del educando, pero no pueden ser medidos objetivamente.

Definiciones de Control social
El Control Social se refiere a los esfuerzos de un grupo o de una sociedad por la autorregulación (o por regularse a sí misma). La forma más poderosa de control social es la interiorización de las normas. Cuando la interiorización falla, intervienen los controles sociales informales y (especialmente en las sociedades modernas complejas) las sanciones formales[2]

“En su sentido amplio indica un aspecto de la discusión sociológica concerniente con el mantenimiento del orden y la estabilidad. En su sentido más estrecho puede ser usado denotando los variados medios especializados empleados para mantener el orden, tales como “Códigos, Cortes y Condestables” o puede ser usado para categorizar discusiones de instituciones sociales y su interrelaciones hasta donde ellas contribuyen específicamente con la estabilidad social, por ejemplo, instituciones legales, religiosas y políticas.

El control social es uno de los sujetos fundamentales de la discusión sociológica y surge en todas las discusiones acerca de la naturaleza y causas de la estabilidad y el cambio social. Entre los antropólogos sociales la discusión se ha centrado este último tiempo alrededor de la comparación de las sociedades simples, algunas de las cuales despliegan medios formales de control social, mientras que otras indican una casi completa ausencia de ellos[3]

Para Horton y Hunt, el control social, (o los controles sociales), son

los medios por los cuales se hace que las personas desempeñen sus roles como se espera[4]

Para Ernesto Moreno B. el control social,

“es el conjunto de mecanismo e instancia de los cuales toda sociedad, de una u otra forma, induce a sus miembros a comportarse acorde con las normas, valores y pautas culturales predominantes” [5]

Comparativamente, el control social es la presión que la sociedad ejerce sobre sus miembros para que interioricen y asuman reglas de convivencia, mientras que la sanción es la toma de conocimiento (o reconocimiento) que la sociedad hace sobre si se han cumplido las normas de convivencia social o no y en qué grado.

El Control Social para la teoría sistémica
Frente al natural valor que se le da a la libertad humana, mucho es lo que se ha escrito en contra de los mecanismos de control social por tratarse de mecanismo que parecen promover la coacción e imponer un curso de acción a las personas (ver por ejemplo, el párrafo referido a Foucault). Sin embargo, desde un punto de vista de la sociología sistémica, podemos considerar al control social como una manifestación de regulación y establecimiento de formas de orden (negentropía), frente a la natural y permanente tendencia al desorden social, o a la predisposición al caos social (entropía en ambos casos) al que podría conducir la inherente libertad de cada persona a actuar como le plazca a su voluntad; el control social es la parte que impone y enfatiza el orden aceptado por la mayoría con autoridad, o por quienes no teniendo autoridad si tienen el poder para imponer su concepto de orden en todo el sistema social.

Por lo tanto los mecanismos de control social vendrían a constituir una de las partes más importantes de retroalimentación del sistema social para conservar su estabilidad (el factor homeostatico). Del mismo modo podría decirse que constituye la parte conservadora de la sociedad (en contraposición con el cambio social que como veremos más adelante constituye la parte que llama al cambio y a la reforma).

De manera que los educadores deben ver que el control social representa el aspecto negentrópico de los sistemas educativos, es decir el aspecto en que se reconoce que todo sistema educativo tenderá al desorden en forma natural, siempre y en cualquier lugar, y los esfuerzos por reponer el orden o de reordenar un sistema educativo es el factor entrópico del que habla la Teoría de Sistemas y donde ambos principios operantes son reconocidos, a su vez, por el principio de la homeostasis, como los niveles máximos y mínimos en que se puede dar el orden y el desorden del sistema. Al mismo tiempo, el principio de la recursividad de los sistemas nos indica que la entropía y la negentropía en los ambientes educativos se dará en cualquiera que sea el nivel de organización del fenómeno educativo: nacional, regional, provincial, comunal municipal, por unidades educativas y aún la sala de clases –el aula– puede ser tomada como un sistema entrópico / negentrópico que se mantiene dentro de ciertos niveles de orden/desorden reconocido por el principio de la homeostasis.

El control cultural y el control social.
El control social y las sanciones que origina van desde lo micro social (el comportamiento en el grupo pequeño que se encuentra frente a frente) hasta lo macro social (la sociedad nacional y hasta internacional). Desde el castigo materno, la interiorización de las normas más elementales (como las maneras de mesa), el orden social o el sentido que se le da a las cosas del mundo (en la cultura), hasta la cárcel, la represión o la guerra. Así nuevamente estamos frente a un proceso socio-cultural porque, por un lado se trata de una fenómeno de la cultura, correspondiente a los significados compartidos que actúan para ejercer cierta presión en la forma de acciones gestos o palabras de un individuo sobre otro y otros, mientras que por otro lado se trata de un fenómeno que institucionaliza mecanismos que abarca a toda la sociedad para mantener el orden social nacional o regional mediante leyes, reglamentos y aparatos de coacción como la policía, las judicaturas u otros sistemas nacionales.

Control Social en la escuela.
Al igual que la cultura, la socialización y la institucionalización, el control social es un proceso muy importante dentro de los sistemas educativos, macro o micro sociales. Dentro de las unidades educativas el control social no solo se ejerce de profesores a alumnos, un tópico que siempre ha preocupado a los estudiosos e investigadores de la educación escolar[6]; también hay que tomar en cuenta la forma en que los grupos de profesores ejerce control social sobre sus propios iguales estableciendo e institucionalizando prácticas pedagógicas y formas de relaciones humanas. Igualmente importante es el sistema de control social ejercido por los estamentos jerárquicos y administrativos sobre la marcha de los procesos educativos, porque con su acción pueden impedir la creatividad o la buena pedagogía, del mismo modo que pueden agilizar y dinamizar la educación en general. Por último hay formas de control social desde los padres hacia la escuela y también desde la escuela hacia los padres y apoderados. Lamentablemente estos son procesos poco estudiados e investigados en nuestro sistema educacional.

El control social se manifiesta en los valores y normas de convivencia que aporta la escuela como su parte y aporte a la socialización del niño, especialmente a través de los Objetivos Transversales de la Educación, aunque no debemos dejar de lado los valores y normas de convivencia que aprende el educando informalmente, mucho de lo cual acrecienta el llamado Curriculum Oculto.[7]

Aquellos aspectos educativos referidos a normas y valores de convivencia social incluidos en la planificación escolar puede ser considerada como la parte objetiva de la socialización y el control social que imparte la escuela. Se refiere a las planificaciones escolares, a actividades con estrategias claramente enunciadas, contenidos categorizados como actitudinales y evaluados conforme a técnicas fiables y válidas.

La dimensión subjetiva de la socialización y el control social de la escuela esta representada por el posterior autocontrol que ejerza el individuo sobre sus actos –su comportamiento y acción moral—siempre que haya estado influido por las enseñanzas recibidas de sus maestros, lo que es muy difícil de medir.

El disciplinamiento escolar. Este es una aspecto muy importante del control social, pero del que tenemos muy pocos estudios y análisis en nuestro país. Desde hace un par de décadas a esta parte vivimos lo que genéricamente podríamos llamar el deterioro de las condiciones sociales e institucionales del necesario orden con que se imparten los conocimientos en nuestras escuelas, lo que ha traído como consecuencia el deterioro de los vínculos que posibilitan el quehacer educativo entre docentes y alumnos, en cierto tipo de escuelas, y el acrecentamiento de rígidos esquemas disciplinarios, que incluyen hasta deterioro de los mismísimos derechos humanos de los estudiantes y profesores, en otros establecimientos más caros. Parte de las razones para este deterioro están en los acelerados cambios culturales, sociales e institucionales que ha estado viviendo el país al modernizarse para acercarse a los niveles de vida de los países más avanzados del orbe, como veremos en detalle en el próximo capítulo. Esta situación de cambio generalizado en nuestra composición como país nos conduce a ciertos grados de desorganización de las instituciones educativas, en que la familia le entrega a la escuela la total responsabilidad en la formación de normas de vida cotidiana y en la conducta de sus hijos, desconociendo generalmente la importancia que tienen los demás agentes socializadores en la formación de esta conducta; al mismo tiempo que se han desarrollado épocas de deterioro o cambio muy profundo en las condiciones del trabajo docente, carencias presupuestarias, obsolescencia de paradigmas y programas educativos y cambios en las políticas educativas, que han trastocado completamente los métodos y observancias de disciplinamiento escolar.

Por otro lado la institucionalidad educativa , como dice un autor,

“no reserva un espacio de reflexión o elaboración para sus prácticas disciplinarias. El perfeccionamiento o la capacitación docente rara vez incluyen temáticas relacionadas con las condiciones socioinstitucionales del proceso educativo. Cuando se producen problemas disciplinarios con los alumnos se registran las acciones de alumnos y padres pero no las de los decentes y la institución, no existe la posibilidad “objetiva” de accionar para analizarlo ni la posibilidad de poner algo de distancia para reflexionar. El resultado es la rutinización de prácticas que son ellas mismas generadoras de tensiones y problemas disciplinarios, la insistencia irreflexiva en sanciones o regulaciones que ya no surten el menor efecto”.[8]

¿Qué hacer? Indudablemente este es un tema que debería preocupar al futuro profesor de educación básica, preocupación que debería manifestarse, en primer lugar, en una permanente búsqueda de conocimientos formales, estudios y análisis del problema de disciplinamiento escolar cada vez que se le presente la oportunidad de acercarse al tema. Al mismo tiempo, los educadores y las autoridades educacionales deben revisar permanentemente la naturaleza, la efectividad de corto plazo y el impacto de largo plazo de sus métodos, sistemas, valores y actitudes de orden disciplinamiento personal e institucional sobre los alumnos, eliminando los métodos inefectivos y mejorando y potenciando aquellos que les dan resultado. Los profesores que se preocupen de realizar estos ejercicios intelectuales y prácticos en su quehacer individual y en sus posibilidades de influenciar al resto de su escuela, con toda seguridad ganarán en paz interior, disciplina en el aula y satisfacción en la efectividad de sus actuaciones educativas.

Finalmente vale la pena llamar la atención del estudiante de pedagogía básica que la formación de las buenas costumbres, las normas de vida y la disciplina escolar para la vida, se realizan durante la primera y segunda socialización, y que, “en especial se conecta con la categoría de socialización secundaria referida a la internalización de pautas de comportamiento que hacen posible la integración del individuo a la vida social”[9]. Para ello, inculque permanentemente el respeto mutuo, incluso con el ejemplo personal –evitando, entre otras cosas, llamar a los alumnos por sobrenombres, utilizando actitudes despóticas, etc.— tratando permanentemente a sus alumnos con la calidad de personas y no como si fueran cosas.[10]

El Sistema de Sanciones.
El control social opera principalmente mediante la forma en que el grupo social toma conocimiento de la manera en que se han respetado o no las normas, reglas o valores imperantes, premiando o castigando el buen cumplimiento o el incumplimiento de dichas normas, respectivamente. Esto lo hace mediante el llamado sistema de sanciones. El significado del concepto de sanciones es usualmente tomado por la gente en el sentido que le da el derecho de pena o castigo por romper una regla o norma de comportamiento, sin embargo en sociología lo tomamos primero en su sentido más amplio de reconocimiento de la forma en que se ha cumplido la regla, y en segundo término en su sentido estrecho o “incompleto” de sanción negativa o “pena por desobediencia”. El sentido amplio, como forma de cumplimiento de una normativa incluye tanto la sanción negativa o castigo, como el premio o sanción positiva por el buen cumplimiento de las reglas, como en los premios y medallas por el cumplimiento del deber.

Desde esta perspectiva entonces, una Norma es un modo institucionalizado de hacer cosas que por sí mismas intervienen en el mantenimiento de la paz y el orden. La sanción viene a ser la consecuencia, positiva o negativamente institucionalizada que puede derivarse tanto del respeto y cumplimiento de las normas, como de las violaciones del comportamiento aceptado y normativo.

Según Cohen:

Cada sociedad ha desarrollado un sistema de recompensas y castigos (sanciones) con el fin de estimular a sus miembros a actuar de conformidad con las normas existentes. Sanciones positivas se denominan aquellas recompensas que nos son dadas cuando actuamos conforme a las normas, y sanciones negativas son los castigos que se nos aplican cuando dejamos de actuar de conformidad con ellas. Debido a la existencia de esas sanciones es posible mantener el control social. Las recompensas y castigos varían de los formales (ceremoniales) a los informales. Muchos sociólogos creen que las recompensas y castigos informales a menudo son más efectivos que los formales y ciertamente se les aplica con más frecuencia.[11]

Foucault, …y el control social[12].
Michael Foucault se preocupó mucho en describir la forma en que la cultura moderna y occidental realiza el control social a lo ancho y a lo largo de todo su sistema social y cultural, esto ha atraído a algunos educadores a considerar que su pensamiento debe ser examinado por el mundo educacional.

J. J. Brunner, resume así el pensamiento de Foucault acerca del control social:

“…la idea foucaultina del disciplinamiento, esto es, la existencia de una tupida malla de dispositivos disciplinarios diseminados a lo ancho de la sociedad –especialmente a través de sus instituciones centrales como la familia, la escuela, la fábrica, el ejército, la policía la cárcel, l a burocracia, las ciencias y técnicas–, que bastarían para reproducir continuamente los comportamientos requeridos por el funcionamiento del orden capitalista, independiente de las motivaciones y valores de las personas”[13].

Para Junger Habermas,

“..el ‘sistema foucaultiano’ transforma todo saber en poder, (y) proyec­ta un mundo en que el sujeto, aprisionado en el sistema de control y vigilancia totales, no dispone ya de posibilidad alguna de actuar autónomamente, en una palabra: la manera como ese sistema ‘des-subjetiviza’ todas las relaciones sociales”.[14]

Otro texto agrega:

“En Vigilar y Castigar, quizás las mas influyente de sus obras, publicada en Francia en 1975, aplica su noción del poder para relatar el auge de la prisión moderna. Aunque su lectura de los indicios históricos era como siempre, muy matizada, su tesis global otra vez resultó sorprendente y perturbadora. (antes publicó Locura y civilización, y Las Palabras y las Cosas, 1966). El esfuerzo por introducir “más bondad, más respeto y más humani­dad” en el sistema carcelario era una trampa: su mismo éxito en la atenuación de las aristas más ásperas del castigo corporal constituía un caso ejemplar de la coerción discreta y esencialmente indolora que es típica del mundo moderno en general. Desde las escuelas y las profesiones hasta el ejercicio y la cárcel, las instituciones centrales de nuestra socie­dad, acusa Foucault, luchan con siniestra eficacia por supervisar y controlar al individuo, “para neutralizar sus estados peligrosos y para alterar la conducta inculcándole anestesian­tes códigos de disciplina. El resultado inevitable son ‘cuerpos dóciles’ y almas obedientes, horras (carentes) de energía creadora.”[15]

Para el educador, Foucault es una invitación a examinar los mecanismos del poder y el disciplinamiento con miras a impartir una formación que ponga el acento en el respeto mutuo frente a la libertad responsable y crítica del hacer cotidiano, para que de esta manera asuma su papel como formador de hombres y mujeres, pero de una sociedad que no debe ni llegue a necesitar poner el acento y la ciencia en el control carcelario y policial.

La Desviación social o normativa.
Las explicaciones de la desviación social recaen sobre dos categorías básicas. Las teorías biológicas y psicológicas se enfocan sobre las características individuales y las experiencias que distinguen a los desviados de los no desviados. Las teorías sociológicas y antropológicas se ocupan de las condiciones sociales y culturales que hacen más probable la desviación.

La desviación social es el comportamiento que los miembros de una sociedad ven como violación a sus normas. Pero como esta transgresión no siempre es total, también puede decirse que la desviación social es la desviación a una norma y la reacción social que dicha acción envuelve.[16] Es como la otra cara del tópico sobre el Control Social, en otras palabras, la desviación es un asunto de definición social.

Según Gilbert, la desviación social o “normativa” con él la llama,

“…es una violación a las pautas culturales representadas en formas de leyes y reglamentos de un grupo social o de la sociedad en su totalidad. Sin embargo, debido a que las normas culturales incluyen una amplia variedad de actividades humanas el concepto de desviación normativa es muy extenso. El tipo más común y familiar de desviación normativa es lo que se conoce por crimen, es decir, el rompimiento de normas culturales formalmente establecidas y promulgadas a través de códigos penales”[17].

El que un acto particular se considere desviado depende del tiempo, del lugar y de las circunstancias sociales. Esto es, que el comportamiento que es desviado para unos: usualmente la sociedad en su conjunto, no lo es para otros que no ven en ello nada malo, porque desde su escala de valores no lo perciben como inmoral, como sería el caso de sectores sociales que se dedican al robo y la comercialización de droga, por ejemplo, donde sus actores suelen entenderlo como su trabajo y la forma de sobrevivir, a veces, sin saber cómo podrían hacerlo de otro modo. Aquí el papel de la escuela y el profesor es crucial, porque debe inculcar valores y normas en el niño, que no son seguidas ni aceptadas por la familia, de manera que no hay correspondencia o sintonía entre la socialización que se esta produciendo en la escuela, con la de la familia y sus grupos de pares. El profesor que quiera o tenga que trabajar con sectores sociales desviados es el que más requiere y necesita de una muy buena comprensión y conocimiento de las teorías que explican los sentidos culturales y la conformación de las sociedades.

& BIBLIOGRAFÍA EN CONTROL SOCIAL &

· Horton y Hunt, SOCIOLOGÍA, Cap. 7 “Orden Social y Control Social”, Pág. 164 y ss.

· Berger, Peter, 1984, INTRODUCCION A LA SOCIOLOGIA, UNA PERSPECTIVA HUMANISTICA, Limusa, Mex. Pág. 100. Desviación social

· Bruce J. Cohen, INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA, Schaum, Mc Graw-Hill.

· De Coster y F Hotyat, 1975, SOCIOLOGIA DE LA EDUACION, Guadarrama.

· ENCICLOPEDIA UNIVERSAL DE CIENCIAS SOCIALES.

· ENCICLOPEDIA ENCARTA, MICROSOFT.

· Joseph H. Fichter, 1957, SOCIOLOGIA, Cap. XV.

· Marcelo Flavio Gómez, SOCIOLOGÍA DEL DISCIPLINAMIENTO ESCOLAR, Centro Editor de América Latina, Bs. As. 1993.

· Jorge Gilbert C., INTRODUCCION A LA SOCIOLOGÍA, LOM, Santiago, 1997.

· Celestino Gómez J. Y José Andrés Domínguez G., SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN, Pirámide, Madrid, 2001.

· David Hargreaves, LAS RELACIONES INTERPERSONALES EN LA EDUCACIÓN, Disciplina en la escuela. NARCEA, Madrid, 1979. UCT

· Light, S. Keller y C. Calhoum, 1991, SOCIOLOGIA, McGraw Hill, Colombia. Cap. 7.

· José victor Núñez, TENGO UN PROBLEMA ¿QUÉ HAGO?, Ensayo de Tecnología Humana, Cuantro Vientos Editores, 1995. p. 18 y ss.

