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Acerca de Richard Angelo Leonardo Loayza

Es más que seguro que mi hermano Marco Antonio y yo sabíamos lo que nos esperaba afuera; por eso, a pesar de las urgencias y los dolores de nuestra pobre madre, nos negamos a salir hasta el décimo mes. Mi hermano cayó en batalla y muy temprano; el caso es que desde ese terrible día siento que algo me falta. Das ding? diría el viejo Lacan, recordando a Freud. No lo sé. Quería iniciar esta aventura hablando de aquel del cual nunca hablo. Quería buscarle una respuesta a la soledad del corredor de fondo, mi soledad. También tengo un hermano, Percy, a quien debo más de lo que él cree. Por qué perder el tiempo con un blog. Porque es el medio perfecto para compartir ideas (tanto las mías como las de aquellos que pueden decir mejor las cosas que yo). Por eso, aquí se pueden hallar una serie de textos nómades, que emigran de blog en blog, con la única intención de difundir ideas, muchas ideas. Es necesario que lo comenten? No, solo es fundamental leerlo. Después de todo también se puede escribir en lo virtual, que no es como en el aire, no? Tal vez es necesario soltar una palabra como quien suelta una botella al mar, como quien suelta una promesa, una queja, un grito de guerra. TODO EL MATERIAL USADO TIENE FINES ACADEMICOS SALVO EL SABER, TODO ES ILUSION

Qué es el capital simbólico

CAPITAL SIMBOLICO

Bourdieu introduce de hecho una cuarta especie de capital: el capital simbólico. Se trata de ciertas propiedades que parecen inherentes a la persona misma del agente, como la autoridad, el prestigio, la reputación, el crédito, la fama, la notoriedad, la honorabilidad, el buen gusto, etc. Así entendido, el capital simbólico “no es más que el capital económico o cultural en cuanto conocido y reconocido” (1987: 160).

Bourdieu, P (1987),147 citado por Joerges, B y Nowotny, H. (2003). Social Studies of Science and Technology: Looking Back, Ahead. Netherlands: Springer.

Fuente: Algo más que capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo

DECONSTRUCCIÓN Y LATINOAMERICANISMO

DECONSTRUCCIÓN Y LATINOAMERICANISMO
(Unión de dos polos en la geopolítica del conocimiento)

Por: CLAUDIA GONZÁLEZ CASTRO

En las líneas posteriores a esta introducción, intentaremos un acercamiento a la relación entre la filosofía de la deconstrucción, emergente desde la hegemonía de la geopolítica del conocimiento, y la posibilidad de erigir un pensamiento latinoamericano, que se libere de los conceptos de “modernización” y “colonización”, impuestos por la colonialidad del poder que nos ha delimitado históricamente. Dicho de esta manera, pareciera posible abordar la deconstrucción como una vertiente de las Teorías Críticas. Es necesario considerar entonces, que la deconstrucción no pertenece a la tradición de la Crítica, pero convergen en el momento en que ambas se traducen en un espacio de sospecha y han constituido un conjunto de influencias que han impulsado la crítica social y política en América Latina. La deconstrucción aporta a la posibilidad de la crítica entregando ciertos elementos de su filosofía. En primer lugar no hay que perder de vista que esta consiste en una posición filosófica que se relaciona con la textualidad y su análisis. Podríamos definirla en un primer intento (y muy superficialmente) como “operaciones de lectura” que son factibles de proyectar hacia la reflexión política y de esta manera mimetizarse con un ejercicio crítico. Es decir, sin dirigirse originalmente hacia el develamiento de intenciones políticas, en su análisis del discurso, permite elucidar aquello que la crítica persigue como objeto de análisis. La deconstrucción no se enmarca en los términos de la crítica además, porque escapa al sentido de un juicio valorativo que emana de una decisión establecida a partir de una serie de jerarquías.

Sin embargo, y aunque el ejercicio filosófico de Derrida, primeramente no tuvo pretensiones políticas y se dirigía, más bien a la textualidad, es imposible rechazar la utilidad de cualquier ejercicio filosófico para la comprensión de la naturaleza política, aunque este sea tema de otro debate entre autores como Simon Critchley y Ernesto Laclau, que concuerdan con la importancia de la deconstrucción para la política[1], contradichos por Richard Rorty quien no confía en la utilidad de la estrategia derrideana para la comprensión de los problemas políticos. Tal como él lo explica: “no creo que la desconstrucción haya hecho demasiado ni por el estudio de la literatura ni por la comprensión de nuestros problemas políticos, no porque la desconstrucción sea una mala filosofía, sino porque no podemos esperar demasiado de la filosofía. No le pediríamos a la filosofía, o a algo similar, que cumpla con tareas para las cuales no está preparada. A pesar de que he aprendido mucho de los escritos de Laclau, pienso que sobreestima la utilidad política de Derrida (…)”[2]

Hecha la aclaración entre las convergencias entre Teorías Críticas y Deconstrucción, nos acercaremos, en una primera instancia, al término deconstrucción (aún sabiendo las dificultades que eso implica) para luego revisar las posibles imbricaciones con el levantamiento de un pensamiento latinoamericano.

La Deconstrucción y el espacio de su génesis.

No es pretensión de este trabajo realizar una cronología de la implantación del concepto de Deconstrucción en la filosofía occidental, ni de las obras de Jaques Derrida, pero sí, se considera necesario situar su génesis a partir de la vinculación y oposición con el estructuralismo y la hermeneútica, ya que sin duda, esta relación de convergencia y divergencia con ambas tradiciones teóricas, determinarán el camino de la estrategia derrideana.

La deconstrucción en su origen objetivó la literatura, dirigiéndose hacia aquello que la literatura expresa pero no dice. Su posición filosófica se relaciona entonces, con la textualidad y su análisis. El punto de partida será la crítica del concepto lingüístico estructuralista. Derrida concibe el lenguaje, desde su propia posición estructuralista, como un sistema relacional en que cada término toma su sentido respecto a otro. Esto presenta el peligro del deslizamiento permanente en la cadena de significantes. Es decir, la remisión eterna de un signo a otro, sin la posibilidad de encontrar un punto donde detener las referencias mutuas. Para evitar este desplazamiento eterno, Derrida nos remite a un centro fijo o núcleo estructural que como tal, no puede alterarse sin la quiebra de todo el sistema. Entonces la objetividad virtual está dada por los principios inherentes de organización, es decir, el “sentido total de la estructura”. En palabras de Derrida: “(…) el centro cierra el juego que él mismo abre y hace posible. En cuanto centro, es el punto donde ya no es poible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. En el centro, la permutación o la transformación dee los elementos (que pueden ser, por otra parte, estructuras comprendidas en una estructura) está prohibida. Por lo menos ha permanecido siempre prohibida (y empleo esta expresión a propósito). Así pues, siempre se ha pensado que el centro que por definición es único, constituía dentro de una estructura justo aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructuralidad.”[3] Este núcleo, como se puede entender, debe tener un fundamento natural. No puede ser arbitrario y Derrida descubre su matriz fundamental en el intuicionismo fenomenológico Husserliano (que constituye la base de la corriente hermeneútica). La fenomenología de Husserl, intenta tematizar la operación constitutiva de los sentidos, penetrar y descubrir la estructura del ámbito trascendental de articulación de los objetos ideales, que estarían inmediatamente dados a la conciencia, no siendo el resultado de su reflexión sino de su premisa.[4]

La Deconstrucción, como se puede apreciar, se entiende a partir de la comprensión de las estructuras, por tanto, Deconstruir es un gesto estructuralista, o más bien, un gesto que asume la problemática estructuralista.

Desde este punto de partida es que podemos comprender la deconstrucción como una reinterpretación del texto, que se escabulle hacia los “querer decir” que van más allá de lo dicho. La deconstrucción se empeña en demostrar que los argumentos (que se organizan en una estructura jerárquica) poseen tanta razón, como carecen de ella. Es decir, pone en evidencia lo que se es y lo que no se es. Es la lectura de lo que no está escrito y la objetivación de aquello que no está, para reactivarlo, evidenciarlo y transformarlo. La búsqueda del querer decir del autor en el texto, acerca la deconstrucción hacia la Hermenéutica, pero a la vez la aleja de ella, en tanto la deconstrucción no persigue develar una verdad intrínseca en el texto, sino el descubrimiento de algo más, que abre la lectura en vez de cerrarla.

Es en este campo de análisis textual que surgen los conceptos, acuñados por Derrida de “indecidibilidad” y “differance”, en los que nos detendremos brevemente debido a su importancia al ensamblar el deconstruccionismo con el Latinoamericanismo. El primero de ellos (indecidibilidad) alude al espacio textual en el que convergen la posibilidad de algo y su imposibilidad: Esto significa que al interior de toda estructura, la condición de posibilidad de algo, es también la condición de su imposibilidad. Por tanto, toda estructura es indecidible, y deconstruir la estructura: “es lo mismo que demostrar su indecidibilidad, la distancia entre la pluralidad de ordenamientos que eran posibles a partir de ella y el ordenamiento real que finalmente prevaleció”[5]. Esto no significa quedar en suspenso dentro de la indecisión. Esto implica una decisión dentro de la indecidibilidad. La decisión sería entonces el movimiento que aleja la deconstrucción de el nihilismo nitzscheano. Si bien, ambos intentan desenmascarar las contradicciones de un determinado discurso, nietzsche articula su destrucción, mientras que Derrida supera la indecidibilidad con la decisión: “en una primera dimensión una verdadera decisión es algo mayor que un efecto derivado de una regla de cálculo y algo distinto de él. Una verdadera decisión siempre escapa a lo que cualquier regla puede esperar subsumir. Pero una segunda dimensión –correlativa- es que, en ese caso, la decisión tiene que estar basada en sí misma, en su propia singularidad. Ahora, esa singularidad no puede traer por la puerta trasera lo que no ha podido pasar por la entrada principal –la universalidad de la regla-. Ella se ve simplemente abandonada a su propia singularidad. Es por eso que, como lo expresa Kierkegaard, el momento de la decisión es el momento de la locura”[6]

Con el término “differance”, Derrida libera al significado de la unicidad y los ingresa al interior de un libre juego en el que se relacionan unos con otros en un proceso que en el que no existe autoridad dentro del texto, que declare significados únicos. Es el texto el espacio en que los términos obtienen su significado.

La differance, es un neologismo acuñado por Derrida que al escribir “differance” con “a” (y no con “e”, como el término francés original, situación que, por lo demás es imperceptible en la pronunciación francesa de ambos términos) pretende unir los conceptos de diferencia y diferir. Es decir por una parte implica ser diferente con respecto a otro (diferencia) y por otra parte implica aplazar o retrasar en el tiempo (diferir). Por tanto adquiere connotaciones espacio-temporales. Desde el sentido del espacio, la differance nos señala lo otro, lo diferente, lo que está afuera. Desde el sentido del tiempo, Derrida dice: “Diferir en este sentido es temporizar, es recurrir, consciente o inconscientemente a la mediación temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción del ‘deseo’ o de la ‘voluntad’, efectuándolo también en un modo que anula o templa el efecto”.[7]

Según las dimensiones espacio-temporales de la differance entonces, no existe un ser unitario, no existe la identidad (entendida como igualdad), de la misma forma todo es diferido y retrasado y no existe la posibilidad de su presencia inmediata.

