La instauración de la `identidad´ y los `huecos discursivos´ de la memoria” (1)
Marisa Moyano
marisaamoyano@yahoo.com.ar
Universidad Nacional de Río Cuarto
Argentina
“La nacionalidad no es, como quieren las filologías, una materia prima de la literatura, el suelo fecundo que hace brotar las flores de la imaginación, sino que es un artificio discursivo, una ficción política y cultural”.
Jens Anderman
“Pues el crítico debe intentar comprender plenamente, hacerse responsable de los pasados no dichos, no representados, que habitan el presente histórico”.
Homi Bhabha
El presente trabajo parte de considerar -como lo sostiene Bixio (1990: 67)- que no existe proceso de investigación sin “problema”, como tampoco surge un problema sin conocimiento previo, pues básicamente la investigación es el intento de responder a ese problema que surge de valoraciones extracientíficas, del anhelo por conocer o de la búsqueda de la verdad sustentada, como lo diría Bachelard (1973) en una “filosofía del no”, que supone refutar, repensar y reelaborar el conocimiento: investigar, desde esta perspectiva, supone encontrar un problema o problematizar el conocimiento científico.
Ahora bien, situándonos en la perspectiva de la semiosis de lo social, el propio problema en nuestro caso reside en la peculiar naturaleza discursiva del conocimiento científico en su dimensión de actividad teórica y sus peculiares relaciones con la ideología, no sólo en términos generales sino y sobre todo si las prácticas discursivas constituyen nuestro objeto-problema y en una práctica de investigación pretendemos resolver nuestra producción de conocimiento.
Verón (1993) plantea que todo discurso está sometido a condiciones de producción determinadas (1993: 22) y cuando estas condiciones de producción conciernen a las determinaciones sociales que proceden de los mecanismos de base de la formación social, estamos en el dominio de lo idelógico (Ib.); y, en relación con ello, no es posible establecer una distinción entre una instancia ‘ciencia’ y una instancia ideológica, lo que le permite concluir en que el discurso de las ciencias está tan socialmente determinado en su producción como el discurso político (Ib.). En este sentido, la ‘cientificidad’ es el efecto de sentido por medio del cual se instaura, en relación con un dominio determinado de lo real, lo que se llama el ‘conocimiento científico’; puede tener lugar en el interior de un cierto tipo de discurso (el de la ciencia o de las ciencias) que está (como todo discurso socialmente producido) determinado ideológicamente en el nivel de sus condiciones de producción (Ib.). Ese efecto de sentido llamado ‘cientificidad’ aparece cuando el discurso que describe un dominio de lo real se tematiza a sí mismo exponiendo explícitamente su sometimiento a condiciones de producción determinadas. Mientras bajo el efecto ideológico el discurso aparece manteniendo una relación lineal, directa y simple con “lo real”, el efecto de sentido que el discurso científico produce deviene precisamente de su desdoblamiento cuando se muestra sometido explícitamente a condiciones de producción socialmente determinadas que lo legitiman precisamente como conocimiento científico (Verón: 1993:23).
En esta línea, el análisis de la dimensión de “lo ideológico” corresponde al reconocimiento y la descripción de las operaciones discursivas que dan cuenta del conjunto de determinaciones sociales que operan como condiciones de producción- que han quedado marcadas y dejado sus huellas en los discursos.
En función de lo expuesto, nuestra propia producción discursiva que aspira a constituirse como “conocimiento científico” de las determinaciones sociales y condiciones de producción bajo las cuales se generaron ideológicamente los discursos fundacionales de la literatura argentina, está ella misma condicionada ideológicamente. No por casualidad adscribe nuestra mirada teórica a los paradigmas discursivos para observar procesos sociales de construcción de sentido que regulan la configuración e instalación del poder y generan la aparición de realidades de orden performativo. Poder, discurso y sociedad constituyen dimensiones asociadas en la configuración y el sentido que asume la realidad contemporánea.
