Democracia, pueblo y representación. ERNESTO LACLAU
ERNESTO LACLAU
Lo que voy a intentar hacer hoy es referirme a la categoría de representación en primer término, y la forma en que esa categoría se vincula a la cuestión de las identidades políticas. Quisiera comenzar señalando que la categoría de representación ha ocupado un lugar bastante precario en la teoría política, es decir, la teoría política democrática siempre ha desconfiado de las relaciones de representación. Por ejemplo, para Rousseau la representación es una categoría que es lo que en inglés llamaríamos el second best en las relaciones políticas, porque una sociedad realmente democrática es una sociedad en la cual hay un ejercicio directo de la acción política por parte de los agentes sociales. Es decir que siempre que hay representación hay la posibilidad de adulterar la voluntad popular. Rousseau mismo reconocía que en sociedades que han llegado a tener ciertas dimensiones y una cierta complejidad es imposible que las relaciones de representación puedan ser enteramente eludidas. Por otro lado, él sostenía también que a esa relación de representación hay que reducirla a un mínimo, es decir, la relación de representación tiene que ser fundamentalmente una relación de carácter permanente y transparente.
Básicamente en una relación de representación Uds. tienen en un punto al representado que trasmite su voluntad al representante, y la teoría de una buena representación es que esta transmisión tiene que ser lo más literal posible. Es decir que el representante tiene un papel fundamentalmente pasivo en el conjunto del proceso representativo.
Ahora bien, esta noción de la representación en la cual la función del representante es esencialmente pasiva es lo que quisiera poner en cuestión al comienzo de esta discusión. En primer lugar ¿por qué es necesario que haya una relación de representación? Simplemente porque en este punto van a ser tomadas decisiones que afectan a los representados que están formalmente ausentes. Es decir que la relación de representación se establece siempre porque hay una asimetría entre la comunidad en su conjunto y el punto desde el cual la representación se ejerce. Ahora bien ¿es esto realmente lo que ocurre en un proceso de representación? Solamente toma dos minutos el advertir que la relación de representación es mucho más compleja, no sólo empíricamente más compleja sino desde el punto de vista de su articulación lógica. ¿Por qué es necesario que haya una relación de representación? Simplemente por esa asimetría a la cual me he referido. Y evidentemente la función del representante es mucho más activa que lo que la idea de una transmisión puramente pasiva presupone.
Pongamos el caso más elemental, supongamos que tenemos un conjunto de productores rurales cuyo único interés es que se establezca una tasa de exportación del trigo. Evidentemente el representante que ellos eligen no puede ir a formular el pedido de esta manera, tiene al menos que argumentar que la tasa de exportación de trigo es compatible con el interés nacional. Es decir que va a tener que tener un discurso mucho más complejo que el que se establece en el punto desde el cual la representación se ejerce. O sea que hay una función activa del representante en este punto que luego modifica también la identidad del representado, porque el representado finalmente se identifica con el discurso promovido por el representante. Es decir que la relación de representación tiene siempre una función de carácter doble.
Ahora bien, ¿podríamos decir que una representación es más democrática siempre que la función segunda, la función de representante a representado es menos importante que la función de representado a representante? No necesariamente, porque todo depende del grado de coherencia de la voluntad del representado en primer término. Supongamos que nosotros encontramos grupos marginales que no pertenecen a ninguna posición definida dentro del sistema de relaciones sociales, este tipo de gente lo que va a necesitar en primer lugar es un cierto discurso que los dote de una cierta identidad y que les permita negociar con un medio exterior. Y en este sentido la función del representante es de primera importancia.
