EL OTRO QUE NO EXISTE. MARITA HAMANN

EL OTRO QUE NO EXISTE

Jacques Lacan

MARITA HAMANN
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Analista Practicante (AP) de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL – Lima)

Luego del Segundo Encuentro Latinoamericano realizado en Buenos Aires, al que lleváramos un trabajo que buscaba cernir las características del empuje perverso inherente a nuestra época -“El Sujeto plusmoderno”-, la Biblioteca del Campo Freudiano de Lima retomó sus actividades del segundo semestre con la lectura y discusión en torno al seminario que dictasen Jacques-Alain Miller y Eric Laurent en 1996-1997, El Otro que no existe y sus comités de ética. Continuamos desarrollando así los ejes de la reflexión conjunta que iniciáramos hace ya algún tiempo.

Presentamos a continuación algunas de las ideas concernientes a los primeros capítulos de este seminario, entrelazadas con las reflexiones y comentarios que las mismas suscitaron entre nosotros.

1. Lo real se desvanece en el semblante

La primera cuestión a tener en cuenta es que esta es la época en la que el sentido de lo real se ha convertido en problema. Tal como expresa Miller, desde la edad clásica ha sido el discurso de la ciencia el que ha fijado el sentido de lo real para nuestra civilización. Fue la seguridad tomada en esta ficción científica sobre lo real la que permitió al propio Freud descubrir el inconsciente e inventar el dispositivo analítico.

Pero una inversión paradójica se ha producido: todo parece tener la ligereza y la temporalidad del semblante. El mundo de los pareceres, que ha surgido del discurso de la ciencia, ha tomado el giro de disolver la ficción de lo real, al punto que la pregunta sobre qué es lo real sólo tiene respuestas contradictorias, inconsistentes, en todos los casos inciertas. La angustia se hace inevitable.

Así, añade Miller, no estamos tanto en la era del malestar situado por Freud, sino en la época del impasse, y este impasse se hace particularmente evidente en el plano ético.

2. La caída de los Ideales

Como bien señala Miller, la voz doctrinaria del capitalismo es la del “mercado global”, lo que produce un malestar contemporáneo que se expresa en la preocupación por la identidad. No obstante, este mandato “universal” no es más que una pseudo universalización, porque la ambigüedad reina por todas partes: es imposible establecer una regla válida para todos, que alcance una significación que se establezca.

Freud había resaltado en su elaboración, la importancia del agente de la castración. A su modo, el Ideal del yo, del que pende la identificación del sujeto, viene a representar a esta agencia, puesto que alcanzar un Ideal siempre implica que es necesario un sacrificio. Apoyado en un conjunto de valores socialmente admitidos, el Ideal del yo es un modo de contener el goce, al mismo tiempo que ofrece un señuelo para colmar la castración -siendo que en realidad la redobla-. El Ideal del yo supone y otorga consistencia al Otro; así, gobierna los movimientos sociales y traza los anhelos de una cultura.

Pero en nuestra época aparece en su esplendor el objeto plus de goce, el goce por recuperar, otro tapón de la castración, sólo que, esta vez, desligado de cualquier Ideal. Se trata más bien del empuje a la satisfacción directa: el goce se encuentra en la vitrina, solo hay que ir por él (“o serás un perdedor”). Ella es la verdadera cara del imperativo Superyóico contemporáneo: ¡Goza!

En consecuencia, el Ideal del yo ha perdido la capacidad de dirigir al deseo y de tratar al goce. El objeto plus de gozar, el goce por recuperar, prevalece por encima del Ideal y lo sobrepasa o se desengancha de él. Es la prosecución del goce que queda por obtener el que, a la inversa, gobierna a la identificación. Y es por ello que, entre otras cosas, es una regla la satisfacción del consumidor, lo que convierte al sujeto en el cliente cuando no en el objeto mismo que se propone al consumo, lo que va desde el político hasta el niño y el estudiante, sea universitario o colegial.

Entonces, dada la declinación de los ideales, las identificaciones son lábiles, parciales. No hay procesos de identificación más o menos claros o definidos, sino redes múltiples y variables en las que los sujetos eventualmente se cuelgan, sin que ninguna supla de manera consistente el déficit significante del sujeto respecto de su ser y su destino.

Esto produce la inexistencia del Otro: no hay garantías, ni respuesta última, ni verdad por encontrar. Cuando ello se hace patente, y a falta de otra cosa en ese lugar, tampoco hay fe que se sostenga.