II – El perfil del problema
El objetivo de nuestro análisis lo constituye el problema de la performatividad (2) en los discursos fundacionales de la literatura nacional que durante el siglo XIX se instalan a partir de la actividad productora de discursos literarios y de la actividad discursiva subsidiaria que legitima el establecimiento de cadenas de lectura que comienzan a definirse desde la formación discursiva del Estado, hacia 1880.
Este concepto de performatividad discursiva al que aludimos se fundamenta en hipótesis que sostienen que en la misma medida en que fueron desarrollando desde las primeras décadas del siglo XIX un proyecto de “Nación política” y las bases de un Estado liberal, el grupo de escritores-proyectistas de ese propio “programa nacionalizador” funda una idea y un proyecto de “Nación literaria”, a través de la matriz discursiva desplegada en la praxis literaria de la Generación del `37 (3). Simultáneamente, ese concepto de performatividad alcanza un segundo estadio de realización o configuración discursiva de “lo real” cuando los “realizadores” del `80 terminaron por definir la constitución del Estado Nacional instituyendo un “discurso único” – el del Estado liberal- que desde la mirada retrospectiva de una lectura fundacional de “la Nación” configuró como línea definidora de una “literatura nacional” a los textos que perfilaron inicialmente y construyeron discursivamente el diagrama ideológico, político, cartográfico y literario de ese mismo programa nacionalizador
Más allá de esbozar una lectura de este doble proceso, nos interesa mostrar además cómo la acción performativa instituyente que dicho proceso configuró no ha sido alterada significativamente por las búsquedas de subjetividades y subalternidades, diferencias e identidades marginales que operan las narrativas de la crítica cultural contemporánea, y cómo subsisten intactos los agujeros negros y los huecos de la memoria del primer genocidio sobre el que se erigió ”la Nación” que heredamos y su literatura.
III- Performatividad y Discurso: las alegorías imaginarias de la Nación
Cuando relacionamos performatividad y prácticas literarias fundacionales aparecen convocados dos aspectos relacionados: por un lado el papel jugado por las élites criollas en su esfuerzo por articular discursos nacionales con intenciones de constituir imaginarios culturales de identidad, y, por otro, el hecho de que esos discursos aparecen impuestos a través de las relaciones que se instauran entre el poder que inviste a los productores de esos discursos y la legitimidad que emerge del conocimiento que ostentan gracias a ese poder. Arias (2004) sostiene que, al constituirse inicialmente, los estados nacionales buscaron construir desde la razón occidental identidades nacionales sobre la base de discursividades literarias como una operación concreta de legitimación ideológica que deviene acto constitutivo de la identidad en el proceso propio de su enunciación.
En este sentido Hozven (1998) sostiene que la “identidad nacional” no se constituye como un objeto de conocimiento unificado proveniente de un presunto substrato nacional popular, preservado por una memoria colectiva o cristalizado en objetos tradicionales y legitimados tales como una tradición, el pueblo, la razón, la alta o baja cultura, ni tampoco proviene, únicamente, del mundo de la historia, de la ideología, de la política o de la psicología colectiva de los pueblos. En realidad, la “identidad nacional” se forma a posteriori, a la manera de un mosaico expositivo retroalimentado por la historia: “La identidad nacional se realiza o construye de un modo performativo y no meramente constatativo de fuentes o documentos preexistentes. Emerge como un efecto o construcción de lo que se va pensando y escribiendo al hacerla y de lo que no se tenía idea antes de comenzarla” (1998: 68). Desde la perspectiva de la crítica posestructuralista -en cuyo espíritu Hozven se sitúa- se propone “estudiar a la nación tal como ha sido ‘contada’ “, ya que “la Nación” es primordialmente una construcción o sistema cultural. Es decir que, en este contexto, la nación vendría a ser “efecto de una forma de afiliación social y textual ‘narrada’, que cada uno de sus miembros lleva en su cabeza como un relato posible o no de ser actualizado”, por lo que examinar esos efectos es examinar la representación discursiva que se ha dado de “la Nación” en sus formas de conciencia social y en sus realizaciones temporales particulares (Ib.: 69). En esta línea de trabajo, Benedict Anderson (1996: 6) concibe a “la Nación” como una “comunidad imaginada” cuya realidad reside en última instancia “en la verosimilitud de esta interpelación conjuradora”, la que a la vez se asienta en la efectividad de los procedimientos retóricos y operaciones discursivas convocadas en los textos que la fundan. Desde esta perspectiva entonces, “la Nación” y el sentimiento de “identidad nacional” constituyen “realidades que se leen” (Ib.), lo que imbrica esos conceptos como realidades objetuales con las propias discursividades que los vehiculizan y representan, definiendo de este modo la naturaleza performativa de este doble proceso de actualización circular.
