Por Daniel Córdova. Economista*
Durante los últimos meses se ha intensificado el debate acerca de los orígenes de la nueva inflación. Nos habíamos acostumbrado a estar por debajo del 3% anual de incremento de los precios. Ahora nos situamos alrededor del 6%. Lo críticos del Banco Central de Reserva (BCR) insisten en que el ente emisor es el único responsable. El BCR en cambio sostiene que la inflación es importada. Ambas posiciones no son irreconciliables. Lo que sucede es que si les hacemos caso a los críticos, lo que podemos causar es una recesión. Algo absurdo en este momento de nuestra historia económica.
Los críticos del BCR no aceptan la explicación de la inflación importada. La consideran una excusa. Porque saben que la inflación es esencialmente un fenómeno monetario. Si los precios de los alimentos o de los combustibles importados suben, dicen, solo habrá inflación si hay dinero en los bolsillos para comprar los productos más caros. Y tienen razón. El alza de precios que proviene del alza de los precios internacionales se valida porque hay más dinero en los bolsillos. La solución monetaria sería que se seque la liquidez, que se restrinja el consumo haciendo más ‘caro’ el dinero, que se pare el crecimiento para que baje la demanda y la gente no pueda comprar lo que tiene relación con lo importado.
El dinero en el bolsillo de la gente se origina con la emisión del BCR. Ahí también tienen razón los críticos. Pero en lo que se equivocan es en no hacer una distinción entre la emisión inorgánica, aquella de la pura ‘maquinita’, y la emisión que resulta de una respuesta a la demanda de dinero. Una demanda que resulta del crecimiento real. Se equivocan entonces en considerar que es viable ‘secar’ el sistema y con esto reducir la inflación, sin generar un pequeño cataclismo. En otras palabras, saben que un par de aspirinas son buenas para quitar el dolor de cabeza. Pero recomiendan tomar veinte aspirinas para asegurarse de que el dolor de cabeza desaparezca por completo.
La intoxicación motivada por una sobredosis de aspirinas sería el equivalente a una recesión. Y es que restringir drásticamente la liquidez podría generarle problemas innecesarios a empresas viables y a consumidores con capacidad real de pago.
El BCR está subiendo prudentemente sus tasas de referencia. El Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) está decidido a manejar con mayor severidad el presupuesto. Y la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS) ha lanzado el clarinazo de alerta sobre la posibilidad de un sobreendeudamiento, aunque ha tomado medidas algo paternalistas –como el limitarle a la gente el uso de tarjetas de crédito– en lugar de ajustar por el lado de las provisiones por ejemplo. El manejo económico va en ese sentido en la dirección correcta. El de la prudencia. No el de la ortodoxia exagerada.
Desde inicios de los noventa, el Perú empezó a recuperarse de más de veinte años de parálisis estatista. El control de la inflación fue parte de ese proceso. Y este crecimiento explosivo es parte de dicha recuperación.
El BCR ha logrado que la inflación importada tenga menor efecto en el Perú que en la mayor parte del mundo, sin que la economía deje de crecer por encima del 8% al año.
No estamos frente a un crecimiento de libro de texto. Es un proceso de desarrollo en el sentido shumpeteriano del término: una serie de saltos cualitativos, de apertura de nuevos mercados, de acceso a nuevas formas de consumo, de puesta en valor de activos antes improductivos. Frenar a la mala este proceso para pasar de 6% a 1% de inflación sería una locura.
* Decano de Economía de la UPC
El Comercio.