Café Café

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Querida Sofía:

Ayer estuve pensando mucho en el último café que tomamos ¿lo recuerdas? Habías llegado tarde – como usual y sutilmente haces para nivelar nuestras deudas de puntualidad – ;traías la chompa beige que tanto te gusta, la que usaste algunas noches en Barranco y algunas tardes en el malecón de Salaverry. Me alegró mucho saber que aún recuerdas cómo llegar al Café que hallamos aquel día de lluvia luego del examen de Historia, habíamos hablado tanto que de casualidad empezó la llovizna y solo pudimos caminar en busca de un refugio que nos brindase café.

 

No habíamos hablado tanto desde que nos conocimos en la clase de Estrada y sencillamente no me caías para nada, siempre te lo comenté. ¿Qué me hizo verte diferente?, creo que el tiempo, la continuidad, el café y los paraderos, los tuyos, los míos, los de la ciudad. Siempre nos fue fácil conversar, sabías que yo era un tímido de mierda y aún así me hiciste hablar, hablar de mi niñez, de mis temores; creo y siento que en parte de contagié mis temores, pero también mis anhelos. Lo cierto es que me gustó que sigas igual de divertida contando con estoicismo que no fuiste a ver a Calamaro. Debo admitir que esto último me hizo sentir mejor, pues creí que irías y cantarías las canciones que tanto coreábamos juntos en El Tizón. Siempre odié cómo cantabas, pero lo hacías a propósito y, peor aún, el miedo escénico no era tu estigma, pues cantabas en la calle y yo miraba a otro lado como si no te conociese.

 

¿Aún escribes? – preguntaste. No sabía qué responderte. Aunque debí decirte que dejé de escribir cuando dejamos de vernos, pero no, te dije una respuesta formal y correctita: “No. Lo que pasa es que no se me ocurre nada”. Sonreíste ligeramente como en aquellos días de invierno, como en aquellas noches en la puerta de tu casa. Luego vino el tiempo muerto, ese silencio amigable que nos otorgamos los que pensamos de más las cosas. Por suerte nos trajeron los cafés y con ello tratamos de nivelar las circunstancias comenzando por un “este café siempre será el mejor”.

 

Me contaste de Mariano, el chico con el que salías un tiempo. Perdiste la mirada por un momento, quizá por un recuerdo inesperado y abrupto de él. Duraron un año y con justo coraje, pues quien pudiese con tus cambios de humor más de medio año debía ser considerado la persona ideal para ti. “Mira, el amor no va conmigo” dijiste dándole un sorbo al café. El amor no va con nadie que lo acepte como existente. ¿Era Mariano para ti?, no creo. Tú buscabas alguien que te entendiese sin que pudieses hacerte entender; buscabas a alguien que te diga que te quiere porque según tú el querer es la fantasía más hermosa que podemos crear estando lúcidos. Mariano no era para ti; tú no eras para Mariano.

 

¿Y sigues con esa zorra? – me preguntaste con tono de decepción. Me reí un poco para esquivar el hecho que te enterases de mi vida por Valeria. No había mucho que contarte, sabías absolutamente todo lo mío con Sol y atinaste a decir: “Te lo dije”. Yo no quería hablar de ese tema ni mucho menos contigo. “No sé cuándo te volviste tan huevón. ¿Te cuesta creer que eras solo un relleno emocional? “ dijiste aún más decepcionada. Por un momento entendí lo que querías decirme y solo pude decirte que ya no estaba con Sol hacía meses, que ella se había desaparecido luego de lo que me hizo.

 

Me dijiste que te mudarías pronto, que conseguiste empleo en la agencia de publicidad a la que postulamos cuando salimos de la Universidad. Me alegra creer que de algún modo tu vida es un tanto distinta a la mía, a la que quería tener mientras estuvimos al menos. Te conté que solo llego a mi departamento a dormir y siento ese miedo extraño de las paredes, de la tv encendida sin volumen, del silencio del espacio a las 3 de la madrugada.

 

Me gustó saber que después de todos los momentos que tuvimos puedas recordar medianamente la mayoría. Que nunca me soltaras la mano, que nunca pudieses despedirte de mí fuera de tu puerta, que me mires a lo lejos mientras me perdía por tu calle con las manos en los bolsillos. Ni tus viajes a Buenos Aires ni los míos a Santiago eran suficiente anécdota que supere lo de Huamanga.

 

Lo absurdo e irracional que alguna vez nos unió, ahora era solo una amena carcajada en un café de San Isidro.

 

Querida Sofía, empiezo a darme cuenta lo que siempre decías: “No extrañas a alguien, solo extrañas los momentos que ese alguien compartió contigo aún cuando no estuvo a tu lado”.

 

Te deseo lo mejor, Ricardo.

