Archivo del Autor: Richard Angelo Leonardo Loayza

Acerca de Richard Angelo Leonardo Loayza

Es más que seguro que mi hermano Marco Antonio y yo sabíamos lo que nos esperaba afuera; por eso, a pesar de las urgencias y los dolores de nuestra pobre madre, nos negamos a salir hasta el décimo mes. Mi hermano cayó en batalla y muy temprano; el caso es que desde ese terrible día siento que algo me falta. Das ding? diría el viejo Lacan, recordando a Freud. No lo sé. Quería iniciar esta aventura hablando de aquel del cual nunca hablo. Quería buscarle una respuesta a la soledad del corredor de fondo, mi soledad. También tengo un hermano, Percy, a quien debo más de lo que él cree. Por qué perder el tiempo con un blog. Porque es el medio perfecto para compartir ideas (tanto las mías como las de aquellos que pueden decir mejor las cosas que yo). Por eso, aquí se pueden hallar una serie de textos nómades, que emigran de blog en blog, con la única intención de difundir ideas, muchas ideas. Es necesario que lo comenten? No, solo es fundamental leerlo. Después de todo también se puede escribir en lo virtual, que no es como en el aire, no? Tal vez es necesario soltar una palabra como quien suelta una botella al mar, como quien suelta una promesa, una queja, un grito de guerra. TODO EL MATERIAL USADO TIENE FINES ACADEMICOS SALVO EL SABER, TODO ES ILUSION

“Mujeres Nikkei: Issei, Nisei, Sansei. Construcción de la feminidad en la comunidad peruano japonesa” . DORIS MOROMISATO

CONFERENCIA DE DORIS MOROMISATO
Miércoles 25 de febrero, 7:30 p.m. Ingreso libre
Centro Cultural Peruano Japonés, Auditorio Ryoichi Jinnai

“Mujeres Nikkei: Issei, Nisei, Sansei. Construcción de la feminidad en la comunidad peruano japonesa”

En la historia de la inmigración japonesa al Perú, las mujeres nikkei construyeron su “ser mujer” de acuerdo a si eran issei, nisei y sansei (primera, segunda y tercera generación). Cada una de ellas tuvo su propio modelo de feminidad y vivió diferentes tabúes y prejuicios, así como tuvieron sus propias expectativas frente a la maternidad, la sexualidad o los límites raciales.

Doris Moromisato Miasato (Chambala, 1962), es poeta y feminista. Es Embajadora de Buena Voluntad de la Prefectura de Okinawa (2006) y actualmente es Directora Cultural de la Cámara Peruana del Libro. Recientemente ha publicado los libros “Okinawa. Un siglo en el Perú” y “La segunda mirada. Memoria del coloquio Simone de Beauvoir y los estudios de género”, donde está incluido el ensayo de la conferencia.

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La vigencia de Raymond Carver. Entrevista con Tess Gallagher

La vigencia de Raymond Carver

Raymond Carver y su esposa Tess Gallagher

A principios de octubre llegará a las librerías españolas “Carver y yo”, volumen que reúne cartas, diarios de viaje, entrevistas y fotos de Raymond Carver y su esposa, Tess Gallagher. El libro, que ya fue traducido al italiano y al francés, y que Bartleby Editores publica ahora en castellano, se suma al rescate de la vida y la obra de uno de los cuentistas norteamericanos más destacados del siglo veinte.

CLAUDIA APABLAZA

Moon Crossing Bridge (El puente que cruza la luna), el poemario de Tess Gallagher, viuda de Raymond Carver, se publicó en Estados Unidos en 1992 y fue traducido por primera vez al castellano el 2006 por Bartleby Editores. El mismo año, la editorial, publicó Todos nosotros, libro que reúne la poesía completa del autor, y Sin heroísmos, por favor, recopilación de textos que Carver había publicado en diferentes revistas y periódicos a lo largo de toda su carrera. Ahora se suma a este rescate Carver y yo, que se publicará en España bajo el mismo sello editorial.

Ademas, Tess Gallagher se ha propuesto publicar la versión original de De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), libro que Raymond Carver presentó a la editorial Knopf con el nombre de Begginers, pero que terminó editado por Gordon Lish bajo ese título y con una edición rigurosa que nunca dejó conforme a Carver. Gallagher no ha conseguido autorización para publicar este libro en su versión original en Estados Unidos.

Tanto El puente que cruza la luna como Carver y yo son homenajes de Tess Gallagher hacia la figura de Carver. En 1988, Carver muere de cáncer al pulmón, dejando atrás diez años de matrimonio, de los que data su producción literaria más fuerte. Su “segunda vida”, como la llamó él mismo, después de sobrevivir a carencias económicas y a cuatro hospitalizaciones por alcoholismo. “Me estaba matando, simple y llanamente. No exagero”.

El 1 de enero de 1979 Carver inicia su vida junto a Tess Gallagher, poeta y guionista norteamericana. William Stull y Maureen Caroll enfatizan, en el prólogo de Carver y yo, lo poco que sabríamos del autor si es que no hubiese vivido esos diez años más. Hasta el momento sólo había publicado en una editorial de alto tiraje el volumen de cuentos ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), y algunos libros de poesía en editoriales prácticamente desconocidas y con muy baja distribución: Near Klamath (1968), Winter Insomnia (1970) y At Night the Salmon Move (1976). Pero sus obras cumbres sólo fueron escritas dentro del período en que estuvo con Tess: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? (1981) y Catedral (1983), obras que crecen en profundidad y aflicción lírica. Según los prologadores, esto se lo debe a la intensa relación con Gallagher, y el mismo Carver lo señala en una entrevista: “Hay una mayor plenitud, mayor hondura, gracias al buen ojo y estímulo de Tess… No sólo cambiaron las circunstancias personales de mi vida, también las externas. Imagino que me volví más esperanzado, más positivo”.

Carver y yo es una recopilación de documentos que Tess Gallagher entrega para conocer más en profundidad la obra de Carver. Cartas, diarios de viaje de ambos, entrevistas a Carver, fotografías, entre otros. Está dividido en cuatro partes. La primera, “Excursiones”, es el diario del largo viaje que hizo la pareja durante un año por Europa en 1987 para promocionar los libros del autor: desde Seattle a París, San Quintín, Alemania, Zurich, Roma, Londres, Escocia, Dublín y Belfast. Lugares en los que se van encontrando con amigos escritores, editores, libreros, intelectuales y artistas de la época. “Me propuse entonces llevar un diario en el que registrar los nombres de las personas que conociéramos. Ray creo que lo llamaba ‘grabadora con tapas’. Los diarios se parecen bastante a un álbum, porque guardaba en ellos programas de teatro, recortes de periódicos, postales y fotos polaroid. Alguna vez también dibujé cosas que no podía escribir con palabras”, escribe Gallagher. Junto con el diario que lleva Tess, se intercalan, en esta primera parte, notas breves que Carver le dejaba a su mujer en el viaje: “Me encantaría volver a casa. R.C. Hotel des Saints-Perés. Prometo (intentarlo) pasear todos los días, más o menos, con Tess por la playa de Port Angeles. R.C.”.

La segunda parte, “Vidas cruzadas”, reúne las cartas entre Tess y el cineasta Robert Altman, quien adaptó parte de la obra de Carver en la película Short Cuts. La tercera, “Conversaciones”, son entrevistas realizadas a Tess Gallagger para algunos medios norteamericanos. Y para terminar, “Sin final”, un texto donde Gallagher relata cómo ha sido su dedicación a la obra de Carver desde su muerte y la permanente comunicación entre ellos: “Nuestro diálogo, nuestro contacto, no terminará nunca. Mi sombra más azul, esa estrella blanca que me pertenece”.

