Martín Tanaka
Peru21.
Todos los meses, después de conocer los últimos indicadores de desempeño económico, las encuestas de opinión sobre la evaluación de la gestión del presidente y del gobierno, así como los reportes de conflictos de la Defensoría del Pueblo, volvemos a la discusión de por qué, pese a que la economía crece, los ciudadanos se sienten tan descontentos.
El desconcierto me parece válido; se trata de una situación que afecta al presidente García, pero también afectó al presidente Toledo, lo que sugiere la existencia de un tema de fondo. Recordemos aquello de “si Wall Street y Washington están aplaudiendo, ¿por qué no me aplaude la gente en la calle?” (mayo 2004).
Sin embargo, antes las cosas no eran así: si analizamos el fujimorismo, veremos una relación muy directa entre crecimiento económico y popularidad presidencial: por ejemplo, desde setiembre de 1998 hasta setiembre de 1999 la economía cayó, y con ella la aprobación a la gestión y la intención de voto por este; pero al recuperarse la economía entre octubre de 1999 y marzo de 2000, ambas se recuperaron. Si miramos más atrás, es claro que la popularidad del fujimorismo en su primer gobierno se explica en gran medida por el control de la inflación y la recuperación de la economía; también la popularidad de García entre 1985 y 1987. Uno hace una misma constatación si mira países vecinos: los presidentes son premiados por un buen desempeño económico, en términos generales.
Considero que una buena pista que se debe explorar es de qué manera el crecimiento, inevitablemente lento, insuficiente y desigual, permite financiar agresivas políticas sociales que hagan creíble la invocación a los postergados a tener paciencia. Ellas serían la cadena que permite vincular el crecimiento con la legitimidad política. ¿Por qué García II y Toledo no pudieron hacer políticas sociales que sí pudieron hacer, en medio de todo, Fujimori y García I?
La respuesta hay que buscarla, me parece, en la precariedad política de los últimos años. Si bien Fujimori no tenía partido ni cuadros propios, no se hizo problema en convocarlos y respaldarlos, mientras no estorbaran con su conducción política general. Y así armó una impresionante maquinaria clientelística. Toledo desmontó esa maquinaria, pero no la sustituyó por ninguna otra; abrió espacio para la acción de gobiernos regionales y municipios, pero no tuvieron la misma eficacia; convocó a algunos técnicos capaces, pero desconfiaba de ellos, y no los dejó actuar. García comparte con Toledo la desconfianza hacia la tecnocracia tanto de derecha como de izquierda, y tiene, además, que satisfacer fuertes demandas partidarias, presión que para Toledo no era tan fuerte.
En otras palabras, no solo hay bloqueos estructurales: también, y sobre todo, políticos.