Alfredo Bullard
Viajaba al norte en mi carro, cuando al entrar a Chiclayo un policía me detuvo. No me imputó una infracción. De frente, sin asco, me pidió plata, para “ponerle aceite a su patrullero”. “Es que el Estado no nos da nada”. Por supuesto que no le di un centavo a pesar de una insistencia que ya lindaba con el asalto. No le creí la historia del aceite. Pero incluso si fuera cierta ello no levanta la chata estatura moral del pedido. Finalmente, pago mis impuestos y asumo (por supuesto erradamente) que el Estado cumple con sus obligaciones. Ningún funcionario del Estado tiene derecho a “asaltarme” con requerimientos de ese tipo. Tenemos derecho a un Estado ético y efectivo. Festejamos todos los meses nuestro sorprendente crecimiento económico. Vamos poco a poco viendo los resultados en generación de empleo y en reducción de pobreza. Pero si eso no va acompañado con el crecimiento moral de nuestros funcionarios, la popularidad del gobierno seguirá cayendo.