Voy a darles un ejemplo de lo que estoy queriendo decir. A principios del Siglo XX en el norte del Perú se dio un proceso de rápida monopolización de las haciendas azucareras, en pocos años se da una rápida integración vertical y horizontal de las empresas azucareras que conduce a la desarticulación de las comunidades campesinas de los circuitos de comercialización local, y finalmente a una desurbanización y a una población marginal, flotante, que no se integra de ninguna manera de modo orgánico en los cuadros de la producción. En ese momento, la función del APRA, en lo que va a ser llamado después “el sólido norte aprista”, consiste en organizar las relaciones sociales al nivel mismo de la sociedad civil. Es decir que la función del partido político es mucho mayor que la función que, por ejemplo, pueden jugar los partidos políticos en los sistemas políticos europeos, donde la sociedad civil es altamente organizada. El partido aprista tiene que organizar todo, desde las bibliotecas populares a los clubes de fútbol, hasta las formas más elementales de vida de esa población. Es decir que la función del representante es una función de estructuración y de articulación en primera instancia. Si Uds. consideran la relación de representación ven que desde el comienzo hay dos elementos: por un lado una transmisión de la voluntad, pero por otro lado una constitución de esa misma voluntad política a través del proceso representativo. Es decir que la relación de representación es un terreno de constitución de las identidades políticas y no simplemente de transmisión de una voluntad constituida a priori.
Y es con esto que quisiera enunciar la tesis fundamental de esta charla, que es en toda relación de representación vamos a tener un elemento hegemónico político que es constitutivo, es decir, sin representación no hay política. Uds. pueden ver esto con claridad si comparan dos modelos de extinción de lo político que han sido presentados clásicamente en la teoría occidental. Uno de ellos lo encuentran en Hobbes, el otro en Marx. En el caso de Hobbes tenemos que al nivel de la sociedad civil hay una incapacidad fundamental de estructuración de una voluntad política, no hay nada que trasmitir a través del proceso de representación, es la lucha de todos contra todos y es el estado de naturaleza. Por el otro lado el Leviatán, es decir el soberano, es alguien que no representa a nadie sino a sí mismo. Es un modelo en el cual hay una extinción de la política como resultado de la disolución de las relaciones representativas. El otro ejemplo es la sociedad sin clases en Marx. Para Marx la sociedad sin clases es una sociedad en la cual hay una voluntad colectiva absolutamente homogénea. La categoría no juega ningún papel posible. Dada la simplificación de las relaciones sociales bajo el capitalismo lo que vamos a tener al final del proceso es una masa proletaria homogénea, y esta masa proletaria homogénea va a tener una voluntad directamente constituida en donde el momento representativo articulante no juega ningún papel. Es por eso que para Marx en la sociedad sin clases lo que se da es una extinción progresiva del estado y una extinción progresiva de la política.
Si nosotros por el contrario sostenemos que la representación es inherente a lo político, y que lo político supone una complejidad social que es irreductible, y que por consiguiente requiere una articulación entre voluntades complejas, vamos a tener que presentar el problema de la representación como central, y esta centralidad va a tener que darse a través de formas de articulación precisas a las cuales quiero referirme en este momento.
