Archivo por meses: febrero 2009

Updike en Paz. Por Rodrigo Fresán

Updike en paz

Por Rodrigo Fresán

UNO

En una entrada de los Diarios de John Cheever –correspondiente a finales de los años ’70 y principios de los ’80– se lee: “A las cuatro suena el teléfono. ‘Llamo de la cadena CBC. John Updike ha muerto en un accidente de tránsito. Nos gustaría que hiciese algún comentario.’ Estoy llorando. No puedo dormir (…) En cuanto a John, lo respetaba tanto como colega y lo quería tanto como amigo que su muerte me produce un efecto indescriptible. Era un príncipe (…) Para mí, es el escritor sin igual de su generación; su don de comunicar a millones de extraños sus emociones más elevadas y desesperadas se veía reforzado por una inteligencia y erudición inmensas y poco comunes. John poseía una astucia única en el campo de la estética (…) Uno echa de menos y con pesar su inteligencia, pero recuerda que dedicó su vida a escribir vetas perdurables (en modo alguno quiero decir inmortales) de sensualidad y revelaciones espirituales”.
Un poco después, Cheever –que toda su vida mantuvo con Updike una relación de amorosa competencia y envidia de camarada– agrega: “Así que la noticia de la muerte prematura de John es falsa. Según mi hija, he llegado a la conclusión de que un desconocido ambicioso vio el nombre en un parte de policía y decidió sacar partido”.
En su biografía de John Cheever, Scott Donaldson apunta que el engaño fue idea y obra de “un novelista rival con un siniestro sentido del humor” pero no revela el nombre.
¿Quién habrá sido?
¿Estará hoy vivo para leer las noticias?
En cualquier caso, el pasado martes 27 de enero, yo iba en un taxi y me llamaron por teléfono de un diario para comunicarme la noticia de la muerte de John Updike por cáncer de pulmón y pedirme que “hiciese algún comentario”. Dije las dos o tres cosas que uno dice en el helado calor de momentos semejantes. Frases sueltas y desconcertadas y dolidas. Después corté y el taxista me preguntó si había muerto “un ser querido”.
Le contesté que sí.
Y el taxista me dio el pésame por John Updike.

DOS

Minutos después, en mi casa, de pie frente al largo estante desbordando en doble fila la enorme y cuantiosa obra de John Updike (alimentada disciplinadamente a base de tres páginas de escritura diaria lloviera o tronara), me dije que iba a ser raro ya no contar con el próximo libro de Updike, con el libro de Updike de este año. De acuerdo, Updike ya había entregado un volumen de relatos –My Father’s Tears–, que saldrá este junio y probablemente queden artículos y notas sueltas como para ensamblar otra de esas contundentes recopilaciones que uno aprendió a querer y a utilizar como inteligentísimas bases de datos. Pero no será lo mismo, claro. ¿Y qué haremos en el 2011 o 2012, qué haremos con el resto de nuestra vida de lector?
Me acordé de que –cuando se enteró de la muerte de Anthony Burgess– Charlie Feiling exclamó, en la redacción de este diario, un “¡Pero si no iba a morirse nunca!”. Algo parecido sentía yo ahora ante la muerte de Updike que –junto a Samuel Beckett– siempre me pareció el escritor con más cara-de-escritor de toda la historia.
Y me acordé también –fui a buscarlo, volví a leerlo– de que, a la altura de la letra U, en The Salon.com Reader’s Guide to Contemporary Authors se dice que “con John Updike hay cierta incomodidad. Surge su nombre y asoma, también, una cierta impaciencia: Updike es probablemente nuestro mejor escritor palabra-por-palabra y reflexión-por-reflexión, pero… ¿No va siendo hora de que Updike se retire, de que Updike pase?”.
La pregunta era y es infantil, pero tiene al mismo tiempo su madura razón de ser para toda una nueva generación de autores cool como el suicida reciente David Foster Wallace, que no vaciló en definir a Updike como a uno de los “grandes Narcisistas Masculinos que han dominado la narrativa americana de posguerra y que están ahora en su senectud”. Estaba claro que Updike molestaba. Molestaba su intimidante fertilidad, su puntual disciplina, su estar en todas partes. Updike escribía y publicaba por lo menos cada doce meses desde 1958. Había ganado todos los premios importantes (sólo le faltó el Nobel), y firmó de más de sesenta títulos entre novelas donde destaca la tetralogía con coda Rabbit Angstrom. Compuesta por Corre, Conejo (1960), El regreso de Conejo (1971), Conejo es rico (1981), Conejo en paz (1990) y Conejo en el recuerdo (2001), ésta es, sin duda, una de las candidatas más firmes a Gran Novela Americana del Siglo XX, fundiendo magistralmente la historia pública de los Estados Unidos con la intimidad de un exitoso fracasado o de un perdedor triunfal. Sumarle colecciones de relatos (considerados por él como aquello por lo que sería o debería ser recordado), recopilaciones de ensayos (del golf a la pintura, pasando por el torrente de introducciones y reseñas publicadas en The New Yorker, alma mater en la que se inició como una suerte de office-boy (todo terreno”), poemarios, libros infantiles, una obra de teatro, unas exquisitas memoirs selectivas y, como editor, una comentada antología con el título de The Best American Short Stories of the Century en la que no dudó en incluir su “Gesturing” como representativo de 1980. También, digámoslo, fue ghost-writer del payaso Krusty en un episodio de Los Simpson.
Todas y cada una de esas líneas escritas con lo que Martin Amis, un admirador, definió como “un estilo melodioso, arriesgado, detallado, divertido y fresco (Un ejemplo más o menos al azar: ‘Se dejó caer en una silla de lona y se dedicó a cruzar y recruzar las piernas, que eran tan cortas que tenía la impresión de estar jugueteando con los pulgares’.) Esto es tan bueno, te quedas pensando; ¿acaso no es lo mejor? Una prosa así no se logra fácilmente, y sin embargo Updike produce un montón sobrecogedor de este tipo de material”.
Y está bien, es verdad: su última novela publicada en vida –The Widows of Eastwick, continuación de Las brujas de Eastwick– no está entre lo mejor que escribió.
Pero está tan bien escrita.

TRES

John Updike gozó de un privilegio del que sólo llegan a disfrutar muy pocos: el de que sus maestros llegaran a considerarlo un maestro, uno de ellos. John Cheever, Vladimir Nabokov y William Maxwell no escatimaron elogios a la hora de juzgar y celebrar, casi desde el principio, la obra de Updike. Más cerca en el tiempo, el ya mencionado Martin Amis, Ann Beattie, Richard Ford, Rick Moody, John Banville, Margaret Atwood o Nicholson Baker –que le dedicó todo un libro, su obsesivo ensayo de fan acosador U & I (1991)– entre muchos otros no dudaron en considerarlo un titán que aplicó su energía a iluminar lo doméstico, ese “territorio medio en el que siempre chocan los extremos”. Y Updike –después de todo y antes que nada– parecía ser un tipo humilde, sencillo, que alguna vez dijo aquello de “Ser un escritor famoso es como ser un enano alto. Siempre estás en el límite de la normalidad”.
Nacido en Reading, Pennsylvania, en 1932 (me pregunto si habrá algo mejor para un escritor que nacer en un lugar llamado Reading… ¿Existirá una ciudad de provincias llamada Writing?) John Hoyer Updike, hijo único, se crió en una familia protestante y asumió ese paisaje como el que definiría a buena parte de sus ficciones. Y ahí están y de ahí salen la veladamente autobiográfica El centauro (1963, una de las mejores novelas de padre/hijo jamás escritas) y En torno de la granja (1965). De allí partiría Updike para conquistar la gran ciudad, soñar con convertirse en dibujante y trabajar para la Disney. Pero pronto acabó reportando “the talk of the town” para The New Yorker y publicando los primeros textos que, enseguida, dejarían atrás una inicial placidez epifánica y salingeriana (ver y admirar la recopilación del 2003 The Early Stories: 1953-1975 donde se destacan las historias que transcurren en el imaginario pueblo de Olinger y las idas y vueltas del matrimonio de los Maple) para asumir las adúlteras tormentas sexuales de la Era del Divorcio en escandalosos best-sellers de calidad todavía hoy muy bien conservados como Parejas (1968) o Cásate conmigo (1976), ser acusado de misógino por su retrato tan lírico como despiadado de las mujeres, racista por su visión de los negros y poco comprometido por su elegante conservadurismo político, crear un alter ego judío y philiprothiano en las andanzas de Henry Bech (que sí ganaría el Nobel de Literatura) y llegar a un puñado de novelas tardías en las que, en mi opinión, se encuentra lo más interesante de su carrera. Comprobarlo en la delicada experimentación, en las oraciones admirables (con destellos de Henry James y de Marcel Proust y de Henry Green) y en la originalidad de tramas –que incluyen desde la posibilidad de un Dios informático, una saga familiar ligada fatalmente al séptimo arte y a la televisión, las noches oscuras de unos Estados Unidos fracturados y futuristas, una prequel de Hamlet, una aproximación lateral a la leyenda de Jackson Pollock o un thriller con adolescente fundamentalista– en La versión de Roger (1986), La belleza de los lirios (1996), Hacia el fin del tiempo (1997), Getrude y Claudio (2000), Busca mi rostro (2002) y Terrorista (2006).
Sus detractores –entre ellos, a lo largo de los últimos títulos, la implacable Michiko Kakutani de The New York Times– insistieron una y otra vez en que Updike escribía demasiado y guiado por el piloto automático de un genio que se había convertido en reflejo y tic y carnal prosa mandarinesca sobre cuestiones casi intangibles. Esto se puso claramente de manifiesto cuando Updike publicó Villages (2004), novela en la que volvía al pueblo chico/cama grande. Alguien tituló su reseña “Johnny One Note” (“Johnny Una Sola Nota”). A saber: coitos variados, barrios residenciales, atardeceres, lascivia hogareña, noticias brotando de televisores y periódicos, un hombre más o menos profesional y educado en el puritanismo protestante y blanco, pero siempre poseído por una satiriasis agnóstica y de todos los colores. Y el erosionante paso del tiempo en los rasgos de un imperio tan moderno como decadente.
Pero Updike dejó bien claro desde el vamos cuál sería su campo de juego. De ahí que no tuviera problemas en reconocer en una entrevista que “mi escritura estuvo, está y estará limitada siempre por mi experiencia y mi imaginación, ambas severamente finitas”, que “son muchas las cosas que he comprendido recién al verlas con los ojos de mis personajes” y que “en los últimos tiempos mi obra parece estar marcada por pensamientos más cobardes y rencorosos”. “Yo soy mis libros. Todo está ahí”, le confesó a Martin Amis este hombre que, a la hora de su primer divorcio, no fue el único que escribió sobre la cuestión en The New Yorker. Su hijo y su esposa también publicaron allí textos con sus respectivas versiones del asunto.

