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Mi amiga y colega Susana Frisancho, psicóloga de la PUCP especializada en temas de desarrollo moral, escribe en su blog lo siguiente:
Mi amigo Francois Vallaeys y yo discutimos siempre respecto a si existe o no compatibilidad entre ética y empresa. Yo soy una convencida de que por más intentos que se hagan de ligar ambas cosas -y reconozco que algunos son serios y bien intencionados- en algún nivel más o menos profundo según el caso ética y empresa son conceptos (y realidades) incompatibles. Dentro del contexto de la Responsabilidad Social de las empresas, por ejemplo, Francois opina que no importa la razón o motivación por la que una empresa decide incorporar prácticas éticas. Lo importante es que lo haga, pues ya la mera acción es ética. Pueden leer su posición aquí. Yo discrepo con él en esto pues que las motivaciones de las personas no importen me preocupa, y muy profundamente. Aunque entiendo que es mejor que alguien “se porte bien” aunque sea por intereses mezquinos (o porque lo obligan) a que no lo haga, también entiendo que cuando las motivaciones no son genuinas, los comportamientos no perduran… además de que para mí solo una motivación y justificación ética convierte en ética a la acción, la que no puede ser nunca ética por sí misma. Por lo tanto, además de fortalecer los sistemas legales y la vigilancia ciudadana para forzar a “portarse bien” a los que no desean hacerlo, también -y aquí está mi sesgo psicológico- me preocupa, y mucho, qué pasa con los sistemas motivacionales, afectivos y cognitivos de las personas para que aquellos que desean vivir una vida al margen de la ética empiecen a desearlo cada vez menos.
Esta interesante crítica me permite precisar lo que entiendo por “ética de tercera generación”.
Desde un enfoque de “ética personal” (ética de primera generación) Susana tiene razón: solo una motivación ética convierte en “buena” la acción. Kant ha escrito al respecto páginas definitivas en su distinción entre actuar “conforme al deber” (actuar rectamente pero con cualquier otro motivo) y actuar “por deber” (actuar rectamente con voluntad de actuar bien, por respeto al deber moral mismo). Efectivamente, si yo ayudo a una persona ciega a cruzar la calle porque mi enamorada me está mirando y quiero que me admire, mi acto no es moral, es un acto interesado que utiliza un comportamiento moral (ayudar a mi prójimo) para lograr un propósito finalmente personal y egoísta. Lo que me motiva es “el amor a mí mismo” como dice Kant. Por eso, en un enfoque ético así, a fin de cuentas, la ética y el interés terminan siempre por entrar en conflicto, y es sólo cuando he superado mi sometimiento a mi egoismo que accedo al ámbito de la buena voluntad, de la autonomía moral, con intenciones realmente morales.
Pero el mismo Kant distinguía nítidamente en su filosofía moral la parte individual (búsqueda de la virtud) de la parte colectiva, jurídico-política (búsqueda de la justicia), para la cual ya no pensaba necesaria una motivación moral para que el acto sea bueno: “la solución del problema político (de instituir una sociedad justa) es posible incluso para un pueblo de demonios, con tal que tengan un poco de inteligencia” declara Kant en su ensayo sobre la Paz Perpetua. Y resalta en su filosofía jurídica que la gran distinción entre Derecho y Etica es que puede existir una coacción externa para que el derecho se acate (el miedo a la carcel por ejemplo) mientras que para ser virtuoso, sólo puede existir una coacción interna (forzarme a mí mismo a querer el bien por el bien).
Ahora bien, es preciso ver que lo que yo llamo “ética de segunda generación (ética social de búsqueda de la justicia)” y “ética de tercera generación (ética global de búsqueda de la sostenibilidad)” entran en la segunda categoría de las “éticas políticas” en cuanto sus deberes e imperativos categóricos (sus principios universales) NO NECESITAN de una automotivación a la bondad por la bondad para realizarse, sino que pueden utilizar incluso el INTERES EGOISTA para instituirse: Un dictador aceptará reformas democráticas para que no lo linchen, un pueblo defenderá la democracia para comer más pan, una sociedad se volverá más ecologicamente sustentable para no arriesgar escasez de agua, una empresa será socialmente responsable para consolidar su posición en el mercado, etc. En todos estos casos, un progreso moral (mayor universalización de los patrones de convivencia) se consigue gracias al interés particular bien entendido (los demonios tienen que tener inteligencia al menos!). Es lo que Kant llama la “astucia de la naturaleza” (que utiliza su contrario para lograr su fin) y que Hegel le retomará para pensar su famosa “astucia de la razón”.
Se me podría objetar: “Pero entonces, lo que tú llamas “ética de 2da y 3ra generación” no es propiamente “ética” sino meramente “política”, reservemos la palabra ética para los asuntos de la buena voluntad personal“. Mi respuesta es ¡No!, por varias razones:
1. La búsqueda de la Justicia y la de la Sostenibilidad tienen sus leyes morales , sus imperativos categóricos, al igual que la Bondad. El hecho de que puedan utilizar el interés egoísta para lograr su realización no disminuye la validez moral universal de sus principios: “buscarás la justicia y la paz” “buscarás la sostenibilidad de tu modo de vida”, son imperativos categóricos que DEBEMOS acatar, cual sea nuestra motivación para hacerlo.
