Carlos Monsivais
Monsivais
El nacionalismo jamás incorporó a los indígenas, al no respetar sus caraterísticas específicas,
y fue por tanto una cortina de humo del racismo.
El grito de “¡ Viva México !”, históricamente, dejó fuera a las mujeres, los indígenas, los marginados.
El México compacto del nacionalismo fue en muchos aspectos una prolongación del México de los estratos sociales perfectamente definidos y rígidos.
CARLOS MONSIVAIS
¿Existe ese híbrido, el posnacionalismo, tal vez inimaginable como un congreso de danzantes indígenas auspiciado por Mc-Donald´s, o como el envío de las tradiciones al circuito cerrado? ¿Hasta qué punto la emergencia violenta de los nacionalismos en el mundo no le pone sitio a la idea del posnacionalismo? Si el nacionalismo mexicano surgió en primera instancia en respuesta (un valladar) a las acciones imperialistas de los Estados Unidos y ha sido, por lo mismo, una técnica de compensación política, social y cultural ¿es el posnacionalismo la atmósfera psíquica requerida por la globalización? ¿Puede canjearse arriago del nacionalismo por las promesas volátiles de una realidad al margen de los orgullos previos? ¿Tienen sentido las preguntas “idelógicas” en una realidad sobredeterminada por la economía y las sensaciones y productos planetarios?
Ante la pregunta: ¿Existe un posnacionalismo?, las respuestas varían. Si identifico a “nacionalismo” con “cultura de la Revolución Mexicana”, o contradicción social de los católicos o con atmósferas formativas, la respuesta es afirmativa. Y es negativa si tomo en cuenta el papel central de la desigualdad en la vida latinoamericana y mexicana, y una característica histórica del nacionalismo, ser el lenguaje interno de los oprimidos. Las élites son nacionalistas en lo tocante a cieros hábitos, pero no van más allá. En cambio, hasta ahora, cuando los pobres piensan en la nación tienden a ser nacionalistas.
Sin respuestas confiables a mano, me atrevo a descripciones mínimas del fenómeno, no sin recordar lo obvio: en una realidad dominada por el “extravío de la identidad”, lo típico es volver a los lugares en donde nunca se ha estado.
“Soy puro mexicano, pero a sus horas”
1.- En América Latina lo típico está mudando de forma, y el orgullo de la singularidad, que distingue externamente a los nacionalismos, se ubica cada vez más en el pasado. Cuando había más tiempo a la disposición del envanecimiento o menos testigos capaces de cotejar con otras realidades. Antes, para ejemplificar con amplitud, precía retórico hablar de “cultura latinoamericana”. Sólo había, y en proceso de cohesión, culturas nacionales. Hoy, no obstante los aislamientos y la diversidad de respustas a la crisis, abundan los nuevos elementos de unidad. Entre ellos:
* El aspecto de las ciudades. Aquí intervienen el posmodernismo como banalidad urbana, la americanización que marca los ritmos de la modernidad, el kitsch como maldición californiana, el culto a la modernidad, como la renuncia a la idiosincrasia, el deterioro irreversible de las zonas pobres, que declara incompatible la visión estética y el hábitat de los carentes de recursos.
* La dependencia de las industrias culturales de Norteamérica: el cine de los blockbusters, la cultura juvenil, los best-sellers ( la mayoría norteamericanos), la cuantiosa literatura de la autoayuda y psicologismo que por vía de la invención de traumas vuelve romántica a la normalidad. A eso se le añade la producción nativa que comienza por las telenovelas.
* El culto a la tecnología, la religión clandestina más sobresaliente. Y en medio de nosotros, el home-computer como un dios.
* Las funciones múltiples de la americanización (la conversión de una cultura en el trámite único de internacionalización) que establece dictatorialmente el criterio de lo contemporáneo, incrementa la tolerancia, multiplica las frustraciones y le consigue a la sociedad de consumo una mayoría subyugada que sólo la frecuente en los márgenes.
* La noción del Tercer Mundo como prisión y trampa. Como antes “subdesarrollados”, ahora “tercermundista”. es un vocablo peyorativo empleado por quienes se consideran precisamente eso.