-¿Cómo se planteó el libro “Carver y yo”? ¿Es un homenaje al marido muerto, al escritor o a la pareja literaria que ustedes conformaron?

-Carver y yo fue escrito para entregar una idea de mi vida con Ray, sobre todo de lo agradable de los viajes que hicimos juntos. También mostrar qué cosas importantes pasaron después de su muerte, como la publicación de sus poemas y la adaptación de los relatos de Ray en la película Short Cuts. El libro es tanto un homenaje a Ray como un retrato de nuestra vida juntos como escritores.

-¿Cómo era a grandes rasgos el trabajo literario entre ustedes?

-Trabajamos con la misma fuerza el uno para el otro. Recuerdo con mucha alegría cuando le debía mostrar una historia a Ray o un poema. Él realmente celebraba mis textos y también trataba de ayudarme a perfeccionarlos. Cuando yo leía el trabajo de Ray, me asombraba e impactaba mucho. Lo sentía como si fuese a ocurrirme, como si la historia hubiese entrado en mi corriente sanguínea y yo sabía justo lo que ella necesitaba para completarse. Ray se encantaba cuando yo bosquejaba algo de esas ideas. Él podía usar todo o parte de ello, o formularlo de nuevo. Nosotros éramos bastante simbióticos, y cuando esto sucedía, era muy positivo para nuestro trabajo en común. Ray siempre quería saber lo que yo pensaba de su trabajo y valoraba que yo me lo tomara muy en serio. Trabajé de forma muy dura con él hasta el final.

-Usted también señala que Carver fue el motor principal en su propia producción poética. ¿Sigue siéndolo?

-Ray es todavía una de las presencias más importantes en mi vida espiritual. Tengo varios poemas en mi último libro, Dear Ghosts, sobre él o dirigidos a él. Pero el lenguaje de los nuevos poemas no es tan hermético o misterioso como los de El puente que cruza la luna. Con aquel libro sentí que casi tuve que inventar de nuevo mi modo de estar en el lenguaje. A veces uno sólo tiene que arriesgarse y esperar a que la emoción lo lleve de un modo que no había esperado.

-Y hasta qué punto su obra poética se puede desvincular de la figura de Carver. Es decir, ¿le pesa mucho ser la “viuda de Carver”?

-Siento que él no es para mí una figura opresiva. Soy, de verdad, más que la viuda de Raymond Carver. Ya han pasado diecinueve años desde su muerte. Mi escritura ha continuado desarrollándose durante este tiempo. Y los tópicos con los que trabajo son diversos: política, espiritual; tomando varias culturas como el japonés, el irlandés y el español. Me gusta trabajar con ellas que, si bien a veces son “fantasmas” o “espíritus”, todavía nos entregan mucho conocimiento y sabiduría.

-¿Qué relación hay entre la muerte de Carver y el lenguaje en su obra?

-En El Puente que cruza la luna tuve que moverme a una especie de oscuridad espiritual para redescubrir a Ray. Los poemas fueron usados para construir un puente hacia él en su nueva forma. Su desaparición hizo que los poemas alcanzaran una lengua pasada, remota, para descubrirlo. Es verdad que el lenguaje es muy retorcido en esos poemas, y mi traductor español, Eduardo Moga, me confesó que en ocasiones mi modo de hablar empuja el castellano a sus límites.

-¿Qué afinidades tiene usted con el lector español de la obra de Carver? Es decir, ¿qué le parece que se traduzca toda la obra de Carver al español?

-No estoy segura de qué les parece Ray a los lectores españoles, pero puedo imaginarme que les gusta su honestidad y su modo de ser cuidadoso. Pienso que él siempre respetaba a los otros, incluso cuando alguien estaba errado en su vida. También él era muy sensible, pero de una forma muy moderada, de una forma que permitía acercarse a un camino que amplía la visión de mundo, que lo engrandece.

-En la carta enviada a Robert Altman, usted le dice que encuentra muy diferentes sus puntos de vista: “…donde Carver mete el cuchillo y lo vuelve a sacar más o menos en el mismo sitio, tú optas por trazar un ligero arco con él”. ¿Cree que la película es una buena adaptación de la obra de Carver?

-Creo que es la mezcla de las imaginaciones de dos grandes genios. Dos maestros. La fuerza de ambos está muy presente, aún cuando uno de ellos ha sido amplificado y cambiado por el de otro. Ray era muy delicado y exacto, mientras que Altman debe trabajar más ampliamente porque su medio es el cine. Pienso que Short Cuts no es realmente una adaptación del trabajo de Ray. Es una nueva creación en la cual el trabajo de Ray se avivó con la visión de Altman. Una adaptación simplemente habría estado guardando la fidelidad a las historias de Ray. Altman tuvo que hacer más que eso.

-¿Cómo se enfrentaba Carver a la crítica?

-En general, Ray tuvo mucha aclamación crítica y respeto mientras estaba vivo. Sólo había controversias de vez en cuando. Por ejemplo, con la designación de “minimalista” que hicieron de él y con la cual nunca estuvo de acuerdo. Esto era una impresión falsa de Ray.

-Usted señala en “Carver y yo” que un escritor no debería estar ligado al mundo académico. ¿Por qué no se podrían complementar ambos oficios?

-Pienso que muchos escritores pueden enseñar y escribir. Pero Ray, realmente, nunca se sintió cómodo enseñando. Él se sentía bien haciendo nada más que su obra literaria. Por mi parte, creo que mi enseñanza viene del mismo lugar de donde proviene mi trabajo creativo, así que significa que tendré menos poesía cuando estoy enseñando. Sólo quise trabajar medio tiempo en la enseñanza, así que podía hacerlo de forma muy intensa. Nunca quise ser alguien que se ganara la vida sólo de ello. Yo hubiese preferido siempre vivir con menos y guardar fidelidad tanto a la enseñanza como al arte, haciendo cada uno en su nivel más alto. Pero no tenía niños que mantener. Creo que este modo de vida es un lujo. ¡Pero ser un escritor es también un gran lujo!

-Usted señala que uno de los antídotos que tenían para la enfermedad de Carver, cuando los tumores se expandieron, era leer a Chéjov.

-Hablo de esto con mayor detalle en la introducción al último libro de poemas de Ray, A New Path to the Waterfall. Allí describo cómo yo leía algunas historias de Chéjov por la mañana y luego se las contaba de tal modo a Ray por la tarde, que él se las quería leer. Luego era muy interesante discutir sobre la historia. También, comencé a notar que ciertos pasajes de Chéjov eran como “poesía oculta”. Si los mecanografías en líneas hacia arriba, podrías descubrir la poesía de esa prosa. Ray comenzó a hacer eso. Hay varios poemas que son “poemas encontrados”. Ray encontró algo nuevo en la prosa de Chéjov. Por otro lado, pienso que sentíamos la presencia de Chéjov con nosotros muy fuertemente en esos días. Era como si hubiésemos logrado ir más allá del tiempo y él hubiese caminado hacia nosotros en sus historias.

-¿Quedan aún textos inéditos de Carver?