2. Es obvio que lo que le interesa a la moral es la efectividad de los comportamientos rectos: que haya más paz entre nosotros, menos fechorías, etc. Y esto, no se logra meramente con la purificación de las intenciones personales, sino con toda una serie de estrategias astutas en el entorno de las personas que desalienten el mal comportamiento y promuevan el buen comportamiento. Es importante recordar en ese sentido que Ethos significa al origen morada. La ética es la reflexión acerca de cómo debemos organizar la morada, reflexión estratégica sobre el clima, la ambientación, el acondicionamiento del entorno, que va a facilitar los buenos comportamientos y dificultar los malos. No es propiamente una reflexión sobre la pulcritud del corazón (que es más un problema religioso que un problema ético). Por eso, invito a mi amiga psicóloga a ver la problemática ética menos en términos psicológicos individuales y más en términos sociológicos sistémicos.
3. Reducir la ética a una problemática meramente personal es una estrechez finalmente desesperante, porque no tendríamos más remedio para actuar a favor de un mundo mejor que de esperar la iluminación divina de todos los corazones: la ética ya no se podría ni enseñar, ni operar, ni gerenciar, sería un inefable íntimo que algunos tendrían y que otros no, y todos nuestros esfuerzos educativos, políticos, administrativos, pedagógicos, jurídicos, gerenciales, se perderían en el misterio intocable de la “buena voluntad”.
4. Los grandes problemas de hoy son todos sistémicos: piden más responsabilidad por las consecuencias y más gestión de los impactos colaterales que un mero control de la pulcritud de las intenciones. Por eso deben de ser tratados a partir de una ética renovada, más sistémica que personal, tomando en cuenta el principio de la “ecología de la acción” (Morin). Ver artículo aquí.
Para volver a lo que dice Susana, es verdad que las motivaciones importan, y que más vale confiar las reformas sociales y globales a personas bien intencionadas y automotivadas a la justicia y a la sostenibilidad, que a demonios inteligentes. Pero esto no debe significar que vamos a apostar para que todos tengan buenas intenciones (un mundo de ángeles), ni que ética e intereses son incompatibles. Más bien, seamos astutos, utilicemos las escasas buenas intenciones de hoy para conseguir una masa crítica que permita instituir hábitos, leyes, reglas, barreras y coacciones que vayan impidiendo mañana que los que no tienen buenas intenciones puedan seguir operando con facilidad y éxito. Esto es toda la estrategia de la Responsabilidad Social: en el inicio, unos pioneros conciben y acatan los buenos comportamientos organizacionales. Después van creando estándares y seguidores entusiastas. Después, estos estándares se vuelven moda, luego prestigio, luego hábito, luego obligación. Y al final todo el mundo los sigue! Miremos cómo, por ejemplo, la noción de “derechos laborales” y “vacaciones pagadas” ha ido ganando y universalizándose (falta mucho todavía, por supuesto, pero comparemos por favor la situación actual con la del siglo XIX). No fue por buena voluntad filantrópica de los empresarios (aunque algunos sí también), y sin embargo, hoy los empresarios pueden incluso utilizar medidas de bienestar laboral de sus trabajadores para conseguir mayor rentabilidad y calidad en su empresa. Entonces, ética e interés pueden convivir, felizmente!
Otra cosa. Cuando Susana dice: “cuando las motivaciones no son genuinas, los comportamientos no perduran”, tiene razón mientras no hemos acomodado el entorno (estrategia ética de 2da y 3ra generación) para que los comportamientos perduren aunque no haya motivación genuina. Esto se llama instituir costumbres, reglas y leyes… y éstas permiten al final: “que aquellos que desean vivir una vida al margen de la ética, como dice Susana, empiecen a desearlo cada vez menos”, porque ven por todos lados que si tienen un comportamiento oportunista (free rider) no les va a ir bien: van a perder a sus amigos, van a tener problemas legales, van a tener menos éxito social, etc. Claro que lo mejor es tener a personas que puedan acatar el deber moral por deber, pero no nos ilusionemos con las personas que no lo quieren. A ellas, lo mejor es de demostrarles que deben seguir el deber como un imperativo hipotético: “Si quieres que tus intereses no se frustren, entonces sé moral y cumple con tus deberes”.
En ese sentido, yo sí tengo fe en que la Responsabilidad Social de las Organizaciones no es una moda pasajera, sino algo que ha venido para quedarse, que los Tratados de Libre Comercio van a dinamizar muy rápidamente en nuestro medio todavía desconfiado, tibio y envuelto en una mala lectura filantrópica de primera generación que lo confunde todo más que ayuda a aclarar las cosas (porque siempre nos pide una moral concebida como sacrificio abnegado, por lo que al final, el único resultado es de hacer de la moral un blablabla ineficiente y un engaño: “peco pero rezo, entonces empato”). La transformación paulatina de la filantropía en responsabilidad social es una buena noticia. Significa que la moral entra en el corazón de la gestión de las organizaciones, y deja de ser un asunto marginal de gasto social de las sobras. Yo vislumbro un presente y un futuro cercano en el que ser socialmente responsable será un excelente negocio, porque hacer negocio de otro modo será cada vez más despreciado por las personas y prohibido por las leyes.
Gracias Susana! sigamos buscando juntos!
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