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Imaginarios urbanos e imaginación urbana Para un recorrido por los lugares comunes de los estudios culturales urbanos. Adrián Gorelik

Imaginarios urbanos e imaginación urbana Para un recorrido por los lugares comunes de los estudios culturales urbanos. Adrián Gorelik.

El único rol de quien quiera pensar la ciudad para transformarla es, aun admitiendo su carácter esencialmente caótico, sumarse al ejército de quienes intentan resistir el caos, incluso para fracasar una y otra vez.
A.Gorelik

Por: Richard Leonardo

El artículo tiene por objetivo elaborar un balance crítico acerca de los abordajes teóricos que se han realizado sobre la ciudad desde el paradigma de los Estudios Culturales Urbanos.
Es un balance muy interesante porque evidencia mucha de la precariedad o improvisación del arsenal de categorías que usualmente se utilizan a la hora de estudiar el fenómeno de la ciudad. Todo esto le sirve a Gorelik para constatar el descuido de parte de nuestros intelectuales que, en su mayor número, han renunciado a construir ideas para dejarse arrastrar por un uso indiscriminado de teorías y metodologías que no han revisado críticamente. Debe aclararse que no representa un ataque a los Estudios Culturales Urbanos, sino que muestra la necesidad de buscar soluciones pertinentes a nuestros problemas.
El artículo surge de un cierto malestar que el autor resume en dos cuestiones: la funcionalidad operativa de ciertos estudios de comunicación y la vulgarización en los estudios culturales de ciertos tópicos de la crítica literaria. El autor se percata de que se ha implementado una suerte de contacto entre ambas dimensiones, pero que en lugar de robustecer el análisis lo que resulta es una especie de confusión teórica que se manifiesta en un uso tergiversado de los términos. Gorelik explica: “No se trata de dar la imagen autoconsolatoria de un universo disparatado que se observa paródicamente desde afuera, sino de indagar en los orígenes y los roles conflictivos de un conjunto de figuras y conceptos que hoy comparten diversas corrientes (disciplinarias o ideológicas), y que de tan generalizados y habituales amenazan naturalizarse” (2002).
Como decíamos en un inicio, no se trata de un rechazo a los aportes de los Estudios Culturales o la interdisciplinariedad, sino que se reclama una utilización debidamente fundamentada por argumentos; esto en virtud de un mejor aprovechamiento de dichos saberes.
Es interesante la forma en la que el autor reflexiona en torno a la metáfora de cartografía urbana y realiza una especie de arqueología del término en el contexto de dos teóricos como De Certau y Jameson. La intención no es ahondar en la obra de estos dos autores, sino en evidenciar el poco o nulo tratamiento crítico que se realiza en nuestro continente al momento de apelar a estas categorías. A partir de esta situación, Gorelik alerta sobre dos cuestiones importantes.
La primera es la constatación de que los estudios culturales urbanos latinoamericanos se han estado moviendo, con tanta libertad como imprecisión por los debates teóricos contemporáneos. Para el autor:
“La característica definitoria de los estudios culturales urbanos es un collage teórico en el que se alinean sin conflicto los autores más diversos a través de una lógica del desplazamiento metafórico (de un nombre al otro, de una categoría a la otra) que le debe más a la asociación libre que a un procedimiento argumentativo “(2002).
Es un hecho que un buen porcentaje de nuestros académicos se ha dedicado, estos últimos años, a importar una serie de categorías que emplean sin someterlas a ningún tipo de rigor; y, lo que es peor, las aplican a nuestras realidades sin tomar en cuenta la pertinencia o no de las mismas para nuestros contextos. Solamente basta que la procedencia de tal o cual categoría sea Europa o los Estados Unidos, para que el intelectual promedio latinoamericano esté convencido de las bondades de su aplicación para nuestras realidades. Esta operación (donde se reproduce una vieja, pero no extinta relación de colonialismo) genera una suerte de disciplinas que en vez de dotar de respuestas a la sociedad lo que hacen es perderse en malabarismos teóricos o aplicaciones estériles e inútiles (muchas veces cuando el modelo teórico importado fracasa, jamás se cuestiona su naturaleza, sino la culpa es la incapacidad de su usuario).