Al interior de la deconstrucción de un texto, la differance elimina la posibilidad de que haya conceptos trascendentales o presencias absolutas. No puede haber ningún significado trascendental desde que todo significante remite exclusivamente a otros significantes: “(…)descubrir la huella que marca lo Uno con lo Otro desnudando la raíz de la imposibilidad de su presencia inmediata a sí, su disyunción originaria respecto de sí. Esta huella (esa différance constitutiva) es lo que da volumen al presente, lo densifica, dislocándolo; es lo que un significante representa siempre para otro signficante (la différance) una vez que se ha perdido todo significado trascendente. La articulación de un sentido suplementa este vacío estructural, pero este suplemento se encuentra, él mismo, ya marcado en su origen (la archihuella)”[8] Deconstruir un texto entonces, es poner en acción, la differance.

Deconstrucción y Latinoamericanismo

Antes de enfrentar ambos conceptos es necesaria una aclaración. Ya explicamos en la introducción a este escrito, que la Deconstrucción no se relaciona con una posición Latinoamericanística postcolonial desde la perspectiva de la crítica. Tampoco lo hace desde el análisis, ya que su ejercicio no culmina con el esclarecimiento de un elemento simple, indivisible, o un origen. De hecho, la Deconstrucción elimina la posibilidad de un origen. De la misma manera, debemos aclarar que la Deconstrucción no es un método, para esto tendría que tener características procesuales que la deconstrucción no tiene. Debería además contener un conjunto de operaciones ordenadas previamente en tanto el ejercicio de la deconstrucción, no está precedido de un orden que trace un camino, este sólo se ejerce y su desarrollo se evidencia una vez que ya ha sido ejecutado.

El término que parece ser más apropiado para referirse a la Deconstrucción es el de “intervención”: La Deconstrucción interviene en un discurso para desestabilizarlo desde aquello que no se evidencia.

Volvamos ahora a América Latina. Su posición se ha configurado desde dos directrices que condicionan su evolución: la supeditación a la metanarrativa universal de la razón y el progreso, que entiende el desarrollo de todo proceso social desde la visión eurocéntrica, en concomitancia con el concepto de hegemonía. Una segunda directriz: el colonialismo, como lugar de lo subalterno y proyección de la hegemonía. Pero estas directrices, si bien son evidentes, han erigido en un espacio de acallamientos e historias no contadas. El discurso de la hegemonía ha dejado un margen externo, un afuera indecible.

Como se puede deducir de lo expuesto acerca de la estrategia de la desconstrucción, ésta se orienta hacia un desenmascaramiento del pensamiento occidental, los ideales metafísicos tradicionales y la violencia que han ejercido a lo largo de la historia. La deconstrucción interviene desestabilizando el discurso de la razón y el progreso introduciéndose en su falta de fundamento último, ya que la Deconstrucción debe “confrontar todo orden instituido con la radical contingencia de sus fundamentos, no para hallar su sin sentido originario sino para traspasarlo y acceder a la instancia en la cual el sentido y el sin sentido se entrelazan”[9]

La deconstrucción desenmascara las oposición Hegemónico-subalterno, señala su estructura jerárquica violenta, y la invierte. La lleva a la experiencia de la indecidibilidad al revelar que la posibilidad del ejercicio del poder es a la vez la condición de su imposibilidad. Ernesto Laclau escribe acerca de la oposición poder-libertad: “aquello que limita la libertad –el poder- es también lo que la hace posible. (…) Esto significa que una sociedad totalmente libre –de la cual el poder hubiera sido eliminado- y una que fuera enteramente no-libre son conceptos equivalentes”.[10]

La Deconstrucción además invita a intervenir la textualidad: aquella que configura un discurso abierto y expuesto, pero también interviene en lo indecible y aquello que está fuera de la textualidad. Aquello que Dussel concebía como “el otro” aquello que permanece en el exterior del sistema y que está determinado por condiciones que van más allá de las clases sociales: etnia, género, sexualidad, nacionalidad, serían algunos componentes sociales que delimitarían el margen.

La diferancia establece aquí un juego de lectura que opera en el interior de los textos, mostrando la genealogía de sus conceptos, su doble cara, lo que reprimen y no dicen. Desplaza el significado de los mismos al inscribir los términos en otras cadenas de significantes.

En este margen de acallamientos se encuentra un espacio necesario de ser reflexionado, y sobre lo cual se proyecta una intervención de tal forma que entre lo que es y lo que no es, se abre una posibilidad distinta de lo uno y lo otro. Un tercer espacio como lo definiría Alberto Moreiras, desde el cual pensar la emergencia del latinoamericanismo: un intersticio entre lo hegemónico y lo subalterno. No es un ejercicio aleatorio de ambos, sino un espacio alternativo que no pertenece al primer espacio, preconizador de una utopía identitaria étnica, ni al segundo espacio, supeditado a la teoría imperial. El tercer espacio renuncia a la jerarquización discursiva, reacciona contra el dominio del texto metropolitano, pero mantiene el compromiso con la teoría, la voluntad teórica libre de la exacerbación utópica de paradigmas identitarios y hegemónicos. Desde el Tercer Espacio, debe erigirse entonces el pensamiento Latinoamericano, en apertura a la apropiación, traducción y rehistorización.[11] Entendido de esta manera, el tercer espacio surge desde la experiencia de la indecidibilidad.

Pero, tal como se dice en las páginas precedentes, la indecidibilidad se supera en la decisión, que diferencia a la deconstrucción con el nihilismo. Efectivamente, la Deconstrucción no se queda en la simple negación o destrucción, sino que implica un acto creativo sustentado en la decisión. Deconstruir significa entonces, también, reconstruir. Una reconstrucción esperanzadora que interviene en el discurso, lo desmantela para levantar algo nuevo desde la perspectiva de totalidad de su estructura y sus infinitas posibilidades de asociación, cuya edificación se erige en el momento de decidir. El proyecto deconstruccionista entonces, busca el desmantelamiento de las epistemologías coloniales, pero también la apertura hacia nuevos espacios que permitan a los sujetos subalternos articular sus propias formas de conocimiento. Deconstruir las relaciones jerárquicas del poder, para la liberación de la hegemonía y la construcción de una sociedad política cimentada en la solidaridad social. En definitiva Deconstruir es también, descolonizar.

BIBLIOGRAFÍA
Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998

· Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990.

· Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002.

· Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998.

· Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A.

· Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

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[1] Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998

[2] Ibíd., p. 137

[3] Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990, p. 383

[4] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, pp.63-64.

[5] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.112.

[6] Ibíd., pp. 109-110.

[7] Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A., pp.39-62

[8] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p. 63.

[9] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p.63

[10] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.108.

[11] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS

/LOM Ediciones, 1999.

Fuente:Red de maestros de maestros. http://www.rmm.cl/index_sub.php?id_seccion=387&id_portal=86&id_contenido=5648 Sigue leyendo

EPISTEMOLOGÍAS POSTCOLONIALES

EPISTEMOLOGÍAS POSTCOLONIALES
Acerca del Espacio de su Génesis

Por: Claudia González Castro

La emergencia de estudios que desvían la mirada desde los paradigmas imperantes de las ciencias sociales para reivindicar las epistemologías postcoloniales, se fundamenta en distintos argumentos que emanan desde las diferentes vertientes que nutren el problema en cuestión. Por una parte, se entiende el postcolonialismo como una consecuencia de la postmodernidad y la consiguiente crisis de paradigmas en ciencias sociales. Esto nos sitúa en una metanarrativa, que entiende el desarrollo de todo proceso social desde la visión eurocéntrica, en concomitancia con el concepto de hegemonía que se proyecta en la institucionalización de los estratos sociales. En segunda instancia, se entiende el postcolonialismo como una necesidad de reivindicación de lo subalterno, con pretensiones de generar un verdadero intersticio de quiebre epistémico. Analicemos cada uno de estos tópicos para establecer los nexos entre ambos.

Si bien el concepto “Post moderno” es conflictivo y absorbe una gran cantidad de cuestionamientos, que hace impensable aventurar una definición, generalmente se le utiliza para describir transformaciones culturales que cuestionan los paradigmas sobre los cuales se asienta la modernidad: la universalidad del conocimiento, la localización del saber y los criterios de temporalización, son algunos de los fundamentos a la aparición de miradas divergentes que erigen los estudios postcoloniales, y que han sido ampliamente analizados por autores como Dussel, Wallerstain, Spivak, Quijano, por solo nombrar algunos. Detengámonos un momento en los criterios de temporalización y su relación con lo postmoderno y postcolonial. La crisis de las ciencias sociales que se ha proyectado hacia la historia, acusa a la cronología dictatorial de no considerar los diferentes momentos que convergen en un determinado momento histórico. La anacronía de las diferentes historias simultáneas cronológicamente son difíciles de concebir como ritmos temporales heterogéneos sin el agregado de gradación civilizatorio que las ubica en más o menos lejos del referente de desarrollo moderno. La apertura a un nuevo criterio de temporalización, ha superado el cuestionamiento del subdesarrollo abriendo nuevas posibilidades a la consideración de la heterogeneidad que fundamenta las epistemologías postcoloniales desde una mirada académica.

Pero no es el único vínculo que une posmodernidad y postcolonialismo, en tanto la primera se establece como un lugar de sospecha de la modernidad y sus patrones racionales, fundamentaría también el saber postcolonial. Esta posible relación la han analizado autores como Nelly Richard[1], Hermann Herlinghaus y Monika Walter[2], Homi Bhaba [3], entre otros. Walter Mignolo intenta aclarar ambos conceptos: “(…) en América Latina (así como en ciertas áreas de Asia y África) lo posmoderno y lo poscolonial-occidental son dos caras de la misma moneda, que sitúan las construcciones imaginarias y los lugares de enunciación en diferentes aspectos de la modernidad del orden mundial moderno colonial e imperial”.[4] Pero también nos advierte del peligro de interpretar lo poscolonial con los cánones provenientes de lo hegemónico. Moreiras acoge esta idea y cita a Mignolo: “si la ´posmodernidad´ y la ´poscolonialidad´ son nombres de dos maneras o espacios de pensamiento para ´contrariar a la modernidad´, ´deconstrucción´ designaría la operación asociada a la primera manera y ´descolonización´ la operación asociada a la segunda”[5]. Desde esta perspectiva, es necesario repensar lo postcolonial desde su propio espacio, a través de su propio ejercicio crítico: la “descolonización”, sin supeditación al criterio europeo de la postmodernidad.