· Bernard Phillips, 1982, SOCIOLOGIA, McGraw Hill, Cap. 4.

· Guy Rocher, (1973) 1990, INTRODUCCION A LA SOCIOLOGIA GENERAL, Ed. Herder.

· Jurjo Torres, EL CURRÍCULUM OCULTO, Morata, Madrid, 1996.

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[1] Fichter, J. H. SOCIOLOGÍA, Herder, Barcelona, 1982, Pág. 367, citado por Gómez y Domínguez, 2001.

[2] D. Light, S. Keller y C. Calhoun, SOCIOLOGÍA, McGraw-Hill 1992:198.

[3] DICCIONARIO DE SOCIOLOGÍA de Duncan Mitchell, RKP, 1968.

[4] Horton y Hunt, SOCIOLOGÍA, Cap. 7, “Orden Social y Control Social”, pág. 164 y ss.

[5] MANUAL DE INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA, CPU, 1989:104

[6] Ver por ejemplo: Gabriela López, Jenny Assaél y Elisa Neumann, LA CULTURA ESCOLAR ¿Responsable del Fracaso?, PIIE, Stgo. 1984

[7] O como lo llama una distinguida educadora de Temuco, “El sonido del silencio”: lo que el niño aprende sin que nadie lo exprese ni lo mencione: robar, mentir, engañar, evadir responsabilidades, desconocimientos, etc. Ver también, Jurjo Torres, EL CURRICULUM OCULTO, Morata 1997.

[8] Marcelo Flavio Gómez, SOCIOLOGÍA DEL DISCIPLINAMIENTO ESCOLAR, Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1993, Pág. 8.

[9] Marcelo Flavio Gómez, citado, Pág. 11

[10] En este caso la vieja norma moral de Trata a los demás como quisieras que te trataran a ti, encaja perfectamente.

[11] Cohen, INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA, pág. 98.

[12] Un buen resumen de “Las ideas de Michel Foucault”, ver George Ritzer, 1993, TEORÍA SOCIOLÓGICA CONTEMPORÁNEA, Mc Graw-Hill, México.

[13] José Joaquín Brünner, GLOBALIZACIÓN CULTURAL Y POSMODERNIDAD, Fondo de Cultura Económica, 1998, Pág. 82.

[14] J. Habermas, LA NECESIDAD DE REVISIÓN DE LA IZQUIERDA, Tecnos, 1991

[15] De LA ÉPOCA, Literatura y Libros, 19.3.1995. Para introducirse en la obra e importancia de Foucalult, leer FOUCAULT PARA PRINCIPANTES de la Editorial Era Naciente.

[16] Jorge Gilbert C. citado, 1997, Pág. 201.

[17] Jorge Gilbert, ibid.

Fuente: La pagina el profe Tomas Austin M. http://www.lapaginadelprofe.cl/ Sigue leyendo

Democracia, pueblo y representación. ERNESTO LACLAU

Democracia, pueblo y representación
ERNESTO LACLAU

Lo que voy a intentar hacer hoy es referirme a la categoría de representación en primer término, y la forma en que esa categoría se vincula a la cuestión de las identidades políticas. Quisiera comenzar señalando que la categoría de representación ha ocupado un lugar bastante precario en la teoría política, es decir, la teoría política democrática siempre ha desconfiado de las relaciones de representación. Por ejemplo, para Rousseau la representación es una categoría que es lo que en inglés llamaríamos el second best en las relaciones políticas, porque una sociedad realmente democrática es una sociedad en la cual hay un ejercicio directo de la acción política por parte de los agentes sociales. Es decir que siempre que hay representación hay la posibilidad de adulterar la voluntad popular. Rousseau mismo reconocía que en sociedades que han llegado a tener ciertas dimensiones y una cierta complejidad es imposible que las relaciones de representación puedan ser enteramente eludidas. Por otro lado, él sostenía también que a esa relación de representación hay que reducirla a un mínimo, es decir, la relación de representación tiene que ser fundamentalmente una relación de carácter permanente y transparente.

Básicamente en una relación de representación Uds. tienen en un punto al representado que trasmite su voluntad al representante, y la teoría de una buena representación es que esta transmisión tiene que ser lo más literal posible. Es decir que el representante tiene un papel fundamentalmente pasivo en el conjunto del proceso representativo.

Ahora bien, esta noción de la representación en la cual la función del representante es esencialmente pasiva es lo que quisiera poner en cuestión al comienzo de esta discusión. En primer lugar ¿por qué es necesario que haya una relación de representación? Simplemente porque en este punto van a ser tomadas decisiones que afectan a los representados que están formalmente ausentes. Es decir que la relación de representación se establece siempre porque hay una asimetría entre la comunidad en su conjunto y el punto desde el cual la representación se ejerce. Ahora bien ¿es esto realmente lo que ocurre en un proceso de representación? Solamente toma dos minutos el advertir que la relación de representación es mucho más compleja, no sólo empíricamente más compleja sino desde el punto de vista de su articulación lógica. ¿Por qué es necesario que haya una relación de representación? Simplemente por esa asimetría a la cual me he referido. Y evidentemente la función del representante es mucho más activa que lo que la idea de una transmisión puramente pasiva presupone.

Pongamos el caso más elemental, supongamos que tenemos un conjunto de productores rurales cuyo único interés es que se establezca una tasa de exportación del trigo. Evidentemente el representante que ellos eligen no puede ir a formular el pedido de esta manera, tiene al menos que argumentar que la tasa de exportación de trigo es compatible con el interés nacional. Es decir que va a tener que tener un discurso mucho más complejo que el que se establece en el punto desde el cual la representación se ejerce. O sea que hay una función activa del representante en este punto que luego modifica también la identidad del representado, porque el representado finalmente se identifica con el discurso promovido por el representante. Es decir que la relación de representación tiene siempre una función de carácter doble.

Ahora bien, ¿podríamos decir que una representación es más democrática siempre que la función segunda, la función de representante a representado es menos importante que la función de representado a representante? No necesariamente, porque todo depende del grado de coherencia de la voluntad del representado en primer término. Supongamos que nosotros encontramos grupos marginales que no pertenecen a ninguna posición definida dentro del sistema de relaciones sociales, este tipo de gente lo que va a necesitar en primer lugar es un cierto discurso que los dote de una cierta identidad y que les permita negociar con un medio exterior. Y en este sentido la función del representante es de primera importancia.

Voy a darles un ejemplo de lo que estoy queriendo decir. A principios del Siglo XX en el norte del Perú se dio un proceso de rápida monopolización de las haciendas azucareras, en pocos años se da una rápida integración vertical y horizontal de las empresas azucareras que conduce a la desarticulación de las comunidades campesinas de los circuitos de comercialización local, y finalmente a una desurbanización y a una población marginal, flotante, que no se integra de ninguna manera de modo orgánico en los cuadros de la producción. En ese momento, la función del APRA, en lo que va a ser llamado después “el sólido norte aprista”, consiste en organizar las relaciones sociales al nivel mismo de la sociedad civil. Es decir que la función del partido político es mucho mayor que la función que, por ejemplo, pueden jugar los partidos políticos en los sistemas políticos europeos, donde la sociedad civil es altamente organizada. El partido aprista tiene que organizar todo, desde las bibliotecas populares a los clubes de fútbol, hasta las formas más elementales de vida de esa población. Es decir que la función del representante es una función de estructuración y de articulación en primera instancia. Si Uds. consideran la relación de representación ven que desde el comienzo hay dos elementos: por un lado una transmisión de la voluntad, pero por otro lado una constitución de esa misma voluntad política a través del proceso representativo. Es decir que la relación de representación es un terreno de constitución de las identidades políticas y no simplemente de transmisión de una voluntad constituida a priori.

Y es con esto que quisiera enunciar la tesis fundamental de esta charla, que es en toda relación de representación vamos a tener un elemento hegemónico político que es constitutivo, es decir, sin representación no hay política. Uds. pueden ver esto con claridad si comparan dos modelos de extinción de lo político que han sido presentados clásicamente en la teoría occidental. Uno de ellos lo encuentran en Hobbes, el otro en Marx. En el caso de Hobbes tenemos que al nivel de la sociedad civil hay una incapacidad fundamental de estructuración de una voluntad política, no hay nada que trasmitir a través del proceso de representación, es la lucha de todos contra todos y es el estado de naturaleza. Por el otro lado el Leviatán, es decir el soberano, es alguien que no representa a nadie sino a sí mismo. Es un modelo en el cual hay una extinción de la política como resultado de la disolución de las relaciones representativas. El otro ejemplo es la sociedad sin clases en Marx. Para Marx la sociedad sin clases es una sociedad en la cual hay una voluntad colectiva absolutamente homogénea. La categoría no juega ningún papel posible. Dada la simplificación de las relaciones sociales bajo el capitalismo lo que vamos a tener al final del proceso es una masa proletaria homogénea, y esta masa proletaria homogénea va a tener una voluntad directamente constituida en donde el momento representativo articulante no juega ningún papel. Es por eso que para Marx en la sociedad sin clases lo que se da es una extinción progresiva del estado y una extinción progresiva de la política.

Si nosotros por el contrario sostenemos que la representación es inherente a lo político, y que lo político supone una complejidad social que es irreductible, y que por consiguiente requiere una articulación entre voluntades complejas, vamos a tener que presentar el problema de la representación como central, y esta centralidad va a tener que darse a través de formas de articulación precisas a las cuales quiero referirme en este momento.

Lo que voy a hacer en un segundo paso de esta presentación es explicar cómo se van constituyendo esas voluntades colectivas complejas que requieren articulación y representación. Déjenme darles un ejemplo para orientar la discusión. Supongamos que en una cierta localidad un grupo de vecinos quiere que se establezca una línea de ómnibus para llevar a la gente desde el lugar donde la mayor parte de ellos vive al lugar donde la mayor parte de ellos trabaja, y que presentan un pedido en este sentido a la municipalidad. En el caso en que la municipalidad acepte el pedido, muy bien, esta demanda absolutamente puntual, absolutamente particular, es satisfecha. Pero supongamos que la demanda no es satisfecha y que la gente empieza a ver que al mismo tiempo que esta demanda no es satisfecha hay otras demandas que se refieren a la habitación, que se refieren a la escolaridad, que se refieren al suministro de agua, y que todas esas demandas no son satisfechas tampoco. Lo que va a comenzar a establecerse en este caso es una cierta relación de equivalencia entre todas estas demandas. Y todas estas demandas, estas reivindicaciones -tenemos en español esa buena palabra “reivindicación”, que desgraciadamente no existe en inglés- se van a articular como equivalentes las unas a las otras. En un momento dado, sin embargo, va a haber que unificar la totalidad del conjunto de estas demandas alrededor de ciertas formas simbólicas globales. De modo que tenemos así una relación horizontal, que es la relación de equivalencia entre una pluralidad de demandas, y un momento vertical, que es el momento de articulación simbólica de todas estas demandas en un conjunto popular único. Este momento de la articulación vertical es exactamente lo que está implícito en la categoría de representación. Si Uds. quieren pensar en un ejemplo histórico concreto pueden pensar el caso de Solidarnosk en Polonia. Al comienzo del proceso de Solidarnosk lo que se daba era un conjunto de demandas puntuales, precisas, particulares, de un grupo de obreros en Dansk. Pero por el hecho mismo de que estas demandas ocurrían en una sociedad que estaba altamente frustrada en todas sus reivindicaciones, esas demandas particulares se transformaron en el símbolo de una totalidad mucho más amplia. Y esa totalidad mucho más amplia es el momento vertical en el cual ciertas formas de representación popular ocupan el centro de la arena histórica. El momento de la representación es este momento vertical, pero ese momento vertical presupone, a su vez, la expansión horizontal de una cadena de demandas equivalentes.

Quisiera ahora presentarles un modelo de articulación que combina estas dos dimensiones, la dimensión horizontal de las equivalencias y la dimensión vertical de la relación de representación. En los 10 próximos minutos me temo que voy a tener que hablar un poco de teoría abstracta que después voy a ilustrar con algún ejemplo concreto, de modo que todo este análisis resulte muy claro, y de todos modos trataré de evitar al máximo posible la jerga lingüística. El modelo que voy a plantearles es fundamentalmente lingüístico que yo he desarrollado en mi libro “Emancipation(s)”, que se ha traducido en español como “Emancipación y diferencia”, y que se refiere a las relaciones hegemónicas como relaciones de producción de significantes vacíos.

En primer lugar este modelo es lingüístico y discursivo, pero hay que aclarar que por discurso yo no entiendo lo lingüístico en el sentido del habla o la palabra escrita sino que me refiero a toda relación de significación. Y el campo de lo discursivo se superpone exactamente con el campo de las relaciones sociales. Concebir las relaciones sociales como discursivas es claramente ir más allá de la noción puramente lingüística de discurso. Voy a plantearles el modelo lingüístico en primera instancia y después vamos a ver cómo este modelo se traduce en el campo de la representación política.

El lenguaje, y por extensión toda relación discursiva, es, para Saussure, un sistema de diferencias. La base de la lingüística saussuriana es la afirmación de que en el lenguaje no hay términos positivos sino que hay sólo diferencias. Para entender, por ejemplo, lo que quiere decir la palabra ‘padre’ necesito entender lo que significa también la palabra ‘madre’, ‘hijo’, etc. Es decir que todas las unidades significativas son siempre unidades diferenciales. Y en este contexto tenemos una situación del siguiente tipo: supongamos que éstas son unidades significativas, cada una de estas unidades significativas adquiere su significación propia simplemente sobre la base de su diferencia con todas las otras. Es decir que en cada acto de significación la totalidad del lenguaje está implicado. Como Uds. ven, a los efectos de que esta totalidad significativa sea coherente, lo que es necesario es que éste sea un sistema cerrado, porque si fuera un sistema completamente abierto, como cada unidad significativa sólo se define sobre la base de la diferencia con todas las otras, habría una dispersión del sentido que haría el lenguaje simplemente imposible.

Pero esto inmediatamente nos plantea un problema que nos va a llevar directamente al centro de la reflexión política. El problema es el siguiente: si nosotros tratamos de definir la sistematicidad de este sistema como totalidad cerrada lo que tenemos que definir también son los límites del sistema. Hegel, por ejemplo, decía que para ver los límites de algo hay que ver lo que está más allá del límite. Si no vemos lo que hay más allá del límite, el límite es invisible. Pero si éste es el sistema de todas las diferencias, lo que está fuera de él sólo puede ser otra diferencia, y en ese sentido no sería externo sino interno al lenguaje. ¿Cuál es la única posibilidad de solucionar este problema? Es que no se trate simplemente de una diferencia más sino de una exclusión, es decir, algo que se opone a la totalidad de ese conjunto de diferencias. Un ejemplo que he dado en un artículo: en el curso de la Revolución Francesa, Saint-Just escribió que la unidad de la república es sólo la destrucción de lo que se opone a ella, es decir, el complot aristocrático. Si no hubiera complot aristocrático la unidad de este campo no podría establecerse. Piensen hoy día en la función del significante ‘terrorismo’ en el discurso de Bush, es un ejemplo claro de lo que estoy pensando.

Esto aparentemente soluciona el problema, porque este elemento excluido es el que hace que todas esas diferencias constituyan un campo unificado. Pero esto nos crea un problema mucho más complejo, porque en la medida en que se oponen al elemento excluido van a ser equivalentes las unas a las otras. Y la equivalencia es exactamente lo que pone en cuestión una relación diferencial. Lo que constituye el sistema de diferencias es al mismo tiempo lo que lo está subvirtiendo. La totalidad del sistema sería un objeto que es imposible porque esta relación entre equivalencia y diferencia no puede ser superada, y al mismo tiempo necesario porque tiene que entrar de algún modo en el campo de la representación y de la significación en primer término. Es en este sentido que podemos decir que la totalidad sistémica es un poco como el noumeno de Kant, es decir un objeto que se muestra a través de la imposibilidad de su representación adecuada. Ahora bien, como objeto imposible no tiene una representación directa, como objeto necesario tiene que acceder al campo de la representación. ¿Y cuáles son las relaciones representativas acá? […] son solamente las diferencias individuales. Es solamente si una diferencia individual asume la representación de una totalidad, que es totalmente inconmensurable con ella misma, que esta representación pasa a ser posible. Es decir que la representación es por definición una representación distorsionada.

Esta relación por la cual una cierta particularidad asume la representación de una totalidad inconmensurable consigo misma es exactamente lo que yo llamo una relación hegemónica. Y ahora les voy a dar el ejemplo que creo que va a aclarar todas estas dimensiones un tanto abstractas de mi argumentación.

Supongamos que tenemos un sistema altamente represivo -el ejemplo que doy lo hemos discutido en “Hegemonía y estrategia socialista”, es un ejemplo tomado de Rosa Luxemburgo. Tenemos un régimen altamente represivo como el zarismo en Rusia, que está dividido por unas fronteras del conjunto de la población. En esta circunstancia supongamos que en una cierta localidad los obreros metalúrgicos inician una huelga por el alza de salarios. Desde el comienzo esa demanda, esa reivindicación, que podemos llamar ‘reivindicación 1’, va a estar dividida, porque por un lado va a ser la particularidad de esa demanda el alza de salarios, pero por otro lado, al ocurrir en un contexto altamente represivo, va a ser vista como una movilización antisistema. Por el hecho mismo de que es una reivindicación antisistema alimenta en otra localidad una movilización completamente distinta, ‘reivindicación 2’, por ejemplo, los estudiantes inician manifestaciones contra la disciplina en los establecimientos educativos. Desde el punto de vista de la particularidad de las dos reivindicaciones, son completamente distintas una respecto de la otra, pero una relación de equivalencia se crea entre ellas en la medida en que ambas son vistas como antisistema. Y en una tercera localidad, por ejemplo, un grupo de políticos liberales inicia una campaña de banquetes por la libertad de prensa. De nuevo hay esta división interna de la demanda por la cual un contenido más universal se añade a estos contenidos particulares. Y así se va creando una cadena equivalencial. Esto es lo que he llamado antes la relación horizontal. Pero en cierto momento lo que es necesario es significar la totalidad de esta cadena equivalencial que constituye un cierto campo popular.

En estas circunstancias ¿cuáles son los medios de representación? Solamente las demandas individuales. Entonces una demanda, por ejemplo la ‘reivindicación 1’, asume la función de representar la totalidad y cuanto más universal sea la representación simbólica de este elemento, tanto más débil será la ligazón con la particularidad con la que se inició el proceso representativo.

