DECONSTRUCCIÓN Y LATINOAMERICANISMO
(Unión de dos polos en la geopolítica del conocimiento)
Por: CLAUDIA GONZÁLEZ CASTRO
En las líneas posteriores a esta introducción, intentaremos un acercamiento a la relación entre la filosofía de la deconstrucción, emergente desde la hegemonía de la geopolítica del conocimiento, y la posibilidad de erigir un pensamiento latinoamericano, que se libere de los conceptos de “modernización” y “colonización”, impuestos por la colonialidad del poder que nos ha delimitado históricamente. Dicho de esta manera, pareciera posible abordar la deconstrucción como una vertiente de las Teorías Críticas. Es necesario considerar entonces, que la deconstrucción no pertenece a la tradición de la Crítica, pero convergen en el momento en que ambas se traducen en un espacio de sospecha y han constituido un conjunto de influencias que han impulsado la crítica social y política en América Latina. La deconstrucción aporta a la posibilidad de la crítica entregando ciertos elementos de su filosofía. En primer lugar no hay que perder de vista que esta consiste en una posición filosófica que se relaciona con la textualidad y su análisis. Podríamos definirla en un primer intento (y muy superficialmente) como “operaciones de lectura” que son factibles de proyectar hacia la reflexión política y de esta manera mimetizarse con un ejercicio crítico. Es decir, sin dirigirse originalmente hacia el develamiento de intenciones políticas, en su análisis del discurso, permite elucidar aquello que la crítica persigue como objeto de análisis. La deconstrucción no se enmarca en los términos de la crítica además, porque escapa al sentido de un juicio valorativo que emana de una decisión establecida a partir de una serie de jerarquías.
Sin embargo, y aunque el ejercicio filosófico de Derrida, primeramente no tuvo pretensiones políticas y se dirigía, más bien a la textualidad, es imposible rechazar la utilidad de cualquier ejercicio filosófico para la comprensión de la naturaleza política, aunque este sea tema de otro debate entre autores como Simon Critchley y Ernesto Laclau, que concuerdan con la importancia de la deconstrucción para la política[1], contradichos por Richard Rorty quien no confía en la utilidad de la estrategia derrideana para la comprensión de los problemas políticos. Tal como él lo explica: “no creo que la desconstrucción haya hecho demasiado ni por el estudio de la literatura ni por la comprensión de nuestros problemas políticos, no porque la desconstrucción sea una mala filosofía, sino porque no podemos esperar demasiado de la filosofía. No le pediríamos a la filosofía, o a algo similar, que cumpla con tareas para las cuales no está preparada. A pesar de que he aprendido mucho de los escritos de Laclau, pienso que sobreestima la utilidad política de Derrida (…)”[2]
Hecha la aclaración entre las convergencias entre Teorías Críticas y Deconstrucción, nos acercaremos, en una primera instancia, al término deconstrucción (aún sabiendo las dificultades que eso implica) para luego revisar las posibles imbricaciones con el levantamiento de un pensamiento latinoamericano.
La Deconstrucción y el espacio de su génesis.
No es pretensión de este trabajo realizar una cronología de la implantación del concepto de Deconstrucción en la filosofía occidental, ni de las obras de Jaques Derrida, pero sí, se considera necesario situar su génesis a partir de la vinculación y oposición con el estructuralismo y la hermeneútica, ya que sin duda, esta relación de convergencia y divergencia con ambas tradiciones teóricas, determinarán el camino de la estrategia derrideana.
