El Comercio. Miércoles 25 de junio del 2008.
Juan Paredes Castro
El cercano fin de la delegación de facultades legislativas otorgadas por el Congreso ha puesto al Gobierno ante el fantasma de pasar de pronto del día a la noche, con muy poca preparación para el cambio.
En efecto, no sabemos cuánto pueda hacer el presidente Alan García y su Consejo de Ministros, de aquí al viernes, para tener listo el paquete legislativo completo de implementación del TLC con Estados Unidos, entre otras cosas, para hacer aterrizar todo lo acordado en Washington y Lima y para hacer de la competitividad en este terreno más una realidad que un mito.
Dos cosas son, sin embargo, ciertas: 1) el Gobierno debe estar preparado para una carrera de cien metros, que es la que tiene que realizar en estos días en tiempo récord y con la obligación de hacerlo bien (para eso se ha tomado todo el tiempo del mundo para asegurar su actuación política); y 2) vencido el plazo de delegación de las facultades, el Gobierno tendrá que ser consciente de que su primavera legislativa se vuelve crítica y lo que tiene nuevamente a la mano es un Congreso ineficiente y desacreditado (lamentablemente es el Congreso que tenemos) y frente al cual se impone una estrategia gubernamental nueva y distinta.
Aunque hemos insistido muchas veces en la necesidad de que entre el Gobierno y el Legislativo funcione una bisagra técnica de alto nivel, como en México, nadie ha movido un dedo a favor de esta iniciativa. Por el contrario, se mantiene un sistema de coordinación muy precario entre ambos poderes.
El Gobierno está pues en la disyuntiva de despedir una opción legislativa que sin duda va a extrañar (no hay nada que guste tanto a un mandatario como García que gobernar por decretos legislativos) y abrazar en pocos días, y con todo realismo, la prueba de fuego de tener que tratar con un Congreso relajado y desentendido de los grandes temas nacionales.
Pero nadie más que el Gobierno sabe también que tiene delante de sí un mal necesario, con el que deberá entablar una relación dinámica e innovadora. Basada, por supuesto, en el trabajo de la bancada aprista, que tiene el reto de conciliar y concertar a futuro mucho más y mejor de lo que tibia y calculadoramente ha hecho hasta hoy.
A propósito, si Javier Velásquez Quesquén aspira a propiciar ese trabajo desde la presidencia del Legislativo debe recordar que lo hará mejor si se siente el representante de todos los parlamentarios y no el guardián de los intereses del gobierno, que es lo que parece tenerlo preocupado.