Siguiendo con la reinscripción planetaria del sujeto de la ética….
No podemos pensar sin habitar. Es lo que quiero demostrar hoy, retomando y criticando a este genial texto de Descartes en sus Meditaciones Metafísicas. René Descartes escribe ahí:
Pero, ¿qué sé yo si no habrá alguna otra cosa diferente de las que acabo de juzgar inciertas y de la que no pueda caber la menor duda? ¿No habrá acaso un dios o algún otro poder que me ponga estos pensamientos en el espíritu? Esto no es necesario, pues quizás yo soy capaz de producirlos por mí mismo. Pero al menos, ¿no soy acaso alguna cosa? Pero ya he negado que tenga algún sentido ni cuerpo alguno. Vacilo, sin embargo, pues, ¿qué se sigue de ahí? ¿Soy de tal modo dependiente del cuerpo y de los sentidos que no pueda existir sin ellos? Pero he llegado a convencerme de que no había absolutamente nada en el mundo, que no había cielo, ni tierra, ni espíritu, ni cuerpo alguno. ¿Acaso no me he convencido también de que no existía en absoluto? No, por cierto; yo existía, sin duda, si me he convencido, o si solamente he pensado algo. Pero hay un engañador (ignoro cuál) muy poderoso y muy astuto que emplea toda su habilidad en engañarme siempre. No hay, pues, ninguna duda de que existo si me engaña, y engáñeme cuanto quiera, jamás podrá hacer que yo no sea nada en tanto que piense ser alguna cosa. De modo que después de haber pensado bien, y de haber examinado cuidadosamente todo, hay que concluir y tener por establecido que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera cada vez que la pronuncio o que la concibo en mi espíritu.”
Contra Descartes, como pensador paradigmático del desarraigo del Sujeto moderno (sobre lo cual se ha basado la ética moderna de los Derechos Humanos), quisiera reflexionar lo siguiente:
La articulación del discurso pensado (pronunciado o no) ya presupone en las mismas palabras al cuerpo en movimiento en el espacio y tiempo: “discurso” viene de discurrere que significa correr de un lado para otro. ¿Y quién entendería la palabra “articulación” si no tuviera codos y hombros, si no moviera la cabeza de un lado para otro? ¿quién entendería la diferencia entre hablar y pensar si no tuviera labios, saliva y oído?
El cuerpo articulado humano y su territorio espaciotemporal, son condiciones trascendentales de posibilidad del significado. Cuando Descartes, en su genial intento de dudar de todo, trata de eliminar de su mente a todo, tiene que formularlo como que “no hay” Dios, “no hay” tierra, “no hay” espíritu… ¿y cómo entender este “no hay” sino en relación con un “hay”, un “hoy”, un “está”, es decir la experiencia de la presencia.
La experiencia de la presencia, que Winnicott llama “experiencia del ser” y relaciona con la madre en el vínculo temprano, es quizás la experiencia más fundamental que el rabioso neonato pueda vivir, gritando al universo entero la pérdida del vientre materno, la desgarradura de la placenta, el súbito azote del aire frío, el dolor de estas manos toscas que reemplazarán para siempre sobre su piel el acuático contacto del líquido amniótico.
¿Cómo podríamos pensar, y saber que pensamos, sin la experiencia de la presencia, que valida de golpe a priori todas nuestras relaciones de co-presencia en el más mínimo “yo pienso, yo soy” balbuciado desde la duda radical cartesiana?
¡Sí, René Descartes, tienes razón!… no hay nada a priori que nos garantice que toda nuestra interpretación de “la realidad” sea verdadera. Pero que “estemos” en este mundo planetario que sentimos vivir, o “al lado” del Genio maligno como cerebros en una batea conectados a la gran Matrix engañadora, estamos aquí, en co-presencia (del planeta azul o de la batea, no importa).
Esto constituye inmediatamente la esfera del sujeto de la ética como un mundo de co-presencia dado con el yo pienso mismo, tan cierto e inmediato como él.
Esto ensancha pues nuestra esfera de respeto no sólo a nuestros semejantes humanos, sino a todos los seres existentes con los cuales estamos en relación.
Este sujeto-con-todas-sus-relaciones-de-co-presencia, como dije en el artículo anterior, no tiene nombre en la tradición occidental (hasta donde alcanza la pobreza de mis conocimientos), pero sí se expresa muy bien en el idioma de los sioux lakota como “Mitakuye oyasin“. Desde ya, creo que tenemos aquí el fundamento filosófico para este nuevo sujeto de la ética de la sostenibilidad, que se entiende directamente a sí mismo con y desde “todas sus relaciones”… Mitakuye oyasin.
Gracias a este paso epistemológico, podemos reinterpretar al actual “medioambiente” de los sujetos modernos desarraigados ya no como decorum escenográfico, sino como constitutivo, más bien, de nosotros mismos los sujetos. Luego, este “medioambiente” (detesto esa palabra) NO ES un “ambiente medio”, sino también un sujeto y objeto del respeto ético, aunque no se trate, distinguido uno por uno en sus componentes (la lechuga que me comí hace dos horas, la piedra sobre la cual se asienta mi casa, el ave que me despierta de mi sueño filosófico…) de “seres morales” propiamente dicho (es decir de seres racionales capaces de darse a sí mismos un deber moral) sino de seres en co-presencia con nosotros los seres morales, pero sin los cuales nosotros no podríamos ser, luego seres que son condición de posibilidad del deber moral también, tanto como mi conciencia racional.
Si aquí y ahora hay sujetos morales dignos de respeto, el lugar de esos sujetos es también digno de respeto, porque es “el lugar de la subjetividad”, porque no habría sujeto sin ese lugar (no hablo de individuos, lo que sería trivial, sino de Sujeto, Cogito). No hay, pues, pensar sin habitar. Luego no se puede dudar del habitar planetario, al igual que no se puede dudar del lenguaje.
(Siento mucho tener que argumentar una fundamentación de algo que parece obvio para el no filósofo, pero aunque parezca muy abstracta, la formulación de la representación del sujeto que va a actuar nuestra ética de la sostenibilidad es muy importante para la coherencia final de los deberes que podremos deducir a partir de este sujeto).
¿quieres que te lo diga todo en forma más poética?
En cualquier palabra mía, hay la memoria de todos mis abuelas y abuelos, su voz tenue en mil años de cultura prometida y transmitida, el destello de sus sueños al sol de los muros encalados.
En cualquier acción mía, resuena el eco de todo lo que comí, y con él la canción discreta y feliz de todos los antepasados que han seleccionado y criado pacientemente el maís, la papa y el cerdo, en decenas de miles de años presentes aquí en la mesa.
En cualquier pensamiento que me piensa y que me atribuyo, danza el recuerdo de todos los seres uni y pluri-celulares que construyeron en millones de años, al son del tambor de carbono, la quimera loca de un bípedo sin plumas.
A todos ellos, tan evidentes y claros como “yo pienso”…
Mitakuye oyasin!
Me interesa el tema