Y tú, ¿no serás también un cholo?…
[…] El Perú da vergüenza: indios idólatras, analfabetos, de ternura salvaje y despreciable, gente que habla una lengua que no sirve para expresar el raciocinio sino únicamente el llanto y el amor inferior… El mundo futuro no es ni será de amor, de la fraternidad, sino del poder de unos, de los más serenos y limpios de pasiones, sobre los inferiores que deben trabajar. La “fraternidad” es el camino de retroceso a la barbarie. Dios creó al hombre desigual en facultades. Eso no tiene remedio.
Todas las sangres. José María Arguedas

La tesis que pretendo sostener es que, en el caso de los peruanos, la globalización ha expandido el deseo de superar fronteras raciales e idiomáticas; pero, al subsistir la ignorancia histórica, se exacerban los prejuicios raciales pues mezclarse con otras razas implica ser menos “cholo” .

“El que no tiene de inga tiene de mandinga”

Resulta difícil aceptar que en nuestro país los prejuicios racistas sobrevivan con tanto vigor. Una cultura dominante y culturas dominadas, vigentes, en oposición constante; lenguas, idiosincrasias, cosmovisiones del mundo, mundos diferentes y enfrentados cada día; pero ¿cómo? cuando somos cada vez más una mezcla de razas. Hace un tiempo escuché a una señora la frase “hay que mejorar la raza”, como quien habla de perros chuscos cruzados con razas de pedigrí. Se refería al cruce de “cholos” con “gringos” . Jóvenes, y no tan jóvenes, con rasgos marcadamente andinos, son los populares “bricheros”, que pululan en la plaza Mayor de Lima, en el Cuzco y en otras ciudades importantes del interior de nuestro país, con las consecuentes conductas de riesgo sexual; pero también están los bricheros de la web, que orgullosos ostentan sus contactos extranjeros, y que sueñan con un “agarre” extranjero que venga y se los lleve para su país. Estos bricheros pueden, incluso, no ser “tan cholos” como los primero mencionados (los que frecuentan las plazas públicas), pueden tener educación superior, trabajos considerados buenos, ser más o menos “blanquitos”, pero tienen el sueño de casarse con un extranjero del “mundo civilizado”.

Cholo soy y no se compadezcan

Si bien el término “cholo” aparece en el diccionario de la real academia española recién en 1884 con la siguiente acepción: “dícese del indio poco ilustrado” (en la vigésima segunda edición de este diccionario encontramos la acepción vista en la nota 1, “mestizo de sangre europea e indígena”; y la acepción 2 “chino cholo” ), se descubre la primera referencia de uso en la lengua de este término en Los Comentarios Reales de los Incas del Inca Garcilaso de la Vega, escritor peruano, obra publicada entre 1609 y 1616. El autor describe como cholo “Al hijo de negro y de india, o de indio y de negra, dicen mulato y mulata. A los hijos de éstos llaman cholo; es vocablo de la isla de Barlovento; quiere decir perro, no de los castizos (raza pura), sino de los muy bellacos gozcones; y los españoles usan de él por infamia y vituperio”. Desde épocas coloniales, e independientemente de su etimología, en América Latina, “cholo” es el término aplicado a una persona descendiente de la mezcla de europeo de rasgos caucásicos, generalmente de español, con los habitantes originales del continente o indígena amerindio.
Hay otra posible referencia al origen etimológico de cholo o “xolo” en 1571, en la obra de Fray Alonso de Molina. En su Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana, da como definición para el término “xolo”: “esclavo”, “sirviente”, o “mesero”, significados no muy alejados de sus usos comunes en la colonia y actuales.

Cholo quién, cholo tú, cholo yo, cholo ja ja

En el Perú, la mayoría de la población limeña de los estratos A y B no se autocalifica como “cholo”. Si bien su uso se ha generalizado inclusive con una connotación cariñosa, sobre todo cuando se usa en diminutivo, dependiendo de la circunstancia, este término se vuelve marcadamente negativo. Pero el hecho es que el ser “cholo” ya no es solo color de piel, es también poder adquisitivo. Hace tiempo escuché a una ama de casa feliz rezondrar a su empleada doméstica gritándole “chola igualada”. La joven era una cajamarquina que por su tez parecía una teutona y la señora era más bien de color ófrico. Este prejuicio racial y social no solo se presenta en gente de ciertos distritos pudientes, sino también en otros sectores menos favorecidos económicamente. En estos últimos los prejuicios se profundizan con respecto a las personas que provienen de la sierra. Son sobre todo los jóvenes cholos acriollados o alimeñados los que critican las formas de hablar, vestimenta y creencias de los recién llegados, reniegan muchas veces de la procedencia de sus padres y no quieren saber nada que les recuerde a la provincia, a pesar de que tengan rasgos, idiosincrasia y cosmovisión marcadamente andina.
Dice María Rostworowski a propósito:
Sí, y se espantan cuando escuchan, por ejemplo, “Ay, cholo”… Pero si yo me digo a mí misma “la chola polaca”, pues soy chola, somos cholos, y no hay nada despectivo en esa palabra, hay que quedarse con lo afectivo: “cholito, cholita”. Es afectivo, es simpático. El mundo entero es mestizo, unas razas se han mezclado con otras. No hay razas puras, como pensaban los nazis. Todos somos mezclados. Pero cholos solo somos nosotros. Un chileno no es cholo. Será lo que quiera ser, pero no es cholo. Los peruanos nos distinguimos por eso.
Una cuestión de historia

