Archivo por días: 13 febrero, 2009

El hombre nuevo. Ernesto “Che” Guevara.”

EL HOMBRE NUEVO”

Ernesto “Che” Guevara

Estimado compañero: Acabo estas notas en viaje por el Africa, animado del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para los lectores uruguayos.

Es común escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este sistema social o el periodo de construcción del socialismo al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria antes y después de la toma del poder.

Como es sabido, la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminarían el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día el Cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso, el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la lucha revolucionaria.

Durante este proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo, el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado, específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.

Llegó la etapa de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos: el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar, y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas necesarias para la victoria. También en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento, de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber.

En base a éstos lograba sus grados.

Fue la primera época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria, volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbra al hombre del futuro.

En otras oportunidades de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la causa revolucionaria. Durante la crisis de octubre o en los días del ciclón “Flora”, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico.

En enero de 1959 se estableció el gobierno revolucionario con la participación en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía de poder, como factor fundamental de fuerza.

Se produjeron en seguida contradicciones serias, resueltas, en primera instancia, en febrero del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.

Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa.

Este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera por el cumplimiento de las promesas hechas.

La masa participó en la Reforma Agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la crisis de octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo.

Vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de la supeditación del individuo al Estado; la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la Revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.

Sin embargo, el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar.

Así sucedió en marzo de 1962 ante la política sectaria impuesta al partido por Aníbal Escalante.

Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con la masa. Debemos mejorarlo durante el curso de los próximos años, pero, en el caso de las iniciativas surgidas en los estratos superiores del gobierno, utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados.

Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo sólo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y de victoria.

Lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.

En el capitalismo se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor de la sociedad capitalista. En ésta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de su comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino.

Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. Sólo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista que pretende extraer del caso Rockefeller —verídico o no—, una lección sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país, pero ése es un tema que sale de la intención de estas notas.)

De todos modos, se muestra el camino con escollos que, aparentemente, un individuo con las cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. E1 premio se avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.

Intentaré, ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad.

Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.

El proceso es doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación.

La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este periodo de transición, con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.

En el esquema de Marx se concebía el periodo de transición como resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países que constituyen las ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin. En éstos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen saltar el sistema. La lucha de liberación contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños, como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.

En estos países no se ha producido todavía una educación completa para el trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y la habitual fuga de capitales hacia países “civilizados” por otro, hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.

Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo.

De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Ese instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social.

Como ya dije, en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.

Las grandes líneas del fenómeno son similares al proceso de formación de la conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda directa se realiza por los encargados por explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.

A continuación viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes de casta que no daban salida posible.

Para algunos continuará vigente todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos donde los buenos son premiados, con lo que se sigue la vieja tradición. Para otros, la innovación: la separación en clases es fatal, pero los individuos pueden salir de aquélla a que pertenecen mediante el trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas; es la demostracion interesada de que una mentira es verdad.

En nuestro caso, la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce a través del aparato educativo del Estado en función de la cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos tales como el Ministerio de Educación y el aparato de divulgación del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.

Pero el proceso es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.

En este periodo de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.

Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero ésta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas; la sociedad del hombre comunista.

El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta sólo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.

A pesar de la importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está, a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; ésta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que les permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora.

Todo esto entraña para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permiten esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.

Esta institucionalidad de la revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.

No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.

Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación.

Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.

Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento de hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.

Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía.

Claro que todavía hay aspectos coactivos en el trabajo, aun cuando sea voluntario; el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos, bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel). Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.

El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay periodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso.

Debemos considerar, además, como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del programa de Gotha, sino a una nueva fase no prevista por él; primero período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo.

Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia.

Si a esto se agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance.

La teoría que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.

En el campo de las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil ver la división entre necesidad material y espiritual. Desde hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación espiritual. Pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad; es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.

Se trata sólo de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil, aun cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos. La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes devienen asalariados vergonzantes o son triturados.

Se inventa la investigación artística a la que se da como definitoria de la libertad, pero esta “investigación” tiene sus límites, imperceptibles hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia.

Si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de escapar de la jaula invisible.

Cuando la Revolución tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales; los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban más o menos trazadas y el sentido del concepto fúgase escondió tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.

En países que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi en un tabú y se proclamó el súmmum de la aspiración cultural una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba crear.

El socialismo es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben. No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad revolucionaria.

Los hombres del partido deben tomar esa tarea entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.

Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente; en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista “la libertad”, porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas las formas de arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy.

Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico-cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.

En nuestro país, el error del mecanismo realista no se ha dado, pero sí otro de signo contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada. Precisamente éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la causa de la humanidad.

La reacción contra el hombre del siglo XIX, nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un ancho cauce al revisionismo.

Las grandes multitudes se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera la labor. El presente es de lucha; el futuro es nuestro.

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras; pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las probabilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual dislocada por conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni “becarios” que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

En nuestra sociedad, juegan un gran papel la juventud y el partido.

Particularmente importante es la primera; por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre nuevo sin ninguna de las taras anteriores.

Ella recibe un trato acorde con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes. Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de educación, en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace.

E1 partido en una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra las dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo. . .

Quisiera explicar ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo dirigente de las masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia, no una receta.

Fidel dio a la Revolución el impulso en los primeros años, la dirección, la tónica siempre, pero hay un buen grupo de revolucionarios que se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una gran masa que sigue a sus dirigentes porque les tiene fe; y les tiene fe, porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.

No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio.

Los primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.

Dentro del país, los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera, a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.

Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita.

Los dirigentes de la revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio general de su vida para llevar la revolución a su destino; el marco de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de revolución. No hay vida fuera de ella.

En esas condiciones, hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.

E1 revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se asume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo.

Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes de la futura corrupción.

En nuestro caso, hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su espíritu revolucionario.

Así vamos marchando. A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida el decirlo— va Fidel, después, los mejores cuadros del partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto; sólida armazón de individualidades que caminan hacia su fin común; individuos que han alcanzado la conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del reino de la necesidad y entrar al de la libertad.

Esa inmensa muchedumbre se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo; ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto.

Sabemos que hay sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes, sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América.

Todos y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.

Permítame intentar unas conclusiones:

Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos; somos más plenos por ser más libres.

El esqueleto de nuestra libertad completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje; los crearemos.

Nuestra libertad y su sostén cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.

Nuestro sacrificio es consciente; cuota para pagar la libertad que construimos.

El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.

Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.

La personalidad juega el papel de movilización y dirección en cuanto que encarna las más altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.

Quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos, el partido.

La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud; en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.

Si esta carta balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando.

Reciba nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un “Ave María Purísima”. Patria o muerte.

(Texto dirigido a Carlos Quijano, semanario Marcha, Montevideo, marzo de 1965. Leopoldo Zea, Editor. Ideas en torno de Latinoamérica. Vol. I. México: UNAM, 1986.)

Fuente: http://www.ensayistas.org/antologia/XXA/Che/

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Nuestra América. José Martí

“Nuestra América”

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curadle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿ se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles” del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!

Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.

En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.

Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Guando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros—de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen,—por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.

Pero “estos países se salvarán”, como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide “a que le hagan emperador al rubio”. Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.

Eramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Eramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Eramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no va a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. E1 tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.

De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.

No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva !

(La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de l891)

© José Luis Gómez-Martínez
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Fuente: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/marti/index.htm Sigue leyendo

“REALISMO MAGICO Y POSCOLONIALISMO: CONSTRUCCIONES DEL OTRO DESDE LA OTREDAD”

“REALISMO MAGICO Y POSCOLONIALISMO: CONSTRUCCIONES DEL OTRO DESDE LA OTREDAD”

Erna von der Walde

En un cuento de Borges, el filósofo hispano-árabe Averroes está redactando cuidadosamente una refutación filosófica. Su trabajo ha de incluir un comentario a Aristóteles. Catorce siglos y una traducción de una traducción de Aristóteles median entre el comentarista y el texto. Y dos palabras: comedia y tragedia. En la cultura islámica de Averroes estas dos palabras no tienen referente. Delante de la ventana de la habitación de Averroes unos niños juegan y están representando personajes en su juego. Averroes no comprende que este juego tal vez encierre parte de la clave. Al final del relato, Borges dice que quiso contar la historia de una derrota. Imaginó diferentes empresas y finalmente se decidió por la imposible de Averroes: comprender el significado de dos términos para los cuales no existe referente. Borges dice que siente que su tarea no es menos ardua que la de Averroes mismo: tratar de imaginar este dilema del filósofo hispano-árabe a través de las mediaciones que hay entre ellos.

Este cuento me vino a la memoria cuando me propuse pensar lo que podían ser el realismo mágico y la poscolonialidad, ambos discursos sobre la otredad que considero que han tenido lugares privilegiados en la academia del así llamado Primer Mundo, en parte por haber sido suministrados por el “Otro”. En el proceso de lectura de un buen número de textos no pude menos que sentir que éstos eran términos para los cuales me faltaban los referentes. Que tal vez su significado estaba siendo representado bajo mis propias narices, pero que, por diversas razones, no se me había ocurrido nombrar esos eventos con esos nombres, como Averroes que no veía en el juego de los niños ante su ventana una posible representación del término “comedia”. De vez en cuando, también, me parecía que, una vez acuñado el término, se inventaban objetos y se acomodaban realidades: el uso de cierta terminología señala la tendencia académico-política, y sirve para poner viejos temas al día con las tendencias críticas de más prestigio.

El realismo mágico me postula serios problemas. En un volumen dedicado enteramente a este término encuentro que si bien “es cierto que los Latinoamericanistas son los primeros en haber desarrollado el concepto crítico de realismo mágico y siguen siendo las voces principales en su discusión, […] esta colección considera que el realismo mágico es una mercancía internacional. Casi como una retribución a la inversión hegemónica del capitalismo en las colonias, el realismo mágico se encuentra especialmente vivo y goza de buena salud en contextos poscoloniales y ahora está recibiendo la extensión compensatoria de su mercado a nivel mundial” (Zamora y Faris 1995: 2).

Aquí se plantea un juego de orígenes y apropiaciones. Durante más de un siglo, la literatura latinoamericana fue vista y leída desde el paradigma de la imitación. Los modelos de escritura, romanticismo, neoclacisismo, realismo, naturalismo, tenían origen en Europa y era apropiados como “ideas fuera de lugar” (Schwarz) en localidades que no presentaban las características socio-econmicas que les habían dado origen. Esta lectura determinista de las formas literarias en relación con las características socio-económicas ha sido seriamente cuestionada (Anderson, Schwarz, Sarlo, Altamirano, García Canclini). Si bien los escritores buscaron en las obras europeas sus fuentes, lo que hicieron con ellas desde sus propias culturas y al inscribirlas en proyectos que no eran los mismos que motivaron estas formas originariamente, les da otro carácter. Liberados de la marca de la imitación, de la producción de versiones degradadas, los textos pueden ser leídos ahora con una mirada distinta. Por lo tanto, dentro de esta misma lógica, un estilo que se internacionaliza fuertemente desde su marca latinoamericana puede haberse liberado de ella y hacer un recorrido propio. No le debe ninguna lealtad al origen. Sin embargo, hay diferencias. El mismo texto introductorio al volumen que he venido discutiendo señala una de ellas: “el realismo funciona de manera ideológica y hegemónica”, mientras que el realismo mágico “también funciona ideológicamente pero […] menos hegemónicamente, pues su programa no es centralizador sino excéntrico”(Ibid. 3). Las autoras no lo explicitan, pero lo que está aquí en juego son las relaciones de poder que median en la adopción de estas formas.

El realismo y las formas europeas tuvieron y tienen su fuerza hegemónica porque son parte de un proyecto de colonización y de internacionalización de la economía capitalista. Para las élites de los países incorporados al sistema, las formas simbólicas traen consigo una marca de prestigio y son, por así decirlo, inevitables. Pero no hay ninguna fuerza de ese orden que marque la acogida del realismo mágico. Más allá del lugar de prestigio que ha adquirido lo marginal, minoritario y excéntrico en el primer mundo, cabe preguntarse si el realismo mágico, como quiera que se entienda, no se presta para construcciones de la otredad que son parte de ese mismo proyecto que sostiene la lógica del capitalismo en cualquiera de sus fases; construcciones de la otredad que sean incorporables sin mayores conflictos.

Mi intención no es, sin embargo, discutir lo que se pueda estar entendiendo por realismo mágico en la academia del primer mundo, mucho menos los usos ya generalizados del término. El “realismo mágico” se ha convertido en un término ubicuo, que puede acomodarse y ajustarse según sean las necesidades. Para las mías propias, quiero discutir primero algunos aspectos de un texto de Frederic Jameson y luego de uno de Gayatri Chakravorty Spivak. Ambos me permiten reflexionar sobre las construcciones de la otredad a partir del realismo mágico: Jameson porque lo adopta, Spivak porque lo rechaza. Ambos porque lo refieren a su origen latinoamericano. El de Spivak, adicionalmente, porque lo pone en relación con otro concepto: el de poscolonialidad.