Pero no solo la voluntad de contrariar la modernidad es posible considerar a la hora de interpretar lo postcolonial a partir de la metanarrativa europea. También se observa la creciente necesidad de institucionalizar los estratos de todo sistema social, obedeciendo a la voluntad hegemónica del poder totalizante para la reproducción de la colonialidad.

Debemos primeramente, entender el poder en su manifestación globalizada y capitalista. Es decir, desplazado desde los Estados Naciones hacia las empresas capitalistas globales, como lo explica Zizek: “Con el funcionamiento multinacional del Capital, ya no nos hallamos frente a la oposición estándar entre metrópolis y países colonizados. La empresa global rompe el cordón umbilical que la une a su nación materna y trata a su país de origen simplemente como otro territorio que debe ser colonizado”.[6] Dentro de esta idea de autocolonización, se entiende la necesidad de poder y dominio de la lógica del capital sobre sus territorios de expansión. Lo que está fuera de los márgenes se escapa de los mecanismos de control e inclusive podría significar una desestabilización del sistema capital. Por tanto, se hace necesario la incorporación del margen al espacio académico e institucional a través de la categorización que le entrega identidad, espacio y lugar dentro de lo establecido. La identidad del postcolonialismo, visto desde esta perspectiva, podría llegar a confundirse con un espacio de resistencia y oposición, pero en verdad son los rangos de permisividad que se admiten dentro del todo.

Moreiras advierte la dependencia de los estudios Postcoloniales Latinoamericanos a las construcciones discursivas pertenecientes a la dinámica global de la dominación, a través de formas de conocimiento europeas y modernas, en una especie de contradicción semántica de un discurso que presenta al menos dos estratos: uno superficial que niega en apariencia, y otro subyacente en el que se niega lo que se está negando: “negación de la negación” que en su extremo más radical se convierte en afirmación absoluta. De esta manera lo postcolonial se establece como un discurso que niega la homogeneidad desde una perspectiva integradora de aquellos constructos culturales objetivados desde una concepción moderna y europea[7].

Este punto de tensión se proyecta, por ejemplo, en la Literatura Latino Americana. En el ejercicio literario, se puede afirmar la existencia de una novela emergente en los años 60, que se puede delimitar dentro de ciertos márgenes que se alejan de lo racional para acercarse a lo mágico. Moreiras analiza estas intenciones identitarias americanistas que hacen uso de estructuras narrativas y lengua de los dominadores, de esta forma se proyectan como una réplica, que se integra a lo ya existente, sin ampliar los márgenes de tensión y resistencia, más allá de lo establecido[8]. No es posible desde esta perspectiva, hablar de diferencias sino de estratos de la estructura imperante. Es la posibilidad de emergencia de un discurso enmarcado en un fundamento teórico establecido, que al legitimarlo dentro de un sistema, pasa a formar parte de él. La emergencia de lo postcolonial entonces, entendida como democratización cultural desde lo hegemónico, incorpora entonces todos los estratos sociales a la propuesta moderna creando nuevos espacios de consumo y reproduciendo la colonización ya no del territorio, sino del conocimiento.

Pensemos ahora en una segunda alternativa de espacio de emergencia de lo postcolonial: lo propiamente postcolonial. Aquello que se erige desde el margen, que no reclama la inclusión sino el reconocimiento de la diferencia colonial ética, política y epistémica. Un pensamiento que no se entiende desde Santo Tomás, Kant o Marx, sino desde el espacio que Dussel concebía como “el otro”: “Dussel concebía la totalidad compuesta por «lo mismo» y «lo otro», y llamaba a esa totalidad (formada por «lo mismo» y «lo otro») «lo Mismo». Fuera de esa totalidad estaba el dominio de «el otro». La diferencia en español viene dada por el cambio de artículo: mientras que lo otro no sería sino la categoría complementaria de «lo mismo», el otro permanecería fuera, en el exterior del sistema. (…) Metafísicamente, «el otro» es – desde la perspectiva de la totalidad de «lo mismo»- lo impensable que Dussel urge a pensar.[9] Walter Mignolo diferencia “lo otro” de “el otro”, denominándolos subalternidades interior y exterior[10], que se diferencian más allá de lo que Marx pudo ver en términos de clases sociales y jerarquías. Etnia, género, sexualidad, nacionalidad, serían algunos componentes sociales que delimitarían lo interior de lo exterior. La subalternidad exterior, o “el otro” presentaría ciertos márgenes de movilidad, en tanto el sistema maleable, incorpora parámetros de reconocimiento, dentro de la jerarquía, sin desligarlos de su condición de subalternos, pero al interior de la totalidad.

Lo postcolonial emerge entonces, desde la subalternidad situada en el exterior, un espacio impensable en el imaginario del sistema mundo moderno.

A esta altura del análisis, parece importante referirse a la dicotomía “de-desde”, que establece la diferencia existente entre el discurso académico que “habla de”, aprehendiendo un determinado objeto de estudio (subalterno) a partir del escenario institucional establecido y “habla desde” las propias convicciones socio políticas de espacios subalternos. Los Estudios que hablan “de” América Latina, como “lo otro” contribuyen a erigir un imaginario geográfico que existe al interior de un texto. Es una construcción textual subordinada al discurso de quién lo escribe. Hablar “desde” América Latina, implica levantar un discurso cargado de nativismo, y localidad. Una provocación para la objetividad racional, que proyecta los saberes silenciados y desarticula la representación epistémica. Este pensamiento constituye la perspectiva otra, que reclama la interculturalidad. Edgardo Lander, enumera las ideas centrales de este paradigma, citando a Maritza Montero:

“Una concepción de comunidad y de participación así como del saber popular, como formas de constitución y a la vez como producto de un episteme de relación.
La idea de liberación a través de la praxis, que supone la movilización de la conciencia, y un sentido crítico que lleva a la desnaturalización de las formas canónicas de aprehender-construir-ser en el mundo.
La redefinición del rol de investigador social, el reconocimiento del Otro como Sí Mismo y por lo tanto la del sujeto-objeto de la investigación como actor social y constructor de conocimiento.
El carácter histórico, indeterminado, indefinido, no acabado y relativo del conocimiento. La multiplicidad de voces, de mundos de vida, la pluralidad epistémica.
La perspectiva de la dependencia y luego, la de la resistencia. La tensión ente minorías y mayorías y los modos alternativos de hacer-conocer.
La revisión de métodos, los aportes y las transformaciones provocados por ellos”.[11]

Moreiras nos lleva al campo epistemológico de lo propiamente poscolonial latinoamericano, evidenciando la existencia de dos latinoamericanismos. El primero, opera tradicionalmente como discurso inscrito en la estructura académica. Como tal genera construcciones textuales que se inscriben en la dinámica global de la dominación, en pro de la integración y homogenización. El segundo latinoamericanismo, más que teorizar América Latina, pretende establecerse en el actuar, contradisciplinario y anti representacional, en busca de la liberación de las diferencias y la desarticulación del constructo teórico imperial. La función de este segundo latinoamericanismo es “entorpecer el progreso tendencial de la representación epistémica hacia su total clausura. En palabras de Moreiras: “el primer Latinoamericanismo opera bajo la presunción de que lo alternativo, o lo “otro”, puede siempre y de hecho siempre debe ser reducido teóricamente; pero el segundo Latinoamericanismo se entiende en solidaridad epistémica con las voces o los silencios residuales de la otredad latinoamerica”[12]

Moreiras presenta además una alternativa para pensar la emergencia del latinoamericanismo: El Tercer Espacio. Este se configura como un intersticio entre lo hegemónico y lo subalterno en sus versiones más extremas. No es un ejercicio aleatorio de ambos, sino un espacio alternativo que no pertenece al primer espacio, preconizador de una utopía identitaria étnica, ni al segundo espacio, supeditado a la teoría imperial. El tercer espacio renuncia a la jerarquización discursiva, reacciona contra el dominio del texto metropolitano, pero mantiene el compromiso con la teoría, la voluntad teórica libre de la exacerbación utópica de paradigmas identitarios y hegemónicos. Desde el Tercer Espacio, debe erigirse entonces el pensamiento Latinoamericano, en apertura a la apropiación, traducción y rehistorización.[13]

La emergencia de la voz de la subalternidad presenta importantes cuestionamientos. Por una parte, Dipesh Chakrabarty, se cuestiona el alcance del discurso poscolonial y su capacidad de réplica: “Ellos (europa) producen su trabajo ignorando relativamente las historias del no-Oeste, y esto no parece afectar la calidad de su trabajo. Este es un gesto que, sin embargo ‘nosostros’ no podemos devolver. Ni siquiera podemos permitirnos una igualdad o simetría de ignorancia en este nivel sin correr el riesgo de parecer como ´fuera de moda’ o ‘anticuados”.[14] Con la metáfora de “devolver el gesto”, Chakrabarty nos quiere evidenciar la ignorancia asimétrica que condiciona la producción teórica del tercer mundo. Ante el problema, Chakrabarty propone el proyecto de provincialización de Europa. Su propuesta no constituye un rechazo a la modernidad pero invita a cuestionarla desde sus conceptos elementales: la razón la ciencia y la universalidad del conocimiento, sin que este profundo cuestionamiento signifique relativismo cultural. Provincializar Europa no solo comprende el cuestionamiento, sino también, el desarrollo de una “conciencia” por parte de los dominados de una historia oculta que nos involucra en el desarrollo de la idea de modernidad, en tanto Europa no ha gestado sola las grandes narrativas, sino que es producto del aporte de todos los proyectos occidentales de progreso y las ideologías modernizadoras de los nacionalismos presentes en el tercer mundo. También este proyecto invita a hacer visible la represión y la violencia como instrumental de la modernidad a través de un espacio asignado en la estructura de las formas narrativas de la historia y exige que se revele las razones por las cuales se consideró ineludible.[15]

Provincializar Europa, significa sobre todo, abrir la historia a la heterogeneidad, sin caer en lo nativista, nacionalista ni atávico, y a entender otras formas de solidaridad humana.