La deconstrucción en su origen objetivó la literatura, dirigiéndose hacia aquello que la literatura expresa pero no dice. Su posición filosófica se relaciona entonces, con la textualidad y su análisis. El punto de partida será la crítica del concepto lingüístico estructuralista. Derrida concibe el lenguaje, desde su propia posición estructuralista, como un sistema relacional en que cada término toma su sentido respecto a otro. Esto presenta el peligro del deslizamiento permanente en la cadena de significantes. Es decir, la remisión eterna de un signo a otro, sin la posibilidad de encontrar un punto donde detener las referencias mutuas. Para evitar este desplazamiento eterno, Derrida nos remite a un centro fijo o núcleo estructural que como tal, no puede alterarse sin la quiebra de todo el sistema. Entonces la objetividad virtual está dada por los principios inherentes de organización, es decir, el “sentido total de la estructura”. En palabras de Derrida: “(…) el centro cierra el juego que él mismo abre y hace posible. En cuanto centro, es el punto donde ya no es poible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. En el centro, la permutación o la transformación dee los elementos (que pueden ser, por otra parte, estructuras comprendidas en una estructura) está prohibida. Por lo menos ha permanecido siempre prohibida (y empleo esta expresión a propósito). Así pues, siempre se ha pensado que el centro que por definición es único, constituía dentro de una estructura justo aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructuralidad.”[3] Este núcleo, como se puede entender, debe tener un fundamento natural. No puede ser arbitrario y Derrida descubre su matriz fundamental en el intuicionismo fenomenológico Husserliano (que constituye la base de la corriente hermeneútica). La fenomenología de Husserl, intenta tematizar la operación constitutiva de los sentidos, penetrar y descubrir la estructura del ámbito trascendental de articulación de los objetos ideales, que estarían inmediatamente dados a la conciencia, no siendo el resultado de su reflexión sino de su premisa.[4]
La Deconstrucción, como se puede apreciar, se entiende a partir de la comprensión de las estructuras, por tanto, Deconstruir es un gesto estructuralista, o más bien, un gesto que asume la problemática estructuralista.
Desde este punto de partida es que podemos comprender la deconstrucción como una reinterpretación del texto, que se escabulle hacia los “querer decir” que van más allá de lo dicho. La deconstrucción se empeña en demostrar que los argumentos (que se organizan en una estructura jerárquica) poseen tanta razón, como carecen de ella. Es decir, pone en evidencia lo que se es y lo que no se es. Es la lectura de lo que no está escrito y la objetivación de aquello que no está, para reactivarlo, evidenciarlo y transformarlo. La búsqueda del querer decir del autor en el texto, acerca la deconstrucción hacia la Hermenéutica, pero a la vez la aleja de ella, en tanto la deconstrucción no persigue develar una verdad intrínseca en el texto, sino el descubrimiento de algo más, que abre la lectura en vez de cerrarla.
Es en este campo de análisis textual que surgen los conceptos, acuñados por Derrida de “indecidibilidad” y “differance”, en los que nos detendremos brevemente debido a su importancia al ensamblar el deconstruccionismo con el Latinoamericanismo. El primero de ellos (indecidibilidad) alude al espacio textual en el que convergen la posibilidad de algo y su imposibilidad: Esto significa que al interior de toda estructura, la condición de posibilidad de algo, es también la condición de su imposibilidad. Por tanto, toda estructura es indecidible, y deconstruir la estructura: “es lo mismo que demostrar su indecidibilidad, la distancia entre la pluralidad de ordenamientos que eran posibles a partir de ella y el ordenamiento real que finalmente prevaleció”[5]. Esto no significa quedar en suspenso dentro de la indecisión. Esto implica una decisión dentro de la indecidibilidad. La decisión sería entonces el movimiento que aleja la deconstrucción de el nihilismo nitzscheano. Si bien, ambos intentan desenmascarar las contradicciones de un determinado discurso, nietzsche articula su destrucción, mientras que Derrida supera la indecidibilidad con la decisión: “en una primera dimensión una verdadera decisión es algo mayor que un efecto derivado de una regla de cálculo y algo distinto de él. Una verdadera decisión siempre escapa a lo que cualquier regla puede esperar subsumir. Pero una segunda dimensión –correlativa- es que, en ese caso, la decisión tiene que estar basada en sí misma, en su propia singularidad. Ahora, esa singularidad no puede traer por la puerta trasera lo que no ha podido pasar por la entrada principal –la universalidad de la regla-. Ella se ve simplemente abandonada a su propia singularidad. Es por eso que, como lo expresa Kierkegaard, el momento de la decisión es el momento de la locura”[6]
Con el término “differance”, Derrida libera al significado de la unicidad y los ingresa al interior de un libre juego en el que se relacionan unos con otros en un proceso que en el que no existe autoridad dentro del texto, que declare significados únicos. Es el texto el espacio en que los términos obtienen su significado.