I

En Magic Realism in Film (1986a), Frederic Jameson busca señalar una diferencia fundamental en el uso nostálgico de la historia en el cine posmoderno, en contraste con el uso de la historia en tres películas que él considera pertenecientes al ámbito estético del realismo mágico. Una de las películas es polaca (Fiebre de Agnuska Holland), las otras dos latinoamericanas (una venezolana, La casa del agua y una colombiana, Cóndores no entierran todos los días -las dos películas latinoamericanas no llevan autoría). La intención explícita de Jameson es la de postular “una posible alternativa a la lógica narrativa del posmodernismo contemporáneo” (Ibid. 302) y es desde su noción del posmodernismo como “lógica cultural del capitalismo tardío” que recorta el significado de “realismo mágico”. Después de señalar las diversas definiciones del realismo mágico en la literatura latinoamericana, Jameson construye su propia definición en contraste con el realismo europeo y con la cultura posmoderna, que él considera propia del ámbito de las naciones industrializadas. Lo que caracteriza a esas tres películas como pertenecientes al estilo formal del realismo mágico serían tres rasgos: que son históricas; que en cada una de ellas el color constituye una fuente especial de placer; y que en cada una la dinámica de la narrativa ha sido reducida, concentrada y simplificada al centrarse en la violencia.(Ibid. 303). Sólo la erudición e inteligencia teórica de Jameson y su fuerte empeño en señalar que el Tercer Mundo, o el Segundo y el Tercero, son radicalmente distintos al Primero, es decir su “voluntad de otredad”, pueden convertir esos tres elementos en rasgos característicos de un estilo en particular y distinguirlo del realismo o del posmodernismo. Si bien es difícil negar que el uso de la historia en América Latina no es necesariamente nostálgico, ni puede considerarse un gesto posmoderno, ¿cómo se justifica que esta diferencia se postule en términos de realismo mágico?

Desde otro lado, el realismo mágico en las definiciones de Carpentier y García Márquez revela en el fondo una lógica que se llamaría hoy colonizada, para decirlo en términos poscoloniales. Cuando afirman que toda la realidad y toda la historia de América es mágica, cuando postulan desde ahí lo real maravilloso o el realismo mágico como el estilo con el cual se puede abordar esta realidad, cuando Carpentier afirma que la historia es más fantástica que cualquier libro de ficción, cuando García Márquez asevera que no ha inventado nada, sino que todo lo registra de la realidad circundante, cabe preguntar desde dónde se ve, entonces, la magia y lo maravilloso de esta realidad? Si es la realidad para ellos, en dónde se sitúan para postularla como mágica o maravillosa? No será desde una noción implícita de una realidad-real, no maravillosa, desencantada, que de alguna manera atribuyen al mundo moderno? Pero, ¿no es justamente desde la racionalidad moderna que se percibe la magia de esa realidad y la convierte en una realidad “otra”?

Estas preguntas son claramente retóricas. Las definiciones latinoamericanas de realismo mágico también operan desde la voluntad de postular la diferencia, la esencializan y ofrecen así el material que posibilita la mirada internacional sobre la producción artística del continente. Esta es la mirada que José Joaquín Brunner llama macondista: la que tiende a leer a América Latina desde sus productos culturales, desprovistos de contexto. La misma pretensión de convertir la literatura en el texto de la historia, en el testimonio de la realidad, permite el desanclaje. Se convierte a su manera en la gran narrativa de “lo latinoamericano” y permite desactivar el lugar y sus temporalidades. En el texto de Jameson, lo que aparece como realismo mágico parece ser más bien un producto de la lectura que posibilita el macondismo, y menos un estilo caracterizado por los rasgos de las películas que analiza. La diferencia entre el realismo mágico y la lógica posmoderna se mantiene constantemente sobre la resistencia de estas películas a caer en los clichés cinematográficos de los géneros en los que Jameson previamente las ha catalogado. Así, lo especial de Cóndores es que no repite los lugares comunes de las películas de la mafia, aunque toma algunos de sus elementos. Jameson no sitúa este relato en su contexto histórico y en consecuencia los cóndores quedan levemente insinuados como aves de rapiña que metaforizan la violencia presentada en la película. Falta el dato histórico local que informa que “cóndores” era el apelativo que se le daba, durante el período de la así llamada Violencia en Colombia, a los jefes militares que aprovechaban la confusión política para matar campesinos y apoderarse de sus tierras. Este nombre está asociado a la rapiña, pero la connotación es más fuerte y ocupa campos de significado político y lingüístico que se diluyen cuando la comparación se hace con películas de gangsters y mafiosos. Esta falta de información es la que, a pesar de que aparezcan ametralladoras y limosinas o que el período histórico sean los años 50 del siglo XX, permite a Jameson afirmar que esta película junto, con las otras, se sitúa en un pasado remoto y no tiene nada que ver con reescrituras generacionales. Así mismo, al situarla en el género de películas de la mafia, Jameson se asombra de la carencia de un marco de colectividad. Desanclada de su contexto histórico y convertida en “realismo mágico”, la película no pudo transmitir una de las más fuertes implicaciones de la violencia política: justamente la disolución de las lealtades comunitarias, la lucha cuerpo a cuerpo por la supervivencia.

El texto de Jameson es significativo por sus esfuerzos de marcar la diferencia. Es notorio que, tanto en este artículo como en Third World Literature in the Era of Multinational Capitalism (1986b), el autor señala que lo que puede parecer rudimentario y de baja calidad para el espectador o lector del Primer Mundo se debe en parte a las condiciones de producción de textos y películas en el Tercer Mundo, pero también puede leerse como una propuesta estética de la precariedad. Sus textos construyen un lector y espectador primermundista refinado y sofisticado, a quien hay que explicarle un poco cómo es ese “Tercer Mundo” para que pueda apreciar sus productos simbólicos. Así, por ejemplo, cuando afirma que “como lectores occidentales cuyos gustos (y mucho más) han sido formados por nuestro propio modernismo, una novela popular o de realismo social del tercer mundo tiende a parecernos, aunque no de inmediato, como si ya la hubiéramos leído. Sentimos, entre nosotros y este texto ajeno (alien), la presencia de otro lector, del lector Otro, para quien un relato, que nos parece a nosotros convencional o ingenuo, tiene una frescura de información y un interés social que nosotros no podemos compartir” (1986b: 66) Difícilmente podrá postularse la otredad en términos más claros. Los lectores de Juan Rulfo y Lezama Lima, de García Márquez y de Borges en el Primer Mundo, por lo visto, tienen que hacer un esfuerzo consciente para no abandonar estas ingenuas y simples narrativas en favor de sus habituales lecturas sofisticadas. En cambio, los lectores del Tercer Mundo las leemos con avidez, desconocedores de los niveles de sofisticación del Primer Mundo.

Este tipo de afirmaciones construye unos espacios culturales cerrados, inconmensurables, que no se tocan. El lector del Primer Mundo y ese lector “Otro” parecen habitar mundos distintos. Aquí salta a la vista la ironía de llamar “Mundo” a las distintas partes de la construcción geopolítica del globo: un teórico tan lúcido como Jameson convierte a cada una en un planeta. La idea de que la cultura moderna, la posmoderna, el capitalismo y demás se circunscribe a la experiencia del Primer Mundo, no le permite ver en qué medida el así llamado Tercer Mundo es función de todo esto. Dentro de esta misma “voluntad de otredad” se inscribe la afirmación de que “todos los textos del Tercer Mundo son necesariamente […] alegóricos, y de manera muy específica: han de ser leídos como lo que llamaré alegorías nacionales, aun cuando, o tal vez debería decir, sobre todo cuando sus formas se desarrollan a partir de maquinarias de representación prominentemente europeas, tal como la novela”. (Ibid. 69) Ante la especificidad cultural y geográfica de la forma “novela” nos vemos de nuevo lanzados al paradigma del préstamo y la copia para interpretar la literatura del Tercer Mundo. Pero Jameson también inscribe la gestación de la forma en un contexto socio-económico y cultural específico, de tal manera que trasladar la forma novela a un contexto que no reúne las mismas condiciones del que la “originó” (separación radical entre lo privado y lo público, entre lo poético y lo político, entre el inconsciente y el mundo de las clases sociales, entre la economía y el poder secular) tiene que producir necesariamente algo que debe leerse de manera distinta. Aquí lo que parece estar en juego es una confusión entre el producto cultural y la forma de leerse, entre declarar que los textos mismos son alegóricos y luego que deben ser leídos como alegorías nacionales.

También habrá que entrar a preguntarse qué es el “Tercer Mundo”. Pues lo que estos textos construyen es un Tercer Mundo que, si bien no es homogéneo – y Jameson es cuidadoso y señala diferencias internas -, pareciera poder comprenderse desde un sólo ángulo de lectura. En gran parte, este Tercer Mundo está construido, como bien señala Ahmad, desde la necesidad de la academia norteamericana de incorporar las literaturas producidas en otras partes del mundo y que inicialmente se clasifican como “Literatura del Tercer Mundo” (Ahmad,1992). Y el realismo mágico, cualesquiera que sean sus variaciones, va a ser una clave de lectura de largo alcance. Un realismo mágico que se va alejando cada vez más de su origen latinoamericano, a la vez que deja de lado lo que ese realismo mágico pudiera significar en otras partes del mundo.

II

El realismo mágico, apropiado como clave de lectura del Tercer Mundo en la academia del Primer Mundo, está siendo sin embargo cuestionado en la misma academia norteamericana desde otro lado: el de las teorías poscoloniales. El teórico indio Aijaz Ahmad, quien más lúcidamente ha criticado la lógica de la otredad en Jameson, considera que “lo que se conocía como “Literatura del Tercer Mundo” ha sido rebautizado como “literatura poscolonial” cuando el marco teórico imperante del nacionalismo tercermundista se ve desplazado por el del posmodernismo” (Ahmad 1992: 276). Es decir, no se trata ya más de las alegorías nacionales que lee Jameson, sino de una nueva propuesta de lectura. En términos generales, no hay una postura teórica única e incluso las críticas que se hacen a muchas posturas se hacen dentro de un marco común.

Si pudiera hacerse una definición de las teoría poscoloniales, yo diría que, ante todo, se ocupan de cuestionar las construcciones geohistóricas del Otro que han sido elaboradas desde posiciones centrales del conocimiento, y de mostrar cómo a través de estas construcciones la conciencia eurocentrista se ha ido constituyendo a sí misma como el Ser, en contraste con ese Otro. Tales construcciones están ancladas en la experiencia histórica de la colonización. “Occidente”, como constructo, surge de la relación con la construcción del “Oriente” y esta construcción deriva de la experiencia empírica de la sujeción imperial, es decir, de la subordinación del Otro. Ante la pregunta por los orígenes de la teoría poscolonial, el historiador Arif Dirlik suministra una respuesta algo insolente, pero muy significativa: “Lo poscolonial comienza cuando los intelectuales del Tercer Mundo llegan a la academia del Primer Mundo” (Dirlik 1994). Las teorías poscoloniales se encuentran inscritas en esa paradoja. Pues su cuestionamiento de las construcciones del Otro por parte de la cultura Occidental tienen su mayor fuerza en el ámbito de la academia occidental misma. Dirlik observa que su ingreso a la academia del Primer Mundo se debe en parte a que han abierto nuevas perspectivas, pero también a que las “orientaciones intelectuales que antes se consideraban marginales o subversivas han adquirido nueva respetabilidad” (Dirlik 1994).

Entre los teóricos poscoloniales, quien más se ha ocupado de pensar la tarea académica de “descolonizar” la lectura del Otro a través de la lectura de textos es Gayatri Chakravorty Spivak. Es decir, ella es también quien con mayor claridad des-cubre su lugar de enunciación. En Poststructuralism, Marginality, Postcoloniality and Value, Spivak reacciona contra la lectura, por lo visto generalizada, de tomar el realismo mágico como forma paradigmática de la producción literaria del Tercer Mundo. Su argumento es que éste es un estilo de origen latinoamericano y que “tal como lo escenifican los debates Ariel-Calibán, América Latina no ha participado de la descolonización”. Según Spivak, “el conducto formal del realismo mágico puede decirse que alegoriza, en el sentido más estricto, una configuración social y política en la que la “descolonización” no puede ser narrativizada” y considera que este estilo literario se inscribe en aquellos “gestos declarados de “descolonización” que “repiten hasta la saciedad los ritmos de la colonización con la consolidación de estilos reconocibles”(Spivak 1990).

En el argumento de Spivak se confunden varios niveles. Por un lado, está la reacción contra la “canonización” del realismo mágico como paradigma de lectura de la producción literaria del Tercer Mundo, aquella que postula Jameson. En ese sentido concuerdo con Spivak en que el realismo mágico, entendido como versión de la otredad suministrada por el Otro, al ser incorporado por la academia del Primer Mundo, desanclado de su contexto histórico y convertido en una fórmula, no logra más que ser gesto, pero, finalmente, termina formando parte de un proceso de colonización discursiva: el Tercer Mundo queda reducido a una otredad que no incomoda, con la que se puede convivir.