-Beginners es el libro que Ray presentó originalmente a Knopf para la publicación y que se convirtió en De qué hablamos cuando hablamos de amor. Ray no estaba de acuerdo con la edición de ese libro, pero no podía parar la publicación. Espero poder publicar este libro en español, ya que la editorial Knopf no me ha dado la autorización, hasta ahora, para publicarlo en Estados Unidos. Creo que hay una cierta sensación de Knopf de que ellos “han hecho el canon” de Ray, y no quieren que esto cambie. Esto es un tanto irrespetuoso hacia Ray. ¡Es extraño que el libro pueda aparecer en español o italiano o japonés, pero no en inglés, la lengua en la cual se originó!

Pareja literaria

RAYMOND CARVER (1939-1988) Poeta y narrador. Es considerado uno de los grandes cuentistas de las últimas décadas. Entre sus libros, destacan: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, De qué hablamos cuando hablamos de amor, Catedral, Tres rosas amarillas y Si me necesitas, llámame.

TESS GALLAGHER (Port Angeles, 1943). Poeta, narradora, ensayista, guionista y traductora.

Ha publicado, entre otros, los poemarios Instructions to the Double (1976), Under Stars (1978), Amplitude (1988), Moon Crossing Bridge (1992), Portable Kisses (1996), y Dear Ghosts (2006). Becada por la Fundación Guggenheim, ha recibido los premios de la Maxine Cushing Gray Foundation y el Elliston Award.

CARVER Y YO

Tess Gallagher Bartleby Ediciones, Madrid, 2007.

Fuente: El mercurio.com. Domingo 16 de Septiembre de 2007
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Escribir un cuento. Raymond carver

Escribir un cuento

Raymond Carver

Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.
Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin… Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.

Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio… Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la ÚNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo.

Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:… Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.

Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Sólo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.

Hace unos meses, en el New York Times Books Review, John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar -y maltratar, incluso- a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá sólo resulte interesante para un puñado de especializadísimos científicos.

Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas -Barthelme, por ejemplo- no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.

Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.

En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento -si las palabras resultan oscuras, enrevesadas- los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.

Tengo amigos que me cuentan que deben acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.

En un ensayo titulado “Escribir cuentos”, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento… Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:

“Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.”

Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor.

Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.

Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.

Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.

La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/carver.htm Sigue leyendo

Updike en Paz. Por Rodrigo Fresán

Updike en paz

Por Rodrigo Fresán

UNO

En una entrada de los Diarios de John Cheever –correspondiente a finales de los años ’70 y principios de los ’80– se lee: “A las cuatro suena el teléfono. ‘Llamo de la cadena CBC. John Updike ha muerto en un accidente de tránsito. Nos gustaría que hiciese algún comentario.’ Estoy llorando. No puedo dormir (…) En cuanto a John, lo respetaba tanto como colega y lo quería tanto como amigo que su muerte me produce un efecto indescriptible. Era un príncipe (…) Para mí, es el escritor sin igual de su generación; su don de comunicar a millones de extraños sus emociones más elevadas y desesperadas se veía reforzado por una inteligencia y erudición inmensas y poco comunes. John poseía una astucia única en el campo de la estética (…) Uno echa de menos y con pesar su inteligencia, pero recuerda que dedicó su vida a escribir vetas perdurables (en modo alguno quiero decir inmortales) de sensualidad y revelaciones espirituales”.
Un poco después, Cheever –que toda su vida mantuvo con Updike una relación de amorosa competencia y envidia de camarada– agrega: “Así que la noticia de la muerte prematura de John es falsa. Según mi hija, he llegado a la conclusión de que un desconocido ambicioso vio el nombre en un parte de policía y decidió sacar partido”.
En su biografía de John Cheever, Scott Donaldson apunta que el engaño fue idea y obra de “un novelista rival con un siniestro sentido del humor” pero no revela el nombre.
¿Quién habrá sido?
¿Estará hoy vivo para leer las noticias?
En cualquier caso, el pasado martes 27 de enero, yo iba en un taxi y me llamaron por teléfono de un diario para comunicarme la noticia de la muerte de John Updike por cáncer de pulmón y pedirme que “hiciese algún comentario”. Dije las dos o tres cosas que uno dice en el helado calor de momentos semejantes. Frases sueltas y desconcertadas y dolidas. Después corté y el taxista me preguntó si había muerto “un ser querido”.
Le contesté que sí.
Y el taxista me dio el pésame por John Updike.

DOS

Minutos después, en mi casa, de pie frente al largo estante desbordando en doble fila la enorme y cuantiosa obra de John Updike (alimentada disciplinadamente a base de tres páginas de escritura diaria lloviera o tronara), me dije que iba a ser raro ya no contar con el próximo libro de Updike, con el libro de Updike de este año. De acuerdo, Updike ya había entregado un volumen de relatos –My Father’s Tears–, que saldrá este junio y probablemente queden artículos y notas sueltas como para ensamblar otra de esas contundentes recopilaciones que uno aprendió a querer y a utilizar como inteligentísimas bases de datos. Pero no será lo mismo, claro. ¿Y qué haremos en el 2011 o 2012, qué haremos con el resto de nuestra vida de lector?
Me acordé de que –cuando se enteró de la muerte de Anthony Burgess– Charlie Feiling exclamó, en la redacción de este diario, un “¡Pero si no iba a morirse nunca!”. Algo parecido sentía yo ahora ante la muerte de Updike que –junto a Samuel Beckett– siempre me pareció el escritor con más cara-de-escritor de toda la historia.
Y me acordé también –fui a buscarlo, volví a leerlo– de que, a la altura de la letra U, en The Salon.com Reader’s Guide to Contemporary Authors se dice que “con John Updike hay cierta incomodidad. Surge su nombre y asoma, también, una cierta impaciencia: Updike es probablemente nuestro mejor escritor palabra-por-palabra y reflexión-por-reflexión, pero… ¿No va siendo hora de que Updike se retire, de que Updike pase?”.
La pregunta era y es infantil, pero tiene al mismo tiempo su madura razón de ser para toda una nueva generación de autores cool como el suicida reciente David Foster Wallace, que no vaciló en definir a Updike como a uno de los “grandes Narcisistas Masculinos que han dominado la narrativa americana de posguerra y que están ahora en su senectud”. Estaba claro que Updike molestaba. Molestaba su intimidante fertilidad, su puntual disciplina, su estar en todas partes. Updike escribía y publicaba por lo menos cada doce meses desde 1958. Había ganado todos los premios importantes (sólo le faltó el Nobel), y firmó de más de sesenta títulos entre novelas donde destaca la tetralogía con coda Rabbit Angstrom. Compuesta por Corre, Conejo (1960), El regreso de Conejo (1971), Conejo es rico (1981), Conejo en paz (1990) y Conejo en el recuerdo (2001), ésta es, sin duda, una de las candidatas más firmes a Gran Novela Americana del Siglo XX, fundiendo magistralmente la historia pública de los Estados Unidos con la intimidad de un exitoso fracasado o de un perdedor triunfal. Sumarle colecciones de relatos (considerados por él como aquello por lo que sería o debería ser recordado), recopilaciones de ensayos (del golf a la pintura, pasando por el torrente de introducciones y reseñas publicadas en The New Yorker, alma mater en la que se inició como una suerte de office-boy (todo terreno”), poemarios, libros infantiles, una obra de teatro, unas exquisitas memoirs selectivas y, como editor, una comentada antología con el título de The Best American Short Stories of the Century en la que no dudó en incluir su “Gesturing” como representativo de 1980. También, digámoslo, fue ghost-writer del payaso Krusty en un episodio de Los Simpson.
Todas y cada una de esas líneas escritas con lo que Martin Amis, un admirador, definió como “un estilo melodioso, arriesgado, detallado, divertido y fresco (Un ejemplo más o menos al azar: ‘Se dejó caer en una silla de lona y se dedicó a cruzar y recruzar las piernas, que eran tan cortas que tenía la impresión de estar jugueteando con los pulgares’.) Esto es tan bueno, te quedas pensando; ¿acaso no es lo mejor? Una prosa así no se logra fácilmente, y sin embargo Updike produce un montón sobrecogedor de este tipo de material”.
Y está bien, es verdad: su última novela publicada en vida –The Widows of Eastwick, continuación de Las brujas de Eastwick– no está entre lo mejor que escribió.
Pero está tan bien escrita.