IV – Las narrativas de la memoria y las alegorías fundacionales de la nacionalidad.
A partir de que la instauración de los estudios culturales, poscoloniales, posoccidentales y de las teorías de la subalternidad domina el horizonte académico como enfoque paradigmático de la crítica cultural (4), las líneas de investigación y debate parecen haberse desplazado hacia la mirada de la heterogeneidad, la diversidad cultural, la subalternización de culturas y la coexistencia múltiple y diversa de manifestaciones discursivas de subjetividades y “alternatividades otras” diferenciales y culturalmente heterodoxas frente a las categorías de análisis y perspectivas de los modos de conocimiento tradicionales de la modernidad pre-postestructuralista. En este marco, la configuración de identidades plurales así como la restitución o reconstrucción de la memoria y las subjetividades retaceadas en las representaciones de la “memoria pública” y los imaginarios socio-oficiales del discurso del Estado, comienzan a ocupan un lugar central en los estudios críticos y en las reflexiones sociocríticas como respuesta emergente frente a la constelación de “agujeros negros, baches, inflexiones de máxima o puntos de fuga, decisiones colectivas, consensos oscuros o ‘inconscientes’, acuerdos para ‘barrer’ de la memoria pública ciertos ‘hechos traumáticos'” del pasado y el presente de “la joven constelación histórica argentina”, ello en el decir de Casas y Chacón (1996:6).
La identificación de estos puntos de fuga y los silencios de la historia convierte al lenguaje y sus relaciones con las representaciones de “lo real” en un dispositivo central para la reflexión sobre la constitución de estos procesos, ya que la historia -tanto como disciplina cuanto como memoria histórica- deviene en objeto a partir de los actos discursivos que la configuran como relatos o narrativas articuladas a través del discurso.
En este sentido, el reconocimiento de esta incidencia de la praxis discursiva ocupa un espacio central en las producciones culturales literarias y metaliterarias que buscan reconstruir la memoria plural implícita en los huecos y silencios de los relatos de la historia, y como una lámina radiográfica en negativo de los agujeros negros de la tortura, el genocidio y la adulteración de personas e identidades operadas del pasado reciente argentino, se vuelve la mirada hacia la revisión de los procesos discursivos que operaron -a lo largo del siglo XIX en la constitución de los relatos identitarios y alegorías de la nacionalidad, fundados también como otros “agujeros negros” de exclusión y olvido que fagocitaron otro genocidio: el que operó sobre los cuerpos de los indios -como el otro más otro ajeno a la Nación, en tanto no-ciudadano de ley, proscripto de voz, tierra y derecho.
A lo largo del siglo XIX, los procesos de territorialización y apropiación del espacio en Argentina fueron configurados desde procesos escriturarios y desde interacciones discursivas que fueron dando forma a un proyecto de país, de Estado y de Nación, definiendo el trazo del “cuerpo de la patria” y sus límites, su territorio y su identidad, lo que debía formar parte de ese cuerpo y lo que no, su política de inclusiones y de exclusiones, bajo el conjuro de una idea de lo que debía ser la Nación. En el espació tiempo que media entre el diseño de ese proyecto por parte de los escritores-próceres de la primera mitad del siglo XIX y la constelación de intelectuales de la Generación del ’37 y su efectiva realización hacia 1880, se sucedieron las luchas y debates para dar forma al Estado y sus dispositivos de integración nacional y territorial, para instituir su modelo de realización a la sombra del paradigma recreado de una “Nación civilizada”; y en ese marco -como nunca antes- la literatura mostró su dimensión performativa del poder de lucha en el campo amplio de los discursos sociales imbricados en el debate sobre el país que se estaba construyendo, sus modelos y proyectos (5).
