Augusto Álvarez Rodrich me ha dedicado una columna alegrándose por mi crítica al Congreso actual (“Un par de joyitas” y “Crisis moral y política”, El Comercio, 26 de julio y 5 de agosto del 2008). Cree que digo las mismas cosas que él escribió sobre el Congreso que integré y presidí. Se ha vuelto a equivocar.
He criticado a los tránsfugas, identificándolos, y a las tres congresistas que metieron la mano en los sueldos de su personal las identifiqué sin colocar sus nombres. He calificado la actuación de partidos identificándolos, no generalizo. Mido mis palabras, aunque discrepe y cuando tengo que calificar me cuido de distinguir.
No he llamado “mediocre y corrupto” al Congreso de la República ni he sostenido como Augusto “no se puede generalizar y poner a todos los congresistas en el mismo saco, pero la convivencia durante un lustro con proxenetas, violadores, ineptos, asaltantes del erario, brokers de intereses particulares y sinvergüenzas de diversa calaña, sin que oportunamente se haya escuchado muchas voces de protesta ni visto sanciones desde el interior de la institución, perjudicó irremediablemente al conjunto”. Para él yo me contaminé de esa corrupción por no hacer lo que él creía era mi deber prioritario.
A Augusto le respondí en dos o tres páginas de mi libro “Por los pasos perdidos” y leo ahora que se ha sentido agraviado. Lo siento, porque lo aprecio. Por eso volví a leer lo escrito y no encuentro agravio alguno, respondo, discrepo, razono, comparo y opino, con fuerza, con libertad.
Todavía busco y no encuentro a los proxenetas de ese Congreso. Un anciano delinquió en agravio de una señorita y fue rápidamente puesto en manos de la justicia –por lo que no puede usarse el caso ni para generalizar hablando de congresistas violadores ni para cuestionar a los demás por no reaccionar–, ineptos hay en todas partes, pero por eso mismo no suelen caracterizar las instituciones.
A los asaltantes del erario se les denuncia por su nombre, con pruebas, y a los que representan intereses particulares, también. Hoy podrían estar presos o al menos enjuiciados. No es así. Yo no me atrevo a tratar así a nadie y menos sin probar lo que digo. Tratar así a los parlamentarios afecta, querámoslo o no, al sistema democrático.
No olvido que mientras intentaban vacar al presidente Toledo algunos periodistas nos exigían romper con Perú Posible por Mufarech, otros por Llique, etc., como si fuera eso lo más importante. Lograron algunas renuncias dañando la gobernabilidad. No tengo duda sobre las debilidades y errores de entonces, pero se sigue olvidando que fueron parte de un momento de transición en que reconstruíamos instituciones muy debilitadas.
Aquí comienzan las diferencias con el Congreso actual. Porque Perú Posible no maniobró para retener a cualquier precio la Presidencia del Congreso. No rompió otras bancadas ni hizo alianzas contra natura. Tuvo que soportar tránsfugas que salían y eran tratados como congresistas respetables, al extremo que uno de estos encabezó la comisión investigadora contra el propio presidente Toledo.
Las comparaciones odiosas pueden seguir. No hay en el Congreso anterior parlamentarios denunciados por meter la mano en los sueldos de los empleados o por contratar parientes.
En mi libro enumero los escándalos de cada año. Se hizo un escándalo por los sueldos que se pagaban sin que nadie hubiera incrementado algún ingreso desde los parlamentos del fujimorato. ¿Por qué empezó esa campaña? Todavía no lo sé, pero cuando recortamos los sueldos y trasladamos la atribución al Ejecutivo, la misma prensa ha criticado la rebaja de sueldos, aunque solo se hable de funcionarios porque a los congresistas prefieren usarlos como piñata.
Seguiré pensando distinto y valorando la opinión ajena, pero recomiendo analizar y no solo calificar, distinguir antes que generalizar. Lo afirmo valorando el periodismo que hace Augusto y su firmeza para defender el régimen democrático.