La democratización en América Latina
por Nicolás Lynch
El presente artículo propone una lectura distinta de la democracia en América Latina. No parte solamente de constatar la existencia de un conjunto de características en los distintos regímenes nacionales, como hacen la mayor parte de análisis políticos especialmente de origen norteamericano, sino que recurre también al proceso histórico de democratización de la región, para entender cómo se forma, social y políticamanete, la vida democrática. En este empeño es que se entiende la situación actual a la luz de los diferentes momentos de democratización y cómo ellos le dan forma a la particularidad latinoamericana de democracia.
1. Democratización y presentismo
La mayor parte de los trabajos sobre la democracia en América Latina tienen un enfoque “presentista” , es decir, tratan de dar cuenta de lo que sucede con el régimen político a partir de la realidad inmediata. En los peores casos, incluso, a partir del congelamiento de determinado paradigma como ha sido el caso de la democracia elitista norteamericana y más específicamente la teoría de las transiciones a la democracia (O´Donnell y Schmitter 1986). Este enfoque no es inocente, parte de la idea de que América Latina tuvo alguna democracia en un pasado distante que fue destruida por el populismo y las dictaduras y es restaurada a partir de las transiciones. Al contrario de esta planteamiento creo que hay que partir del presente pero para tomar una perspectiva histórica. Por esa razón, pienso que para explicarnos la situación democrática actual hay que analizar el proceso de democratización de la región. Es decir, el largo contiuum que va de la exclusión oligárquica a los diferentes niveles de inclusión populista, burguesa y quizás si ciudadana de hoy. Me refiero con ello al curso de la democratización a lo largo del siglo XX y a los diversos momentos en que se dieron los avances y retrocesos que configuran la realidad actual. La democratización ha sido un proceso altamente complejo que combina políticas autoritarias y democráticas y en el que es difícil distinguir a los actores sociales de los políticos por la debilidad de la organización social y por la falta de una clara división entre la sociedad y un Estado con la que esta se identifique. Esto ha causado un desarrollo desgiual de las sociedades civiles y políticas causando serios problemas a la democratización especialmente cuando se restringe a nivel de las élites.
2. Los momentos de la democratización
América Latina ha tenido, visto desde el presente, un momento de antecedente, tres de desarrollo y uno de claro retroceso en su proceso de democratización en su último siglo de historia. Asimismo, una influencia singular que abarcaría casi todos los momentos tomados en consideración. El antecedente es el régimen de dominación oligárquico basado en la exclusión, que en algunos casos organizó democracias restrignidas que legaron a la posteridad algún sentido de estatalidad y legalidad. Los momentos son: el populismo o proyecto nacional-popular (1930-1980), que planteó una política inclusiva frente a la exclusión oligárquica aunque sin promover un régimen representativo. Las transiciones a la democracia de las décadas de 1970 y 1980 que reivindicaron los derechos humanos, la participación política electoral y el Estado de derecho frente al horror de las dictaduras, principalmente de derecha, que asolaron la región. El giro a la izquierda de los últimos diez años, que frente al conflicto entre las transiciones y el programa económico neoliberal que las acompaña, reivindica nuevamente la justicia social e intenta trascender el planteamiento democrático más allá de los procedimientos electorales para autorizar gobiernos. El momento de claro retroceso fueron las dictaduras militares, especialmente de derecha, ocurridas en la década de 1970, que significaron una negación de casi todos los derechos y la eliminación física de buena parte de una generación de jóvenes políticos latinoamericanos. Si bien este tipo de dictaduras se restringió al Cono Sur del continente, incluyendo al Brasil, su proyección política negativa fue sobre la región en su conjunto. Por último, la influencia singular que fue la utopía revolucionaria organizada en los partidos comunistas y otras organizaciones marxistas, que atravesó casi todos los momentos señalados y jugó un papel central, a favor y en contra, de la democratización.