Sucede que cuando nos enseñan la historia del Perú, se nos dice que los incas fueron sojuzgados por un grupo de españoles que llegó con sus caballos, sus armas, sus armaduras y sus barbas, y que impactaron a los indígenas que pensaban que eran dioses. Esa imagen triste es la que queda en el recuerdo en los niños, la imagen del perdedor, del ignorante, del indio inculto que cayó bajo el poder del saber hacer y de la religión, y que ni los muchos apus y el dios sol pudieron salvarlos del poder del hombre blanco. Se enseña mal la historia. No se dice que fue una cuestión política y que fueron los grandes señores andinos que estaban incómodos con el poderío del Inca los que ayudaron a este grupo de españoles.
Dice Rostworowski:
Y ya estaban entrando a Lima y de repente doña Inés Huaylas Yupanqui, la concubina de Pizarro, pide ayuda a su madre Contarhuacho, y esta envía un ejército que salva a los españoles. Es decir, los grandes señores, los pudientes, los que tenían poder, estaban contra el inca. Y Huacra Páucar, otro gran señor de Hatun Jauja, apunta en un quipu inmenso todo lo que le da a Pizarro: caballos, guerreros, mano de obra para cargar víveres, ropa, ojotas, pues los españoles ya no tenían zapatos, ni siquiera ropa. Se ve, pues, que hay un esfuerzo para ayudar a los españoles. En vez de contribuir a derrotarlos, los ayudan.
Se cuenta la historia desde la perspectiva de los vencedores y se oculta, por ignorancia, los hechos sucedidos.
Cabe añadir, además, que existe una política de opresión de los derechos lingüísticos de la multiglosia de nuestro país; una política lingüística implementada por el Estado en el aparato escolar y universitario, aparato que es reproductor del sistema de valores linguo-literarios dominantes, Ballón Aguirre (1986) al respecto señala que la colonización cultural devalúa los productos literarios en una minorización impedida de ingresar en los círculos académicos, críticos y editoriales de difusión.
Sólo una contrapolítica linguoliteraria desalienante, ella misma concebida dentro de un marco de reinvindicaciones propias de la lucha de clases, podrá incentivar efectivamente una actividad linguoliteraria desinstitucionalizada en servicio del interlecto, las lenguas dominadas y los discursos producidos en ellas. En la coyuntura actual, la denuncia de este esquema de opresión es un requerimiento urgente para la sociolingüística polémica de la multiglosia. (p. 496)

En este panorama vemos los efectos catastróficos de la lengua de poder sobre las lenguas de los vencidos: la opresión de las lenguas aborígenes; este es un hecho inseparable de la política escolar que se pone en práctica, opresión que conlleva a una disminución de su valoración, de su identidad, de su propia cultura. Es más, se pretende enseñar en un castellano castizo, escribir en un castellano estándar, culto, cuando no es posible pues la lengua es un producto medularmente social ¿cómo se pretende entonces una uniformización lingüística donde existe una multiglosia de variedades de castellano que compone nuestra identidad?
Si viajamos entre capitales departamentales nos será muy fácil hacerlo sólo hablando el castellano, pero a medida que nos adentremos en las zonas rurales, o aun en las ciudades, entre la población proveniente del campo, también encontraremos esa diversidad. Tampoco el castellano que se habla es homogéneo. Primeramente podemos clasificarlo en dos: el hablado como lengua materna y el aprendido como segunda lengua. Y podemos seguir con sucesivas subdivisiones. El castellano hablado como lengua materna por culturas predominantemente orales como Catacaos (Piura), Chincha (Ica), sierra de la Libertad, es distinto del hablado por culturas insertadas en el mundo de la escritura. Pero aun al interior de unos y otros (culturas escritas y orales) hay diferencias importantes. Entre Costa y Sierra, entre Sierra y Selva. Entre variedades del castellano que conservan sustrato quechua y las que tienen sustratos más difíciles de identificar como serían los de las lenguas culli en la sierra de la Libertad. (Chirinos, 2001, p. 25)

Conclusión

Es tarea de los maestros y de la política educativa el revisar los contenidos de los libros de historia y de lengua y literatura. Es necesario orientar a los profesores, reeducarlos, hacer una reingeniería de los conocimientos mal adquiridos. Esa es la única garantía de que nuestra población ya no tenga vergüenza de ser “cholo”, y que no busque mezclarse con otras razas para “mejorar” la propia. La globalización tiene que ser bien encarada y tiene que impulsarse a nivel nacional, pero la población debe que ser educada en la historia de nuestro país, en nuestros valores nacionales, y además debe ser orientada para que no vea en la globalización un medio escape sino un vehículo de información y desarrollo.

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Bibliografía

Ballón Aguirre, E. (1986). Política linguopedagógica peruana. Revista andina, 2, 479-499.
Caravedo, R. (2000). Léxico del habla culta de Lima. PUCP: Lima.
Chirinos, A. (2001). Atlas Lingüístico del Perú. Ministerio de Educación – Centro Bartolomé de las Casas: Lima –Cuzco.
Pozzi-Escot, I. (1998). El multilingüismo en el Perú. Centro Bartolomé de las Casas: Cuzco.

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