CUATRO

Cuando llegó la hora, John Updike publicó sensibles y sentidas necrológicas de sus maestros Vladimir Nabokov, John Cheever y William Maxwell. Buscarlas y encontrarlas en los archivos de The New Yorker.
Y nada me extrañaría menos que Updike haya dejado escrita la suya. Sus últimas tres páginas prolijas y meditadas y corregidas porque, en el 2006, ya había advertido sobre su poca confianza en la trascendentalidad del suspiro final y en la posibilidad de despedirse con estilo durante el minuto del adiós: “Las últimas palabras, registradas y atesoradas en los días en los que el lecho de muerte era el hogar, han pasado de moda. Quizá porque la mayoría de las personas agota sus últimas horas en un hospital, demasiado drogadas para que lo que dicen tenga algún sentido. Y sólo las oye la enfermera del turno de noche”.
Así que hasta que esas tres páginas finales y definitivas aparezcan –si aparecen– puede cubrirse este hueco imposible de llenar con lo que Updike recopiló en la última página de Due Considerations: Essays and Criticism (2007) cuando el 18 de marzo del 2005, día de su cumpleaños, le pidieron un breve texto en respuesta a la pregunta “¿En qué cree usted?”.
Y Updike respondió:
“A la edad de setenta y tres años, en lo que más creo, de todo corazón, es en el valor humano de la escritura creativa, ya sea en verso o en ficción, como medio ideal para decir la verdad, expresarse a uno mismo y homenajear a los milagros gemelos de la creación y la conciencia”.
Cinco años antes, como elegía por William Maxwell, Updike había publicado un poema titulado Stolen que, aplicado a otra muerte, puede volver a recitarse en esta hora triste y que termina así: “El bote se inclina como congelado en la ola salvaje de la tormenta / El concierto se ha interrumpido entre dos notas / Una tierra incógnita, lo suficientemente extensa / Se convierte en una ausencia. Cuando los sabios / y amables hombres mueren, ¿quién restaurará a su trono a la excelencia que ha desaparecido?”.
Buena pregunta.
John Updike era un rey.

Fuente: Pagina/12 Domingo, 1 de Febrero de 2009.

Sigue leyendo

Adiós, al viejo Updike.

Murió John Updike, crítico cronista de la clase media
El escritor norteamericano describió con agudeza la sociedad de su país


John Updike

A los 76 años, murió ayer el escritor norteamericano John Updike, dos veces Premio Pulitzer por sus libros Conejo es rico y Conejo en paz , a raíz de un cáncer de pulmón. Considerado uno de los más prominentes escritores de Estados Unidos, candidato al Premio Nobel año tras año, Updike fue un prolífico maestro en varios géneros: novela, cuento, crítica y poesía, e insuperable cronista de la clase media de su país.

Integrante de un Olimpo de nombres rutilantes como J. D. Salinger, Norman Mailer, Toni Morrison, Joyce Carol Oates y Gore Vidal, entre otros, Updike nació en Pensilvania, el 18 de marzo de 1932, pero no fue hasta 1955 que comenzó a desarrollar un estilo personal y se convirtió en un agudo cronista de la sociedad norteamericana. Por entonces entró a la prestigiosa revista The New Yorker .

Con más de 60 libros en su haber, el fallecido escritor llegó a publicar un libro por año. A lo largo de su producción literaria, Updike fue tan brillante como eficaz para reflejar sus críticas -y también sus elogios- sobre la sociedad de su país.

En 1960 comenzó su extraordinaria serie Corre Conejo , El regreso de Conejo , Conejo es rico y Conejo descansa , que comparten el protagonista Harry Rabbit Angstrom, a través de quien el narrador critica la clase media norteamericana, cuya válvula de escape está, según él, en la religión y el cine.

Un observador de la ambigüedad

Al hablar sobre su serie de Rabbit Angstrom, en la que el escritor refleja la triste vida de un americano medio común en el contexto de los grandes acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX, Updike señaló a la revista Life : “Mi tema es la clase media protestante norteamericana de los pequeños pueblos de Estados Unidos. Me gustan los medios, porque en los medios chocan los extremos y la ambigüedad gobierna”.

En 1991 recibió, por Conejo descansa, el Premio del Círculo de Crítica Literaria en Estados Unidos. En esa última novela de la serie, el personaje central se enferma y muere. Hubo todavía un libro posterior sobre su personaje, titulado Conejo en el recuerdo y otras historias .

“Cuando escribo apunto mi mente no hacia Nueva York, sino hacia un punto vago al este de Kansas”, señaló durante una entrevista con la revista Time el autor de La belleza de los lirios , que vivió los últimos 30 años de su vida en Nueva Inglaterra.

A lo largo de su literatura, la intención de Updike ha sido mostrar la sociedad norteamericana, ya sea a través de un personaje o de generaciones de una misma familia.

En 1980, en una colección de cuentos titulada en inglés Problems ( Problemas ) escribió: “América es una vasta conspiración para hacerte feliz”.

Otro de los temas reiterados en su obra es el sexo. En 1968 sorprendió con una controvertida novela, Parejas , que en los años 60 se mantuvo durante meses entre las más vendidas. Updike justificó su punto de vista de este modo: “El sexo es como el dinero. Sólo demasiado es suficiente”.

En su obra de ficción, según los críticos norteamericanos, el adulterio juega un papel tan central como la caza y la pesca en la obra de Hemingway. Para la prensa norteamericana, acongojada ayer por su muerte, los más brillantes estándares de calidad de Updike se encuentran en muchos de sus artículos, de sus ensayos, sus cuentos breves y sus más críticos puntos de vista aparecidos en The New Yorker .

En su última gran novela, Terrorista , Updike se mete en la piel y el alma de un musulmán norteamericano que se inmola en un atentado. A raíz de esa obra, hace un año y medio, lo entrevistó el director del Instituto Cervantes de Nueva York, el escritor Eduardo Lago. Updike dijo: “Creo en Estados Unidos. Pero sigo siendo crítico del carácter y la sociedad norteamericanos. Somos una sociedad que se ahoga literalmente en basura”.

Entre sus libros traducidos al español, publicados por Tusquets, se destacan -además de los mencionados- La feria del asilo , En torno a la granja , Golpe de Estado , Las brujas de Eastwick, A conciencia (su libro de memorias), Brasil , Busca mi rostro , El centauro , Gertrudis y Claudio, Hacia el final del tiempo y Lo que queda por vivir .

Desde 1977 estaba casado, en segundas nupcias, con Martha Ruggles. Tenía cuatro hijos.

Fuente: La nación. Miércoles 28 de enero de 2009 Sigue leyendo

Sobre descolonización/descolonialidad, una vez más

December 1st, 2007

Sobre descolonización/descolonialidad, una vez más
Walter Mignolo

Mis comentarios sobre “Eurocentrism 21st Century: The King and the Colonial Vassal” provocaron algunas reacciones immediatas. Una de ellas, pregunta por qué escribo en inglés sobre estos temas. En los próximos días traduciré el artículo al castellano y responderé a esta pregunta.

En lo que sigue, hago algunas aclaraciones dirigidas a preguntas y objeciones que se me hacen, y consejos que se me dan, de los demás comentaristas.