No podría explicarlo

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He aprendido a no confundirte con el recuerdo de aquella vez. He aprendido – quizá por mis miedos más intensos – a verte con los ojos del niño que ve por primera vez el amanecer desde la ventana de su cuarto. He aprendido que los abrazos no son solo físicos, que puedo hablarte sin verte, que puedes responderme sin leerme, que puedo tenerte sin tenerte.  Y voy recordando los días que vendrán, ya que nunca adiviné aquellos que pasamos.

De pronto, tu universo fue adaptando a mi mundo a sistemas más sublimes. Lugares inexactos, espacios de aromas de nostalgia bajo la almohada a la medianoche. Tus palabras son música, son versos que colindan con lo sereno y lo caótico, son pasajes de tiempo, son besos; y son, mucho más.

No podría explicarlo.

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Al atardecer

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Sofía solía decir que era un inmaduro, que nunca cambiaría, y que el invierno es la mejor estación del año. Es invierno, sigo siendo un inmaduro y nada, nada, ha cambiado.

Lo curioso es que a pesar de todo puedo sonreír. No sé, pero siento que alguien esperase verme bien. Es una ligera pretensión estos días. El cuarto a media luz y la ropa tirada; la televisión encendida y un par de botellas al lado. Vagos deseos de una nueva vida.

Sofía solía mirar el techo por un largo rato. Era su tiempo y mi calma aislándose de toda realidad. Mientras tanto el ruido austero de la televisión, las bocinas al atardecer, el pasillo de dos descalzos. Es invierno. El invierno más frío, las calles más extrañas.

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Rescoldos

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(Se recomienda acompañar la lectura con Nublado de Cardenales)

( http://www.youtube.com/watch?v=QJxpB9iZo2Q )

 A quien me hizo ser una mejor persona todo este tiempo.

Me quedé pensando. No ha sido un buen día, lo sé. Hoy, después de un buen tiempo, me reencontré con alguien del pasado. El encuentro fue breve entre anécdotas y comentarios. Caminamos  por una ruta ya conocida, una de aquellos tiempos mejores. Durante los silencios solo pensaba y recordaba algunos años particulares de nuestra historia. Quería creer que las cosas estarían bien, que nada había cambiado.

La conversación final solo hizo que caiga en un monólogo de proyecciones y expectativas en mi vida. “Todo será diferente”, dije. Quería hallar esa diferencia en el futuro y convertirla en los momentos sublimes que uno logra solo con alguien importante. Sin embargo, fue en vano. Todo había cambiado, porque todo cambia. Las personas cambian; los sentimientos cambian; y todo cambia. Cambiamos, pienso yo, como mecanismo de autodefensa. Lo cierto era que ella había cambiado, pero yo me resistía a asimilarlo.

Después de ello, lo demás fue una extensión de lo que uno no quiere oír porque sabe lo nocivo que resultan las palabras. Entonces, solo queda resignarse y aguantar la respiración y caminar con las manos en los bolsillos.

Mientras más pensaba en las circunstancias que llevan a uno a este estado solo podía mirar a las demás personas en la calle, cada uno afrontando su vida y yo ahí. Solo atiné a conversar con unas amigas que recalcaban el hecho de la resignación y un nuevo proceso: la aceptación. Luego, me fui a beber unos cafés y, más despejado, solo quería obviar este día, pero no podía. Llamé a mi madre y le comenté lo sucedido y me dijo algo que nunca olvidaré: “¿Eso hiciste? Eres un huevón, un hombre nunca debe rogar a una mujer.  Vas a ver que le van a hacer daño y cuando eso pase, se acordará de ti.  Eres especial y así te conocerá alguien más”. Fueron las palabras más sabias y sinceras que pude haber escuchado.

Tardé mucho en darme cuenta lo que pasaba, las cosas no siempre tienen un final feliz, y si lo tuvieran, sería irreal. Por eso, si ahora me preguntan cómo estoy, pues estoy bien.

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Estoy bien

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(Se recomienda acompañar la lectura con Nublado de Cardenales)

( http://www.youtube.com/watch?v=QJxpB9iZo2Q )

 A quien me hizo ser una mejor persona todo este tiempo.

Me quedé pensando. No ha sido un buen día, lo sé. Hoy, después de un buen tiempo, me reencontré con alguien del pasado. El encuentro fue breve entre anécdotas y comentarios. Caminamos  por una ruta ya conocida, una de aquellos tiempos mejores. Durante los silencios solo pensaba y recordaba algunos años particulares de nuestra historia. Quería creer que las cosas estarían bien, que nada había cambiado.