TRES

John Updike gozó de un privilegio del que sólo llegan a disfrutar muy pocos: el de que sus maestros llegaran a considerarlo un maestro, uno de ellos. John Cheever, Vladimir Nabokov y William Maxwell no escatimaron elogios a la hora de juzgar y celebrar, casi desde el principio, la obra de Updike. Más cerca en el tiempo, el ya mencionado Martin Amis, Ann Beattie, Richard Ford, Rick Moody, John Banville, Margaret Atwood o Nicholson Baker –que le dedicó todo un libro, su obsesivo ensayo de fan acosador U & I (1991)– entre muchos otros no dudaron en considerarlo un titán que aplicó su energía a iluminar lo doméstico, ese “territorio medio en el que siempre chocan los extremos”. Y Updike –después de todo y antes que nada– parecía ser un tipo humilde, sencillo, que alguna vez dijo aquello de “Ser un escritor famoso es como ser un enano alto. Siempre estás en el límite de la normalidad”.
Nacido en Reading, Pennsylvania, en 1932 (me pregunto si habrá algo mejor para un escritor que nacer en un lugar llamado Reading… ¿Existirá una ciudad de provincias llamada Writing?) John Hoyer Updike, hijo único, se crió en una familia protestante y asumió ese paisaje como el que definiría a buena parte de sus ficciones. Y ahí están y de ahí salen la veladamente autobiográfica El centauro (1963, una de las mejores novelas de padre/hijo jamás escritas) y En torno de la granja (1965). De allí partiría Updike para conquistar la gran ciudad, soñar con convertirse en dibujante y trabajar para la Disney. Pero pronto acabó reportando “the talk of the town” para The New Yorker y publicando los primeros textos que, enseguida, dejarían atrás una inicial placidez epifánica y salingeriana (ver y admirar la recopilación del 2003 The Early Stories: 1953-1975 donde se destacan las historias que transcurren en el imaginario pueblo de Olinger y las idas y vueltas del matrimonio de los Maple) para asumir las adúlteras tormentas sexuales de la Era del Divorcio en escandalosos best-sellers de calidad todavía hoy muy bien conservados como Parejas (1968) o Cásate conmigo (1976), ser acusado de misógino por su retrato tan lírico como despiadado de las mujeres, racista por su visión de los negros y poco comprometido por su elegante conservadurismo político, crear un alter ego judío y philiprothiano en las andanzas de Henry Bech (que sí ganaría el Nobel de Literatura) y llegar a un puñado de novelas tardías en las que, en mi opinión, se encuentra lo más interesante de su carrera. Comprobarlo en la delicada experimentación, en las oraciones admirables (con destellos de Henry James y de Marcel Proust y de Henry Green) y en la originalidad de tramas –que incluyen desde la posibilidad de un Dios informático, una saga familiar ligada fatalmente al séptimo arte y a la televisión, las noches oscuras de unos Estados Unidos fracturados y futuristas, una prequel de Hamlet, una aproximación lateral a la leyenda de Jackson Pollock o un thriller con adolescente fundamentalista– en La versión de Roger (1986), La belleza de los lirios (1996), Hacia el fin del tiempo (1997), Getrude y Claudio (2000), Busca mi rostro (2002) y Terrorista (2006).
Sus detractores –entre ellos, a lo largo de los últimos títulos, la implacable Michiko Kakutani de The New York Times– insistieron una y otra vez en que Updike escribía demasiado y guiado por el piloto automático de un genio que se había convertido en reflejo y tic y carnal prosa mandarinesca sobre cuestiones casi intangibles. Esto se puso claramente de manifiesto cuando Updike publicó Villages (2004), novela en la que volvía al pueblo chico/cama grande. Alguien tituló su reseña “Johnny One Note” (“Johnny Una Sola Nota”). A saber: coitos variados, barrios residenciales, atardeceres, lascivia hogareña, noticias brotando de televisores y periódicos, un hombre más o menos profesional y educado en el puritanismo protestante y blanco, pero siempre poseído por una satiriasis agnóstica y de todos los colores. Y el erosionante paso del tiempo en los rasgos de un imperio tan moderno como decadente.
Pero Updike dejó bien claro desde el vamos cuál sería su campo de juego. De ahí que no tuviera problemas en reconocer en una entrevista que “mi escritura estuvo, está y estará limitada siempre por mi experiencia y mi imaginación, ambas severamente finitas”, que “son muchas las cosas que he comprendido recién al verlas con los ojos de mis personajes” y que “en los últimos tiempos mi obra parece estar marcada por pensamientos más cobardes y rencorosos”. “Yo soy mis libros. Todo está ahí”, le confesó a Martin Amis este hombre que, a la hora de su primer divorcio, no fue el único que escribió sobre la cuestión en The New Yorker. Su hijo y su esposa también publicaron allí textos con sus respectivas versiones del asunto.

CUATRO

Cuando llegó la hora, John Updike publicó sensibles y sentidas necrológicas de sus maestros Vladimir Nabokov, John Cheever y William Maxwell. Buscarlas y encontrarlas en los archivos de The New Yorker.
Y nada me extrañaría menos que Updike haya dejado escrita la suya. Sus últimas tres páginas prolijas y meditadas y corregidas porque, en el 2006, ya había advertido sobre su poca confianza en la trascendentalidad del suspiro final y en la posibilidad de despedirse con estilo durante el minuto del adiós: “Las últimas palabras, registradas y atesoradas en los días en los que el lecho de muerte era el hogar, han pasado de moda. Quizá porque la mayoría de las personas agota sus últimas horas en un hospital, demasiado drogadas para que lo que dicen tenga algún sentido. Y sólo las oye la enfermera del turno de noche”.
Así que hasta que esas tres páginas finales y definitivas aparezcan –si aparecen– puede cubrirse este hueco imposible de llenar con lo que Updike recopiló en la última página de Due Considerations: Essays and Criticism (2007) cuando el 18 de marzo del 2005, día de su cumpleaños, le pidieron un breve texto en respuesta a la pregunta “¿En qué cree usted?”.
Y Updike respondió:
“A la edad de setenta y tres años, en lo que más creo, de todo corazón, es en el valor humano de la escritura creativa, ya sea en verso o en ficción, como medio ideal para decir la verdad, expresarse a uno mismo y homenajear a los milagros gemelos de la creación y la conciencia”.
Cinco años antes, como elegía por William Maxwell, Updike había publicado un poema titulado Stolen que, aplicado a otra muerte, puede volver a recitarse en esta hora triste y que termina así: “El bote se inclina como congelado en la ola salvaje de la tormenta / El concierto se ha interrumpido entre dos notas / Una tierra incógnita, lo suficientemente extensa / Se convierte en una ausencia. Cuando los sabios / y amables hombres mueren, ¿quién restaurará a su trono a la excelencia que ha desaparecido?”.
Buena pregunta.
John Updike era un rey.