Si Uds. comparan este modelo con el modelo abstracto lingüístico que he presentado antes ven que es exactamente el mismo. Tienen aquí un elemento de exclusión, una frontera interna, que divide a la sociedad en dos planos. Aquí Uds. tenían este momento de la exclusión. En segundo lugar tienen particularidades diferenciales, y es el semicírculo de abajo en cada una de estas demandas lo que establece la particularidad diferencial. Y en tercer lugar tienen que estas diferencias, en relación con el momento de exclusión y de frontera, se ligan con un elemento de equivalencia, como habíamos visto también en este modelo. Es decir que aquí tenemos que la relación representativa, este momento simbólico, es constitutiva en la formación de todo tipo de identidades populares. Las identidades populares se constituyen sobre la base también de este momento vertical […] Esto por ejemplo es lo que diferencia el modelo que estoy planteando del modelo que plantean Hardt y Negri en el libro “Empire” (Imperio), porque para ellos lo único que cuenta es el momento de la horizontalidad y hay identidades nómades, que tienden por alguna razón, a confluir, pero el mecanismo de la confluencia es un mecanismo esencialmente no político. Esto es lo que diferencia los dos tipos de análisis.

Lo que quiero hacer en el resto de esta presentación es introducir una mayor complejidad en este modelo de la representación política que es constitutivo, como acabo de decir, de las identidades populares, porque yo he introducido una serie de supuestos altamente simplificadores, como por ejemplo que hay una frontera, que esa frontera es estable, y que hay una división de la sociedad en dos campos. Pero las fronteras que dividen a la sociedad en dos campos son cualquier cosa menos estables, tal como por razones de análisis he presupuesto en este modelo. Y cuando empezamos a abandonar estos supuestos simplificadores tenemos que introducir una serie de nuevas categorías. En primer lugar tenemos que el momento de equivalencia puede predominar en algunos casos de una forma total respecto al momento diferencial, o por el contrario, podemos tener que el momento diferencial ocupa el centro de la escena política. Son dos formas totalmente distintas de constitución de los vínculos hegemónicos. Si Uds. quieren un ejemplo casi paradigmático de predominio de la relación de equivalencia sobre la relación de diferencia pueden pensar en el peronismo de los años ’60. Allí se daba una sociedad crecientemente desinstitucionalizada, en que las demandas populares no podían ser encausadas de ninguna manera vía las instituciones. Entonces había una acumulación de demandas insatisfechas, y, por el otro, lado un sistema institucional que era cada vez menos capaz de responder a esas necesidades. En ese momento el significante vacío que unifica a la totalidad de estas cadenas equivalenciales es la demanda de la vuelta de Perón a la Argentina. Perón estaba en Madrid, en las condiciones ideales de ser un significante vacío: mandaba cartas a todo el mundo diciendo cosas completamente contradictorias, a un grupo fascista diciéndole que Mussolini era inimitable, a un grupo maoísta diciéndole que Mao era el jefe de Asia, y, de alguna manera, cumplía esta función de ser el punto vacío alrededor del cual se daba una proliferación de relaciones equivalenciales. Es decir que, de alguna manera, lo que se daba era un predominio neto de relaciones de equivalencia sobre las relaciones diferenciales. Y finalmente a comienzos de los ’70 los símbolos populares del peronismo unificaban prácticamente todo el escenario político. Siempre me acuerdo haber leído en esos años, en una de esas revistas, “Confirmado”, “Primera Plana, no recuerdo cuál, el caso de una muchacha que fue a un hospital para que le hicieran un aborto, y el aborto fue negado, y dejó el hospital, tiró una piedra y rompió los vidrios del hospital y gritó “Viva Perón”. De alguna manera “Viva Perón” era simplemente el significante vacío de justicia.

El caso contrario lo encuentran en otro ejemplo que voy a darles que es el caso de la disolución de los significantes populares en el cartismo inglés del Siglo XIX. A mediados del Siglo XIX, en el apogeo del movimiento cartista la sociedad británica está dividida por esta frontera entre lo que se llamaba old corruption, el sistema del poder, y una identidad popular compleja que abrazaba todo tipo de demandas, de libertad económica, de libertad de prensa, de reforma electoral, republicanismo, etc. En este momento la política de Disraeli y del partido Tory es: Inglaterra está dividida en dos naciones y si seguimos así vamos a terminar todos como Luis XVI. O sea que lo que hay que hacer es construir one nation, una nación, que va a ser el lema del partido Tory desde Disraeli hasta Tatcher. ¿Cuál es la forma de lograr esto? El predominio de la relación de diferencia sobre la relación de equivalencia. Uds. tienen una demanda acerca de habitación, hay una institución del estado que se va a ocupar de habitación. Pero vean que esto se los concede la buena Reina Victoria, que no tiene nada que ver con el republicanismo. Es decir, las equivalencias empiezan a ser absorbidas y el ideal es el de una sociedad en la cual hay sólo diferencias, y que esas diferencias pueden ser encausadas y absorbidas por el aparato institucional. Por ejemplo, la fórmula, que después adoptó Marx, que era pasar de la administración de los hombres a la administración de las cosas, es la expresión más pura de esto. Y finalmente la ideología del welfare state va a ser la ideología de un puro espacio de diferencias en las cuales la sociedad no aparece surcada por ningún conflicto que no pueda ser superado.

Ésta es una forma que, de alguna manera, sigue manteniéndose en el cuadro del modelo de los significantes vacíos. Pero hay otros aspectos en los que quiero insistir. En primer lugar, lo que puede darse en este tipo de sociedad es que desde las alturas del poder se trata de crear una frontera de tipo distinto. En el ejemplo de Disraeli que he dado, de lo que se trata es de eliminar toda frontera, pero Uds. pueden encontrar un discurso que ejerza una presión estructural sobre alguna de estas demandas para hacerlas entrar en cadenas equivalenciales de tipo distinto. Cuando tenemos esta situación, en la que reivindicaciones individuales son sometidas a esta presión contradictoria entre cadenas equivalenciales diferentes, de lo que tenemos que hablar es de significantes flotantes y no de significantes vacíos. A fines del Siglo XIX en los Estados Unidos el movimiento populista intenta romper con el bipartidismo que ha caracterizado tradicionalmente a la política americana sobre la base de demandas del hombre pequeño, the small man, contra el sistema bancario, las tarifas ferroviarias, las estructuras políticas oligárquicas, etc. Este movimiento fracasa por una serie de razones que no es el caso analizar ahora, pero algunos de los temas de pequeño hombre frente a la gran riqueza van a subsistir en el imaginario político americano. Durante el llamado progressive period, a principios del siglo, van a ser parte de un discurso progresivo, orientado en general hacia la izquierda, y después van a ser un componente fundamental en la ideología del New Deal. Pero en los años ’40 y comienzos de los ’50 lo que se va dando es que estos mismos significantes de las demandas del hombre pequeño frente a la gran riqueza van a ser ligados crecientemente a un discurso de derecha. Se va a hablar de la moral majority, como se habla hoy en día, y este tipo de discurso va a intentar fundar el rechazo de toda la ideología liberal del este de los Estados Unidos. Es decir que los mismos significantes empiezan a transmigrar de un sistema de articulación al otro. O, si quieren tener otro ejemplo, Mussolini y la República de Saló. Durante la República de Saló, Mussolini, en el momento en el rey ha establecido el armisticio con los americanos, ha ido al sur con Badoglio y con toda la elite política italiana e intenta encontrar una legitimidad para su nuevo régimen, y la forma de conseguir esa legitimidad es a través del recurso a la ideología del republicanismo radical, la ideología mazziniana y garibaldina que había sido tradicionalmente una ideología de izquierda. En ese momento Palmiro Togliatti, el secretario general del Partido Comunista, hablando por radio dice “Nosotros somos los verdaderos garibaldinos, los verdaderos mazzinianos, ellos están basados en el ejército alemán, etc., etc.”. Es decir que en una de sus dimensiones la lucha ideológica en esos años finales de la Segunda Guerra Mundial en Italia consiste en el esfuerzo de fascistas y comunistas por articular diferencialmente los mismos significantes políticos.

Hay sin embargo otra dimensión en la que quisiera insistir, y es la que se refiere a algo que voy a denominar en este análisis heterogeneidad social. Es decir, lo que hemos supuesto de manera un poco simplificada en este análisis es que toda demanda individual puede inscribirse fácilmente en una cadena equivalencial como la que hemos referido, pero hay algunas demandas que simplemente no pueden inscribirse en la cadena equivalencial porque chocan con el particularismo que la relación equivalencial debilita pero no suprime en absoluto. Y ahí ustedes tienen elementos que son considerados simplemente asistémicos. El problema es el siguiente: en la medida en que ustedes tienen una relación de exclusión, esa relación de exclusión es una exclusión inclusiva. Es decir, Uds. excluyen ese elemento pero es solamente sobre la base de esa exclusión que la inclusión de la propia identidad es construida. Todo tipo de relación dialéctica tiene esta doble función de inclusión y de exclusión. Pero hay otro tipo de relación en la cual la exclusión no es inclusiva. Por ejemplo cuando Hegel hablaba de los pueblos sin historia, ahí Uds. tienen una exclusión que no incluye nada, porque esos pueblos sin historia no forman parte del proceso de constitución de las propias identidades. Es un poco lo que en la teoría lacaniana se llama el caput mortum, aquello que queda en un experimento, el residuo que queda y que no forma parte del proceso de constitución. Este momento del resto que es dejado de lado tiene una importancia fundamental, me parece, para una serie de problemas relacionados con la política contemporánea. Hay siempre elementos que quedan fuera de la cadena. Para darles un ejemplo muy simple, en un momento dado, en los Estados Unidos, las reivindicaciones de los farmers negros y de los farmers blancos eran iguales, pero sin embargo era muy difícil constituir en el sur de los Estados Unidos una cadena equivalencial que unificara a farmers negros y farmers blancos porque el prejuicio racial impedía hacerlo. Es decir, la particularidad que había sido debilitada por la cadena equivalencial era sin embargo lo suficientemente fuerte como para impedir que la cadena equivalencial se siguiera expandiendo. Y entonces muchas de estas demandas son como el caput mortum lacaniano, demandas que simplemente no consiguen formalizarse en términos de constitución política.

Es interesante si Uds. reflexionan sobre la historia del marxismo ver que este elemento de residuo que queda al margen de las relaciones sociales es un residuo que no puede simplemente ser absorbido. El pensamiento social europeo hasta el Siglo XIX sabía que al lado de las categorías sociales que eran aceptadas como parte orgánica del conjunto social había un residuo que excedía todo tipo de identidad diferencial. Estaban los campesinos, la burguesía, la nobleza, el clero, etc., es decir diferencias que eran aceptables dentro del complejo social del imaginario de la época. Pero del otro lado estaban los pobres, y los pobres constituían un exceso que era tratado sobre la base de políticas ad hoc, como las leyes de pobres en Inglaterra, pero que no eran considerados como parte de la legitimidad social. Fue a partir de 1830, con el desarrollo del industrialismo, que este momento de una población excedente, que no podía ser integrada en los cuadros mentales de la época, empieza a tomar un papel creciente. En los diccionarios de la época, por ejemplo, hay una palabra en alemán /poebel/, que significa la chusma o algo así, que es sinónimo de proletariado y de todas las otras categorías que luego van a ser tratadas diferencialmente por la teoría política. En este momento el juego maestro de Marx fue incorporar a una parte del proletariado a la legitimidad social. La historia es una historia del desarrollo de las fuerzas productivas y el proletariado como agente histórico es parte de ese desarrollo de la fuerza productiva. Pero queda sin embargo un residuo, y ese residuo es lo que él llamaba el lúmpen proletariado. ¿El lúmpen proletariado no tiene historia? El lúmpen proletariado existe en los intersticios de toda sociedad, y el lúmpen proletariado no tiene ninguna función dentro de un desarrollo humano progresivo. Es la marginalidad de este residuo lo que Marx consideraba que iba a ser reabsorbida sobre la base de la simplificación creciente de la estructura social bajo el capitalismo, en la cual el proletariado iba a constituir la clase numéricamente dominante. Sin embargo, en el desarrollo de las sociedades contemporáneas estas categorías marginales empiezan a jugar un papel cada vez más central. Para darles un ejemplo, la forma en que el marxismo había tratado el desempleo había sido sobre la base de la categoría de ejército industrial de reserva. Es decir, los desempleados, aún los que eran de todos modos desempleados temporarios, tenían una funcionalidad real dentro del sistema capitalista porque mantenían bajo el nivel de salarios y de esa manera permitían el desarrollo del proceso de acumulación.

Supongamos, y aquí me refiero a la obra de un sociólogo argentino, José Nun, que ha estudiado estos problemas en detalle, que para mantener los salarios al nivel de subsistencia -era una premisa fundamental del marxismo que no podían los salarios ir por debajo del nivel de subsistencia- Uds. necesitan que haya dos desempleados, es un ejemplo teórico. Y supongamos que en una cierta situación hay cuatro, estos dos desempleados más ya no cumplen una función dentro de la lógica del sistema capitalista, son simplemente un exceso. Pero con el desarrollo del desempleo estructural en las sociedades contemporáneas este momento de exceso de lo social pasa a ocupar una centralidad cada vez mayor y la categoría del lúmpen proletariado es claramente insuficiente para caracterizar este tipo de situaciones. En los años ’30 Trotsky escribía, en el momento de la Gran Depresión, cuando los niveles de desempleo eran altísimos, que si los niveles de desempleo se mantienen por todo un período histórico en ese caso uno va a tener que replantear enteramente la teoría marxista de las clases.

Cuando Uds. piensan en los fenómenos de globalización y en los fenómenos de las rupturas que el desarrollo capitalista genera en las sociedades contemporáneas verán que este momento de marginalidad social es un momento que pasa a tener una función cada vez más central. No puede ya tratarse del desarrollo social simplemente en términos de una historia de las fuerzas productivas. Pero, por eso mismo, en la medida en que estos puntos de ruptura y de antagonismo se generalizan, la posibilidad de construir cadenas de equivalencias, y la posibilidad de imponer cuadros simbólicos que articulen estas cadenas de equivalencias sobre la base de una representación de nuevo tipo, que ya evidentemente no pasa por el partido en su forma tradicional, ocupa necesariamente el centro de la reflexión política. Si piensan en las reuniones de Porto Alegre ven que estas dos dimensiones que he estado tratando de plantear están absolutamente presentes. Por un lado hay una proliferación de los puntos de ruptura y de nuevos antagonismos, ésa es la expansión horizontal de las equivalencias, por el otro lado hay el esfuerzo de constituir un lenguaje unificado en el cual el cuadro simbólico que articule todas estas diferencias pase a ocupar el primer plano.

Transcripción: Daniel Brarda

Fuente: http://www.exargentina.org/

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Por una política de identidad democrática. Chantal Moufe

Conferencia impartida por Chantal Mouffe dentro del seminario
Globlalización y diferenciación cultural, 19 y 20 de marzo, MACBA-CCCB, 1999

Por una política de identidad democrática Chantal Moufe

En las últimas décadas, la buena disposición para contar con categorías como la «naturaleza humana», la «razón universal» y el «sujeto autónomo racional» se ha puesto en duda cada vez con mayor frecuencia. Desde distintos puntos de vista, pensadores muy diversos han criticado la idea de una naturaleza humana universal, de un canon universal de racionalidad a través del cual pueda conocerse dicha naturaleza, así como la posibilidad de una verdad universal. Esta crítica del racionalismo y del universalismo, a la que a veces se denomina «posmoderna», es considerada por autores como Jürgen Habermas como una amenaza al ideal democrático moderno. Afirman que existe un vínculo necesario entre el proyecto democrático de la Ilustración y su enfoque epistemológico y que, por consiguiente, criticar el racionalismo y el universalismo significa socavar los propios cimientos de la democracia. Esto explica la hostilidad de Habermas y sus seguidores hacia las distintas formas de posmarxismo, postestructuralismo y posmodernismo.

Mi propósito aquí es discrepar con esta tesis y sostener que sólo sacando todas las consecuencias de la crítica al esencialismo —que constituye el punto de convergencia de todas las llamadas tendencias post— será posible captar la naturaleza de lo político y reformular y radicalizar el proyecto democrático de la Ilustración. Creo que resulta apremiante comprender que el marco racionalista y universalista en el que ese proyecto fue formulado hoy se ha convertido en un obstáculo para la adecuada comprensión de la etapa actual de la política democrática. Este marco debería descartarse y esto puede hacerse sin tener que abandonar el aspecto político de la Ilustración, representado por la revolución democrática.

En esta cuestión deberíamos seguir el ejemplo de Hans Blumenberg, que en su libro The Legitimacy of the Modern Age (1) distingue dos lógicas distintas en la Ilustración, una de «autoafirmación» (política) y otra de «autofundamentación» (epistemológica). Según Blumenberg, históricamente estas dos lógicas han estado articuladas, pero no existe necesariamente una relación entre ambas y pueden separarse sin problemas. Por consiguiente, es posible discriminar entre lo que es realmente moderno —la idea de «autoafirmación»— y lo que es meramente una «reocupación» de una posición medieval; es decir, un intento de dar una respuesta moderna a una pregunta premoderna. Según Blumenberg, el racionalismo no forma parte esencial de la idea de autoafirmación sino que es un residuo de la problemática absolutista medieval. Esta ilusión autofundamentadora —inseparable de su esfuerzo por liberarse de la teología— hoy en día tendría que abandonarse; la razón moderna debería reconocer sus límites. Sólo cuando acepte el pluralismo y la imposibilidad del control total y de la armonía final se liberará la razón moderna de su legado premoderno.

Este enfoque pone de manifiesto lo inadecuado del término «posmodernidad» cuando se usa para designar un periodo histórico completamente distinto que significaría una ruptura con la modernidad. Cuando caemos en la cuenta de que el racionalismo y el universalismo abstracto, lejos de ser elementos constitutivos de la razón moderna, eran en realidad reocupaciones de posiciones premodernas, está claro que cuestionarlos no implica un rechazo de la modernidad sino una aceptación de las posibilidades inscritas en ella desde el principio. Esto también nos ayuda a comprender por qué la crítica del aspecto epistemológico de la Ilustración no cuestiona su aspecto político de autoafirmación sino que, por el contrario, puede contribuir a fortalecer el proyecto democrático.

La crítica del esencialismo
Uno de los avances fundamentales de lo que he llamado la crítica del esencialismo ha sido la ruptura con la categoría del sujeto como entidad transparente racional que podía transmitir un significado homogéneo en el campo total de su conducta al ser el origen de sus propias acciones. El psicoanálisis ha demostrado que la personalidad, en lugar de estar organizada en torno a la transparencia de un ego, se estructura en varios niveles que se encuentran fuera de la conciencia y la racionalidad del sujeto. Por lo tanto, ha desacreditado la idea del carácter necesariamente unificado del sujeto. La principal afirmación de Freud es que la mente humana está sujeta necesariamente a una división entre dos sistemas, uno de los cuales no es ni puede ser consciente. El autodominio del sujeto —un tema central de la filosofía moderna— es precisamente lo que él sostiene que nunca puede alcanzarse. Siguiendo a Freud y ampliando su perspectiva, Lacan puso de manifiesto la pluralidad de registros —lo simbólico, lo real y lo imaginario— que permean toda identidad, así como el lugar del sujeto como el lugar de la carencia, que a pesar de estar representado dentro de la estructura, es el lugar vacío que al mismo tiempo subvierte y es la condición de la constitución de cualquier identidad. La historia del sujeto es la historia de sus identificaciones y no hay ninguna identidad oculta a rescatar más allá de estas últimas. Hay, pues, un doble movimiento. Por una parte, un movimiento de descentramiento que impide la fijación de un conjunto de posiciones en torno a un punto preconstituido. Por otra parte, y como resultado de esta no fijación esencial, tiene lugar el movimiento opuesto: la institución de puntos nodales, fijaciones parciales que limitan el flujo del significado bajo el significante. No obstante, la dialéctica de no fijación y fijación sólo es posible porque la fijación no es algo dado previamente, porque ningún centro de subjetividad precede a las identificaciones del sujeto.

