FOTO, CORTESÍA JAVIER TORRES SEOANE
Eran fines de 1989, tiempos de hiperinflación, violencia e incertidumbre. Para el 3 de noviembre, los senderistas habían convocado a un “paro armado” en Lima, es decir la paralización total de las actividades, como demostración de fuerza, con miras a sabotear las elecciones municipales que iban a tener lugar pocos días después. Los senderistas ya habían convocado antes “paros armados” en Ayacucho y Huancayo, asesinando a quienes se atrevían a desafiarlos.
Tras el anuncio senderista, inicialmente primaron en la capital el temor y el desconcierto, hasta que Henry Pease, candidato por Izquierda Unida a la Alcaldía de Lima, tomó una decisión y convocó a una Marcha por la Paz para ese mismo día. Era una decisión arriesgada, porque implicaba enfrentar frontalmente a los senderistas y mostrar que la sociedad no les tenía miedo.
La convocatoria de Pease generó primero incredulidad, pero luego universitarios, líderes juveniles, miembros de ONGs, grupos parroquiales y representantes de todos los grupos políticos fueron anunciando que participarían en la marcha, pese a los riesgos que implicaba. Inclusive, Mario Vargas Llosa decidió sumarse públicamente, aunque él ya era el principal líder del FREDEMO, que presentaba a Juan Incháustegui a las elecciones municipales.
Al final, la marcha fue plural y multitudinaria, logrando que el paro pasara desapercibido y que la gente se sintiera más fuerte, porque le había perdido el miedo a los senderistas.
Días después, en las elecciones municipales, Ricardo Belmont obtuvo más del 40% de los votos, seguido de Incháustegui. Henry Pease no llegó al 12%, pero dudo que los comicios se hubieran podido realizar con normalidad si él no convocaba a la Marcha por la Paz.
Y así era Henry Pease. Él podía haberse quedado tranquilo en la vida académica, preparando clases, asesorando tesis y escribiendo libros. De hecho, son innumerables las personas tienen un excelente recuerdo de él como profesor. Sin embargo, desde muy joven decidió hacer mucho más: para él no solamente se trataba de analizar procesos sociales, sino promoverlos. Por eso fue Teniente Alcalde de la Municipalidad de Lima, en tiempos de Alfonso Barrantes y también congresista en diferentes períodos. Precisamente, otra muestra de su compromiso con los derechos humanos fue cuando logró la investigación sobre los desaparecidos del caso La Cantuta en el año 1993: lo hizo durante el primer gobierno de Fujimori, mientras éste gozaba de gran respaldo popular.
Sus problemas de salud no le impedían seguir comprometido con el país, reflexionando y aportando. Recuerdo cuando escribió un artículo en solidaridad con Hilaria Supa, frente a los agravios racistas que recibió. Hace pocos años, me invitaron a una reunión en su casa para definir una estrategia para impedir la victoria de Keiko Fujimori. Recuerdo que algunos de los presentes estaban muy preocupados, pero él parecía tranquilo y dispuesto a hacer todo lo necesario.
Muchos peruanos asocian la política con la corrupción y la mezquindad, pero Henry Pease era ejemplo de una forma diferente de hacer política, pensando en el más débil. Muchos son los que identifican el mundo académico con una torre de marfil y creen que los intelectuales son gente que no quiere “mancharse” con la realidad, pero Pease era un ejemplo de intelectual que se acerca a los demás y que hace política para enfrentar sus problemas.
Para quienes todavía insisten en que la izquierda no deslindaba con el terrorismo, Pease es un ejemplo de valentía y coherencia. Por esto, creo que Pease logró, como Javier Diez Canseco, un respeto generalizado de todos los que lo conocieron, aunque no compartieran sus ideas.
Para todos los peruanos que se dejan caer en el pesimismo, Pease es un ejemplo de constancia y esfuerzo, que actuó con valentía en una época marcada por el desaliento y la violencia y siguió haciéndolo después, pese a las dificultades de la escena política y de su propia salud.
¿Queda mucha gente como Henry Pease en el Perú? No lo sé. Su trayectoria parece realmente abrumadora.
En los últimos años, vi con satisfacción cómo varios de mis alumnos que migraron del Derecho a la Ciencia Política se fueron convirtiendo en sus asistentes y pudieron cultivar su amistad. Quizás sean ellos, los llamados a sucederlo. Quizás sean muchos más. Tenemos un gran ejemplo a seguir.