Para Spivak, el proyecto de Chakrabarty estaría limitado por la imposibilidad del sujeto subalterno, de proyectar su propia voz, recurriendo a determinados mecanismos que le entregarían representación discursiva. De la misma manera en que dicha representación puede alterar el enunciado primitivo, el espacio dentro de la historia que se adjudica el sujeto, lo desplaza de su condición de subalterno. De esta manera, lo subalterno desaparece en su condición de margen irrepresentable.[16]

Aunque paradójico, los dos puntos de génesis observados para los estudios Postcoloniales, generan una verdadera antinomia, que podría atraer la confusión antes de adoptar un lugar de reflexión o acción. Es necesario entonces, situarse en la sospecha de todo discurso postcolonial para elucidar el texto oculto que evidencia los anhelos unificadores e integradores a la potencia hegemónica. Me refiero explícitamente a los discursos gubernamentales, intelectuales y globalizadores que a partir de la promesa de desarrollo intentan acallar las voces divergentes que emanan desde el margen. Por otra parte, sería utópico situarse desde un paradigma postcolonial que busque la reivindicación nativa o étnica, haciendo frente a un imperio económico ya establecido y proclamando la ruptura teórica y epistémica (¿podríamos devolver el gesto?, parafraseando a Chakrabarty). Tal vez la respuesta está en el Tercer Espacio. Identificarnos desde la hibridez, que no es étnico ni europeo sino Latinoamericano y renunciando al “pastiche”, (entendido este último como, más que una copia, una falsedad). Situarnos en un punto de reflexión intermedio que identifique lo postcolonial. Este primer acto de acuerdo voluntario será la génesis del pensamiento desde el cual hacer emerger reflexiones políticas y culturales orientadas hacia la acción, que entierren el mito del desarrollo sobre el cual se ha legalizado la violencia epistémica y que sirvan de sustento teórico para fundamentar la tarea de descolonizar América Latina.

BIBLIOGRAFÍA

· Walter Mignolo, Historias Locales/Diseños Globales. Colonialidad, Conocimientos Subalternos y Pensamiento Fronterizo, Madrid, Akal, 2003.

Slavoj Zizek, Multiculturalismo o la Lógica Cultural del Capitalismo Multinacional”, en Estudios Culturales. Reflexiones Sobre el Multiculturalismo, Buenos Aires, Argentina, Editorial Paidós, 2003.

· Alberto Moreiras, “Fragmentos Globales: Latinoamericanismo de Segundo Orden”, en Castro Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (Eds.), Teorías sin Disciplina. Latinoamericanismo, Poscolinialidad y Globalización en Debate, México D. F., Porrúa/University of San Francisco, 1998.

· Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

Maritza Montero, en Edgardo Lander “Ciencias Sociales: Saberes Coloniales y Eurocéntricos” en VV.AA., Lander, Edgardo (Edit.), La Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y CienciasSociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO, Julio 2000.

· Dipesh Chakrabarty, Postcolonialismo y el artificio de la historia: ¿Quién habla por los pasados ‘indios’?, en Walter Mignolo (comp.) Capitalismo y geopolítica del conocimiento. Buenos Aires, Ediciones del Signo/Duke University, 2001.

· Gayatri Chakravorty Spivak, ¿Puede hablar el Sujeto Subaltero?, en Revista Orbis Tertius, Año III N° 6, Argentina, 1998.

Bhabha, Homi, “Lo Poscolonial y lo Posmoderno” (Cap. IX), en El Lugar de la Cultura, Buenos Aires,Argentina, Ediciones Manantial SRL, 1994.

Herlinghaus, Hermann y Walter, Monika,“¿‘Modernidad Periférica’Versus ‘Proyecto de la Modernidad’? Experiencias Epistemológicas para una Reformulación de lo ‘pos’moderno desde América Latina”, en Herlinghaus, Hermann y Walter, Monika (Eds.), Posmodernidad en la Periferia. Enfoques Latinoamericanos de la NuevaTeoría Cultural,Berlín, Editorial Iberoamericana Vervuert, 1994.

Nelly Richard, Latinoamérica y la postmodernidad: Revista de Crítica Cultural, nº3, 1991.

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[1] Nelly Richard, Latinoamérica y la postmodernidad: Revista de Crítica Cultural, nº 3, 1991.

[2] Herlinghaus, Hermann y Walter,Monika,“¿‘Modernidad Periférica’Versus ‘Proyecto de la Modernidad’? Experiencias Epistemológicas para una Reformulación de lo ‘pos’moderno desde América Latina”, en Herlinghaus, Hermann y Walter, Monika (Eds.), Posmodernidad en la Periferia. Enfoques Latinoamericanos de la NuevaTeoría Cultural,Berlín, Editorial Iberoamericana Vervuert, 1994.

[3] Bhabha, Homi, “Lo Poscolonial y lo Posmoderno” (Cap. IX), en El Lugar de la Cultura, Buenos Aires,Argentina, Ediciones Manantial SRL, 1994.

[4] Walter Mignolo, Historias Locales/Diseños Globales. Colonialidad, Conocimientos Subalternos y Pensamiento Fronterizo, Madrid, Akal, 2003, p. 275

[5] Walter Mignolo, The Darker Side of de Renaissance. Literacy, Territoriality, & Colonization, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1955, p. 16,en: Alberto Moreiras, Tercer Espacio. Duelo y Literatura en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999, p 47.

[6] Slavoj Zizek, Multiculturalismo o la Lógica Cultural del Capitalismo Multinacional”, en Estudios Culturales. Reflexiones Sobre el Multiculturalismo, Buenos Aires, Argentina, Editorial Paidós, 2003, p 403.

[7] Alberto Moreiras, “Fragmentos Globales: Latinoamericanismo de Segundo Orden”, en Castro Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (Eds.), Teorías sin Disciplina. Latinoamericanismo, Poscolinialidad y Globalización en Debate, México D. F., Porrúa/University of San Francisco, 1998

[8] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

[9] Walter Mignolo, Historias Locales/Diseños Globales. Colonialidad, Conocimientos Subalternos y Pensamiento Fronterizo, Madrid, Akal, 2003, p 248

[10] Ibid.

[11] Maritza Montero, en Edgardo Lander “Ciencias Sociales: Saberes Coloniales y Eurocéntricos” en VV.AA., Lander, Edgardo (Edit.), La Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y CienciasSociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,CLACSO, Julio 200, pp 32-33 (del texto de estudio)

[12] Alberto Moreiras, “Fragmentos Globales: Latinoamericanismo de Segundo Orden”, en Castro Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (Eds.), Teorías sin Disciplina. Latinoamericanismo, Poscolinialidad y Globalización en Debate, México D. F., Porrúa/University of San Francisco, 1998, p 494 (del texto de estudio)

[13] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

[14] Dipesh Chakrabarty, Postcolonialismo y el artificio de la historia: ¿Quién habla por los pasados ‘indios’?, en Walter Mignolo (comp.) Capitalismo y geopolítica del conocimiento. Buenos Aires, Ediciones del Signo/Duke University, 2001, p.189 (del texto de estudio)

[15] Ibid, p. 215-219 (del texto de estudio)

[16] Gayatri Chakravorty Spivak, ¿Puede hablar el Sujeto Subaltero?, en Revista Orbis Tertius, Año III N° 6, Argentina, 1998.

Fuente: Red maestros de maestros. http://www.rmm.cl/index_sub2.php?id_contenido=5647&id_seccion=387&id_portal=86 Sigue leyendo

Borges recuerda cómo conoció a Cortázar

Borges recuerda cómo conoció a Cortázar

F.S.: ¿Le agradaban los cuentos fantásticos de Julio Cortázar?

J.L.B.: Sí, me agradaban, y ocurrió un pequeño episodio… ¿Se lo he contado ya?

F.S.: No.

J.L.B.: Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: “¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?”. “No”, le dije yo. Entonces él me dijo: “Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito”. Yo dirigía entonces una revista, Los Anales de Buenos Aires (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, “Casa tomada”; al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: “En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah”. Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo: “Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía”. Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar. Y luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja. Él está casado -o estaba casado- con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez […]. Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida, y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires; creo que profesamos credos políticos bastante distintos: pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien; y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan. Me gustan más que las novelas suyas: creo que en las novelas él se ha dedicado demasiado al mero experimento literario, a ese experimento del que no diré que inventó, pero del cual abusó, William Faulkner y que se encuentra también en Virginia Woolf: el hecho de invertir el orden cronológico en la narración -que me parece el orden natural- y de contar las historias barajando un poco el orden en que ocurren los hechos. […].

De: Fernando Sorrentino: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, El Ateneo, 1996, págs. 103-105.

Fuente: http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/borges1.htm

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El argentino que se hizo querer de todos. Semblanza de Julio Cortázar escrita por Gabriel García Márquez

El argentino que se hizo querer de todos

Por Gabriel García Márquez

Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados.
A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en que momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.
Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo.
Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer.
Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean-Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de Lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquél era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.
Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a si mismo en uno de los cuentos mejor acabados – El otro cielo -, en el personaje de un latinoamericano sin nombre que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo. Cortázar lo describió así: “Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija. La cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y se rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia.”. Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera percibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas que nos vimos años después, lo único que había cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta hace apenas dos semanas parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con la que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez.
Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elogías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.

Extraído de “Manual de Cronopios” (Francisco J. Uriz) – Ediciones de la Torre ©1992

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Julio Cortázar . Por Carlos Fuentes

Julio Cortázar


Por Carlos Fuentes
Suplemento Cultura del diario
La Nación de Argentina.

El siguiente es el texto presentación de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, escrito por el mexicano Carlos Fuentes.