Creo que es importante subrayar que esta crítica de las identidades esenciales no se limita a cierta corriente de la teoría francesa sino que se encuentra en las filosofías más importantes del siglo XX. Por ejemplo, en la filosofía del lenguaje del último Wittgenstein también hallamos una crítica de la concepción racionalista del sujeto que indica que éste no puede ser el origen de significados lingüísticos, ya que el mundo se nos revela a través de la participación en distintos juegos del lenguaje. Encontramos la misma idea en la hermenéutica filosófica de Gadamer, en la tesis de que existe una unidad fundamental entre el pensamiento, el lenguaje y el mundo, y que es en el interior del lenguaje donde se constituye el horizonte de nuestro presente. En otros autores encontramos otras críticas similares de la centralidad del sujeto en la metafísica moderna y de su carácter unitario, por lo que podemos afirmar que, lejos de limitarse al postestructuralismo o al posmodernismo, la crítica del esencialismo constituye el punto de convergencia de las corrientes filosóficas contemporáneas más importantes.

El antiesencialismo y la política.
En Hegemonía y estrategia socialista(2) intentamos extraer las consecuencias de esta crítica del esencialismo en favor de una concepción radical de la democracia articulando algunas de sus perspectivas con la concepción gramsciana de hegemonía. Esto nos llevó a situar la cuestión del poder y el antagonismo y su carácter indeleble en el centro de nuestro enfoque. Una de las principales tesis del libro es que la objetividad social está constituida a través de los actos de poder. Esto significa que, en última instancia, cualquier objetividad social es política y tiene que mostrar los indicios de exclusión que gobierna su constitución: lo que, siguiendo a Derrida, denominamos su «exterior constitutivo». No obstante, si un objeto ha inscrito en su propia esencia algo que no forma parte de sí mismo; si, como resultado, todo es construido como diferencia, su esencia no puede concebirse como pura «presencia» u «objetividad». Esto indica que la lógica de la constitución de lo social es incompatible con el objetivismo y el esencialismo dominantes en las ciencias sociales y el pensamiento liberal.

El punto de convergencia —o más bien de colapso mutuo— entre objetividad y poder es lo que hemos denominado «hegemonía». Esta forma de plantear el problema indica que el poder no debe considerarse como una relación externa que tiene lugar entre dos identidades preconstituidas, sino que más bien constituye dichas identidades. Esto es crucial. Porque si el «exterior constitutivo» está presente en el interior como su posibilidad siempre real, en ese caso el interior se convierte en un acuerdo puramente contingente y reversible (en otras palabras, el acuerdo hegemónico no puede reivindicar ninguna otra fuente de validez que la base de poder en la que se fundamenta). La estructura de la mera posibilidad de cualquier orden objetivo, revelada por su mera naturaleza hegemónica, se muestra en las formas que asume la subversión del signo (es decir, de la relación entre significante y significado). Por ejemplo, el significante «democracia» es muy distinto cuando se fija a cierto significado en un discurso que lo articule con el «anticomunismo», y cuando se fija a otro significado en un discurso que hace que forme parte del significado total de antifascismo. Al no existir un terreno común entre dichas articulaciones en conflicto, no hay forma de subsumirlas bajo una objetividad más profunda que dejaría al descubierto su auténtica y profunda esencia. Esto explica el carácter irreductible y constitutivo del antagonismo.

Las consecuencias de estas tesis para la política tienen un gran alcance. Por ejemplo, según esta perspectiva, la práctica política en una sociedad democrática no consiste en defender los derechos de las identidades preconstituidas, sino más bien en constituir dichas identidades en un terreno precario y siempre vulnerable. Dicho enfoque también implica un desplazamiento de las relaciones tradicionales entre «democracia» y «poder». Desde un punto de vista socialista tradicional, cuanto más democrática sea una sociedad, menor será el poder constitutivo de las relaciones sociales. No obstante, si aceptamos que las relaciones de poder son parte constitutiva de lo social, entonces la principal cuestión de la política democrática no es cómo eliminar el poder sino cómo constituir formas de poder que sean compatibles con los valores democráticos. Lo que es específico del proyecto de «democracia plural y radical» que propugnamos es reconocer la existencia de relaciones de poder y la necesidad de transformarlas, a la vez que se renuncia a la ilusión de que podríamos liberarnos completamente del poder.

Otro rasgo diferenciado de nuestro enfoque tiene que ver con la cuestión de la desuniversalización de los sujetos políticos. Lo que intentamos es romper con todas las formas de esencialismo. No sólo el esencialismo que se adentra en gran medida en las categorías básicas de la sociología moderna y el pensamiento liberal, según el cual toda identidad social está perfectamente definida en el proceso histórico del despliegue del ser, sino también con su opuesto total: cierto tipo de extrema fragmentación posmoderna de lo social, que rechaza otorgar a los fragmentos cualquier tipo de identidad relacional. Dicha visión nos deja con una multiplicidad de identidades sin denominador común alguno y hace imposible distinguir entre las diferencias que existen pero que no deberían existir y las diferencias que no existen pero que deberían existir. En otras palabras, al poner un énfasis exclusivo en la heterogeneidad y la inconmensurabilidad, nos impide reconocer que ciertas diferencias se construyen como relaciones de subordinación y, por lo tanto, que deberían ser desafiadas por una política democrática radical.

Democracia e identidad
Tras haber presentado un breve resumen de los principios básicos de nuestro enfoque antiesencialista y de sus repercusiones generales para la política, ahora me gustaría abordar algunos problemas específicos relativos a la construcción de las identidades democráticas. Voy a examinar cómo puede formularse dicha cuestión dentro de un marco que rompa con la problemática liberal racionalista tradicional y que incorpore nuevas perspectivas cruciales de la crítica del esencialismo. Uno de los principales problemas del marco liberal es que reduce la política a un cálculo de intereses. Se presenta a los individuos como actores racionales movidos por la búsqueda de la maximización de su interés personal. Es decir, se percibe que actúan en el campo de la política de una forma básicamente instrumental. La política se concibe a través de un modelo elaborado para estudiar la economía, como un mercado interesado por la asignación de recursos, en el que se alcanzan compromisos entre intereses definidos independientemente de su articulación política. Otros liberales, los que se rebelan contra este modelo y desean crear un vínculo entre política y ética, creen que es posible crear un consenso universal y racional por medio del libre debate. Creen que al relegar los temas problemáticos a la esfera privada, será suficiente con un acuerdo racional sobre los principios para administrar el pluralismo de las sociedades modernas. Para ambos tipos de liberales, todo lo que tenga que ver con las pasiones y los antagonismos, todo lo que pueda llevar a la violencia es percibido como arcaico e irracional, como residuos del pasado, de una era en que el «dulce comercio» aún no había establecido la preeminencia del interés por encima de las pasiones.

Este intento de aniquilar lo político, sin embargo, está condenado al fracaso porque no puede domesticarse de esta forma. Como señaló Carl Schmitt, la energía de lo político puede proceder de las fuentes más diversas y surgir de múltiples relaciones sociales diferentes: religiosas, morales, económicas, étnicas o de otro tipo. Lo político tiene que ver con la dimensión del antagonismo presente en las relaciones sociales, con la posibilidad siempre presente de que la relación «nosotros/ellos» se construya en términos de «amigo/enemigo». Negar esta dimensión de antagonismo no la hace desaparecer, sólo lleva a la impotencia al reconocer sus distintas manifestaciones y al tratar con ellas. Esto explica que un enfoque democrático tenga que aceptar el carácter indeleble del antagonismo. Una de sus tareas principales es plantearse modos de distender las tendencias a la exclusión presentes en todas las construcciones de identidad colectiva.

Para aclarar la perspectiva que estoy presentando, propongo distinguir entre «lo político» y la «política». Con la expresión «lo político» me estoy refiriendo a la dimensión de antagonismo inherente a toda sociedad humana, un antagonismo que, como he dicho, puede adoptar múltiples formas y puede surgir en relaciones sociales muy diversas. La «política», por otra parte, se refiere al conjunto de prácticas, discursos e instituciones que intentan establecer un cierto orden y organizar la coexistencia humana en condiciones que siempre son potencialmente conflictivas porque se ven afectadas por la dimensión de «lo político». En mi opinión, esta visión —que intenta mantener unidos los dos significados de polemos y polis, de donde deriva la idea de política— es crucial si queremos ser capaces de proteger y consolidar la democracia.

Al examinar esta cuestión, el concepto del «exterior constitutivo» al que me he referido más arriba resulta particularmente útil. Tal como lo concibió Derrida, su objetivo es poner de relieve el hecho de que la creación de una identidad implica el establecimiento de una diferencia, diferencia que a menudo se construye sobre la base de una jerarquía: por ejemplo entre forma y materia, blanco y negro, hombre y mujer, etc. Una vez hemos comprendido que toda identidad es relacional y que la afirmación de una diferencia es una condición previa para la existencia de cualquier identidad —es decir, la percepción de «otra» cosa que constituirá su «exterior»—, entonces podemos empezar a comprender por qué dicha relación siempre puede convertirse en el caldo de cultivo del antagonismo. Al llegar a la creación de una identidad colectiva, básicamente la creación de un «nosotros» por la demarcación de un «ellos», siempre existe la posibilidad de que esa relación de «nosotros» y «ellos» se convierta en una de «amigos» y «enemigos»; es decir, que se convierta en una relación de antagonismo. Esto sucede cuando el «otro», que hasta entonces se había considerado simplemente como diferente, empieza a ser percibido como alguien que cuestiona nuestra identidad y amenaza nuestra existencia. A partir de ese momento, cualquier forma que adopte la relación «nosotros/ellos» (tanto si es religiosa como étnica, económica o de otro tipo) pasa a ser política.

Sólo cuando reconozcamos esta dimensión de «lo político» y comprendamos que la «política» consiste en domesticar la hostilidad e intentar distender el antagonismo potencial que existe en las relaciones humanas, podremos plantearnos la cuestión fundamental de la política democrática. Esta cuestión, con el permiso de los racionalistas, no es cómo llegar a un consenso racional alcanzado sin exclusiones o, en otras palabras, no es cómo establecer un «nosotros» que no tenga el correspondiente «ellos». Esto es imposible porque no puede existir un «nosotros» sin un «ellos». Lo que se está planteando es cómo establecer esta distinción «nosotros/ellos» de modo que sea compatible con la democracia pluralista.
En el ámbito de la política, esto presupone que el «otro» ya no es percibido como un enemigo a destruir, sino como un «adversario»; es decir, como alguien cuyas ideas vamos a combatir pero cuyo derecho a defender dichas ideas no vamos a cuestionar. Podríamos afirmar que el objetivo de la política democrática es transformar el «antagonismo» en «agonismo». La principal tarea de la política democrática no es eliminar las pasiones ni relegarlas a la esfera privada para hacer posible el consenso racional, sino movilizar dichas pasiones de modo que promuevan formas democráticas. La confrontación agonística no pone en peligro la democracia, sino que en realidad es la condición previa de su existencia.

La especificidad de la democracia moderna reside en el reconocimiento y la legitimación del conflicto y en el rechazo a reprimirlo imponiendo un orden autoritario. Al romper con la representación simbólica de la sociedad como un cuerpo orgánico —característica del modo holístico de organización social—, la sociedad democrática se abre a la expresión de valores e intereses en conflicto. Por este motivo, la democracia pluralista no sólo exige consenso en torno a un conjunto de principios políticos comunes sino también la presencia de discrepancias e instituciones a través de las cuales puedan manifestarse dichas divisiones. De ahí que su supervivencia dependa de identidades colectivas que se forman en torno a posiciones claramente diferenciadas, así como de la posibilidad de elegir entre alternativas reales. La difuminación de las fronteras políticas entre derecha e izquierda, por ejemplo, impide la creación de identidades políticas democráticas y alimenta el desencanto ante la participación política. Esto a su vez prepara el terreno para el surgimiento de distintas formas de políticas populistas articuladas en torno a cuestiones étnicas, religiosas o nacionalistas. Cuando la dinámica agonística del sistema pluralista se ve obstaculizada debido a la falta de identidades democráticas con las que uno pueda identificarse, existe el riesgo de que se multipliquen las confrontaciones sobre identidades esencialistas y valores morales no negociables.

Una vez se reconozca que toda identidad es relacional y que se define en función de la diferencia, ¿cómo podemos desactivar la posibilidad de exclusión que conlleva? De nuevo aquí la noción del «exterior constitutivo» puede resultarnos de utilidad. Al subrayar el hecho de que el exterior es constitutivo, se pone de manifiesto la imposibilidad de trazar una distinción absoluta entre interior y exterior. La existencia del otro se convierte en una condición de posibilidad de mi identidad, ya que sin el otro yo no podría tener una identidad. Por consiguiente, toda identidad queda irremediablemente desestabilizada por su exterior y el interior aparece como algo siempre contingente. Esto cuestiona cualquier concepción esencialista de la identidad y excluye cualquier intento de definir de manera concluyente la identidad o la objetividad. Dado que la objetividad siempre depende de una otredad ausente, siempre se hace eco y se ve necesariamente contaminada por esta otredad. La identidad, por lo tanto, no puede pertenecer a una persona sola, y nadie pertenece a una sola identidad. Podríamos ir más allá y afirmar que no sólo no existen identidades «naturales» y «originales», puesto que toda identidad es el resultado de un proceso constitutivo, sino que este proceso en sí debe verse como un proceso de hibridación y nomadización permanentes. La identidad es, efectivamente, el resultado de una multitud de interacciones que tienen lugar dentro de un espacio cuyo contorno no está claramente definido. Numerosos estudios feministas o investigaciones inspiradas por el enfoque poscolonial han demostrado que se trata siempre de un proceso de «sobredeterminación», que establece vínculos altamente intrincados entre las múltiples formas de identidad y una compleja red de diferencias. Para una definición apropiada de identidad, tenemos que tomar en consideración la multiplicidad de discursos y la estructura de poder que la afectan, así como la compleja dinámica de complicidad y resistencia que hace hincapié en las prácticas en las que dicha identidad está implicada. En lugar de ver las distintas formas de identidad como lealtades hacia un lugar o como una propiedad, deberíamos comprender que se trata de lo que está en juego en cualquier lucha política.

Lo que comúnmente denominamos «identidad cultural» es simultáneamente el escenario y el objeto de la lucha política. La existencia social de un grupo precisa de este conflicto. Es una de las áreas principales en las que se ejerce la hegemonía, puesto que la definición de la identidad cultural de un grupo —al referirse a un sistema específico de relaciones sociales particulares y contingentes— desempeña un papel crucial en la creación de «puntos nodales hegemónicos». Dichos puntos definen en parte el significado de una «cadena significadora» y nos permiten controlar el flujo de significantes, así como controlar temporalmente el campo discursivo.

Respecto a la cuestión de las identidades «nacionales» —tan crucial hoy nuevamente—, la perspectiva basada en la hegemonía y la articulación nos permite aceptar la idea de lo nacional, captar la importancia de ese tipo de identidad, en lugar de rechazarla en nombre del antiesencialismo o como parte de una defensa del universalismo abstracto. Es muy peligroso ignorar la fuerte inversión libidinal que puede movilizar el significante «nación» y es inútil desear que todas las identidades nacionales puedan verse reemplazadas por las llamadas identidades «posconvencionales». La lucha contra el tipo exclusivo de nacionalismo étnico sólo puede llevarse a cabo mediante la articulación de otro tipo de nacionalismo, un nacionalismo «cívico» que manifieste lealtad a los valores específicos de la tradición democrática y a las formas de vida que la constituyen.

Contrariamente a lo que a veces se afirma, no creo que —por poner el ejemplo de Europa— la solución pase por la creación de una identidad «europea», concebida como una identidad homogénea que pueda reemplazar a todas las demás identificaciones y lealtades. No obstante, si la planteamos en términos de una «aporía», de un «doble genitivo», como sugería Derrida en El otro cabo(3), entonces la noción de una identidad europea podría ser el catalizador de un proceso prometedor, no muy distinto de lo que Merleau-Ponty denominó el «universalismo lateral», que da a entender que lo universal está en el propio núcleo de las especificidades y diferencias, y que está inscrito en el respeto a la diversidad. Si concebimos esta identidad europea como una «diferencia para sí», entonces estaremos concibiendo una identidad en la que puede haber cabida para la otredad, una identidad que demuestre la porosidad de sus fronteras y que se abra hacia ese exterior que la hace posible. Al aceptar que sólo el hibridismo nos crea como entidades diferenciadas, afirma y confirma el carácter nómada de toda identidad.

Sostengo que, al resistir la tentación siempre presente de construir la identidad en términos de exclusión y al reconocer que las identidades comprenden múltiples elementos y que son dependientes e interdependientes, una política democrática fundamentada en un enfoque antiesencialista puede distender el potencial de violencia que existe en toda construcción de identidades colectivas y crear las condiciones para un pluralismo realmente «agonista». Dicho pluralismo se basa en el reconocimiento de la multiplicidad en uno mismo y de las posiciones contradictorias que conlleva dicha multiplicidad. Su aceptación del otro no consiste en limitarse a tolerar las diferencias sino en celebrarlas positivamente, puesto que reconoce que, sin alteridad ni otredad, no es posible afirmar identidad alguna. También es un pluralismo que valora la diversidad y las discrepancias y que reconoce en ellas justamente la condición que posibilita una vida democrática combativa.

Chantal Mouffe

(1) Este es el título de la traducción al inglés (referencia completa:
The Legitimacy of the Modern Age [Cambridge, Mass.: MIT Press, 1986]). Referencia del original: Die Legitimität der Neuzeit (Frankfurt Suhrkamp, 1999). No he encontrado que haya traducción al castellano, aunque quizás exista alguna edición latinoamericana
(2) [Referencia completa: Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia (Madrid: Siglo XXI, 1987).]
(3) [Referencia completa: Jacques Derrida, El otro cabo. La democracia para otro día (Barcelona: Ediciones del Serbal, 1992).]

Fuente: Antagonismos. http://www.macba.es/antagonismos/

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Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, de Donna Haraway

Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, de Donna Haraway. Madrid, Cátedra, 1995, 431 pp.