Lo que voy a hacer en un segundo paso de esta presentación es explicar cómo se van constituyendo esas voluntades colectivas complejas que requieren articulación y representación. Déjenme darles un ejemplo para orientar la discusión. Supongamos que en una cierta localidad un grupo de vecinos quiere que se establezca una línea de ómnibus para llevar a la gente desde el lugar donde la mayor parte de ellos vive al lugar donde la mayor parte de ellos trabaja, y que presentan un pedido en este sentido a la municipalidad. En el caso en que la municipalidad acepte el pedido, muy bien, esta demanda absolutamente puntual, absolutamente particular, es satisfecha. Pero supongamos que la demanda no es satisfecha y que la gente empieza a ver que al mismo tiempo que esta demanda no es satisfecha hay otras demandas que se refieren a la habitación, que se refieren a la escolaridad, que se refieren al suministro de agua, y que todas esas demandas no son satisfechas tampoco. Lo que va a comenzar a establecerse en este caso es una cierta relación de equivalencia entre todas estas demandas. Y todas estas demandas, estas reivindicaciones -tenemos en español esa buena palabra “reivindicación”, que desgraciadamente no existe en inglés- se van a articular como equivalentes las unas a las otras. En un momento dado, sin embargo, va a haber que unificar la totalidad del conjunto de estas demandas alrededor de ciertas formas simbólicas globales. De modo que tenemos así una relación horizontal, que es la relación de equivalencia entre una pluralidad de demandas, y un momento vertical, que es el momento de articulación simbólica de todas estas demandas en un conjunto popular único. Este momento de la articulación vertical es exactamente lo que está implícito en la categoría de representación. Si Uds. quieren pensar en un ejemplo histórico concreto pueden pensar el caso de Solidarnosk en Polonia. Al comienzo del proceso de Solidarnosk lo que se daba era un conjunto de demandas puntuales, precisas, particulares, de un grupo de obreros en Dansk. Pero por el hecho mismo de que estas demandas ocurrían en una sociedad que estaba altamente frustrada en todas sus reivindicaciones, esas demandas particulares se transformaron en el símbolo de una totalidad mucho más amplia. Y esa totalidad mucho más amplia es el momento vertical en el cual ciertas formas de representación popular ocupan el centro de la arena histórica. El momento de la representación es este momento vertical, pero ese momento vertical presupone, a su vez, la expansión horizontal de una cadena de demandas equivalentes.
Quisiera ahora presentarles un modelo de articulación que combina estas dos dimensiones, la dimensión horizontal de las equivalencias y la dimensión vertical de la relación de representación. En los 10 próximos minutos me temo que voy a tener que hablar un poco de teoría abstracta que después voy a ilustrar con algún ejemplo concreto, de modo que todo este análisis resulte muy claro, y de todos modos trataré de evitar al máximo posible la jerga lingüística. El modelo que voy a plantearles es fundamentalmente lingüístico que yo he desarrollado en mi libro “Emancipation(s)”, que se ha traducido en español como “Emancipación y diferencia”, y que se refiere a las relaciones hegemónicas como relaciones de producción de significantes vacíos.
En primer lugar este modelo es lingüístico y discursivo, pero hay que aclarar que por discurso yo no entiendo lo lingüístico en el sentido del habla o la palabra escrita sino que me refiero a toda relación de significación. Y el campo de lo discursivo se superpone exactamente con el campo de las relaciones sociales. Concebir las relaciones sociales como discursivas es claramente ir más allá de la noción puramente lingüística de discurso. Voy a plantearles el modelo lingüístico en primera instancia y después vamos a ver cómo este modelo se traduce en el campo de la representación política.
El lenguaje, y por extensión toda relación discursiva, es, para Saussure, un sistema de diferencias. La base de la lingüística saussuriana es la afirmación de que en el lenguaje no hay términos positivos sino que hay sólo diferencias. Para entender, por ejemplo, lo que quiere decir la palabra ‘padre’ necesito entender lo que significa también la palabra ‘madre’, ‘hijo’, etc. Es decir que todas las unidades significativas son siempre unidades diferenciales. Y en este contexto tenemos una situación del siguiente tipo: supongamos que éstas son unidades significativas, cada una de estas unidades significativas adquiere su significación propia simplemente sobre la base de su diferencia con todas las otras. Es decir que en cada acto de significación la totalidad del lenguaje está implicado. Como Uds. ven, a los efectos de que esta totalidad significativa sea coherente, lo que es necesario es que éste sea un sistema cerrado, porque si fuera un sistema completamente abierto, como cada unidad significativa sólo se define sobre la base de la diferencia con todas las otras, habría una dispersión del sentido que haría el lenguaje simplemente imposible.
