En nuestro país todo está por hacer
Por Santiago Alfaro Rotondo (*)
Adam Smith decía que los profesionales dedicados al arte y la cultura realizaban trabajos improductivos, por lo que no contribuían a la “riqueza de las naciones”. Para él, los bufones, jugueteros, músicos, operistas, bailarines, etc., hacían labores que perecían al momento de su producción “como la declaración de un actor, la arenga de un orador o el tono de un cantarín”. Eso fue en el siglo XVIII, época en la que los enfoques económicos asociaban lo productivo sólo con lo material y la producción cultural no estaba ni industrializada ni insertada al mercado, por lo que era consumida por las elites y los sectores populares en contextos presenciales, y su financiamiento dependía de la voluntad de los mecenas o de iniciativas autogestionarias.
En el siglo XXI no se puede afirmar lo mismo. Por un lado, existen otras perspectivas que evalúan la “riqueza de las naciones” más por la expansión de las capacidades de los seres humanos que por el incremento en la fabricación de mercancías; y, por otro, las expresiones culturales han diversificado sus modalidades de producción, distribución y consumo.
Esto último se debe a la influencia de las tecnologías inventadas tanto en la revolución industrial como en la digital, la formación de mercados globales y la conversión de la información y el conocimiento en variables decisivas para la productividad y competitividad. El sector cultural, compuesto por todas aquellas actividades ligadas a la dimensión artística, moral e intelectual de la vida humana, ocupa ahora otro lugar en la economía y el desarrollo de las sociedades actuales.
ECONOMÍA Y CULTURA
El caso de las llamadas “industrias culturales” lo evidencia. Bajo esta etiqueta son conocidas aquellas actividades que presentan los siguientes patrones: 1) utilizan tecnologías para reproducir en serie bienes y servicios orientados a generar y comunicar significados simbólicos a través de imágenes, sonidos y/o palabras; 2) se encuentran protegidas por derechos de autor; y 3) son difundidas por circuitos comerciales masivos.
Su delimitación es causa de debate a nivel internacional pero normalmente se incluyen dentro de ellas al complejo industrial audiovisual (cine, video y televisión), fonográfico (música y radio), editorial (periódicos, revistas y libros) y, recientemente, a la red multimedia de Internet. En los países europeos y Australia prefieren hablan de “industrias creativas” y en Estados Unidos de “industrias del entretenimiento” o “industrias del copyright” incluyendo también a los videojuegos, fotografía, software, arquitectura, diseño gráfico, moda, publicidad, turismo cultural, entre otros.
En cualquiera de los casos, este tipo de bienes y servicios basados en las “creaciones de la mente” se caracterizan por tener un doble valor: económico y simbólico. El primero es resultante del hecho de estar insertados en contextos mercantiles donde se incurre en costos monetarios para ofrecerlos a individuos dispuestos, por múltiples motivos, a sacrificar su tiempo y sus rentas para obtenerlos. Por lo mismo, conforman un campo productivo capaz de generar riquezas económicas, apropiables privada o públicamente, y de contribuir, en general, con el crecimiento de la economía.
En la última década, aunque no con la misma intensidad en todos los países, esa contribución ha venido incrementándose en términos de comercio exterior, productividad y creación de puestos de trabajo. Según Unesco, entre 1994 y el 2002 el comercio internacional de bienes y servicios culturales pasó de 39.3 mil millones de dólares a 59.2 mil millones, llegando a sumar para el Banco Mundial más del 7% del Producto Bruto Interno generado en todo el mundo y dar empleo a más de 5 millones de personas en la Unión Europea, como lo mostró un estudio de Kea European Affaire. Asimismo, para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en el 2005 el valor de las industrias culturales y creativas en el mercado mundial ascendió a 1.3 billones de dólares, siendo pronosticada su tasa de crecimiento anual en un 10% por la consultora Price Waterhouse Copper.