Pero el fenómeno del realismo mágico en el Primer Mundo tiene que ver con discursos académicos, posturas intelectuales y estrategias de mercado. Spivak no ve esto y descalifica todo el proceso de “descolonización” de América Latina, como quiera que se entienda la descolonización. En lugar de sospechar del realismo mágico por la acogida que se le da en el Primer Mundo, sospecha del por qué proviene de América Latina, y cubre toda la región con un veredicto que tiene el carácter de agenda. Esta afirmación de Spivak deja ver en claro que la idea de poscolonialidad no es estrictamente temporal y que debería entenderse más bien como una actitud ante las fuerzas coloniales, ante discursos que operan como colonizadores. Lo que incomoda en esta afirmación de Spivak es, en cierta medida, que, para usar su propia terminología, no permite que el subalterno hable. Spivak remite a un sólo aspecto del Latinoamericanismo, los debates Ariel-Calibán, para definir el proceso de descolonización. Pero también revela otro aspecto de las teorías poscoloniales: su concentración en el Orientalismo como discurso del Otro y en los imperios europeos del siglo XIX. Fernando Coronil observa que “es significativo cómo en los estudios coloniales y poscoloniales, Europa se considera equivalente a las naciones de la región noroccidental” (Coronil 1996: 54), dejando por fuera los países del sur de Europa, aun cuando fueron los pioneros del poder colonial en su versión moderna. Dice Coronil: “La asociación entre colonialismo europeo y países del norte de Europa está tan arraigada que algunos analistas identifican el colonialismo con su expresión del norte europeo, y excluyen de esta manera los primeros siglos de control español y portugués en las Américas (Ibid. 54).

Esto tiene implicaciones fuertes. Pues si se ha de adoptar la propuesta poscolonial de descolonizar, discursivamente claro está, al Tercer Mundo, los términos de lo que se entiende por “colonialismo” tienen que ser discutidos también a la luz de la experiencia colonial en las Américas. También habrá que tener en cuenta que, en términos cronológicos, casi todos los países de América Latina dejaron de ser colonias en sentido estricto hace mas de ciento cincuenta años y que los debates como el de Ariel-Calibán que menciona Spivak son parte de un proceso prolongado. Habrá que tener en cuenta, como lo hace Walter Mignolo, que remontarnos a la experiencia colonial es una tarea histórica y filológica que cubre un período histórico de 500 años. Y esto serán tan sólo algunos puntos. Estará también la tarea de “descolonizar”, por así decirlo, el realismo mágico, buscando lo que ha significado y significa para América Latina.

La tarea de las teorías poscoloniales consiste en gran parte en señalar cómo se han hecho las construcciones del Otro. Deconstruye tanto el discurso hegemónico como el de los “subalternos” en relaciones de dominación. Como paradigma de lectura es de mayor alcance que el del realismo mágico, y estando en posición de subalternidad al interior de un centro de conocimiento hegemónico como la academia norteamericana, seguramente más efectivo. Sin embargo, no basta con señalar los problemas desde el centro para realizar el proyecto descolonizador, como quiera que éste se entienda (y siempre y cuando convengamos en que hay que realizarlo). El realismo mágico que Jameson y Spivak discuten también opera en América Latina. No es tan sólo una construcción de la otredad elaborada desde el centro, sino que es incorporado como macondismo, como relato de identidad. Originado en América Latina como forma para hablar de nosotros mismos en relación, contraste u oposición a las miradas “occidentales”, el macondismo aparece para los latinoamericanos como la forma afirmativa de representar el “Otro” de los europeos y norteamericanos. Aparece como una nueva mirada que sustituye a la decimonónica, y en la que el relato que sirve de base ha sido suministrado por la propia cultura latinoamericana. Empata con los sobrantes del discurso antiutilitarista que nos postulaba más allá o más acá de la racionalidad mercantil del mundo modernizado. El macondismo arrastra rezagos de la visión telúrica de la raza, llevada a la indolencia y al desorden por una naturaleza indomable. Se apropia del gesto europeo, supuestamente enalteciéndolo, para así dar razón del atraso con respecto de los países industrializados, remitiéndolo a una cosmovisión mágica que postula sus propias leyes y se sustrae a las lecturas racionalistas. A su manera, el macondismo otorga el sello de aprobación a la mirada euro-norteamericana, y legitimidad a las divisiones geopolíticas de Primer y Tercer Mundo.

Desde los debates que hablan de la crisis de los discursos sobre la nación, de la articulación con lo global, García Canclini se pregunta si “en el desplazamiento de las monoidentidades nacionales a la multiculturalidad global, el fundamentalismo no intenta sobrevivir ahora como latinoamericanismo. Siguen existiendo […] movimientos étnicos y nacionalistas en la política que pretenden justificarse con patrimonios nacionales y simbólicos supuestamente distintivos. Pero me parece que la operación que ha logrado más verosimilitud es el fundamentalismo macondista” (García Canclini 1995: 94). Canclini ve en el macondismo la exaltación del irracionalismo y de la supuesta esencia de lo latinoamericano, fijación fundamentalista de la identidad. Tanto García Canclini como Brunner señalan, entonces, que el macondismo no es tan sólo una construcción desde donde nos leen, sino también una construcción de identidad. El macondismo se incorpora como “affirmative action” de la irracionalidad, de lo incomprensible, de lo nostálgico. Es lo que marca la diferencia, que se teluriza y sustancializa. El macondismo es lo que permite que se nos pueda leer por fuera de contexto. Es la fórmula mágica que nos sitúa, como dice Nelly Richard, “mas acá de los códigos” (Richard 1989: 24).

En Colombia, el macondismo se trenza y se confunde con la figura de García Márquez y con Cien años de soledad, que se constituyó en el texto base de la lectura macondista, pero que para los colombianos es también la obra faro de la literatura nacional. Esto hace que el macondismo se adapte camaleónicamente como nacionalismo, tal vez la única forma de éste que ha tenido el país, y como un posible Latinoamericanismo. Un Latino-americanismo, diría yo, con los mismos rasgos que García Canclini le atribuye, pero con otros matices de lectura. Quiero leer el macondismo en Colombia desde algunos contextos. La forma peculiar como el macondismo allana los desencuentros entre tradición y modernidad, pasado y presente, mito y realidad, se ha encontrado con la “subcultura del narcotráfico”, caracterizada por fuertes alianzas familiares, machismo, culto a la madre, religiosidad supersticiosa y violencia. Se instrumentaliza como opacamiento de la memoria histórica, explicando la violencia desde el mito. Convive con la religión, allana el desencuentro entre la racionalidad tecnológica de la violencia y la irracionalidad de su uso. El macondismo se inscribe en la lógica dualista y exclusivista que opera en Colombia desde el bipartidismo político y atraviesa todas las instancias de lo social. Así, gran parte de la racionalidad moderna queda excluida y señalada como “no pertinente”, efectivamente en la línea de Jameson, es decir, como algo que es propio de la cultura europea pero no incorporable a la realidad maravillosa o mágica de Latinoamérica.

No puede atribuírsele el macondismo necesariamente a la obra de García Márquez. De hecho, ésta ha sufrido en parte las consecuencias de la lectura macondista cuando se reduce la complejidad narrativa de la obra a la fórmula del realismo mágico. Hay un problema interpretativo serio cuando se lee de la misma manera el pasaje que narra cómo la gente de Macondo acepta la versión oficial de la matanza de las bananeras, que niega que haya sucedido, y el pasaje que cuenta cómo se indigna ante la “mentira” del cine. No son los mismos órdenes de verdad, y tampoco corresponden a los mismas épocas en la temporalidad de la novela. Sin embargo, la operación que posibilita estas lecturas de Cien años de soledad tiene que ver de alguna manera con que no está escrita desde un lugar único; que su lugar de enunciación no es estrictamente Colombia. La utopía política que atraviesa la obra construye un espacio “latinoamericano”. La vaguedad histórica y geográfica permite las lecturas alegóricas, las apropiaciones y adaptaciones. De alguna manera, Cien años de soledad no transcurre en ningún lugar específico y puede, así, transcurrir en casi cualquier lugar. Su renuncia a fijar un lugar de enunciación la hace ubicua, traducible y trasladable. Se construye, sin embargo, con elementos del Caribe colombiano, con rasgos de la cultura colombiana, que han quedado opacados por la lectura ubicua. Trataré de reconstruirlos para señalar cómo la obra de García Márquez los elabora. Para ello me remontaré a las últimas dos décadas del siglo XIX, cuando se consolida en Colombia un proyecto hegemónico de construcción de la nación.

III

La lógica dualista excluyente, que me parece característica de la cultura colombiana, está en la base de su cultura política: en las rencillas partidistas que caracterizaron el siglo XIX. Se convierte en forma hegemónica dentro del proyecto de unificación de la nación que llevó a cabo, más efectivamente que cualquiera de sus predecesores, el proyecto de la Regeneración encabezado por Rafael Nuñez y Miguel Antonio Caro en las últimas dos décadas del siglo pasado. Sus huellas pueden percibirse aun hoy en día.

En términos generales, el proyecto político de la Regeneración, encabezado por Rafael Núñez, quiso pacificar a una nación fraccionada por su geografía y sus luchas partidistas durante el siglo XIX. En 1886, bajo la presidencia de Rafael Núñez, pero bajo la retórica de Miguel Antonio Caro, se concibió una nueva constitución para el país que lo unificaría bajo los dos elementos comunes a todos los colombianos: la religión y la lengua. Desde 1884 hasta 1930 el partido conservador mantuvo la hegemonía absoluta. Un hecho que sobresale es que casi todos los presidentes, desde Rafael Núñez, pasando por Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín y Marco Fidel Suárez, eran hombres de poca fortuna, no poseían tierras y no tenían poder militar en sus regiones. Habían hecho sus méritos políticos más que nada como letrados, como poetas, gramáticos y latinistas. Caro fue, junto con Monseñor Carrasquilla, tal vez el intelectual orgánico más influyente de la época. Generó un compacto discurso ideológico en el que la lengua, la religión católica y el autoritarismo político componían un todo coherente, sin concesiones a las ideas liberales de la época. La forma discursiva que Caro representa se constituye en signo de distinción simbólica y de legitimación política en las últimas dos décadas del siglo XIX en Colombia. La acción política de la Constitución de 1886 se reforzó con un nuevo Concordato con el Vaticano al año siguiente, que le entregó enteramente la educación a la Iglesia católica, a la vez que le restituyó muchos de los bienes que le fueran expropiados por los regímenes liberales. El país logró cerrarse exitosamente a las ideas del positivismo, del socialismo, de la modernidad.

En el mismo año en que se selló la nueva Constitución aparecieron los primeros tomos del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana escritos por Rufino José Cuervo, contertulio de Caro en asuntos de lenguaje y cofundador ya en 1871 de la primera corresponsal de la Academia Española de la Lengua en el continente. En 1867, el mismo año en que aparece María de Jorge Isaacs, Cuervo publicó la primera de las que llegarían a ser seis ediciones revisadas en vida del autor de las Apuntaciones Críticas sobre el Lenguaje Bogotano. Allí señala y corrige todas las desviaciones de la norma que se presentan en el habla bogotana. Imposible no reconocer los méritos filológicos de la obra y el especial documento que constituye para el estudioso en asuntos de cultura. Pero difícil, igualmente, no notar la colaboración de estas obras en el panorama político que lidera su amigo Caro. Las Apuntaciones, una especie de best seller de la época, funcionan a la vez como manual en materia de lenguaje para las nuevas clases y como instrumento de exclusión. (La circulación del Diccionario será mucho más restringida que los otros escritos y en verdad sólo hasta hace dos años, en 1995, salió publicado en toda su extensión.) Si la nación colombiana por fín se unifica alrededor de la lengua y la religión, las Apuntaciones mostrarán en qué lugar de la sociedad puede estar cada cual según su uso del lenguaje.

Caro irá un paso más allá, pues en su obra política y filológica fundamenta la moral y la conducción de los pueblos en el uso del lenguaje. Serán los gramáticos quienes posean la entereza y la sabiduría para el manejo correcto del país a partir del manejo correcto de las ideas que les permite el manejo correcto del lenguaje, en medio de una población analfabeta. La lengua se convierte en el predominio de una clase para gobernar y excluir y queda lejos de ser la unificadora de todos los colombianos como quiera que se entendiera la ciudadanía en ese entonces.La corrección idiomática se convierte en norma social, lugar de acceso al poder político en muchos casos de la mano de una profesión radical de catolicismo ultramontano y rechazo absoluto de las ideas modernas. Los gramáticos, en alianza con los prelados, conforman una ciudad letrada que es una ciudad amurallada a la que se ingresa por vías de la construcción y el régimen gramatical. Una ciudad en donde la letra se utiliza para hablar de la letra, para regularla y normativizarla. Por fuera de esta ciudad letrada se ubica el país real. El régimen de la letra excluye lo que se dice por fuera de la ciudad letrada, porque no se dice correctamente.

La lengua, entonces, no logró funcionar como unificadora, sino como segregadora de los colombianos. De igual manera, al identificarse la práctica correcta del catolicismo con la adhesión al partido conservador, los liberales quedaban excluidos del otro elemento que constituía la nacionalidad. Hasta el punto que uno de los escritos más polémicos e importantes del cabecilla liberal Rafael Uribe Uribe se titula “De cómo el liberalismo político colombiano no es pecado”, que se encuentra entre una gran cantidad de “Ensayos sobre las cuestiones teológicas y los partidos políticos en Colombia”. Para ser moderno en Colombia había que ubicarse por fuera de la ciudad letrada. Gran parte de la producción literaria del país, gran parte de lo que se producía en las distintas regiones, quedaría excluido del canon que los gramáticos lograron conformar a través de la educación católica que se impartía en los colegios.

