El salón de los olvidos

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El salón de los olvidos

Creí que olvidar era distraer mi mente en ocurrencias fútiles. Creí que se podía olvidar sin un efecto secundario tan agresivo como es el de extrañar. Creí que extrañar era un malestar pasajero, pero ahora sé que es un síntoma del pasado. Creí lo que sabía que no se podría creer. Creí en el amor por inocencia. Creí en la felicidad porque me dijeron que existía. Creí en el odio porque lo recibí y lo compartí. Creí en la tristeza cuando no creía ni en el amor ni en la felicidad. Y no me costaba creer en la existencia de las lágrimas, me costaba creer cómo se originaban. Creí que las palabras se usaban para llegar a acuerdos y no para romperlos.

Entonces, los violines retumbaban en mi cabeza por exceso de felicidad, exceso de amor. Creí que estando con alguien me aproximaría al estado ponzoñoso de la felicidad, tratando de cautivar mis sentimientos. Sin embargo, el olvido llenó de penumbra los buenos recuerdos, los envolvió con su fino margen de melancolía austera. Luego, me dediqué a escribir porque sentí que alguien me obligó indirectamente a hacerlo para que las frustraciones abandonen mi cuerpo. Así pasó. No miento al decir que ese ente mezquino se apodera de mí en algunos momentos del día. Es por ello que hoy publico un segundo artículo, ya que anduve por mi centro de estudios y sentí una necesidad. Quizá extrañar sea sentir la ausencia de algo necesario. Extrañar, vaya manera de saber que algo nos falta.

Creo que el amor es mucho más hermoso cuando es humilde, cuando no nos importa saber con quién estamos ni mucho menos qué se converse. Eso debe ser amor, prestar atención a lo que dice así no te importe o no tengas ganar de oír nada. El amor es muy difícil que se olvide, creo que se puede olvidar a la persona, pero no los momentos. Y lo digo porque a veces el amor se encarga de elegir selectamente. Pero, qué hay de los amores platónicos, de quienes nos gustaban pero nunca pudimos decirles que moríamos por estar a su lado o que reventábamos de celos porque el amor nos corrompe y nos intoxica, nos hace ser dependientes aunque no lo aceptemos. El placer está en el tiempo. El placer está en el tiempo que podemos pasar con la persona que de verdad queremos. He ahí la clave para amar, apreciar el tiempo. Supe de personas que se iban a casar, pero antes del matrimonio uno sufrió un accidente y murió. Supe de un hijo que se peleó con su padre, luego este murió; el hijo sintió que nunca pudo decirle que lo quería. Supe de parejas que pelearon por estupideces y que luego se dieron cuenta que lo eran y se sintieron muy mal, porque cuando uno de ellos recapacitó, el otro ya estaba con otra persona. Supe que existía el amor, pero nunca probé de el. Supe del desamor, pero me rehusé de creer en el.

Mientras ese café me infundía la tristeza de saber que no soy bueno para querer, que no merezco que alguien me quiera, porque ello sería injusto, no lo podría retribuir. Llegue a mi casa a escribir lo que me cuesta entender, lo que percibo que la vida siempre me quedará debiendo: el amor. No busco trafulcar a nadie. Busco algún signo de esperanza frente a ese problema. Ingresaré a una universidad que me proporcionará un millonésimo de mi felicidad, el resto lo proporcionará alguna chica, algún mérito, alguna justificación de que viví.

El salón de los olvidos es parte de nuestro inconciente, de nuestras confusiones. Allí vagamos cuando vemos fotos que se van descolorando o imágenes del monitor. Allí se muestran, en objetos que tienen una historia graciosa o triste. Y entendemos que somos vulnerables al amor. Entendemos lo que queremos, a quien queremos, a quien quisimos, a quien tratamos de querer, a quien nos quiso, a quien quisimos y no nos quiso, a quien nos quiso pero nos causó daños, y aún así quisimos, a quien queremos porque nos hace reír, a quien queremos y nos hace llorar, a quien queremos aún cuando nos juramos no querer, a quien queremos porque aunque no se dé cuenta, nos alegra el día, a quien decimos que amamos solo para que se sienta más querido, a quien amamos antes de haber querido, a quienes quisimos nunca haber amado. Así de complejo es el amor, tan complejo que una lágrima puede resultar de amor como de tristeza. Entonces, olvidar conlleva el gran riesgo de extrañar.

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