Por Felipe González. Ex presidente de Gobierno Español
Un año después del comienzo de la crisis del sistema financiero de Estados Unidos y su rápido contagio, seguimos sin diagnóstico y, por tanto, sin terapia. O con medidas que tratan de contrarrestar la sintomatología que puede apreciarse sucesivamente, pero sin certidumbre sobre las causas profundas y sus consecuencias, salvo las que van aflorando cada día.
Es una crisis extraña, incluso para reaccionar con una mínima coherencia. Por el momento ha liquidado la extendida creencia de que el mercado lo arregla todo y solo.
El desconcierto lleva a la Unión Europea a hacer lo contrario de lo que se hace en Estados Unidos en política monetaria, aunque los problemas de inflación sean los mismos. Tanto si bajan los tipos como si suben, en los países centrales sigue cayendo la actividad y los precios se resisten a bajar.
Es verdad, casi la única verdad, que se sigue sabiendo poco sobre las causas profundas de esta crisis global y que nadie se atreve a predecir ni los efectos ni la duración.
Son los países centrales, comenzando por Estados Unidos, los generadores de la crisis financiera. Los países emergentes están desmarcándose de ella, pero tengo la convicción de que se contagiará el conjunto del sistema y tendrá efectos sobre la economía real de los países emergentes, no solo de los centrales.
Subyace a la crisis actual una situación nueva, inducida por dos factores: la evolución de los precios de las materias primas, sobre todo energéticas, que han trasladado masivamente el capital a los países productores y a los que han mostrado capacidad de generar riqueza y ahorro como nuevas potencias emergentes. El llamado Occidente desarrollado tiene que pagar en el futuro lo que ha gastado ya, en tanto que las zonas productoras de energía y los grandes emergentes han ahorrado lo que podrán gastar o invertir en ese mismo futuro. » Leer más …