La gramática, el régimen de construcción, el diccionario y la norma son, sin embargo, los rasgos superficiales que esconden lo que está a la base de este discurso. El proyecto político de Caro y de la Regeneración hizo caso omiso del mundo circundante, repitiendo el gesto de la colonización de América, que según Ángel Rama, no respondía a “modelos reales, conocidos y vividos, sino a ideales concebidos por la inteligencia” (Rama 1984:3). La distancia geográfica realmente existente con respecto a España le permite a Caro producir como “parto de la inteligencia” (Rama, con respecto a la ciudad latinoamericana) la ciudad letrada española que erigirá como modelo. El español de España que tanto defiende será para Caro realmente una lengua registrada en libros, no la lengua que oye hablar a su alrededor. Desde la aldeana Bogotá concibe un proyecto de nación sin haber visto jamás su geografía, establece un castellano como norma que no es hablado siquiera por él mismo, erige como modelo una república creada a partir de lecturas seleccionadas según un criterio moral y católico. En medio del mugre, los ruidos y los olores, los gramáticos y poetas construyen un mundo retórico de ideas ajenas a las circunstancias que los rodeaban, estableciendo una distancia entre las operaciones del intelecto y las del cuerpo, que opera también como distancia social. La religión católica sirve de sustento para hacer esta abstracción de lo corporal en los procesos del espíritu; es el apoyo para fijar la dicotomía, para legitimarla. Así separados el cuerpo y el espíritu, la letra opera como instrumento de distancia y legitimación de la diferencia.

La cultura de los gramáticos será una cultura excluyente de la letra. Desde la letra no se piensa el país real sino que se impone el país que conciben unos pocos como país ideal. Pensar por fuera de la ciudad letrada exige acudir a aquello que no se someta al orden de la letra. Buscar cómo viven, hablan y piensan los que están por fuera de la ciudad letrada implica una exclusión de ella. Muchos de los que van accediendo al uso de la letra son excluidos y gradualmente irán excluyendo todo aquello que defienden los letrados de la ciudad amurallada tras diccionarios, gramáticas y libros de oración, repitiendo el gesto de la lógica que los excluye, pero bajo otro signo. Por fuera de la ciudad letrada, además de situarse los que no saben usar la lengua, los que no conocen la corrección del idioma, se sitúan las malas palabras. Ese será el capital lingüístico del vulgo. Los sentidos, el mundo de los olores y los sonidos, las algarabías de la plebe serán su capital cultural. Los letrados consiguen crear así una ecuación entre cultura de élite y cultura bogotana. Dejan por fuera muchas de las manifestaciones culturales y letradas de las regiones, a pesar de que, como lo afirma Tirado Mejía, la cultura colombiana ha sido más fuerte en sus manifestaciones regionales (cf. Tirado Mejía 1991). Un cierto discurso hegemónico de los letrados bogotanos se impuso como cultura nacional oficial durante algunas décadas, pero las identidades se fueron construyendo alrededor de lo local. Así mismo, el bipartidismo que atravesaba hasta hace poco todas las instancias, también las culturales, no permitió la creación de discursos nacionales por encima de las fracciones. Hacia los años treinta del siglo XX se hizo una reforma educativa que habría de difundir la letra, pero para ese entonces ya había hecho su entrada triunfal la radio. Y ésta se inserta culturalmente en el país de forma sintomática: será local y regional aunque difundirá elementos de otras regiones, y gracias a ello los colombianos comenzarán a tener una idea de los contornos de su comunidad imaginaria.

IV

¿Cómo se inscribe el fenómeno García Márquez en este contexto? García Márquez era inicialmente un escritor del Caribe colombiano, con algún reconocimiento en la capital, pero esencialmente de su región. Dentro del panorama de las letras nacionales en los años cincuenta, El Coronel no tiene quien le escriba es un relato de la violencia en la Costa, así como las novelas de Eduardo Caballero Calderón son las de la violencia en Boyacá. Será la acogida internacional de Cien años de soledad lo que lo convierte en un escritor nacional y el macondismo será elevado a mito fundacional de la nación y relato de la identidad. Mientras muchas naciones americanas construyeron estos mitos en el siglo pasado, Colombia por fin tiene el suyo en los años setenta de este siglo. La literatura de García Márquez irrumpe en medio del ascetismo de la cultura de los letrados, bogotana, fría y acartonada, con la algarabía de la plebe. Será entre otros el fenómeno del ingreso de las malas palabras y, hasta cierto punto, de los cuerpos a la literatura colombiana. Esta irrupción de lo excluido en medio del mundo de la letra, este giro de las posibilidades de su uso, tal vez no es exclusivo del proyecto cultural de los gramáticos del altiplano. Carlos Monsiváis señala aspectos de la cultura mexicana que son paralelos a los colombianos (Monsiváis 1990: 322-325). Y tal vez, la narrativa que mejor ilustra esta cultura pacata, dominada por la iglesia y la mala conciencia, es de nuevo una obra mexicana: Al filo del agua de Agustín Yáñez. Es pensable que haya diversas entonaciones latinoamericanas de este mundo cultural de los letrados bogotanos, de esta cultura de la exclusión y del silenciamiento, de separación entre cuerpo y espíritu, como para poder aventurar la pregunta de si parte de la impresionante acogida de Cien años de soledad no tiene que ver con su manera de tocar esa fibra y con su habilidad para integrar al mundo de lo culto lo que se consideraba por definición marginal a éste.

Cien Años de Soledad puede entenderse también como un ajuste de cuentas con la ciudad letrada, una cancelación definitiva de su gestión y la irrupción de una nueva forma de hablar, de sentir, de ver el mundo. Pero en el mismo momento en que se presenta una gran obra de la literatura que logra desafiar a la ciudad letrada del altiplano en su propio terreno, su lectura estará significativamente marcada por fenómenos de masificación y comercialización. No será la matanza de las bananeras el momento emblemático de la obra, sino las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia y la ascensión de Remedios la bella envuelta en sábanas. Al poco tiempo de publicada la novela, un músico peruano ya había compuesto un porro con los temas principales de la obra, que sonó y resonó por todo el continente. Cien Años de Soledad fue rápidamente apropiada como la creadora del mito fundacional de la raza. Curiosamente, el país que está más al margen de lo latinoamericano fue el que dotó a Latinoamérica con una fábula del mestizaje. Para los colombianos fue, en términos muy generales, algo de lo que podían estar orgullosos y que los convertía por fin en latinoamericanos. Lo regional se elevó a cultura nacional, y ésta nos fue devuelta como Latinoamericanismo con reconocimiento universal.

Hasta ese momento, en relación con las corrientes que fueron conformando los espacios de las culturas hegemónicas internacionalizadas, las obras de los artistas colombianos serían marginales. Cien Años de Soledad se puede pensar inicialmente como una obra que asume una posición de enfrentamiento a una cultura hegemónica, que se identifica con las instancias de poder. Rápidamente, la conversión de su autor en símbolo nacional y figura internacional transforma el mapa cultural del país. Si la escritura desde la costa caribe colombiana era un espacio marginal, el éxito internacional convierte más bien a Bogotá en el espacio provinciano. El mismo García Márquez se hace cargo de cambiarle el signo a esos espacios en sus crónicas y en sus novelas.

En Ciudades con barcos de marzo de 1950, García Márquez crea una dicotomía básica entre la costa y el interior, ubicando la diferencia en la presencia de los barcos, es decir, del acceso a una cultura modernizada a través del contacto permanente con personas y mercancías que vienen de otras partes. En Cien años de soledad, Fernanda del Carpio representará la cultura letrada bogotana como un mundo ajeno, incomprensible y olvidable para los miembros de la familia Buendía, que constituyen un espacio cultural enteramente distinto. En El general en su laberinto, Bolívar moribundo se siente revivir y mejora su salud cuando sabe que ya está por lo menos en el Río Magdalena, Bogotá lejos a sus espaldas, y habrá de llegar a la costa. (Agradezco a Alvaro Tirado Mejía el señalarme este aspecto de la obra de García Márquez.) Las dicotomías creadas reproducen de alguna manera la estructura de exclusiones de la cultura de los gramáticos. Para empezar, porque también se mueve en pares dicotómicos. Así, se hace una reconversión de la dicotomía básica del discurso político, liberal/conservador, que en lo cultural tenía tan sólo matices religiosos (ateo/católico) y se sustituye por región baja/altiplano, desplazando el campo de lo político a lo cultural, implicando o insinuando una correspondencia entre los primeros y los segundos términos de las dicotomías, y sustituyendo el aspecto religioso por lo mítico y lo sincrético. Si antes la nación se quería construir alrededor de la pureza del lenguaje y evitando toda contaminación extranjera, no hispánica, excluyendo al indígena y al negro, la nueva metáfora de la nación es la impureza, la mezcla, el mestizaje. Corresponde tanto más a la realidad que la ciudad ideal de los letrados, que no es sorprendente su adopción.

Ahora bien, ésta es tan sólo una posible lectura de las múltiples recepciones que puede haber tenido Cien años de soledad. También es tan sólo una versión de las posibilidades mismas del macondismo. Me interesa señalar que, por un lado, el discurso de García Márquez en muchos puntos opera con la misma gramática dicotómica de la cultura hegemónica de élite contra la cual se recorta su obra en el panorama de las letras nacionales en Colombia. Por otro lado, que la sustitución de los elementos que regían el pensamiento bipartidista y excluyente de la cultura colombiana por otros pares dicotómicos, opera de manera igualmente excluyente.

Creo que este recorrido me sitúa en una posición algo paradójica. Pues finalmente la ciudad letrada de los gramáticos no parece ser un mundo rescatable. Sin embargo, su lectura tiene sentido en la medida en que permita ver que el macondismo, menos que una transformacion radical, es más bien una reconversión que adapta los discursos a las nuevas formas de la política, la cultura massmediática, la economía informal, la ilegalidad y el consumo. En este contexto, el macondismo genera una confusión entre la popularidad, que es el predominio del marketing y los ratings, y lo popular, a la vez que se convierte en un desafío para pensar la literatura en el cruce entre mercado y medios masivos de comunicación, así como la complejidad de la pinza que conforman los mercados internacionales por donde circulan la cultura y la supuesta “marca nacional” que llevan artistas como García Márquez y Fernando Botero. Así mismo, resituado en contextos, el macondismo no es un discurso desde las márgenes, ni habla por los que no pueden hablar. Se convierte, más bien, en discurso hegemónico que allana las diferencias, situándolas por fuera del país, en una cultura “otra”. Me parece, entonces, que parte de lo que pretenden ser, tanto la ciudad letrada como el macondismo, se establece por lo que quieren dejar por fuera: funcionan con la misma sintaxis de oposiciones y exclusiones, cierre al diálogo, negación del “otro”. Ambas son operaciones que apuntan a las dificultades de la configuración de una cultura democrática, de una cultura del debate, de un cultura crítica.

Estos relatos de la nación y la identidad conviven en un país azotado por la violencia, un fenómeno del cual nadie parece estar en capacidad de dar razón. El espacio realmente existente es de miedo, sangre y terror. Un espacio en el que, como afirmaba Michael Taussig en su estudio sobre el realismo mágico, los significantes se encuentran estratégicamente desencajados de lo que significan. En un lugar donde el discurso que se ha convertido en realmente hegemónico es el de la violencia desenfrenada, resulta difícil establecer los significados. Es una situación en la que no hay centros claros y, por tanto, no hay márgenes, pero que está lejos de ser una experiencia liberadora.

Aquí quiero retomar el debate con las teorías poscoloniales, pues si bien la larga historia de violencias en Colombia debe remontarse históricamente a los orígenes de la colonización, también va adquiriendo nuevas formas y entonaciones en las distintas fases de su inserción en el mundo y en las leyes de la economía capitalista. Y tal vez el fenómeno en donde se cruzan de manera más dramática la experiencia colonial y el capitalismo es el del narcotráfico. Rebasa las intenciones de este escrito entrar a estudiar el fenómeno, pero su silenciamiento en los círculos académicos es sintomático. Colombia es uno de los países de América Latina que más se menciona en las noticias internacionales, junto con Cuba, pero, a diferencia de éste último, es uno de los menos estudiados. Sospecho que esto se debe en parte a las dificultades que postula dar razón del narcotráfico, actualmente la marca política, económica y cultural con la que se identifica al país.

Si un proyecto de descolonización ha de tener sentido, habría que establecer los puentes entre las lecturas que se hacen desde la otredad en localidades centrales, y la otredad o marginalidad que se postula desde lo marginalizado o subalternizado. Habría que evitar la tendencia hegemonizante de aquellos discursos que emanan desde los centros de poder, no sólo económico y político, sino también discursivo. Habría que pensar en la forma como ciertos discursos se imponen sobre otros, se convierten en prestigiosos y van creando hegemonías. Aquí he intentado cuestionar el macondismo y el realismo mágico como lecturas de la otredad que parecieran ser suministradas por el Otro y, en esa medida, que responden a la “corrección política” de creer que se les está leyendo como quieren ser leídos. Considero que las teorías poscoloniales permiten pensar muchos de esos problemas, pero que, paradójicamente, se están convirtiendo en ese tipo de discurso suministrado por el Otro. Tal vez, para que no sean del todo absorbidas y allanadas por las estructuras de poder en el centro, les convendría un contacto con las categorías que elaboran los márgenes para pensarse a sí mismos, así como la historización de ciertos conceptos y debates.

