Tras la derrota por sus errores en Bagua, en cuyo retroceso casi se incendia el país, el presidente García insiste en más obras y pocos cambios políticos. No ha comprendido las lecciones de esta experiencia y sigue pensando en que sus decretos no causaron la crisis. Pontifica sobre democracia sin entender que el abecé de esta se sitúa en los procedimientos que él violó con “criollaza” persistencia,
Todos debemos cumplir la ley pero esta no puede ser “sorpresa” ni carecer de debate público previo, especialmente cuando atañe a nuestras vidas, bienes y entorno. Pero el Gobierno exigió delegación de facultades una vez más y lo impuso en el Congreso aliándose con tránsfugas y opositores despistados. El presidente no ha aprendido la lección exacerbada porque en este caso había un tratado internacional que protegía a los indígenas. Tampoco parece entender que los gobiernos democráticos, porque actúan de cara al pueblo, dialogan, escuchan y tienen una policía que disuade desde esa práctica. Todos defendemos la ley si se hizo correctamente, y debemos exigir que cuando algunos grupos no lo entienden así se hagan esfuerzos sucesivos de diálogo para disuadir en vez de proceder simplemente a disparar. Combatimos la violencia siempre pero desde esta óptica superior que parece no entender el partido de gobierno por su recurrente costumbre de actuar con prepotencia, eso que antes hacía recordar siempre al búfalo y que tantos apristas demócratas negaron con su práctica.
Aunque no entendió la médula de la reforma política propone dos avances hacia ella: segunda vuelta para que las autoridades regionales y locales sean legítimas, y renovación de la mitad del Parlamento a la mitad del mandato presidencial. Propondrá un referéndum si los congresistas no le hacen caso. Yo estoy dispuesto a impulsar el referéndum juntando firmas, pero debemos recordarle al presidente que él no puede imponer un referéndum: o es por iniciativa popular o es por ley del Congreso.
Ha resucitado algo fundamental del presidente Belaunde que no comparto y que en el pasado no compartió Alan García: su pasión por las obras y la recurrencia a refugiarse en ellas como en una nube cuando hay problemas políticos. Rescato lo esencial que fue Cooperación Popular, que en mis años de estudiante incluyó a la universidad y que el partido aprista combatió a muerte desde su alianza en el Congreso con el ex dictador Odría. Si la descentralización popular que pregona hoy el presidente García se hace con transparencia e imita la austeridad de Belaunde cuando solo inscribía “El pueblo lo hizo” habremos avanzado. Pero, por favor, no todo lo que se necesita es cemento.
Dice el presidente que ha reducido la pobreza al 36% y que la dejará en el 30%, pero quién le cree. Defenestró al responsable del INEI y creyó que los insultos son pruebas, lo reemplazó por alguien cercano y ahora nadie le cree. No entiende todavía que hay funciones públicas que solo sirven si son ajenas al Gobierno.
Estoy de acuerdo en que la descentralización es la principal reforma del Estado hasta hoy y por eso me jugué por ella siempre. Fue la terca decisión del presidente Toledo la que la reanudó aunque García sea incapaz de reconocerlo. Pero el salto siguiente requiere de mucho más y solo así las autoridades intermedias sacarán la cara ante el pueblo: la educación, la salud, la vivienda y demás políticas sociales tienen que ser administradas regionalmente. Se requiere incluso un juego de imágenes: no debe haber un ministerio de educación o de salud. Las administraciones son y deben ser regionales para que la burocracia central no siga intentando retrocesos. Otra cosa es que exista una autoridad nacional de educación o salud que regula y supervisa la calidad y acredita o no a quien la ejerce con autonomía. Mientras eso no ocurra tendremos gobiernos regionales que le tiran la pelota al gobierno nacional cuando las papas queman.