Este esquema, por supuesto, no es de igual aplicación a todos los países de la región. Las oligarquías no cumplieron siempre la misma función. No en todas partes hubo populismo ni en todas sus consecuencias ni tiempos fueron los mismos. Las dictaduras no siempre fueron de derecha, como fue el caso de los países andinos – Perú Bolivia y Ecuador- en la década de 1970, y a las transiciones, por excepción, les ha ido mejor en alguna parte. Esto no quiere decir que lo planteado primero no nos permita avanzar en una tipología que a pesar de su generalización nos señala un forma de entender la democracia en América Latina.
3. La situación actual
Un buen punto de partida es el tirángulo característico de la región que presentó el informe del PNUD sobre “La democracia en América Latina” (2004). Este triángulo contrasta un alto porcentaje de participación electoral, 62. 3% , con altos índices de desigualdad (0.552 índice de Gini) pobreza, 42.2% , y un bajo ingreso per cápita, 3,856 dólares, cifras que a la fecha (2009) no parecen haber cambiado signiifcativamente. Este contarste entre política y economía se da en un contexto de mejora tanto política como económica para la región. La mejora política se expresa en la subida de lo que el Informe del PNUD denomina el Indice de Democracia Electoral (IDE), compuesto por el derecho a voto, elecciones libres y justas y acceso a los cargos públicos a través de elecciones. Esta subida del IDE va de 0.28 en 1977 a 0.93 en el 2003. La mejora económica, asimismo, en dos indicadores, el PBI que sube a una tasa promedio de 4.7% en el último período 2004-2007 y en la reducción de la deuda externa como porcentaje del PBI a un 22% en el 2006, según indica CEPAL (2007).
Esto ha hecho que la opinión global de los habitantes de la región sobre la economía, de acuerdo Latinobarómetro (2007), mejore sustancialmente, elevándose de un 39% que la consideraban regular o buena en el 2001 a un 71% en la misma consideración en el 2006. No así sobre la política, incluyendo en ella a la democracia y al Estado que la sustenta. En cuanto a la democracia 54% la prefieren como régimen político pero solo 37% están satisfechos con ella y 17% preferirían un régimen autoritario en ciertas circunstancias (cifra esta última que casi se dobla en coyunturas como la del 2002, que fue un año de crisis en varias democracia latinoamericanas).
Esto empeora cuando en el citado informa del PNUD 2004 se pregunta a una encuesta de 241 líderes políticos latinoamericanos ¿quién manda en la política de la región? y 79.9% responden que los grandes empresarios, lo que se condice, de acuerdo con Latinobarómetro, con que solo el 20% de las opiniones recogidas manifieste su confianza en los partidos polítios . En cuanto al Estado, solo el 22% de los encuestados está satisfecho con los servicios que este brinda mientras mientras que el 36% se encuentra medianamente satisfecho y el 46% abiertamente insatisfecho. De igual forma, solo un 22% de los latinoamericanos sienten que tienen acceso al sistema judicial, señalando una seria limitación en el desarrollo del Estado de Derecho.
Estas limitaciones políticas tienen una clara relación con la situación de desigualdad social. Así, el mismo Latinobarómetro señala que para la abrumadora mayoría de los latinoamericanos los conflictos más importantes están relacionados con el tema de la desigualdad económica. El 75% cree que hay una desigual distribución de la riqueza y que el conflicto fundamental es entre pobres y ricos, el 72% que es entre trabajadores y empresarios y el 67% entre empleados y desempleados.
Esto me lleva a señalar que la población en América Latina está insatisfecha con la democracia por los niveles de aguda desigualdad social y elevada pobreza consecuente. Específicamente por inacción de la democracia política frente a la situación de desigualdad. A diferencia de muchos autores creo que esto demuestra que la democracia en la región “tiene que comerse”, es decir brindar bienestar para satisfacer a los ciudadanos. A pesar de los avances en la democracia electoral, esta desigualdad social no brinda condiciones para el desarrollo de la igualdad política y esta a la base de las dificultades de muchos latinoamericanos para ejercer plenamente sus derechos a este nivel. Asimismo, la traducción de la desigualdad social en la politica resalta también la debilidad de la autoridad pública elegida y su incapacidad para estar al mando de la nave del Estado. El señalamiento de los grandes empresarios como aquellos que toman las decisiones más importantes es un reflejo de la escasa separación entre economía y política y de la gran influencia de poderes extraños a la democracia para conducir los destinos de la región. Esta situación lleva, como señala Terry Karl (1996), a que la desigualdad cause inestabilidad política en la región.