El término ¨descolonización¨ comenzó a emplearse, durante la guerra fría, en dos contextos distintos. En uno de esos contextos se entendía por ¨descolonización¨ lo que a finales del siglo XVIII y principios del XIX se entendia por revolución (Revolución Americana, Revolución Haitiana) o por Independencia (Independencia Argentina, etc). En este contexto ¨descolonizarse¨ significaba enviar las elites metropolotinas a sus países de origine y tomar las riendas de los gobiernos locales. Lo que ocurrió en Asia y en Africa fue paralelo a lo que ocurrió en las Américas siglo y medio antes: el colonialismo interno desplazó al colonialismo externo. Los criollos de descendencia Europea controlaron el gobierno y la autoridad en las Américas en las primeras revoluciones/independencia del mundo moderno/colonial. Los movimientos de descolonización fueron paulatinamente desplazados, al final del siglo XX, por la contra-revolucion neo-liberal, tambien conocida como “globalización.” Los procesos descolonizadores retomaron su rumbo y energía en Bolivia, con la elección de Evo Morales al gobierno. Sin embargo, tanto en Bolivia como en Ecuador y también en algunos sectores de la intelectualidad Venezolana, el contexto de uso del término “descolonización” se ha modificado.

El segundo contexto en el que se empleó el término “descolonización” durante la guerra fría fue el epistémico. El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda propuso hacia mediados de los 70, descolonizar las ciencias sociales. Durante el mismo período, los tardíos 70, el filósofo Marroquí Abdelkebir-Khatibi propuso la descolonización epistémico-filosófica como paradigma de co-existencia frente y junto a la desconstrucción. Mientras la desconstrucción proponía y propone una crítica eurocentrica del eurocentrismo, Khatibi habitaba y habita otro espacio, el espacio de las fronteras entre el Islam y la Cristiandad (de ello hablo en Historias Locales/Diseños Globales). Su noción de “doble crítica” como método de descolonialidad se desengancha de la totalidad eurocentrada y atrapada en los legados categoriales del griego y del latin. Khatibi habita y piensa en la frontera entre, por una parte, la filosofía islámica y la lengua árabe y, por otro, la filosofía y las lenguas del occidente greco-latino, cristiano y secular. Hoy, en Bolivia, el sentido histórico del término de descolonización se junta con el sentido epistémico del término descolonialidad: descolonizar la educación, el estado, la economía presupone habitar y pensar en los bordes del horizonte totalitario del Eurocentrismo (repito: griego, latin y las seis lenguas europeas moderno/coloniales). En fin, para intelectuales del “tercer mundo” el concepto de descolonización fue una opçión necesaria frente a las tendencias imperiales del marxismo y de la teología liberadora. En Algeria tenemos a Malek Bennabi. . En décadas posteriores, de los 80 y los 90, nos encontramos en India con intelectuales y activistas como Ashis Nandy y Vandana Shiva.

Mi empleo del término descolonización/descolonialidad proviene del artículo programático e inaugural en el que Anibal Quijano mostró que el concepto de modernidad es solo la mitad de la historia, e introdujo el concepto de colonialidad como su lado oscuro, pero inseparable. Esto es, iluminó el hecho de que no hay modernidad sin colonialidad. Por lo tanto, la retórica salvacionista de modernidad y modernización es inseparable de la lógica imperial de colonialidad. Frente a esta realidad histórica hay varias opciones: adaptarse y asimilarse; resistir y estar contra o re-existir, esto es, trabajar crítica y creativamente junto a procesos globales hoy en marcha de descolonización epistémica, esto es, de descolonialidad. Mi empleo del término se inscribe en un proyecto epistemico-político específico, el así llamado modernidad/colonialidad/descolonialidad. Este proyecto tiene ya varios años de trabajo colectivo que ha sido resumido en un par de artículos. Uno, “Mundos y conocimientos de otro modo” de Arturo Escobar, antropólogo colombiano residente en Estados Unidos. El otro “Nueva perspectiva filosófica en América Latina” del filósofo colombiano residente en Colombia Damián Pachón Soto.

El término se emplea también en otros proyectos. Uno de ellos es del pensamiento Chicano/Chicana en Estados Unidos. El libro de Emma Pérez citado en uno de los comentarios es un ejemplo. En el movimiento político y filosófico Chicano/Chicana tanto los conceptos de “colonialismo interno” (introducido en América Latina por el sociólogo Mexicano Pablo Gonzálo-Casanova a finales de los 60) y de “descolonización” fueron por cierto conceptos claves para este proyecto. Como lo fueron para el sociólogo Fals Borda y el filósofo Khatibi, coincidentemente en la misma época e independientes de cada uno. No hizo falta en este caso un pensador, un modelo eurocentrado para seguir y aplicar, sino que la historia misma condujo a quienes se encontraron habitando las fronteras, pensando fronteriza y descolonialmente. El término se ha empleado desde hace tiempo entre los intelectuales indígneas en América del Sur y entre los pensadores Afro-Caribeños. Hoy, se mantiene vigente en las nuevas generaciones de Native Americans quienes hablan tanto de descolonización como de “indegenización de la universidad” “indigenización de la universidad.” El libro de la antropóloga Maori, Linda Tiwhai Smith, Decolonizing Methodologies. Research and Indigenous People, publicado en 1999, inició un largo debate sobre cuestiones de descolonización epistémica, esto es, de descolonialidad. Finalmente, el fenómeno Amawtay Wasi, en Ecuador, que es más conocido en América del Sur, es un caso radical de decolonialidad epistémica.

En fin, descolonización/decolonialidad son términos comunes a variados proyectos que tiene en común desengancharse de las reglas euro-centradas (lo cual implica su continuidad en Estados Unidos). Proyectos de descolonización/descolonialidad en las áreas del planeta cuyas historias locales fueron interferidas por las historias locales de los paises imperiales de Europa occidental y Estados Unidos, juntan hoy sus fuerzas con los proyectos descoloniales de las “minorías” inmigrantes en Europa y en Estados Unidos. Immigrantes que ya no son Europeos como en Argentina, Venezuela o Estados Unidos a finales del siglo diecinueve y principios del veinte, sino migrantes de lo que fue “el tercer mundo.”

La genealogía del pensamiento descolonial abre las puertas a respuestas descoloniales al dilema “estas conmigo o estas con mis enemigos.” A menudo dice Anibal Quijano, medio en broma y medio en serio: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.” Esto es el desprendimiento epistémico, el pensamiento fronterizo, el pensar de otro modo que describe Escobar en su artículo, el paradigma (diverso) de co-existencia como guerra epistémica. De lo contrario, nos quedamos en la telaraña del totalitarismo epistémico moderno (en la sintesis hegeliana, en la ruptura epistemica de Foucault, en el nuevo paradigma de Khun), en el cual la novedad es siempre evaluada en relación a lo anterior, en la linearización del tiempo y en el control de la autoridad enunciativa. Lo político, que en ese ámbito es controlado por el estado y el mercado, es un callejón sin salida para la sociedad política, si la sociedad política no cambia por cambiar las reglas del juego, los términos de la conversación y se mantiene presa en una lucha por cambiar los contenidos. Es decir, por resistir en vez de re-existir (Adolfo Albán, pensador y artísta afro-colombiano).

Esta misma idea la expresó en otro ámbito, aunque por motivos semejantes al pensamiento descolonial, el neurofisiólogo y pensador chileno Humberto Maturana. (1) Por un lado, Maturana re-introdujo el concepto de “emocionar” junto y complementario al de “pensar.” Por otro, desarrolló la idea de “variadas objetividades” y de “multi-verso” en vez de “uni-verso” (esto es, la idea hegemónica de universalidad pasa a ser en el pensamiento de Maturana, un componente más de un mundo multi-versal). Sin embargo y actualmente, el conflicto y la lucha epistémica se enmarca en la creencia en la “objetividad sin paréntesis” y la “objetividad en paréntesis”. La idea básica de Maturana, que no es simple. Empecemos por lo más básico.

La operación que constituye el criterio de validación de las explanaciones científicas—dice Maturana—es el mismo que usamos en la validación operativa de nuestras prácticas cotidianas en tanto seres humanos. De esta premisa se sigue, en un sentido estrictamente operativo, lo que distingue un observador u observadora en la vida cotidiana de un observador o una observadora en su papel de científico, es la orientación emocional del cienfífico o la científica que explica la consistencia cognitiva de su trabajo y su conocimiento usando solamente como criterio la validación científica que él o ella inventaron en su particular preocupación por regular los criterios de validación explicativa. Esto es, en su interés y compromiso por establecer, ellos y ellas mismas, criterios claros para generar explanaciones científicas que no interfieran con los criterios operativos que empleamos en la vida cotidiana. Esto es, los criterios de la explanación científica se basan sobre la puesta en paréntesis de las cualidades secundarias; de nuestro criterios vivenciales y existenciales para validar operativamente nuestras prácticas cotidianas.

De este principio, Maturana deriva una serie de conclusiones básicas para los futuros globales y las opciones descoloniales. Los criterios de validez descritos en el párrafo anterior constituyen lo que Maturana llama “objetividad-sin-paréntesis” y la lucha por lo uni-versal Por otro lado, existe el mundo multi-versal y los sujetos que operan cotidiana y científicamente con otros criterios de validación. Ello conduce, al mismo tiempo, a pensar lo político y lo ético de un modo-otro.

