Hoy voy a tratar de aquellos libros que nunca leí bien, de aquellos que me daba vergüenza decir “no entiendo”, porque para todos era todo tan claro y para mi oscuridad total. Creo, sinceramente, que yo leía lo que leía mi compañero de turno.
Así empecé antes de alcanzar la mayoría de edad con mi primera libreta militar.
El primero fue El Capital. !Qué tenía yo que leer aquel libro gordo y raro! Recuerdo que tenía una pasta dura azul, y era como una biblia para mi amigo del momento. Sus lecturas de Mao, Enver Oxa, Lenin,… no me apasionaban, me apasionaba el brillo de sus ojos, el movimiento de sus rulos largos, de sus manos delgadas y nerviosas, todo un escenario para hablar de esa gente tan oscura para mí y tan lúcida para él. Luego la literatura obligada soviética, china, alemana; el cine,yo adoraba el cine italiano, soviético, alemán, francés… saboreé la literatura, eso sí me apasionó! la música era otra cosa, solo tenía, debía, podía escuchar a los clásicos y me enamoró Telemann, Bach, Wagner y otros que felizmente he olvidado.No telenovelas, nada que le guste al vulgo, a la mayoría, cada vez más lejos de la realidad, pero luchando por la mayoría. Y de los tratados !nada! no me quedó nada. No entendía, yo leía la línea y me quedaba en la línea. Ni entre la línea y menos detrás de la línea. Pasé diez años de mi vida tratando de entender lo que entendía él, y no entendí NADA. Hasta que me aburrí.
Otro libro que tampoco leí bien y malentendí cuando creí haber entendido bien fue el de Argildas Julien Greimas, La Semiótica estructural. !Lo siento, profesor! Me gustaron más los escritos de Ronald Barthes, disfruté El discurso amoroso, lo sentía más cerca, pero al maestro, nada. ¿Qué me gustó de esa época? El brillo de los ojos de quien me explicaba la materia. No tenía nada más que sentarme y mirarlo. Sin moverse mucho me hacía viajar, volar, soñar. Y claro, el maestro Greimas era solo la excusa para escucharlo hablar. Pasaron cinco años y no entendí nada.
Chomsky, el maestro, lo siento tampoco entendí nada ni la teoría generativa ni el programa minimalista. Y no era cuestión del idioma, era que no entendía pues solo miraba el brillo en los ojos de quien exponía lo que el gran maestro decía. Pasé, ¿cuánto? ¿cinco, seis, diez años? ya perdí la cuenta.
Después solo busqué brillo en los ojos de los hombres, pero cuando este se acabó los encontré insulsos.
Era la pasión por la pasión lo que a mí me embriagaba; de lo contrario, no había NADA.


Ayer busqué el brillo en los ojos de los hombres, hoy busco el brillo de los ojos de mi hijo.

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