Fuente: Pagina/12 Domingo, 1 de Febrero de 2009.

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Adiós, al viejo Updike.

Murió John Updike, crítico cronista de la clase media
El escritor norteamericano describió con agudeza la sociedad de su país


John Updike

A los 76 años, murió ayer el escritor norteamericano John Updike, dos veces Premio Pulitzer por sus libros Conejo es rico y Conejo en paz , a raíz de un cáncer de pulmón. Considerado uno de los más prominentes escritores de Estados Unidos, candidato al Premio Nobel año tras año, Updike fue un prolífico maestro en varios géneros: novela, cuento, crítica y poesía, e insuperable cronista de la clase media de su país.

Integrante de un Olimpo de nombres rutilantes como J. D. Salinger, Norman Mailer, Toni Morrison, Joyce Carol Oates y Gore Vidal, entre otros, Updike nació en Pensilvania, el 18 de marzo de 1932, pero no fue hasta 1955 que comenzó a desarrollar un estilo personal y se convirtió en un agudo cronista de la sociedad norteamericana. Por entonces entró a la prestigiosa revista The New Yorker .

Con más de 60 libros en su haber, el fallecido escritor llegó a publicar un libro por año. A lo largo de su producción literaria, Updike fue tan brillante como eficaz para reflejar sus críticas -y también sus elogios- sobre la sociedad de su país.

En 1960 comenzó su extraordinaria serie Corre Conejo , El regreso de Conejo , Conejo es rico y Conejo descansa , que comparten el protagonista Harry Rabbit Angstrom, a través de quien el narrador critica la clase media norteamericana, cuya válvula de escape está, según él, en la religión y el cine.

Un observador de la ambigüedad

Al hablar sobre su serie de Rabbit Angstrom, en la que el escritor refleja la triste vida de un americano medio común en el contexto de los grandes acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX, Updike señaló a la revista Life : “Mi tema es la clase media protestante norteamericana de los pequeños pueblos de Estados Unidos. Me gustan los medios, porque en los medios chocan los extremos y la ambigüedad gobierna”.

En 1991 recibió, por Conejo descansa, el Premio del Círculo de Crítica Literaria en Estados Unidos. En esa última novela de la serie, el personaje central se enferma y muere. Hubo todavía un libro posterior sobre su personaje, titulado Conejo en el recuerdo y otras historias .

“Cuando escribo apunto mi mente no hacia Nueva York, sino hacia un punto vago al este de Kansas”, señaló durante una entrevista con la revista Time el autor de La belleza de los lirios , que vivió los últimos 30 años de su vida en Nueva Inglaterra.

A lo largo de su literatura, la intención de Updike ha sido mostrar la sociedad norteamericana, ya sea a través de un personaje o de generaciones de una misma familia.

En 1980, en una colección de cuentos titulada en inglés Problems ( Problemas ) escribió: “América es una vasta conspiración para hacerte feliz”.

Otro de los temas reiterados en su obra es el sexo. En 1968 sorprendió con una controvertida novela, Parejas , que en los años 60 se mantuvo durante meses entre las más vendidas. Updike justificó su punto de vista de este modo: “El sexo es como el dinero. Sólo demasiado es suficiente”.

En su obra de ficción, según los críticos norteamericanos, el adulterio juega un papel tan central como la caza y la pesca en la obra de Hemingway. Para la prensa norteamericana, acongojada ayer por su muerte, los más brillantes estándares de calidad de Updike se encuentran en muchos de sus artículos, de sus ensayos, sus cuentos breves y sus más críticos puntos de vista aparecidos en The New Yorker .

En su última gran novela, Terrorista , Updike se mete en la piel y el alma de un musulmán norteamericano que se inmola en un atentado. A raíz de esa obra, hace un año y medio, lo entrevistó el director del Instituto Cervantes de Nueva York, el escritor Eduardo Lago. Updike dijo: “Creo en Estados Unidos. Pero sigo siendo crítico del carácter y la sociedad norteamericanos. Somos una sociedad que se ahoga literalmente en basura”.

Entre sus libros traducidos al español, publicados por Tusquets, se destacan -además de los mencionados- La feria del asilo , En torno a la granja , Golpe de Estado , Las brujas de Eastwick, A conciencia (su libro de memorias), Brasil , Busca mi rostro , El centauro , Gertrudis y Claudio, Hacia el final del tiempo y Lo que queda por vivir .

Desde 1977 estaba casado, en segundas nupcias, con Martha Ruggles. Tenía cuatro hijos.

Fuente: La nación. Miércoles 28 de enero de 2009 Sigue leyendo

Sobre descolonización/descolonialidad, una vez más

December 1st, 2007

Sobre descolonización/descolonialidad, una vez más
Walter Mignolo

Mis comentarios sobre “Eurocentrism 21st Century: The King and the Colonial Vassal” provocaron algunas reacciones immediatas. Una de ellas, pregunta por qué escribo en inglés sobre estos temas. En los próximos días traduciré el artículo al castellano y responderé a esta pregunta.

En lo que sigue, hago algunas aclaraciones dirigidas a preguntas y objeciones que se me hacen, y consejos que se me dan, de los demás comentaristas.

El término ¨descolonización¨ comenzó a emplearse, durante la guerra fría, en dos contextos distintos. En uno de esos contextos se entendía por ¨descolonización¨ lo que a finales del siglo XVIII y principios del XIX se entendia por revolución (Revolución Americana, Revolución Haitiana) o por Independencia (Independencia Argentina, etc). En este contexto ¨descolonizarse¨ significaba enviar las elites metropolotinas a sus países de origine y tomar las riendas de los gobiernos locales. Lo que ocurrió en Asia y en Africa fue paralelo a lo que ocurrió en las Américas siglo y medio antes: el colonialismo interno desplazó al colonialismo externo. Los criollos de descendencia Europea controlaron el gobierno y la autoridad en las Américas en las primeras revoluciones/independencia del mundo moderno/colonial. Los movimientos de descolonización fueron paulatinamente desplazados, al final del siglo XX, por la contra-revolucion neo-liberal, tambien conocida como “globalización.” Los procesos descolonizadores retomaron su rumbo y energía en Bolivia, con la elección de Evo Morales al gobierno. Sin embargo, tanto en Bolivia como en Ecuador y también en algunos sectores de la intelectualidad Venezolana, el contexto de uso del término “descolonización” se ha modificado.

El segundo contexto en el que se empleó el término “descolonización” durante la guerra fría fue el epistémico. El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda propuso hacia mediados de los 70, descolonizar las ciencias sociales. Durante el mismo período, los tardíos 70, el filósofo Marroquí Abdelkebir-Khatibi propuso la descolonización epistémico-filosófica como paradigma de co-existencia frente y junto a la desconstrucción. Mientras la desconstrucción proponía y propone una crítica eurocentrica del eurocentrismo, Khatibi habitaba y habita otro espacio, el espacio de las fronteras entre el Islam y la Cristiandad (de ello hablo en Historias Locales/Diseños Globales). Su noción de “doble crítica” como método de descolonialidad se desengancha de la totalidad eurocentrada y atrapada en los legados categoriales del griego y del latin. Khatibi habita y piensa en la frontera entre, por una parte, la filosofía islámica y la lengua árabe y, por otro, la filosofía y las lenguas del occidente greco-latino, cristiano y secular. Hoy, en Bolivia, el sentido histórico del término de descolonización se junta con el sentido epistémico del término descolonialidad: descolonizar la educación, el estado, la economía presupone habitar y pensar en los bordes del horizonte totalitario del Eurocentrismo (repito: griego, latin y las seis lenguas europeas moderno/coloniales). En fin, para intelectuales del “tercer mundo” el concepto de descolonización fue una opçión necesaria frente a las tendencias imperiales del marxismo y de la teología liberadora. En Algeria tenemos a Malek Bennabi. . En décadas posteriores, de los 80 y los 90, nos encontramos en India con intelectuales y activistas como Ashis Nandy y Vandana Shiva.