2.- Si las culturas nacionales se fortalecen ante la necesidad de conocer y manejar selectivamente las tradiciones, es inexorable el declive de los nacionalismos, en sus versiones paradigmáticas y en su poder de convición desde hace décadas, y más señaladamente ahora, el nacionalismo se le volvió estorboso a los ansiosos de prestigio social. ¿Qué se hace con símbolos no traducibles? ¿Cómo evitar que las tradiciones evoquen el horizonte de la sociedad cerrada?, ¿Cómo no ponerse de lado de lo global en el juego comparativo con lo local?. La pérdida del crédito de los nacionalismos tiene que ver substancialmente con su conspicua ineficacia. Si la globalización a fin de cuentas excluye, por lo menos difunde un lenguaje internacional: en cambio, el nacionalismo, lo que “está desde siempre”, marca las desventajas y de acuerdo a las nuevas generaciones, las legitima.
3.- El impulso de la demografía nulifica los controles a la antigua, al deshacer cualquier previsión el gentío incesante. La nueva moral surge al erosionarse la destrucción de la censura parroquial, “el qué dirán”, la vigilancia inquisitorial de todos para con todos. Al abrirse la sociedad, se trasparenta una dimensión del nacionalismo: la sociedad homógénea que inventa es machista, apegada al cañon rígido de lo masculino y lo femenino, incapaz de matices, homófoba e incapaz de incluir o tomar en cuenta a los indígenas. Esto se aceptaba sin problemas en un mundo pequeño y controlable, pero un país de cien millones de habitantes o más ya no admite la parte feudal del nacionalismo, su aversión de lo cotidiano, tómese el caso de las mujeres.
Desde los años sesenta, las mujeres se incorporan en forma masiva a la economía y la política, aunque casi nunca en posiciones clave (En las Organizaciones No Gubernamentales su presencia es abrumadora). Estas movilizaciones erosionan una tradición mayor del nacionalismo, su condición de territorio estrictamente masculino. Y como se quiera es distinta la percepción femenina del nacionalismo clásico, fundado en la nobleza del machismo. La aportación femenina anuncia y pone en marcha la sensibilidad distinta que toma muy en cuenta otros factores, jamás incluidos por el nacionalismo tradicional.
Al nacionalismo histórico, siempre más demagógico y sentimental que político, lo desgastan el nivel educativo, la puesta al día de comunidades e individuos y las estrategias de sobrevivencia que a diario organizan sus prioridades. El nacionalismo ya no tiene que ver con la democratización paulatina de la vida cotidiana porque se ajustó en su crecimiento a la idea del país ordenado por la tradición y regido por las virtudes de “lo mexicano”. El diseño de “la mexicanidad” es la trampa perfecta: “O te atienes a los que eres, o no gozas de los beneficios de la entidad generosa y fiestera, resignada y patriarcal que es la nación”. Y las mujeres que se independizan económicamente, o los hombres que ya no se reconocen en el retrato del machismo, se apartan por lo mismo de la norma nacionalista.
4.- Al disiparse la energía de la Revolución Mexicana, el dogma nacionalista se vuelve básicamente un convenio entre las necesidades psíquicas y fantasiosas de las comunidades, y la industria cultural. Y al resquebrarse el poder persuasivo de la nación cerrada que distribuía equitativamente sus rasgos idiosincrásicos entre los habitantes, aparecen fórmulas un tanto alucinadas: algunos creen en la sociedad civil con el énfasis antes dedicado a la nación; se canjea la vanidad de lo premoderno “que es muy nuestro” por la veneración de lo tencológico; se admite sin demasiada convicción lo pluricultural. Y el resultado de esto viene a ser el cambio en la idea de nación, ya no la madre abnegada o la madrastra, o la madre elusiva y cruel, sin la entidad a la que no se conoce con criterios “familiares”, sino históricos, legales, sociológicos.
El debilitamiento del nacionalismo va aclarando las zonas desconocidas de lo nacional. ¿ Qué se sabe de las leyes, la geografía, los rasgos regionales, las discriminaciones de México? Pongo un ejemplo límite: la rebelión de Chiapas en 1994 exhibió el profundo desconocimiento de la inmensa mayoría a propósito de las étnias. El nacionalismo jamás incorporó a los indígenas, al no respetar sus características específicas, y fue por tanto una cortina de humo del racismo. El grito de “¡ Viva México !”, históricamente, dejó fuera a las mujeres, los indígenas, los marginados. El México compacto del nacionalismo fue en muchos aspectos una prolongación del México de los estratos sociales perfectamente definidos y rígidos, del México que subordinada por completo a las mujeres. No hay todavía estudios críticos sobre le nacionalismo femenino y el nacionalismo indígena, pero muy probablemente sus conclusiones serán desoladoras.
Fuente: http://www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri95-801/lecturas/lec206.html