Pero esto inmediatamente nos plantea un problema que nos va a llevar directamente al centro de la reflexión política. El problema es el siguiente: si nosotros tratamos de definir la sistematicidad de este sistema como totalidad cerrada lo que tenemos que definir también son los límites del sistema. Hegel, por ejemplo, decía que para ver los límites de algo hay que ver lo que está más allá del límite. Si no vemos lo que hay más allá del límite, el límite es invisible. Pero si éste es el sistema de todas las diferencias, lo que está fuera de él sólo puede ser otra diferencia, y en ese sentido no sería externo sino interno al lenguaje. ¿Cuál es la única posibilidad de solucionar este problema? Es que no se trate simplemente de una diferencia más sino de una exclusión, es decir, algo que se opone a la totalidad de ese conjunto de diferencias. Un ejemplo que he dado en un artículo: en el curso de la Revolución Francesa, Saint-Just escribió que la unidad de la república es sólo la destrucción de lo que se opone a ella, es decir, el complot aristocrático. Si no hubiera complot aristocrático la unidad de este campo no podría establecerse. Piensen hoy día en la función del significante ‘terrorismo’ en el discurso de Bush, es un ejemplo claro de lo que estoy pensando.
Esto aparentemente soluciona el problema, porque este elemento excluido es el que hace que todas esas diferencias constituyan un campo unificado. Pero esto nos crea un problema mucho más complejo, porque en la medida en que se oponen al elemento excluido van a ser equivalentes las unas a las otras. Y la equivalencia es exactamente lo que pone en cuestión una relación diferencial. Lo que constituye el sistema de diferencias es al mismo tiempo lo que lo está subvirtiendo. La totalidad del sistema sería un objeto que es imposible porque esta relación entre equivalencia y diferencia no puede ser superada, y al mismo tiempo necesario porque tiene que entrar de algún modo en el campo de la representación y de la significación en primer término. Es en este sentido que podemos decir que la totalidad sistémica es un poco como el noumeno de Kant, es decir un objeto que se muestra a través de la imposibilidad de su representación adecuada. Ahora bien, como objeto imposible no tiene una representación directa, como objeto necesario tiene que acceder al campo de la representación. ¿Y cuáles son las relaciones representativas acá? […] son solamente las diferencias individuales. Es solamente si una diferencia individual asume la representación de una totalidad, que es totalmente inconmensurable con ella misma, que esta representación pasa a ser posible. Es decir que la representación es por definición una representación distorsionada.
Esta relación por la cual una cierta particularidad asume la representación de una totalidad inconmensurable consigo misma es exactamente lo que yo llamo una relación hegemónica. Y ahora les voy a dar el ejemplo que creo que va a aclarar todas estas dimensiones un tanto abstractas de mi argumentación.
Supongamos que tenemos un sistema altamente represivo -el ejemplo que doy lo hemos discutido en “Hegemonía y estrategia socialista”, es un ejemplo tomado de Rosa Luxemburgo. Tenemos un régimen altamente represivo como el zarismo en Rusia, que está dividido por unas fronteras del conjunto de la población. En esta circunstancia supongamos que en una cierta localidad los obreros metalúrgicos inician una huelga por el alza de salarios. Desde el comienzo esa demanda, esa reivindicación, que podemos llamar ‘reivindicación 1’, va a estar dividida, porque por un lado va a ser la particularidad de esa demanda el alza de salarios, pero por otro lado, al ocurrir en un contexto altamente represivo, va a ser vista como una movilización antisistema. Por el hecho mismo de que es una reivindicación antisistema alimenta en otra localidad una movilización completamente distinta, ‘reivindicación 2’, por ejemplo, los estudiantes inician manifestaciones contra la disciplina en los establecimientos educativos. Desde el punto de vista de la particularidad de las dos reivindicaciones, son completamente distintas una respecto de la otra, pero una relación de equivalencia se crea entre ellas en la medida en que ambas son vistas como antisistema. Y en una tercera localidad, por ejemplo, un grupo de políticos liberales inicia una campaña de banquetes por la libertad de prensa. De nuevo hay esta división interna de la demanda por la cual un contenido más universal se añade a estos contenidos particulares. Y así se va creando una cadena equivalencial. Esto es lo que he llamado antes la relación horizontal. Pero en cierto momento lo que es necesario es significar la totalidad de esta cadena equivalencial que constituye un cierto campo popular.
