Para leer a Elfriede Jelinek

Para leer a Elfriede Jelinek

Elfriede Jelinek

Por: Gladys Franco

Jelinek debería ser de lectura obligatoria pero también controlada, como los medicamentos de receta verde o naranja, o sus libros deberían llevar inserto un cartelito que dijera: esta lectura no es recomendable para personas de temple débil y absolutamente desaconsejable para personas que no estén dispuestas a aceptar una cierta despersonalización para colocarse del lado de la autora, acompañarla en el proceso de desarrollo de sus novelas y tratar de comprender de qué habla y para quiénes habla.

Partiendo de un cierto desapego de expectativas familiares, podemos acercarnos a la importancia de esta obra (que debería por sus méritos literarios y conceptuales instalarse en un lugar trascendente)

ALGUNAS CONSTANTES

Mi contacto inicial con esta particular escritora (Elfriede Jelinek –premio Nobel 2004-) fue fruto de la casualidad. Ese mismo año, poco antes del anuncio del premio y de la publicidad consecuente al mismo, en una mesa de ofertas de una librería encontré por 80 pesos un ejemplar de “La pianista”. El interior de la solapa me explicó que Elfriede Jelinek era “una de las figuras más importantes de la actual literatura austríaca, nacida en Estiria en 1946, que estudió música e historia del arte”, que su primera obra (título en alemán, para mí ininteligible) databa de 1970 y que la editorial Mondadori le había publicado con anterioridad “Los excluidos”. “Su literatura es densa, introspectiva y de gran calidad formal”, finalizaba la presentación de la autora. La contratapa introducía la novela de manera poco habilidosa; poniendo énfasis en la tortuosa personalidad de la protagonista, y terminaba diciendo: “La pianista es una densa e inteligente, pero amarga, profundización en una vida de mujer, cuya forzada soledad y sordo sufrimiento es paradigma de muchas vidas de mujer”. Verdaderamente nada de eso me entusiasmó, pero el precio era un argumento convincente.

Las dos primeras páginas de “La pianista” bastaron para hacerme saber que había conseguido un libro formidable, del cual existe una versión cinematográfica muy interesante, muy fiel al texto, aunque en el film se pierde la esencia irónica que caracteriza a la autora.

En estos dos años he leído además, de “La pianista”, otras cuatro novelas de E. Jelinek, en el orden que cito, que no es el de su escritura: “Deseo”, “Las amantes”, “Los excluidos” y “Obsesión” . No es una lectura exhaustiva ni mucho menos, pero quien haya compartido la experiencia comprenderá que no es poco.

Trascendiendo las diferencias argumentales, E.Jelinek es reconocible por una voz propia y por determinadas características de su escritura, siempre compleja. Por ejemplo, la versión de “Obsesión” viene precedida de un prólogo de los traductores españoles, quienes advierten que existen giros y modos expresivos intraducibles, que la escritora juega con el lenguaje de un modo experimental y que la combinación de ambos elementos resulta un verdadero problema para la traducción. Asimismo, mencionan las críticas de la autora a personajes y situaciones de la política contemporánea en su país, referencias en algunos casos sin disfraz de la identidad y en otros en forma de alusión reconocible para los austríacos, aunque no para los lectores de otras latitudes. (En un reportaje que leí en Internet, la propia Jelinek expresa que le han dicho que su obra desmerece en la traducción al español y lamenta desconocer nuestra lengua para poder juzgar por sí misma.) De los libros que mencioné, sin duda es “Obsesión” el de lectura más compleja.

Un detalle interesante es la ubicación de la escritora con relación a su (s) texto (s). Ella parece estar siempre a una distancia prudencial de los personajes, a los que observa, juzga, y en la mayoría de los casos desprecia. La distancia le permite intervenir en muchos momentos con un efecto de travelling inverso, ampliando el campo donde ha situado la escena, mostrando el escenario de inserción del o de los personajes, en una combinatoria espacial y temporal. En esos alejamientos se posiciona como si realmente se tratara de un científico que observa el accionar de especímenes que conoce profundamente, pero que no dejan de asombrarla.