Este proceso global podría referenciarse en la emergencia paradigmática y la función del pensamiento de la Generación del 37 en Argentina, que atraviesa el siglo XIX definiendo los trazos y perfiles de la configuración de una idea de Estado y de una idea de “Nación”, que alcanzarán hacia 1880 su estado de realización. No de otro modo puede leerse Facundo como dispositivo en ese proceso paradigmático, ya que el modelo conceptual provisto por la dicotomía “civilización-barbarie” ocupará un rol central que alcanzará todas las dimensiones del proceso de configuración del Estado: la política, la jurídica, la social y la económica, sustentadas en una macrodimensión cultural que funda la convicción de estar construyendo una “Nación civilizada” (6).
En este marco, los procesos de territorialización constituyen una estrategia que opera como andamiaje y “cuerpo” sobre el que debe materializarse “la Nación”. Así, en los textos escritos en Argentina desde la independencia hasta que se concrete la modernización del Estado en 1880, el territorio fronterizo emerge en la literatura como un espacio donde entran en juego los conflictos centrales en el proceso de constitución de “la Nación”: la lucha entre la “civilización” y la “barbarie”, la tensión entre cultura y naturaleza, el pasado y el futuro. Trazar “el mapa de la patria” será para estos escritores establecer una “identidad nacional civilizada”, definir sus contenidos en todas sus dimensiones como parte del proceso de lucha política en que se inscriben sus discursos (7).
En el propio decurso de fundar políticamente una “Nación”, estos escritores fundaron discursivamente lo que sostendrían como “literatura nacional”, como primer momento performativo que será recuperado y legitimado cuando sus pares instauren desde el discurso del Estado a esos textos fundacionales (8) como monumento identitario de la nacionalidad, en un segundo momento performativo que se extiende desde el ochenta y alcanza su punto culminante en el Centenario, en las alegorías identitarias de Rojas y Lugones.
Esta operación de configuración de la nacionalidad constituye una construcción eminentemente discursiva y demuestra su naturaleza performativa al erigir a “la Nación” como “institución imaginaria y discursiva” que, en el decir de Neyret (2003) “descansa sobre el lenguaje y su tratamiento del referente como configuración imperativa e inevitablemente ideológica”.
V – La institución de “la Nación”: memoria desgarrada y exclusión
Los discursos fundacionales instaurados por el Estado-Nación emergente en el siglo XIX reconocen en la narración histórica que hayan hecho de “la Nación” uno de los monumentos sobre los que se erige el imaginario de las diversas identidades que se integran a la “nacionalidad” como constructo. Si de lo que se trataba era de configurar “la Nación” definiendo sus límites, los discursos literarios buscaron, mediante esas operaciones de inclusiones y exclusiones, la integración sujetos bio-políticos -en el decir de Arias (2004)- de identidad “civilizada” y “seres de derecho”, pues “la identidad estaba supeditada a la ciudadanía”. Citando a Achugar, también Figueroa (2002) dirá: “`Lo que hacen [los parnasos nacionales] es construir desde el poder el referente de un país donde sólo los hombres libres tienen derecho a la producción simbólica, donde las mujeres, los negros, y los indios no son ciudadanos, no lo son de modo pleno´ (1997:18). Así, las escrituras que se producen en este tiempo no están destinadas ‘para todo el mundo’, como hoy se pudiera entender; por el contrario, están referidas a una élite de hombres que manejarán la nación, por lo que el yo narrativo está destinado a los otros ‘yos’ que se le parezcan”.