En estas circunstancias ¿cuáles son los medios de representación? Solamente las demandas individuales. Entonces una demanda, por ejemplo la ‘reivindicación 1’, asume la función de representar la totalidad y cuanto más universal sea la representación simbólica de este elemento, tanto más débil será la ligazón con la particularidad con la que se inició el proceso representativo.
Si Uds. comparan este modelo con el modelo abstracto lingüístico que he presentado antes ven que es exactamente el mismo. Tienen aquí un elemento de exclusión, una frontera interna, que divide a la sociedad en dos planos. Aquí Uds. tenían este momento de la exclusión. En segundo lugar tienen particularidades diferenciales, y es el semicírculo de abajo en cada una de estas demandas lo que establece la particularidad diferencial. Y en tercer lugar tienen que estas diferencias, en relación con el momento de exclusión y de frontera, se ligan con un elemento de equivalencia, como habíamos visto también en este modelo. Es decir que aquí tenemos que la relación representativa, este momento simbólico, es constitutiva en la formación de todo tipo de identidades populares. Las identidades populares se constituyen sobre la base también de este momento vertical […] Esto por ejemplo es lo que diferencia el modelo que estoy planteando del modelo que plantean Hardt y Negri en el libro “Empire” (Imperio), porque para ellos lo único que cuenta es el momento de la horizontalidad y hay identidades nómades, que tienden por alguna razón, a confluir, pero el mecanismo de la confluencia es un mecanismo esencialmente no político. Esto es lo que diferencia los dos tipos de análisis.
Lo que quiero hacer en el resto de esta presentación es introducir una mayor complejidad en este modelo de la representación política que es constitutivo, como acabo de decir, de las identidades populares, porque yo he introducido una serie de supuestos altamente simplificadores, como por ejemplo que hay una frontera, que esa frontera es estable, y que hay una división de la sociedad en dos campos. Pero las fronteras que dividen a la sociedad en dos campos son cualquier cosa menos estables, tal como por razones de análisis he presupuesto en este modelo. Y cuando empezamos a abandonar estos supuestos simplificadores tenemos que introducir una serie de nuevas categorías. En primer lugar tenemos que el momento de equivalencia puede predominar en algunos casos de una forma total respecto al momento diferencial, o por el contrario, podemos tener que el momento diferencial ocupa el centro de la escena política. Son dos formas totalmente distintas de constitución de los vínculos hegemónicos. Si Uds. quieren un ejemplo casi paradigmático de predominio de la relación de equivalencia sobre la relación de diferencia pueden pensar en el peronismo de los años ’60. Allí se daba una sociedad crecientemente desinstitucionalizada, en que las demandas populares no podían ser encausadas de ninguna manera vía las instituciones. Entonces había una acumulación de demandas insatisfechas, y, por el otro, lado un sistema institucional que era cada vez menos capaz de responder a esas necesidades. En ese momento el significante vacío que unifica a la totalidad de estas cadenas equivalenciales es la demanda de la vuelta de Perón a la Argentina. Perón estaba en Madrid, en las condiciones ideales de ser un significante vacío: mandaba cartas a todo el mundo diciendo cosas completamente contradictorias, a un grupo fascista diciéndole que Mussolini era inimitable, a un grupo maoísta diciéndole que Mao era el jefe de Asia, y, de alguna manera, cumplía esta función de ser el punto vacío alrededor del cual se daba una proliferación de relaciones equivalenciales. Es decir que, de alguna manera, lo que se daba era un predominio neto de relaciones de equivalencia sobre las relaciones diferenciales. Y finalmente a comienzos de los ’70 los símbolos populares del peronismo unificaban prácticamente todo el escenario político. Siempre me acuerdo haber leído en esos años, en una de esas revistas, “Confirmado”, “Primera Plana, no recuerdo cuál, el caso de una muchacha que fue a un hospital para que le hicieran un aborto, y el aborto fue negado, y dejó el hospital, tiró una piedra y rompió los vidrios del hospital y gritó “Viva Perón”. De alguna manera “Viva Perón” era simplemente el significante vacío de justicia.
