Pobre Alan. Hasta ahora debe de estar con la sensación del que se ha dejado la casa cerrada con las llaves adentro, y ya no hay nada que hacer. Nada. Y eso de pobre, claro, es un eufemismo. Porque en realidad lo que me sale del forro decirle es “bien hecho”.
Y me explico. La crisis de los “petroaudios” que se tiró abajo a todo el Gabinete Del Castillo requería de un golpe de timón radical, que evitara ahondar en la percepción de que dicho escándalo de corrupción no era sino la constatación de que el aprismo no ha cambiado un ápice respecto de lo que vivimos en los ochentas, con el mismo Alan y los actores de reparto de siempre. Ergo, colocar a otro aprista en el lugar de Del Castillo podía interpretarse como que no había espíritu de enmienda. O algo así. Entonces al astuto García se le ocurrió que debía convocar a un independiente, para eliminar así cualquier atisbo de sospecha. ¿Pero a quién? ¿A Pepeká? No. Muy cazurro. Tiene ideas propias y vuelo propio. Y hasta negocios propios. Debía ser alguien con algunas distancias respecto del partido, que caiga bien o sea neutro ante la opinión pública, y al que se le pueda manejar, y, eventualmente, incinerar, o descartar como a un vaso de plástico del McDonalds. Y si es un potencial candidato a la Presidencia de la República, mejor. Ya sea para quemarlo o, si la hace más o menos bien, para que se vaya agradecido, debiendo favores. Eso es: Yehude Simon.
Y así fue. Simon no lo pensó mucho. Creyó —lo sigue creyendo, ingenuamente— que su paso por el Premierato le servirá de plataforma para su salto a la primera magistratura en el 2011. Y, de esa manera, se lanzó sin demasiados miramientos al pozo infestado de cocodrilos. Él parece no darse cuenta todavía, pero desde ese momento, y hasta la fecha, lo único que hemos podido apreciar los peruanos es a un Premier con mucho talento para meter la pata pero poca pericia para gobernar. Eso sí, siempre cantando bajo la lluvia en plan Gene Kelly. Así, su primer anuncio importante luego de nombrar a su Gabinete fue advertir que hay dos ministros que se le van (las lenguas chismosas afirman que se trata de Verónica Zavala y Ántero Florez-Aráoz). Probablemente ello ocurra hacia la Navidad, época en que la política importa un bledo (en realidad siempre importa un bledo, pero en Navidad importa menos). O sea, en lugar de irradiar estabilidad, anticipa precariedad. Luego augura enfrentamientos y discrepancias con su Ministro de Economía, que es de los que prefiere pensar con estadísticas, sueña con razonamientos porcentuales, se lleva bien con la Confiep, y es como el litio para García.
Más todavía. En su primera crisis ministerial, en la que el flamante Hernani decidió sacar al general Octavio Salazar, con el que obviamente se llevaba mal y venía de los horrísonos tiempos de Alva Castro, Simon decidió avalar a Salazar, descolocando a Hernani, quien sintió que, en lugar de recibirlo con alfombra roja, su jefe le estaba jalando el felpudo. Con él encima, por cierto. Para remate y con el talante de un San Jorge matando un dragón, recapacitó (o alguien le sopló al oído las palabras mágicas: “la cagaste”) y optó por respaldar a Hernani. Pero el daño ya estaba hecho. Al punto que en un momento no se sabía quién tenía más peso: si Hernani o Salazar. O si los dos pesaban igual. O si los dos ya no valían nada, y simplemente se habían convertido en mercancía electoral, listos a ser cambiados en cualquier momento, como de hecho ya ocurrió con Salazar, que ha sido reemplazado por el general Mauro Remicio.
Como sea. Lo único que ha quedado claro es que Simon es una persona sin los atributos necesarios para el cargo. Y alguien de esas características no puede durar mucho. Al punto que Alan García, como yo, ya se dio cuenta de su error y le ha pedido al país “un esfuerzo de generosidad para ayudar a este hombre”.
Por mí que lo cambien mañana mismo. Y que su actuación quede para el registro. Buena gente, Simon, pero como gobernante es un incompetente. Igual que García. Así estamos.