Jelinek no mira a sus personajes con frialdad; por el contrario, los mira apasionadamente… pero las pasiones que le despiertan son pasiones negativas -para decirlo de alguna forma-: rechazo, desprecio, odio. Una explicación en principio sencilla es que verdaderamente sus personajes son seres humanos que por diferentes razones han evolucionado hacia el relieve exclusivo de sus facetas odiosas y despreciables. Esta es una característica particular de su literatura, que hace a la zozobra que significa leerla: no hay en sus textos lugar para la piedad ni para sentimientos tibios. No hay condescendencia ni disculpas para la negligencia, la puerilidad y la ignorancia. En consecuencia, resulta imposible identificarse con alguno de sus personajes, o alternativamente con varios, como suele suceder en la lectura de ficción.

En este caso solo es posible una toma de posición empática con el relator (la escritora), que es quien nos está abriendo la puerta a mundos donde las ficciones contienen entramados simbólicos que reflejan realidades sociales y subjetivas angustiantes y rechazables, cuando no desesperantes. Se trata de una dinámica de escritura a través de la cual es posible captar el trabajo del escritor que desarrolla anécdotas que oficien de vehículo para la trasmisión de un conjunto ideatorio que trasciende absolutamente el eje mismo de la ficción desarrollada.

UNA ESCRITURA SOCIO POLITICA Y PSICOLOGICA

El reportaje que leí en Internet desaprovechaba lamentablemente la oportunidad de permitir a la escritora desplegar más sus ideas políticas, ya que en cada novela se ocupa de destacar la situación de su país como una sociedad altamente xenófoba y clasista, donde la serpiente nazi esconde –y muestra- florecientes nidos. La periodista se mostró en cambio interesada en saber qué había de autobiográfico en sus obras, especialmente en “La pianista” (sabido es que E. Jelinek fue concertista de piano. También es pianista la protagonista femenina de “Los excluidos”; ambos personajes –la profesora de “La pianista” y la joven pianista de “Los excluidos”, son mujeres atormentadas, con marcados indicadores de patología psíquica; la periodista gustaba indagar seguramente en las posibles relaciones entre la evidente patología de los personajes y la que presumía en su creadora). Ella parece no conceder esperanzas a su país según la estructura política actual; ha manifestado “vergüenza” de ser austriaca y apuntaló que el Nobel haya sido concedido a su obra, no a su nacionalidad, que considera “un accidente”. En “Deseo” parece especialmente clara la desesperanzada alegoría representada por la pareja de protagonistas, iconos de la alta burguesía, padres de un único niño que será ofrenda sacrificial en el santuario del narcisismo mortífero. En “Las amantes”, las protagonistas -jovencitas de extracción obrera- aparecen, adolescentes, ya con ideales pervertidos por las apetencias de consumo propiciadas por la sociedad en que están insertas. No hay lugar para el “deseo de ser”, para la posibilidad de construir un saber acerca de sí mismas, porque el conocimiento es barrido y anulado por el ansia de posesiones materiales y por el anhelo de dominio sobre otro(s) (el poder, en sus diferentes manifestaciones). El sexo es reiteradamente presentado en sus textos desde la perspectiva de herramienta de dominio, poder ante el cual sucumbe el ser por su naturaleza sexuada, poder que (se) pretende ejercer sobre otros en ejercicios de seducción – privación – castración.

IZQUIERDISTA Y PORNOGRAFA

La escritora ha sido denigrada desde la derecha, en su país, acusada de “pornografía”; algunos comentarios que se pueden pesquisar en el cyber espacio confirman que esa es la acusación preferida de sus detractores, ubicados estos en cualquier parte del mundo. (Otras diatribas cayeron sobre el tribunal que le otorgó el premio Nobel, acusado de falta de objetividad y de premiar solamente a escritores izquierdistas.) Knut Ahnlund, miembro de la Academia Sueca hasta el otorgamiento del Nobel a Jelinek, argumentó en su larga carta de renuncia que la escritora representa la “pornografía (que) se ha infiltrado en ofertas culturales respetables y aceptadas”; agrega que “un porno avanzado puede actuar disfrazado como indignación y se convierte en una salida fácil desde punto de vista comercial. A esa sección pertenece a grandes rasgos todo lo que ella ha escrito”.

La obra de la autora salió a la difusión masiva acompañada o precedida de juicios y críticas similares a la de Ahnlund. En tiempos en que en Austria, Haider (representante del neonazismo, que logró votos con una campaña de exacerbado nacionalismo y cultivo del odio al extranjero) escalaba democráticamente los peldaños del poder político, Elfriede Jelinek salía a los medios a declarar su desprecio por la ideología nazi y su “vergüenza de ser austríaca” por la votación que Haider obtuviera. Ese contexto hace suponer que es posible que los detractores de Jelinek no sean exclusivamente “enemigos literarios”.