BIBLIOGRAFÍA

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Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate).
Edición de Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta. México: Miguel Ángel Porrúa, 1998.

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

Fuente: http://www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/walde.htm
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EL OTRO QUE NO EXISTE. MARITA HAMANN

EL OTRO QUE NO EXISTE

Jacques Lacan

MARITA HAMANN
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Analista Practicante (AP) de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL – Lima)

Luego del Segundo Encuentro Latinoamericano realizado en Buenos Aires, al que lleváramos un trabajo que buscaba cernir las características del empuje perverso inherente a nuestra época -“El Sujeto plusmoderno”-, la Biblioteca del Campo Freudiano de Lima retomó sus actividades del segundo semestre con la lectura y discusión en torno al seminario que dictasen Jacques-Alain Miller y Eric Laurent en 1996-1997, El Otro que no existe y sus comités de ética. Continuamos desarrollando así los ejes de la reflexión conjunta que iniciáramos hace ya algún tiempo.

Presentamos a continuación algunas de las ideas concernientes a los primeros capítulos de este seminario, entrelazadas con las reflexiones y comentarios que las mismas suscitaron entre nosotros.

1. Lo real se desvanece en el semblante

La primera cuestión a tener en cuenta es que esta es la época en la que el sentido de lo real se ha convertido en problema. Tal como expresa Miller, desde la edad clásica ha sido el discurso de la ciencia el que ha fijado el sentido de lo real para nuestra civilización. Fue la seguridad tomada en esta ficción científica sobre lo real la que permitió al propio Freud descubrir el inconsciente e inventar el dispositivo analítico.

Pero una inversión paradójica se ha producido: todo parece tener la ligereza y la temporalidad del semblante. El mundo de los pareceres, que ha surgido del discurso de la ciencia, ha tomado el giro de disolver la ficción de lo real, al punto que la pregunta sobre qué es lo real sólo tiene respuestas contradictorias, inconsistentes, en todos los casos inciertas. La angustia se hace inevitable.

Así, añade Miller, no estamos tanto en la era del malestar situado por Freud, sino en la época del impasse, y este impasse se hace particularmente evidente en el plano ético.

2. La caída de los Ideales

Como bien señala Miller, la voz doctrinaria del capitalismo es la del “mercado global”, lo que produce un malestar contemporáneo que se expresa en la preocupación por la identidad. No obstante, este mandato “universal” no es más que una pseudo universalización, porque la ambigüedad reina por todas partes: es imposible establecer una regla válida para todos, que alcance una significación que se establezca.

Freud había resaltado en su elaboración, la importancia del agente de la castración. A su modo, el Ideal del yo, del que pende la identificación del sujeto, viene a representar a esta agencia, puesto que alcanzar un Ideal siempre implica que es necesario un sacrificio. Apoyado en un conjunto de valores socialmente admitidos, el Ideal del yo es un modo de contener el goce, al mismo tiempo que ofrece un señuelo para colmar la castración -siendo que en realidad la redobla-. El Ideal del yo supone y otorga consistencia al Otro; así, gobierna los movimientos sociales y traza los anhelos de una cultura.

Pero en nuestra época aparece en su esplendor el objeto plus de goce, el goce por recuperar, otro tapón de la castración, sólo que, esta vez, desligado de cualquier Ideal. Se trata más bien del empuje a la satisfacción directa: el goce se encuentra en la vitrina, solo hay que ir por él (“o serás un perdedor”). Ella es la verdadera cara del imperativo Superyóico contemporáneo: ¡Goza!

En consecuencia, el Ideal del yo ha perdido la capacidad de dirigir al deseo y de tratar al goce. El objeto plus de gozar, el goce por recuperar, prevalece por encima del Ideal y lo sobrepasa o se desengancha de él. Es la prosecución del goce que queda por obtener el que, a la inversa, gobierna a la identificación. Y es por ello que, entre otras cosas, es una regla la satisfacción del consumidor, lo que convierte al sujeto en el cliente cuando no en el objeto mismo que se propone al consumo, lo que va desde el político hasta el niño y el estudiante, sea universitario o colegial.

Entonces, dada la declinación de los ideales, las identificaciones son lábiles, parciales. No hay procesos de identificación más o menos claros o definidos, sino redes múltiples y variables en las que los sujetos eventualmente se cuelgan, sin que ninguna supla de manera consistente el déficit significante del sujeto respecto de su ser y su destino.

Esto produce la inexistencia del Otro: no hay garantías, ni respuesta última, ni verdad por encontrar. Cuando ello se hace patente, y a falta de otra cosa en ese lugar, tampoco hay fe que se sostenga.

3. La debilidad de la democracia (o “el totalitarismo de la individualidad”) Por otra parte, puede decirse que, en principio, existe una dialéctica entre el discurso del Otro -que supone la existencia de una comunidad que representa a ese Otro mismo- y la puesta en cuestión de la existencia o la consistencia de la comunidad, con el consiguiente sometimiento a la discusión y a la deliberación continua de todo
discurso concreto. Pero en el extremo, estas dos posiciones dan lugar a un totalitarismo que es distinto en cada caso: el totalitarismo a la antigua, que no repara en los medios para darle consistencia al Otro, y el moderno, que residiría en una suerte de “totalitarismo de la individualidad” y que produciría la debilidad para ponerse de acuerdo y actuar.
Nos encontramos aquí de lleno con la debilidad inherente a la democracia deliberativa como resultado de la promoción del individualismo. Así, por ejemplo, la exaltación de los derechos del individuo implica que cada uno es el propietario de su cuerpo, con independencia de las aspiraciones de la colectividad. En realidad, las cosas suceden de tal modo que se da por sentada la necesidad de proteger a cada uno del goce nocivo del otro, que es su semejante. Lo que muchas veces conduce a una cierta infantilización que las instituciones promueven, especialmente en el campo de la salud pública.

4. … y el “auxilio” de los Comités de ética (o “la ética del yo ideal”)

Cuando se presenta a cielo abierto la inexistencia del Otro, acuden “los Comités de ética”, es decir, las asambleas de todo tipo que intentan comprender o contener la desregulación de los hechos sociales. No obstante, estos modernos Comités no se apoyan en algún Ideal del yo sino que, por el contrario, se trata con ellos de no herir “la ética del yo ideal”: la del no sacrificio, la preservación del goce narcisista. Esas son las reglas de juego implícitas
con las que se impulsan la conversación y la búsqueda del consenso. Se trata, supuestamente, de ir tras un consenso que incluya todas las opiniones de una comunidad establecida, lo que es imposible. Muchas veces la búsqueda de consenso no hace sino dilatar el tiempo de comprender al infinito, postergando los momentos de concluir. Es lo que ocurre cuando la conversación gira en torno a un discurso vacío que obtura lo real en juego. Para concluir sobre algo, hace falta el espíritu capaz de afrontar el riesgo. Por otra parte, la estadística es forzada para hacer suponer un consenso o para empujarlo. Así, el modo en que se usa esta herramienta en los más diversos campos revela que su función no es otra que la de suplir la inexistencia
del Otro: muestra lo que aparentemente piensa, siente o cree una mayoría y da forma al rating que, entre otras cosas, dirige a la política de(l) hoy.
Otro ejemplo del modo pseudo científico en el que actualmente se emplea la estadística, es el manual propuesto por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana y que se utiliza para diagnosticar la enfermedad mental: el DSM IV. Para su construcción, es imprescindible que todas las dolencias y trastornos mentales sean calculados, medidos y correlacionados, con el objeto de precisar y corregir, al fin, lo que sería el trastorno mental. La
consecuencia de ello es que se multiplican los trastornos y el manual se complica con una clasificación en la que una serie de números sustituyen a los cuadros clínicos, borrando las estructuras clínicas que podrían orientar el diagnóstico y, sobre todo, arrasando con el sujeto del conflicto psíquico, la singularidad de su dolencia, el detalle que lo hace particular junto con la palabra que podría rescatarlo.
La prevalencia del yo ideal explica también la ética de la salud que nos bombardea: el yo ideal pugna por alcanzar el estándar de la belleza y el funcionamiento eficiente, colocándose así al servicio del plus de gozar que prometería el discurso capitalista. Desde este ángulo, no es el ideal de buena salud lo que precisamente estaría en primer lugar, sino el del buen funcionamiento.
Finalmente, como menciona Miller, el ascenso del narcisismo se materializa en el susurro de la siguiente frase: “si no existe el Otro, entonces existo yo”.
5. La feminización de la época Actualmente se observa una mayor presencia de las mujeres en la esfera social, y en no pocos casos se
reconoce su eficiencia para conducir algunos asuntos públicos. Ellas, por estar más familiarizadas con la privación y la inconsistencia -menos tomadas por la “angustia del propietario” y por los semblantes de la autoridad- sabrían no sólo negociar con mayor suavidad, puesto que pueden prescindir del reconocimiento de su poder para hacerse escuchar, sino también, tomar acciones con la mayor dureza e independientemente de la sanción del Otro.
Pero la verdadera naturaleza de la feminización contemporánea reside en la extensión de las cualidades de superyo femenino a la esfera de lo social. Este superyo, del que padecen muchas mujeres, es el que se caracteriza por la conservación de las huellas del odio hacia el Otro primordial que supuestamente abandonó al sujeto a su desamparo, al mismo tiempo que no se desliga de la búsqueda de un Padre ideal. Es el que muestra su naturaleza de goce en frases del estilo “No me digas cuál es la ley sino quién es el juez” (E. Laurent), actitud que muestra lo que permanece irreductible a la castración simbólica y que se hace patente hoy, en todas sus variantes, en el interior de las instituciones sociales, cualquiera fuese la identificación sexual a la que el sujeto se adhiera.
Al mismo tiempo, y no por casualidad, buena parte de las mujeres sostiene, actualmente, que “no hay hombres”. Las mujeres tienden a enamorarse o del padre ideal o, según el monto de rencor que se conserve hacia la madre, del hombre que hubiesen querido ser. ¿Quién pudiera ser, en algunos casos por lo menos, “el hombre” que llega al corazón de una mujer ahora? Una respuesta posible: el que se muestra amo de su goce de acuerdo con el
discurso capitalista, independientemente de la ley; ése, hoy, es el que curiosamente hace mejor semblante de “saber lo que quiere”, en vista de la dificultad de hombres y mujeres, especialmente de los primeros, para hacerle frente al encuentro de los sexos en el amor.
Sin embargo esta elección, orientada por la certeza y el riesgo, podría representar un modo, aunque falaz, de oponerse a la ambigüedad que se enraíza en todos los lazos sociales y cuya máxima expresión se ubica en las siglas con las que se identifica la cultura del éxtasis y el rave: PLUR (peace, love, unity and respect); una cultura de la que no siempre escapamos más allá de la edad y las preferencias de consumo. Es decir, ¿acaso el moderno semblante de comprensión y tolerancia no es, muchas veces, sino un efecto de “la ética del yo ideal” a la que hacíamos alusión al
inicio? Una ética para la cual el semejante, en realidad, es un fastidio.
En otra línea de reflexión sobre el tema, recordemos que Lacan sitúa al goce femenino como la otra cara de Dios. Se trata de un goce que no comporta ningún saber; un goce que no puede ser articulado en una cadena significante. Se siente, pero de eso no se sabe nada. Como tal, este goce no remite a un Uno que pueda ser el soporte de alguna identificación.
El cálculo exacerbado que regla nuestras sociedades acentúa, en contrapartida, el llamado a un goce en el que no se encuentra nada y que se opone a cualquier identificación sostenida en algún Ideal. Este hecho, si bien da lugar a la diversidad, al uno por uno, implica también que el sujeto se encuentre sin recursos para situarse frente al Otro, que exige siempre más de él. Aquí reside, pues, el trasfondo de lo que puede caracterizarse como una
feminización de la época.

6. La perversión del sujeto plusmoderno

Tal como postula Jacques Lacan, el toxicómano busca liberarse de su relación con el falo, de sus dificultades para acceder a una mujer y conquistar el goce sexual. Pero, según expresa Eric Laurent, si vamos más lejos en la idea podemos decir que el toxicómano buscaría en cortocircuito, soslayando las condiciones impuestas por el deseo sexual, alcanzar el goce del lado femenino, es decir, maniobrar con el goce que se le presenta como inalcanzable.
La perversión contemporánea, la que concierne al sujeto plusmoderno -tal como nosotros hemos acordado designarlo precisamente para distinguir la perversión contemporánea de la clásica- ¿no queda explicada de este modo? Se trata de conquistar un goce imposible en el más allá de toda valorización o significación fálica, aunque implique pasar por ella, en vista del fracaso de los argumentos que soportarían un deseo y de los límites que éste
impone; solo que, visto así, se trata de un goce sin el saber ni el lazo, separado del Otro.

NOTAS

[1] Freud, S., “Prefazione a Gioventu traviata di August Aichhorn” in Opere, vol. 10, Boringhieri, Torino 1978, p. 181.
[2] Lacan, J., Il seminario. Livro XVII. Il rovescio della psicoanalisi, 1969-1970, Einaudi, Torino 2001, p. 208.
[3] Lacan, J., I complessi familiari nella formazione dell’individuo, Einaudi, Torino 2005, p. 4.
[4] Miller, J-A., “Linee di lettura”, Postfazione a J. Lacan, I complessi familiari, cit., p. 95.
[5] Lacan, J., Scritti, vol. I, Einaudi, Torino 1974, p. 270.
[6] Ibidem., p. 270.
[7] Cfr. al respecto los primeros siete capítulos de: J. Lacan, Il seminario. Libro V. Le formazioni dell’inconscio, 1957-1958, Einaudi, Torino 2004.