La conversación final solo hizo que caiga en un monólogo de proyecciones y expectativas en mi vida. “Todo será diferente”, dije. Quería hallar esa diferencia en el futuro y convertirla en los momentos sublimes que uno logra solo con alguien importante. Sin embargo, fue en vano. Todo había cambiado, porque todo cambia. Las personas cambian; los sentimientos cambian; y todo cambia. Cambiamos, pienso yo, como mecanismo de autodefensa. Lo cierto era que ella había cambiado, pero yo me resistía a asimilarlo.

Después de ello, lo demás fue una extensión de lo que uno no quiere oír porque sabe lo nocivo que resultan las palabras. Entonces, solo queda resignarse y aguantar la respiración y caminar con las manos en los bolsillos.

Mientras más pensaba en las circunstancias que llevan a uno a este estado solo podía mirar a las demás personas en la calle, cada uno afrontando su vida y yo ahí. Solo atiné a conversar con unas amigas que recalcaban el hecho de la resignación y un nuevo proceso: la aceptación. Luego, me fui a beber unos cafés y, más despejado, solo quería obviar este día, pero no podía. Llamé a mi madre y le comenté lo sucedido y me dijo algo que nunca olvidaré: “¿Eso hiciste? Eres un huevón, un hombre nunca debe rogar a una mujer.  Vas a ver que le van a hacer daño y cuando eso pase, se acordará de ti.  Eres especial y así te conocerá alguien más”. Fueron las palabras más sabias y sinceras que pude haber escuchado.

Tardé mucho en darme cuenta lo que pasaba, las cosas no siempre tienen un final feliz, y si lo tuvieran, sería irreal. Por eso, si ahora me preguntan cómo estoy, pues estoy bien.

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Nostalgia de verano

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SE RECOMIENDA ACOMPAÑAR LA LECTURA CON ASLEEP DE THE SMITHS

(http://www.youtube.com/watch?v=JJzdmLKMwl4)

Tengo entendido que la felicidad es una aspiración que muchas veces está condicionada, pero que muchas otras es sublimemente improvisada. No tengo la pretensión de ser feliz, suena a una vanidad extraña; sin embargo, hay momentos que alcanzas esa utopía sin siquiera hacer mayor esfuerzo que caminar. Eso me sucedió hace unos días mientras caminaba por callecitas que no recorría desde la secundaria. Era inevitable. Había una vaga sensación rondando ese tramo. Mientras más avanzaba, más asimilaba los años vividos y, con ellos, los momentos agradables y tristes: acompañar a la chica que me gustaba, hacer hora con los amigos. Y, ahora que lo pienso, vivimos siendo inconscientes de un futuro. No obstante, al regresar al pasado, vemos con simpatía todo como si fuese justo haber vivido tales cosas. Esa inconstancia por tan breve y misteriosa me hacía feliz.

Muchos querrán obviar los desamores, las lagrimas, la pérdida de un familiar, lo injusto e inexplicable de la vida, pero todo ello lo viví y ahora me echo a recordar con canciones que fueron apareciendo junto con esos momentos, temas que no escogí para los sucesos, sino que allí están. No le temo al recuerdo, creo que le temo al no recordar nada por más que he pretendido borrar mucho. A veces, cuando intento dormir, aparecen los sinsabores y las alegrías a mi alrededor. Enciendo la TV y todo se ha ido, pero no se ha ido. Aún tengo esa ligereza en mis ojos, esa intranquilidad efímera en el silencio. Hay mucho de hermoso en esa nostalgia.

A pesar de todo, y creo que es muy bueno considerarlo, la felicidad termina siendo el recuerdo. Aquella mirada, aquellos pasos, aquella conversación.  No por algo pasamos etapas, unas más duras que otras pero así es todo. Así es todo.

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Sonidos nocturnos – Poema 2

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A pesar de mis obsesiones

mis sentimientos insuficientes

y las palabras que no tengo.

A pesar de mis delirios

mis ojos cansinos

y  las inseguridades que guardo.

A pesar de mis frustraciones

mis silencios

tus silencios

forma austera de querer.

A pesar de ser ausentes

espacios y aromas

gestos y sombras

que la nostalgia conserva.

A pesar

muy a pesar

de los malecones

los cigarrillos

los cafés

los Cafés

entre otras adicciones mutuas.

A pesar de todo

No existe nada.

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Sonidos nocturnos – Poema I

[Visto: 391 veces]

Quiero desnudarte

con mis angustias.

 

Desnudar,

si puedo,

tus deseos

tus labios

tus converse

las de siempre.

 

Quiero abrazarte

con mis anhelos.

 

Abrazar,

si lo permites,

tus incertidumbres

tus ojos

tus pulseras

las de siempre.

 

Todo lo de siempre,

las mismas palabras

las mismas risas

las mismas miradas

tranquilas

sutiles.

 

Y solo allí

tendré

la oportunidad

de que

me extrañes.

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