“Como sucede, lo conocí antes de conocerlo. En 1955, editaba yo una Revista Mexicana de Literatura con el escritor tapatío Emmanuel Carballo. Allí se publicó por primera vez en México una ficción de Gabriel García Márquez, Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo.
Gracias, también, a nuestras amigas Emma Susana Separatti y Ana María Barrenechea, pudimos obtener la colaboración de Julio Cortázar.
Los buenos servicios y El perseguidor aparecieron por primera vez en nuestra revista renovadora, alerta, insistente, hasta un poco insolente. Más tarde, casi como parte de una conspiración, Emma Susana me dejó leer el manuscrito de una novela de Cortázar cuyo eje narrativo era la descomposición del cadáver de una mujer enterrada con máximos honores bajo el Obelisco de la avenida 9 de Julio, en Buenos Aires.
En ondas concéntricas, la peste, la locura y el misterio se extendían desde allí al resto de la República Argentina.
Finalmente Julio no quiso publicar esta novela; temió que fuese juzgada como un tópico. Lo importante ahora es recordar que él fue un hombre que siempre se reservó un misterio.
¿Cuántas páginas magistrales quemó, desfiguró, mandó a un cesto o a un archivo ciego?
Después, sin conocernos aún, me mandó la carta más estimulante que recibí al publicar, en 1958, mi primera novela, La región más transparente. Mi carrera literaria le debe a Julio ese impulso inicial, en el que la inteligencia y la exigencia, el rigor y la simpatía, se volvían inseparables y configuraban, ya, al ser humano que me escribía de usted y con el que yo ansiaba cortar el turrón.
Su correspondencia era el hombre entero más ese misterio, esa adivinanza, ese deseo de confirmar que, en efecto, el hombre era tan excelente como sus libros y éstos, tan excelentes como el hombre que los escribía.
Por fin, en 1960, llegué a una placita parisina sombreada, llena de artesanos y cafés, no lejos del Metro Aéreo. Entré por una cochera a un patio añoso. Al fondo, una antigua caballeriza se había convertido en un estudio alto y estrecho, de tres pisos y escaleras que nos obligaban a bajar subiendo, según una fórmula secreta de Cortázar.
Verlo por primera vez era una sorpresa. En mi memoria, entonces, sólo había una foto vieja, publicada en un número de aniversario de la revista Sur. Un señor viejo, con gruesos lentes, cara delgada, el pelo sumamente aplacado por la gomina, vestido de negro y con un aspecto prohibitivo, similar al del personaje de los dibujos llamado Fúlmine.
El muchacho que salió a recibirme era seguramente el hijo de aquel sombrío colaborador de Sur: un joven desmelenado, pecoso, lampiño, desgarbado, con pantalones de dril y camisa de manga corta, abierta en el cuello; un rostro, entonces, de no más de veinte años, animado por una carcajada honda, una mirada verde, inocente, de ojos infinitamente largos, separados y dos cejas sagaces, tejidas entre sí, dispuestas a lanzarle una maldición cervantina a todo el que se atreviese a violar la pureza de su mirada.
-Pibe, quiero ver a tu papá.
-Soy yo.
Estaba con él una mujer brillante, menuda, solícita, hechicera y hechizante, atenta a todo lo que sucedía en la casa, Aurora Bernárdez.
Entre los dos, formaban una pareja de alquimistas verbales, magos, carpinteros y escribas, de esos que durante la noche construyen cosas invisibles cuyo trabajo sólo se percibe al amanecer.
Este era Cortázar entonces, y Fernando Benítez, que acompañaba en la excursión a la plaza del General Beuret, estuvo de acuerdo con mi descripción pero añadió que ese rostro de muchacho, cuando se reía, cuando se ensimismaba, cuando se acercaba o alejaba demasiado (pues Julio era una marea, insensible como los movimientos de plenitud y resaca de los mares que tanto persiguió), empezaba a llenarse de diminutas arrugas, redes del tiempo, avisos de una existencia anterior, paralela, o continuación de la suya.
Así nació la leyenda de un Julio Cortázar que era la versión risueña de Dorian Gray. Lo sabía todo. Era el latinoamericano en Europa que sabía algo más que los europeos. Y ese algo más -el nuevo mundo americano- era lo que los propios europeos inventaron pero no supieron imaginar :
el hombre tiene dos sueños, hay más de un paraíso.
Cortázar llegó tarde a México. Me dijo después de su viaje, en 1975, que Oaxaca, Monte Albán, Palenque, eran lugares metafísicos donde convenía pasarse horas de quietud, en silencio, aprovechando eso que Henry James llamaba “una visitación”.
El silencio se imponía; la contemplación era la realidad. Otro día, yo llegué a Palenque pensando en Cortázar. La presencia de mi amigo argentino en la selva de Chiapas se transformó en una visualización concreta de ese instante en que la naturaleza cede su espacio a la cultura, pero la cultura está siendo recuperada, al mismo tiempo, por la naturaleza.
Miedo al desamparo, que puede ser una expulsión, pero también al refugio, que puede ser una prisión. Imagino a Cortázar en el filo de la navaja de una naturaleza y una cultura contiguas pero separadas aún, invitando al espectador a unirse a la intemperie de una o la protección de la otra. Recordé una frase de Roger Caillois, amigo mío y de Cortázar: “El arte fantástico es un duelo de dos miedos”.
Por supuesto que Cortázar había estado en México antes de estar en México. Había estado en el México del rostro humano del ajolote, mirando a su espectador idéntico desde el fondo de un acuario.
Había estado también en el México soñado por un hombre europeo sobre una mesa de operaciones que se sueña tendido sobre la piedra de sacrificios de una pirámide azteca sólo porque, simultáneamente, un azteca está siendo sacrificado en la pirámide y por ello puede soñarse en el blanco mundo de un hospital que desconoce, a punto de ser abierto por un bisturí.
“El espíritu humano tiene miedo de sí mismo”, leímos con Cortázar en Bataille : las entradas y salidas del universo cortazariano, sus galerías comerciales que empiezan en París y terminan en Buenos Aires; sus ciudades combinatorias de Viena, Milán, Londres; sus tablones entre dos ventanas de un manicomio porteño; sus largas casas ocupadas implacable y minuciosamente por lo desconocido; sus escenarios teatrales invadidos por el entusiasmo de los espectadores o por la soledad de uno solo de ellos, John Howells, incorporado a otra historia que no es la suya.
Para Cortázar, la realidad era mítica en este sentido : estaba también en el otro rostro de las cosas, el mínimo más allá de los sentidos, la ubicación invisible sólo porque no supimos alargar la mano a tiempo para tocar la presencia que contiene.
Por eso eran tan largos los ojos de Cortázar: miraban la realidad paralela, a la vuelta de la esquina; el vasto universo latente y sus pacientes tesoros, la contigüidad de los seres, la inminencia de formas que esperan ser convocadas por una palabra, un trazo de pincel, una melodía tarareada, un sueño.
El afuera y el adentro. Toda esta realidad en vísperas de manifestarse era la realidad revolucionaria de Cortázar. Sus posturas políticas y su arte poético se configuraban en una convicción, y ésta es que
la imaginación, el arte, la forma estética, son revolucionarias, destruyen las convenciones muertas, nos enseñan a mirar, pensar o sentir de nuevo.
Cortázar era un surrealista en su intento tenaz de mantener unidas lo que él llamaba “La revolución de afuera y la revolución de adentro”.
Si a veces se equivocó en la búsqueda de esta fraternidad incansable, peor hubiera sido que la abandonara. Como un nuevo Tomás Moro en la ola de un renacimiento oscuro que podía conducirnos a la destrucción de la naturaleza o al triunfo de una utopía macabra y sonriente, Cortázar vivió un conflicto al que pocos escaparon en nuestro tiempo: el conflicto entre el afuera y el adentro de todas las realidades, incluyendo la política.Coincidimos políticamente en mucho, pero no en todo.
Nuestras diferencias, sin embargo, aumentaron nuestra amistad y nuestro mutuo respeto, como debe ser en el trato inteligente entre amigos, que no admite ambición, intolerancia o mezquindad. No puede, realmente, haber amistad cuando estos defectos arrebatan al que se dice nuestro amigo.
Todo lo contrario sucedía con Cortázar: sus sinónimos de la amistad se llamaban modestia, imaginación y generosidad. Este hombre era una alegría porque su cultura era alegre. Gabriel García Márquez y yo lo recordamos siempre agotando los conocimientos sobre novela policiaca en un largo viaje de París a Praga en 1968, con la buena intención de salvar lo insalvable : la primavera del socialismo con rostro humano. Sentados en el bar del tren, comiendo salchichas con mostaza y bebiendo cerveza, oyéndole recordar la progenie del misterio en los trenes, de Sherlock Holmes a Agatha Christie a Graham Greene a Alfred Hitchcock… lo recuerdo.
En los recovecos de la Mala Strana donde algunos conjuntos de jóvenes checos tocaban jazz y Cortázar se lanzaba a la más extraordinaria recreación de los grandes momentos de Thelonius Monk, Charlie Parker o Louis Armstrong. Lo recuerdo.
La mala pasada que me jugaron Gabo y Julio, invitados por Milan Kundera a oír un concierto de música de Janacek, mientras yo era enviado con la representación de mis amigos a hablarles de Latinoamérica a los obreros metalúrgicos y a los estudiantes trotskistas.
“Che, Carlos, a ti no te cuesta hablar en público; hacelo por Latinoamérica…”
Algo gané, musicalmente. Descubrí que en las fábricas checas, para aliviar el tedio estajanovista de los trabajadores, los altavoces tocaban el día entero un disco de Lola Beltrán cantando “Cucurrucucú, paloma”.
Lo recuerdo.
Lo recuerdo en nuestras caminatas por el Barrio Latino a caza de la película que no habíamos visto, es decir, la película nueva o la película antigua y vista diez veces que Cortázar iba a ver siempre por primera vez. Adoraba lo que enseñaba a mirar, lo que le auxiliara a llenar los pozos claros de esa mirada de gato sagrado, desesperado por ver, simplemente porque su mirada era muy grande. Antonioni o Buñuel, Cuevas o Alechinsky, Matta o Silva : Cortázar como ciego a veces, apoyado en sus amigos videntes, sus lazarillos artísticos.
Lo recuerdo : la mirada inocente en espera del regalo visual incomparable. Lo llamé un día el Bolívar de la novela latinoamericana. Nos liberó liberándose, con un lenguaje nuevo, airoso, capaz de todas las aventuras : Rayuela es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana, en ella vemos todas nuestras grandezas y todas nuestras miserias, nuestras deudas y nuestras oportunidades, a través de una construcción verbal libre, inacabada, que no cesa de convocar a los lectores que necesita para seguir viviendo y no terminar jamás.
Porque la obra de Julio Cortázar es una vibrante pregunta sobre el papel posible de la novela por venir: diálogo pródigo, no sólo de personajes, sino de lenguas, de fuerzas sociales, de géneros, de tiempos históricos que, de otra manera, jamás se darían la mano, más que en una novela.
Diálogo de humores, añadiría yo, pues sin el sentido del humor no es posible entender a Julio Cortázar :
con él soportamos al mundo hasta que lo veamos mejor, pero el mundo también debe soportarnos hasta que nosotros nos hagamos mejores.
En medio de estas dos esperanzas, que no son resignaciones, se instala el humor de la obra de Cortázar. En su muy personal elogio de la locura, Julio también fue ciudadano del mundo, como Erasmo en otro Renacimiento : compatriota de todos, pero también, misteriosamente, extranjero para todos.
Le dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica e inclusiva, jamás satisfecha o exclusiva, permitiéndonos pervivir en la aventura de lo nuevo cuando todo parecía indicarnos que, fuera del arte e, incluso, quizás, para el arte, ya no había novedad posible porque el progreso había dejado de progresar.
Cortázar nos habló de algo más : del carácter insustituible del momento vivido, del goce pleno del cuerpo unido a otro cuerpo, de la memoria indispensable para tener futuro y de la imaginación necesaria para tener pasado.
Cuando Julio murió, una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche boca arriba.
Ahora, en Guadalajara, donde hemos instituido la Cátedra Julio Cortázar, García Márquez y yo queremos que el Gran Cronopio compruebe, como lo dijo entonces Gabo, que su muerte fue sólo una invención increíble de los periódicos y que el escritor que nos enseñó a ver nuestra civilización, a decirla y a vivirla, está aquí hoy, invisible sólo para los que no tienen fe en los Cronopios.
Deseamos que esta Cátedra refleje los intereses de Julio -literatura, arte, sociedad, política-, que sirva de estímulo a la espléndida juventud universitaria a la que va dirigida, y a la que ahora convocamos, también, a través de las páginas de este diario.”

