De las consideraciones que hizo el filósofo Trouillogan respecto a las dificultades del matrimonio
Terminadas las anteriores palabras, dijo Pantagruel al filósofo Trouillogan:
—Os llega ahora el turno de responder a nuestra pregunta. ¿Debe Panurgo casarse o no?
—Las dos cosas —respondió Trouillogan.
—¿Qué decís?
—Lo que acabáis de oír.
—¿Qué es lo que he oído?
—Lo que he dicho.
—¡Ah, ah! ¿En esas estamos? —intervino
Panurgo—. Pasemos por ello. ¿Debo casarme o no?—Ni lo uno ni lo otro —respondió Trouillogan.
—Que el diablo me lleve —dijo Panurgo—, si no me vuelvo loco o logro entenderos. Esperad: me pondré los lentes sobre la oreja izquierda para tratar de oiros mejor.
En aquel momento vio Pantagruel, en la puerta de la sala, al perrito de Gargantúa, al que llamaban “Kyne” porque ése fue el nombre del perro de Tobías.Entonces dijo a los reunidos:
—Nuestro rey anda por las cercanías; levantémonos.
Aun no había terminado de pronunciar estas palabras, cuando Gargantúa entraba en el salón del banquete. Todos se pusieron de pie para rendirle pleitesía, y Gargantúa, una vez que hubo saludado con su característica amabilidad a todos los concurrentes, dijo:
—Amigos míos: os ruego encarecidamente que no dejéis vuestros asientos ni vuestras razones. Acercadme una silla a este extremo de la mesa y dadme algo para beber en vuestra compañía. Y ahora decidme: ¿Sobre qué punto versaban vuestras palabras?
Pantagruel le respondió que se hallaban tratando una cuestión planteada por Panurgo: la de saber si se debía casar o no y que tanto el padre Hipotadeo como el maestro Rondibilis habían evacuado ya sus respuestas. En el momento en que él entraba respondía el fiel Trouillogan, quien, cuando Panurgo le había preguntado: “¿Debo casarme o no?”, respondió: “Las dos cosas a un tiempo” y al preguntárselo por segunda vez: “Ni lo uno ni lo otro”. Panurgo se hallaba confuso ante tan contradictorias respuestas y aseguraba
que no entendía su finalidad.—Me parece —dijo Gargantúa— que yo sí la entiendo. Tal respuesta es parecida a la de un anciano filósofo, quien, interrogado sobre si tenía alguna mujer, contestó: “La tengo, pero no me tiene. La poseo, pero no me posee”.
—Tal respuesta recuerda —agregó Pantagruel— la que cierta espartana caprichosa dio cuando la preguntaron si alguna vez había hecho algo con un hombre, pues contestó que nunca, pero que eran varios los hombres que habían hecho algo con ella.
—Será bueno, entonces— agregó Rondibilis— que mantengamos nuestra neutralidad en medicina y el término medio en filosofía, por participación de una y otra extremidad, por abnegación de ambas y mediante la división del tiempo dedicado tanto a la una
como a la otra.—Estimo —dijo Hipotadeo— que lo declaró mucho más claramente el Santo Enviado cuando dijo: “que los casados sean como no casados y los que tienen mujer, como si no la tuvieran”.
—Interpreto lo de tener y no tener mujer —concluyó Pantagruel— en el sentido de que tenerla es utilizarla para el uso a que la naturaleza la dedicó, es decir, para la ayuda, compañía y esparcimiento del hombre. El no tener mujer es tanto como caer en la molicie, no contaminar ese sublime afecto que el hombre debe a su Creador, renunciar a las obligaciones que por la ley natural debe el hombre a su patria, a la comunidad, a sus amigos y dejar en estado de abandono sus negocios por el afán inusitado de contentar siempre a la mujer. Aceptando esta interpretación, no me parece que resulten antagónicos ni contradictorios los términos de tener y no tener mujer al mismo tiempo.
Fuente: http://librosquedesesperan.blogspot.com/2012/01/gargantua-y-pantagruel-de-francoise.html