El caso contrario lo encuentran en otro ejemplo que voy a darles que es el caso de la disolución de los significantes populares en el cartismo inglés del Siglo XIX. A mediados del Siglo XIX, en el apogeo del movimiento cartista la sociedad británica está dividida por esta frontera entre lo que se llamaba old corruption, el sistema del poder, y una identidad popular compleja que abrazaba todo tipo de demandas, de libertad económica, de libertad de prensa, de reforma electoral, republicanismo, etc. En este momento la política de Disraeli y del partido Tory es: Inglaterra está dividida en dos naciones y si seguimos así vamos a terminar todos como Luis XVI. O sea que lo que hay que hacer es construir one nation, una nación, que va a ser el lema del partido Tory desde Disraeli hasta Tatcher. ¿Cuál es la forma de lograr esto? El predominio de la relación de diferencia sobre la relación de equivalencia. Uds. tienen una demanda acerca de habitación, hay una institución del estado que se va a ocupar de habitación. Pero vean que esto se los concede la buena Reina Victoria, que no tiene nada que ver con el republicanismo. Es decir, las equivalencias empiezan a ser absorbidas y el ideal es el de una sociedad en la cual hay sólo diferencias, y que esas diferencias pueden ser encausadas y absorbidas por el aparato institucional. Por ejemplo, la fórmula, que después adoptó Marx, que era pasar de la administración de los hombres a la administración de las cosas, es la expresión más pura de esto. Y finalmente la ideología del welfare state va a ser la ideología de un puro espacio de diferencias en las cuales la sociedad no aparece surcada por ningún conflicto que no pueda ser superado.
Ésta es una forma que, de alguna manera, sigue manteniéndose en el cuadro del modelo de los significantes vacíos. Pero hay otros aspectos en los que quiero insistir. En primer lugar, lo que puede darse en este tipo de sociedad es que desde las alturas del poder se trata de crear una frontera de tipo distinto. En el ejemplo de Disraeli que he dado, de lo que se trata es de eliminar toda frontera, pero Uds. pueden encontrar un discurso que ejerza una presión estructural sobre alguna de estas demandas para hacerlas entrar en cadenas equivalenciales de tipo distinto. Cuando tenemos esta situación, en la que reivindicaciones individuales son sometidas a esta presión contradictoria entre cadenas equivalenciales diferentes, de lo que tenemos que hablar es de significantes flotantes y no de significantes vacíos. A fines del Siglo XIX en los Estados Unidos el movimiento populista intenta romper con el bipartidismo que ha caracterizado tradicionalmente a la política americana sobre la base de demandas del hombre pequeño, the small man, contra el sistema bancario, las tarifas ferroviarias, las estructuras políticas oligárquicas, etc. Este movimiento fracasa por una serie de razones que no es el caso analizar ahora, pero algunos de los temas de pequeño hombre frente a la gran riqueza van a subsistir en el imaginario político americano. Durante el llamado progressive period, a principios del siglo, van a ser parte de un discurso progresivo, orientado en general hacia la izquierda, y después van a ser un componente fundamental en la ideología del New Deal. Pero en los años ’40 y comienzos de los ’50 lo que se va dando es que estos mismos significantes de las demandas del hombre pequeño frente a la gran riqueza van a ser ligados crecientemente a un discurso de derecha. Se va a hablar de la moral majority, como se habla hoy en día, y este tipo de discurso va a intentar fundar el rechazo de toda la ideología liberal del este de los Estados Unidos. Es decir que los mismos significantes empiezan a transmigrar de un sistema de articulación al otro. O, si quieren tener otro ejemplo, Mussolini y la República de Saló. Durante la República de Saló, Mussolini, en el momento en el rey ha establecido el armisticio con los americanos, ha ido al sur con Badoglio y con toda la elite política italiana e intenta encontrar una legitimidad para su nuevo régimen, y la forma de conseguir esa legitimidad es a través del recurso a la ideología del republicanismo radical, la ideología mazziniana y garibaldina que había sido tradicionalmente una ideología de izquierda. En ese momento Palmiro Togliatti, el secretario general del Partido Comunista, hablando por radio dice “Nosotros somos los verdaderos garibaldinos, los verdaderos mazzinianos, ellos están basados en el ejército alemán, etc., etc.”. Es decir que en una de sus dimensiones la lucha ideológica en esos años finales de la Segunda Guerra Mundial en Italia consiste en el esfuerzo de fascistas y comunistas por articular diferencialmente los mismos significantes políticos.