Fuente: http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/fuentes.htm Sigue leyendo

Prólogo a “Cartas de mamá”. Relato de Julio Cortázar Por Jorge Luis Borges

Prólogo a “Cartas de mamá”

Por Jorge Luis Borges
Buenos Aires, 29 de noviembre de 1983

Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula Casa Tomada. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra.
Muy poco sé de las letras contemporáneas. Creo que podemos conocer el pasado, siquiera de un modo simbólico, y que podemos imaginar el futuro, según el temor o la fe; en el presente hay demasiadas cosas para que nos sea dado descifrarlas. El porvenir sabrá lo que hoy no sabemos y cursará las páginas que merecen ser releídas. Schopenhauer aconsejaba que, para no exponernos al azar; sólo leyéramos los libros que ya hubieran cumplido cien años. No siempre he sido fiel a ese cauteloso dictamen; he leído con singular agrado Las armas secretas, y he elegido este cuento.
Una historia fantástica, según Wells, debe admitir sólo un hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo diecinueve, no al tiempo que soñó las cosmogonías o el Libro de las Mil y Una noches. En Cartas de Mamá lo trivial, lo necesariamente trivial, está en el título, en el proceder de los personajes y en la mención continua de marcas de cigarrillos o de estaciones de subterráneos. El prodigio requiere esos pormenores.
Otro rasgo quiero indicar. Lo sobrenatural, en este admirable relato, no se declara, se insinúa, lo cual le da más fuerza, como en el Izur de Lugones. Queda la posibilidad de que todo sea una alucinación de la culpa.
Alguien que parecía inofensivo vuelve atrozmente.
Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras.

Fuente: http://www.lamaquinadeltiempo.com/cortazar/borges.htm Sigue leyendo

Entrevista con Julio Cortázar. A 25 años de su partida

Juego y compromiso político
Entrevista: Omar Priego

Omar Prego: Hay un aspecto de tu obra que ha generado un malentendido bastante considerable, es la noción de juego (en su sentido más amplio y más profundo, yo diría casi sagrado) y la de compromiso político. Yo sé que acerca de esto se ha escrito mucho, sé que tú has explicado en más de un texto cuál es tu posición a ese respecto. Pero como no podemos remitir al lector a esa bibliografía bastante cuantiosa, me parece útil que hablemos de ello aquí y que empecemos por el principio. Es decir, cuándo, de qué manera y por qué Julio Cortázar asume un compromiso político. Que no es lo mismo que ser un escritor comprometido.

Julio Cortázar: En primer lugar, es uno de los momentos en que la biografía de una persona bifurca, toma un nuevo rumbo, adquiere nuevas características. La verdad es que yo era acentuadamente indiferente a las coyunturas políticas y a la situación política en general.

OP: A pesar de que en la Argentina asumiste una actitud claramente antiperonista.

JC: Sí, pero fue una actitud política que se limitaba —como las actitudes políticas de la mayoría de mis amigos y de la gente de mi generación— a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia. Es decir que yo me sentía antiperonista pero nunca me integré a grupos políticos o grupos de pensamiento o de estudio que pudieran tratar de llegar a hacer una especie de práctica de ese antiperonismo. Todo quedaba en esa época en la opinión personal, en lo que uno pensaba. Y curiosamente eso nos satisfacía a casi todos nosotros, nos parecía suficiente. Incluso nuestra posición durante la guerra civil española y durante la segunda guerra mundial. En un caso, claro, estábamos por los republicanos, pero ninguno de nosotros fue a combatir como voluntario a España y ni siquiera actuó políticamente en asociaciones republicanas en Argentina. Y naturalmente, cuando la segunda guerra mundial éramos todos antinazis, pero ese antinazismo no se tradujo nunca en ninguna militancia. Las había y se podía hacer cosas en el plano práctico. Digamos entonces que mis decisiones políticas ya estaban tomadas y daban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión, en realidad era un punto de vista que no se diferenciaba mucho de los puntos de vista que yo podía tener sobre la literatura o sobre la filosofía.
En cambio, la revolución cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política meramente oral: esa primera visita a Cuba me colocó frente a un hecho consumado. Yo fui muy poco tiempo después del triunfo de la revolución —la revolución triunfó en 1959 y yo fui en 1961— en momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón porque el bloqueo era implacable, había problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias: muy poco después se produjo eso que se llamó los alzados del Escambray, esos grupos anticastristas que hubo que eliminar al precio de una lucha de varios años.

OP: Es decir que por primera vez —y esto le ocurrió a toda una generación de escritores, artistas, economistas, periodistas— los intelectuales latinoamericanos podían asistir al proceso de construcción del socialismo en un país del continente.

JC: Claro. Y ese con el pueblo cubano, esa relación con los dirigentes y con los amigos cubanos, de golpe, sin que yo me diera cuenta (nunca fui consciente de todo eso) y ya en el camino de vuelta a Europa, vi que por primera vez yo había estado metido en pleno corazón de un pueblo que estaba haciendo su revolución, que estaba tratando de buscar su camino. Y ése es el momento en que tendí los lazos mentales y en que me pregunté, o me dije, que yo no había tratado de entender el peronismo. Un proceso que no pudiendo compararse en absoluto con la revolución cubana, de todas maneras tenía analogías: también ahí un pueblo se había levantado, había venido del interior hacia la capital y a su manera, en mi opinión equivocada y chapucera, también estaba buscando algo que no había tenido hasta ese momento.
La revolución cubana, por analogía, me mostró entonces y de una manera muy cruel y que me dolió mucho, el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer: el proceso se fue haciendo paulatinamente y a veces de una manera casi inconsciente. los temas en donde había implicaciones de tipo político o ideológico más que político, se fueron metiendo en mi literatura. Ése es un proceso que se puede ir apreciando a lo largo de los años.

OP: ¿Tenés un ejemplo?

JC: Ese cuento que se llama Reunión, cuyo personaje es el Che Guevara. Ése es un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese momento, el tema de ese relato me resultaba absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas 20 páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo.
Pero todo esto que te estoy diciendo acerca de esa especie de entrada en la conciencia política o ideológica, que antes había sido más bien uno de los tantos ejercicios intelectuales y de las opiniones que uno tiene a lo largo de la vida, no tendría demasiado sentido si no se conectara con otra cosa. Y así como te cité Reunión como el primer cuento que marcaría esa entrada en el campo ideológico y por lo tanto una participación (porque ahí yo ya entré participando), de esos mismos años debería citar, de manera simbólica, ese otro cuento que es El perseguidor.

OP: Yo, así, a primera vista, no veo una relación muy clara.

JC: Bueno, en El perseguidor la política no tiene absolutamente nada que ver, la ideología tampoco. Pero sí tiene que ver, por primera vez en lo que yo llevaba escrito haste ese momento, una tentativa de acercamiento al máximo a los hombres como seres humanos. Hasta ese momento mi literatura se había servido un poco de los personajes, los personajes estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica. los personajes no me interesaban demasiado, yo no estaba enamorado de mis personajes, con una que otra excepción relativa. En El perseguidor es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí de estar lo más cerca posible de su pie, de su carne, de su pensamiento. Y si hago esta referencia a este otro cuento es porque en el fondo se trata de una misma operación.
La toma de conciencia ideológica, política, que me dio la revolución cubana no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes políticos. Yo podía tener mucha simpatía por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas, pero era a base de criterios mentales. No me gustaba el fascismo por razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos. Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes en esos enormes dramas históricos.
Entonces, en muy poco tiempo (el símbolo son estos dos cuentos) se produce la aparición de lo que actualmente se llama el compromiso. Es decir, que yo empiezo a darme cuenta, a descubrir un territorio que hasta entonces apenas había entrevisto. Lo cual no quiere decir que yo vaya a ser un escritor de obediencia, un escritor que se limita únicamente a defender su causa y a atacar a la contraria, sino que voy a seguir viviendo en plena libertad, en mi terreno fantástico, en mi terreno lúdico, y yo sé que vos querés que hablemos de lo lúdico.

OP: Sí, pero antes me gustaría que dejáramos claro esto que algunos llamarían «un viraje» a falta de una expresión mejor. Yo siempre tuve la impresión de que en ti fue algo así como el deslumbramiento en el Camino de Damasco, salvo que vos nunca estuviste del lado de los represores, como en cambio lo estuvo Saulo.

JC: Sí, un viraje que en realidad no lo es. Más bien eso que consiste en tomar una conciencia directa de los problemas ideológicos por un lado y de sus protagonistas por otro, algo que empezaba a determinar, por lo que a mi tocaba, eso que suele llamarse habitualmente compromiso. Es decir, que llegó el día en que frente a una injusticia cualquiera —hablemos en abstracto— yo tuve la necesidad de sentarme a la máquina y escribir un artículo protestando por esa injusticia, me sentí obligado a no quedarme callado, sino a hacer lo único que podía hacer, que era o hablar en público si se trataba de reuniones o de escribir artículos de denuncia o de defensa según los casos. Y eso, en el fondo, es lo que termina por llamarse compromiso. O sea, que un hombre que está entregado a la literatura, de golpe, agrega, incorpora y fusiona preocupaciones de tipo geopolítico que se pueden manifestar en lo que escribe literariamente o que pueden darse separadamente, como un cuerpo ya más especializado de escritura. Creo que ya te señalé el horror que me produce todo «escritor comprometido» que solamente es eso. En general, nunca he conocido un buen escritor que fuera comprometido a tal punto que todo lo que escribiera estuviese embarcado en ese compromiso, sin libertad para escribir otras cosas.

OP: Un profesional del compromiso, o un comprometido profesional.

JC: No, yo no conozco ningún gran escritor que haya hecho eso. Estoy hablando de escritores de literatura, no de filósofos ni de ensayistas. Alguien como Gregorio Selser, por ejemplo, no hace otra cosa que escribir artículos políticos, pero él no es un novelista ni un cuentista, ni tiene interés en serlo. Ese no es mi caso, porque yo siempre he vivido en un mundo de literatura que al mismo tiempo es un mundo lúdico, porque para mí es la misma cosa. Yo no podía de ninguna manera aceptar el compromiso como una obediencia a un deber exclusivo de ocuparme de cosas de tipo ideológico.

OP: Sería un poco el caso de Sartre, de mención inevitable cuando se habla de este tema.