La differance, es un neologismo acuñado por Derrida que al escribir “differance” con “a” (y no con “e”, como el término francés original, situación que, por lo demás es imperceptible en la pronunciación francesa de ambos términos) pretende unir los conceptos de diferencia y diferir. Es decir por una parte implica ser diferente con respecto a otro (diferencia) y por otra parte implica aplazar o retrasar en el tiempo (diferir). Por tanto adquiere connotaciones espacio-temporales. Desde el sentido del espacio, la differance nos señala lo otro, lo diferente, lo que está afuera. Desde el sentido del tiempo, Derrida dice: “Diferir en este sentido es temporizar, es recurrir, consciente o inconscientemente a la mediación temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción del ‘deseo’ o de la ‘voluntad’, efectuándolo también en un modo que anula o templa el efecto”.[7]
Según las dimensiones espacio-temporales de la differance entonces, no existe un ser unitario, no existe la identidad (entendida como igualdad), de la misma forma todo es diferido y retrasado y no existe la posibilidad de su presencia inmediata.
Al interior de la deconstrucción de un texto, la differance elimina la posibilidad de que haya conceptos trascendentales o presencias absolutas. No puede haber ningún significado trascendental desde que todo significante remite exclusivamente a otros significantes: “(…)descubrir la huella que marca lo Uno con lo Otro desnudando la raíz de la imposibilidad de su presencia inmediata a sí, su disyunción originaria respecto de sí. Esta huella (esa différance constitutiva) es lo que da volumen al presente, lo densifica, dislocándolo; es lo que un significante representa siempre para otro signficante (la différance) una vez que se ha perdido todo significado trascendente. La articulación de un sentido suplementa este vacío estructural, pero este suplemento se encuentra, él mismo, ya marcado en su origen (la archihuella)”[8] Deconstruir un texto entonces, es poner en acción, la differance.
Deconstrucción y Latinoamericanismo
Antes de enfrentar ambos conceptos es necesaria una aclaración. Ya explicamos en la introducción a este escrito, que la Deconstrucción no se relaciona con una posición Latinoamericanística postcolonial desde la perspectiva de la crítica. Tampoco lo hace desde el análisis, ya que su ejercicio no culmina con el esclarecimiento de un elemento simple, indivisible, o un origen. De hecho, la Deconstrucción elimina la posibilidad de un origen. De la misma manera, debemos aclarar que la Deconstrucción no es un método, para esto tendría que tener características procesuales que la deconstrucción no tiene. Debería además contener un conjunto de operaciones ordenadas previamente en tanto el ejercicio de la deconstrucción, no está precedido de un orden que trace un camino, este sólo se ejerce y su desarrollo se evidencia una vez que ya ha sido ejecutado.
El término que parece ser más apropiado para referirse a la Deconstrucción es el de “intervención”: La Deconstrucción interviene en un discurso para desestabilizarlo desde aquello que no se evidencia.
Volvamos ahora a América Latina. Su posición se ha configurado desde dos directrices que condicionan su evolución: la supeditación a la metanarrativa universal de la razón y el progreso, que entiende el desarrollo de todo proceso social desde la visión eurocéntrica, en concomitancia con el concepto de hegemonía. Una segunda directriz: el colonialismo, como lugar de lo subalterno y proyección de la hegemonía. Pero estas directrices, si bien son evidentes, han erigido en un espacio de acallamientos e historias no contadas. El discurso de la hegemonía ha dejado un margen externo, un afuera indecible.