La desigualdad, asimismo, erosiona la legitimidad del Estado, la creencia de la población de que los que mandan tienen el dercho a hacerlo. De igual forma, erosina también la identificación básica de la población con él, dificultado su constitución como Estado-nación. Este problema de legitimidad se agrava con la falta de acceso a la justicia, mecanismo fundamental del Estado de Derecho y con la existencia de varias legalidades en un territorio determinado. En América Latina, nos dice Guillermo O`Donnell (2004), las posibilidades del Estado de organizar la legalidad son de carácter desigual generándose lo que denomina las “zonas marrones” del Estado en la región. O´Donnell nos va a decir que más allá de la legalidad del Estado central, existen por lo menos tres otros tipos de legalidad, la legalidad informal, la legalidad patrimonial y la legalidad mafiosa. La primera, ligada a la pobreza, a la falta de acceso a la economía moderna y a los servicios públicos básicos. La segunda, a la propiedad terrateniente y a los caciques locales. Y la tercera al crimen organizado. Todo esto lo lleva a señalar la existencia de una “legalidad trunca” en América Latina.
Esta situación nos hace ver la endeblez de la ciudadanía en la región donde existe una democracia electoral que brinda ciertos derechos políticos y algunos derechos civiles pero pocos derechos sociales, con el agravante de una retórica heredada del neoliberalismo, contraria a los últimos. Esta situación es resultado de una secuencia de derechos que no sigue un patrón causal y ordenado. Las repúblicas oligárquicas, primero, dieron derechos individuales y políticos a las élites mientras excluían a la abrumadora mayoría. Los regímenes nacional populares después, que dieron derechos sociales y alguna limitada participación política. Hasta las dictaduras militares que en la mayor parte de los casos, salvo los nacionalismos militares de izquierda en los países andinos en lo que respecta a los derechos sociales, buscaron restringir y a veces anular todos los derechos. Esta trayectoria es la que se plasma de manera desigual en los distintos regímenes actuales llevando a la ciudadanía incipiente, principalmente civil y política, con la que contamos.
Los conflictos de la democracia electoral, como pareja de los programas de ajuste económico neoliberal, han llevado a la vuelta de la agenda social, especialmente de los derechos sociales, marginados por las dictaduras y buena parte de las transiciones a la democracia. Hoy, en el marco del denominado giro a la izquierda, desde el gobierno y la oposición, diversos partidos, frentes y movimientos sociales, buscan superar las limitaciones de las democracias procedimentales y promover el desarrollo de una ciudadanía plena.
Cabe destacar en este proceso de transiciones y giro a la izquierda el papel especial que ha cumplido la revalorización de los derechos humanos en la construcción democrática, no solo como una forma de revalorar el derecho a la vida de cada cual sino también como un pilar para el logro de todos los demás derechos. Lo saltante, sin embargo, es que la secuencia, si puede denominarse tal, es muy distinta a la que señala T.H. Marshall (1996) para el mundo occidental desarrollado, en la sucesión “clásica” de derechos civiles, sociales y políticos. Esta es quizás la fuente de muchos malentendidos cuando se pretende evaluar la democracia en América Latina a la luz de un patrón que ha tenido la conformación ciudadana que señalamos.
Empero, resaltar todas estas debilidades no supone negar la recuperación de la política en el curso de los últimos treinta años y las posibilidades que ello implica para ampliar derechos políticos y recuperar derechos individuales y sociales para la población. Es justamente desde la política que hay que conceptualizar las necesidades económicas de la democracia y de esta manera transformar la democracia electoral que tenemos.