3. La debilidad de la democracia (o “el totalitarismo de la individualidad”) Por otra parte, puede decirse que, en principio, existe una dialéctica entre el discurso del Otro -que supone la existencia de una comunidad que representa a ese Otro mismo- y la puesta en cuestión de la existencia o la consistencia de la comunidad, con el consiguiente sometimiento a la discusión y a la deliberación continua de todo
discurso concreto. Pero en el extremo, estas dos posiciones dan lugar a un totalitarismo que es distinto en cada caso: el totalitarismo a la antigua, que no repara en los medios para darle consistencia al Otro, y el moderno, que residiría en una suerte de “totalitarismo de la individualidad” y que produciría la debilidad para ponerse de acuerdo y actuar.
Nos encontramos aquí de lleno con la debilidad inherente a la democracia deliberativa como resultado de la promoción del individualismo. Así, por ejemplo, la exaltación de los derechos del individuo implica que cada uno es el propietario de su cuerpo, con independencia de las aspiraciones de la colectividad. En realidad, las cosas suceden de tal modo que se da por sentada la necesidad de proteger a cada uno del goce nocivo del otro, que es su semejante. Lo que muchas veces conduce a una cierta infantilización que las instituciones promueven, especialmente en el campo de la salud pública.

4. … y el “auxilio” de los Comités de ética (o “la ética del yo ideal”)

Cuando se presenta a cielo abierto la inexistencia del Otro, acuden “los Comités de ética”, es decir, las asambleas de todo tipo que intentan comprender o contener la desregulación de los hechos sociales. No obstante, estos modernos Comités no se apoyan en algún Ideal del yo sino que, por el contrario, se trata con ellos de no herir “la ética del yo ideal”: la del no sacrificio, la preservación del goce narcisista. Esas son las reglas de juego implícitas
con las que se impulsan la conversación y la búsqueda del consenso. Se trata, supuestamente, de ir tras un consenso que incluya todas las opiniones de una comunidad establecida, lo que es imposible. Muchas veces la búsqueda de consenso no hace sino dilatar el tiempo de comprender al infinito, postergando los momentos de concluir. Es lo que ocurre cuando la conversación gira en torno a un discurso vacío que obtura lo real en juego. Para concluir sobre algo, hace falta el espíritu capaz de afrontar el riesgo. Por otra parte, la estadística es forzada para hacer suponer un consenso o para empujarlo. Así, el modo en que se usa esta herramienta en los más diversos campos revela que su función no es otra que la de suplir la inexistencia
del Otro: muestra lo que aparentemente piensa, siente o cree una mayoría y da forma al rating que, entre otras cosas, dirige a la política de(l) hoy.
Otro ejemplo del modo pseudo científico en el que actualmente se emplea la estadística, es el manual propuesto por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana y que se utiliza para diagnosticar la enfermedad mental: el DSM IV. Para su construcción, es imprescindible que todas las dolencias y trastornos mentales sean calculados, medidos y correlacionados, con el objeto de precisar y corregir, al fin, lo que sería el trastorno mental. La
consecuencia de ello es que se multiplican los trastornos y el manual se complica con una clasificación en la que una serie de números sustituyen a los cuadros clínicos, borrando las estructuras clínicas que podrían orientar el diagnóstico y, sobre todo, arrasando con el sujeto del conflicto psíquico, la singularidad de su dolencia, el detalle que lo hace particular junto con la palabra que podría rescatarlo.
La prevalencia del yo ideal explica también la ética de la salud que nos bombardea: el yo ideal pugna por alcanzar el estándar de la belleza y el funcionamiento eficiente, colocándose así al servicio del plus de gozar que prometería el discurso capitalista. Desde este ángulo, no es el ideal de buena salud lo que precisamente estaría en primer lugar, sino el del buen funcionamiento.
Finalmente, como menciona Miller, el ascenso del narcisismo se materializa en el susurro de la siguiente frase: “si no existe el Otro, entonces existo yo”.
5. La feminización de la época Actualmente se observa una mayor presencia de las mujeres en la esfera social, y en no pocos casos se
reconoce su eficiencia para conducir algunos asuntos públicos. Ellas, por estar más familiarizadas con la privación y la inconsistencia -menos tomadas por la “angustia del propietario” y por los semblantes de la autoridad- sabrían no sólo negociar con mayor suavidad, puesto que pueden prescindir del reconocimiento de su poder para hacerse escuchar, sino también, tomar acciones con la mayor dureza e independientemente de la sanción del Otro.
Pero la verdadera naturaleza de la feminización contemporánea reside en la extensión de las cualidades de superyo femenino a la esfera de lo social. Este superyo, del que padecen muchas mujeres, es el que se caracteriza por la conservación de las huellas del odio hacia el Otro primordial que supuestamente abandonó al sujeto a su desamparo, al mismo tiempo que no se desliga de la búsqueda de un Padre ideal. Es el que muestra su naturaleza de goce en frases del estilo “No me digas cuál es la ley sino quién es el juez” (E. Laurent), actitud que muestra lo que permanece irreductible a la castración simbólica y que se hace patente hoy, en todas sus variantes, en el interior de las instituciones sociales, cualquiera fuese la identificación sexual a la que el sujeto se adhiera.
Al mismo tiempo, y no por casualidad, buena parte de las mujeres sostiene, actualmente, que “no hay hombres”. Las mujeres tienden a enamorarse o del padre ideal o, según el monto de rencor que se conserve hacia la madre, del hombre que hubiesen querido ser. ¿Quién pudiera ser, en algunos casos por lo menos, “el hombre” que llega al corazón de una mujer ahora? Una respuesta posible: el que se muestra amo de su goce de acuerdo con el
discurso capitalista, independientemente de la ley; ése, hoy, es el que curiosamente hace mejor semblante de “saber lo que quiere”, en vista de la dificultad de hombres y mujeres, especialmente de los primeros, para hacerle frente al encuentro de los sexos en el amor.
Sin embargo esta elección, orientada por la certeza y el riesgo, podría representar un modo, aunque falaz, de oponerse a la ambigüedad que se enraíza en todos los lazos sociales y cuya máxima expresión se ubica en las siglas con las que se identifica la cultura del éxtasis y el rave: PLUR (peace, love, unity and respect); una cultura de la que no siempre escapamos más allá de la edad y las preferencias de consumo. Es decir, ¿acaso el moderno semblante de comprensión y tolerancia no es, muchas veces, sino un efecto de “la ética del yo ideal” a la que hacíamos alusión al
inicio? Una ética para la cual el semejante, en realidad, es un fastidio.
En otra línea de reflexión sobre el tema, recordemos que Lacan sitúa al goce femenino como la otra cara de Dios. Se trata de un goce que no comporta ningún saber; un goce que no puede ser articulado en una cadena significante. Se siente, pero de eso no se sabe nada. Como tal, este goce no remite a un Uno que pueda ser el soporte de alguna identificación.
El cálculo exacerbado que regla nuestras sociedades acentúa, en contrapartida, el llamado a un goce en el que no se encuentra nada y que se opone a cualquier identificación sostenida en algún Ideal. Este hecho, si bien da lugar a la diversidad, al uno por uno, implica también que el sujeto se encuentre sin recursos para situarse frente al Otro, que exige siempre más de él. Aquí reside, pues, el trasfondo de lo que puede caracterizarse como una
feminización de la época.