Los caminos (o métodos si se quiere), que conducen a la objetividad-entre-paréntesis la observadora acepta que ella es la fuente de toda realidad a través de la series de operaciones para establecer distinciones y diferencias en su práctica de vida. Esto es, el punto de partida no es la objetividad de un mundo allí, sino la subjetividad que no se puede eliminar o poner entre paréntesis, de la observadora. Al aceptar este método o camino, las explanaciones no son reduccionista ni tampoco transcendetales puesto que ya no hay una búsqueda “por la explicación última de todo” ni por la “verdad o manera correcta” de hacer política. Esto es, se ha relativizado o provincializado la creencia en “universales abstractos” (objetividad-sin-paréntesis) y se han abierto las puertas a “la pluri-versalidad como proyecto uni-versal” (objetividad-entre-parentesis). Estamos ya en un terreno común y complementario, tanto cientistas como Maturana como pensadores descoloniales en el ámbito de las ciencias humanas. Demos un paso más adelante.

De tal modo que cuando un observador u observadora habita y adopta el camino de la objetividad-entre-paréntesis, comienza por darse cuenta que dos observadoras que proponen dos explanaciones que se excluyen mutuamente pueden parecer—para un tercer observador—dos interpretaciones conflictivas de una misma situación o acontecimiento. Lo que ocurre aquí entonces es que los tres observadores no estan dando interpretaciones diferentes de una misma situacion sino que que las tres están operando en diferentes—aunque igualmente legítimos—esferas de la realidad y dominios explicativos. Lo que están haciendo es explicar diferentes aspectos de sus prácticas de vida.

Cuando esto es así—concluye Maturana—la observadora que habita la pauta operativa de la objetividad-entre-paréntesis, se da cuenta que habita en un multi-verso. Esto es, que habita en variados y diferentes (igualmente legítimos) mundos explanativos (aunque no todos igualmente deseables). Por lo tanto, cada desacuerdo explicativo es una invitación hacia una responsable reflección de coexistencia (conflictiva y dialógica) y no en una irresponsable negación de la otra explicación (Bush-Ben Ladin y viceversa, por ejemplo). En cambio, si se habita la objetividad-sin-paréntesis creemos que todo quien no está de acuerdo con lo que sentimos y pensamos, no tiene razón de ser o está errado. Esto es, nos ponemos en una posición de juez supremo y acusamos a las opiniones diferentes de ponerse en la posición de juez supremo en la que yo o sólo nosotros (los que pensamos igual) queremos estar.

El pensamiento descolonial, y la opción descolonial (que es descolonial en su singularidad y multi o pluriversa en sus manifestaciones globales), habita la objetividad-entre-paréntesis y opera explicativa, ética y políticamente en la formación histórica del mundo moderno/colonial constitutivo de la fundación histórica de la economía capitalista. A partir de aquí es posible comprender el pensamiento descolonial de Waman Puma de Ayala, de su uso estratégico del cristianismo (como se hace hoy, en las prácticas de teología de la liberación en América del Sur (Hinkelammert, Elaucuría) o en Africa) (ver en este mismo blog, bajo el rubro Publications, dos conferencias sobre pensamiento descolonial). De igual manera Ottobah Cugoano, lo cual nos permite comprender que pensadores como Gramsci o Bourdieu están sólo a mitad de camino, caminando sobre historias y subjetividades silenciadas, como lo argumenta convincentemente el intelectual y politólogo Jamaiquino Anthony Bogues en su elocuente obra Black Heretics, Black Prophets. Radical Political Intellectuals (2003). No hay dicotomía entre imperiales/modernos malos y coloniales buenos, sino un paquete the lucha sin cuartel en la co-existencia entre retórica de la modernidad/lógica de la colonialidad/gramática de la descolonialidad. La primera ecuación es una ecuación moderna y postmoderna (esto es, lineal, eurocentrada). La segunda se abre a la heterogeneidad-histórico estructural (ver el artículo de Quijano citado más arriba), a la analéctica (Dussel) y al pensar habitando las fronteras (border thinking).

———————

1) Resumo aquí las ideas principales del aparatado “The Ontology of Explaining: Conditions of Constitution of Observing”, primera sección de la monografía Reality. The Search for Objectivity or the Quest for a Compelling Argument.

Fuente: http://waltermignolo.com/2007/12/01/sobre-descolonizaciondescolonialidad-una-vez-mas/ Sigue leyendo

La teta asustada ganó el Oso de Oro en Berlín

La teta asustada ganó el Oso de Oro en Berlín
Sábado, 14 Febrero 2009, 2:52 pm en Diario

La cinta La teta asustada, de la directora peruana Claudia Llosa, recibió el premio a Mejor Película en el Festival de Cine de Berlín, La Berlinale, en Alemania. En la cinta participa la actriz Magaly Solier. Hace tan solo unos días, la cinta había recibido el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, FIPRESCI.

Fausta (Magaly Solier) padece La Teta Asustada, una rara enfermedad que se transmite por la leche materna de mujeres que fueron violadas durante la gestación y la lactancia en la época del terrorismo. Un terror atávico que se transmite de generación en generación y que Fausta sufre en forma de hemorragias nasales en momentos de crisis. La joven, además, guarda un secreto que no quiere revelar hasta que la súbita muerte de su madre la obligará a encontrar una salida al laberinto, dentro y fuera

Fuente: Diario. Sábado, 14 Febrero 2009 Sigue leyendo

Roland Barthes, íntimo y doliente. A propósito de un inédito de Barthes

Roland Barthes, íntimo y doliente

Roland Barthes.
Cortesía de El País.

Controversia editorial en Francia tras la publicación de los diarios del intelectual sobre su madre

Por: ANTONIO JIMÉNEZ BARCA

Roland Barthes (Cherburgo, 1915- París, 1980) solía coger un folio normal y partirlo en cuatro. Siempre había en su mesa de trabajo fichas de ese tamaño. Era ahí, en esas hojas cortadas por él, donde, con pluma o lápiz, tomaba notas o se escribía a sí mismo.
Escribió cerca de 13.000. Durante casi dos años, desde octubre de 1977 a septiembre de 1979, el semiólogo francés que revolucionó la forma de acercarse a la literatura, rellenó algunas de esas hojitas con apuntes íntimos sobre su madre, con la que convivió siempre y que murió el 26 de octubre de 1977. La primera frase es la siguiente: “Primera noche de bodas. Pero ¿primera noche de luto?”. Ahora, la editorial Seuil publica estas notas inéditas en forma de libro, no sin polémica, con el título de Journal de Deuil (Diario de duelo). No es el único texto inédito de Barthes que estos días ve la luz. La editorial Christian Bourgois ha publicado, por su parte, las notas que el filósofo francés tomó en un viaje a la China maoísta en 1974, titulado Carnets du voyage en Chine (Diarios del viaje a China).

Henriette Binger nació en 1893. Se casó con Louis Barthes a los 20 años. Cuando tenía 22 nació Roland. Un año después se quedó viuda cuando su marido murió en un combate naval en la I Guerra Mundial. Se volvió a casar, tuvo otro hijo, Michel Salzedo. Pero siempre, hasta los 84 años, vivió con su hijo mayor, aquejado desde crío de tuberculosis. Y Roland, durante los seis últimos meses de la vida de Henriette, cuando ya era un intelectual reverenciado, se dedicó casi exclusivamente a cuidarla: “Desde que la cuidaba, no existía más que ella. Ella era todo para mí y me olvidé de escribir. Antes, ella se hacía transparente para que yo pudiera hacerlo”.

El ensayista francés, autor de una de las más originales formas de entender la crítica literaria (o la simple lectura), proclive a analizar las obras sin tener en cuenta la personalidad del autor e incluso sus intenciones, se vuelca en estas notas breves de frases concisas sobre su lado más cotidiano, más personal y, también, más desolador:

“4 de noviembre: esta noche, por primera vez, he soñado con ella. Estaba tumbada, pero no enferma, con el camisón rosa que compró en el supermercado”.

“5 de noviembre. Una tarde triste. (…) Compro un pastel. La camarera, al servir a un cliente, dice ‘voilà’. Ésa era la palabra que yo decía cuando le traía algo a mi madre mientras la cuidaba. Una noche, casi inconsciente, repitió como un eco: ‘Voilà’ . Es algo que nos hemos dicho ella y yo durante toda la vida. El episodio de la camarera me ha hecho saltar las lágrimas. De vuelta al apartamento en silencio lloro durante mucho tiempo”.

François Whal, editor de Seuil en los años noventa y amigo de Barthes, considera que el texto no debería haber salido así. Whal ha explicado a la prensa francesa que Barthes le dejó a cargo de todo lo que se publicara después de su muerte. “Así evitaría meteduras de pata. Eso sí, me advirtió que no me lo podía dejar por escrito porque su hermano Michel se enfadaría. (…) Ahora me encuentro con esto, que viola su intimidad”, añadió Whal.

Éric Marty, que ha supervisado la publicación de las obras completas de Barthes, considera por su parte que los textos no son un simple desahogo, que contienen un verdadero proyecto de escritura, con un título consciente que les diferencian de los otros escritos.

Su hermanastro Michel Salzedo, último responsable de los textos inéditos de Barthes, ha llegado a manifestar, a requerimiento de Éric Marty, que “después de 30 años nadie puede erigirse en dueño de la obra de un autor”.