Como se puede deducir de lo expuesto acerca de la estrategia de la desconstrucción, ésta se orienta hacia un desenmascaramiento del pensamiento occidental, los ideales metafísicos tradicionales y la violencia que han ejercido a lo largo de la historia. La deconstrucción interviene desestabilizando el discurso de la razón y el progreso introduciéndose en su falta de fundamento último, ya que la Deconstrucción debe “confrontar todo orden instituido con la radical contingencia de sus fundamentos, no para hallar su sin sentido originario sino para traspasarlo y acceder a la instancia en la cual el sentido y el sin sentido se entrelazan”[9]
La deconstrucción desenmascara las oposición Hegemónico-subalterno, señala su estructura jerárquica violenta, y la invierte. La lleva a la experiencia de la indecidibilidad al revelar que la posibilidad del ejercicio del poder es a la vez la condición de su imposibilidad. Ernesto Laclau escribe acerca de la oposición poder-libertad: “aquello que limita la libertad –el poder- es también lo que la hace posible. (…) Esto significa que una sociedad totalmente libre –de la cual el poder hubiera sido eliminado- y una que fuera enteramente no-libre son conceptos equivalentes”.[10]
La Deconstrucción además invita a intervenir la textualidad: aquella que configura un discurso abierto y expuesto, pero también interviene en lo indecible y aquello que está fuera de la textualidad. Aquello que Dussel concebía como “el otro” aquello que permanece en el exterior del sistema y que está determinado por condiciones que van más allá de las clases sociales: etnia, género, sexualidad, nacionalidad, serían algunos componentes sociales que delimitarían el margen.
La diferancia establece aquí un juego de lectura que opera en el interior de los textos, mostrando la genealogía de sus conceptos, su doble cara, lo que reprimen y no dicen. Desplaza el significado de los mismos al inscribir los términos en otras cadenas de significantes.
En este margen de acallamientos se encuentra un espacio necesario de ser reflexionado, y sobre lo cual se proyecta una intervención de tal forma que entre lo que es y lo que no es, se abre una posibilidad distinta de lo uno y lo otro. Un tercer espacio como lo definiría Alberto Moreiras, desde el cual pensar la emergencia del latinoamericanismo: un intersticio entre lo hegemónico y lo subalterno. No es un ejercicio aleatorio de ambos, sino un espacio alternativo que no pertenece al primer espacio, preconizador de una utopía identitaria étnica, ni al segundo espacio, supeditado a la teoría imperial. El tercer espacio renuncia a la jerarquización discursiva, reacciona contra el dominio del texto metropolitano, pero mantiene el compromiso con la teoría, la voluntad teórica libre de la exacerbación utópica de paradigmas identitarios y hegemónicos. Desde el Tercer Espacio, debe erigirse entonces el pensamiento Latinoamericano, en apertura a la apropiación, traducción y rehistorización.[11] Entendido de esta manera, el tercer espacio surge desde la experiencia de la indecidibilidad.
Pero, tal como se dice en las páginas precedentes, la indecidibilidad se supera en la decisión, que diferencia a la deconstrucción con el nihilismo. Efectivamente, la Deconstrucción no se queda en la simple negación o destrucción, sino que implica un acto creativo sustentado en la decisión. Deconstruir significa entonces, también, reconstruir. Una reconstrucción esperanzadora que interviene en el discurso, lo desmantela para levantar algo nuevo desde la perspectiva de totalidad de su estructura y sus infinitas posibilidades de asociación, cuya edificación se erige en el momento de decidir. El proyecto deconstruccionista entonces, busca el desmantelamiento de las epistemologías coloniales, pero también la apertura hacia nuevos espacios que permitan a los sujetos subalternos articular sus propias formas de conocimiento. Deconstruir las relaciones jerárquicas del poder, para la liberación de la hegemonía y la construcción de una sociedad política cimentada en la solidaridad social. En definitiva Deconstruir es también, descolonizar.
BIBLIOGRAFÍA
Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998
· Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990.
· Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002.
· Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998.
· Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A.
· Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.
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[1] Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998
[2] Ibíd., p. 137
[3] Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990, p. 383
[4] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, pp.63-64.
[5] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.112.
[6] Ibíd., pp. 109-110.
[7] Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A., pp.39-62
[8] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p. 63.
[9] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p.63
[10] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.108.
[11] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS
/LOM Ediciones, 1999.
Fuente:Red de maestros de maestros. http://www.rmm.cl/index_sub.php?id_seccion=387&id_portal=86&id_contenido=5648