Manifiesto Cyborg

Donna Haraway es una de las figuras más originales y controvertidas en el heterogéneo campo de los estudios culturales de la ciencia y la tecnología. Entre la historia de la ciencia, la crítica feminista y el análisis social, la obra de Haraway constituye una lúcida e incisiva reflexión sobre las complejas relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Este libro recoge ensayos escritos por la autora entre 1979 y 1989, y en ellos es posible rastrear la propia evolución de su pensamiento desde una postura de corte constructivista, articulada en torno a la producción de conocimiento científico en primatología –área sobre la que ha publicado un excelente libro monográfico (Primate Visions, 1989)–, hasta su propuesta del término “cyborg”, a cuyo desarrollo dedica su obra más reciente, para referirse a la naturaleza híbrida de organismo y artefacto tecnológico que nos caracteriza como seres de fin de milenio.

Entre estos ensayos encontramos textos que pueden considerarse ya clásicos en un campo disciplinar joven, el de los estudios sobre ciencia, tecnología y género. En particular, el capítulo “Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial”, publicado originalmente en 1988, constituye una magnífica reflexión sobre la tensión existente en el análisis feminista de la ciencia y la tecnología entre la contextualización del conocimiento, que parecería implicar cierto relativismo, y el compromiso político con la denuncia de los diferentes modos de exclusión de la mujer del desarrollo científico-tecnológico, que parecería más bien requerir un realismo crítico. La afirmación de Haraway de que “la objetividad feminista significa, sencillamente, conocimientos situados” (p. 324, cursivas de la autora), ha sido citada posteriormente hasta la saciedad y ejemplifica los esfuerzos feministas por esquivar el indeseable peligro del relativismo mediante la revisión de nociones tradicionales como la de objetividad.

El “Manifiesto para cyborgs” recoge la parte más peculiar y más oscura de las propuestas de la autora. Los cyborgs, organismos cibernéticos inspirados en la ciencia ficción, son los sujetos de un mundo postmoderno en el que las fronteras se difuminan: entre lo animal y lo humano, entre los organismos y las máquinas, entre lo físico y lo no físico…. La tecnología hace posible estos sujetos de identidad fragmentaria y puntos de vista contradictorios. Sin embargo, lejos de denunciar nuestra impuesta naturaleza cyborg como una perversión de la era tecnológica, Haraway prefiere subrayar las potencialidades de la situación fronteriza y la visión desde múltiples perspectivas para sus compromisos políticos con el feminismo y el socialismo.

Los cyborgs son seres contradictorios, inquietantes y sugerentes. Podríamos aplicar exactamente los mismos adjetivos al libro de Haraway. Ciencia, cyborgs y mujeres es un libro rico en imágenes y metáforas en el que la autora expone sus propias luchas internas de un modo apasionado. Difícilmente podrá el lector mantenerse indiferente a un análisis tan penetrante de nuestra cultura tecnológica. Haraway identifica magistralmente problemas, desestabiliza dicotomías, deconstruye discursos…; pero la imaginería cyborg nos deja a menudo con la sensación de encontrarnos ante una brillante explosión de luz y ruido tan fascinante como estéril. Es difícil encontrar el fundamento del optimismo poco complaciente que impregna los textos.

En la traducción al castellano se han omitido los dos capítulos que abrían la versión original y que se dedicaban al análisis contextual de la primatología que Haraway tan magistralmente desarrolla en su primer libro. A falta de una traducción de Primate Visions, es de lamentar su desaparición. Por el contrario, resultan muy iluminadores los tres ensayos de Jorge Arditi, Fernando Selgas y Jackie Orr que aparecen al comienzo del libro y que facilitan la aproximación al complejo universo de conceptos e imágenes que despliega Haraway. También es de agradecer el buen trabajo que el traductor, Manuel Talens, ha llevado a cabo con la difícil prosa de la autora.

Marta I. González García,

Universidad Complutense de Madrid

martaig@eucmax.sim.ucm.es

http://www.campus-oei.org/salactsi/teorema09.htm

Fuente: El escritorio de Manuel Talens.

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Multitudes queer. Notas para una política de los “anormales”. Un texto de Beatriz Preciado

Multitudes queer.
Notas para una política de los “anormales”

por Beatriz Preciado

Este artículo trata de la formación de los movimientos y de las teorías queer, de la relación que mantienen con los feminismos y del uso político que hacen de Foucault y de Deleuze. Analiza también las ventajas teóricas y políticas que aporta la noción de “multitudes” a la teoría y al movimiento queer, en lugar de la noción de “diferencia sexual”. A diferencia de lo que ocurre en EEUU, los movimientos queer en Europa se inspiran en las culturas anarquistas y en las emergentes culturas transgénero para oponerse al “Imperio Sexual”, especialmente por medio de una des-ontologización de las políticas y de las identidades. Ya no hay una base natural (“mujer”, “gay”, etc.) que pueda legitimar la acción política. Lo que importa no es la “diferencia sexual” o la “diferencia de l@s homosexuales”, sino las multitudes queer. Una multitud de cuerpos: cuerpos transgéneros, hombres sin pene, bolleras lobo, ciborgs, femmes butchs, maricas lesbianas… La “multitud sexual” aparece como el sujeto posible de la política queer.

A la memoria de Monique Wittig

« Entramos en una época en que las minorías del mundo comienzan a organizarse contra los poderes que les dominan y contra todas las ortodoxias » Félix Guattari, Recherches (Trois Milliards de Pervers), 1973.

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La sexopolítica es una de las formas dominantes de la acción biopolítica en el capitalismo contemporáneo. Con ella el sexo (los órganos llamados « sexuales », las prácticas sexuales y también los códigos de la masculinidad y de la feminidad, las identidades sexuales normales y desviadas) forma parte de los cálculos del poder, haciendo de los discursos sobre el sexo y de las tecnologías de normalización de las identidades sexuales un agente de control sobre la vida.

Al distinguir entre « sociedades soberanas » y « sociedades disciplinarias » Foucault ya había señalado el paso, que ocurre en la época moderna, de una forma de poder que decide sobre la muerte y la ritualiza, a una nueva forma de poder que calcula técnicamente la vida en términos de población, de salud o de interés nacional. Por otra parte, precisamente en ese momento aparece la nueva separación homosexual/heterosexual. Trabajando en la línea iniciada por Audre Lorde [1], Ti-Grace Atkinson [2] y el manifiesto « The-Woman-Identified-Woman » [3] de « Radicalesbians », Wittig llegó a describir la heterosexualidad no como una práctica sexual sino como un régimen político [4], que forma parte de la administración de los cuerpos y de la gestión calculada de la vida, es decir, como parte de la “biopolítica” [5]. Una lectura cruzada de Wittig y de Foucault permitió a comienzos de los años 80 que se diera una definición de la heterosexualidad como tecnología bio-política destinada a producir cuerpos heteros (straight).

El imperio sexual

La noción de sexopolítica tiene en Foucault su punto de partida, cuestionando su concepción de la política según la cual el biopoder sólo produce disciplinas de normalización y determina formas de subjetivación. A partir de los análisis de Mauricio Lazzaratto [6] que distingue el biopoder de la potencia de la vida, podemos comprender los cuerpos y las identidades de los anormales como potencias políticas y no simplemente como efectos de los discursos sobre el sexo. Esto significa que hay que añadir diversos capítulos a la historia de la sexualidad inaugurada por Foucault. La evolución de la sexualidad moderna está directamente relacionada con la emergencia de lo que podría denominarse el nuevo “Imperio Sexual” (para resexualizar el Imperio de Hardt y Negri). El sexo (los órganos sexuales, la capacidad de reproducción, los roles sexuales en las disciplinas modernas…) es el correlato del capital. La sexopolítica no puede reducirse a la regulación de las condiciones de reproducción de la vida, ni a los procesos biológicos que “conciernen a la población”. El cuerpo hetero (straight) es el producto de una división del trabajo de la carne según la cual cada órgano es definido por su función. Toda sexualidad implica siempre una territorialización precisa de la boca, de la vagina, del ano. De este modo el pensamiento heterocentrado asegura el vínculo estructural entre la producción de la identidad de género y la producción de ciertos órganos como órganos sexuales y reproductores. Capitalismo sexual y sexo del capitalismo. El sexo del ser vivo se convierte en un objeto central de la política y de la gobernabilidad. En realidad, el análisis foucaultiano de la sexualidad depende en exceso de cierta idea de la disciplina del siglo XIX. A pesar de conocer los movimientos feministas americanos, la subcultura SM o el Fhar en Francia, nada de esto le llevó realmente a analizar la proliferación de las tecnologías del cuerpo sexual en el siglo XX: medicalización y tratamiento de los niños intersexuales, gestión quirúrgica de la transexualidad, reconstrucción y “aumento” de la masculinidad y de la feminidad normativas, regulación del trabajo sexual por el Estado, boom de las industrias pornográficas… Su rechazo de la identidad y de la militancia gay le llevará a inventarse una retroficción a la sombra de la Grecia Antigua. Ahora bien, en los años 50, asistimos a una ruptura en el régimen disciplinario del sexo. Anteriormente, y como continuación del siglo XIX, las disciplinas biopolíticas funcionaban como una máquina para naturalizar el sexo. Pero esta máquina no era legitimada por “la conciencia”. Lo será por médicos como John Money cuando comienza a utilizar la noción de “género” para abordar la posibilidad de modificar quirúrgica y hormonalmente la morfología sexual de los niños intersexuales y las personas transexuales. Money es el Hegel de la historia del sexo. Esta noción de género constituye un primer momento de reflexividad (y una mutación irreversible respecto al siglo XIX). Con las nuevas tecnologías médicas y jurídicas de Money, los niños “intersexuales”, operados al nacer o tratados durante la pubertad, se convierten en minorías construidas como “anormales” en beneficio de la regulación normativa del cuerpo de la masa straight (heterocentrada). Esta multiplicidad de los anormales es la potencia que el Imperio Sexual intenta regular, controlar, normalizar. El “post-moneismo” es al sexo lo que el post-fordismo al capital. El Imperio de los normales desde los años 50 depende de la producción y de la circulación a gran velocidad de los flujos de silicona, flujos de hormonas, flujo textual, flujo de las representaciones, flujo de las técnicas quirúrgicas, en definitiva flujo de los géneros. Por supuesto, no todo circula de manera constante, y además no todos los cuerpos obtienen los mismos beneficios de esta circulación: la normalización contemporánea del cuerpo se basa en esta circulación diferenciada de los flujos de sexualización . Esto nos recuerda oportunamente que el concepto de “género” fue ante todo una noción sexopolítica antes de convertirse en una herramienta teórica del feminismo americano. No es casualidad que en los años 80, en el debate que oponía a las feministas “constructivistas” y las feministas “esencialistas”, la noción de “género” va a convertirse en la herramienta teórica fundamental para conceptualizar la construcción social, la fabricación histórica y cultural de la diferencia sexual, frente a la reivindicación de la “feminidad” como sustrato natural, como forma de verdad ontológica.

Políticas de las multitudes queer

El género ha pasado de ser una noción al servicio de una política de reproducción de la vida sexual a ser el signo de una multitud. El género no es el efecto de un sistema cerrado de poder, ni una idea que actúa sobre la materia pasiva, sino el nombre del conjunto de dispositivos sexopolíticos (desde la medicina a la representación pornográfica, pasando por las instituciones familiares) que van a ser objeto de reapropiación por las minorías sexuales. En Francia, la mani del 1 de mayo de 1970, el número 12 de Tout y el de Recherches (Trois milliards de Pervers), el Movimiento de antes del MLF, el FHAR y las terroristas de las Gouines Rouges (Bolleras Rojas) constituyen una primera ofensiva de los “anormales”. El cuerpo no es un dato pasivo sobre el cual actúa el biopoder, sino más bien la potencia misma que hace posible la incorporación protésica de los géneros. La sexopolítica no es sólo un lugar de poder, sino sobre todo el espacio de una creación donde se suceden y se yuxtaponen los movimientos feministas, homosexuales, transexuales, intersexuales, transgéneros, chicanas, post-coloniales… Las minorías sexuales se convierten en multitudes. El monstruo sexual que tiene por nombre multitud se vuelve queer.

El cuerpo de la multitud queer aparece en el centro de lo que podríamos llamar, para retomar una expresión de Deleuze/Guattari, un trabajo de “desterritorialización” de la heterosexualidad. Una desterritorialización que afecta tanto al espacio urbano (por tanto, habría que hablar de desterritorialización del espacio mayoritario, y no de gueto) como al espacio corporal. Este proceso de “desterritorialización” del cuerpo supone una resistencia a los procesos de llegar a ser “normal”. El hecho de que haya tecnologías precisas de producción de cuerpos “normales” o de normalización de los géneros no conlleva un determinismo ni una imposibilidad de acción política. Al contrario. Dado que la multitud queer lleva en sí misma, como fracaso o residuo, la historia de las tecnologías de normalización de los cuerpos, tiene también la posibilidad de intervenir en los dispositivos biotecnológicos de producción de subjetividad sexual. Esto es concebible a condición de evitar dos trampas conceptuales y políticas, dos lecturas (equivocadas pero posibles) de Foucault. Hay que evitar la segregación del espacio político que convertiría a las multitudes queer en una especie de margen o de reserva de trasgresión. No hay que caer en la trampa de la lectura liberal o neoconservadora de Foucault que llevaría a concebir las multitudes queer como algo opuesto a las estrategias identitarias, tomando la multitud como una acumulación de individuos soberanos e iguales ante la ley, sexualmente irreductibles, propietarios de sus cuerpos y que reivindicarían su derecho inalienable al placer. La primera lectura tiende a una apropiación de la potencia política de los anormales en una óptica de progreso, la segunda silencia los privilegios de la mayoría y de la normalidad (hetero)sexual, que no reconoce que es una identidad dominante. Teniendo esto en cuenta, los cuerpos ya no son dóciles. “Des-identificación” (para retomar la formulación de De Lauretis), identificaciones estratégicas, reconversión de las tecnologías del cuerpo y desontologización del sujeto de la política sexual, estas son algunas de las estrategias políticas de las multitudes queer.

– Des-identificación. Surge de las bolleras que no son mujeres, de los maricas que no son hombres, de los trans que no son ni hombres ni mujeres. En este sentido, si Wittig ha sido recuperada por las multitudes queer es precisamente porque su declaración “las lesbianas no son mujeres” es un recurso que permite combatir por medio de la des-identificación la exclusión de la identidad lesbiana como condición de posibilidad de la formación del sujeto político del feminismo moderno.

– Identificaciones estratégicas: Identificaciones negativas como “bolleras” o “maricones” se han convertido en lugares de producción de identidades que resisten a la normalización, que desconfían del poder totalitario, de las llamadas a la “universalización”. Influidas por la crítica post-colonial, las teorías queer de los años 90 han utilizado los enormes recursos políticos de la identificación “gueto”, identificaciones que iban a tomar un nuevo valor político, dado que por primera vez los sujetos de la enunciación eran las propias bolleras, los maricas, los negros y las personas transgénero. A aquellos que agitan la amenaza de la guetización, los movimientos y las teorías queer responden con estrategias a la vez hiper-identitarias y post-identitarias. Hacen un uso radical de los recursos políticos de la producción performativa de las identidades desviadas. La fuerza de movimientos como Act Up, Lesbian Avengers o las Radical Fairies deriva de su capacidad para utilizar sus posiciones de sujetos “abyectos” (esos “malos sujetos” que son los seropositivos, las bolleras, los maricas) para hacer de ello lugares de resistencia al punto de vista “universal”, a la historia blanca, colonial y hetero de lo “humano”.

Afortunadamente, estas multitudes no comparten la desconfianza –insistimos en ello- de Foucault, Wittig y Deleuze hacia la identidad como lugar de acción política, a pesar de sus diferentes formas de analizar el poder y la opresión. A inicios de los años 70 el Foucault francés se distancia del Fhar a causa de lo que él llama “tendencia a la guetización”, mientras que al Foucault americano parecían gustarle mucho las “nuevas formas de cuerpos y de placeres” que las políticas de la identidad gay, lesbiana y SM habían producido en el barrio de Castro, el “gueto” de San Francisco. Por su parte, Deleuze criticaba lo que denominaba una identidad “homosexual molar”, porque pensaba que promovía el gueto gay, para idealizar la “homosexualidad molecular” que le permitiría hacer de las “buenas” figuras homosexuales, desde Proust al “travestí afeminado”, ejemplos paradigmáticos del proceso de “llegar a ser mujer” que estaba en el centro de su agenda política. Incluso le permitiría disertar sobre la homosexualidad en vez de cuestionarse sus propios presupuestos heterosexuales [7]. En cuanto a Wittig, podemos preguntarnos si su adhesión a la posición del “escritor universal” impidió que le borraran de la lista de los “clásicos” de la literatura francesa tras la publicación del Cuerpo Lesbiano en 1973. Está claro que no, cuando vimos cómo el periódico Le Monde se apresuraba a cambiar el título original de su nota necrológica, por un “Monique Wittig, la apología del lesbianismo” encabezado por la palabra “Desapariciones”. [8]

– Reconversión de las tecnologías del cuerpo: Los cuerpos de las multitudes queer son también reapropiaciones y reconversiones de los discursos de la medicina anatómica y de la pornografía, entre otros, que han construido el cuerpo hetero y el cuerpo desviado modernos. La multitud queer no tiene que ver con un “tercer sexo” o un “más allá de los géneros”. Se dedica a la apropiación de las disciplinas de los saberes/poderes sobre los sexos, a la rearticulación y la reconversión de las tecnologías sexopolíticas concretas de producción de los cuerpos “normales” y “desviados”. A diferencia de las políticas “feministas” u “homosexuales”, la política de la multitud queer no se basa en una identidad natural (hombre/mujer), ni en una definición basada en las prácticas (heterosexuales/homosexuales) sino en una multiplicidad de cuerpos que se alzan contra los regímenes que les construyen como “normales” o “anormales”: son las drag-kings, las bolleras lobo, las mujeres barbudas, los trans-maricas sin polla, los discapacitados-ciborg… Lo que está en juego es cómo resistir o cómo reconvertir las formas de subjetivación sexopolíticas. Esta reapropiación de los discursos de producción de poder/saber sobre el sexo es una conmoción epistemológica. En su introducción programática al famoso número de Recherches sin duda inspirado por el FHAR, Guattari describe esta mutación en las formas de resistencia y de acción política: “el objeto de este número –las homosexualidades hoy en Francia- no podía ser abordado sin poner en cuestión los métodos ordinarios de investigación en ciencias humanas que, bajo el pretexto de la objetividad, intentan establecer una distancia máxima entre el investigador y su objeto (…). El análisis institucional, por el contrario, implica un descentramiento radical de la enunciación científica. Pero para ello no basta con “dar la palabra” a los sujetos implicados –lo cual es a veces una iniciativa formal, casi jesuítica- sino que además hay que crear las condiciones de un ejercicio total, paroxístico, de esta enunciación (…). Mayo del 68 nos ha enseñado a leer en los muros y después hemos empezado a descifrar los grafitis en las prisiones, los asilos y hoy en los váteres. Queda por rehacer todo un “nuevo espíritu científico” [9]. La historia de estos movimientos político-sexuales post-moneistas es la historia de esta creación de las condiciones de un ejercicio total de la enunciación, la historia de un vuelco de la fuerza performativa de los discursos, y de una reapropiación de las tecnologías sexopolíticas de producción de los cueros de los “anormales”. La toma de la palabra por las minorías queer es un acontecimiento no tanto post-moderno como post-humano: una transformación en la producción y en la circulación de los discursos en las instituciones modernas (de la escuela a la familia, pasando por el cine o el arte) y una mutación de los cuerpos.