Fuente : Bitacora Lacaniana 1. http://www.nel-amp.com/bl/bl01/suplemento.html#1

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GENESIS DEL HABITUS

Genesis del Habitus

Bourdieu la asocia a dos procesos diferentes:

el de la inculcación de un arbitrario cultural y el de la incorporación de determinadas condiciones de existencia. La inculcación, tal como es analizada en La Reproduction, supone una acción pedagógica efectuada dentro de un espacio institucional (familiar o escolar). La incorporación, en cambio, remite a la idea de una interiorización, por parte de los sujetos, de las regularidades inscritas en sus

condiciones de existencia.

Bourdieu, P (1970). La Reproduction . París: Minuit. Citado por Giménez, G (2002). Introducción a la sociología de Pierre Bourdieu. Colección Pedagógica Universitaria, No. 37-38, enero-junio/julio-diciembre 2002, 1-11.

Fuentes: Algo más que el capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo

Qué es el habitus

EL HABITUS
la historia objetivada en las cosas bajo forma de instituciones, y la historia encarnada en los cuerpos bajo la forma del sistema de disposiciones duraderas que llamo habitus (1982: 37-38)

Bourdieu, P (1982). Leçon sur la leçon. París: Minuit. Citado por Giménez, G (2002). Introducción a la sociología de Pierre Bourdieu. Colección Pedagógica Universitaria, No. 37-38, enero-junio/julio-diciembre 2002, 1-11.

Para Bourdieu, el agente social no sólo actúa hacia el exterior, sino que está condicionado subjetivamente –“desde dentro”– por el sistema de sus disposiciones adquiridas.
Bourdieu recurre a dos registros categoriales para definir el habitus: el de disposición (heredado de la filosofía moral) y el de esquema (heredado del estructuralismo levi-straussiano).

En efecto, el habitus se define a la vez como “sistema adquirido de esquemas generadores” (1980b: 92) y como “sistema de disposiciones duraderas y transponibles” (:88).

Bourdieu, P. (1980) Le Sens Pratique, Paris, Minuit. Citado por Giménez, G (2002). Introducción a la sociología de Pierre Bourdieu. Colección Pedagógica Universitaria, No. 37-38, enero-junio/julio-diciembre 2002, 1-11.

Fuente: Algo más que capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo

Qué es campo para Bourdieu

Campo

Lo que constituye al campo son dos elementos:

– La existencia del capital común

– La lucha por su apropiación

A lo largo de la historia se acumula un capital (de conocimiento, de habilidades, creencias) respecto al cual actuan dos posiciones:

– La de quienes detentan el capital

– La quienes aspiran a poseerlo

El hecho de intervenir en la lucha contribuye a la reproducción del juego mediante la creencia en el valor del juego.

García, N (2004). Diferentes, Desiguales y Desconectados. Barcelona: Gedisa

Fuente: Algo ms que capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo

Qué es el capital simbólico

CAPITAL SIMBOLICO

Bourdieu introduce de hecho una cuarta especie de capital: el capital simbólico. Se trata de ciertas propiedades que parecen inherentes a la persona misma del agente, como la autoridad, el prestigio, la reputación, el crédito, la fama, la notoriedad, la honorabilidad, el buen gusto, etc. Así entendido, el capital simbólico “no es más que el capital económico o cultural en cuanto conocido y reconocido” (1987: 160).

Bourdieu, P (1987),147 citado por Joerges, B y Nowotny, H. (2003). Social Studies of Science and Technology: Looking Back, Ahead. Netherlands: Springer.

Fuente: Algo más que capital simbólico. http://www.geiuma-oax.net/Web/bourdieu2.htm Sigue leyendo

DECONSTRUCCIÓN Y LATINOAMERICANISMO

DECONSTRUCCIÓN Y LATINOAMERICANISMO
(Unión de dos polos en la geopolítica del conocimiento)

Por: CLAUDIA GONZÁLEZ CASTRO

En las líneas posteriores a esta introducción, intentaremos un acercamiento a la relación entre la filosofía de la deconstrucción, emergente desde la hegemonía de la geopolítica del conocimiento, y la posibilidad de erigir un pensamiento latinoamericano, que se libere de los conceptos de “modernización” y “colonización”, impuestos por la colonialidad del poder que nos ha delimitado históricamente. Dicho de esta manera, pareciera posible abordar la deconstrucción como una vertiente de las Teorías Críticas. Es necesario considerar entonces, que la deconstrucción no pertenece a la tradición de la Crítica, pero convergen en el momento en que ambas se traducen en un espacio de sospecha y han constituido un conjunto de influencias que han impulsado la crítica social y política en América Latina. La deconstrucción aporta a la posibilidad de la crítica entregando ciertos elementos de su filosofía. En primer lugar no hay que perder de vista que esta consiste en una posición filosófica que se relaciona con la textualidad y su análisis. Podríamos definirla en un primer intento (y muy superficialmente) como “operaciones de lectura” que son factibles de proyectar hacia la reflexión política y de esta manera mimetizarse con un ejercicio crítico. Es decir, sin dirigirse originalmente hacia el develamiento de intenciones políticas, en su análisis del discurso, permite elucidar aquello que la crítica persigue como objeto de análisis. La deconstrucción no se enmarca en los términos de la crítica además, porque escapa al sentido de un juicio valorativo que emana de una decisión establecida a partir de una serie de jerarquías.

Sin embargo, y aunque el ejercicio filosófico de Derrida, primeramente no tuvo pretensiones políticas y se dirigía, más bien a la textualidad, es imposible rechazar la utilidad de cualquier ejercicio filosófico para la comprensión de la naturaleza política, aunque este sea tema de otro debate entre autores como Simon Critchley y Ernesto Laclau, que concuerdan con la importancia de la deconstrucción para la política[1], contradichos por Richard Rorty quien no confía en la utilidad de la estrategia derrideana para la comprensión de los problemas políticos. Tal como él lo explica: “no creo que la desconstrucción haya hecho demasiado ni por el estudio de la literatura ni por la comprensión de nuestros problemas políticos, no porque la desconstrucción sea una mala filosofía, sino porque no podemos esperar demasiado de la filosofía. No le pediríamos a la filosofía, o a algo similar, que cumpla con tareas para las cuales no está preparada. A pesar de que he aprendido mucho de los escritos de Laclau, pienso que sobreestima la utilidad política de Derrida (…)”[2]

Hecha la aclaración entre las convergencias entre Teorías Críticas y Deconstrucción, nos acercaremos, en una primera instancia, al término deconstrucción (aún sabiendo las dificultades que eso implica) para luego revisar las posibles imbricaciones con el levantamiento de un pensamiento latinoamericano.

La Deconstrucción y el espacio de su génesis.

No es pretensión de este trabajo realizar una cronología de la implantación del concepto de Deconstrucción en la filosofía occidental, ni de las obras de Jaques Derrida, pero sí, se considera necesario situar su génesis a partir de la vinculación y oposición con el estructuralismo y la hermeneútica, ya que sin duda, esta relación de convergencia y divergencia con ambas tradiciones teóricas, determinarán el camino de la estrategia derrideana.

La deconstrucción en su origen objetivó la literatura, dirigiéndose hacia aquello que la literatura expresa pero no dice. Su posición filosófica se relaciona entonces, con la textualidad y su análisis. El punto de partida será la crítica del concepto lingüístico estructuralista. Derrida concibe el lenguaje, desde su propia posición estructuralista, como un sistema relacional en que cada término toma su sentido respecto a otro. Esto presenta el peligro del deslizamiento permanente en la cadena de significantes. Es decir, la remisión eterna de un signo a otro, sin la posibilidad de encontrar un punto donde detener las referencias mutuas. Para evitar este desplazamiento eterno, Derrida nos remite a un centro fijo o núcleo estructural que como tal, no puede alterarse sin la quiebra de todo el sistema. Entonces la objetividad virtual está dada por los principios inherentes de organización, es decir, el “sentido total de la estructura”. En palabras de Derrida: “(…) el centro cierra el juego que él mismo abre y hace posible. En cuanto centro, es el punto donde ya no es poible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de los términos. En el centro, la permutación o la transformación dee los elementos (que pueden ser, por otra parte, estructuras comprendidas en una estructura) está prohibida. Por lo menos ha permanecido siempre prohibida (y empleo esta expresión a propósito). Así pues, siempre se ha pensado que el centro que por definición es único, constituía dentro de una estructura justo aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructuralidad.”[3] Este núcleo, como se puede entender, debe tener un fundamento natural. No puede ser arbitrario y Derrida descubre su matriz fundamental en el intuicionismo fenomenológico Husserliano (que constituye la base de la corriente hermeneútica). La fenomenología de Husserl, intenta tematizar la operación constitutiva de los sentidos, penetrar y descubrir la estructura del ámbito trascendental de articulación de los objetos ideales, que estarían inmediatamente dados a la conciencia, no siendo el resultado de su reflexión sino de su premisa.[4]

La Deconstrucción, como se puede apreciar, se entiende a partir de la comprensión de las estructuras, por tanto, Deconstruir es un gesto estructuralista, o más bien, un gesto que asume la problemática estructuralista.

Desde este punto de partida es que podemos comprender la deconstrucción como una reinterpretación del texto, que se escabulle hacia los “querer decir” que van más allá de lo dicho. La deconstrucción se empeña en demostrar que los argumentos (que se organizan en una estructura jerárquica) poseen tanta razón, como carecen de ella. Es decir, pone en evidencia lo que se es y lo que no se es. Es la lectura de lo que no está escrito y la objetivación de aquello que no está, para reactivarlo, evidenciarlo y transformarlo. La búsqueda del querer decir del autor en el texto, acerca la deconstrucción hacia la Hermenéutica, pero a la vez la aleja de ella, en tanto la deconstrucción no persigue develar una verdad intrínseca en el texto, sino el descubrimiento de algo más, que abre la lectura en vez de cerrarla.

Es en este campo de análisis textual que surgen los conceptos, acuñados por Derrida de “indecidibilidad” y “differance”, en los que nos detendremos brevemente debido a su importancia al ensamblar el deconstruccionismo con el Latinoamericanismo. El primero de ellos (indecidibilidad) alude al espacio textual en el que convergen la posibilidad de algo y su imposibilidad: Esto significa que al interior de toda estructura, la condición de posibilidad de algo, es también la condición de su imposibilidad. Por tanto, toda estructura es indecidible, y deconstruir la estructura: “es lo mismo que demostrar su indecidibilidad, la distancia entre la pluralidad de ordenamientos que eran posibles a partir de ella y el ordenamiento real que finalmente prevaleció”[5]. Esto no significa quedar en suspenso dentro de la indecisión. Esto implica una decisión dentro de la indecidibilidad. La decisión sería entonces el movimiento que aleja la deconstrucción de el nihilismo nitzscheano. Si bien, ambos intentan desenmascarar las contradicciones de un determinado discurso, nietzsche articula su destrucción, mientras que Derrida supera la indecidibilidad con la decisión: “en una primera dimensión una verdadera decisión es algo mayor que un efecto derivado de una regla de cálculo y algo distinto de él. Una verdadera decisión siempre escapa a lo que cualquier regla puede esperar subsumir. Pero una segunda dimensión –correlativa- es que, en ese caso, la decisión tiene que estar basada en sí misma, en su propia singularidad. Ahora, esa singularidad no puede traer por la puerta trasera lo que no ha podido pasar por la entrada principal –la universalidad de la regla-. Ella se ve simplemente abandonada a su propia singularidad. Es por eso que, como lo expresa Kierkegaard, el momento de la decisión es el momento de la locura”[6]

Con el término “differance”, Derrida libera al significado de la unicidad y los ingresa al interior de un libre juego en el que se relacionan unos con otros en un proceso que en el que no existe autoridad dentro del texto, que declare significados únicos. Es el texto el espacio en que los términos obtienen su significado.

La differance, es un neologismo acuñado por Derrida que al escribir “differance” con “a” (y no con “e”, como el término francés original, situación que, por lo demás es imperceptible en la pronunciación francesa de ambos términos) pretende unir los conceptos de diferencia y diferir. Es decir por una parte implica ser diferente con respecto a otro (diferencia) y por otra parte implica aplazar o retrasar en el tiempo (diferir). Por tanto adquiere connotaciones espacio-temporales. Desde el sentido del espacio, la differance nos señala lo otro, lo diferente, lo que está afuera. Desde el sentido del tiempo, Derrida dice: “Diferir en este sentido es temporizar, es recurrir, consciente o inconscientemente a la mediación temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción del ‘deseo’ o de la ‘voluntad’, efectuándolo también en un modo que anula o templa el efecto”.[7]

Según las dimensiones espacio-temporales de la differance entonces, no existe un ser unitario, no existe la identidad (entendida como igualdad), de la misma forma todo es diferido y retrasado y no existe la posibilidad de su presencia inmediata.