Mi empleo del término descolonización/descolonialidad proviene del artículo programático e inaugural en el que Anibal Quijano mostró que el concepto de modernidad es solo la mitad de la historia, e introdujo el concepto de colonialidad como su lado oscuro, pero inseparable. Esto es, iluminó el hecho de que no hay modernidad sin colonialidad. Por lo tanto, la retórica salvacionista de modernidad y modernización es inseparable de la lógica imperial de colonialidad. Frente a esta realidad histórica hay varias opciones: adaptarse y asimilarse; resistir y estar contra o re-existir, esto es, trabajar crítica y creativamente junto a procesos globales hoy en marcha de descolonización epistémica, esto es, de descolonialidad. Mi empleo del término se inscribe en un proyecto epistemico-político específico, el así llamado modernidad/colonialidad/descolonialidad. Este proyecto tiene ya varios años de trabajo colectivo que ha sido resumido en un par de artículos. Uno, “Mundos y conocimientos de otro modo” de Arturo Escobar, antropólogo colombiano residente en Estados Unidos. El otro “Nueva perspectiva filosófica en América Latina” del filósofo colombiano residente en Colombia Damián Pachón Soto.

El término se emplea también en otros proyectos. Uno de ellos es del pensamiento Chicano/Chicana en Estados Unidos. El libro de Emma Pérez citado en uno de los comentarios es un ejemplo. En el movimiento político y filosófico Chicano/Chicana tanto los conceptos de “colonialismo interno” (introducido en América Latina por el sociólogo Mexicano Pablo Gonzálo-Casanova a finales de los 60) y de “descolonización” fueron por cierto conceptos claves para este proyecto. Como lo fueron para el sociólogo Fals Borda y el filósofo Khatibi, coincidentemente en la misma época e independientes de cada uno. No hizo falta en este caso un pensador, un modelo eurocentrado para seguir y aplicar, sino que la historia misma condujo a quienes se encontraron habitando las fronteras, pensando fronteriza y descolonialmente. El término se ha empleado desde hace tiempo entre los intelectuales indígneas en América del Sur y entre los pensadores Afro-Caribeños. Hoy, se mantiene vigente en las nuevas generaciones de Native Americans quienes hablan tanto de descolonización como de “indegenización de la universidad” “indigenización de la universidad.” El libro de la antropóloga Maori, Linda Tiwhai Smith, Decolonizing Methodologies. Research and Indigenous People, publicado en 1999, inició un largo debate sobre cuestiones de descolonización epistémica, esto es, de descolonialidad. Finalmente, el fenómeno Amawtay Wasi, en Ecuador, que es más conocido en América del Sur, es un caso radical de decolonialidad epistémica.

En fin, descolonización/decolonialidad son términos comunes a variados proyectos que tiene en común desengancharse de las reglas euro-centradas (lo cual implica su continuidad en Estados Unidos). Proyectos de descolonización/descolonialidad en las áreas del planeta cuyas historias locales fueron interferidas por las historias locales de los paises imperiales de Europa occidental y Estados Unidos, juntan hoy sus fuerzas con los proyectos descoloniales de las “minorías” inmigrantes en Europa y en Estados Unidos. Immigrantes que ya no son Europeos como en Argentina, Venezuela o Estados Unidos a finales del siglo diecinueve y principios del veinte, sino migrantes de lo que fue “el tercer mundo.”

La genealogía del pensamiento descolonial abre las puertas a respuestas descoloniales al dilema “estas conmigo o estas con mis enemigos.” A menudo dice Anibal Quijano, medio en broma y medio en serio: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.” Esto es el desprendimiento epistémico, el pensamiento fronterizo, el pensar de otro modo que describe Escobar en su artículo, el paradigma (diverso) de co-existencia como guerra epistémica. De lo contrario, nos quedamos en la telaraña del totalitarismo epistémico moderno (en la sintesis hegeliana, en la ruptura epistemica de Foucault, en el nuevo paradigma de Khun), en el cual la novedad es siempre evaluada en relación a lo anterior, en la linearización del tiempo y en el control de la autoridad enunciativa. Lo político, que en ese ámbito es controlado por el estado y el mercado, es un callejón sin salida para la sociedad política, si la sociedad política no cambia por cambiar las reglas del juego, los términos de la conversación y se mantiene presa en una lucha por cambiar los contenidos. Es decir, por resistir en vez de re-existir (Adolfo Albán, pensador y artísta afro-colombiano).

Esta misma idea la expresó en otro ámbito, aunque por motivos semejantes al pensamiento descolonial, el neurofisiólogo y pensador chileno Humberto Maturana. (1) Por un lado, Maturana re-introdujo el concepto de “emocionar” junto y complementario al de “pensar.” Por otro, desarrolló la idea de “variadas objetividades” y de “multi-verso” en vez de “uni-verso” (esto es, la idea hegemónica de universalidad pasa a ser en el pensamiento de Maturana, un componente más de un mundo multi-versal). Sin embargo y actualmente, el conflicto y la lucha epistémica se enmarca en la creencia en la “objetividad sin paréntesis” y la “objetividad en paréntesis”. La idea básica de Maturana, que no es simple. Empecemos por lo más básico.

La operación que constituye el criterio de validación de las explanaciones científicas—dice Maturana—es el mismo que usamos en la validación operativa de nuestras prácticas cotidianas en tanto seres humanos. De esta premisa se sigue, en un sentido estrictamente operativo, lo que distingue un observador u observadora en la vida cotidiana de un observador o una observadora en su papel de científico, es la orientación emocional del cienfífico o la científica que explica la consistencia cognitiva de su trabajo y su conocimiento usando solamente como criterio la validación científica que él o ella inventaron en su particular preocupación por regular los criterios de validación explicativa. Esto es, en su interés y compromiso por establecer, ellos y ellas mismas, criterios claros para generar explanaciones científicas que no interfieran con los criterios operativos que empleamos en la vida cotidiana. Esto es, los criterios de la explanación científica se basan sobre la puesta en paréntesis de las cualidades secundarias; de nuestro criterios vivenciales y existenciales para validar operativamente nuestras prácticas cotidianas.

De este principio, Maturana deriva una serie de conclusiones básicas para los futuros globales y las opciones descoloniales. Los criterios de validez descritos en el párrafo anterior constituyen lo que Maturana llama “objetividad-sin-paréntesis” y la lucha por lo uni-versal Por otro lado, existe el mundo multi-versal y los sujetos que operan cotidiana y científicamente con otros criterios de validación. Ello conduce, al mismo tiempo, a pensar lo político y lo ético de un modo-otro.