Hay sin embargo otra dimensión en la que quisiera insistir, y es la que se refiere a algo que voy a denominar en este análisis heterogeneidad social. Es decir, lo que hemos supuesto de manera un poco simplificada en este análisis es que toda demanda individual puede inscribirse fácilmente en una cadena equivalencial como la que hemos referido, pero hay algunas demandas que simplemente no pueden inscribirse en la cadena equivalencial porque chocan con el particularismo que la relación equivalencial debilita pero no suprime en absoluto. Y ahí ustedes tienen elementos que son considerados simplemente asistémicos. El problema es el siguiente: en la medida en que ustedes tienen una relación de exclusión, esa relación de exclusión es una exclusión inclusiva. Es decir, Uds. excluyen ese elemento pero es solamente sobre la base de esa exclusión que la inclusión de la propia identidad es construida. Todo tipo de relación dialéctica tiene esta doble función de inclusión y de exclusión. Pero hay otro tipo de relación en la cual la exclusión no es inclusiva. Por ejemplo cuando Hegel hablaba de los pueblos sin historia, ahí Uds. tienen una exclusión que no incluye nada, porque esos pueblos sin historia no forman parte del proceso de constitución de las propias identidades. Es un poco lo que en la teoría lacaniana se llama el caput mortum, aquello que queda en un experimento, el residuo que queda y que no forma parte del proceso de constitución. Este momento del resto que es dejado de lado tiene una importancia fundamental, me parece, para una serie de problemas relacionados con la política contemporánea. Hay siempre elementos que quedan fuera de la cadena. Para darles un ejemplo muy simple, en un momento dado, en los Estados Unidos, las reivindicaciones de los farmers negros y de los farmers blancos eran iguales, pero sin embargo era muy difícil constituir en el sur de los Estados Unidos una cadena equivalencial que unificara a farmers negros y farmers blancos porque el prejuicio racial impedía hacerlo. Es decir, la particularidad que había sido debilitada por la cadena equivalencial era sin embargo lo suficientemente fuerte como para impedir que la cadena equivalencial se siguiera expandiendo. Y entonces muchas de estas demandas son como el caput mortum lacaniano, demandas que simplemente no consiguen formalizarse en términos de constitución política.