JC: El caso de Sartre me parece profundamente admirable, porque cuando Sartre despierta a una realidad política (un poco como en otro plano habría de sucederme a mí), pero sin abandonar la literatura y la filosofía, comienza a introducir elementos de la historia contemporánea, de los problemas contemporáneos en su creación de ficción, como es el caso de Los caminos de la libertad y La náusea. En Los caminos de la libertad eso es más explícito, porque el libro se va cumpliendo mientras fuera del libro se están desarrollando esos procesos. Y creo que Sartre, mientras tuvo una capacidad creadora pura, la utilizó sin ninguna concesión. Sólo forzando mucho las cosas se puede ir a buscar símbolos de tipo político o ideológico en muchos de sus cuentos y obras de teatro.
Yo tengo la impresión de que él quería que se las considerara como puras obras de arte, y ése es estrictamente mi punto de vista. Cuando a mí me nace la idea de un cuento que tiene una referencia a las desapariciones en Argentina, escribo ese cuento con el mismo criterio literario y la misma absorción literaria con que puedo escribir cualquier cuento puramente fantástico, digamos La isla a mediodía. Para mí se trata de obras literarias, sólo que en el caso de los desaparecidos se trata de un tema que significa mucho para mí, es ese tema espantoso de lo que ha sucedido en Argentina estos últimos años, y se presenta como una posibilidad de desarrollo literario y si lo escribo igual que los cuentos puramente literarios, hay una cosa que me complace, y es que una vez que lo he terminado no puedo dejar de pensar que ese cuento va a llegar a muchos lectores y que además del efecto literario va a tener un efecto de tipo político. Ésa me parece que es la visión del compromiso, la justa en un escritor.

OP: O sea que las dos visiones se concilian finalmente y se hacen una sola.

JC: Claro. Pero cuando decís eso planteás el grave problema al que aludo en el prólogo al Libro de Manuel, que es donde ataqué de frente el problema. Problema que consiste en tratar de conseguir una convergencia de la historia contemporánea —para llamarlo así— de ciertos aspectos de la historia y su convergencia con la literatura pura. Convergencia particularmente difícil porque en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política (la parte política, la parte del mensaje político) anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado, o bien la literatura es más fuerte y apaga, deja en una situación de inferioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector. Entonces, ese dificilísimo equilibrio entre un contenido de tipo ideológico y un contenido de tipo literario —que es lo que yo quise hacer en Libro de Manuel— me parece que es uno de los problemas más apasionantes de la literatura contemporánea. Y me parece, además, que las soluciones son individuales, que no hay ninguna fórmula. Nadie tiene una fórmula para eso.

OP: Claro, porque si vamos a las fórmulas, entonces se corre el riesgo de caer en los esquemas, que rechazás. Yo creo que este punto quedó suficientemente ventilado en tu carta a Roberto Fernández Retamar, publicada en la Revista de la Casa de las Américas e incluida en Último round, a la que podemos remitir a todo lector interesado en estos temas. Pero ya que estamos aquí, me gustaría que habláramos precisamente de dos cuentos tuyos recientes, Grafitti y Segunda Vez. Yo creo que en ellos encontraste un nuevo camino para mostrar el rostro asumido por el horror en muchos países de nuestra América, y que consiste precisamente en despersonalizarlo, en hacerlo anónimo. En libros como El otoño del patriarca o Yo, el Supremo o El recurso del método, hay siempre un hombre de carne y hueso detrás del horror. Y entonces, como le ocurre a García Márquez con su Patriarca, el creador se encuentra con una criatura a la que se puede llegar a compadecer. En cambio, en esos cuentos tuyos no hay un hombre, por cruel que sea, sino algo que en ningún momento puede asumir una forma (como el ser monstruoso imaginado por Lovecraft en Las montañas de la locura, y sé que no te gusta Lovecraft), que en un momento determinado puede llamarse Ejército, Organizaciones Paramilitares, Comandos de la Muerte, pero que carece de rostro.

JC: Exactamente. El horror se acentúa porque se vuelve una especie de latencia omnímoda, una atmósfera que flota, en donde no se pueden conocer caras ni responsabilidades directas. Una especie de superestructura. Yo creo que la máquina del horror tiene en el campo de la novela dos ejemplos extraordinarios. Uno de ellos es El proceso, de Kafka. Y aunque ahora hay toda una teoría según la cual El proceso sería un libro cómico y que Kafka lo consideraba como un libro cómico, nosotros por lo menos lo leímos en una lectura dramática. Ahí ya se da el caso de ese destino que se va cumpliendo inexorablemente, paso a peso, sin que jamás se sepa hasta la última línea, sin que se llegue a saber jamás cuáles eran las motivaciones que determinaban ese destino. Muchas veces yo he pensado, leyendo casos típicos de desaparecidos y torturados en Argentina, que ellos han vivido exactamente El proceso de Kafka, porque han sido detenidos muchas veces por ser sólo parientes de gente que tenía una actuación politica (ellos no la tenían, o la tenían de manera muy parcial) y han sido torturados, han sido detenidos y finalmente muchas veces ejecutados. Y esa gente, en cada etapa de su destino, ha debido preguntarse quién era el responsable, de dónde le venía esa acumulación de desgracias, y no lo ha podido saber nunca porque lo único que ha conocido es a los ejecutores, a los torturadores. Quienes, por otra parte, tampoco sabían quiénes eran los jefes.
El otro libro es ese a cuyo título, 1984, vamos a llegar cronológicamente el año que viene, dentro de muy poco, el libro de Orwell. Yo acabo de escribir un texto bastante largo para El País de Madrid, que va a hacer crujir los dientes de mucha gente, incluso compañeros, porque es un artículo bastante duro, muy crítico. Ese libro contiene la imagen del Big Brother (que finalmente no existe, el Big Brother es un simulacro fabricado por ese partido que tampoco se sabe lo que es) donde se llega a un nivel totalmente infernal, a ese nivel al que vos aludías. Sí, esos dos cuentos míos que citaste contienen también esa mecánica del horror, el horror sin causa definible, sin causa precisable.

OP: Que también se da, aunque en otro registro, en Satarsa, donde todo también sucede sin que nadie sepa muy bien por qué ocurren las cosas, cuál es su sentido último, donde siempre alguien puede referirse a un escalón situado por encima suyo, hasta llegar acaso a la Ley de Seguridad del Estado.

JC: O sea, a una abstracción total.

OP: Bueno, yo te pediría que me hablaras un poco de las similitudes que —al menos para mí —tienen Oliveira y Andrés, el del Libro de Manuel. Te adelanto algunos de esos elementos: el desconcierto en la búsqueda y el sentimiento de lo lúdico, como si los dos creyeran que lo lúdico es una especificidad de la historia. Dos rasgos, por otra parte, que más de una vez le han sido atribuidos a un tal Julio Cortázar.

JC: Bueno, tu pregunta es demasiado vasta y exigiría tal vez un análisis parcializado. Pero tampoco hay por qué complicar inútilmente las cosas. Vamos de lo más autobiográfico, de algo que yo conozco bien, a lo más general. Desde pequeño yo he tenido un gran sentido del humor y me acuerdo que siendo muy niño —tendría ocho o nueve años— me producía un gran asombro que en ciertas conversaciones de los mayores, en circunstancias en que todo hubiera podido arreglarse con una broma, con una respuesta llena de humor, todo el mundo se ponía trágico, todo el mundo se tomaba las cosas por el lado negativo. En el mejor de los casos se hacían chistes, los argentinos hacen muchos chistes, pero no todos tienen sentido del humor. Mirá que esto también puede aplicarse a la raza humana en general…
En todo caso la Argentina ha sido un país de humoristas individuales, como Macedonio Fernández, detrás de cuya metafísica se esconde un humor terrible. Yo, desde muy niño, sentía que el humor era una de las formas con las cuales era posible hacerle frente a la realidad, a las realidades negativas sobre todo. Si cuando sucedía algo desagradable te defendías a base de humor, salías mejor parado que tu amigo o compañero que no disponía de esa arma, que no veía más que lo trágico. Bueno, de ahí a lo lúdico no hay más que un paso. Porque quien tiene sentido del humor tiene siempre la tendencia a ver en diferentes elementos de la realidad que lo rodea una serie de constelaciones que se articulan y que son en apariencia absurdas. Todas las frases del humor tienen ese elemento de absurdo, de cosa que no funciona dentro de una lógica aristotélica. Yo sentí que eso era una especie de para realidad, es decir, una realidad que está a tu disposición en la medida que vos la sepas asumir y la sepas utilizar.

OP: Utilizabas el humor como una suerte de anticuerpo.

JC: Yo me defendía de situaciones bastante penosas mediante el recurso del humor, un humor blanco o negro, según las circunstancias. El humor negro también es un elemento importante. De modo que esas asociaciones aparentemente ilógicas que determinan las reacciones del humor y la eficacia del humor, llevan al juego. Lo lúdico no es un lujo, un agregado del ser humano que le puede ser útil para divertirse: lo lúdico es una de las armas centrales por las cuales él se maneja o puede manejarse en la vida. Lo lúdico no entendido como un partido de truco ni como un match de fútbol; lo lúdico entendido como una visión en la que las cosas dejan de tener sus funciones establecidas para asumir muchas veces funciones muy diferentes, funciones inventadas. El hombre que habita un mundo lúdico es un hombre metido en un mundo combinatorio, de invención combinatoria, está creando continuamente formas nuevas.

OP: Eso puede sonar un poco abstracto. ¿Cuáles eran tus métodos prácticos de defensa cuando eras niño?

JC: Bueno, te doy un ejemplo. A mí, desde pequeño, me fascinó la noción de monstruo, la idea de los animales mitológicos: una cabeza de león, alas de águila y plumas de pato, que naturalmente provoca la indiferencia general de la gente. Pero a mí, te repito, me fascinaba porque me di cuenta de que eso (la noción del monstruo, que es el resultado de una combinación diferente de los elementos aceptados por todos) se podía extrapolar a operaciones mentales, a conductas. Uno podía a veces conducirse lúdicamente, es decir, hacer un juego en el que de alguna manera uno era el monstruo, porque a un mismo tiempo estabas moviéndote como un león y volando como un águila.
Para llegar a la cosa central: desde que yo empecé a escribir (a escribir cosas publicables) la noción de lo lúdico estuvo profundamente imbricada, confundida, con la noción de literatura. Para mí, una literatura sin elementos lúdicos era una literatura aburrida, la literatura que no leo, la literatura pesada, el realismo socialista, por ejemplo.

OP: Bueno, precisamente, de eso se trata. Es decir que en cierta medida y hasta cierta época, se dio por aceptado que Revolución era un concepto inseparable de realismo socialista. De modo que tú te insurgís justamente contra ese concepto.

JC: Sí, lo que me vale a veces enfrentamientos cordiales, si quieres, pero enfrentamientos bastante fuertes con compañeros revolucionarios. El Libro de Manuel fue uno de esos ejemplos.

OP: Claro, porque Libro de Manuel, por el año en que fue publicado, 1973, hizo las veces de pararrayos de todas esas discrepancias que andaban flotando por ahí, las atrajo y las concentró de manera fulminante. En un reportaje publicado poco después de que te dieran el Premio Médicis para extranjeros, vos dijiste lo siguiente: «Yo no sé si llamarlo un libro político. Ésa es una palabra que me da un poco de miedo, porque política es una cosa muy profesional y muy precisa. Yo creo que es un libro que una vez más continúa una especie de apertura ideológica en la línea socialista que yo veo para América Latina, y además una especie de pre-crítica a todas las equivocaciones que suelen cometerse cuando se intentan y realizan revoluciones». Y esto se compadece perfectamente, a mi modo de ver, con otro texto tuyo, Casilla del camaleón (La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo II, pp. 185-193), donde oponés precisamente el concepto de camaleón al de coleóptero. El caleóptero es quitinoso, rígido, poco flexible, como ciertos procesos revolucionarios.