Los caminos (o métodos si se quiere), que conducen a la objetividad-entre-paréntesis la observadora acepta que ella es la fuente de toda realidad a través de la series de operaciones para establecer distinciones y diferencias en su práctica de vida. Esto es, el punto de partida no es la objetividad de un mundo allí, sino la subjetividad que no se puede eliminar o poner entre paréntesis, de la observadora. Al aceptar este método o camino, las explanaciones no son reduccionista ni tampoco transcendetales puesto que ya no hay una búsqueda “por la explicación última de todo” ni por la “verdad o manera correcta” de hacer política. Esto es, se ha relativizado o provincializado la creencia en “universales abstractos” (objetividad-sin-paréntesis) y se han abierto las puertas a “la pluri-versalidad como proyecto uni-versal” (objetividad-entre-parentesis). Estamos ya en un terreno común y complementario, tanto cientistas como Maturana como pensadores descoloniales en el ámbito de las ciencias humanas. Demos un paso más adelante.

De tal modo que cuando un observador u observadora habita y adopta el camino de la objetividad-entre-paréntesis, comienza por darse cuenta que dos observadoras que proponen dos explanaciones que se excluyen mutuamente pueden parecer—para un tercer observador—dos interpretaciones conflictivas de una misma situación o acontecimiento. Lo que ocurre aquí entonces es que los tres observadores no estan dando interpretaciones diferentes de una misma situacion sino que que las tres están operando en diferentes—aunque igualmente legítimos—esferas de la realidad y dominios explicativos. Lo que están haciendo es explicar diferentes aspectos de sus prácticas de vida.

Cuando esto es así—concluye Maturana—la observadora que habita la pauta operativa de la objetividad-entre-paréntesis, se da cuenta que habita en un multi-verso. Esto es, que habita en variados y diferentes (igualmente legítimos) mundos explanativos (aunque no todos igualmente deseables). Por lo tanto, cada desacuerdo explicativo es una invitación hacia una responsable reflección de coexistencia (conflictiva y dialógica) y no en una irresponsable negación de la otra explicación (Bush-Ben Ladin y viceversa, por ejemplo). En cambio, si se habita la objetividad-sin-paréntesis creemos que todo quien no está de acuerdo con lo que sentimos y pensamos, no tiene razón de ser o está errado. Esto es, nos ponemos en una posición de juez supremo y acusamos a las opiniones diferentes de ponerse en la posición de juez supremo en la que yo o sólo nosotros (los que pensamos igual) queremos estar.

El pensamiento descolonial, y la opción descolonial (que es descolonial en su singularidad y multi o pluriversa en sus manifestaciones globales), habita la objetividad-entre-paréntesis y opera explicativa, ética y políticamente en la formación histórica del mundo moderno/colonial constitutivo de la fundación histórica de la economía capitalista. A partir de aquí es posible comprender el pensamiento descolonial de Waman Puma de Ayala, de su uso estratégico del cristianismo (como se hace hoy, en las prácticas de teología de la liberación en América del Sur (Hinkelammert, Elaucuría) o en Africa) (ver en este mismo blog, bajo el rubro Publications, dos conferencias sobre pensamiento descolonial). De igual manera Ottobah Cugoano, lo cual nos permite comprender que pensadores como Gramsci o Bourdieu están sólo a mitad de camino, caminando sobre historias y subjetividades silenciadas, como lo argumenta convincentemente el intelectual y politólogo Jamaiquino Anthony Bogues en su elocuente obra Black Heretics, Black Prophets. Radical Political Intellectuals (2003). No hay dicotomía entre imperiales/modernos malos y coloniales buenos, sino un paquete the lucha sin cuartel en la co-existencia entre retórica de la modernidad/lógica de la colonialidad/gramática de la descolonialidad. La primera ecuación es una ecuación moderna y postmoderna (esto es, lineal, eurocentrada). La segunda se abre a la heterogeneidad-histórico estructural (ver el artículo de Quijano citado más arriba), a la analéctica (Dussel) y al pensar habitando las fronteras (border thinking).

———————

1) Resumo aquí las ideas principales del aparatado “The Ontology of Explaining: Conditions of Constitution of Observing”, primera sección de la monografía Reality. The Search for Objectivity or the Quest for a Compelling Argument.

Fuente: http://waltermignolo.com/2007/12/01/sobre-descolonizaciondescolonialidad-una-vez-mas/ Sigue leyendo

La teta asustada ganó el Oso de Oro en Berlín

La teta asustada ganó el Oso de Oro en Berlín
Sábado, 14 Febrero 2009, 2:52 pm en Diario

La cinta La teta asustada, de la directora peruana Claudia Llosa, recibió el premio a Mejor Película en el Festival de Cine de Berlín, La Berlinale, en Alemania. En la cinta participa la actriz Magaly Solier. Hace tan solo unos días, la cinta había recibido el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, FIPRESCI.

Fausta (Magaly Solier) padece La Teta Asustada, una rara enfermedad que se transmite por la leche materna de mujeres que fueron violadas durante la gestación y la lactancia en la época del terrorismo. Un terror atávico que se transmite de generación en generación y que Fausta sufre en forma de hemorragias nasales en momentos de crisis. La joven, además, guarda un secreto que no quiere revelar hasta que la súbita muerte de su madre la obligará a encontrar una salida al laberinto, dentro y fuera

Fuente: Diario. Sábado, 14 Febrero 2009 Sigue leyendo

Roland Barthes, íntimo y doliente. A propósito de un inédito de Barthes

Roland Barthes, íntimo y doliente

Roland Barthes.
Cortesía de El País.

Controversia editorial en Francia tras la publicación de los diarios del intelectual sobre su madre

Por: ANTONIO JIMÉNEZ BARCA

Roland Barthes (Cherburgo, 1915- París, 1980) solía coger un folio normal y partirlo en cuatro. Siempre había en su mesa de trabajo fichas de ese tamaño. Era ahí, en esas hojas cortadas por él, donde, con pluma o lápiz, tomaba notas o se escribía a sí mismo.
Escribió cerca de 13.000. Durante casi dos años, desde octubre de 1977 a septiembre de 1979, el semiólogo francés que revolucionó la forma de acercarse a la literatura, rellenó algunas de esas hojitas con apuntes íntimos sobre su madre, con la que convivió siempre y que murió el 26 de octubre de 1977. La primera frase es la siguiente: “Primera noche de bodas. Pero ¿primera noche de luto?”. Ahora, la editorial Seuil publica estas notas inéditas en forma de libro, no sin polémica, con el título de Journal de Deuil (Diario de duelo). No es el único texto inédito de Barthes que estos días ve la luz. La editorial Christian Bourgois ha publicado, por su parte, las notas que el filósofo francés tomó en un viaje a la China maoísta en 1974, titulado Carnets du voyage en Chine (Diarios del viaje a China).

Henriette Binger nació en 1893. Se casó con Louis Barthes a los 20 años. Cuando tenía 22 nació Roland. Un año después se quedó viuda cuando su marido murió en un combate naval en la I Guerra Mundial. Se volvió a casar, tuvo otro hijo, Michel Salzedo. Pero siempre, hasta los 84 años, vivió con su hijo mayor, aquejado desde crío de tuberculosis. Y Roland, durante los seis últimos meses de la vida de Henriette, cuando ya era un intelectual reverenciado, se dedicó casi exclusivamente a cuidarla: “Desde que la cuidaba, no existía más que ella. Ella era todo para mí y me olvidé de escribir. Antes, ella se hacía transparente para que yo pudiera hacerlo”.

