Persistencia en el error: ¿A quiénes sirve la polarización política?

El Comercio

Sin esperar a que los peruanos procesemos el trago amargo de Bagua, el presidente Alan García arremetió con otro artículo que continúa al finado “El perro del hortelano”.

Debemos respetarlo como presidente dos años más, pero no debemos seguir sus consejos. Y tenemos que preguntarnos: ¿A quiénes sirve la polarización política? Polariza cuando mezcla escenarios y excluye a quienes no coinciden con su gobierno; vuelve al lenguaje de la guerra fría aplicando la tan manida regla de la simplificación y el enemigo único, útil para la propaganda política en el viejo texto de Domenach, pero perniciosa y peligrosa en manos de un gobernante que no aprende a ser estadista.

Las reglas electorales suelen hacerse para situaciones límite; como lo fue la segunda vuelta. La polarización fue el arma que dentro de esas reglas hizo ganar a García. Sin esta regla y sin Humala no hubiera vuelto a ser presidente.

La polarización política fue también parte de la historia de su partido. Tuve en mis manos un folleto de la época de Odría en el cual se mezclaba la estrella aprista con la hoz y el martillo del Partido Comunista. Eran lo mismo para el tirano del ochenio, quien poco después se alió al Partido Aprista para impedir las reformas de Belaunde en democracia y facilitar, sin quererlo, el gobierno militar.

Polarizaron contra el Partido Aprista, pero sus dirigentes entendieron que ese camino era eficaz. Ellos lo aplicaron contra Belaunde, perdiendo ambos y llevándose abajo el precario régimen democrático.

Bagua no se explica sin un presidente que trata como perros del hortelano a los indígenas que no pensaban como él.

Menos se explica con la parodia de interpelación a Yehude Simon, un primer ministro con muy poco poder y comprobada voluntad de diálogo, a quien pocos pueden imaginar ordenando una masacre o una operación equívoca y sin la adecuada coordinación (ni dentro de la policía, ni entre esta y las Fuerzas Armadas), pero muy bien coordinado con la bancada aprista.

¿Alguien puede creer que los congresistas optaron solos por echar gasolina en vez de agua al fuego en el mismo momento en que comenzaba la operación?

Quien exigió que no derogaran los decretos ya inconstitucionales no fue el primer ministro, que los apristas acababan de desairar en el debate sobre el VRAE, sino su jefe político que es el presidente de la República.

La desconfianza ciudadana crece con este ordenamiento constitucional que hace responsables a los menos poderosos, creyendo proteger al más fuerte. Miren las encuestas, el pueblo no se deja engañar.

Se proclama ahora la “guerra santa”, como lo hacen los dictadores. En estos artículos del presidente hay mucho del estilo de Hugo Chávez.

Quiere que culpemos a Chávez o a Evo Morales de sus errores locales en un país que, en las condiciones económicas y sociales recientes, no lo pueden manejar desde afuera.

El “baguazo” se explica por la prepotencia con que este gobierno actuó, con decreto sorpresivo en vez de ley previamente debatida en público y consultada según sus propios tratados. A eso le agregó no diálogo sino mecidas, con una PCM sin poder y una operación policial precipitada, de la cual todos los políticos se lavan las manos.

Nunca vi un pliego interpelatorio de una sola pregunta, pero jamás imaginé que el Gobierno sería incapaz de contestarla. No podía decir que el único que podía dar la orden era el presidente García —que tiene la jefatura de la policía y las FF.AA.— aunque los responsables políticos sean los ministros. En el Parlamento Británico la respuesta hubiera sido muy simple: la orden vino del gobierno de su majestad. No importa el rol individual que todos saben depende del Primer Ministro y no de la Reina.

Sobre cuernos, palos. Eso es lo que significa que el presidente insista en polarizar, persista en llamar antisistema a quienes discrepan con él, vuelva al escenario de la segunda vuelta mucho antes de llegar a la primera.

Esta es la hora en que hay que hacer lo contrario. Porque la polarización solo sirve a corruptos y autócratas, a quienes no tienen nada positivo que ofrecer a la mayoría de los peruanos. No fortalece la democracia, es decir, el gobierno que escucha al otro, que lo incluye, que no descarta al que piensa diferente y menos a la mayoría de los peruanos.

Este es el momento de aprender a sumar, a concertar, a poner mínimos avances en común, a no llevar la política a los extremos para que solo ganen los que no quieren que nada cambie, porque quieren que sus intereses muchas veces inconfesables sigan primando.

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