Según Whal, Barthes jamás pensó en publicar notas como éstas:

“18 de mayo: un cóctel. Sensación triste y deprimente de estereotipo social. Angustia. Pienso: mamá ya no está aquí y la vida estúpida continúa”.

Pero también revelan algunos apuntes sobre literatura de una persona que consagró su vida al estudio de los textos y que enfangado en el dolor por la muerte de su madre resume el hecho literario en lo siguiente: “1 de agosto: la literatura es eso: no poder leer sin dolor, sin ahogarme de verdad, lo que Proust escribió en sus cartas sobre la enfermedad, el coraje, la muerte de su madre, su pena”.

Porque más allá de la polémica, de la personalidad y la trayectoria del autor, el libro consiste en el autorretrato de un hombre enfrentado a su propio abatimiento.

El diario termina así:

“15 de septiembre: algunas mañanas son tan tristes…”.

Fuente: El País. París – 13/02/2009 Sigue leyendo

Discurso de Juan Carlos Onetti al recibir el Premio Cervantes

Discurso de Juan Carlos Onetti al recibir el Premio Cervantes

Onetti

Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y señores:

Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en España.Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.
Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi gratitud a España.
El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: “Si no esperas, no te sobrevendrá lo inesperado”. He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a “placé” -o a colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien brazos.
He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia, es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos, no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista auténtico.
He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día, intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta, conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada, la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido, va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y comentadas.
Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así. Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré, hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que todas las repúblicas de América se enteraran de ello.
El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento, que he dicho la verdad, honestamente.
Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: “Ubi Libertas lbi Patria”.
Gracias, Majestad; gracias, España.

Fuente: http://www.onetti.net/ Sigue leyendo

La literatura es fuego. Mario vargas LLosa

La literatura es fuego

Texto del discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos el 4 de Agosto de 1967 en Caracas.

Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y “Cinco metros de poemas” de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, encerrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en humo, en viento, en nada, como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explotador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación.

Convoco aquí, esta noche, su furtiva silueta nocturna, para aguar mi propia fiesta, esta fiesta que han hecho posible, conjugados, la generosidad venezolana y el nombre ilustre de Rómulo Gallegos, porque la atribución a una novela mía del magnifico premio creado por el Instituo Nacional de Cultura y Bellas Artes como estímulo y desafío a los novelistas de lengua española y como homenaje a un gran creador americano, no sólo me llena de reconocimiento hacia Venezuela; también, y sobre todo, aumenta mi responsabilidad de escritor. Y el escritor, ya lo saben ustedes, es el eterno aguafiestas. El fantasma silencioso de Oquendo de Amat, instalado aquí, a mi lado, debe hacernos recordar a todos -pero en especial a este peruano que usteddes arrebataron a su refugio del Valle del Canguro, en Londres, y trajeron a Caracas, y abrumaron de amistad y de honores- el destino sombrío que ha sido, que es todavía en tantos casos, el de los creadores en América Latina. Es verdad que no todos nuestros escritores han sido probados al extremo de Oquendo de Amat; algunos consiguieron vencer la hostilidad, la indiferencia, el menosprecio de nuestros países por la literatura, y escribieron, publicaron y hasta fueron leídos. Es verdad que no todos pudieron ser matados de hambre, de olvido o de ridículo. Pero estos afortunados constituyen la excepción. Como regla general, el escritor latinoamericano ha vivido y escrito en condiciones excepcionalmente difíciles, porque nuestras sociedades habían montado un frío, casi perfecto mecanismo para desalentar y matar en él la vocación. Esa vocación, además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. ¿Cómo hubieran podido hacer de la literatura un destino excluyente, una militancia, quienes vivían rodeados de gentes que, en su mayoría, no sabían leer o no podían comprar libros, y en su minoría, no les daba la gana de leer? Sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuzara y exigiera, el escritor latinoamericano ha sido un hombre que libraba batallas sabiendo desde un principio que sería vencido. Su vocación no era admirada por la sociedad, apenas tolerada; no le daba de vivir, hacía de él un productor disminuido y ad-honorem. El escritor en nuestras tierras ha debido desdoblarse, separar su vocación de su acción diaria, multiplicarse en mil oficios que lo privaban del tiempo necesario para escribir y que a menudo repugnaban a su conciencia, y a sus convicciones. Porque, además de no dar sitio en su seno a la literatura, nuestras sociedades han alentado una desconfianza constante por este ser marginal, un tanto anónimo que se empeñaba,
contra toda razón, en ejercer un oficio que en la circunstancia latinoamericana resultaba casi irreal. Por eso nuestros escritores se han frustrado por docenas, y han desertado su vocación, o la han traicionado, sirviéndola a medias y a escondidas, sin porfía y sin rigor.

Pero es cierto que en los últimos años las cosas empiezan a cambiar. Lentamente se insinúa en nuestros países un clima más hospitalario para la literatura. Los círculos de lectores comienzan a crecer, las burguesías descubren que los libros importan, que los escritores son algo más que locos benignos, que ellos tienen una función que cumplir entre los hombres. Pero entonces, a medida que comience a hacerse justicia el escritor latinoamericano, o más bien, a medida que comience a rectificarse la injusticia que ha pesado sobre él, una amenaza puede surgir, un peligro endiabladamente sutil. Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.

Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio y de mejora, aun cuando para ello daba emplear las armas más hirientes y nocivas. Es pretiso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.

La realidad americana, claro está, ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley, paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades cegadoras de miseria, de condenación económica cultural y moral, nuestras tierras tumultuosas nos suministran materiales suntuosos, ejemplares, para mostrar en ficciones, de manera directa o indirecta, a través de hechos, sueños, testimonios, alegorías, pesadillas o visiones, que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado, a todos nuestros paises como ahora a Cuba la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror. Pero cuando las injusticias sociales desaparezcan, de ningún modo habrá llegado para el escritor la hora del consentimiento, la subordinación o la complicidad oficial. Su misión seguirá, deberá seguir siendo la misma; cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuesto derecho a disentir, mostrando, de esa manera viviente y mágica como sólo la literatura puede hacerlo, que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y de la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino a menudo tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas.

Nuestra vocación ha hecho de nosotros, los escritores, los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo, los insoportables abogados del diablo. No sé si está bien o si está mal, sólo sé que es así. Esta es la condición del escritor y debemos reivindicarla tal como es. En estos años en que comienza a descubrir, aceptar y auspiciar la literatura, América Latina debe saber, también, la amenaza que se cierne sobre ella, el duro precio que tendrá que pagar por la cultura. Nuestras sociedades deben estar alertadas: rechazado o aceptado, perseguido o premiado, el escritor que merezca este nombre seguirá arrojándoles a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos.

Otorgándome este premio que agradezco profundamente, y que he aceptado porque estimo que no exige de mí ni la más leve sombra de compromiso ideológico, político o estético, y que otros escritores latinoamericanos con más obra y más méritos que yo, hubieron debido recibir en mi lugar -pienso en el gran Onetti, por ejemplo, a quien América Latina no ha dado aún el reconocimiento que merece- demostrándome desde que pisé esta ciudad enlutada tanto afecto, tanta cordialidad. Venezuela ha hecho de mí un abrumado deudor. La única manera como puedo pagar esa deuda es siendo, en la medida de mis fuerzas, más fiel, más leal, a esta vocación de escritor que nunca sospeché me depararía una satisfacción tan grande como la de hoy.

Fuente: http://www.geocities.com/boomlatino/vpremio01.html Sigue leyendo

LA CAMARA LUCIDA. LIBRO DE ROLAND BARTHES

LA CAMARA LUCIDA. LIBRO DE ROLAND BARTHES

Barthes

Por Marisol Romo Mellid

Tema

En el libro desarrolla Barthes su idea de la fotografía como huella de la realidad. Desde la experiencia de la muerte de su madre traslada Barthes su estado de ánimo a la teoría de la fotografía. Por ello, fotografía y muerte son los dos temas indisolubles del libro.

Resumen
Es importante saber que el libro está escrito a la sombra de los enunciados de Nietzsche. Es una especie de tratado del tiempo, de la nostalgia y de la muerte. También es una obra muy personal en la que se deja sabiamente guiar por sus propias sensaciones, muy influenciado además por la muerte reciente de su madre.

El tema principal de La cámara lúcida es la muerte y la búsqueda de la esencia de la fotografía a través de lo que sería su noema: lo que está en ella ha sido necesariamente, dice finalmente Barthes. En este autor, como ya sucediera con Susan Sontag, aparece la idea de que la fotografía sólo adquiere valor con el paso del tiempo, pero en el caso de Barthes este valor también viene cuando se produce la desaparición irreversible del referente y la muerte del sujeto fotografiado (estas dos ideas no las señalaba explícitamente Susan Sontag). Es decir, sintetizando, la esencia de la fotografía es precisamente la obstinación del referente en estar siempre ahí: la momificación del referente. Esa presencia fugaz dota a la fotografía de un contenido patético. Al lado de la muerte, en el libro, aparece también el amor y la nostalgia (del amor materno).

Comienza Roland Barthes recordando como lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente. La fotografía lleva siempre su referente consigo y están marcados por la misma inmovilidad amorosa o fúnebre (p. 33). Precisamente es esta adherencia del referente lo que provoca que haya una gran dificultad en enfocar el tema de la fotografía (p.34). Hay algo terrible en toda fotografía: el retorno de lo muerto. Barthes confiesa que le interesa profundizar en la fotografía pero no como tema sino como herida.