JC: Desgraciadamente. Desgraciadamente las revoluciones parecen conllevar una tendencia a la estratificación (o quitinosidad, para seguir con la imagen). En sus formas iniciales, esas revoluciones adoptaron formas dinámicas, formas lúdicas, formas en las que el paso adelante, el salto adelante, esa inversión de todos los valores que implica una revolución, se operaban en un campo moviente, fluido y abierto a la imaginación, a la invención y a sus productos connaturales, la poesía, el teatro, el cine y la literatura. Pero con una frecuencia bastante abrumadora, después de esa primera etapa las revoluciones se institucionalizan, empiezan a llenarse de quitina, van pasando a la condición de coleópteros.
Bueno, yo trato de luchar contra eso, ése es mi compromiso con a las revoluciones, a la Revolución, para decirlo en general. Trato de luchar por todos los medios, y sobre todo con medios lúdicos, contra lo quitinoso. El Libro de Manuel fue una tentativa de desquitinizar esos proemios revolucionarios que vagamente se asomaban en Argentina y que no llegaban a cuajar. Ese libro fue escrito cuando los grupos guerrilleros estaban en plena acción. Yo había conocido personalmente a algunos de sus protagonistas aquí en París, y me había quedado aterrado por su sentido dramático, trágico, de su acción, en donde no había el menor resquicio para que entrara ni siquiera una sonrisa, y mucho menos un rayo de sol.
Me di cuenta de que esa gente, con todos sus méritos, con todo su coraje y con toda la razón que tenían de llevar adelante su acción, si llegaban a cumplirla si llegaban al final, la revolución que de ellos iba a salir no iba a ser mi Revolución. Iba a ser una revolución quitinizada y estratificada desde el comienzo. El Libro de Manuel es un desafío, pero no un desafío insolente ni negativo. Es un desafío muy cordial: vos has visto que yo a los personajes con toda la simpatía posible. Por ejemplo a Marcos, el jefe de ese grupo de guerrilla urbana que está un poco de vacaciones en Europa en ese momento. Y él mismo discute con sus amigos, si no este problema, problemas paralelos. Yo no los atacaba, muy al contrario. Si hubiera tenido ganas de atacarlos no habría escrito la novela. No sólo no era un ataque, sino que era una tentativa de ponerles en el bolsillo un libro que tal vez los hubiera ayudado un poco.

OP: En eso que a falta de mejor palabra podemos llamar prólogo, decis que «lo que cuénta, lo que yo he tratado de contar, es el signo afirmativo frente a la escalada del desprecio y del espanto, y esa afirmación debe ser lo más solar, lo más vital del hombre: su sed erótica y lúcida, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en una tierra ya libre de este horizonte diario de colmillos y de dólares». Han pasado diez años: si no hubieras escrito entonces Libro de Manuel,. ¿escribirías hay algo parecido?

JC: Creo que sí. Sí, escribiría algo parecido. En el Libro de Manuel yo di un paso adelante, incluso forzándome la mano a veces, porque estaba harto de haber discutido en Cuba acerca de problemas de tipo erótico, por ejemplo, y de tropezarme con la quitina. O el tema de la homosexualidad, que ahora es también objeto de una discusión fraternal pero muy viva con los nicaragüenses cada vez que voy para allá. Yo creo que esa actitud machista de rechazo, despectiva y humillante hacia la homosexualidad, no es en absoluto una actitud revolucionaria. Ése es otro de los aspectos que quise mostrar en Libro de Manuel.
Eso es, claro, sólo un aspecto. También hay un ataque al lenguaje anquilosado, al lenguaje quitinizado. Allí, a mi manera, yo libré un combate en el plano del idioma, por que pensaba (y lo sigo pensando) que ése es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüística con la que habrá que acabar de una vez.

Parte de una charla entre Omar Prego y Julio Cortázar aparecida en “La fascinación de las palabras” de Omar Prego y Julio Cortázar (1985). ©1997 Alfaguara.

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Fuente: http://www.juliocortazar.com.ar
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CIVILIZACIÓN Y BARBARIE Definiciones.

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

Conceptos que en su conjunción encierran una problemática de múltiples niveles que cruza la historia y la cultura americanas desde el momento de la conquista. Los conceptos fueron fijados en la tradición latinoamericana de forma antinómica por el prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en su polémico libro Civilización y Barbarie: vida de Juan Facundo Quiroga (1845). En él queda claramente establecido el conflicto entre la cultura europea y estadounidense consideradas culmen de la civilización opuesta a la cultura americana, entendida como sinónimo de barbarie. La preferencia de Sarmiento fue en favor de la civilización occidental que estimó como modelo a imitar.

La formulación de la antinomia tiene su antecedente en la propia historia de Occidente. Fernand Braudel, desde una óptica eurocentrista, rastreó los orígenes de ambos términos especificando que la

“civilización” –un neologismo– aparece tardía y casi furtivamente en Francia en el siglo XVII. Fue fabricado a partir de las palabras “civilizado” y “civilizar” que existían desde hacia mucho tiempo y que eran frecuentemente utilizadas en el siglo XVI. Al cobrar sentido, civilización se opone, grosso modo, a barbarie. Por un lado están los pueblos civilizados; por el otro, los pueblos salvajes, primitivos o bárbaros (Braudel, 1991: 12-13).

Es evidente que la fijación terminológica europea resultó el punto conclusivo de un largo proceso histórico de la construcción imaginaria de dos figuras: el civilizado y el bárbaro. Tales figuras aparecen dentro del marco cultural helénico clásico. Es de observarse que entre los griegos el sentido de bárbaro no tenía connotaciones racistas, sólo de distinción, por lo que inclusive hablaban de las “sabidurías bárbaras”. La cristiandad medieval reelaboró la visión del bárbaro legada por la antigüedad clásica, envolviéndola con todos aquellos enunciados propios de la cultura medieval. Para el siglo XVI Europa o más específicamente españoles y portugueses emplearon la compleja figura del bárbaro como clave de interpretación sobre los indios de América, con lo que se inicia el proceso de barbarización del negro y posteriormente del indio. El indio en algunos momentos fue visto como el buen salvaje viviendo en la simplicidad de la naturaleza, pero en otros fue considerado un ser presa de sus instintos, degradado y corrompido. El hombre americano fue, pues, construido como antítesis del hombre civilizado por excelencia, el europeo. Semejante polémica atraviesa la época colonial hasta desembocar en el período independiente.

Las figuras del civilizado y del bárbaro alcanzaron en América Latina su formulación definitiva en la obra de Sarmiento. La antinomia por un lado expresaba las aspiraciones de la clase burguesa argentina, y más ampliamente latinoamericana, en ascenso durante la centuria pasada. Y, por otro, la prevalencia de las ideas ilustradas y positivistas, que buscaban la consolidación de un status favorable a los intereses de la burguesía. Bajo tal orientación los conceptos de civilización y barbarie nunca llegaron a ser criticados a fondo para constatar si respondían auténticamente a la problemática de la identidad y la cultura latinoamericanas. Fueron aceptados como inevitable alternativa a ser resuelta por el camino de la elección de uno de ellos. Sarmiento concibió inicialmente su libro como un esquema para comprender la inestable estructura cultural de la Argentina sometida a la dictadura gaucha de Juan Manuel de Rosas, pero el libro desbordó esta intención acabando por convertirse en un análisis global de la propia naturaleza de América Latina. En la visión sarmentiana el continente se encontraba en la encrucijada de la barbarie indígena y de la civilización occidental o, con otras palabras, naturaleza contra cultura, donde no cabía la asunción simultánea de ambos extremos. La civilización no es otra cosa que la alternativa asociada a Europa y los Estados Unidos, alternativa que incuestionablemente conducía al desarrollo y al progreso.

Esta comprensión unilateral impidió al prócer argentino ver y denunciar lo que también tiene de negativo la civilización occidental, cuyo otro rostro es el del salvajismo, el primitivismo y la violencia. La ciudad, en especial la “culta Buenos Aires”, fue sin discusión considerada por Sarmiento el asiento propio de la civilización, depositaria de orden y progreso; heredera del cosmopolitismo europeo y escenario inseparable de los hombres civilizados. La ciudad era la muralla que detenía la embestida del campo. La barbarie tenía su ámbito natural y pavoroso en el campo. En el insondable espacio rural los instintos del bárbaro, el gaucho y el indio, cabalgaban sin freno. En suma, Sarmiento apostó por lo moderno en contra de la tradición; por el hombre cultivado y letrado contra el bárbaro ignorante; por la idea occidental de civilización contra el localismo centrífugo del espacio rural. Pero, en su cruzada civilizatoria Sarmiento no estuvo solo.

Empero, la antinomia civilización y barbarie con el paso del tiempo fue difuminando los perfiles con que la cinceló Sarmiento para ser sublimada o desplazada hacia otros esquemas simbólicos, con lo que al civilizado y al bárbaro se le otorgaron nuevas representaciones. Como fue el caso de José Enrique Rodó en el que la civilización pasó a ser sinónimo de espiritualidad e inteligencia encarnada en la figura etérea de Ariel (véase: Arielismo), cuya antinomia es la barbarie materialista de Calibán. Así, la figura del civilizado y su contraparte el bárbaro resurgirán con distinto vestuario en el amplio espectro de la cultura y el pensamiento latinoamericanos desde fines del siglo pasado hasta el presente.

Bartra, Roger. El salvaje en el espejo, ERA, México, 1992. Franco, Jean. La cultura moderna en América Latina, Joaquín Mortiz, México, 1971. Braudel, Fernand. Las civilizaciones actuales, REI, México, 1991. Gracia, Jorge y Jaksic, Iván. Filosofía e identidad cultural en América Latina, Monte Ávila, Venezuela, 1988. Hurbon, Laënnec. El bárbaro imaginario, FCE, México, 1993. Moreno Durán, Rafael Humberto. De la barbarie a la imaginación. La experiencia leída, Tercer Mundo Editores, Colombia, 1988. Ortega Medina, Juan A. Imaginología del bueno y del mal salvaje, UNAM, México, 1987. Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Civilización y barbarie, Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1977. Zea, Leopoldo. Discurso desde la marginación y la barbarie, Anthropos, Barcelona, 1988.

(HGAL)

Fuente:
Diccionario de Filosofía Latinoamericana

http://www.cialc.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca%20virtual/diccionario/posmodernidad.htm Sigue leyendo