Loba de dos mundos

Esta es mi carta de presentación. Cuando ingresé a San Marcos, me inmiscuí en todo lo sociopolítico del momento: lecturas, amigos, música, cine. Sentía que penetraba en un mundo de magia, un juego delicioso y peligroso a la vez. Las huelgas, los paros, la toma de calles, los mineros con sus ollas comunes, las larguísimas huelgas de maestros, los discursos de los políticos de siempre encumbrados en la mesa del comedor popular arengando contra el Estado, contra las autoridades: todo contra todo. Eran anarquistas expropiadores, para mí idealizados en ese entonces. Recuerdo que una vez con mis compañeros hice retroceder a un grupo de policías que ingresaban a mi campus. Éramos felices, como niños. Cuando me di cuenta de que todo esto era una pesadilla, cuando vi que mis líderes estudiantiles eran fantoches encasillados en sus ideas y en sus viviendas universitarias, cuando me di cuenta de que esas largas huelgas de Patria Roja no hacían más que perjudicarnos en nuestra formación académica, cuando me di cuenta de que dañaba la propiedad de otros y que a mí no me gustaría que me hagan lo mismo, me detuve. Fue como si viera el futuro que me esperaba, lo que yo no había soñado para mí. Pero todas esas horas de cafetín y de reuniones en El Cuchufleto, de cine club en el Museo de Arte, de Wony, de Palermo, no las cambio por nada. Fue parte de mi historia y de mi pasado. Los tiempos han cambiado, todos lo sabemos. San Marcos también se vio obligada al cambio.
Me digo Loba de dos mundos, pues en esa crisis existencial conocí Católica, hice amigos, asistí como alumna libre, comparé desde su biblioteca hasta sus baños con mi triste y desvalijada San Marcos. Católica parecía un templo, un retiro, todo era paz, verde, limpieza y orden. Sus alumnos me parecían obedientes al régimen, salvo excepciones, todo estaba controlado. En cambio, San Marcos era entropía. Muchos de mis compañeros también quisieron hacer ese trayecto San Marcos-Católica, pero con menor suerte. Desde los vigilantes hasta los mismos estudiantes de católica que veían su tranquilidad invadida por esos menesterosos se mostraban incómodos. Los profesores, no. Nunca mostraron disgusto ante esta pequeña inundación. Quizá más bien estaban alagados pues estábamos por ellos. Las pensiones en Católica eran altas, imposibles de pagar por un sanmarquino de ese entonces. Pero el precio que pagábamos en San Marcos era más alto: pagamos con tiempo perdido.
Al final me hice de Católica. Pasé desde estudiante, docente hasta trabajador. Y no quise mirar a San Marcos. Pasaron veinte años sin volver la vista atrás.
Hoy libre de los dos mundos, enriquecida por todas las experiencias vividas solo me queda decir que han cambiado. Católica ya no es la paz de los templos y San Marcos ya no es pólvora y dinamita. Los tiempos han cambiado, pero la corrupción a todo nivel es igual.
P. D. Hoy leí una noticia acerca del muro de San Marcos y me acordé del muro de Berlín. Amo a San Marcos, por fin lo dije, como aprendí a querer a Católica, pero más importante que la infraestructura, es la gente que la contiene.

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