Archivo por meses: octubre 2011

El bolero de Rubén

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A mi abuelo.
Rubén vivía solo en ese viejo solar del Jirón Camaná. La radio encendida solo esparcía los boleros y pasillos que solía oír en sus años. Allí su rostro cansino solo percibía los cigarrillos en esa mesa pálida, vacía y adolorida por los años. Se pasaba las mañanas haciendo crucigramas mientras oía sus boleros ecuatorianos, sus melodías que lo trasladaban a sus viejos años en esa casita de Huaraz y la barba canosa acechando su rostro. Sus hijos estaban en el extranjero y su mujer descansando infinitamente. Y esos regalos hermosos que ellos le dieron se fueron deslizando por la memoria y siendo usurpados por el Alzheimer. Esos sus años, sus ojos, sus paisajes andinos que fueron trasladándose a un pasado, a un recurso breve.

Rubén se paseaba descalzo por ese cuartito que se fue añejando con sutileza, con siluetas en el marco de la puerta, con rostros riendo en la mesa de la cocina al beber el café, con manos aterciopeladas acariciando cabellos como el de Jimena o el de Basilio. Y así se fue quedando solo. Así quedó la vieja idea de amor, quedó tan vacía, tan sola junto a algunos libros viejos que solo eran posadero de polvo. Ni las fragancias envueltas en ambientes como el cuarto de alfondo, tan solo le acariciaban los fantasmas de los buenos tiempos, los sencillos aromas bienhechores de la felicidad. ¿Qué es la felicidad? se preguntó Rubén desde su balcón donde percibía autos blancos y amarillos atiborrándose en el jirón. Quería inventar métodos retrospectivos para frágilmente rozar el rostro de Magdalena, de compartir copas de vino con Marianito y Guevara en el Queirolo. Ya no hay cura, pensó. Ya no hay remedio alguno, pensó sollozando.

Hay tiempos extraños y difíciles para gente con fe como Rubén. La Biblia en el mueble opaco y desgastado y resignado; el café esperando los labios arrugados de Rubencito que ya camina sin apuro, cuyos pasos se van perdiendo en el tiempo; la radio siempre encendida con sus pasillos y el recuerdo de los caminos toscos de su Huaraz. ¡Oh, mi Huaraz!, exclamó. ¿Magdalena?¡Tráeme mi sombrero, por favor! Y solo el viento limeño ondula su camisa beige. Rubén recuesta su cabeza en el mueble y va perdiendo fuerza hasta cerrar los ojos.

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Hablando de la vida, la muerte y otras demencias

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La existencia de la realidad es la cosa más misteriosa, más sublime y más surrealista que se dé.

SALVADOR DALÍ
¿Alguna vez han creído que pudieron haber sido otra persona en vez de la que son ahora? Es decir, he vivido 18 años creyendo que mi vida no era relativamente mía. Lo peor es que he vivido crédulo ante mis necesidades, mis inconstancias, mis temores, mis anhelos y todo aquello que suele preocuparnos. He vivido con sutileza, dedicándole un valor significativo a cada momento “importante”. Vivimos en base a rutinas, a esquemas que hemos ido construyendo por influencia de terceros. Vivimos en delirio con estímulos adquiribles como la música, el arte, etc; vivimos ligados a buscar nuestras sustancias psicotrópicas por nosotros mismos. He vivido creyendo que no existe la felicidad porque me mortifica pensar que es un límite lejano y extraño. He vivido creyendo que no existe el amor porque tal cosa es un tiempo muy variable, muy impreciso, muy relativo a los sentimientos. He vivido creyendo que la muerte es un destino muy bello, pues de él queda un modo de vida mejor: el recuerdo. He vivido creyendo que la tristeza es uno de los sentimientos más intensos e indescifrables por el que podemos pasar, ya que estando tristes solemos tomarnos el tiempo indicado para pensar. He vivido creyendo que la amistad es un nexo de confortablidad, un intercambio de creencias y emociones. He vivido creyendo que la música es el mejor transporte a los sentimientos,un etéreo mundo fuera de este. He vivido creyendo que la literatura es una conversación con el tiempo, con la fantasía, con la necesidad de huír; por ello escribo, porque creo que huyo de mis demencias y de todo lo que ido creyendo.

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