Distingue este autor dos elementos en toda fotografía:

El studium: tiene que ver con la cultura y el gusto.
El punctum: pinchazo o corte. El punctum de una foto –señala Barthes– es ese azar que en ella me despunta (pp. 64-66).
Con relación a la fotografía como arte, Barthes considera que su forma de entroncar con las Bellas Artes o el arte en sentido general es a través del teatro que está más cerca de la muerte que la pintura. El fotógrafo mientras fotografía está sometido a varias sorpresas: lo raro, inmovilizar una escena en un momento decisivo, la proeza, las contorsiones de la técnica y el hallazgo. Barthes considera que la fotografía sólo puede significar adoptando una máscara (pp 76 y 77).

El autor de La cámara lúcida se encuentra con que hay un tipo de fotografía que, aunque posee el studium, carece por completo de un destello que atraiga o lastime. Es lo que llama fotografía unaria: trivial, quizás sólo compositiva (p. 85). En este grupo se pueden encontrar la fotografía pornográfica y la de reportaje. Para él, no es posible establecer una regla de enlace entre el studium y el punctum; se trata de una copresencia. El punctum muy a menudo es un “detalle”, puede ser mal educado y tiene una fuerza de expansión a menudo metonímica (p. 90). En ocasiones puede llenar toda la foto (p. 93). Mientras el studium está siempre codificado, el punctum no lo está y siempre es innombrable (p. 100). El punctum tanto si se distingue como si no, es un suplemento: es lo que añado a la foto y que sin embargo está en ella (p. 105). Crea también el punctum un campo ciego (p. 106), es como si fuera un más allá del campo (p. 109). En definitiva, el punctum como punto de fuga al infinito en la imagen fotográfica.

Nietzsche, por su parte, decía: un hombre laberíntico jamás busca la verdad, sino únicamente su Ariadna y todas las fotografías del mundo forman, de una u otra manera, un laberinto. Barthes busca incesantemente en este libro en qué se diferencia el referente de la fotografía de otros sistemas de representación. Es así como llega finalmente al noema de la fotografía: esto ha sido (pp. 136 y 137).

La inmovilidad de la foto provoca una confusión perversa entre dos conceptos: lo real y lo viviente. Lo que está claro entonces es que la foto es literalmente una emanación del referente (pp. 142 y 143). Toda fotografía es un certificado de presencia (p. 151). A juicio de Barthes es el advenimiento de la fotografía (y no del cine como se ha dicho) lo que divide a la historia del mundo. Barthes señala asimismo que interrogarse sobre si la fotografía es analógica o codificada no es una vía adecuada para el análisis. En la foto el poder de autentificación prima sobre el poder de representación (p. 155).

Añade Barthes estas características más a la fotografía:

La imagen fotográfica está llena, abarrotada: no hay sitio, nada la puede ser añadido.
La fotografía excluye toda purificación, toda catarsis.
En la fotografía, la inmovilización del tiempo sólo se da de un modo excesivo, monstruoso.
La fotografía es violenta porque llena a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado, ni transformado.
El tiempo es el desgarrador énfasis del noema (esto ha sido), su representación pura.
En la fotografía se mezcla, de alguna forma, el pasado y el futuro. Por ejemplo, con respecto a la fotografía de su madre dice: ella va a morir / ella ha muerto.
Cada foto es leída como la apariencia privada de su referente.
La fotografía no sabe decir lo que da a ver.
En el fondo, una fotografía se parece a cualquiera excepto a aquel a quien representa (a veces hace aparecer cosas que nunca se perciben en un rostro real).
Si no se puede profundizar en la fotografía, es a causa de su fuerza de evidencia.
La fotografía mira directamente a los ojos.
La mirada es al mismo tiempo efecto de verdad y efecto de locura.
Barthes ve a la fotografía como un medium, una forma de alucinación. Imagen demente y barnizada de realidad.
Barthes cree que existe una especie de vínculo (de nudo) entre la fotografía, la locura y lo desconocido (¿No estamos enamorados de ciertas fotos?, se pregunta).
La fotografía puede ser loca o cuerda. Cuerda si su realismo no deja de ser relativo. Loca si ese realismo es absoluto. Éxtasis fotográfico (p. 200).
Existe otro punctum que no está en la forma (el detalle) sino que es de intensidad, es el tiempo: Es el desgarrador énfasis del noema esto ha sido, su representación pura.
Barthes dice que la sociedad se empeña en hacer sentar la cabeza a la fotografía: en primer lugar, tratando de hacer de la fotografía un arte, pues ningún arte es demente y, en segundo lugar, consiste en generalizarla, en trivializarla, hasta que no haya una imagen frente a la que puede ser excepcional.
Resumen general
El libro habla de muerte, del paso del tiempo y de la nostalgia. Es decir, de la fotografía como sabio demente (pp. 196 y 197). Es ante todo un ensayo muy personal con claras influencias de la reciente muerte de su madre.

Busca de continuo Barthes la esencia de la fotografía, lo que la diferencia del cine y de otros medios. Para él la esencia o lo que llama el Noema de la fotografía es que lo que está en ella ha sido necesariamente: la obstinación del referente de estar siempre ahí, su momificación. Precisamente esa presencia fugaz es lo que dota a la fotografía de un contenido patético.

Barthes distingue dos elementos en toda fotografía:

El Studium; tiene que ver con la cultura, el gusto.
El punctum; muy a menudo es un detalle con fuerza expansiva, innombrable. Es un campo ciego, un suplemento: es lo que añade a la fotografía y sin embargo está en ella. Es un punto de fuga al infinito. La foto que él llama unaria (trivial) no tiene punctum. Entre el Studium y el punctum no hay regla de enlace sino una copresencia.
Tres cuestiones de interés:

Todas las fotografías del mundo forman un laberinto.
El advenimiento de la foto es lo que divide a la historia del hombre.
La fotografía provoca una confusión entre lo real y lo viviente.
Sobre la representación, Barthes considera que el poder de autentificación prima sobre el de representación. La sociedad se empeña, dice, en hacer sentar la cabeza a la fotografía:

Haciendo de la fotografía un arte, pues ningún arte es demente.
Consiste en generalizarla, para que no pueda ser excepcional.
Todo un mosaico de características añade Barthes a lafotografía:

La imagen fotográfica está llena, abarrotada.
Excluye toda purificación, toda catarsis.
La fotografía es violenta.
Cada una es leída como la apariencia privada de sus referente.
Si no se puede profundizar en ella es a causa de su fuerza de evidencia.
La fotografía como un medium, una alucinación, imagen demente y barnizada de realidad.
La fotografía puede ser loca o cuerda:
cuerda si su realismo no deja de ser relativo.
loca si ese realismo es absoluto.
Para Barthes, existe otro punctum, éste no está en la forma, el detalle, sino que es de intensidad, es el tiempo. Es el desgarrador énfasis del noema: esto ha sido,su representación pura (esto ha sido y esto será).

Comentarios
Con Barthes, al igual que ya sucediera con Susan Sontag en el libro Sobre la fotografía, aparece la idea de que la fotografía sólo adquiere valor con el paso del tiempo.

Resulta muy interesante su idea del conjunto de fotografías como un laberinto;la relación de la fotografía con la muerte, el amor, el tiempo y la nostalgia y su idea del noema de la fotografía. También su especial visión de la fotografía como alucinación.

Para él la imagen no es un signo porque prima en ella su poder de autentificación sobre el de representación y, por eso resulta, de especial interés sus argumentos sobre el punctum

Fuente: http://www.solromo.com/biblioteca/foBARcam.htm. Publicado: 2006-09-07 Sigue leyendo

Carta definitiva del Che a Fidel Castro

CARTA A FIDEL CASTRO

Habana “Año de la Agricultura”, Fidel:

Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia,
de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos.
Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos.
Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera).
Muchos compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria.
Hoy todo tiene un tono menos dramático porque somos más maduros, pero el hecho se repite.
Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo, que ya es mío.
Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano.
Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.
Haciendo un recuento de mi vida pasada creo haber trabajado con suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario.
Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario
He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe.
Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios.
Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos.
Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos.
Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor; aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como su hijo:
eso lacera una parte de mi espíritu.
En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes:
luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradora.
Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo.
Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento, será para este pueblo y especialmente para ti.
Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo y que trataré de ser fiel hasta la últimas consecuencias de mis actos.
Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra revolución y lo sigo estando.
Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano y como tal actuaré.
Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena; me alegro que así sea.
Que no pido nada para ellos, pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.
Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo pero siento que son innecesarias, las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera, y no vale la pena emborronar cuartillas.

Hasta la victoria siempre. ¡Patria o Muerte! te abraza con todo fervor revolucionario El Che

Fuente: http://www.geocities.com/ernestoelcheguevara/cartas.htm

Sigue leyendo

“El amor es el fundamento de la civilización”. Entrevista con Julia Kristeva

Julia Kristeva

“El amor es el fundamento de la civilización”
En Adelante, ¡contradígame! Filosofía en conversación, 18 pensadores exponen sus ideas sobre el Estado, el arte, la literatura, Dios, el amor… Con autorización de Ediciones sequitur, publicamos la siguiente entrevista incluida en este libro.

