(des)Haciendo el amor

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El amor es algo demasiado maravilloso para que uno pueda andar preocupándose por el destino de dos personas que no hicieron más que tenerlo, de manera inexplicable.
El pozo, Juan Carlos Onetti.

Lo habíamos hecho.
Su cuerpo se transfiguraba con las desordenadas sábanas blancas. Miraba profundamente al vacío, lo observaba delicadamente perdiendo el escenario y accediendo a la confusión. Abrazaba la almohada como incorporándola a su pecho, adentrándola a una zona muy íntima. La miraba abrazándola y la abrazaba mirándola. Minutos antes, ambos transitábamos con los ojos el techo del cuarto, lo indagábamos perdidos en su pureza, en el vacío que deja el acto. Ahora lo único que nos unía era el silencio. Nuestros cuerpos agitados encontraron reposo en acelerados respiros. Su tiempo ya era mi tiempo. Sentí entonces la madrugada de mi infancia cuando pude amanecerme por primera vez y ver teñirse el cielo en tonos efímeros; sentí el rescoldo del humo de los cigarrillos vacilando en la atmósfera, jugando a recorrer lo puro. Ambos permanecíamos con los vestigios del trance. Las ropas desperdigadas en el piso y el piso desperdigado en el cuarto en penumbra. Todo se confundía. Una vez más besé sus labios, sus pasados, sus recuerdos. Por momentos compartimos ese vacío temporal. Tan íntimo era el momento que en esa breve aventura compartimos hasta nuestros odios. Voces del deseo se perdían entre las ventanas y las repisas. Era un ritual que nos deshacía.

Por momentos perdíamos las miradas y abordábamos cada quien a su mundo ligero. Me gustaban esos momentos en los que idealizábamos la idea de placer por separado hasta concordar en un instante casi astral en el que todo se alinea y perdíamos el control de nuestro espacio. Y lo que le da sentido a ese momento es la banalidad de la mirada estática como reconociéndonos en aquel café de Miraflores donde ya la conversación era netamente visual. Sentí su respiro acelerado bordeando mi rostro. Sentí, también, su calma alojada en las sábanas que la cubrían. Después de todo, regresamos a las ropas. Nos dimos cuenta entonces que el amor era demasiado complejo para nosotros, porque no comprendimos en qué momento lo hicimos. Sin embargo, lo habíamos hecho.

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