El ensayista francés, autor de una de las más originales formas de entender la crítica literaria (o la simple lectura), proclive a analizar las obras sin tener en cuenta la personalidad del autor e incluso sus intenciones, se vuelca en estas notas breves de frases concisas sobre su lado más cotidiano, más personal y, también, más desolador:

“4 de noviembre: esta noche, por primera vez, he soñado con ella. Estaba tumbada, pero no enferma, con el camisón rosa que compró en el supermercado”.

“5 de noviembre. Una tarde triste. (…) Compro un pastel. La camarera, al servir a un cliente, dice ‘voilà’. Ésa era la palabra que yo decía cuando le traía algo a mi madre mientras la cuidaba. Una noche, casi inconsciente, repitió como un eco: ‘Voilà’ . Es algo que nos hemos dicho ella y yo durante toda la vida. El episodio de la camarera me ha hecho saltar las lágrimas. De vuelta al apartamento en silencio lloro durante mucho tiempo”.

François Whal, editor de Seuil en los años noventa y amigo de Barthes, considera que el texto no debería haber salido así. Whal ha explicado a la prensa francesa que Barthes le dejó a cargo de todo lo que se publicara después de su muerte. “Así evitaría meteduras de pata. Eso sí, me advirtió que no me lo podía dejar por escrito porque su hermano Michel se enfadaría. (…) Ahora me encuentro con esto, que viola su intimidad”, añadió Whal.

Éric Marty, que ha supervisado la publicación de las obras completas de Barthes, considera por su parte que los textos no son un simple desahogo, que contienen un verdadero proyecto de escritura, con un título consciente que les diferencian de los otros escritos.

Su hermanastro Michel Salzedo, último responsable de los textos inéditos de Barthes, ha llegado a manifestar, a requerimiento de Éric Marty, que “después de 30 años nadie puede erigirse en dueño de la obra de un autor”.

Según Whal, Barthes jamás pensó en publicar notas como éstas:

“18 de mayo: un cóctel. Sensación triste y deprimente de estereotipo social. Angustia. Pienso: mamá ya no está aquí y la vida estúpida continúa”.

Pero también revelan algunos apuntes sobre literatura de una persona que consagró su vida al estudio de los textos y que enfangado en el dolor por la muerte de su madre resume el hecho literario en lo siguiente: “1 de agosto: la literatura es eso: no poder leer sin dolor, sin ahogarme de verdad, lo que Proust escribió en sus cartas sobre la enfermedad, el coraje, la muerte de su madre, su pena”.

Porque más allá de la polémica, de la personalidad y la trayectoria del autor, el libro consiste en el autorretrato de un hombre enfrentado a su propio abatimiento.

El diario termina así:

“15 de septiembre: algunas mañanas son tan tristes…”.

Fuente: El País. París – 13/02/2009 Sigue leyendo

Discurso de Juan Carlos Onetti al recibir el Premio Cervantes

Discurso de Juan Carlos Onetti al recibir el Premio Cervantes

Onetti

Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y señores:

Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en España.Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.
Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi gratitud a España.
El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: “Si no esperas, no te sobrevendrá lo inesperado”. He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a “placé” -o a colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien brazos.
He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia, es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos, no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista auténtico.
He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día, intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta, conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada, la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido, va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y comentadas.
Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así. Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré, hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que todas las repúblicas de América se enteraran de ello.
El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento, que he dicho la verdad, honestamente.
Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: “Ubi Libertas lbi Patria”.
Gracias, Majestad; gracias, España.

Fuente: http://www.onetti.net/ Sigue leyendo

La literatura es fuego. Mario vargas LLosa

La literatura es fuego

Texto del discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos el 4 de Agosto de 1967 en Caracas.

Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y “Cinco metros de poemas” de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, encerrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en humo, en viento, en nada, como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explotador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación.

Convoco aquí, esta noche, su furtiva silueta nocturna, para aguar mi propia fiesta, esta fiesta que han hecho posible, conjugados, la generosidad venezolana y el nombre ilustre de Rómulo Gallegos, porque la atribución a una novela mía del magnifico premio creado por el Instituo Nacional de Cultura y Bellas Artes como estímulo y desafío a los novelistas de lengua española y como homenaje a un gran creador americano, no sólo me llena de reconocimiento hacia Venezuela; también, y sobre todo, aumenta mi responsabilidad de escritor. Y el escritor, ya lo saben ustedes, es el eterno aguafiestas. El fantasma silencioso de Oquendo de Amat, instalado aquí, a mi lado, debe hacernos recordar a todos -pero en especial a este peruano que usteddes arrebataron a su refugio del Valle del Canguro, en Londres, y trajeron a Caracas, y abrumaron de amistad y de honores- el destino sombrío que ha sido, que es todavía en tantos casos, el de los creadores en América Latina. Es verdad que no todos nuestros escritores han sido probados al extremo de Oquendo de Amat; algunos consiguieron vencer la hostilidad, la indiferencia, el menosprecio de nuestros países por la literatura, y escribieron, publicaron y hasta fueron leídos. Es verdad que no todos pudieron ser matados de hambre, de olvido o de ridículo. Pero estos afortunados constituyen la excepción. Como regla general, el escritor latinoamericano ha vivido y escrito en condiciones excepcionalmente difíciles, porque nuestras sociedades habían montado un frío, casi perfecto mecanismo para desalentar y matar en él la vocación. Esa vocación, además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. ¿Cómo hubieran podido hacer de la literatura un destino excluyente, una militancia, quienes vivían rodeados de gentes que, en su mayoría, no sabían leer o no podían comprar libros, y en su minoría, no les daba la gana de leer? Sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido. Su vocación no era admirada por la sociedad, apenas tolerada; no le daba de vivir, hacía de él un productor disminuido y ad-honorem. El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba,
contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal. Por eso nuestros escritores se han frustrado por docenas, y han desertado su vocación, o la han traicionado, sirviéndola a medias y a escondidas, sin porfía y sin rigor.

Pero es cierto que en los últimos años las cosas empiezan a cambiar. Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura. Los círculos de lectores comienzan a crecer, las burguesías descubren que los libros importan, que los escritores son algo más que locos benignos, que ellos tienen una función que cumplir entre los hombres. Pero entonces, a medida que comience a hacerse justicia el escritor latinoamericano, o más bien, a medida que comience a rectificarse la injusticia que ha pesado sobre él, una amenaza puede surgir, un peligro endiabladamente sutil. Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.

Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio y de mejora, aun cuando para ello daba emplear las armas más hirientes y nocivas. Es pretiso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.

La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros paises como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuesto derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas.

Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos.

Otorgándome este premio que agradezco profundamente, y que he aceptado porque estimo que no exige de mí ni la más leve sombra de compromiso ideológico, político o estético, y que otros escritores latinoamericanos con más obra y más méritos que yo, hubieron debido recibir en mi lugar -pienso en el gran Onetti, por ejemplo, a quien América Latina no ha dado aún el reconocimiento que merece- demostrándome desde que pisé esta ciudad enlutada tanto afecto, tanta cordialidad. Venezuela ha hecho de mí un abrumado deudor. La única manera como puedo pagar esa deuda es siendo, en la medida de mis fuerzas, más fiel, más leal, a esta vocación de escritor que nunca sospeché me depararía una satisfacción tan grande como la de hoy.

Fuente: http://www.geocities.com/boomlatino/vpremio01.html Sigue leyendo