Julia Kristeva

En un momento de la conversación, Julia Kristeva enarca las cejas. No le ha gustado que se insinuara que ella sobreestima la fuerza del amor. ¿Cómo podría el amor no ser la base de la sociedad, de la cultura y de cada individuo? Toda la historia es prueba de ello, al igual que la omnipresencia de la religión. Religión significa vinculación: el vínculo de amor del hombre con su Dios, y viceversa. Y por consiguiente, el vínculo que une a los seres humanos entre sí. “Una sociedad nueva no tiene por qué fundamentarse en la presunción de que existe un ‘Dios’, pero sí necesita la presunción del amor”, afirma categóricamente.

Tiene unas cejas bonitas, sobre unos hermosos ojos en un rostro ovalado de rasgos ligeramente orientales. Nació en 1941 en Bulgaria, pero en 1966, justo después de completar sus estudios de lingüística, se marchó a París, donde no tardó en hacerse un hueco en la nueva vanguardia intelectual. En 1990 escribió una novela sobre esa época: Los samuráis. Con este título ajustaba cuentas con la generación anterior, dominada por Sartre y Simone de Beauvoir; una generación que esta última ya había retratado en su novela autobiográfica Los mandarines.

Fue una época de revolución política y teórica. Mientras los estudiantes se manifestaban a favor de una nueva política y una nueva moral, en las ciencias humanas irrumpían el estructuralismo y la semiótica. En 1969, Kristeva impresionó con su colección de artículos Sèmeiotikè (Semiótica), que no sólo llamó la atención por la erudición y la osadía teórica, sino también por su título escrito en griego que salta a la vista en cualquier lista de libros. Cinco años más tarde publicó su extensa tesis doctoral La révolution du langage poétique, en la que resuena claramente la voz de Roland Barthes: “El lenguaje poético es el lugar donde el placer sólo atraviesa el código para transformarlo”. En 1977 se editaba el estudio, no menos extenso, Polylogue, sobre la polifonía de la lengua y la literatura.

Todos estos escritos se publicaron bajo el sello de Tel Quel, la célebre revista impulsada por Roland Barthes, la propia Kristeva y el compañero de ésta, Philippe Sollers. Kristeva no escribe únicamente sobre literatura, sino también sobre otros temas, como el feminismo con el que siempre ha mantenido una relación incómoda. También ha escrito sobre China (Des chinoises de 1974), un tema a la sazón obligatorio para todo intelectual que se preciara. Tras estudiar psicoanálisis, empezó a practicar la psiquiatría y en calidad de psiquiatra ha escrito obras psicoanalíticas, como Soleil noir (1987) sobre la depresión y la melancolía, y un estudio de varios tomos sobre la influencia de Freud: Sens et non-sens de la révolte (1996) y La révolte intime (1997).

Las historias que le cuentan sus pacientes refuerzan su preocupación por los problemas sociales de hoy en día. En su novela Le vieil homme et les loups, de 1991, retrata a una sociedad terrorífica, basada en el odio, que bien podría ser la nuestra. “Las situaciones que describo, las oigo por boca de mis pacientes”, afirma. “No creo que sean casos excepcionales. Se trata simplemente de personas que intentan superar una situación de crisis. Padecen por la disolución del amor e intentan reencontrarlo. Buscan de nuevo un vínculo moral. La situación es precisamente mucho más grave en las personas que no acuden al psicoanalista. Creo que en nuestra sociedad impera una crisis real. Sobre todo en torno al valor fundamental en el que se cimientan tanto la religión como la moral secular: la relación de amor”.

Habla con soltura, con una habilidad retórica que delata años de docencia y un enorme don mediático. Cada respuesta se convierte en una pequeña disertación, que sigue líneas certeras, sin dejar cabos sueltos, como sólo puede conseguirse con una formación francesa. En Bulgaria, sus padres la enviaron a una escuela francesa, por lo que más tarde, cuando empezó a ser conocida en París, esa cultura se ajustó como un guante a su nueva situación. Quizá ello se debiera a la propia cultura francesa. “Ésta siempre ha sido marcadamente cosmopolita”, dice repitiendo este lugar común del republicanismo francés, como si también hubiese absorbido plenamente este rasgo característico de su patria adoptiva.

Su preocupación por la crisis de las relaciones humanas desembocó en 1983 en un estudio sobre el amor, extenso y de difícil lectura: Histoires d’amour (Historias de amor, 1987). En 1988 se publicó Etrangers à nousmêmes (Extranjeros para nosotros mismos, 1991), una reflexión sobre el tema de la extranjería y la xenofobia. Ambos libros giran en torno a la difícil relación con el otro: el otro en la relación de amor —el otro sexo, otra persona, a veces el Otro: Dios— y el otro como extranjero. Según Kristeva, no podremos comprender a los otros mientras no nos demos cuenta de que nosotros mismos no estamos formados de una sola pieza, sino que llevamos en nuestro interior todo tipo de diferencias, voces incomprendidas y elementos extraños.

Eros y tánatos

“Sólo conocemos al otro cuando lo amamos”, escribe al principio de Historias de amor. Y más adelante: “El amor es el cenit de la subjetividad”. Sin embargo, es precisamente ese amor el que Kristeva ve amenazado en el mundo actual por la xenofobia, las guerras civiles y la rápida desintegración social en los países del antiguo bloque soviético. “Allí son claramente visibles la destrucción de la relación de amor y la intensificación del odio”, dice. “Porque los ideales comunistas se han venido abajo, la miseria económica lo domina todo y las personas todavía no tienen perspectivas claras. El tejido social se deshilacha. En la calle impera la mayor grosería, la gente se dice de todo a la cara. Se cometen asesinatos y robos, y la delincuencia es omnipresente.

“Los países del bloque soviético no logran desarrollar una economía. ¿Por qué? Por supuesto, la revolución sigue siendo demasiado reciente y ha dejado numerosas heridas en esa sociedad, pero además se observa una falta de iniciativa, de libertad, de responsabilidad. Todos estos aspectos giran en torno a la cuestión de la persona. Sólo somos personas cuando nos situamos frente a otro, nunca de forma aislada. Lo que nos convierte en personas es el vínculo con el otro, la relación de amor. Si ese vínculo se destruye, surge la barbarie. Sólo entonces afloran el odio y la violencia. No creo que en Occidente estemos protegidos contra eso.

“El amor es el fundamento de todo”, afirma con decisión. Pero al mismo tiempo es una de las cosas más difíciles de describir. En Historias de amor lo intentó, y más tarde, en 1985, lo complementó con un pequeño libro, titulado Au commencement était l’amour (Al comienzo era el amor, 1996), que gira en torno al psicoanálisis y a la fe. La fe y el amor están relacionados. Lo divino nació junto con el amor: nunca ha existido una sociedad sin religión. Aunque Kristeva no se considera una persona religiosa en el sentido clásico de la palabra, cree que, incluso en una sociedad atea, el papel del amor es fundamental y, desde su punto de vista, éste se expresa a través de la religión. Al fin y al cabo, convivir significa integrarse en una red tejida con los hilos del afecto.

“Y también del odio”, admite Kristeva. El amor no es sólo idílico. También lleva en sí violencia. La relación humana siempre transcurre por el eje de eros y tánatos. Sin embargo, le parece absurdo afirmar que el odio y la violencia preceden al amor. “Hubo una ideología nihilista para la cual el odio era la verdad más profunda del ser humano y la violencia el medio para llegar a ella. Eso era patente en el espíritu revolucionario de la década de los años sesenta. Y en cierto sentido es cierto. Pero si se convierte en la única verdad, Auschwitz es la última palabra. Con ello nos colocamos al margen de la humanidad. Somos humanos precisamente porque somos capaces de idealizar. Es eso lo que nos permite hablar. Si no amamos a nadie, no hablamos. La relación de amor es la condición de nuestra capacidad para el habla. Si se niega esto, se destruye no sólo a las personas, sino también la posibilidad humana, su condición de hablante”.

¿Por qué es tan importante la relación con el otro?

Porque en el amor se apela al hombre en su ser más primitivo, a sus cimientos más profundos y al mismo tiempo a su ideal. Nos enamoramos de alguien porque esa persona responde a nuestra necesidad narcisista, a algo primitivo que ya habitaba en nuestra infancia, algo anterior al lenguaje. Al mismo tiempo, esa otra persona responde al más ambicioso de nuestros proyectos, a nuestros ideales, a lo más sublime. El amor se sitúa siempre entre estos dos polos. Por ello, todo nuestro ser puede realizarse a través de él. Si estamos enamorados, nos encontramos en una situación de receptividad, de creatividad. En estado de gracia, como se dice en la religión.

Todas las religiones se basan en esa idea. Un creyente es alguien que ama a su Dios. Se encuentra en una situación de apertura. En el psicoanálisis volvemos a encontrar esta situación en un plano terrenal. Cuando un paciente va al psicoanalista, surge lo que Freud denomina la transferencia: una reproducción de viejas situaciones de amor. Gracias a este proceso, el individuo pone sus cartas sobre la mesa, lo que, por así decirlo, le permitirá renacer: como alguien más abierto y con más posibilidades.