4. El proceso de democratización
El drama histórico de América Latina en el siglo XX ha sido el atraso que genera la desigualdad y la pobreza existentes . Diversos proyectos modernizadores han tratado de enfrentar este problema fracasando todos hasta el momento. El resultado de esta modernización precaria, casi o sin industrialización, ha sido una urbanización muy pobre y en algunos casos miserable. La consecuencia política de la misma; una masa de desocupados e informales a disposición de quien sea capaz de movilizarlos, difícilmente para promover un encauzamiento democrático inmediato.
La pregunta clave en este proceso ha sido el papel que le cabe a la política y especialmente a la democracia para superar el atraso. En las últimas dos décadas del siglo XX se trató de extender la creencia de que la combinación de transiciones a la democracia y ajustes neoliberales eran la primera alternativa seria y empezarían a vencer este atraso. Nada más falso. América Latina ha tenido varios esfuerzos modernizadores desde fines del siglo XIX. Es más, los primeros esfuerzos modernizadores en las épocas de la hegemonía oligárquica tuvieron un sorprendente parecido con los esfuerzos actuales propiciados por el neoliberalismo ya que ambos se basan en la economía primario exportadora. La diferencia es que los primeros asumían que la democracia sería producto de la modernización económica y sólo llegaron a repúblicas de élite basadas en el voto censitario. Por su parte, el neoliberalismo, luego de una primera etapa como política económica de las dictaduras del Cono Sur, pretendió luego como pareja de las transiciones que dando algunos derechos civiles y políticos a la población y restringiendo drásticamente los derechos sociales, en los ajustes propiciados por el FMI y el Banco Mundial, alentarían la iniciativa individual y encontrarían el progreso. El resultado para estos, ante la desprotección social generalizada, ha sido la profundización de la pobreza y la desocupación y el aumento de la desigualdad, con los resultados conocidos de movimientos sociales y políticos contestatarios y giro a la izquierda de los gobiernos de la región.
La diferencia, para algunos maldita y para otros fundante, la ha hecho el denominado populismo o proyecto nacional popular. Esta diferencia tiene que ver con el asunto de la soberanía. Mientras que para las oligarquías y los neoliberales este fue una cuestión sin importancia, para la el populismo fue crucial poque su objetivo era nacionalizador, identificar a la sociedad con el Estado para hacer países viables. Esto no quita que el populismo fuera, en tanto proyecto modernizador, un atajo hacia el progreso por la vía de la política con efectos tanto democráticos como autoritarios y sin constituir un régimen representativo. Ello no fue óbice para que con la intervención del Estado y la movilización de masas buscara integrar a sectores antes excluídos en la sociedad. Este intento, asimismo, a diferencia de los otros dos comentados, tuvo efectos sociales importantes, aunque relativamente frágiles en el tiempo por no estar basados en una afirmación de los derechos civiles y políticos. Dejó, sin embargo, el imaginario de los caudillos populares y las masas movilizadas y en algunos casos su organización y también su cultura clientelista, abonando a favor de una ciudadanía social, elementos todos ellos sobre los que es difícil volver atrás .
En estas condiciones la tarea democrática se encuentra pendiente aunque cada momento por más que no haya podido triunfar aporta elementos significativos al reto presente. ♦
Bibliografía.
CEPAL 2007 www.eclac.org/estadisticas
CORPORACIÓN Latinobarómetro 2007 INFORME 2007
Karl, Terry. 1996 ¿Cuánta democracia acepta la desigualdad? Lima: IEP ediciones.
Marshall, T.H. and Tom Bottomore. 1996 Citizenship and Social Class. London and Chicago: Pluto Classic
O´Donnell, Guillermo. 2004 El debate conceptual sobre la democracia. En: La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos. PNUD.
O´Donnell, Guillermo y Philippe Schmitter. 1986 Transitions from Authoritarian Rule. Tentative Conclusions about Uncertain Democracies. Baltimore and London: Johns Hopkins University Press
PNUD. 2004 La democracia en América Latina.
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*PH.D. NEW SCHOOL FOR SOCIAL RESEARCH. EX MINISTRO DE EDUCACIÓN DEL PERÚ.
Fuente: Le Monde diplomatique Año II, Número 22, Febrero de 2009
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