De todas maneras, la acusación de “pornografía” no es una descalificación justa ni muy acertada en estos tiempos (quienes hayan comprado alguno de sus libros en busca del promocionado “porno avanzado” habrán sin duda resultado decepcionados) y parece hablar de que el efecto de shock promovido por una auténtica literatura de denuncia de los aspectos más repudiables de la cultura dominante, influye negativamente sobre la inteligencia crítica.

En las circunstancias argumentales de cualquiera de las novelas mencionadas, la sexualidad ocupa un lugar importante; lejos de cualquier atisbo sentimental (o, en caso de mencionarse esta tonalidad, será para hacerla pedazos), se trata de un campo de ejercicio para el dominio de unos sobre otros, alegoría de todo ejercicio de poder. En “Las amantes”, donde resalta el primer plano de sometimiento de las jóvenes protagonistas a sus parejas sexuales, se lee, acompañando el pensamiento de las mujeres, la violencia del sexo utilizado como plataforma utilitaria para el logro de “otros bienes” (bienes materiales, ascenso social). En “Deseo”, el jefe de familia, atemorizado por el riesgo del sida, prescinde de las prostitutas que frecuentaba y recurre a su mujer como objeto de uso sexual en el más pleno sentido del término: objeto-cosa, suma de agujeros a ser llenados que debe estar siempre a disposición. La mujer, a su vez, busca en un hombre joven la fuente de un deseo que se escapa, pero el hombre la usará también para luego desecharla y así la sexualidad ha de oficiar finalmente como expresión detonante de la locura. En “La pianista”, la protagonista externaliza, en la relación con un alumno, las fantasías sadomasoquistas que constituyen parte del procesamiento interno de fantasmas que bloquean la posibilidad exogámica y que –posiblemente- reproducen también algo de la violencia que la ha preexistido (el padre es un loco, ausente), al tiempo que reproduce activamente el dominio sádico de que es objeto por parte de la madre. En “Los excluidos”, el padre -un nazi “jubilado” a quien le falta una pierna- entrena la violencia diaria sobre su mujer. Los golpes no excluyen la exigencia de servidumbre sexual; son solo otra forma de satisfacción y de exhibición ante los hijos, que sobre esos modelos desarrollarán las formas propias de buscar el placer: ellos son el futuro y no es necesario subrayar que la autora ilustra con esos jóvenes (sádicos, perturbados, decadentes) su desesperanzada visión de un futuro más global. En “Obsesión”, de forma manifiesta, el protagonista -un policía- aprovecha la angustia de mujeres maduras para seducirlas y luego desposeerlas de sus bienes materiales.

Pero ninguna de las muchas escenas donde la sexualidad tiene un papel central, ni -por supuesto- el trato que el tema le merece a la autora, contiene el menor atisbo de intención erótica. De forma deliberada la estética descriptiva ajusta con lente de aumento los detalles rechazables, muestra tan despreciables o falsas las intenciones y circunstancias, que los cuerpos devienen repugnantes y las interacciones sexuales -en el mejor de los casos- un simple intercambio de jugos y fluidos, cuando no una patética inflamación de mucosas, viscosos o agotados y resecos recipientes femeninos, devoradores o expulsivos, y miembros viriles ridiculizados.

Finalizando.

Es tal vez la insistencia en el lente de aumento sobre los cuerpos demolidos donde las aplicaciones abyectas del sexo han demolido toda posible poesía de la sensualidad, aquello que permite descubrir algo de lo que esta mujer nos quiere decir: despierten, lectores, la literatura es un arte y como tal no ha de perder su carácter revulsivo y revolucionario, es más (pienso que dice), estos libros no dejarán que te duermas en la ilusión de que el mundo se encamina hacia algo bueno y, especialmente, no esperes eso de nuestra rica y aristocrática Europa.

(Ya dicho por más de un grande de las letras -“Algo huele a podrido…”-) y créanme que el inclemente análisis de las podredumbres que lleva a cabo Elfriede Jelinek merece una mirada, al menos dos lecturas y algunos espacios para su discusión.

Fuente: Relaciones. Edición en internet 116. http://fp.chasque.net/~relacion/0701/index.htm

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