La Responsabilidad Social es un movimiento mundial que está poco a poco cobrando fuerza y forma a pesar de su juventud y de su carácter plural. Recordemos que sus principales herramientas de gestión no tienen en general más de una década de existencia: el GRI (1997), SA 8000 (1998), AA 1000 (1999). Recordemos también que la Responsabilidad Social va borrando todas las diferenciaciones clásicas que existen entre sector privado y público, organizaciones con o sin fines de lucro, ámbito nacional o internacional: Empresas y ONGs se asocian para proyectos comunes de desarrollo, Sindicatos aprovechan la fuerza de persuasión de clientes corporativos para hacer presión sobre una gerencia reacia a acatar los derechos laborales, Organizaciones privadas hacen presión sobre gobiernos blandos para que la ley nacional se ponga al nivel de exigencia de estándares internacionales, etc. Toda una serie de nuevas prácticas que redibujan el panorama de la sociedad civil y la gestión organizacional alrededor de la regulación mediante estándares de calidad ética así como buenas prácticas de administración.
Aunque la confusión sigue vigente en América Latina entre Responsabilidad Social y Filantropía, ya el mundo está enseñando a nuestros gerentes cavernícolas que no se debe de asemejar “Responsabilidad Social” con “acción social” o “beneficencia social”. Léase al respecto el excelente editorial del Noticiero español de Responsabilidad Social Empresarial: “Responsable.biz”:
http://www.responsables.biz/editoriales/Accion-Social-la-parte-por-el-todo
En realidad, quien sigue la evolución del debate se da rápidamente cuenta que la estrategia de limitar la “Responsabilidad Social” a los actos generosos de una Fundación caritativa a favor de causas sociales – estrategia en general manejada por el gerente de marketing – tiene las horas contadas.
La Responsabilidad Social es en verdad un nuevo modelo de gestión organizacional, aplicable a cualquier tipo de organización, y que se centra en el tema de la gestión de los impactos que una organización genera, a corto y largo plazo, en el campo social y medioambiental, y que afectan a un sin número de grupos de interés (stakeholders) internos y externos de dicha organización. Esto no es una afirmación de François Vallaeys sino de la misma ISO 26000.
La inmensa ventaja del gran debate mundial actual para conseguir una Norma de Responsabilidad Social valedera para cualquier tipo de organizaciones, y que lleva el nombre poco poético de ISO 26000, es que congrega a ONGs, Empresas, Sindicatos, Organismos internacionales, Universidades, etc. para establecer un consenso internacional acerca de lo que es la Responsabilidad Social. Desde luego, constituye la definición de mayor legitimidad y ninguna organización podrá definir a partir de ahora su Responsabilidad Social sin hacerle referencia, a menos que quiera aislarse por completo del debate mundial.
Pues bien, el tercer y cuarto borrador de la norma ISO 26000 (que se supone saldrá en 2009 o 2010) definen a la Responsabilidad Social de este modo:
“Responsabilidad de una organización por los impactos de sus decisiones y actividades sobre la sociedad y el medio ambiente, a través de un comportamiento ético y transparente que:
– sea consistente con el desarrollo sostenible y el bienestar de la sociedad;
– tome en cuenta las expectativas de las partes interesadas (stakeholders);
– esté en conformidad con la legislación vigente y congruente con las normas de conducta internacionales; y
– sea integrada en toda la organización y practicada en todas sus relaciones.”
El texto precisa además que las “actividades” de la organización incluyen sus productos y servicios, “esfera de influencia” y responsabilidad en la cadena de producción. Es decir que, por ejemplo, una organización no sólo es responsable de lo que ocurre en ella, sino también en la cadena de sus proveedores.
En esta definición de Responsabilidad Social de la ISO 26000, es importante subrayar que el corazón de la definición se centra en la responsabilización por los impactos, poniendo a las expectativas de los stakeholders como subtema. Es un punto importante en el cual todavía muchos organismos de Responsabilidad Social no tienen claridad: responder a las expectativas de los stakeholders (las partes interesadas) es un medio para alcanzar el fin que es la gestión ética de los impactos para el desarrollo sostenible y el bienestar social. No puede ser considerado este medio como fin en sí mismo por la razón siguiente: “Quien no llora, no mama”.
Este dicho popular nos permite entender el peligro detrás de la gestión de la relación con los stakeholders: el peligro de atender solamente a los grupos de interés que son suficientemente fuertes para hacer presión sobre la organización, dejando a los débiles abandonados. Sabiendo que los más marginados y las generaciones futuras serán siempre por definición los que griten menos para reivindicar sus derechos, no podemos definir exclusivamente la Responsabilidad Social en términos de atención a los stakeholders, sino que ésta debe de ser orientada por la brújula de la gestión de impactos: DEBEMOS gerenciar los impactos de nuestras organizaciones de tal modo que se asegure la sostenibilidad de nuestro mundo, a nivel social y ambiental. Que exista o no un stakeholder para reivindicarlo, debemos igual hacer lo que hay que hacer.
En conclusión, la definición general de la Responsabilidad Social ya existe, y es consensuada entre todas las partes de la sociedad civil mundial. Nadie puede pretender que no está enterado. En el pequeño mundo de marfil de las Universidades, debemos de ponernos al día:
– abandonar la estrecha visión de la “Extensión solidaria” como única expresión de la Responsabilidad Social Universitaria,
– acabar con el blablá de la “autonomía universitaria” que funciona sobre todo ahora como buen pretexto para seguir siendo una institución medieval en pleno siglo XXI y no rendir cuentas a nadie,
– operar un cambio drástico de política institucional y académica,
– no buscar más definiciones autistas e idiosincrásicas demasiado cómodas de “RSU” (o peor aún, de “compromiso social”, una borrosa noción que no contempla ninguna rendición de cuentas a nadie) que nos ahorren el esfuerzo de cumplir con las cada vez más exigentes normas y certificaciones internacionales.
Hay que empezar a decir francamente lo que se hace (ser transparente), y hacer lo que se dice (ser congruente), siguiendo a los estándares internacionales (Derechos Humanos, Convenciones de la OIT, Pacto Global, Protocolo de Kyoto, etc.).
Como lo dice EMSU: Environmental Management for Sustainable Universities, que es una red que organiza conferencias internacionales para explorar el papel de las universidades en la creación de nuevos conocimientos y actitudes para afrontar las presiones ambientales actuales, y promover un intercambio bidireccional de conocimiento entre universidades y sociedad:
“Universities as ivory towers isolated from society are anachronistic, irrelevant and wasteful of time and resources needed for creating solutions for sustainability. The dogmatic days of academic freedom and tenure are dead. Universities must build bridges to serve local communities directly with knowledge-based products and services, and to lead by example in campus operations and culture to create sustainable solutions.”
http://emsu.org/www/index.php?option=com_content&task=view&id=30&ac=0&Itemid=42
¡Está tan bien dicho que no da ganas de traducirlo!
Mitakuye oyasin
François Vallaeys