Esta situación, de algún modo, ha llegado a un momento álgido porque no solo es este uso indiscriminado de los conceptos, sino que también tenemos que el paradigma de los Estudios Culturales borra las fronteras teóricas y crea la ilusión de que todo puede ser utilizable. Es en esta línea de sentido que se puede decir que los estudios culturales urbanos son también la manifestación de la falta de otros mapas teóricos, y, como afirma bien el autor reseñado, elevar el vagabundeo como única instancia superadora frente a esa carencia parece haber revelado su agotamiento. Gorelik afirma contundentemente:
“Es decir, tal vez los estudios culturales sobre los imaginarios urbanos deban ser leídos hoy no tanto para entender la ciudad y la sociedad urbanas, sino para entender cómo se está produciendo nuestro propio imaginario urbano, el de la tribu global académica” (2002).
En este sentido es fundamental este artículo porque no solo nos está hablando acerca de los triunfos o fracasos de un paradigma como los Estudios Culturales Urbanos, sino de la actitud generalizada que asume nuestra Academia al momento de enfrentar los problemas reales. Por un lado es una mera repetición de lo foráneo y, por otro lado, es la aceptación de que el mundo está en crisis y, por lo tanto, ya no puede hacerse nada al respecto salvo lamentarse interminablemente.
La segunda cuestión sobre la que llama la atención el autor se sintetiza en una pregunta directa: ¿cuál es el efecto sobre el conocimiento de la ciudad que genera este imaginario académico? La ciudad ha muerto es un enunciado que las apocalípticas voces postmodernas repiten una y otra vez. Pero habría que interpelar dicha sentencia y preguntarse de qué ciudad se nos está hablando. En qué contexto, porque no es lo mismo referirse a Barcelona que Cerro de Pasco. Tal vez una consecuencia que genera este conocimiento de la ciudad en nuestro imaginario es que dicho imaginario no corresponda a nuestra realidad, sino a aquella en la que estos conceptos fueron pensados. La pregunta es: ¿realmente vivimos un mundo postmoderno o es que se intenta homogeneizar una realidad para todos? Por otra parte habría que preguntarse si este uso indiferenciado de los términos y las teorías es que nos estén alejando de los verdaderos problemas importantes para nosotros.
Gorelik nos recuerda que el impulso inicial de los estudios de los imaginarios urbanos buscaba hacer presente lo que la gente desea o siente, la multiplicidad de sus experiencias frente a la ambición reduccionista de los planificadores; el caos de la ciudad real, es decir, de la ciudad vivida a través de los imaginarios y los deseos sociales, frente al orden imaginado del deseo técnico. Sin embargo, hoy tal vez el problema radique en que nada de esto se toma en cuenta porque el mandato del mercado se impone para seguir la lógica del capitalismo tardío. Un ejemplo de esto lo encontramos en la recuperación de ciertos lugares tradicionales. Se esgrime la identidad como factor determinante cuando en realidad detrás de esta política se esconde un interés del mercado (lo que no supone un bienestar para el ciudadano, sino para el turista).
Por último un punto importante que refiere Gorelik es que no se puede seguir enarbolando el poder liberador de los imaginarios frente al control de las intervenciones públicas, cuando el problema es que nos hemos quedado sin intervenciones públicas; cuando el nuevo modo social y urbano apuntala la proliferación de universos incomunicados a los que se les niega toda intervención. En realidad, lo que se hace evidente es que en el tema urbano -un tema en que la circularidad entre representación y realidad hace imprescindible un juicio político sobre el rol de las representaciones-, los análisis culturales tienden a seguir recorriendo sin mayores conflictos el carril probado de la crítica a los parámetros modernistas de la ciudad, sin advertir que el fin del ciclo expansivo de la modernidad construyó precisamente una ciudad no modernista, y que en el camino la cultura urbana se ha quedado sin instrumentos (en principio, sin Estado) no sólo para intervenir en la ciudad, sino para pensarla.
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