EL INCIERTO SEGUNDO AÑO DE HUMALA

Artículo publicado en El Comercio

Su primer año de gobierno se agotó políticamente en el conflicto de Conga que mostró que con métodos autoritarios y reacciones típicas de los aparatos militares no funciona un régimen democrático. En el mayor aislamiento visto al comenzar un gobierno, Humala llamó a dos religiosos como facilitadores y cambió el gabinete, cambio positivo con gente calificada pero aún no hay indicadores de un cambio de política. Humala nos ha recordado, explícitamente, que él dirige la política general del gobierno. Más claro ni el agua, todo premier es un segundo. Es el Presidente quien debe cambiar de política.

Lo que todos debemos entender es que las democracias son regímenes que no funcionan sin diálogo y negociación. El “todo o nada” no funciona. Claro es que no sólo el gobierno actúa así, pero una política más abierta y con iniciativa hace tiempo que hubiera dejado sin juego a Santos.

Pero es evidente que el Presidente, por su formación militar “cree” en lo que le dice la DINI, o los servicios de inteligencia. Lo que allí se hace no sólo está lejos de ser objetivo y mezcla distintos opositores en un mismo saco sino es la peor manera de tener relaciones con autoridades subnacionales o con la sociedad civil. En otros países hay agencias civiles especializadas, con todo tipo de profesionales de las ciencias sociales, que se ocupan de dar la información al gobernante y de construir una red de relaciones que acerca espacios y mundos culturales diferentes a la orbita de un gobierno nacional. Aquí el ministerio del Interior es un ministerio de policía y se han destruido muchas entidades dejándonos un estado incapaz de planificar y formular democráticamente políticas públicas.

En economía no ha habido sorpresas ni grandes cambios. La incapacidad de gasto persiste y se da en el gobierno nacional y en los gobiernos regionales, obviamente porque las reglas del MEF están hechas para que no se pueda gastar. El mensaje presidencial demostró que se persiste en entender la inclusión social a partir de acciones asistenciales —indispensables pero insuficientes— y que se hace un esfuerzo por mejorar la calidad de éstas, pero la inclusión social exige mejorar la calidad del empleo y las capacidades para éste. Eso toca masivamente a la pequeña y micro empresa, al empleo rural y a encadenamientos productivos y de comercialización que extiendan las oportunidades para más peruanos.

En el horizonte acechan conflictos a los cuales hay que adelantarse y negociar, como bien se hizo en Quellaveco. En vez de estigmatizar al opositor hay que atraerlo y buscar salidas comunes. El horizonte internacional es complicado, en economía y en la vecindad, lo que obliga este año a una enorme dosis de racionalidad. Pero lo peor que puede pasarle al gobierno de Humala es terminar estafando a sus electores, que se la jugaron por el cambio. La ruta de Lula que pereció ofrecer Humala sólo es viable con enormes inversiones que se midan por su capacidad de inclusión. No se ven todavía. Debieran incluir reformas puntuales que integren a peruanos excluidos hasta de la representación política y que hagan algo más interesante el descolorido parlamento. Tampoco en esto hay indicios de avance.

En perspectiva no hay que olvidar que el régimen democrático se aleja de los extremos del espectro político y peligra si éstos se refuerzan. Tanto el Movadef como el fundamentalismo de derecha están avanzando ante un gobierno sin iniciativa política y con enormes dificultades de comunicación. Arrasan con lo que pueden en la sociedad mientras el gobierno aparece “de costado” cuando tiene que hacer que la ley peruana se cumpla y hay —además— reiterados fallos en la justicia que abonan en la peor de las direcciones. Puede aparecer así un nuevo escenario de autocracia que sería lo peor para el Perú.

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