La desvergüenza de las calificadoras de riesgo

Peru21.

Guillermo Giacosa

En los sectores económicos, financieros y gubernamentales del Perú parecen sentir una emoción casi cósmica cuando las llamadas ‘calificadoras de riesgo’ le suben la nota al país. Es como cuando en la escuela la señorita directora visitaba el aula y daba su aprobado al cumplimiento de los programas propuestos. Desgraciadamente, la señorita directora no siempre estaba debidamente capacitada para emitir una opinión valedera, como tampoco lo están las ‘calificadoras de riesgo’ para hacerlo en el campo de su competencia.

Es bueno saber que no pocos analistas serios de los EE.UU. menosprecian olímpicamente, para usar un término de moda, a estas calificadoras. Y no es para menos. Las mismas cometen errores monumentales y, sin embargo, vaya uno a saber en defensa de qué intereses los inversionistas (al menos los más cándidos) siguen guiándose por ellas.
Las más famosas calificadoras son Standard & Poor’s y Moody’s, y ambas, lea bien, AMBAS, habían calificado de riesgo casi cero nada más ni nada menos que a los BONOS DE HIPOTECA SUBPRIME que, como todos sabemos, le han propinado una de las patadas en los testículos más dolorosas que haya recibido EE.UU. en la historia de su economía. Ese hecho, que llevó a millones de inversores a perder miles de millones de dólares, debería haber sido suficiente para que el rojo fuego de la vergüenza las consumiese para siempre. Pero no pasó nada, o pasó poco, y allí están ambas pitonisas del futuro dándoles pistas a los que tienen dinero sobre cómo multiplicarlo… o sobre cómo perderlo.

Alfredo Zaiat, de Página 12, dice al respecto: “Un poco más lejos, a fines de los 90, esas compañías también fueron protagonistas de bochornos de proporciones cuando aseguraban que bonos y acciones de empresas de Corea del Sur merecían el ansiado triple A (la máxima calificación para que cualquiera invierta con tranquilidad). La profunda crisis financiera de esa potencia asiática en 1997 dejó al descubierto la fragilidad conceptual y la poca fiabilidad de sus análisis. El mismo comportamiento tuvieron con México, en 1994, antes del estallido de la ‘crisis del tequila’. Con respecto a Argentina, después de la obsesiva búsqueda del ansiado ‘investment grade’ (grado de inversión), que implica estar calificado en los primeros lugares de ese ranking, que emprendió el gobierno de Fernando de la Rúa hasta provocarle la destrucción, esas compañías asumieron un muy bajo perfil. No era para menos: su evaluación positiva de la ‘convertibilidad’ con su desenlace final en el ‘default’ de la deuda dejó a miles de inversores desamparados”.

En Estados Unidos se proponen regular “el funcionamiento de esas calificadoras porque los entes de control del principal mercado financiero mundial sospechan que esas firmas definen las notas de los bonos según el interés de los bancos y de las empresas emisoras sin considerar el riesgo para el inversor”. Yo no sospecho. Yo estoy seguro de que, como todo en este sistema, esas calificaciones obedecen a inconfesables intereses políticos y económicos.

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