– Desontologización del sujeto de la política sexual. En los años 90 una nueva generación surgida de los propios movimientos identitarios comenzó a redefinir la lucha y los límites del sujeto político “feminista” y “homosexual”. En el plano teórico, esta ruptura tomó inicialmente la forma de un retorno crítico sobre el feminismo, realizado por las lesbianas y las post-feministas americanas, apoyándose en Foucault, Derrida y Deleuze. Reivindicando un movimiento post-feminista o queer, Teresa de Lauretis [10], Donna Haraway [11], Judith Butler [12], Judith Halberstam [13] en EEUU, Marie-Hélène Bourcier [14] en Francia, y lesbianas chicanas como Gloria Anzaldúa [15] o feministas negras como Barbara Smith [16] y Audre Lorde van a criticar la naturalización de la noción de feminidad que inicialmente había sido la fuente de cohesión del sujeto del feminismo. Se había iniciado la crítica radical del sujeto unitario del feminismo, colonial, blanco, emanado de la clase media-alta y desexualizado. Las multitudes queer no son post-feministas porque quieran o deseen actuar sin el feminismo. Al contrario. Son el resultado de una confrontación reflexiva del feminismo con las diferencias que éste borraba para favorecer un sujeto político “mujer” hegemónico y heterocentrado.

En cuanto a los movimientos de liberación de gays y lesbianas, dado que su objetivo es la obtención de la igualdad de derechos y que para ello se basan en concepciones fijas de la identidad sexual, contribuyen a la normalización y a la integración de los gays y las lesbianas en la cultura heterosexual dominante, lo que favorece las políticas pro-familia, tales como la reivindicación del derecho al matrimonio, a la adopción y a la transmisión del patrimonio. Algunas minorías gays, lesbianas, transexuales y transgéneros han reaccionado y reaccionan hoy contra ese esencialismo y esa normalización de la identidad homosexual. Surgen voces que cuestionan la validez de la noción de identidad sexual como único fundamento de la acción política; contra ello proponen una proliferación de diferencias (de raza, de clase, de edad, de prácticas sexuales no normativas, de discapacidad). La noción medicalizada de homosexualidad que data del siglo XIX y que define la identidad por las prácticas sexuales es abandonada en favor de una definición política y estratégica de las identidades queer. La homosexualidad tan bien controlada y producida por la scientia sexualis del siglo XIX ha explotado; se ha visto desbordada por una multitud de “malos sujetos” queer.

La política de las multitudes queer emerge de una posición crítica respecto a los efectos normalizadores y disciplinarios de toda formación identitaria, de una desontologización del sujeto de la política de las identidades: no hay una base natural (“mujer”, “gay”, etc.) que pueda legitimar la acción política. No tiene por objetivo la liberación de las mujeres de “la dominación masculina”, como quería el feminismo clásico, porque no se basa en la “diferencia sexual”, sinónimo de una división fundamental de la opresión (transcultural, transhistórica) basada en una diferencia de naturaleza que debería estructurar la acción política. La noción de multitud queer se opone a la de “diferencia sexual”, tal y como fue explotada tanto en los feminismos esencialistas (de Irigaray a Cixous, pasando por Kristeva) como por las variantes estructuralistas y/o lacanianas del discurso del psicoanálisis (Roudinesco, Héritier, Théry…). Se opone a las políticas paritarias derivadas de una noción biológica de la “mujer” o de la “diferencia sexual”. Se opone a las políticas republicanas universalistas que permiten el “reconocimiento” e imponen la “integración” de las “diferencias”en el seno de la República. No hay diferencia sexual, sino una multitud de diferencias, una transversalidad de las relaciones de poder, una diversidad de las potencias de vida. Estas diferencias no son “representables” dado que son “monstruosas” y ponen en cuestión por eso mismo no sólo los regímenes de representación política sino también los sistemas de producción de saber científico de los “normales”. En este sentido, las políticas de las multitudes queer se oponen tanto a las instituciones políticas tradicionales que se presentan como soberanas y universalmente representativas, como a las epistemologías sexopolíticas heterocentradas que dominan todavía la producción de la ciencia.

(Traducción al castellano: el bollo loco)

[1] Audre Lorde, Sister Outsider, California, Crossing Press, 1984.

[2] Ti-Grace Atkinson, « Radical Feminism »,en Notes from the Second Year, New York, Radical Feminism, 1970, pp. 32-37 ; Ti-Grace Atkinson, Amazon Odyssey, New York, Links, 1974.

[3] Radicalesbians, « The Woman-Identified Woman », en Anne Koedt, dir. Notes from the Third Year, New York, 1971.

[4] Monique Wittig, The straight mind and other essays, Boston, Beacon Press, 1992.

[5] Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Volumen I, Siglo XXI, Madrid, 1979.

[6] Maurizio Lazzarato, Puissances de l’invention. La psychologie économique de Gabriel Tarde contre l’économie politique, Paris, Les Empêcheurs de penser en rond, 2002.

[7] Para un análisis detallado de este uso de los tropos homosexuales, ver el capítulo « Deleuze o el amor que no osa decir su nombre », en Beatriz Preciado, Manifiesto contra sexual, Opera Prima, Madrid, 2002.

[8] Le Monde, sábado 11 de enero de 2003.

[9] Félix Guattari, Recherches, « Trois millards de pervers », marzo 1973, pp.2-3.

[10] Teresa De Lauretis, Technologies of Gender, Essays on Theory, Film, and Fiction, Bloomington, Indiana University Press, 1987.

[11] Donna Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres, Cátedra, Madrid. 1995.

[12] Judith Butler, El género en disputa, Paidós, México, 2001.

[13] Judith Halberstam, Female Masculinity, Durham, Duke University Press, 1998.

[14] Marie-Hélène Bourcier, Queer Zones, politiques des identités sexuelles, des représentations et des savoirs, Paris, Balland, 2001.

[15] Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera : The New Mestiza, San Francisco, Spinster/Aunt Lutte, 1987.

[16] Gloria Hull, Bell Scott and Barbara Smith, All the Women Are White, All the Black Are Men, But Some of Us Are Brave : Black Women’s Studies, New York, Feminist Press, 1982.

Fuente: Revista Multitudes. Nº 12. París, 2003
http://multitudes.samizdat.net/rubrique.php3?id_rubrique=141

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La semioesfera y la teoría de la cultura

La semioesfera y la teoría de la cultura

Dr. Jorge Lozano
Profesor Titular
Facultad de Ciencias de la Información (UCM)

Jorge Lozano

A Yuri M. Lotman, in memoriam

Un conocido matemático ruso, P. L. Chebysev, dictó una conferencia dedicada a los aspectos matemáticos del corte de los vestidos. A la conferencia se presentó un público diferente del habitual: sastres, señoras á la mode, estilistas… El conferenciante comenzó pronunciando las siguientes palabras. «Admitamos, para simplificar, que el cuerpo humano tenga la forma de una esfera.» Finalizada la frase se produjo una fuga general, el público se diezmó y quedaron sólo los matemáticos, que no encontraron nada de extraño en semejante exordio. Se puede pensar de modo inmediato que con este enunciado estamos ante un caso de evidente no comprensión por parte del público, de una interferencia, un «ruido», un error de «traducción» que alejaba lo que quería decir el conferenciante de lo que entendía el auditorio; de un texto, en fin, que podríamos considerar ineficaz a la vista de la reacción provocada. Sin embargo, si hacemos caso a Bajtin, hay que saber que la «palabra está preñada de respuesta». Oigámosle: «La palabra viva que pertenece al lenguaje hablado está orientada directamente hacia la futura palabra-respuesta: provoca su respuesta, la anticipa y se construye orientada a ella. Formándose en la atmósfera de lo que se ha dicho anteriormente, la palabra viene determinada a su vez por lo que todavía no se ha dicho, pero que viene ya forzado y previsto por la palabra de la respuesta.» La palabra, así, nace en el interior del diálogo.

Quien cuenta la anécdota del matemático ruso, Yuri Mijailovich Lotman, continuador de las tesis dialógicas, plurilingües y polifónicas de Bajtin, lo explica así: «El texto ha “seleccionado” al público a su imagen y semejanza.» En esta frase se puede encontrar todo un programa en torno a los códigos en la comunicación y una definición de texto que remite etirnológicamente al tramado de los hilos de la tela, un mecanismo dinámico capaz de generar nuevas informaciones y que no se mantiene idéntico a lo largo de la transmisión.

Una simple comunicación vista como transmisión de información o como intercambio de mensajes exige, en los esquemas canónicos de la teoría —física o matemática— de la comunicación tal como la concibieron Shannon y Weaver o como la formalizó Jakobson, siguiendo a los que él gustaba de llamar «ingenieros de la comunicación», un código sustancialmente común —de ahí también el étimo de comunicación— entre el emisor y el destinatario. Sin embargo, la coincidencia de códigos (en plural) de emisor y destinatario es posible sólo como suposición teórica y no se cumple jamás completamente. Antes al contrario, el texto de la comunicación se deforma en el proceso de decodificación efectuado por un destinatario que, lejos de caracterizarse por una percepción pasiva, está dotado de competencia comunicativo e interaccional. Emisor y destinatario no son meros polos, semánticamente neutros, de un continuum de información sino, si se quiere decirlo así, sujetos competentes o, según la terminología de Halliday, meaners, término que sugiere su capacidad de interactuar y significar. En este sentido convendría concebir la comunicación más como transformación que como simple transferencia o transmisión de información.

Caso de poder producirse razonablemente la —o una— comunicación, en vez de sancionarla en función de la coincidencia, puesta en común o comunidad de códigos, lo pertinente sería referirse, como hace Lotman, a la existencia de una memoria común.

Antes de proseguir, creo que merecerá la pena hacer algunas observaciones sobre este supuesto cambio de paradigma. Estudios cognitivos recientes que parten de Relevance (1986), de Dan Sperber, han querido señalar una supuesta crisis —otra más— de la disciplina semiótica al considerarla anclada justamente en lo que el autor ha dado en llamar un code model según el cual los errores de la comunicación (malentendidos, etc.), pero también sus éxitos, se explicaban en función de la existencia o no de códigos comunes, del déficit de códigos y otros muchos factores. Frente a este restringido modelo de código, Sperber, desde un cognitivismo que superaría el supuesto reduccionismo semiótica, propone un inference model en el que los procesos de inferencia son diferentes de los procesos de decodificación. Según sus propias palabras, no se puede hacer abstracción de las diferencias que existen entre la representación semántica de las frases y los pensamientos comunicados por medio de enunciados que no se agotan en la decodificación y exigen reglas de inferencia.

Sperber defiende además la necesidad de lo que él llama saber mutuo: «Cada información contextual utilizada para la interpretación del enunciado debe no solamente formar parte del saber del locutor y del destina. rario, sino también del saber mutuo.»

Un saber mutuo que, se me antoja, no es exagerado relacionar con esa memoria común del emisor y del destinatario de que nos habla Lotman, quien, en efecto, ha sostenido que el público —por insistir en su propio ejemplo de la conferencia del matemático— no mantiene una relación pasiva con el texto; por el contrario, esta rela- ción tiene —como para Bajtin— la naturaleza de un diálogo donde se puede constatar la presencia en el emisor y el destinatario de una memoria común. Por eso mismo el texto no debe ser evaluado sólo sobre la base de la capacidad de hacerse comprender por un determinado destinatario —en el ejemplo elegido, el grupo de matemáticos que no se extrañaron por la afirmación inicial del conferenciante—, sino también según el grado de incomprensión para los otros.

Supongamos ahora que la misma frase «admitamos que el cuerpo humano tenga la forma de una esfera» sea percibido como una cita —recordando el dictum bajtiniano de que todo texto es un mosaico de citas. Pues bien, según Lotman, la cita, sobre todo la menos evidente, actúa [sic] también en otra dirección, esto es, creando una atmósfera alusiva, que subdivide al público de los oyentes o lectores en grupos según la oposición «íntimos/extraños», «próximos/lejanos», «los que entienden/ los que no entienden». Por eso, dice, el texto adquiere un carácter de intimidad sobre la base del principio «quien debe entender, entenderá».

La transmisión de información en el interior de una «estructura sin memoria», como la llama Lotman, garantiza ciertamente un alto grado de identidad. Si emisor y destinatario estuvieran dotados de códigos iguales y totalmente exentos de memoria la comprensión entre ellos sería perfecta, pero el valor de la información transmitida sería mínimo y la misma información rigurosamente limitada. La comunicación normal, y aún más el normal funcionamiento de la lengua, lleva implícita —como sostiene Lotman— el supuesto de una no identidad de partida entre el hablante y el oyente.

Si el viejo estructuralismo consideraba el texto como piedra angular, como entidad separada, aislada, estable y autónoma, las investigaciones semióticas contemporáneas, bien que tomándolo también como punto de partida, han dejado de verlo como objeto estable para concebirlo como una intersección de los puntos de vista del autor y del público. Desde hace tiempo Lotman ha insistido en ver el acto comunicativo no como una transmisión pasiva de información, sino como una recodificación, si se quiere utilizar la jerga informacionalista, o, más precisamente, una traducción. Desde el mismo informacionalismo ya se había sostenido que el receptor debe reconstruir el mensaje recibido, por lo que la incomprensión, la comprensión incompleta, etc., no son productos laterales del intercambio debidos al ruido —irrución del desorden, de la entropía, de la desorganización en la esfera de la estructura de la información— en el canal de la comunicación, y, por tanto, algo no inherente a la comunicación, sino que, por el contrario, corresponden a su esencia real. Consideraciones éstas ilustradas en la obra de Lotman con numerosos ejemplos que sirven de advertencia a la hora de enfrentarse al análisis de los textos. Así, en el marco de la cultura medieval serán diferentes las normas ideales del comportamiento del caballero y del monje.

Su comportamiento parecerá sensato —comprenderemos su «significado»— sólo si adoptamos para cada uno de ellos estructuras de códigos particulares —cualquier tentativa de emplear otro código hace aparecer tal comportamiento como «sin sentido», «absurdo» o «ilógico», y no lo descifra.

En un determinado nivel estos códigos resultarán opuestos entre sí. Mas, aclara Lotman, no se trata de la oposición de sistemas no conexionados y por consiguiente diferentes, sino de una oposición en el interior del mismo sistema; por ello en otro nivel puede ser reconducida a un sistema de codificación invariante.

Lotman

Lotman y Uspenski daban también un ejemplo extraído de la obra del cibernético Wiener: para los maniqueos el diablo es un ser malévolo que dirige consciente e incondicionalmente su poder contra el hombre; para San Agustín, en cambio, el diablo es fuerza ciega, entropía, dirigida sólo objetivamente contra el hombre a causa de la debilidad e ignorancia de éste…

Otra peculiridad de los textos (culturales) —su movilidad semántica— puede aclararnos el ejemplo de la conferencia del matemático; el mismo texto puede proporcionar a sus distintos «consumidores» una información diferente. Sirva aquí también el ejemplo que nos da Lotman; el lector moderno de un texto sagrado del Medioevo descifra la semántica reuniendo códigos diferentes de los usados por el creador del texto. Además, cambia igualmente el tipo de texto: en el sistema de su creador pertenecía a los textos sagrados, mientras que en el sistema del lector pertenece a los artísticos.

Si, como dice Lotman, el texto «selecciona» el público a su imagen y semejanza, fija unos confines que trasladados a la cultura establecen una oposición, que puede considerarse un universal cultural, «nosotros/ellos» en la que se encuentran correlatos topológicos como «dentro/fuera», «interno/externo», ete. Pensemos, como ejemplo de oposición «nosotros/ellos», en la que oponía culturalmente los griegos a los bárbaros que vivían «fuera» de la polis. La etimología de bárbaro (gr.: barbaros, lat.: barbarus) viene de bar-bar, balbucear, que, por mor de la onomatopeya, sugiere incomprensión.

Weinrich ha señalado cómo la palabra bar-bar presenta un perfil fonético caracterizado por la unión de la consonante b y de la vocal a en conjunción con una líquida, en este caso r. Existe un contraste máximo entre la clausura de la oclusiva bilabial b y la abertura extrema de la vocal a. En las más diferentes lenguas del mundo se encuentra el mismo contraste para designar «mamá» y «papá» en la primera infancia. Por Jakobson sabemos que el lenguaje infantil se constituye sobre la base de recurrencias fonéticas muy contrastadas. Los grandes contrastes son más fáciles de percibir y de realizar por los niños y por tal razón perduran más tiempo en el estado de afasia. Por ello se puede establecer una analogía entre el bárbaro y el niño (lat.:infans) que balbucea muy rápidamente y de modo incomprensible.

No debe sorprender, pues —estamos inmersos en el espacio de la lengua—, que esa oposición «nosotros/ellos», «los de dentro» (polis) contrapuestos a «los de fuera», se base en la capacidad de reconocer la propia lengua, una lengua capaz de sorprenderse ante otra que incluso no es reconocida como tal, que carece de gramática y apenas resulta perceptible como un balbuceo o una insuficiente expresión infantil. Los griegos tienen una lengua; los bárbaros, no.

La adaptación semiótica a las reglas de una civilización externa suele estar ligada a la dicotomía «cultura/ barbarie». Los antiguos griegos llamaban bárbaros a los persas y egipcios, que les superaban por la riqueza de su tradición cultural; los romanos consideraban bárbaros a los cartagineses y a los griegos. Las estirpes arías, que habían conquistado la India, llamaban con el término sánsérito mleceha, que parece tiene algunos matices del griego barbaroV a las poblaciones originarias del valle del río Indo, creando así, según Lotman, una situación absolutamente falsa. Siendo ellos mismos bárbaros, acusaban de barbarie a los herederos de las civilizaciones precedentes. Más tarde afiadirían a este elenco de «despreciables extranjeros» a árabes, turcos y chinos. Del mismo modo los árabes, poco después de haber entrado en el mundo civil, utilizan la palabra adjami que tenía el mismo significado de bárbaro, para definir a los persas, herederos de aquella antigua y elevada cultura contra la cual habían luchado por la influencia sobre el mundo musulmán (U.R. Jones). En fin, cabe aquí recordar el dictum de Montaigne (1, 31): «Cada cual llama barbarie a lo que no forma parte de su costumbre.»

En la realidad, dice Lotman, encontramos siempre la presencia del otro: otro hombre —exterior al sistema y no a él—, otra estructura, otro mundo. La función de este otro es inmensa y consiste justamente en el hecho de colocarse fuera de todas las funciones y de irrumpir perturbadoramente en el «mundo habitual». Toda cultura crea su propio sistema de «marginales», de desechados, aquellos que no se inscriben en su interior y que una descripción sistemática y rigurosa excluye. Para Lotman, la irrupción en el sistema de lo que es extrasistemático constituye una de las fuentes fundamentales de transformación de un modelo estático en uno dinámico.

