Pretendiendo corregir su error inicial cometió otro peor. Primero afirmó que como presidente no podía imponer un sucesor, pero sí podía impedir que llegara a la presidencia alguien que él no quisiera. Para arreglarlo, sostuvo después que había que hacerlo para defender el modelo económico. El presidente es un defensor de este modelo económico aun a costa de la democracia.
Los modelos y las políticas no son dogmas ni artículos de fe. No son principios que cohesionan a la nación sino materia opinable, tienen que ser permanentemente evaluados y contrastados con la realidad y sus resultados: se agotan y cambian. Es absurdo esperar que la nación encuentre cohesión en políticas obviamente contingentes.
Los principios democráticos y los derechos humanos, que en parte recogen las constituciones y preñan la cultura política, sí cohesionan a la nación progresivamente y allí se ubican las características fundamentales del régimen democrático y la obligación del primer mandatario de no interferir en la elección de su sucesor. Esa interferencia es lo que el presidente declaró haber hecho en evidente alusión a las elecciones de 1990 y obviamente sin propósito de enmienda.
No pudo escoger peor momento. La crisis económica internacional si algo afecta es el modelo neoliberal que aquí se impuso sin discusión en los años 90. Hoy en el mundo se cuestiona, por ejemplo, la desregulación que ha mostrado sus gravísimas consecuencias en esta crisis o la idea del Estado mínimo que hasta Francis Fukuyama se ha rectificado ya.
Es que se trata de políticas contingentes que solo continúan si la evaluación es favorable para las mayorías. Los modelos y las políticas no deben confundirse con los principios. Las libertades y la competencia en el mercado son parte de los principios, pero cada modelo y cada política combina estos y otros elementos de distinta manera. La mesa redonda que organizó El Comercio al estallar la crisis mostró claramente esta realidad y el debate que ya existe en el mundo. Sostuve que no era amigo de los bandazos en política e insisto en reclamar ponderación, pero negarse al cambio es un error en un mundo que cambia velozmente.
Es absurdo pretender que se cohesione la mayoría de los peruanos con un modelo cuyos resultados enriquecen a muy pocos y empobrecen a muchos. Es una tontería sostenerlo cuando incluso en los países más ricos y poderosos se cuestiona abiertamente.
Pero este tema es discutible, tienen derecho de defenderlo los que se han beneficiado o simplemente les gusta y tenemos el derecho de cuestionarlo los demás. No puede el presidente erigirse en dogmático mentor de un modelo y menos ofrecer protección a intereses particulares en nombre de ello.
Dice la Constitución que el presidente es el jefe del Estado y personifica la nación. Pienso que una persona no puede personificar a la nación, porque esa y otras exageraciones cultivan la soberbia y la arbitrariedad. Alan García se está alejando del papel que le da la Constitución, que todos debemos respetar aun en lo que no estemos de acuerdo.
Fujimori impuso con los organismos multilaterales este modelo y pretendió justificar su golpe de Estado y hasta sus delitos de lesa humanidad en su nombre. De modo dogmático, aplicaron sus políticas llamando dinosaurios a quienes pensaban distinto y evitando todo debate. Muchos delitos comunes se encubrieron así. Recordemos lo que hicieron con los bienes del Estado malbarateados de modo delictivo como Aero-Perú —vi hace poco el testimonio de un aviador que sigue luchando— y no olvidemos la más grande corrupción en la República, aunque poco se ha llegado a judicializar. Ese dogmatismo conculcó principios, derechos y democracia. Aprendamos del pasado y no permitamos que un presidente que no ha dado un golpe de Estado lleve su conversión ideológica al extremo antidemocrático.
La errada defensa de un sistema: Grave error del Presidente Alan García
El Comercio