Creo que uno de los rasgos más significativos de nuestra civilización es que ha intentado imaginar al individuo desde la relación de amor, cara a cara con el otro. Lo vemos en el pensamiento de la antigua Grecia, aunque también de forma muy explícita en el Antiguo y Nuevo Testamento. Frases como Amarás al prójimo como a ti mismo o Dios nos ha amado sientan las bases de la noción del individuo occidental y su relación con los demás. Por supuesto se trata de un ideal: todos sabemos lo difícil que es hacerlo realidad. Sin embargo, nos aferramos a ese ideal: es uno de los rasgos más sutiles e importantes de nuestra civilización.

El hecho de que el amor conduzca a relaciones armoniosas presupone que el amor es recíproco. Algo que no siempre sucede.

No, y de ahí vienen la decepción, los celos y el odio. Ni siquiera el enamoramiento, que es uno de los estados más sublimes, se libra del todo de esos aspectos negativos. Alguien que está enamorado no siempre es consciente de ellos, pero ahí están, ocultos. Tomemos, por ejemplo, el personaje de Julieta de Shakespeare, que describe el cuerpo de Romeo como repartido en mil estrellas. Eso suena muy bonito, pero en realidad está cortando el cuerpo de su amante en pedazos. Hay cierta agresividad en eso. Por supuesto, es peor cuando el amor es rechazado. La reacción que sigue es comparable al duelo ante una pérdida: melancolía y depresión. En lugar de vengarse del objeto de su amor, una persona en esta situación se venga en sí misma: “no valgo nada, porque el otro no me ama”. Y ello puede empujarla incluso al suicidio. “No mato a quien no me ama, sino a mí misma”.

Maternidad

Afirma usted que hoy en día nos faltan códigos para el amor. ¿Acaso hemos de idear una nueva línea de conducta?

No sé si hemos de idear un código único. Seguramente sería demasiado prematuro. Quizá dentro de un siglo hayamos encontrado algo más estable. Pero en estos momentos creo que vivimos a la vez en diferentes épocas en las que rigen diversos códigos de amor. En cierta medida nos hallamos en la arqueología: vivimos, por así decirlo, simultáneamente en distintas épocas. Algunas personas parecen buscar un amor romántico, otras un amor al estilo de los trovadores, y otras al estilo del siglo XVIII, un amor libertino. ¿Por qué no? Creo que es importante aceptar esa pluralidad, sin aferrarse necesariamente a un código único. Sólo si alguien no acepta ninguno de esos códigos, su mundo se convertirá en una ruina. Como al final del Imperio romano, cuando habían desaparecido los viejos códigos de amor, pero aún no se había introducido del todo el nuevo cristianismo.

La consecuencia es una gran confusión en torno a las normas de conducta, con todos los malentendidos que ello supone. En una entrevista dijo usted que las mujeres tienden hacia la ley. Mientras que la ley suele considerarse casi siempre como algo masculino. El feminismo norteamericano defiende, por su parte, una amplia normativa en el terreno de la relación entre los sexos.

Hubo un movimiento feminista libertario que intentó romper la represión a la que están sometidas las mujeres en la sociedad patriarcal, proponiendo al mismo tiempo una imagen de la mujer en la que la libertad ocupaba un lugar central. En esa imagen, lo femenino equivalía a revuelta y disidencia. Es cierto que en el comportamiento femenino hay algo de insatisfacción, de continua crítica. Hegel ya se dio cuenta de ello cuando describió a la mujer como la eterna ironía de la sociedad. En la mirada de la mujer hay algo —Freud lo llamaría histeria— que nunca está satisfecho, que siempre quiere otra cosa.

Éste es un lado de la cuestión. Pero también hay otro que coincide en parte con la sexualidad femenina, en la medida en que ésta depende de la relación con la madre. La mujer se distancia de su madre para acceder al conocimiento y a la ciencia —el mundo del padre—, pero la relación con la madre queda al margen del pensamiento. Más tarde, esto puede convertirse en una fuente de nostalgia, incluso de depresión.

Por otra parte, está la propia maternidad de la mujer. Como madre, se encuentra en una posición muy vulnerable, en la medida en que tiene un hijo del que es biológicamente responsable. Sobre todo en esa situación, la sexualidad femenina busca un centro, un eje que le dé protección: la ley, que le ofrece reconocimiento. En términos freudianos: en la medida en que la mujer no dispone de un poder “fálico” con el que mantenerse en la sociedad, ha de conseguir que la ley la reconozca. Porque ella misma no es la ley.

Las mujeres siempre han expresado esta necesidad de reconocimiento en forma de contrato. Dejando de lado el paréntesis del feminismo, ahora vuelve a expresarse la misma necesidad. Las mujeres quieren ser reconocidas en su trabajo profesional, en las universidades, etcétera. También en la vida erótica. La mayoría de las mujeres no quiere ser un objeto intercambiable e incierto. La sexualidad masculina es mucho más abierta. Bien es cierto que muchos hombres buscan una relación estable, pero pueden integrarla dentro de otras relaciones fugaces. Las mujeres no sienten con tanta fuerza esa necesidad de mantener relaciones pasajeras. Por eso es fundamental que la ley reconozca a la pareja.

Por supuesto, todo esto puede degenerar en conformismo, como por ejemplo en Estados Unidos. Allí, después de los años anárquicos, el movimiento feminista se ha vuelto sumamente conformista, como se pone de manifiesto en el hecho de investigar a las personas para ver si son políticamente correctas. Las feministas desempeñan un papel muy importante en este sentido, a menudo son muy regresivas. Esta tendencia también se manifiesta en la sociedad europea.

Por otro lado he de admitir que la relación de pareja tiene mucho valor. Entre hombres y mujeres hemos llegado a un grado de independencia tal que ahora la vida ya no tiene por qué desembocar en la formación de parejas. Todos somos independientes: ¿por qué vivir juntos? En mi opinión, el hecho de que, con esa independencia y a pesar de ella, podamos vivir con otra persona, no en una relación de esclavitud, sino en una relación libre de individuos independientes, delata un fondo de civilización extremadamente refinado y elevado.

Tal como usted lo expone, da la impresión de que es la mujer la que pide la ley para que la proteja, mientras que el hombre se siente reprimido por esa ley y, como una especie de Don Juan, intenta constantemente eludir las reglas de Hera, del hogar.

Aunque ése sea el aspecto caricaturesco de la cuestión, es cierto que existe este tipo de tendencias inconscientes. La pareja ha de ser consciente de este juego para poder desarrollar una especie de entendimiento en el que la mujer no termine siendo una Hera castradora y el hombre, un payaso mujeriego. Quizá la actual crisis del matrimonio esté representada por estas dos figuras. ¿Podemos intentar a pesar de todo vivir juntos y comprendernos reconociendo estas dos tendencias: por un lado Don Juan y por otro Hera?

En la década de los setenta, desde la perspectiva feminista se abogaba a menudo a favor de un ser andrógino: una persona que conciliara en sí misma lo femenino y lo masculino. Sin embargo, ahora parece imponerse la tendencia a resaltar las diferencias entre los sexos. En su libro rechaza usted el ideal andrógino diciendo que aunque un hombre pueda reconocer su lado femenino, éste nunca será igual a la feminidad de la mujer, y viceversa.

Sin duda. Creo que la falacia de la androginia es que no reconoce al otro sexo, sino que en realidad lo engulle: me considero hombre o mujer por encima de mi sexo biológico. Y por ello puedo serlo todo y no tengo que considerar al otro como alguien distinto a mí. La androginia es una manera de hacer desaparecer al otro devorándolo.

Pongamos por caso el psicoanálisis. ¿Cuándo se acaba? Según Freud, nunca. Yo creo que una persona puede dejarlo en cuanto elige un sexo. “Sé que soy hombre o mujer, aunque sé que como hombre tengo aspectos femeninos o como mujer aspectos masculinos. Pero elijo una identidad sexual”. Esto no sólo es la garantía de una identidad personal fuerte y libre, sino que también garantiza el respeto por el otro, porque, insisto, la androginia es una forma de colonización del otro que conduce a un desprecio del sexo opuesto. Un ser andrógino lo es todo: para él ya no existe otro sexo.

***
Profesor de filosofía en la Erasmus Universiteit de Rotterdam, Ger Groot reúne en Adelante, ¡contradígame!, (que en octubre comenzará a circular en México) sus diálogos con Hans-Georg Gadamer, Leszek Kolakowski, Cornelis Verhoeven, René Girard, Gianni Vattimo, Tzvetan Todorov, Richard Rorty, Paul Ricoeur, Fernando Savater, Julia Kristeva y otros destacados filósofos. Las conversaciones con los pensadores seleccionados, muestran que la filosofía no es tanto terreno para la polémica como para “la comprensión y el juicio equilibrado”. Asimismo, enseñan que la filosofía no es patrimonio de la élites sino que, al contrario, escribe Groot, “sólo consigue verdaderos resultados cuando éstos llegan a oídos del público, pues sólo de esta manera puede llegar a hacerse realidad”.

Ger Groot

Fuente: Milenio 2008-11-18. http://impreso.milenio.com/node/8097351 Sigue leyendo