De este modo, el juego de la memoria construye un dispositivo escritural que conjura una “nación de iguales”: desde un yo-productor que se dirige a otros “yo” receptores que se definen como iguales, se configura una subjetividad “dirigida siempre desde un centro, la que se alzará como cúspide, punta de la pirámide que va a sustentar el todo mayor llamado ‘Nación'” (Figueroa, 2002). Este juego monopolizador de una “identidad preclara y hegemónica” se asienta precisamente en el establecimiento de su diferencia: aquella que define a la “Nación” como “república, destino y poder de los iguales”, previa segmentación y exclusión de las diferencias y los diferentes.
En este sentido, el montaje de “la Nación literaria” del discurso modernizador decimonónico configuró una “memoria discursiva” a la que instauró como monumento identitario a partir de dos procesos de exclusión:
Por un lado, la referencia en sus discursos a una “otredad” que debe dejar de ser “otredad-gaucha” para incorporarse a “la Nación” en su estatura de “símbolo”, representada en el uso, simulación y usurpación que de su voz-otra hacen los dispositivos de fundación de la “identidad nacional”, perfilando una “inclusión” que -pese a resultar como paradoja “metáfora de una exclusión real”- se postula como estrategia constitutiva de la cultura nacional, homogeneizando diferencias y estetizándolas “en un espacio simbólico meta-ideológico que cree símbolos nacionales para uso cotidiano y disfrece hasta cierto punto la naturaleza ilusoria de la nación” (Arias, 2004), toda vez que las élites nombran al gaucho, hablan por él y en defensa de él, pero nunca “con él”; lo representan como sujeto subalterno pero sin su enunciación.
Por otro lado, la referencia en sus discursos a una “otredad-india” simbolizada por el silencio y por lo no dicho, por la ausencia del relato mismo de la segmentación y la diferencia fundada en una exclusión discursiva de las identidades-otras, que tanto más fuerte lo es en sí misma cuanto esa exclusión discursiva se funda en una exclusión material, no sólo de las voces, sino de los cuerpos de esas identidades-otras, configurando una “literatura sin indios” en un “territorio sin indios”, una “exclusión” que resulta “genocidio simbólico y material” de la diferencia.
En este contexto, la crítica actual -inspirada en las refundaciones epistemológicas promovidas por los “estudios culturales”, los “estudios poscoloniales o posoccidentales”, o las “teorías de la subalternidad”- se ha internado en el desmontaje y el reconocimiento de los procesos discursivos de “nacionalización literaria” por parte del incipiente Estado en formación, observando cómo parte de ese corpus textual canónico del siglo XIX se inscribe en esos procesos: los textos de los “viajeros”, los textos de Sarmiento, los del propio Echeverría o Alberdi, por citar algunos de los abordados en los estudios de Fernández Bravo, Prieto, Montaldo, Sorensen, Svampa, Andermann, entre otros. En ellos podemos ver cómo se presenta a la literatura como discurso del Estado que define “el cuerpo de la patria” inscripto en una “literatura nacional” en el proceso de constitución del Estado-Nación.
Sin embargo, y pese a la importancia de una producción crítica que aborda estos procesos renovando desde otra perspectiva la lectura de la literatura argentina del siglo XIX, debe reconocerse que los procesos de “territorialización” inscriptos en los discursos sociales hegemónicos de configuración de la Nación debieran profundizarse, restituyéndolos en el campo de las luchas discursivas y los contextos dialógicos contrahegemónicos que se dieron en ese largo proceso de consolidación del Estado y configuración de la Nación. Y ello, porque, precisamente, para que se constituyera definitivamente el “cuerpo de la patria” y la idea de una Nación, el discurso del Estado debió “fagocitar” -una vez concluido el proceso de su consolidación en 1880- las luchas discursivas y los contextos dialógicos en que el discurso del Estado originariamente fue inscribiéndose. Con ello, el Estado triunfante se convirtió en un “Estado glosófago”, descontextualizando a los textos entronizados como “fundadores de la nacionalidad” del marco de las luchas discursivas en que los mismos se produjeron.