Ya hemos visto que la diferencia entre el conferenciante y el público que huye es una diferencia de experiencia semiótica y de estructura de código. Una cierta comodidad heurística ha hecho que los estudios de comunicación establecieran compartimentos estancos para describir los distintos elementos —emisor, mensaje y destinatario— del sistema comunicativo, considerando el texto como un anillo pasivo de la transmisión de una información que es la misma a la entrada (emisor) y a la salida (destinatario). De ese modo la diferencia de información en la entrada y en la salida es posible sólo como consecuencia de las interferencias en el canal y sancionada como una imperfección técnica del sistema. Sin embargo, tal y como estamos viendo, ese texto que se deforma, modifica, transforma, tiene una función: la de producir nuevos significados. Lo que podría ser considerado una imperfección técnica del sistema es, en cambio, en este caso una norma, y la característica estructural del trabajo del texto que Lotman gusta de llamar «mecanismo pensante» es su heterogeneidad interna. Un mecanismo constituido por un sistema de espacios semióticos heterogéneos en el interior de los cuales circula la información transmitida. En este caso, sostiene Lotman, el texto no es la manifestación de un solo lenguaje. Para producirlo son necesarias al menos dos lenguas; ningún texto de este tipo puede ser descrito adecuadamente desde el punto de vista de un único lenguaje. El texto es concebido por Lotman como un espacio semiótica en el interior del cual los lenguajes interactúan, se interfieren y se autoorganizan jerárquicamente.

El problema del texto está ligado de modo orgánico a un aspecto pragmático; al «uso» que el público, por seguir con nuestro ejemplo, hace del enunciado recibido. Lotman nos ha advertido de que la pragmática del texto es a menudo inconscientemente identificada por los investigadores con la categoría de lo subjetivo en la filosofía clásica, lo que explicará que sea considerada algo externo y extraño, que puede alejarse de la estructura objetiva de¡ texto.

Mas el elemento externo, sea éste otro texto, el lector —que puede ser visto también como «otro texto»— o el contexto cultural, es necesario para que se cumplan las posibilidades virtuales de generar nuevos sentidos, encerrados —si se quiere— en lo que podría denominarse invariante del texto. En la relación pragmática que se establece entre el texto y el público la transformación de la consciencia de éste es pues la manifestación del mecanismo del texto en el proceso de su funcionamiento.

Se puede suponer, por tanto, que sistemas constituidos por elementos netamente separados uno de otro y funcionalmente unívocos no existen en la realidad en una situación de aislamiento. Lotman propone integrar los distintos componentes en un continuum semiótica que ha dado en llamar semioesfera, un concepto que ofrece ciertas analogías con el de bioesfera, introducido por el bíogeoquímico Vladimir Ivanovich Vernardiski (1863-1945). En sus Pensamientos filosóficos de un naturalista Vernardiski comienza afirmando que «el hombre, como en general todo lo que vive, no constituye un objeto en sí mismo, independiente del ambiente que lo circunda … » «En la biosfera todo organismo vivo —objeto natural— es un cuerpo natural vivo. La materia viva de la bioesfera es el conjunto de los organismos vivos presentes en su interior.» Si para Vernardiski «la bioesfera tiene una estructura perfectamente definida, que determina sin exclusiones todo lo que acaece en su interior», para Lotman «la semioesfera es aquel espacio semiótica fuera del cual no es posible la existencia de la semiosis».

Dado que uno de los conceptos fundamentales ligados a la delimitación semiótica es el de confín, es difícil imaginario en un concepto tan abstracto como el de semioesfera. Para Lotman el confín semiótico es la suma de los «filtros» lingüísticos de traducción.

Pasando a través de dichos filtros el texto es traducido a otra lengua (o lenguas) que se encuentran fuera de la semioesfera dada. La «clausura» de la semioesfera se manifiesta por el hecho de que no puede tener relaciones con textos que le son extraños desde un punto de vista semiótico, o con «no textos». Para que un texto adquiera realidad en la semioesfera, es necesario traducirlo a una de las lenguas de su espacio interno, semiotizar los hechos no semióticos. Así visto, el concepto de confín se relaciona con el de individualidad semiótica. Por ello Lotman describe la semioesfera como «personalidad semiótica». Pero, como sabemos, el confín de la personalidad como fenómeno de la semiótica histórico-cultural depende de¡ criterio de codificación. Un ejemplo: en ciertos sistemas la mujer, los hijos, los siervos, los vasallos pueden formar parte de la personalidad del cabeza de familia y no tener una individualidad independiente de la de él. En otros sistemas pueden ser considerados personalidades distintas. Lotman pone el ejemplo siguiente: cuando Iván el Terrible castigó, junto al boyardo caído en desgracia, a todos sus siervos, el hecho no fue dictado por el miedo a la venganza (lo que era impensable), sino por la idea de que jurídicamente los siervos y el jefe de la casa constituían una sola personalidad. Era por tanto natural que la punición se extendiera también a aquéllos.

Lotman tiene un modo gráfico de explicar qué es la semiesfera: «Imaginemos una sala de museo en la que están expuestos objetos pertenecientes a siglos diversos, inscripciones en lenguas notas e ignotas, instrucciones para descifrarlas, un texto explicativo redactado por los organizadores, los esquemas de itinerarios para la visita de la exposición, las reglas de comportamiento para los visitantes. Si colocamos también a los visitantes con sus mundos semióticos, tendremos algo que recordará el cuadro de la semíoesfera.»

Semiósfera

Lo llamemos o no semioesfera, estamos inmersos en un espacio semíótico del que, como nos recuerda constantemente Lotman, somos parte inseparable: «Separar al hombre del espacio de las lenguas, de los signos, de los símbolos es tan imposible como arrancarle la piel que lo cubre.» En dicho espacio la personalidad humana es al mismo tiempo isomorfa respecto al universo de la cultura y parte de este universo.

En tanto que ciencia de la comunicación, la semiótica se fue desarrollando sobre unos textos que se repiten y su estructura. La importante investigación lotmaniana —y en general de toda la Escuela de Tartu— sobre los textos artísticos, únicos susceptibles de describir la tensión entre lo que se repite y lo irrepetible, han ampliado los confines de la disciplina, al considerar no sólo la transmisión de mensajes ya dados sino también la elaboración de mensajes nuevos. Y como hemos repetido en el comentario a la frase del científico ruso, si para transmitir información es suficiente un único canal (una única lengua), para elaborar una información nueva la estructura mínima requerida es de al menos dos. De ahí, insistimos, la importancia de los problemas conectados al poligiotismo, a la traducción y a la traducibilidad.

El estructuralismo tradicional, pero también el formalismo ruso, se basan en el principio de considerar el texto como un sistema cerrado, autosuficiente, organizado de manera sincrónica. Su aislamiento era no sólo temporal, respecto al pasado y al futuro, sino también espacial, del público y de todo lo que estuviera situado fuera de él.

Segun Lotman, la fase contemporánea de estos estudios complicaron tales principios. En el tiempo, dice, el texto es percibido como un momento artificialmente fijado entre el pasado y el futuro. La relación entre pasado y futuro no es simétrica. El pasado se deja aprehender en dos manifestaciones: la memoria directa del texto, encarnada en su estructura interna, en su inevitable contradíctoriedad, en la lucha inmanente con su sincronísmo interno, y externamente, como correlación con la memoria extratextual. «Es como si el espectador» —dice Lotman, colocándose con el pensamiento en aquel «tiempo presente» que es realizado en el texto— «dirígiese su propia mirada al pasado, que se va estrechando como un cono cuya punta se apoya en el tiempo presente.» Dirigiéndose a su vez hacia el futuro, el público se hunde en un haz de posibilidades que no han realizado todavía su elección potencial.

La mirada retrospectiva permite al historiador analizar el pasado desde dos puntos de vista: encontrándose en el futuro respecto al suceso descrito, ve frente a sí toda la cadena de las acciones realmente realizadas, transformándose en el pasado bajo la mirada de la mente; y mirando desde el pasado hacia el futuro conoce ya los resultados del proceso. Dice Lotman que es como si estos resultados todavía no se hubieran realizado y fuesen ofrecidos al lector como predicciones. En el curso de este proceso la casualidad desaparece totalmente de la historia. «La posición del historiador puede ser comparada a la de un espectador que ve por segunda vez una obra de teatro: por una parte, sabe cómo acaba una obra en cuya trama no hay nada de imprevisible. Es como si se encontrara en el tiempo pasado del cual obtiene el conocimiento del desenlace, pero a la vez, como espectador que mira la escena, se encuentra en el presente y tiene de nuevo el sentimiento de lo ignoto, como si no supiera de qué forma termina la obra. Estas experiencias se funden de manera paradójica en un cierto sentimiento simultáneo.» De ese modo, dice, el acontecimiento acaecido se presenta en una interpretación pluriestructurada: de un lado como la memoria de una explosión apenas vivida; del otro adoptando los rasgos de una inevitable predestinación.

La mirada del historiador es un proceso secundario de transformación retrospectiva. El historiador mira el acontecimiento con una mirada dirigida del presente al pasado. (Cabe aquí recordar a Croce: la historia es siempre contemporánea, reflexión de] pasado desde nuestro presente.) Esta mirada, por su misma naturaleza, sostiene Lotman, transforma el objeto de descripción. El cuadro de los acontecimientos, caóticos para el simple observador, sale de las normas de¡ historiador ulteriormente organizado. Es propio de¡ historiador partir de la inevitabilidad de lo que ha acontecido, pero su actividad creativa se manifiesta en otro lugar: partiendo de la multiplicidad de los hechos conservados por la memoria que llega con la máxima fiabilidad al punto conclusivo. Este punto, dice Lotman, en cuya base existe la casualidad, cubierto superficialmente por un velo de conjeturas arbitrarias y de vínculos de causa y efecto pseudoconvincentes, adquiere bajo la pluma del historiador un carácter casi místico.

Si traigo a colación aquí estas reflexiones sobre la historia y el historiador ello se debe, ante todo, a la necesidad de salir al paso de ciertas concepciones que consíderan los estudios semióticos como ahistóricos. Es cierto que en los inicios, digamos «inmanentes», de estos estudios algunos sectores de la cultura fueron aislados de] espacio histórico que los rodeaba; fue una elección en parte obligada y en parte polémica. Al plantearse, desde la semioesfera, la relación entre la semiosis y el mundo externo, la semiótica ha entrado necesariamente en el espacio de la historia. Sí cierta historiografía se ha ocupado de procesos lentos, de transformaciones lentas e imperceptibles, de invariantes históricas puestas bajo el signo de la longue durée, estudios como los que la Escuela de Tartu-Moscú ha dedicado al arte, «hija de la explosión», han pasado de una preocupación por los procesos graduales en el seno de la lingüística a los denominados procesos explosivos.

Una pregunta básica, presente en los últimos trabajos de Lotman, ha sido justamente: ¿sobre qué se basa el desarrollo de la cultura?, ¿sobre la gradualidad o sobre la explosión? Sin osar responder a tamañas cuestiones, parece razonable pensar que el estudio de los procesos de larga duración, de extensión plurisecular, y el estudio del resplandor de la explosión, de la brevedad atemporal, son dos aspectos del análisis histórico que no sólo no se excluyen, sino que se interrelacionan. La realidad histórica, afirma Lotman, es siempre más compleja que los modelos de los historiadores, aunque no podría ser comprendida sin la existencia de éstos.

Es necesario tener en cuenta que, superado cierto margen de tolerancia, dice, el pensamiento científico se transforma en metáfora poética.

Al ocuparse del confín entre la semiótica y el mundo externo, en esta fase fuera de toda moda, la semiótica puede ser definida como la ciencia que se ocupa de la teoría y de la historia de la cultura. El de Lotman es un proyecto ambicioso que estoy convencido nos capacita para superar unos estudios de comunicación que si, como hemos subrayado en este artículo, comenzaron con un alegre confort heurístico no logran salir del todo de una larga somnolencia.

© Jorge Lozano 1998
Este trabajo fue publicado en el número doble 145-146 julio-agosto (1995) de Revista de Occidente.

Fuente: Espéculo.
El URL de este documento es http://www.ucm.es/OTROS/especulo/numero8/lozano.htm

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Qué es la antropofagia (categoría cultural)

ANTROPOFAGIA

Es el acto que plantea una corriente del modernismo brasileño a partir de la segunda década del siglo XX de asimilación, ritual y simbólica, de la cultura occidental. Es la incorporación de la alteridad, en este caso la cultura del conquistador, a través de la metáfora del comer, a la cultura brasileña mediante lo que se postula histórica y literariamente como la propia tradición del Brasil.

El modernismo en Brasil, a diferencia de los pueblos hispanos, es el período en el cual se desarrollan diversas vanguardias plásticas, literarias y musicales. Mientras en los pueblos hispanoparlantes el modernismo es un movimiento que acentúa los lazos con la tradición europea y hace hincapié en la forma de la obra, en el Brasil se resalta la ruptura con la tradición y se buscan conexiones con las manifestaciones artísticas que tengan las mismas inclinaciones en Europa. El modernismo brasileño tiene una importante conexión con el futurismo italiano, el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo. Este particular modernismo, llamado así por su ruptura con las formas del idealismo simbolista y el naturalismo, que representan en Brasil su período post-romántico, es un movimiento de renovación no solamente literario sino en general político y cultural.

El período de 1892 a 1930, considerado por la crítica como la fase de consolidación del modernismo, está inmerso en importantes acontecimientos políticos y sociales en el Brasil. Entre los años 1917 y 1920 estallan las grandes huelgas en São Paulo y Río de Janeiro, en 1922 se forma el Partido Comunista. En ese mismo año empiezan los levantamientos de grupos de la burguesía brasileña que culminan con la llamada revolución de 1924. Mundialmente, las líneas que más destacan en ese momento son los movimientos artísticos de vanguardia en Europa y la situación económica y política resultante de la primera guerra mundial. En medio de todo acontece la Semana de Arte Moderno en São Paulo el año de 1922, virtual acta de nacimiento del movimiento modernista. En ella se da a conocer la obra de los creadores más importantes del Brasil, así como la de algunos jóvenes aún desconocidos. Se encuentran por ejemplo, Guilherme de Almeida, Ronald de Carvalho, Menotti del Picchia, Mario de Andrade, Oswald de Andrade, Sergio Millet, Sergio Buarque de Hollanda y Graça Aranha.

El problema que enfrenta Brasil es el de su formación como país, y una línea fundamental de los movimientos modernistas son las ideas y prefiguraciones que se tienen del propio Brasil. Así se dan dentro del movimiento, por un lado, las tendencias hacia el nacionalismo metafísico que intenta demarcar las esencias de la nación y el nacionalismo práctico verdeamarelo ligado al espiritualismo católico y, por el otro, el grupo que propondrá la antropofagia. Divididos básicamente en dos tendencias, Antonio Candido ve en la propuesta antropofágica “la vocación dionisiaca” de Oswald de Andrade, Raúl Bopp y Mario de Andrade y en los manifiestos Pau Brasil (1924) y Antropofágico (1928) del mismo Oswald de Andrade, “la actitud de devoración frente a los valores europeos; y la manifestación de un lirismo telúrico al mismo tiempo que crítico, hundido en un inconsciente individual y colectivo, del cual Macunaíma sería su más alta expresión” (Andrade, 1979: 223 y 224).

El término se va construyendo en una compleja relación, mediante las herramientas de las vanguardias, entre la necesidad de un pasado propio y de un presente del Brasil. La metáfora de la antropofagia no puede ser equiparada a la idea del buen salvaje ni propone un regreso al estado de naturaleza de los pueblos originarios en el Brasil. Para entenderla cabalmente, es necesario considerar la misma metáfora. Señala Luiz Costa Lima:

Parece, em primeiro lugar, útil ressaltar que, na antropofagia, o inimigo não é identificado com algo impuro ou com um corpo poluído, cujo contato então se interditasse. Esta antes seria uma concepção própia aos puritanos. Deste modo, a negação do inimigo, sua condenação ao completo esquecimento representa o avesso do que postula o Manifeto. Em segundo lugar, convém destacar que a antropofagia, tanto no sentido literal como no metafórico, não recusa a existênçia do conflito, senão que implica a necesssidade da luta. Recusa sim confundir o nimigo com o puro ato de vingança. A antropofagia é uma experiência cujo oposto significaría a crenca em um limpio e mítico conjunto de tragos, do qual a vida presente de um povo haveria de ser contruída (Costa Lima, 1991: 26).

(Parece, en primer lugar, útil resaltar que, en la antropofagia, el enemigo no es identificado con algo impuro o con un cuerpo contaminado, cuyo contacto entonces se interfiriera. Ésta sería antes una concepción propia a los puritanos. De este modo, la negación del enemigo, su condenación al completo olvido representa lo contrario de lo que postula el Manifiesto. En segundo lugar, conviene destacar que la antropofagia, tanto en el sentido literal como en el metafórico, no rehúsa la existencia del conflicto, sino que implica la necesidad de la lucha. Rehúsa sí confundir al enemigo con el puro acto de venganza. La antropofagia es una experiencia cuyo opuesto significaría la creencia en un limpio y mítico conjunto de trazos, del cual la vida presente de un pueblo habría de ser construida).

Metafóricamente, es al deglutir las formas del arte de Europa que estos escritores brasileños figuran su pasado. El modernismo libera entonces de una manera alegórica una serie de datos históricos, sociales y étnicos, en forma de imágenes y símbolos que dan gran fuerza a sus obras y a su lenguaje. Como señala Antonio Candido, en el proceso antropofágico existe un sentimiento de triunfo y de encuentro profundo del mestizo que por un momento rompe la ambigüedad fundamental: “de ser un pueblo latino, de herencia cultural europea, pero étnicamente mestizo, situado en el trópico e influenciado por las culturas primitivas, amerindias y africanas” (Candido, 1991: 220). Sin embargo, ese primer resultado de la antropofagia no deja de mantener un alto grado de humor e ironía como lo ve Luiz Costa: “Associando agudeza e humor. 0 Manifiesto antropófago tem como base uma questão existencial: a de ajustar a experiência brasielira da vida com a tradição que heredamos. 0 problema era como alcançálo. Provavelmente, a questão encontra sua melhor formulaçáo na glosa tropical da frase shakespeariana: Tupi, or not tupi that is the question” (Costa, 1991: 26). (Asociando agudeza y humor. El Manifiesto antropófago tiene como base una cuestión existencial: la de ajustar la experiencia brasileña de la vida con una tradición que heredamos. El problema era cómo alcanzarlo. Probablemente, la cuestión encuentra su mejor formulación en la glosa tropical de la frase schakesperiana: Tupi, or not tupi that is the question).