EL VALOR SIMBÓLICO
El segundo tipo de valor, por su parte, deriva de ser expresión, representación y mecanismo de construcción de las características propias de los individuos, las comunidades y las naciones donde se generaron. En ese sentido, una película, un libro o un disco compacto no son solo mercancías, son también vehículos para el desarrollo de la imaginación y la creatividad, bases para la innovación social y tecnológica.
Este valor simbólico constituye un valor agregado que los diferencia del resto de bienes y servicios tradicionales. No ha sido lo mismo para la identidad nacional estadounidense consumir electrodomésticos que ver las películas sobre la guerra de Vietnam ni para los huancaínos es igual acudir a un restaurante que escuchar a Flor Pucarina. El cine y la música contienen aspectos simbólicos mucho más determinantes para la delimitación de las fronteras que dividen e integran comunidades. Este tipo de bienes o servicios movilizan lo que el filósofo Cornelius Castoriadis entendía como “imaginario radical”, es decir, aquella capacidad de las sociedades para crear nuevas significaciones y cuestionarse así misma.
Tanto por su valor económico como simbólico, las industrias culturales son sectores estratégicos para el desarrollo de las sociedades. Por eso es inevitable reconocer y enfrentar las agudas desigualdades en los intercambios actuales. En el mismo período señalado por la Unesco, solo tres países -el Reino Unido, Estados Unidos y China- produjeron 40% de los bienes y servicios culturales comercializados en el planeta, y en contraste, América Latina hizo lo mismo con el 3% y África con el 1%. Lo mismo se puede observar en la participación de las industrias culturales en el PBI: mientras que en Estados Unidos y el Reino Unido es alrededor del 7%, en los países del Mercosur llega máximo al 3% y en los de la Comunidad Andina de Naciones y Chile al 2%. En el Perú, una investigación de la Universidad San Martín señala que es del 1%. El mercado global de la cultura tiene una marcada estructura oligopólica.
POLÍTICA Y CULTURA
Revertir esta situación demanda fomentar nuestra producción local. Entre otras, tres medidas políticas contribuirían a hacerlo: la promulgación de una ley de mecenazgo, creación de una cuenta satélite dentro del sistema de cuentas nacionales del Ministerio de Economía y formulación de una dirección dentro del Instituto Nacional de Cultura dedicada a las industrias culturales. La primera abriría nuevos campos para la financiación de las actividades culturales a través del incentivo a la inversión privada. La segunda, contribuiría a levantar datos estadísticos sobre las dinámicas económicas del sector cultural, guiando y facilitando la formulación de políticas públicas. Y la tercera, tendría como objetivo la promoción del sector por intermedio del desarrollo de capacidades empresariales.
Múltiples experiencias y propuestas a nivel internacional se desarrollan en esa línea. En Brasil, gracias a la Ley Rounet, mediante la cual las empresas pueden verse exoneradas del tributo sobre la renta si financian actividades culturales, entre 1994 y 1998 la inversión privada en el sector creció de de US$14 a US$270 millones. Colombia y Chile ya implementaron sistemas de información económica para la cultura. Y en Argentina, el Gobierno Provincial de Córdova ofrece los servicios de CREA, Incubadora de Industrias Creativas y Empresas Culturales, orientada a apoyar financiera, informativa y técnicamente a empresas en gestación de cine, música, artesanías o televisión.
El acceso y la creación cultural son factores que contribuyen -como la salud, educación, participación política, etc.- al desarrollo pleno de los ciudadanos, a la vez que facilitan nuestra inserción en la sociedad de la información y ofrecen modelos alternativos a economías como la peruana, dependientes de las materias primas. Proteger y promover nuestras industrias culturales es una manera de ampliar las libertades de los ciudadanos para hacer cosas valiosas y alcanzar estados valiosos, incrementar el número de puestos de trabajo, nutrir el PBI y esparcir por el mundo una mayor diversidad de expresiones culturales.
(*) Sociólogo. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Fuente: El comercio. El dominical. http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-06-08/industrias-culturales-son-clave-desarrollo-sociedad.html