Ante las dificultades graficadas en Cajamarca, el presidente Ollanta Humala se ha refugiado en el núcleo duro de su confianza –su entorno militar–, ha despedido a un primer ministro demócrata y concertador, además de pronunciar en Ayacucho discursos en los que habla el soldado, no el ciudadano que elegimos. Él mismo contrapone indebidamente al ciudadano y al soldado.
Cuestionar la ciudadanía plena de los militares implica regresar a lo que en el siglo XX causó tantos problemas. Militares excluidos del voto canalizaban su vocación ciudadana entendiéndose tutores de los ciudadanos, como si fuéramos menores de edad. La politización de las FF.AA. provenía de su exclusión del voto. Por eso pretendían pronunciarse institucionalmente en determinados temas o en toda la acción política, según las circunstancias. No hay democracia estable en el mundo que no exija la subordinación de las FF.AA. a las autoridades e instituciones democráticas y su contraparte es la ciudadanía plena de los militares, con la sola restricción de la acción y declaración política. Se vota pero en la actividad militar no se puede participar como candidato ni asumir ministerios.
El presidente no ha mostrado una sola prueba de la politización producida por el hecho de que los militares voten. No hubo ningún incidente y los órganos electorales pueden confirmarlo.
Cuando presidí el Congreso puse al debate la reforma constitucional que previamente trabajamos en la Comisión de Constitución y logramos su primera aprobación. Era un Congreso mucho más fragmentado y complicado que el actual y no existía la Mesa Directiva concertada. Pero hubo un amplio consenso porque excluyendo del voto a los militares no se consolida una democracia. ¿No lo entiende el ciudadano que elegimos presidente de la República? Lo que ha dicho altera algo esencial de la hoja de ruta que hizo posible su victoria y los demócratas, que no podemos subordinar principios a intereses económicos o políticos, nos sentimos defraudados.
Pero además el presidente cuestionó la ley que en los años finales del fujimorato logramos para eliminar el servicio militar obligatorio. Es ingenuo sostener que sus palabras reclaman solo recursos o convenios para que el voluntariado sea atractivo porque eso depende solo de él, salvo que el MEF sea un ministerio en el cual el presidente no manda.
Viajé seis veces a Jaén y San Ignacio para traer información de las familias de los levados, esos que fueron carne de cañón en la guerra con Ecuador. Los reclamos de las familias eran enormes y la radio jesuita hacía un esfuerzo heroico en medio de las presiones y amenazas para que no divulgara los reclamos de estos ciudadanos humildes que son los que el presidente Humala aspira a incluir.
Traje y esparcí esa información en el Congreso pero al final solo un hecho dramático e inaceptable cambió el rumbo: un joven levado en Tacna se suicidó. En medio de la vergüenza y la pena se desbloqueó el proyecto y Fujimori aceptó el cambio. ¿Se imaginan cómo me siento tras las palabras del presidente Humala a quien he apoyado sin haber hablado nunca con él?
El nombramiento de un militar retirado como primer ministro no me hubiera impresionado sin este contexto, porque su derecho y el mío son iguales y porque el ministro Valdés lo hizo bien en Interior. Viajó a donde estaban los problemas y puso la política antes que la represión, aunque fue el duro, no el concertador. Me preocupa la salida de Salomón Lerner, uno de los mejores presidentes de un Consejo de Ministros, no por su labia sino por su esfuerzo concertador. Me preocupa más que en pocos meses el presidente Humala ya destruyó Gana Perú y su alianza con Toledo. Queda solo en manos de su entorno íntimo de militares retirados, y su discurso lleva a la peor politización de las FF.AA., que ya vivimos.
También puede hacerse un análisis izquierda-derecha, pero insisto: no hay izquierda sin democracia.
La democracia es cuestión previa sin la cual siempre ganan las derechas y se agregan problemas graves. Parafraseando a Nadine Heredia: ¿es tan difícil caminar en democracia? Sigue leyendo