El hecho resulta de algo que también sucede, por ejemplo, en la obra de Lezama Lima. Existe una ingenuidad que se troca confianza en uno mismo, en el paisaje y en el pasado, el cual se está dispuesto a reconstruir con plena certeza en su fuerza constitutiva presente. Oswald de Andrade escribió en su Manifiesto Antropófago: “Núnca fomos catequizados. Vivemos através de um direito sonámbulo. Fizemos Cristo nascer na Bahia. Ou em Belém do Pará”. (Nunca fuimos catequizados. Vivimos a través de un derecho sonámbulo. Hicimos nacer a Cristo en Bahía. 0 en Belém de Pará) y más adelante, “Contra as historias do homen que começam no Cabo Finisterre. 0 mundo não datado. Não rubricado. Sem Napoleão. Sem César”. (Contra las historias del hombre que comienzan en el Cabo Finisterra. El mundo no fechado. No firmado. Sin Napoleón. Sin César). Para de ahí pugnar por la memoria propia, con la que se juega y se dispone a engullir todas las lenguas del mundo. “Contra o mundo reversível e as idéias objetivadas. Cadaverizadas. 0 stop do pensamento que é dinâmico. 0 individuo vítima do sistema. Fonte das injustiças clássicas. Das injustiças románticas. E o esquecimento das conquistas interiores”. (Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del pensamiento que es dinámico. El individuo víctima del sistema. Fuente de las injusticias clásicas. De las injusticias románticas. Y del olvido de las conquistas interiores).

Andrade, Mario de. Macunaíma, (la. ed. 1928), Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1979. 0 movimento modernista, Casa do Estudante do Brasil, Río de Janeiro, 1942. Andrade, Oswald de. “Manifiesto Antropófago” (1a. ed, Maio de 1928), en Revista de Antropofagia, São Paulo, Ponta de langa, 1945. Obras Completas, t.V, Editora Civilizacáo Brasileira, Río de Janeiro, 1971. Bopp, Raul. Movimentos modernistas no Brasil, Livr. S. José, Río de Janeiro, 1966. Candido, Antonio. “Literatura y cultura de 1900 a 1945”, en Crítica Radical, 1a. ed., 1950, Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1991. Costa Lima, Luiz, “Antropofágia e Controle do Imaginario”, en Pensando nos tropicos, Editora Rocco, Brasil, 1991. Gomes, Roberto. Crítica da razão Tupiniquim, Criar edições, Ciritiba, 1986. Nunes, Benedito. “Antropofágia ao Alcance de Todos”, en Andrade, Oswald de. “Do Pau-Brasil et Antropofagia e ás Utopias”, Obras Completas, t. VI, Editora Civilizacao Brasileira, Brasil, 1978.

(COM)

Fuente: Diccionario de Filosofía Latinoamericana Sigue leyendo

Manifiesto Antropófago. Oswald de Andrade

Manifiesto Antropófago
Oswald de Andrade
Revista de Antropofagia, Año 1, No.1, mayo 1928.

Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.
Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz.
Tupi, or not tupi, that is the question.
Contra todas las catequesis. Y contra la madre de los Gracos.
Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago.
Estamos cansados de todos los maridos católicos sospechosos en situación dramática. Freud puso fin al enigma mujer y a otros temores de la sicología impresa.
Lo que obstaculizaba la verdad era la ropa, el impermeable entre el mundo interior y el mundo exterior. La reacción en contra del hombre vestido. El cine americano informará.
Hijos del sol, madre de los vivientes. Encontrados y amados ferozmente, con toda la hipocresía de la nostalgia, por los inmigrados, por los traficados y por los turistas. En el país de la gran serpiente.
Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi del Brasil.
Una conciencia participante, una rítmica religiosa.
Contra todos los importadores de conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida. Y la mentalidad prelógica para que la estudie el señor Lévy-Bruhl.
Queremos la Revolución Caraiba. Más grande que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en la dirección del hombre. Sin nosotros Europa no tendría siquiera su pobre declaración de los derechos del hombre.
La edad de oro anunciada por la América. La edad de oro. Y todas las girls.
Filiación. El contacto con el Brasil Caraiba. Ori Villegaignon print terre. Montaigne. El hombre natural. Rousseau. De la Revolución Francesa al Romanticismo, a la Revolución Bolchevique, a la Revolución Surrealista y al bárbaro tecnificado de Keyserling. Caminamos…
Nunca fuimos catequizados. Vivimos a través de un derecho sonámbulo. Hicimos nacer a Cristo en Bahía. O en Belén del Pará.
Pero nunca admitimos el nacimiento de la lógica entre nosotros.
Contra el Padre Vieira. Autor de nuestro primer préstamo, para ganar su comisión.
El rey analfabeto le había dicho: ponga eso en el papel pero sin mucha labia. El préstamo se hizo. Se gravó el azúcar brasilero. Vieira dejó el dinero en Portugal y nos trajo la labia.
El espíritu se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo. El antropomorfismo. Necesidad de la vacuna antropófaga. Para el equilibrio contra las religiones del meridiano. Y las inquisiciones exteriores.
Sólo podemos atender al mundo orecular.
Teníamos la justicia codificación de la venganza. La ciencia codificación de la Magia. Antropofagia. La transformación permanente del Tabú en tótem.
Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del pensamiento que es dinámico. El individuo víctima del sistema. Fuente de las injusticias clásicas. De las injusticias románticas. Y el olvido de las conquistas interiores.
Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas.
El instinto Caraiba.
Muerte y vida de las hipótesis. De la ecuación yo parte del Cosmos al axioma Cosmos parte del yo. Subsistencia. Conocimiento. Antropofagia.
Contra de las élites vegetales. En comunicación con el suelo.
Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue Carnaval. El indio vestido como senador del Imperio. Fingiendo ser Pitt. O apareciendo en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses.
Ya teníamos el comunismo. Ya teníamos la lengua surrealista. La edad de oro.
Catiti Catiti Imara Natiá Notiá Imara Ipejú
La magia y la vida. Teníamos la relación y la distribución de los bienes físicos, de los bienes morales, de los bienes merecidos. Y sabíamos transponer el misterio y la muerte con la ayuda de algunas formas gramaticales.
Pregunté a un hombre lo que era el Derecho. Él me respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad. Ese hombre se llamaba Galli Mathias. Lo devoré.
Sólo no hay determinismo donde hay misterio. ¿Pero qué nos importa eso?
Contra las historias del hombre que empiezan en el Cabo Finisterra. El mundo no datado. No rubricado. Sin Napoleón. Sin César.
La fijación del progreso por medio de catálogos y televisores. Sólo la maquinaria. Y los transfusores de sangre.

Contra la sublimaciones antagónicas. Traídas en las carabelas.
Contra la verdad de los pueblos misioneros, definida por la sagacidad de un antropófago, el Visconde de Cairú: – Es mentira muchas veces repetida.
Pero no fueron cruzados los que vinieron. Fueron fugitivos de una civilización que estamos devorando, porque somos fuertes y vengativos como el Jabutí.
Si Dios es la conciencia del Universo Increado, Guarací es la madre de los vivientes. Jací es la madre de los vegetales.
No tuvimos especulación. Pero teníamos la adivinación. Teníamos Política que es la ciencia de la distribución. Y un sistema social planetario.
Las migraciones. La fuga de los estados tediosos. Contra las esclerosis urbanas. Contra los Conservatorios y el tedio especulativo.
De William James a Voronoff. La transfiguración del Tabú en tótem. Antropofagia.
El pater familias y la creación de la Moral de la Cigüeña: Ignorancia real de las cosas + habla de imaginación + sentimiento de autoridad ante la prole curiosa.
Es necesario partir de un profundo ateísmo para llegar a la idea de Dios. Pero la caraiba no lo necesitaba. Por que tenía a Guarací.
El objetivo creado reacciona con los Ángeles de la Caída. Después Moisés divaga. ¿Pero qué nos importa eso?
Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil había descubierto la felicidad.
Contra el indio de antorcha. El indio hijo de María, ahijado de Catalina de Médicis y yerno de D. Antonio de Mariz.
La alegría es la prueba del nueve.
En el matriarcado de Pindorama.
Contra la Memoria fuente de la costumbre. La experiencia personal renovada.
Somos concretistas. Las ideas se apoderan, reaccionan, queman gentes en las plazas públicas. Suprimamos las ideas y las otras parálisis. Por las rutas. Creer en las señales, creer en los instrumentos y en las estrellas.
Contra Goethe, la madre de los Gracos, y la Corte de D. Juan VI.
La alegría es la prueba del nueve.
La lucha entre lo que se llamaría Increado y la Criatura – ilustrada por la contradicción permanente entre el hombre y su Tabú. El amor cotidiano y el modus vivendi capitalista. Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo en tótem. La humana aventura. La terrenal finalidad. Pero, sólo la puras élites consiguieron realizar la antropofagia carnal, que trae en sí el más alto sentido de la vida y evita todos los males identificados por Freud, males catequistas. Lo que sucede no es una sublimación del instinto sexual. Es la escala termométrica del instinto antropófago. De carnal, él se vuelve electivo y crea la amistad. Afectivo, el amor. Especulativo, la ciencia. Se desvía y se transfiere. Llegamos al envilecimiento. La baja antropofagia aglomerada en los pecados del catecismo – la envidia, la usura, la calumnia, el asesinato. Plaga de los llamados pueblos cultos y cristianizados, es en contra de ella que estamos actuando. Antropófagos.
Contra Anchieta cantando las once mil vírgenes del cielo, en la tierra de Iracema, – el patriarca João Ramalho fundador de São Paulo.
Nuestra independencia aún no ha sido proclamada. Frase típica de D. Juan VI: – Hijo mío ¡pon esa corona en tu cabeza, antes que algún aventurero lo haga! Expulsamos la dinastía. Es necesario expulsar el espíritu de Bragança, las ordenaciones y el rapé de María de la Fuente.
Contra la realidad social, vestida y opresora, catastrada por Freud – la realidad sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin las prisiones del matriarcado de Pindorama.

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Bebiendo con Dylan Thomas en Nueva York. Un relato de Rubem Fonseca

Bebiendo con Dylan Thomas en Nueva York

por Rubem Fonseca
Premio Juan Rulfo 2003

“El bar era oscuro y encerrado; Dylan bebía encogido, parecía temer que le pisaran los pies, que se rieran de él, sintiéndose viejo e hinchado: esas pequeñas cosas horribles que nos suceden a todos borrachos, cansados y tristes…”

En el aeropuerto del Galeón, esperando abordar el moderno Constellation que me llevaría a Nueva York en más o menos veinte horas, un sujeto me preguntó por qué no iba, como él, a Europa, a París, en vez de perder mi tiempo en Estados Unidos. Había desdén en su voz. Los connaisseurs de nuestra burguesía aún no habían descubierto Manhattan. Era 1953, septiembre.

“Times Square es igualita a la Rúa Larga” (Río de Janeiro) dijo convencido. Y tal vez tuviera alguna razón; ambas eran sucias y pobladas por una plebe de tontos y gente muy pobre; en Río, miran las armas en los aparadores de las tiendas de caza y pesca, y en Manhattan los letreros luminosos de los cines y teatros. En las mañanas de los días hábiles, cientos de individuos de dientes cariados y ropa: descolorida ocupaban las banquetas de la Rúa Larga, caminando en el sentido de la avenida Río Branco “como una enorme oruga”. En Times Square era por la noche cuando provincianos y burgueses y delincuentes se mezclaban en un ambiente rufianesco de quimera y violencia. Dos calles amenazadoras.

Al llegar a Nueva York, me fui a vivir al Hotel Albert, que tenía la veleidad de llamarse The Albert. Estaba en una calle, University Place, cercana a Greenwich Village. Fue allí donde treinta años antes residió y escribió uno de sus libros Thomas Wolfe, adonde llegó venido de Harvard para enseñar en la Universidad de Nueva York.

The Albert era un hotel en ruinas que todavía ostentaba algo de su antiguo esplendor. Las lámparas de cristal cortado hacían brillar los pasamanos de metal de sus escaleras, y los rojos tapetes agujerados le daban un aire decadente, pero grandioso y digno. Pasadas algunas noches, sin embargo, The Albert comenzó a parecerme siniestro. Las luces de mi enorme habitación eran débiles y, en la penumbra amarillenta, las cortinas y los muebles oscuros me entristecían. En aquel cuarto leí a Wolfe por primera vez. Uno de los porteros del hotel, un negro de cabellos blancos y una inofensiva afición a mentir, me aseguró que yo estaba en el mismo cuarto de Wolfe, y que él había visto al escritor trabajando -esto es, rasgando los papeles que escribía. “Writers are crazy people”, dijo. El libro que Wolfe escribió en ese entonces fue “Of Time and the River”. Es la historia de un joven que sale de casa para estudiar en una universidad distante, esperando huir de los recuerdos de su infancia y convertirse en un gran escritor; sufre decepciones amorosas, viaja al extranjero y entonces esos recuerdos, que él pensaba haber borrado de su memoria, vuelven todos -nombres de ríos y accidentes geográficos, colores, olores y sabores, los rostros de su familia. Movido por la nostalgia y reconciliado consigo mismo, el joven vuelve a casa.

En The Albert sufrí de insomnio, lo que me llevó varias veces a salir por las calles, casi siempre rumbo a Washington Square, que quedaba cerca del hotel. Cubierto con un abrigo grueso, negro, que había comprado tan pronto como llegué, me acostaba en el círculo de cemento del centro del parque, con la cabeza apoyada en el borde que lo circunda, y me quedaba viendo al cielo, mirando el día rayar y al sol hacer refulgir las alamedas cubiertas de rojizas hojas otoñales, mientras unos vagabundos, hombres y mujeres, me pedían cigarros y me contaban sus desgracias, siempre con un hondo aliento de alcohol que ni el frío húmedo conseguía disipar.

Antes de septiembre terminé mudándome y me fui a vivir, la primera de muchas veces, al Chelsea. El Hotel Chelsea estaba en la Calle 23, entre la Séptima y la Octava avenidas. Alguien lo tildó de “anomalía gótica victoriana”, debido tal vez al tejado de pizarra, a las torres y balcones de hierro forjado. Construido en 1884, fue, desde aquella época, residencia de artistas y escritores. Fueron huéspedes permanentes Mark Twain, William Dean Howells, O. Henry, Edgard Lee Masters, James T. Farrel, Mary McCarthy, Virgil Thomson (el compositor), Brendam Benham, Nelson Algren, William Burroughs, Vladimir Nabokob, Gregory Corso, Arthur Miller, Julius Lester y otros, inclusive Wolfe, huésped en 1937 y 1938, probablemente evadido, como yo, delAlbert. En el Chelsea, Wolfe terminó sus dos últimos libros,antes de viajar para Baltimore. Seguramente no existió hotel en este planeta donde hubieran residido tantos escritores importantes. Una investigación en los libros de registro del Chelsea revelaría aún a varios otros, no sólo americanos y europeos, sino también de otras partes del mundo. El edificio se consideraba monumento histórico de la ciudad, y su fachada ostentaba una placa de bronce con el nombre de algunos de sus ilustres ocupantes.

Pasé a frecuentar el bar del Chelsea. (Después transformado en un restaurante español llamado Don Quijote, donde, por lo menos hasta 1977, se bebía buen vino y se comía una paella mediocre). El bar estaba lleno de escritores y artistas, principalmente de teatro y de las artes visuales. Entre ellos se destacaba Dylan Thomas, tenido por uno de los más importantes poetas de su generación. Oriundo de gales, publicó su primer libro, “Eighteen poems”, a los veinte años, y le fue reconocido enseguida como un trabajo de fuerte originalidad y talento. Dylan Thomas realizaba su cuarta tournée por Estados Unidos, y tenía una vez más un gran éxito, principalmente en Nueva York, por la manera violentamente emotiva con que leía sus poemas, y por la percepción penetrante con que trataba los temas del nacimiento y la muerte, la alegría, el dolor y la belleza. También era famoso por sus borracheras y groserías, que se perdonaban por ser él, como dijo uno de sus cronistas, John Brinnin, “el más puro poeta lírico del siglo veinte”.

Un día estaba él recargado sobre la barra del bar y coincidió que quedáramos uno junto al otro. Dylan bebía cerveza y whisky, alternados. No me acuerdo de qué conversamos. Recuerdo sus ojos ligeramente desencajados, inteligentes, con la luz que sólo existe en la mirada de los poetas que se despiden de la vida. A lo blanco de la esclerótica lo cruzaban finas venas rojizas que parecían cambiar el color del iris. Su rostro era rollizo y vulnerable como un globo sin forma. La voz era levemente gutural, pero sin aristas, velada, aunque mostraba todas las tensiones de su mente. Los escritores alcohólicos son cosa común. Las conversaciones de borrachos no son para tomarse en serio. No le di importancia. Es así como los poetas más jóvenes tratan a los más viejos.

Pero al llegar a mi cuarto, antes de dormir, escribí, en una carta:
El bar era oscuro y encerrado; Dylan bebía encogido, parecía temer que le pisaran los pies, que se rieran de él, sintiéndose viejo e hinchado: esas pequeñas cosas horribles que nos suceden a todos borrachos, cansados y tristes. ¿Dónde estaría la furia? ¿Dónde, la ira contra la luz que se oscurecía en este bar del hotel de la Calle 23? A su lado sentí el aliento del animal finalmente domesticado: parecía dispuesto a entrar en la noche plena y misericordiosa de la que habla en su poesía.

Durante la madrugada de ese día, una ambulancia vino a recoger a Dylan Thomas y lo llevó para morir en el hospital Saint Vicent. Era noviembre. Pronto llegó la nieve y no tardó mucho la ciudad en olvidar al poeta.

en El Mercurio. Artes y Letras, domingo 4 de enero de 2004
©Letras Libres. Traducción de Lourdes Hernández F.

Fuente: http://www.letras.s5.com/rf100504.htm

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Tarsila Do Amaral. Pintora Brasileña

Tarsila Do Amaral

(Capivari, 1886-São Paulo, 1973) Pintora brasileña. En 1916 comenzó sus estudios de arte en Sâo Paulo y en 1920 los continuó en París, donde estudió con los pintores cubistas franceses André Lhote, Fernand Léger y Albert Gleizes. Celebró su primera exposición individual en París en 1926, y en ella se pudo ver la que sería su obra más emblemática, La Negra (1923).

Su relación con el escritor brasileño Oswald Andrade, con quien vivió durante unos años, contribuyó al intercambio de ideas entre artistas brasileños de vanguardia y escritores y artistas franceses. Sus telas reflejan una gran diversidad de influencias. Por lo general, representan paisajes de su país con una vegetación y fauna de vívidos colores, de formas geométricas y planas con influencias cubistas. Al igual que otros artistas brasileños de su época, estaba interesada en los orígenes africanos de su cultura y solía incorporar a su obra elementos afrobrasileños.

A finales de la década de 1920 comenzó a pintar una serie de paisajes brasileños de corte onírico influidos por el surrealismo francés. Tras un viaje a Moscú en 1931, incorporó aspectos del realismo socialista, estilo artístico oficial aprobado por el gobierno soviético en el que se representaba a obreros y campesinos en posturas monumentales y heroicas. Sin embargo, pronto retornó a sus temas iniciales, y pintó cuadros surrealistas de figuras alargadas en los que plasmó las brillantes tonalidades rosas y anaranjadas de la tierra brasileña.

Fuente: Biografías y vidas

“Abaporu” – Tarsila do Amaral – 1928 Sigue leyendo