Al interior de la deconstrucción de un texto, la differance elimina la posibilidad de que haya conceptos trascendentales o presencias absolutas. No puede haber ningún significado trascendental desde que todo significante remite exclusivamente a otros significantes: “(…)descubrir la huella que marca lo Uno con lo Otro desnudando la raíz de la imposibilidad de su presencia inmediata a sí, su disyunción originaria respecto de sí. Esta huella (esa différance constitutiva) es lo que da volumen al presente, lo densifica, dislocándolo; es lo que un significante representa siempre para otro signficante (la différance) una vez que se ha perdido todo significado trascendente. La articulación de un sentido suplementa este vacío estructural, pero este suplemento se encuentra, él mismo, ya marcado en su origen (la archihuella)”[8] Deconstruir un texto entonces, es poner en acción, la differance.

Deconstrucción y Latinoamericanismo

Antes de enfrentar ambos conceptos es necesaria una aclaración. Ya explicamos en la introducción a este escrito, que la Deconstrucción no se relaciona con una posición Latinoamericanística postcolonial desde la perspectiva de la crítica. Tampoco lo hace desde el análisis, ya que su ejercicio no culmina con el esclarecimiento de un elemento simple, indivisible, o un origen. De hecho, la Deconstrucción elimina la posibilidad de un origen. De la misma manera, debemos aclarar que la Deconstrucción no es un método, para esto tendría que tener características procesuales que la deconstrucción no tiene. Debería además contener un conjunto de operaciones ordenadas previamente en tanto el ejercicio de la deconstrucción, no está precedido de un orden que trace un camino, este sólo se ejerce y su desarrollo se evidencia una vez que ya ha sido ejecutado.

El término que parece ser más apropiado para referirse a la Deconstrucción es el de “intervención”: La Deconstrucción interviene en un discurso para desestabilizarlo desde aquello que no se evidencia.

Volvamos ahora a América Latina. Su posición se ha configurado desde dos directrices que condicionan su evolución: la supeditación a la metanarrativa universal de la razón y el progreso, que entiende el desarrollo de todo proceso social desde la visión eurocéntrica, en concomitancia con el concepto de hegemonía. Una segunda directriz: el colonialismo, como lugar de lo subalterno y proyección de la hegemonía. Pero estas directrices, si bien son evidentes, han erigido en un espacio de acallamientos e historias no contadas. El discurso de la hegemonía ha dejado un margen externo, un afuera indecible.

Como se puede deducir de lo expuesto acerca de la estrategia de la desconstrucción, ésta se orienta hacia un desenmascaramiento del pensamiento occidental, los ideales metafísicos tradicionales y la violencia que han ejercido a lo largo de la historia. La deconstrucción interviene desestabilizando el discurso de la razón y el progreso introduciéndose en su falta de fundamento último, ya que la Deconstrucción debe “confrontar todo orden instituido con la radical contingencia de sus fundamentos, no para hallar su sin sentido originario sino para traspasarlo y acceder a la instancia en la cual el sentido y el sin sentido se entrelazan”[9]

La deconstrucción desenmascara las oposición Hegemónico-subalterno, señala su estructura jerárquica violenta, y la invierte. La lleva a la experiencia de la indecidibilidad al revelar que la posibilidad del ejercicio del poder es a la vez la condición de su imposibilidad. Ernesto Laclau escribe acerca de la oposición poder-libertad: “aquello que limita la libertad –el poder- es también lo que la hace posible. (…) Esto significa que una sociedad totalmente libre –de la cual el poder hubiera sido eliminado- y una que fuera enteramente no-libre son conceptos equivalentes”.[10]

La Deconstrucción además invita a intervenir la textualidad: aquella que configura un discurso abierto y expuesto, pero también interviene en lo indecible y aquello que está fuera de la textualidad. Aquello que Dussel concebía como “el otro” aquello que permanece en el exterior del sistema y que está determinado por condiciones que van más allá de las clases sociales: etnia, género, sexualidad, nacionalidad, serían algunos componentes sociales que delimitarían el margen.

La diferancia establece aquí un juego de lectura que opera en el interior de los textos, mostrando la genealogía de sus conceptos, su doble cara, lo que reprimen y no dicen. Desplaza el significado de los mismos al inscribir los términos en otras cadenas de significantes.

En este margen de acallamientos se encuentra un espacio necesario de ser reflexionado, y sobre lo cual se proyecta una intervención de tal forma que entre lo que es y lo que no es, se abre una posibilidad distinta de lo uno y lo otro. Un tercer espacio como lo definiría Alberto Moreiras, desde el cual pensar la emergencia del latinoamericanismo: un intersticio entre lo hegemónico y lo subalterno. No es un ejercicio aleatorio de ambos, sino un espacio alternativo que no pertenece al primer espacio, preconizador de una utopía identitaria étnica, ni al segundo espacio, supeditado a la teoría imperial. El tercer espacio renuncia a la jerarquización discursiva, reacciona contra el dominio del texto metropolitano, pero mantiene el compromiso con la teoría, la voluntad teórica libre de la exacerbación utópica de paradigmas identitarios y hegemónicos. Desde el Tercer Espacio, debe erigirse entonces el pensamiento Latinoamericano, en apertura a la apropiación, traducción y rehistorización.[11] Entendido de esta manera, el tercer espacio surge desde la experiencia de la indecidibilidad.

Pero, tal como se dice en las páginas precedentes, la indecidibilidad se supera en la decisión, que diferencia a la deconstrucción con el nihilismo. Efectivamente, la Deconstrucción no se queda en la simple negación o destrucción, sino que implica un acto creativo sustentado en la decisión. Deconstruir significa entonces, también, reconstruir. Una reconstrucción esperanzadora que interviene en el discurso, lo desmantela para levantar algo nuevo desde la perspectiva de totalidad de su estructura y sus infinitas posibilidades de asociación, cuya edificación se erige en el momento de decidir. El proyecto deconstruccionista entonces, busca el desmantelamiento de las epistemologías coloniales, pero también la apertura hacia nuevos espacios que permitan a los sujetos subalternos articular sus propias formas de conocimiento. Deconstruir las relaciones jerárquicas del poder, para la liberación de la hegemonía y la construcción de una sociedad política cimentada en la solidaridad social. En definitiva Deconstruir es también, descolonizar.

BIBLIOGRAFÍA
Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998

· Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990.

· Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002.

· Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998.

· Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A.

· Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

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[1] Chantal Mouffe (comp.), Deconstrucción y Pragamatismo, Buenos Aires, Paidos, 1998

[2] Ibíd., p. 137

[3] Jaques Derrida, “La estructura, el Signo y el Juego en el Discurso de las Ciencias Humanas”, en La Escritura y la Diferencia, Madrid, España, Editorial Anthropos, 1990, p. 383

[4] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, pp.63-64.

[5] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.112.

[6] Ibíd., pp. 109-110.

[7] Jaques Derrida, “La Differance”, en Márgenes de la Filosofía, España, Editorial Cátedra, S.A., pp.39-62

[8] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p. 63.

[9] Elías Palti, Deconstruccionimo en “Términos Críticos de la Sociología y Cultura” Carlos Altamirano (dir.), Buenos Aires, Paidos, 2002, p.63

[10] Ernesto Laclau, Deconstrucción, Pragmatismo y Hegemonía, en Deconstrucción y Pragamatismo, Chantal Mouffe (comp.), Buenos Aires, Paidos, 1998, p.108.

[11] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS

/LOM Ediciones, 1999.

Fuente:Red de maestros de maestros. http://www.rmm.cl/index_sub.php?id_seccion=387&id_portal=86&id_contenido=5648 Sigue leyendo

EPISTEMOLOGÍAS POSTCOLONIALES

EPISTEMOLOGÍAS POSTCOLONIALES
Acerca del Espacio de su Génesis

Por: Claudia González Castro

La emergencia de estudios que desvían la mirada desde los paradigmas imperantes de las ciencias sociales para reivindicar las epistemologías postcoloniales, se fundamenta en distintos argumentos que emanan desde las diferentes vertientes que nutren el problema en cuestión. Por una parte, se entiende el postcolonialismo como una consecuencia de la postmodernidad y la consiguiente crisis de paradigmas en ciencias sociales. Esto nos sitúa en una metanarrativa, que entiende el desarrollo de todo proceso social desde la visión eurocéntrica, en concomitancia con el concepto de hegemonía que se proyecta en la institucionalización de los estratos sociales. En segunda instancia, se entiende el postcolonialismo como una necesidad de reivindicación de lo subalterno, con pretensiones de generar un verdadero intersticio de quiebre epistémico. Analicemos cada uno de estos tópicos para establecer los nexos entre ambos.

Si bien el concepto “Post moderno” es conflictivo y absorbe una gran cantidad de cuestionamientos, que hace impensable aventurar una definición, generalmente se le utiliza para describir transformaciones culturales que cuestionan los paradigmas sobre los cuales se asienta la modernidad: la universalidad del conocimiento, la localización del saber y los criterios de temporalización, son algunos de los fundamentos a la aparición de miradas divergentes que erigen los estudios postcoloniales, y que han sido ampliamente analizados por autores como Dussel, Wallerstain, Spivak, Quijano, por solo nombrar algunos. Detengámonos un momento en los criterios de temporalización y su relación con lo postmoderno y postcolonial. La crisis de las ciencias sociales que se ha proyectado hacia la historia, acusa a la cronología dictatorial de no considerar los diferentes momentos que convergen en un determinado momento histórico. La anacronía de las diferentes historias simultáneas cronológicamente son difíciles de concebir como ritmos temporales heterogéneos sin el agregado de gradación civilizatorio que las ubica en más o menos lejos del referente de desarrollo moderno. La apertura a un nuevo criterio de temporalización, ha superado el cuestionamiento del subdesarrollo abriendo nuevas posibilidades a la consideración de la heterogeneidad que fundamenta las epistemologías postcoloniales desde una mirada académica.

Pero no es el único vínculo que une posmodernidad y postcolonialismo, en tanto la primera se establece como un lugar de sospecha de la modernidad y sus patrones racionales, fundamentaría también el saber postcolonial. Esta posible relación la han analizado autores como Nelly Richard[1], Hermann Herlinghaus y Monika Walter[2], Homi Bhaba [3], entre otros. Walter Mignolo intenta aclarar ambos conceptos: “(…) en América Latina (así como en ciertas áreas de Asia y África) lo posmoderno y lo poscolonial-occidental son dos caras de la misma moneda, que sitúan las construcciones imaginarias y los lugares de enunciación en diferentes aspectos de la modernidad del orden mundial moderno colonial e imperial”.[4] Pero también nos advierte del peligro de interpretar lo poscolonial con los cánones provenientes de lo hegemónico. Moreiras acoge esta idea y cita a Mignolo: “si la ´posmodernidad´ y la ´poscolonialidad´ son nombres de dos maneras o espacios de pensamiento para ´contrariar a la modernidad´, ´deconstrucción´ designaría la operación asociada a la primera manera y ´descolonización´ la operación asociada a la segunda”[5]. Desde esta perspectiva, es necesario repensar lo postcolonial desde su propio espacio, a través de su propio ejercicio crítico: la “descolonización”, sin supeditación al criterio europeo de la postmodernidad.

Pero no solo la voluntad de contrariar la modernidad es posible considerar a la hora de interpretar lo postcolonial a partir de la metanarrativa europea. También se observa la creciente necesidad de institucionalizar los estratos de todo sistema social, obedeciendo a la voluntad hegemónica del poder totalizante para la reproducción de la colonialidad.

Debemos primeramente, entender el poder en su manifestación globalizada y capitalista. Es decir, desplazado desde los Estados Naciones hacia las empresas capitalistas globales, como lo explica Zizek: “Con el funcionamiento multinacional del Capital, ya no nos hallamos frente a la oposición estándar entre metrópolis y países colonizados. La empresa global rompe el cordón umbilical que la une a su nación materna y trata a su país de origen simplemente como otro territorio que debe ser colonizado”.[6] Dentro de esta idea de autocolonización, se entiende la necesidad de poder y dominio de la lógica del capital sobre sus territorios de expansión. Lo que está fuera de los márgenes se escapa de los mecanismos de control e inclusive podría significar una desestabilización del sistema capital. Por tanto, se hace necesario la incorporación del margen al espacio académico e institucional a través de la categorización que le entrega identidad, espacio y lugar dentro de lo establecido. La identidad del postcolonialismo, visto desde esta perspectiva, podría llegar a confundirse con un espacio de resistencia y oposición, pero en verdad son los rangos de permisividad que se admiten dentro del todo.

Moreiras advierte la dependencia de los estudios Postcoloniales Latinoamericanos a las construcciones discursivas pertenecientes a la dinámica global de la dominación, a través de formas de conocimiento europeas y modernas, en una especie de contradicción semántica de un discurso que presenta al menos dos estratos: uno superficial que niega en apariencia, y otro subyacente en el que se niega lo que se está negando: “negación de la negación” que en su extremo más radical se convierte en afirmación absoluta. De esta manera lo postcolonial se establece como un discurso que niega la homogeneidad desde una perspectiva integradora de aquellos constructos culturales objetivados desde una concepción moderna y europea[7].