A la sombra de sus propios monumentos, detrás de sus bases instituyentes, quedaron los rastros y los rostros, las huellas y las sombras de las luchas discursivas en que se habían gestado esos textos que territorializaron y definieron la Nación construida y el “nosotros” de su pertenencia. ¿Cuáles fueron esos rostros y esas sombras, cuáles las identidades discursivas de esos sujetos y sus voces en los procesos de luchas políticas y conflictos culturales, dónde encontrar sus rastros y sus huellas, en qué espacios se desarrolló la palabra contrahegemónica del debate, la realización de sus voces y su decir que quedaron imbricados en los procesos de territorialización discursiva y en la lucha por definir “el cuerpo de la patria” y sus fronteras, los que debían formar parte de la Nación y los que no?
He aquí interrogantes que siguen vivos, configurando una matriz inquisidora que la memoria histórica también debe recuperar.
Notas
[1] El presente trabajo se encuadra en el Proyecto de Investigación: “La dimensión performativa del discurso y su relación con el poder” (Secretaría de Ciencia yTécnica -Universidad Nacional de Río Cuarto. 2003-2004).
[2] Entenderemos a la “performatividad” como la capacidad del lenguaje para generar, inducir o sugerir una modificación en los parámetros del mundo. Ver: AGUILAR, H.: “La performatividad: dimensiones, trampas y puntos de vista. Ponencia presentada en las Jornadas Abiertas: Discursos y conflictos sociales en América Latina. UNRC. Junio de 2004.
[3] Una fundamentación de estas perspectivas han sido desarrolladas en MOYANO, M. (2004): El mapa de la exclusión. Los procesos de territorialización y los discursos de la Frontera Sur. Dpto. de Imprenta y publicaciones. UNRC. ISBN en trámite. (EN PRENSA).
[4] Estas miradas teórico-epistemológicas pretenden instaurarse como paradigma alternativo en tanto se proponen definir nuevos lugares epistemológicos de enunciación crítica, desde enfoques transdisciplinarios y trasculturaldores.
[5] Para un análisis de estos procesos remito a MOYANO, M.: “La fundación ideológica de las literaturas nacionales. Literatura y territorialización en el siglo XIX argentino”. Publicado en CUYO. Anuario de Filosofía Argentina y Americana. Volumen 18-19. Pp. 51-61.
[6] Estos procedimientos ejemplificados en “Facundo” han sido desarrollados en: MOYANO, M.: “Facundo: la negatividad de la barbarie y los procesos de territorialización”. En Sincronía. Revista Electrónica de Estudios Culturales. Universidad de Guadalajara. Spring / Primavera 2003. http://sincronia.cucsh.udg.mx/facundo.htm y en JALIF de BERTRANOU, Clara A.(Comp): Actas II Congreso Interoceánico de Estudios Latinoamericanos. Sujeto y utopía. El lugar de América. Univ. Nac. De Cuyo. ISBN Nº 987-1024-51-7
[7] Un desarrollo más profundo de esta perspectiva puede leerse en MOYANO, M.: “Escritura, frontera y territorialización en la construcción de la nación”. En: Ciberletras. Revista de crítica literaria y de cultura. Lehman College, CUNY y Yale University. Número 9- Julio de 2003. ISSN Nº 1523-1720. http://lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/moyano.html
[8] En este sentido, Verón señala refiriéndose a los “textos de fundación” que “la ‘localización histórica de una fundación es en sí misma un producto del proceso de reconocimiento’. Una fundación es inseparable del reconocimiento retroactivo del hecho de que, efectivamente, ocurrió. Es siempre ‘después’ que se reconoce, en una región dada del pasado, el comienzo o recomienzo de una ciencia (…) Dicho de otra manera: ‘es a partir de un ideológico ‘B’ que opera en reconocimiento, que se pone de manifiesto un ideológico’A’ que ha operado en producción”. En: VERON, E. (1993): La semiosis social. Barcelona. Gedisa.
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© Marisa Moyano 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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