Es interesante si Uds. reflexionan sobre la historia del marxismo ver que este elemento de residuo que queda al margen de las relaciones sociales es un residuo que no puede simplemente ser absorbido. El pensamiento social europeo hasta el Siglo XIX sabía que al lado de las categorías sociales que eran aceptadas como parte orgánica del conjunto social había un residuo que excedía todo tipo de identidad diferencial. Estaban los campesinos, la burguesía, la nobleza, el clero, etc., es decir diferencias que eran aceptables dentro del complejo social del imaginario de la época. Pero del otro lado estaban los pobres, y los pobres constituían un exceso que era tratado sobre la base de políticas ad hoc, como las leyes de pobres en Inglaterra, pero que no eran considerados como parte de la legitimidad social. Fue a partir de 1830, con el desarrollo del industrialismo, que este momento de una población excedente, que no podía ser integrada en los cuadros mentales de la época, empieza a tomar un papel creciente. En los diccionarios de la época, por ejemplo, hay una palabra en alemán /poebel/, que significa la chusma o algo así, que es sinónimo de proletariado y de todas las otras categorías que luego van a ser tratadas diferencialmente por la teoría política. En este momento el juego maestro de Marx fue incorporar a una parte del proletariado a la legitimidad social. La historia es una historia del desarrollo de las fuerzas productivas y el proletariado como agente histórico es parte de ese desarrollo de la fuerza productiva. Pero queda sin embargo un residuo, y ese residuo es lo que él llamaba el lúmpen proletariado. ¿El lúmpen proletariado no tiene historia? El lúmpen proletariado existe en los intersticios de toda sociedad, y el lúmpen proletariado no tiene ninguna función dentro de un desarrollo humano progresivo. Es la marginalidad de este residuo lo que Marx consideraba que iba a ser reabsorbida sobre la base de la simplificación creciente de la estructura social bajo el capitalismo, en la cual el proletariado iba a constituir la clase numéricamente dominante. Sin embargo, en el desarrollo de las sociedades contemporáneas estas categorías marginales empiezan a jugar un papel cada vez más central. Para darles un ejemplo, la forma en que el marxismo había tratado el desempleo había sido sobre la base de la categoría de ejército industrial de reserva. Es decir, los desempleados, aún los que eran de todos modos desempleados temporarios, tenían una funcionalidad real dentro del sistema capitalista porque mantenían bajo el nivel de salarios y de esa manera permitían el desarrollo del proceso de acumulación.
Supongamos, y aquí me refiero a la obra de un sociólogo argentino, José Nun, que ha estudiado estos problemas en detalle, que para mantener los salarios al nivel de subsistencia -era una premisa fundamental del marxismo que no podían los salarios ir por debajo del nivel de subsistencia- Uds. necesitan que haya dos desempleados, es un ejemplo teórico. Y supongamos que en una cierta situación hay cuatro, estos dos desempleados más ya no cumplen una función dentro de la lógica del sistema capitalista, son simplemente un exceso. Pero con el desarrollo del desempleo estructural en las sociedades contemporáneas este momento de exceso de lo social pasa a ocupar una centralidad cada vez mayor y la categoría del lúmpen proletariado es claramente insuficiente para caracterizar este tipo de situaciones. En los años ’30 Trotsky escribía, en el momento de la Gran Depresión, cuando los niveles de desempleo eran altísimos, que si los niveles de desempleo se mantienen por todo un período histórico en ese caso uno va a tener que replantear enteramente la teoría marxista de las clases.
Cuando Uds. piensan en los fenómenos de globalización y en los fenómenos de las rupturas que el desarrollo capitalista genera en las sociedades contemporáneas verán que este momento de marginalidad social es un momento que pasa a tener una función cada vez más central. No puede ya tratarse del desarrollo social simplemente en términos de una historia de las fuerzas productivas. Pero, por eso mismo, en la medida en que estos puntos de ruptura y de antagonismo se generalizan, la posibilidad de construir cadenas de equivalencias, y la posibilidad de imponer cuadros simbólicos que articulen estas cadenas de equivalencias sobre la base de una representación de nuevo tipo, que ya evidentemente no pasa por el partido en su forma tradicional, ocupa necesariamente el centro de la reflexión política. Si piensan en las reuniones de Porto Alegre ven que estas dos dimensiones que he estado tratando de plantear están absolutamente presentes. Por un lado hay una proliferación de los puntos de ruptura y de nuevos antagonismos, ésa es la expansión horizontal de las equivalencias, por el otro lado hay el esfuerzo de constituir un lenguaje unificado en el cual el cuadro simbólico que articule todas estas diferencias pase a ocupar el primer plano.
Transcripción: Daniel Brarda
Fuente: http://www.exargentina.org/