Este punto de tensión se proyecta, por ejemplo, en la Literatura Latino Americana. En el ejercicio literario, se puede afirmar la existencia de una novela emergente en los años 60, que se puede delimitar dentro de ciertos márgenes que se alejan de lo racional para acercarse a lo mágico. Moreiras analiza estas intenciones identitarias americanistas que hacen uso de estructuras narrativas y lengua de los dominadores, de esta forma se proyectan como una réplica, que se integra a lo ya existente, sin ampliar los márgenes de tensión y resistencia, más allá de lo establecido[8]. No es posible desde esta perspectiva, hablar de diferencias sino de estratos de la estructura imperante. Es la posibilidad de emergencia de un discurso enmarcado en un fundamento teórico establecido, que al legitimarlo dentro de un sistema, pasa a formar parte de él. La emergencia de lo postcolonial entonces, entendida como democratización cultural desde lo hegemónico, incorpora entonces todos los estratos sociales a la propuesta moderna creando nuevos espacios de consumo y reproduciendo la colonización ya no del territorio, sino del conocimiento.

Pensemos ahora en una segunda alternativa de espacio de emergencia de lo postcolonial: lo propiamente postcolonial. Aquello que se erige desde el margen, que no reclama la inclusión sino el reconocimiento de la diferencia colonial ética, política y epistémica. Un pensamiento que no se entiende desde Santo Tomás, Kant o Marx, sino desde el espacio que Dussel concebía como “el otro”: “Dussel concebía la totalidad compuesta por «lo mismo» y «lo otro», y llamaba a esa totalidad (formada por «lo mismo» y «lo otro») «lo Mismo». Fuera de esa totalidad estaba el dominio de «el otro». La diferencia en español viene dada por el cambio de artículo: mientras que lo otro no sería sino la categoría complementaria de «lo mismo», el otro permanecería fuera, en el exterior del sistema. (…) Metafísicamente, «el otro» es – desde la perspectiva de la totalidad de «lo mismo»- lo impensable que Dussel urge a pensar.[9] Walter Mignolo diferencia “lo otro” de “el otro”, denominándolos subalternidades interior y exterior[10], que se diferencian más allá de lo que Marx pudo ver en términos de clases sociales y jerarquías. Etnia, género, sexualidad, nacionalidad, serían algunos componentes sociales que delimitarían lo interior de lo exterior. La subalternidad exterior, o “el otro” presentaría ciertos márgenes de movilidad, en tanto el sistema maleable, incorpora parámetros de reconocimiento, dentro de la jerarquía, sin desligarlos de su condición de subalternos, pero al interior de la totalidad.

Lo postcolonial emerge entonces, desde la subalternidad situada en el exterior, un espacio impensable en el imaginario del sistema mundo moderno.

A esta altura del análisis, parece importante referirse a la dicotomía “de-desde”, que establece la diferencia existente entre el discurso académico que “habla de”, aprehendiendo un determinado objeto de estudio (subalterno) a partir del escenario institucional establecido y “habla desde” las propias convicciones socio políticas de espacios subalternos. Los Estudios que hablan “de” América Latina, como “lo otro” contribuyen a erigir un imaginario geográfico que existe al interior de un texto. Es una construcción textual subordinada al discurso de quién lo escribe. Hablar “desde” América Latina, implica levantar un discurso cargado de nativismo, y localidad. Una provocación para la objetividad racional, que proyecta los saberes silenciados y desarticula la representación epistémica. Este pensamiento constituye la perspectiva otra, que reclama la interculturalidad. Edgardo Lander, enumera las ideas centrales de este paradigma, citando a Maritza Montero:

“Una concepción de comunidad y de participación así como del saber popular, como formas de constitución y a la vez como producto de un episteme de relación.
La idea de liberación a través de la praxis, que supone la movilización de la conciencia, y un sentido crítico que lleva a la desnaturalización de las formas canónicas de aprehender-construir-ser en el mundo.
La redefinición del rol de investigador social, el reconocimiento del Otro como Sí Mismo y por lo tanto la del sujeto-objeto de la investigación como actor social y constructor de conocimiento.
El carácter histórico, indeterminado, indefinido, no acabado y relativo del conocimiento. La multiplicidad de voces, de mundos de vida, la pluralidad epistémica.
La perspectiva de la dependencia y luego, la de la resistencia. La tensión ente minorías y mayorías y los modos alternativos de hacer-conocer.
La revisión de métodos, los aportes y las transformaciones provocados por ellos”.[11]

Moreiras nos lleva al campo epistemológico de lo propiamente poscolonial latinoamericano, evidenciando la existencia de dos latinoamericanismos. El primero, opera tradicionalmente como discurso inscrito en la estructura académica. Como tal genera construcciones textuales que se inscriben en la dinámica global de la dominación, en pro de la integración y homogenización. El segundo latinoamericanismo, más que teorizar América Latina, pretende establecerse en el actuar, contradisciplinario y anti representacional, en busca de la liberación de las diferencias y la desarticulación del constructo teórico imperial. La función de este segundo latinoamericanismo es “entorpecer el progreso tendencial de la representación epistémica hacia su total clausura. En palabras de Moreiras: “el primer Latinoamericanismo opera bajo la presunción de que lo alternativo, o lo “otro”, puede siempre y de hecho siempre debe ser reducido teóricamente; pero el segundo Latinoamericanismo se entiende en solidaridad epistémica con las voces o los silencios residuales de la otredad latinoamerica”[12]

Moreiras presenta además una alternativa para pensar la emergencia del latinoamericanismo: El Tercer Espacio. Este se configura como un intersticio entre lo hegemónico y lo subalterno en sus versiones más extremas. No es un ejercicio aleatorio de ambos, sino un espacio alternativo que no pertenece al primer espacio, preconizador de una utopía identitaria étnica, ni al segundo espacio, supeditado a la teoría imperial. El tercer espacio renuncia a la jerarquización discursiva, reacciona contra el dominio del texto metropolitano, pero mantiene el compromiso con la teoría, la voluntad teórica libre de la exacerbación utópica de paradigmas identitarios y hegemónicos. Desde el Tercer Espacio, debe erigirse entonces el pensamiento Latinoamericano, en apertura a la apropiación, traducción y rehistorización.[13]

La emergencia de la voz de la subalternidad presenta importantes cuestionamientos. Por una parte, Dipesh Chakrabarty, se cuestiona el alcance del discurso poscolonial y su capacidad de réplica: “Ellos (europa) producen su trabajo ignorando relativamente las historias del no-Oeste, y esto no parece afectar la calidad de su trabajo. Este es un gesto que, sin embargo ‘nosostros’ no podemos devolver. Ni siquiera podemos permitirnos una igualdad o simetría de ignorancia en este nivel sin correr el riesgo de parecer como ´fuera de moda’ o ‘anticuados”.[14] Con la metáfora de “devolver el gesto”, Chakrabarty nos quiere evidenciar la ignorancia asimétrica que condiciona la producción teórica del tercer mundo. Ante el problema, Chakrabarty propone el proyecto de provincialización de Europa. Su propuesta no constituye un rechazo a la modernidad pero invita a cuestionarla desde sus conceptos elementales: la razón la ciencia y la universalidad del conocimiento, sin que este profundo cuestionamiento signifique relativismo cultural. Provincializar Europa no solo comprende el cuestionamiento, sino también, el desarrollo de una “conciencia” por parte de los dominados de una historia oculta que nos involucra en el desarrollo de la idea de modernidad, en tanto Europa no ha gestado sola las grandes narrativas, sino que es producto del aporte de todos los proyectos occidentales de progreso y las ideologías modernizadoras de los nacionalismos presentes en el tercer mundo. También este proyecto invita a hacer visible la represión y la violencia como instrumental de la modernidad a través de un espacio asignado en la estructura de las formas narrativas de la historia y exige que se revele las razones por las cuales se consideró ineludible.[15]

Provincializar Europa, significa sobre todo, abrir la historia a la heterogeneidad, sin caer en lo nativista, nacionalista ni atávico, y a entender otras formas de solidaridad humana.

Para Spivak, el proyecto de Chakrabarty estaría limitado por la imposibilidad del sujeto subalterno, de proyectar su propia voz, recurriendo a determinados mecanismos que le entregarían representación discursiva. De la misma manera en que dicha representación puede alterar el enunciado primitivo, el espacio dentro de la historia que se adjudica el sujeto, lo desplaza de su condición de subalterno. De esta manera, lo subalterno desaparece en su condición de margen irrepresentable.[16]

Aunque paradójico, los dos puntos de génesis observados para los estudios Postcoloniales, generan una verdadera antinomia, que podría atraer la confusión antes de adoptar un lugar de reflexión o acción. Es necesario entonces, situarse en la sospecha de todo discurso postcolonial para elucidar el texto oculto que evidencia los anhelos unificadores e integradores a la potencia hegemónica. Me refiero explícitamente a los discursos gubernamentales, intelectuales y globalizadores que a partir de la promesa de desarrollo intentan acallar las voces divergentes que emanan desde el margen. Por otra parte, sería utópico situarse desde un paradigma postcolonial que busque la reivindicación nativa o étnica, haciendo frente a un imperio económico ya establecido y proclamando la ruptura teórica y epistémica (¿podríamos devolver el gesto?, parafraseando a Chakrabarty). Tal vez la respuesta está en el Tercer Espacio. Identificarnos desde la hibridez, que no es étnico ni europeo sino Latinoamericano y renunciando al “pastiche”, (entendido este último como, más que una copia, una falsedad). Situarnos en un punto de reflexión intermedio que identifique lo postcolonial. Este primer acto de acuerdo voluntario será la génesis del pensamiento desde el cual hacer emerger reflexiones políticas y culturales orientadas hacia la acción, que entierren el mito del desarrollo sobre el cual se ha legalizado la violencia epistémica y que sirvan de sustento teórico para fundamentar la tarea de descolonizar América Latina.

BIBLIOGRAFÍA

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Nelly Richard, Latinoamérica y la postmodernidad: Revista de Crítica Cultural, nº3, 1991.

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[1] Nelly Richard, Latinoamérica y la postmodernidad: Revista de Crítica Cultural, nº 3, 1991.

[2] Herlinghaus, Hermann y Walter,Monika,“¿‘Modernidad Periférica’Versus ‘Proyecto de la Modernidad’? Experiencias Epistemológicas para una Reformulación de lo ‘pos’moderno desde América Latina”, en Herlinghaus, Hermann y Walter, Monika (Eds.), Posmodernidad en la Periferia. Enfoques Latinoamericanos de la NuevaTeoría Cultural,Berlín, Editorial Iberoamericana Vervuert, 1994.

[3] Bhabha, Homi, “Lo Poscolonial y lo Posmoderno” (Cap. IX), en El Lugar de la Cultura, Buenos Aires,Argentina, Ediciones Manantial SRL, 1994.

[4] Walter Mignolo, Historias Locales/Diseños Globales. Colonialidad, Conocimientos Subalternos y Pensamiento Fronterizo, Madrid, Akal, 2003, p. 275

[5] Walter Mignolo, The Darker Side of de Renaissance. Literacy, Territoriality, & Colonization, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1955, p. 16,en: Alberto Moreiras, Tercer Espacio. Duelo y Literatura en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999, p 47.

[6] Slavoj Zizek, Multiculturalismo o la Lógica Cultural del Capitalismo Multinacional”, en Estudios Culturales. Reflexiones Sobre el Multiculturalismo, Buenos Aires, Argentina, Editorial Paidós, 2003, p 403.

[7] Alberto Moreiras, “Fragmentos Globales: Latinoamericanismo de Segundo Orden”, en Castro Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (Eds.), Teorías sin Disciplina. Latinoamericanismo, Poscolinialidad y Globalización en Debate, México D. F., Porrúa/University of San Francisco, 1998

[8] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

[9] Walter Mignolo, Historias Locales/Diseños Globales. Colonialidad, Conocimientos Subalternos y Pensamiento Fronterizo, Madrid, Akal, 2003, p 248

[10] Ibid.

[11] Maritza Montero, en Edgardo Lander “Ciencias Sociales: Saberes Coloniales y Eurocéntricos” en VV.AA., Lander, Edgardo (Edit.), La Colonialidad del Saber: Eurocentrismo y CienciasSociales. Perspectivas Latinoamericanas, Buenos Aires, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,CLACSO, Julio 200, pp 32-33 (del texto de estudio)

[12] Alberto Moreiras, “Fragmentos Globales: Latinoamericanismo de Segundo Orden”, en Castro Gómez, Santiago y Mendieta, Eduardo (Eds.), Teorías sin Disciplina. Latinoamericanismo, Poscolinialidad y Globalización en Debate, México D. F., Porrúa/University of San Francisco, 1998, p 494 (del texto de estudio)

[13] Alberto Moreiras, Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina, Santiago, ARCIS/LOM Ediciones, 1999.

[14] Dipesh Chakrabarty, Postcolonialismo y el artificio de la historia: ¿Quién habla por los pasados ‘indios’?, en Walter Mignolo (comp.) Capitalismo y geopolítica del conocimiento. Buenos Aires, Ediciones del Signo/Duke University, 2001, p.189 (del texto de estudio)

[15] Ibid, p. 215-219 (del texto de estudio)

[16] Gayatri Chakravorty Spivak, ¿Puede hablar el Sujeto Subaltero?, en Revista Orbis Tertius, Año III N° 6, Argentina, 1998.

Fuente: Red maestros de maestros. http://www.rmm.cl/index_sub2.php?id_contenido=5647&id_seccion=387&id_portal=86 Sigue leyendo