6. La perversión del sujeto plusmoderno

Tal como postula Jacques Lacan, el toxicómano busca liberarse de su relación con el falo, de sus dificultades para acceder a una mujer y conquistar el goce sexual. Pero, según expresa Eric Laurent, si vamos más lejos en la idea podemos decir que el toxicómano buscaría en cortocircuito, soslayando las condiciones impuestas por el deseo sexual, alcanzar el goce del lado femenino, es decir, maniobrar con el goce que se le presenta como inalcanzable.
La perversión contemporánea, la que concierne al sujeto plusmoderno -tal como nosotros hemos acordado designarlo precisamente para distinguir la perversión contemporánea de la clásica- ¿no queda explicada de este modo? Se trata de conquistar un goce imposible en el más allá de toda valorización o significación fálica, aunque implique pasar por ella, en vista del fracaso de los argumentos que soportarían un deseo y de los límites que éste
impone; solo que, visto así, se trata de un goce sin el saber ni el lazo, separado del Otro.

NOTAS

[1] Freud, S., “Prefazione a Gioventu traviata di August Aichhorn” in Opere, vol. 10, Boringhieri, Torino 1978, p. 181.
[2] Lacan, J., Il seminario. Livro XVII. Il rovescio della psicoanalisi, 1969-1970, Einaudi, Torino 2001, p. 208.
[3] Lacan, J., I complessi familiari nella formazione dell’individuo, Einaudi, Torino 2005, p. 4.
[4] Miller, J-A., “Linee di lettura”, Postfazione a J. Lacan, I complessi familiari, cit., p. 95.
[5] Lacan, J., Scritti, vol. I, Einaudi, Torino 1974, p. 270.
[6] Ibidem., p. 270.
[7] Cfr. al respecto los primeros siete capítulos de: J. Lacan, Il seminario. Libro V. Le formazioni dell’inconscio, 1957-1958, Einaudi, Torino 2004.

Fuente : Bitacora Lacaniana 1. http://www.nel-amp.com/bl/bl01/suplemento.html#1

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