…como siempre iba a mi playa preferida y mis quince años me permitían usar mi breve bikini azul marino. Temprano, a las ocho de la mañana, hora en la que no había gente, y de lunes a viernes, iba con mi toalla también azul, mi sombrero de ala amplia, mis lentes oscuros y mi bronceador, y, por supuesto, mi pareo de flores amarillas y en fondo azul… Para relajarme, pues las piedras de Cantolao son incómodas, llevaba un pequeño libro de cuentos de Cortázar, una libretita en la que apuntaba cada ocurrencia que tenía y una pluma fuente de tinta líquida… esto lo hacía por snob…
Como ven sentía que todo era mío, e iba de azul pues estaba en mi periodo azul.

Tenía quince años y ganas de hacer maldades, pero un miedo sempiterno a los hombres. Un chico, punteño, se me acercó dizque para hacerme compañía. Lindo, de ojos lindos, de lindo cuerpo y rubio como el sol, pero más hueco que una calabaza de día de brujas. Yo ya estaba mal acostumbrada a los chicos pensantes así que esta lindura no era mi tipo. Se acercó intercambiamos palabras, y yo sentía que me incomodaba. Yo quería sentir el rumor del mar y ya se acercaba la hora en la que tenía que huir de allí pues un mar de gente llegaría, y junto con ellos… el sol imponente. Este chico, con sus aproximadamente quince años, también se ponía cada vez más coqueto e iba acortando las distancias entre los dos… y yo cada vez más distante.

Se me ocurrió jugar a la ruleta rusa… a mi ruleta rusa, a la que jugaba cada vez que tenía miedo. Lo miré por encima de mis lentes, y con coqueta sonrisa le pedí que me aplicara el bronceador (en esa época la gente no usaba bloqueador y estar “bronce” era la moda). Él presuroso se animó a hacerlo. Mi juego consistía en que yo iba a pedirle que me soltara la parte de arriba de mi dos piezas, “…para que me apliques mejor el bronceador, mejor suéltame el bañador”. Cuando él oyó mi petición, me miró incrédulo, con los ojos despavoridos, retrocedió un poco y salió corriendo.

Yo gané…

Seguí mi rutina de playa todo ese verano con la esperanza de volver a ver a ese niño, pero perdimos la oportunidad… Sé, sin embargo, que él me espiaba desde la ventana de su casa.

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