El valor del trabajo doméstico

 

Hace unos años se difundió por redes sociales el vídeo “Ser madre es un plus” realizado por Hirukide, Federación de Asociaciones de Familias Numerosas de Euskadi (2014). Aún hoy podemos encontrarlo en diferentes redes sociales, especialmente cerca del día de la madre. En el vídeo se muestra la historia de una mujer que intenta reincorporarse en el mundo laboral. Sin embargo, cuando comenta que dejó de laborar por unos años para dedicarse al cuidado de sus hijos, los entrevistadores indican que buscan a una persona con otro perfil. Finalmente, la protagonista del vídeo logra darle un giro a la situación pues logra describir las labores domésticas en términos de competencias profesionales.

En el vídeo descrito podemos observar dos tipos de actividades: una que se realiza dentro de la economía de mercado y otra que se realiza fuera de esta economía. Si bien no explícitamente, el vídeo muestra un fenómeno estudiado por la teoría feminista: el trabajo no remunerado. Según Balbo (1991) las sociedades industriales se han construido sobre el trabajo no reconocido de la mujer, es decir sobre el trabajo socialmente asignado al género femenino. Este trabajo está ligado a labores de cuidado que asimila la complejidad del trabajo doméstico, que supone los aspectos materiales que requiere una persona, e incluye una carga subjetiva traducida en emociones, sentimientos, afectos, etc. Esta carga subjetiva ha sido utilizada para construir una identidad femenina basada en el cuidado y la maternidad (Rehaag, 2016: 580). De ese modo, se logra identificar a la mujer con labores de cuidado que no cuentan con una remuneración.

Sobre el trabajo no remunerado, la teoría feminista ha resaltado sus aspectos de género, invisibilidad y su aporte a la reproducción social y funcionamiento de la economía. En esa línea, se ha desarrollado el concepto de economía de cuidado que refiere al conjunto de actividades necesarias para satisfacer las necesidades básicas para la existencia y reproducción de las personas (CEPAL, 2009).

Por otra parte, Katrine Marcal (2016) en su libro “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?” analiza la figura del “hombre económico” como único actor de la economía de mercado. La autora concluye que esta construcción teórica cuenta con características que se asignan generalmente al género masculino. Así, se espera que el hombre tome labores fuera del hogar que sean remuneradas y de ese modo sea un proveedor de recursos en el hogar.

El problema en esta división radica en que el valor de las actividades las otorga la economía de mercado desde sus propios criterios. Uno de ellos es que los bienes cuentan con un valor de cambio expresado en dinero. Es decir, entre mayor sea el dinero que se pueda exigir por un bien, se considerará que es mejor. Asimismo, las actividades que cuenta con este valor de cambio son actividades que son realizadas y valoradas en la esfera pública. Con ello, la persona que realiza actividades dentro de la economía de mercado cuenta con capital social que le permite ingresar a círculos de decisión político y social. Por otro lado, en tanto la persona que realiza actividades dentro de la economía de cuidado las realiza dentro de su hogar, es decir dentro del ámbito privado, no podría acceder a espacios donde se realizan decisiones que impactan sobre la esfera pública.

Existen diferentes maneras de armonizar la vida profesional y doméstica. Entre ellas el teletrabajo, flexibilidad de horarios, acumulación de horas extra, etc. Es una transformación que no sólo pasa por la modificación de leyes (un ejemplo es la ampliación de descanso por paternidad de 3 días a 10 días), sino también por la elaboración de políticas dentro de las empresas que permitan a los trabajadores la posibilidad de desarrollar actividades de cuidado sin ver afectado sus expectativas profesionales.

Es importante hacer compatibles el trabajo de cuidado y el trabajo de mercado. Esto se podría lograr a través de dos movimientos. En primer lugar, es necesario incentivar la corresponsabilidad en el trabajo de cuidado. Es decir, deshacer el sesgo de género dentro de las labores de hogar, de modo que hombre y mujer puedan realizarlo. El segundo movimiento, debe considerar la inserción en la economía de mercado de la persona que realiza labores de cuidado. En otras palabras, tener un trabajo no debe ser impedimento para poder realizar labores de cuidado.

 

Referencias

Balbo, L. (1991). Tempti di vita. Milán: Feltrinello

Hirukide, Federación de Asociaciones de Familias Numerosas de Euskadi (2014). Ser madre es un plus. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=zqSISPX4PEE

Marcal, K. (2016). ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?. Barcelona: Debate.

Rehaag, I. (2016). “¿Cómo se vincula la justicia con el trabajo doméstico y del cuidado?”. En: Ledesma, M. (coord.) Género y Justicia. Lima: Centro de estudios constitucionales, pp. 577-596.

UN. CEPAL (2009). Panorama Social de América Latina. Disponible en: hhttps://repositorio.cepal.org/handle/11362/1232

Puntuación: 5 / Votos: 1

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *